sábado, 2 de abril de 2016

La mordida de la manzana envenenada y otras historias de brujería.




Cardamom by NataliaDrepina


En una ocasión, una de mis compañeras de clase me gastó una de esas bromas que jamás se olvidan o al menos, que una niña de nueve años no olvida con facilidad: me arrancó de las manos el cuaderno donde dibujaba durante las horas muertas y lo mostró al resto de la clase. No había nada censurable en aquel montón de garabatos, intentos afanosos y torpes de recordar rostros, momentos y lugares pero fue vergonzoso que mis pequeños intentos artísticos fueran objeto de burla y risa en medio de un pelotón de treinta niñas desconocidas. La miré aterrada, mientras ella levantaba el cuaderno y lo sacudía para que nadie pudiera quitarle los ojos de encima. Flor, la única niña de quien era amiga,  se levantó del pupitre para ayudar pero alguien la empujó y la hizo tambalearse,. La algarabía general de risas y murmullos pareció aumentar. Ambas cruzamos una mirada petrificada de pura angustia y miedo.

- ¡Miren ese montón de cosas feísimas que se la pasa dibujando! - se burló en voz alta - ¡Y se cree una artista!

Me lancé hacia ella para intentar alcanzar el cuaderno, pero era una muchacha mucho más alta que yo y se limitó a ponerse en punta de pie. Sentí que las risas a mi alrededor me quemaban la piel. Los ojos se me llenaron de lágrimas involuntarias que no pude disimular. Eso pareció divertir aún más a mi torturadora.

- ¡Llora como boba! - se regodeó - ¡Llora como niña!
- ¡Te maldigo desde la Tierra! - Grité.

La verdad, no tenía la más mínima idea de lo que había dicho o de lo que podía significar. Había leído la frase en alguno de los libros de las Sombras de la casa y aunque me había parecido asombrosa y me desconcertó un poco, jamás pregunté que significaba en realidad. Lo que si sabía  - casi de manera instintiva - es que se trataba de una de esas frases que mi abuela jamás diría en voz alta o que aprobaría que yo dijera. O al menos, estaba casi segura de eso.

El salón de clases se sumió en un inmediato y helado silencio. La escena pareció detenerse: La niña y yo nos quedamos allí de pie, mirándonos una a la otra, ambas un poco aterrorizadas. El resto del salón se apartó un poco, como si mis palabras hubiesen tenido el efecto de un rápido y brusco empujón invisible. La incomodidad se me subió al rostro como ráfagas de calor carmesí y se mezcló con la cólera en una sensación abrumadora que muy pocas veces había sentido antes.

- La bruja te echó una brujería - murmuró alguien unos pupitres más allá y fue como si una ráfaga de voces y gritos me rodearan, sustituyendo el silencio anterior. Una marea de ojos muy abiertos y asustados me miró. Incluso Flor tenía un gesto preocupado y tenso en el rostro - ¡Lo hizo!

La niña que sostenía el cuaderno lo arrojó al suelo con un gesto de asco que me dolió en lo más profundo. Retrocedió, con las manos levantadas como si esperara que algún poder invisible la golpeara en pleno rostro. El resto de la clase aguardó entre un coro de susurros angustiados y punzantes, como abejas inquietas en medio de la luz y el calor del mediodía.

- No...hice nada. Sólo es una frase - balbuceé con la garganta cerrada de verguenza - no...
- ¡La bruja te lanzó una brujería! ¡Te vas a morir! - gritó de pronto una de las chicas del fondo, que jamás me había dirigido la palabra y que solía ignorarme con un gesto olímpico - ¡Te vas a morir!

Había una nota de histeria en su voz que jamás había escuchado antes y de pronto, al mirar a mi alrededor, comprendí que en realidad, todas las niñas del salón estaban realmente asustadas...por mí. Fue un pensamiento que me inquietó pero sobre todo, me hizo sentir curiosamente sola y aislada. Me incliné para recoger mi cuaderno mientras el resto de la clase me miraba conteniendo la respiración.

- Vamos a sentarnos - dijo Flor en voz bajita. La niña que se había burlado de mi había corrido a sentarse junto a sus grupo de amigas a la derecha del salón y me miraban con una mezcla de desconfianza y terror que me hizo más daño que sus risas - No las mires.

No lo hice. Me senté en mi lugar, junto a la puerta y procuré inclinar la cabeza sobre mis libros y cuadernos de clase. Pero el silencio de mis compañeras me siguió a todas partes como una presión dolorosa y siguió haciéndolo cuando Josefina, la maestra de biología entró para dar la clase del día.

- Estan muy calladitas hoy - se mofó con buen humor mientras abría el libro en el capítulo del día - eso me asombraría pero...
- ¡Agla le echó una brujería a Maria Eugenia! - se apresuró a gritar Gloria, la niña más popular de la clase a quien por alguna razón desconocida,   le caía muy mal - ¡Y ahora se va a morir!

Un murmullo aterrado recorrió el salón. La maestra de Biologia parpadeó  con una expresión de perplejidad que pudo parecer graciosa si la circunstancia no fuera tan seria. Se levantó del escritorio y se acercó a la fila de pupitres donde se encontraba el que ocupaba Ana María y unos cuantos metros más atrás, en el que yo  me sentaba. Nos miro a ambas con dureza.

- ¿Me pueden explicar que locura es esa?
- ¡Ella me dijo unas cosas horrorosas y me echó una brujería encima! - gritó Ana María antes que yo pudiera decir cualquier cosa - ¡Es una bruja y ahora me voy a morir!

Me quedé boquiabierta mientras la veía llorar sin lágrimas y sacudir la cabeza, aparentemente abrumada por una angustia inexpresable. Apreté los puños y pensé que además de maldecirla, debí darle un par de puñetazos en el rostro. Cuando la maestra se acercó a mi mesa, algo de lo que pensaba debió notarse en mi cara porque ella pareció de pronto muy furiosa y cansada.

- Agla ¿Qué tipo de comportamiento es ese?
- ¡Ella me quitó mi cuaderno! - exclamé enfurecida - ¡Se burló de mí y...!
- Asumiste que lo mejor que podías hacer era asustar a Ana María - me interrumpió. Puso los brazos en jarra e inclinó el cuerpo para mirarme cara a cara - eso es algo mezquino.

Flor levantó la voz para decir alguna cosa pero la maestra hizo un brusco movimiento con la cabeza y le obligó a callar. Me sentí pequeña, humillada y triste, sin saber cómo explicarle a la maestra que no había tenido otro remedio que defenderme y que aquella frase extravagante, era la única manera en que pude hacerlo. Sus ojos grises, de habitual amables y risueños, tenían un brillo casi amenazante.

- Ella me quito el cuaderno, se burló de mis dibujos, hizo que todo el mundo se riera de mi - murmuré de nuevo, con la garganta cerrada por la verguenza - y.. no supe que...
- Pudiste esperar que yo llegara y explicarme que ocurría, por ejemplo - dijo entonces la maestra, con un tono neutral que por algún motivo me pareció más peligroso que su expresión - y no armar este alboroto.

Conocía poco a la maestra Josefina. Tan poco claro, como al resto del colegio. Apenas acababa de llegar y lo único que tenía muy claro era que la disciplina en el colegio era muy bien vista y que las maestras estaban muy interesadas en mantenerla a cualquier precio. O al menos pensé eso del modo melodramático de una niña asustada. Tuve la impresión que Josefina se hacia más alta, que su rostro moreno y anguloso se convertía en una máscara de pura furia. No supe donde esconderme o que hacer.

Y sin embargo, seguía pensando que gritar la maldición había sido lo único que podría haber hecho para defenderme. Con diez años,  tenía muy claro que cualquier cosa era mejor que pasar por soplona y acusatea. Mucho más en un colegio nuevo donde ya se me tenía por rara, extraña e incluso directamente desagradable. Lo peor que podía pasarme es que además de todo eso, mis nuevas compañeras me etiquetaran como una de esas desagradables personas que van y le cuentan todo a la maestra de turno. Prefería encontrarme allí, humillada y furiosa.

- Agarra tu morral - dijo entonces Josefina - estás castigada.
- ¡Pero ella me robó mi cuaderno! - insistí escandalizada por la flagrante injusticia - ella...
- Yo decidiré que hacer con Ana María - me cortó - agarra tu morral y vamos a la dirección.

Me sobresalté. Jamás hasta entonces había hecho algo tan grave como para merecer un castigo semejante y eso que durante los últimos meses, había sacado de quicio a más de un profesor con mis preguntas y mi habitual nerviosismo. De manera que esto era realmente grave, me dije con el corazón dándome saltos en el pecho. Me mordí los labios para no responder alguna otra cosa que hiciera más complicada la situación y decidí obedecerla, a pesar que se me escaparon algunas lágrimas de indignación y furia. Toda la clase miraba el altercado entre asombrado y curioso y pareció dejar un suspiro de satisfacción colectiva, cuando tomé todas mis cosas y seguí a la maestra fuera del salón. Solo Flor, solidaria hasta el final, me dedicó un sacudón de manos lastimero cuando pasé por su lado.

No dije nada mientras caminábamos por el pasillo con paso rápido. Incliné la cabeza sobre los hombros y procuré mirar el cuero pulido de mis mocasines para evitarme las miradas de reproche y superioridad que me dedicaron todas las personas con quienes me tropecé.  Cuando finalmente llegamos al pequeño edificio de administración escolar, Josefina se detuvo y se volvió para mirarme.

- Sabes por qué te castigo ¿No? - preguntó. Su tono era mucho más amable que antes y esperanzada, levanté la cabeza. Parecía seguir disgustada pero no tanto como para darme otro sermón.
- No, la verdad no - admití envalentonada - supongo que por decirle esas cosas a Ana.
- ¿Qué le dijiste? ¿Sabes lo que significa?

Me encogí de hombros. Lamenté otra vez no haber leído un poco más de la frase en el Libro de las Sombras donde la había encontrado o haber preguntado a mi abuela - la sabia, la bruja - sobre qué podría significar. Así que me quedé allí, sintiéndome idiota mientras Josefina aguardaba aún sin abrir la puerta que conducía al salón de la dirección.

- Le dije "La Tierra te Maldiga", pero no sé que puede significar.

Josefina suspiró al escucharme decir aquello en voz alta y supuse que resultaba ofensivo incluso pronunciandolo todo en voz baja y pesarosa. Ladeó la cabeza con preocupación.

- ¿Lo dicen con frecuencia en tu casa? - preguntó.
- No, nunca. Y creo que nadie...me dejaría hacerlo.

Mi abuela era muy cuidadosa con las palabras. Tanto como para insistir en que todo lo que decíamos tenía mucho valor y sentido. En una ocasión me había dicho que las brujas construyen el mundo a través de la manera como lo conciben, de esas palabras que pueden definir y crear todo lo que nos rodea.

- Cada palabra tiene un valor enorme, personal y universal a la vez - me explicó sosteniendo su libro de las Sombras con reverencia - cada cosa que piensas y dices es un reflejo de no sólo como ves el mundo sino también, la forma como deseas comprenderlo. Una bruja siempre valorará cada cosa que construye a través de esa noción de poder. Desde su nombre a sus invocaciones, cada cosa que una bruja dice es una sentencia de fuerza, de voluntad y determinación. El corazón de una bruja es puro fuego, es una visión de la certidumbre que el futuro se manifiesta en cómo aspira levantarlo. Toda palabra conlleva una fuente de inspiración, una forma de compresión y una firme convicción de fe.

Claro está, yo no había entendido mayor cosa de todo eso pero si había llegado a una conclusión elemental: lo que dices es sumamente importante. Tuve una súbita sensación de vértigo: no imaginaba que diría mi abuela cuando le dijera lo que le había gritado a Ana María. Cualquiera fuera el motivo o la razón, seguramente se irritaría por cómo había utilizado el don de la palabra para defenderme como lo había hecho. Y mucho más aún, con palabras que pertenecían a otra bruja. Sentí un escalofrío de incomodidad subiéndome por la espalda. Esto se pone cada vez más complicado, me dije.

- ¿Y por qué lo hiciste entonces?
- ¿Por qué le importa tanto lo que dije y no lo que hizo Ana María? - le pregunté, aunque por supuesto, ya sabía la respuesta. Lo que había estado mal, a pesar de mis intentos por disimularlo o incluso simplemente ignorarlo. Y eso no lo cambiaba nada, ni siquiera el comportamiento de Ana María.
- Me importa exactamente igual lo que las dos hicieron.  Pero lo que tu hiciste me preocupa porque se trata de utilizar lo que crees y lo que confías para atacar a los demás. Desde que llegaste aquí, no has hecho otra cosa que intentar demostrar que eres una niña inteligente que su familia educa de manera distinta. ¿Y ahora haces algo así?

Me quedé sin saber que decir. Jamás me había percatado que Josefina notara esas cosas, mucho menos que le preocuparan. Como todos los demás maestros, solía reír en voz baja ante lo que llamaba "mis excentricidades" y olvidarlo tan rápido como si jamás hubiesen sucedido. De hecho, tenía la impresión que me encontrara a solas en un trayecto complicado y la mayoría de las veces muy desagradable. Desde que había llegado a la Escuela, me había encontrado no sólo con la rara situación de tener que explicar quien era yo sino además defenderme de una serie de situaciones que muy pocas veces sabía como enfrentar.

Para empezar, estaba el hecho que mi abuela me animaba a llamar las cosas por su nombre, así que desde el primer día de clases no había dudado en explicar a quien quisiera escucharlo que todas las mujeres de mi casa eran brujas. Así, sin más, con esa simplicidad con que un niño resume el mundo. Brujas de brazos llenos de flores, de rostros sonrientes. Mujeres sabías que sabían leer el viento y conocían el lenguaje de los árboles. Pero también mujeres muy listas que vivían su vida con la entera convicción de encontrar sus propias respuestas y manera de crear. Era algo hermoso, preciado. Un tesoro que llevaba a todas partes para defenderme de los días tristes de aquel lugar extraño donde todo el mundo me miraba con una profunda desconfianza. Desde que había llegado al colegio, me había enfrentado a diario contra las miradas de temor, la forma en que la mera idea de la magia - al menos como yo la entendía - parecía asustar y desconcertar al ejercito de niñas desconocidas a la que quería agradar. Había sido una etapa complicada, abrumadora y dolorosa.

En una ocasión, le pregunté a mi abuela por qué mi mamá había insistido en que estudiara en un colegio católico, siendo que nuestras creencias eran por completo distintas. Mi abuela me miró por encima de sus anteojos de leer.

- No fue su idea, fue la mia.
- ¿Qué? - tomé una bocanada de aire, dolida y furiosa - ¿Por qué? ¡Tu también eres bruja!

Y tanto. Mi abuela era quizás la bruja más hermosa y tradicional de la casa, con su cabello largo y trenzado, su voz serena y sabia, su extraña manera de ver el mundo. No entendía por qué había decidido que me enfrentara a ese lugar hostil, donde la mera mención de la palabra que mejor nos definía, ofendía a todo el mundo.

- Lo soy, claro. Pero también como tu, formo parte de una cultura muy variopinta y ecléctica. No podemos vivir limitados por nuestros puntos de vista. Parte la libertad de pensamiento, pasa por encontrar la manera de mantenernos íntegros en medio de las situaciones incómodas. El mundo no es un lugar simple y parte de su complejidad es la diferencia. Y quiero que lo aprendas.

Me quedé enfurruñada y callada. Abuela se inclinó y me acarició las mejillas con ternura.

- No hay nada que no pueda enfrentarse con inteligencia y buen humor. Y ya sabes lo que siempre digo: Una bruja es fuerte en la medida que se enfrenta así misma.

Recordé esa escena allí de pie, junto a Josefina, con otras tantas que podían resumir mi experiencia durante los seis meses que llevaba estudiando en el colegio. Las miraditas sobresaltadas, las preguntas mal intencionadas. Pero también, los momentos en que alguien me había mirado entre la sorpresa y la amabilidad. Me dolió pensar que quizás Josefina llevaba razón y que todos mis esfuerzos habían quedado en nada ahora por lo que había hecho esa tarde.

- Lo que somos es esencialmente bueno - dijo entonces Josefina, con una de sus habituales miradas amables - te llames bruja, inmigrante, extraño, desconocido. No importa las cosas que nos hagan ser quien somos, mientras podamos enorgullecernos. Y hoy, tu utilizaste eso especial en ti, eso fuerte y bonito, para ofender y herir. Eso me parece más grave que una broma de mal gusto en un salón de niñas gritonas.

No respondí. ¿Qué se puede responder a algo semejante? Sentí que la rabia se disolvía en algo más amargo y pesaroso y cuando Josefina abrió la puerta de la dirección, entré sin que tuviera que indicarmelo con paso firme. Ella me dedicó una sonrisa amistosa y me apretó el hombro en un gesto casi afectuoso.

- Quédate aquí y piensa en lo que hiciste. Somos más valiosos que nuestros errores.

La vi alejarse por el pasillo, aún escuchando sus palabras como si las estuviera repitiendo en voz alta. La novicia asistente de la directora chasqueó la lengua cuando me tardé demasiado en la antesala.

- ¿Vas a entrar o qué? - me dijo con un tono petulante muy poco caritativo - no tenemos todo el día.

Cerré la puerta. A través del cristal tuve la impresión que Josefina me dedicaba una última mirada rápida antes de desaparecer en la esquina del pasillo.

***

Abuela me dedicó una larga mirada dura mientras le contaba en voz baja el motivo por el cual me habían castigado. Me escuchó con los brazos cruzados, sentadas ambas en la mesa de madera de la cocina.

- Y entonces le soltaste a esa niña lo primero que se te vino a la cabeza - dijo. Su tono duro y severo me asustó un poco. Jamás lo había escuchado antes - Una frase que no tienes idea qué significa.
- Sí - admití. La verguenza me coloreó las mejillas - me castigaron por eso.

Silencio. Abuela tomó su taza de café y miró el reflejo de la luz del sol en el oscuro líquido. Su rostro tenía una expresión muy parecida a la que tenía Josefina esa mañana.

- ¿Qué significa esa frase? - pregunté bajito.
- Es una maldición. Una forma de utilizar la voluntad personal en perjuicio de alguien más - dijo sin más, con esa sinceridad suya que siempre me sorprendía y agradecía. Mi abuela respondía a mis preguntas con franqueza y explicándolo todo con detalle, como si no le importara mi edad o incluso, lo poco que pudiera comprender de lo que decía. Solía insistir que todos merecemos la verdad - antiguamente, se creía que una maldición podía hacerle daño a alguien, que era una herramienta para expresar odio, resentimiento y furia.

Me quedé asombrada por lo que mi abuela acababa de decir. Aunque sabía que maldecir era una grosería terrible, no tenía idea que pudiera implicar tantas cosas. Me quedé inmóvil, sintiendo la taza de café con leche enfriarse entre mis dedos.

- Es algo...malísimo, entonces - balbuceé con torpeza. Abuela enarcó una ceja.
- Aglaia, el bien y el mal son ideas morales que dependen de nuestras decisiones y nuestra interpretación del mundo - respondió - Una bruja no piensa en el bien y en el mal cómo se lo indica la cultura donde nació o como lo interpreta alguien más. Una bruja mira el mundo desde su forma de razonar las ideas. De comprender los límites de respeto y valor que le rodean. El bien y el mal son reflexiones morales y como tales, dependen de nuestra mirada al mundo.

"Una maldición expresa odio, resentimiento y dolor. Maldecir "por la Tierra" implica que denigras del origen, los antepasados e incluso la historia de la persona a quién dedicas una frase semejante. Que infravaloras y menosprecias los sentimientos que le brindas sentido a su vida. Cada palabra es un mundo, una forma de crear y construir ideas, de elaborar formas de pensamiento que trasciendan a ti mismo. Y usarlas así, es cuando menos preocupante."

Sentí una profunda sensación de tristeza mientras escuchaba a mi abuela. Sí, Ana María había hecho algo ridículo y humillante, pero ni en sueño podría desear cosas terribles y dolorosas para ella sólo porque se había reído de mis garabatos. Era un comportamiento malcriado y grosero...pero lo que decía mi abuela era algo más. Mucho más duro, complejo y oscuro que mi mente de niña no podía abarcar.  Tragué aire, tratando de ordenar mis ideas.

- ¿Y funcionó? - pregunté asustada - ¿Le hice algo diciéndole algo así?
- Recuerda que la magia y la brujería es una forma de comunicación de ideas. Más allá de la superchería y los temores culturales que se le achacan, la brujería es una transmisión de tradiciones y costumbres que forman parte de una interpretación del mundo. Como toda Arte mágica, depende de tu voluntad, intención y la manera como manejas tus ideas.

"Me cuentas que la niña se asustó, que todas tus compañeras te miraron aterrorizadas. Entonces sí, conseguiste un efecto, cambiaste lo que había a tu alrededor con palabras. Eso es algo que pueden provocar las palabras, con su poder y su forma de elaborar ideas nuevas."

- ¿Se va a morir Ana María? - pregunté escandalizada. Mi abuela ladeó la cabeza y apretó las comisuras de los labios, como siempre hacía cuando estaba a punto de reír. Extendió las manos y tomó las mías.
- No, pero si estará asustada y pensará que puede morir, lo cual no debería pensarlo jamás una niña.


Suspiré aliviada. Miré por la ventana de la cocina la tarde rosa y dorado que convertía la ciudad en un Diorama brillante. Mi abuela estrechó mis dedos entre los suyos.

- Una bruja es poderosa en tanto puede crear poder y fuerza a través de todo lo que sabe y lo que construye - dijo por último - piensa en que puedes hacer para no sólo enmendar eso que te preocupa tanto, sino además, comprender el valor que tiene tu compromiso con el valor de la palabra Bruja.

Se levantó y dejó mi taza y la suya en el fregadero. Entonces me dedicó una última mirada amable.

- Lo bueno de la magia, es que tiene la enorme capacidad de celebrar su valor cada vez que una bruja recuerda la importancia de ser fiel a sus principios, cualquiera que estos sean.

Cuando me quedé sola en la cocina, el eco de esas palabras me acompañó hasta que el último rayo de luz de la tarde se esfumó y me quedé a oscuras entre el olor de las especias y las plantas que flotaban a mi alrededor.

***


Cuando me puse en pie en medio del salón, todas mis compañeras me miraron boquiabiertas. Durante toda la mañana, me habían evitado y la mayoría de ellas, parecían sobresaltarse cuando me veían pasar o incluso, les dirigía casualmente la palabra. Incluso Flor, la única niña con que me llevaba bien en la Escuela, se mostraba un poco recelosa, evitando mirarme a los ojos y respondiendo con monosílabos cada vez que le dirigía la palabra. Supuse que la noticia que Ana María moriría a no tardar victima de una maldición misteriosa se había propalado con la suficiente rapidez como para que todas las alumnas de tercer grado, incluso algunas de otras secciones con sólo conocía de vista, murmuraran señalándome por los pasillos. No ayudaba mucho que Ana María diera saltos cada vez que me veía o que inclinara la cabeza para cuchichear con una de sus amigas, para luego dedicarme miradas asustadas. Así que no me sorprendió sus rostros un poco contraídos y casi temerosos cuando me quedé muy erguida en mitad de la clase de biología, con las mejillas calientes de pura desazón.

- ¿Todo bien Agla? - me preguntó Josefina. Alguien carraspeó y escuché con toda claridad que alguien pronunciaba en voz baja y aterrorizada la palabra "bruja".
- ¿Puedo decir algo al resto de la clase?

Josefina guardó silencio, extrañada y me pareció, incluso un poco incómoda. Finalmente me dedicó una sonrisa severa.

- Sí, claro. Te escuchamos.

Ahora que estaba allí, no sabía que decir. Me apreté las manos contra el vientre y sentí el miedo subiendo en oleadas por mi piel, calentando la piel de mis orejas y haciéndome sentir muy pequeña. Tomé una bocanada de aire.

- Lamento haber dicho lo que dije ayer - comencé con voz casi firme - sonó como algo raro y maligno...y fue una grosería. No debí hacerlo.

Silencio. Nadie parecía muy interesado en escuchar mis disculpas, pero si en mirarme con atención y curiosidad. Me obligué a continuar.

- No debí decirle algo así a Ana María: Lo hice para asustarla, porque estaba furiosa y no se me ocurrió otra cosa que dejara de fastidiarme  - seguí - fue por pura angustia, porque no quería que nadie viera mis dibujos. Lo que dije es una frase que leí por allí y no sé sabía que significa.

- Lo hiciste para matar a Ana María - dijo con tono severo Gloria. Sacudió su brillante cola de caballo rubia en un gesto despectivo - todas lo vimos.

- Una palabra no mata, pero si asusta y produce dolor - le expliqué - la gente de mi casa cree que tenemos el poder de hacer cosas a través de las ideas. Que la mente es un buen lugar para muchas cosas buenas. Pero también hay unas que no son tanto. Lo que dije es de esas cosas que uno dice con mucho miedo y angustia.

- Pero ¿No hace nada entonces? - preguntó Flor. Y tuve la impresión que hacia la pregunta tanto para ella como por todas las niñas que me miraban. Sacudí la cabeza.

- Hizo algo, le dio miedo a Ana María.

- Pero cualquiera asusta a Ana María - dijo una de las niñas del fondo y se echó una risita - eso no es gran cosa.

Ana María se mordió los labios y le lanzó una mirada envenenada. La niña que había hablado la sostuvo sin inmutarse.

- Pero...¿Y entonces no la va matar ni hacerle una cosa gravísima? - insistió alguien más. Me encogí de hombros.

- El miedo es una cosa gravísima - dije entonces - para mis creencias el miedo te impide hacer cosas, te hace decidir cosas que no son buenas para ti. Así que si hace algo.

Nadie dijo nada y me pregunté si me habían comprendido. Josefina decidió que era buen momento para carraspear la garganta y dirigir la atención a su escritorio.

- Ya Agla se disculpó y me parece muy lindo lo que dijo - dijo con su habitual tono pausado y sereno - ¿y Tu Ana María? ¿Te disculpas por reírte de su cuaderno y hacer que todo el mundo se burlara?

Ana María apretó la boca y pareció de pronto muy interesada en sus rodillas pálidas. Sabia que Josefina la había castigado a dos días sin recreo y aunque seguía pareciéndome injusto - a mi me habían castigado por casi una semana entera - me alivió saber que había recibido su merecido. Así que también quería escucharla disculparse como yo lo había hecho.

- No lo haré más - soltó finalmente, con evidente fastidio. Josefina soltó aire por la nariz, como hacía cuando se disgustaba.
- ¿Y que más?
- Disculpa por meterme contigo, Agla.

Sonreí. Escuché risitas y comentarios medio susurrados a nuestro alrededor. El resto de la clase pareció haber llegado a su nivel más alto de atención y empezó a perder interés no sólo en mirarme, sino en toda la escena. Muy pronto el cuchicheo y el acostumbrado alboroto del salón se hizo tan evidente que comprendí que simplemente lo sucedido se había diluido en la habitual algarabía del salón de clase. Sentí tanto alivio que cuando me senté, sentí vértigo.

- Oye estuvo muy bien eso que dijiste - me dijo Flor, inclinándose hacia mi pupitre - igual que tonta por asustarse por un berrinche ¿No?

Decidí no mencionar que ella también se había asustado y me pregunté si esa prudencia recién nacida, era otras de las cosas que había aprendido en medio del percance. Me hizo reír la posibilidad.

***

Cuando la clase acabó, Josefina se acercó a mi pupitre. La mire entre expectante y asombrada. ¿Ahora en que problema me había metido?

- Fue muy valiente lo que hiciste hoy - dijo. Y me dedicó una de sus sonrisas de verdad, amable y llena de dientes brillantes y muy blancos - Es una forma de aprender.

No supe que responder a eso, si es que tenía que hacerlo. Ella me dio un rápido apretón en el hombro y siguió caminando hacia la puerta del salón. Se volvió para dedicarme una última mirada.

- Ten un buen día, brujita.

Nadie me llamaba así, a no ser mi familia y unos cuantos de mis amigos. Escucharlo decir a una de mis maestras no sólo me dejó asombrada sino también, un poco sobresaltada. Pero cuando quise preguntar por qué lo hacía - sin temor a las monjas o al resto de las niñas que quedaban en el salón y que siguieron la escena con ojos muy abiertos - ya caminaba con su paso lento y ruidoso por el pasillo hacia el jardín.

Tendrían que transcurrir muchos años hasta que Josefina, ya convertida en una anciana de rizos canosos, me contara el motivo de aquella tierna frase. Pero esa es otra historia que prometo contar después.


***

"Para una bruja, toda palabra es un mundo" comencé a escribir en mi libro de las Sombras esa noche. Y quizás esa fue la frase que no sólo conjuró el miedo que me había causado la maldición sino que me mostró que el poder de nuestra imaginación es mucho más fuerte que otra cosa. Una puerta abierta hacia mi espíritu. Una manera de soñar con los ojos abiertos. Una personal celebración.

Porque para una bruja, crear es una forma de magia.
Y la palabra, la resume toda.

C'est la vie.

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