domingo, 10 de abril de 2016

Un hilo de plata en la Aurora y otras historias de Brujería.





La primera persona que supo que escribiría un libro sobre la brujería, fue mi bisabuela. Lo supo incluso antes que yo misma lo supiera. Y me lo dijo, unas semanas antes de morir, cuando intentaba atravesar los últimos momentos de su vida con cierta dignidad.

- Algún día, querrás contar todo esto - dijo de pronto, como despertando de un sueño súbito.

Levanté la cabeza del libro que estaba leyendo con un sobresalto,  mirándola desconcertada y preocupada. Su rostro tenía la palidez ceniza de la larga agonía que sufría pero su expresión era maliciosa y firme, como siempre.

- ¿Estás bien? - pregunté en voz baja y tímida. Bisabuela soltó un respingo furioso.
- Sí muchacha boba, no me he muerto todavía.

Me quedé abochornada, sin saber que decir. Bisabuela se secó los labios secos y cuarteados con una servilleta de papel y tomó una bocanada de aire. Todo su cuerpo pareció estremecerse, como si el mero hecho de respirar le causara dolor. Quizás era así.

- Te decía que algún día, querrás contar todo esto - repitió entonces, con la voz cascada y un poco titubeante - que te tomaras el tiempo de mirar atrás y recordar.

No dije nada, de pie junto a su cama. Ella me observó con sus grandes ojos verdes llenos de un brillo duro y casi amargo. Sabía que mi preocupación y miedo por su salud le ofendían,  le hacían daño, le producían un tipo de verguenza que yo no podía entender. Pero no podía evitarlo. Aún me llevaba esfuerzos admitir que bisabuela estaba muriendo, poco a poco y en una lenta caída física que cada día se hacía más evidente. Que perdía fuerzas - que no lucidez - que parecía haber transcurrido muchos meses desde que había caído enferma, aunque realidad sólo habían transcurrido unas cuentas semanas. Ella parecía enfurecida por la conciencia de su debilidad,  pero mucho más aún, por el dolor que le producía la desesperación - y quizás conmiseración - de quienes le rodeaban.

- ¿No tienes nada que decir a eso? - graznó. Y esta vez noté su furia. Me apresuré a sentarme a su lado en la cama.
- Calma, bisca.
- Aglaia, te he dicho algo. Responde.

Tragué saliva. Me encogí de hombros.

- Bueno, quizás lo haga.

Lo dije para calmarla, aunque en realidad, nunca había pensado en algo semejante. De hecho, me sorprendió de pronto la idea que mi vida, de tan corriente y tranquila, pudiera merecer contarse de alguna manera. Ya por entonces, con escasos diez años, estaba obsesionada con los libros, con las historias ajenas, reales o imaginarias que leía. Y no me parecía que la mía tuviera ninguna importancia, nada de ese brillo heróico, asombroso o bello que tanto me cautivaba en otras. Pero eso no podía decírselo a Bisabuela, menos aún estando tan débil. Odiaba que la contradijera y siempre se lo tomaba muy mal.

- Quizás - murmuró con tono burlón - como si no tuviera importancia. ¿Para que vives si vas a vivir de esa manera tan tibia?

Tosió y apretó los labios, como para contener la exclamación de dolor que vino después. Sentí una angustia enorme, abrumadora. Tuve el deseo de tomar sus manos, cubrirla de besos. Consolarla de alguna manera. Pero bisabuela no era del tipo de gente que se sintiera cómoda con la efusividad ajena, mucho menos con el consuelo de alguien más. De manera que me quedé muy quieta, sentada a su lado, sin saber como ayudarle como no fuera haciéndole compañía. O escuchándola, como al parecer quería.

- Bisca, pero es que no sé que podría contar - empecé otra vez, más por complacerla que por verdadero interés - No sé qué podría contar que alguien quisiera leer.

Bisabuela manoteó y con enorme esfuerzo, se logró sentar en la cama. No me atreví a ofrecerle mi ayuda, aunque sabía se encontraba tan débil como para que enderezar la almohada donde descansaba la cabeza le resultara un enorme esfuerzo. Pero sabía muy bien que bisabuela no permitiría jamás que nadie notara su dolor o la profundidad de su angustia. Así que la dejé hacer, como si no notara sus manos torpes o los jadeos de sufrimiento que se le escapaban con cada movimiento.

- Todos tenemos algo que contar, sólo que no sabemos cómo o por qué hacerlo - me explicó cuando estuvo cómoda, la cabeza apoyada en la almohada, los ojos fijos en los mios - contar es creer que cada cosa tiene un sentido o que puedes darle uno. Muchacha ¿Eres una bruja y no sabes eso?

La verdad, con diez años no creía que fuera una bruja. Aunque si esperaba serlo, claro está. Sin embargo, no tenía muy claro como llegaría a ser tan fuerte, con tanta voluntad y sabiduría como cualquiera de las mujeres de mi casa. Con frecuencia, en esos momentos incómodos en que nuestros temores se hacen fuertes y punzantes, me preguntaba en voz baja si tenía lo necesario para ser una mujer con espíritu de fuego. Una de las hijas de la Diosa. Y me atemorizaba la respuesta.

- Lo sé, sé que una bruja nace para crear y construir. Para vivir en el fluir del viento - respondí tragándome mi incomodidad lo mejor que pude - y que la palabra la acompaña. La hace sostenerse. La hace mirar hacia el futuro. Pero bisabuela...

- Te gusta escribir, ¿No? - me cortó a su manera brusca y dura - y no me mientas, porque ya sé la respuesta.

No pensaba mentirle porque tampoco era algo que pudiera disimular: no sólo me gustaba escribir, amaba hacerlo. Era algo mucho más fuerte que yo, más poderoso, más vital. Desde que había descubierto el don de la palabra, sentía una fascinación por ella que era incapaz de entender pero que disfrutaba siempre que podía, como si un poder desconocido en mi interior se manifestara a través de esa afición mía a crear a través de las letras. Pero aún así...tragué aire. Sólo era la pasión de una niña. El amor desesperado de alguien por una capacidad extraordinaria que no sabía si alguna vez podría poseer.

- Sí, me gusta - murmuré por último. Tomé valor y miré a mi bisabuela a la cara - A veces, no pienso en otra cosa. Siento que el mundo está lleno de palabras. Que no hay un espacio, un momento, un lugar, un sueño que no esté repleto de formas de contar historias. Que no existe un sólo espacio en mi mente y aquí - me toqué el pecho con delicadeza - que no sea esas palabras que nacen cada vez que las imagino. Pero...

- Pero ¿Qué? - bisabuela soltó una carcajada. El pecho flaco y huesudo se le movió y temí le doliera - Eso que me dices, es pasión, es amor. El principio de toda obra de arte y toda forma de magia.

Suspiró, como si el esfuerzo de hablar le fuera excesivo y tal vez, fuera así. Pensé que quizás, lo mejor era dejarla sola. O recomendarle dormir. Llamar a mi abuela - la sabia, la bruja -, para que le cuidara con esa delicadeza que siempre le brindaba. Pero bisabuela parecía muy lejos de esos pensamientos, de esas pequeñas ternuras que deseaba dedicarle. Cuando me miró, sus ojos eran todo luz en su rostro descarnado.

- ¿Sabes por qué una bruja escribe un libro de las Sombras? - preguntó en voz baja. Se detuvo, jadeó. El miedo me subió al pecho, pero lo contuve - para construir ideas. Para crearlas desde el poder y el conocimiento. Para conservarlas como pequeños tesoros. Para echarlas a volar como pájaros de fuego. Para obsequiarlas al futuro. Una bruja escribe, pinta, baila, sueña porque es su trascendencia. Y tu encontraste la tuya.

Se quedó callada. La respiración agitada y dolorida. Apreté los dedos de las manos contra la sabana, deseando que alguien viniera por allí, que alguien pudiera convencerla de dejar de hablar y de descansar un poco. Pero bisabuela no era de esas personas que quisieran ser protegidas y cuidadas. A pesar del sufrimiento, del miedo, de la angustia que estaba segura la atormentaban, mi abuela era poderosa en su voluntad. En su necesidad de enfrentarse a su  debilidad como pudiera.

- Escribir es un sueño portentoso. Cualquier forma de arte lo es, de hecho. Por eso se considera mágico, destructor, único. No hay artista que no se conecte con su yo más primitivo y originario al crear, que no se construya así mismo con cada deseo que puede imaginar y levantar a partir de un deseo poderoso - siguió, en voz baja y cascada - y una Bruja, muchacha, lo sabe. Una bruja volará con las alas rotas, arderá en fuegos imposibles, se dejará matar para revivir con mucha más fuerza. Tomará todos los riegos, cometerá todas las imprudencias. Y aprenderá de ellas. Las disfrutara y las paladeará como pequeños trofeos de su conciencia y su voluntad.

"Cuando seas mayor, quizás mirarás al pasado y de pronto encontrarás que no sólo tienes mucho que contar, sino que quieres hacerlo. De la misma forma en que lo hicieron tantas brujas en el pasado y seguirán haciéndolo en el futuro. Brujas quemándose los dedos en pasión. Brujas creando con los brazos abiertos hacia el Infinito. Brujas bailando alrededor del fuego, bajo las estrellas muertas. Brujas creyendo que es posible vencer la incertidumbre. Pregúntate si deseas ser una. Si deseas crecer y construir un camino donde puedas entenderte a ti misma mejor de lo que supones, de lo que aspiras, de lo que temes. Un poder capaz de arrasar con el temor y dejarte un delirio de mil noches sin sueño a cuestas".

No entendí todo lo que decía mi bisabuela, por supuesto. Pero me asombró su pasión, la forma como el rostro demacrado se le coloreaba mientras dibujaba con palabras a esa mujer - flama que yo deseaba ser, sin saber si lo lograría algún día. De pronto pensé en lo mucho que la amaba, respetaba y admiraba. Lo mucho que le temía después. Y tuve la dolorosa certeza que cuando no estuviera - y sabía, que eso ocurriría a no tardar - el vacío será insoportable. Un estruendo en sombras en medio de una habitación vacía. Sentí que el dolor se me subía a la garganta, a los dedos. Y pensé que odiaba al mundo por arrebatarme a mi bisabuela, por robarme su historia, sus días y miradas. Por dejarme sin ella. Tomé una bocanada de aire para no llorar.

- Te quiero tanto - murmuré sin poder contenerme - ¡Como te quiero Bisca! Odio...

Odio que estés a punto de morir, odio que no pueda salvarte de ti misma. Odio no ser una bruja como la de los cuentos para curarte, para sanarte, para llevarte en brazos a la lozanía. Odio no ser más que una niña, una chica pálida y pecosa muerta de miedo a tu lado.

- ¿Sabes por qué escribían las brujas su Libro de las Sombras? - volvió a preguntar - ¿Por qué lo siguen escribiendo? Para sobrevivir. Para luchar. Para enfrentarse a la nada. Para enfrentarse a todo. Para no dejar que nada se pierda, nada muera en realidad. Para crear y levantar nuevos mundos desde los misterios. Para educar al futuro que aún no existe. Para levantar a cuestas el tesoro de una herencia que no te pertenece pero es de todas. Para seguir un hilo de historia.

Extendió la mano a ciegas. Se la tomé. Estaba caliente y seca, tenía fiebre. Quise tener su fiebre, quise obsequiarle mi salud. Quise que mi vida fuera de ambas. Quise secarle el sudor con viento fresco. Pero sólo era una niña sentada a su lado, pensando en su muerte. Temiendo su muerte. Llena de dolor por su ausencia que áun no ocurría.

- Así que escribirás para recordarte. Para recordar todo esto. Para verte reflejada, para temer los silencios. Para encontrar significados en todos ellos. Porque eres una bruja y eso es lo que hacen las brujas: enfrentarse al miedo a diario. Avanzar abriendo los brazos para abarcar el mundo. Mirar al infinito para escuchar el eco de sus pensamientos. Para soñar en silencio, para bailar en las noches de lluvia. Para buscar significado donde no parece haberlo, para perseguir a la Luna Llena y a la Aurora. Para tener secretos, para descubrirlos todos. Para correr por el bosque de sus pensamientos hacia la belleza.

Apreté los labios para no llorar. En mi imaginación, me inclinaba hacia la cama de mi bisabuela y al abrazaba con fuerza. Un gesto duro, fuerte, cálido. Un gesto de ojos apretados, del sabor de las lágrimas en la lengua. Pero sólo continué a su lado, mirándola, deleitándome con sus palabras. Atesorando cada una de ellas. Entonces ella hizo algo muy raro y muy poco corriente en su carácter duro y distante: extendió una de sus manos y tomó la mía. La apretó con firmeza, casi con sequedad. Pero había amor allí. Cuando amor, cuanta cálida paciencia, cuantas palabras que ya no podrían decirse, cuantas historias que nadie podría contar. Un abrazo misterioso y fuerte. Una última mirada entre ambas.

- Vete a jugar por allí - me soltó la mano. Sacudió la cabeza con impaciencia - quiero dormir.

Me levanté de un salto. Las lagrimas, tan cerca. No llores ahora. Apreté el libro que sostenía contra el pecho. Mi corazón latió y latió y senti que me quedaba sin fuerzas, pero a la vez, algo brillaba en mi interior.

- Escribiré - dije entonces. No la miré al decirlo. Tampoco al correr hacia la puerta y huir al pasillo. Pero sé que ella sonrío al escucharme o quizás, sólo lo imaginé con mucha fuerza que en algún lugar remoto entre la imaginación y la realidad, sucedió de verdad.

***


Seis días después de la muerte de la bisabuela, me senté frente a pequeño escritorio de madera con una hoja de papel y un lápiz en la mano. Aún había lágrimas que ocultar, mucho dolor que afrontar, pero también una cita ineludible. Una puerta abierta hacia mi imaginación. Tenía diez años, no sabía otra cosa que soñar, pero también sabía que había un camino que recorrer hacia el futuro, aunque en ese momento no supiera cual.

Escuché la ausencia de mi bisabuela, de su risa, de sus palabras. El corazón se me rompió en mil trozos desiguales, en cientos de pequeños fragmentos de dolor perdidos que me pregunté si alguna vez podría recuperar. Pero entonces me incliné sobre la hoja, con el lápiz apretado entre los dedos. El corazón latiendo tan rápido - tan viva -, la sangre de fuego de mil historias llenando cada pensamiento. Y sonreí, en medio de las sombras, en medio del parpadeo del último rayo de luz del día que moría. Y comencé a escribir.

"En casa de mi abuela, las escobas jamás se utilizaron para barrer, sino para crear y soñar..."

Una historia con infinitos rostros que flotan en las palabras.
Una herencia diminuta que canta en el viento.
La magia, como el nombre de las estrellas.

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