lunes, 30 de septiembre de 2013

La Guerra económica o la ópera Bufa de una revolución Inexistente.




No sé mucho sobre economía. O mejor dicho, tengo los conocimientos básicos que puede tener cualquier ciudadano que se interesa por lo que ocurre en su país en un momento tan crítico como el que padecemos. Ya no hablamos de partidismo, ni tampoco de ideología. Me refiero en concreto a una situación especialmente grave que compromete nuestro futuro, nuestra manera de construir el presente. Pienso en eso a diario, como ciudadana que padece la coyuntura y también, como testigo de un momento histórico que se construye a través de una visión distorsionada de nación. Y a diario, también, lamento que esa visión de País, de la Venezuela que se desmorona tenga que analizarse a través de los extremos de un discurso efectista e insustancial, que deba el filtro de lo político para ser asimilada. Quizás simplemente comprendida.

Hace un par de días, me encuentro en un Supermercado de la ciudad, luego  de realizar el inevitable recorrido por varios establecimientos para intentar comprar los artículos de primera necesidad. La historia de todos los días: La escasez ya no se disimula. Es cosa de todos los días. La larga fila hacia la caja registradora avanza con lentitud. Doy un par de pasos cortos y me detengo, entre irritada y agotada. Como muchos otros venezolanos, me acostumbré sin querer - a regañadientes, bajo protesta -  a este pequeño ritual semanal de las compras incompletas, de la escasez evidente y de la sensación de desamparo que te produce una austeridad incomprensible. El resto de los clientes parecen tan preocupados como yo. Con el rostro cansado y tenso, avanzan en silencio, sin mirarse unos a otros. ¿Vergüenza compartida? Quién sabe ¿Qué ocurre que todos soportamos esto lo mejor que podemos? Pienso con los dientes apretados ¿Qué nos hace mirarnos en el fino limite entre la desazón y la incertidumbre? Miro las pocas compras que logré hacer: Un par de paquetes de azúcar - todo un descubrimiento inesperado -, unas cuantas verduras, paquetes de arroz, un caja de cereal. Y pienso en la agría resignación que siento, la sensación de aceptar una idea inevitable que me lleva esfuerzos digerir: sobrevivo a una revolución que no es mía, que quizás no existe. A una debacle que lentamente consume los últimos rasgos de normalidad de un país doliente.

Una vez junto a la caja registradora, me llevo un sobresalto por lo que debo paga. Es casi el triple de lo que me costaron los mismos productos - e incluso algunos más - hace un par de meses. Le hago el comentario a la Cajera, que me mira con cansancio y sonríe. ¿Cuantas veces escucha al día los mismos comentarios?  ¿La misma ira contenida?

- ¡Eso es la guerra económica que nos jode! - grita alguien. Miro a mi alrededor. Un hombre de franela roja que no deja dudas de su afiliación política me mira desafiante. A mi alrededor, el resto de los clientes vuelven la cabeza, incómodos e incluso un poco amedrentados. Los comprendo. Casi me callo en esta ocasión. Casi ignoro la provocación y regreso a la realidad simple, al silencio exhausto del ciudadano corriente. Pero por algún motivo que aún no comprendo bien, no lo hago. Tal vez simplemente, no puedo hacerlo.

- ¿Cual guerra económica? - pregunto. El hombre suelta una risotada. La cajera inclina la cabeza, incómoda. El resto de los clientes desvían la mirada. Y me pregunto ¿Cuando nos acostumbramos a cuidar lo que decimos? ¿Como definir esta especie de censura doméstica, de silencio inevitable que todos padecemos? Somos victima de la violencia urbana pero también de uno mucho más inquietante: la Violencia de la protesta que se calla, la que no se expresa. ¿Cuando ocurrió esto?

- Esa que nos tienen aplicada los burgueses y empresarios - grita - esa que hace que todo esté caro. El gobierno…

- ¿A los mismos burgueses que les quitaron las tierras? - le interrumpo. Aprieto los puños tratando de contener la ira. Intento recordar que el hombre - el rostro cansado, con barba - es otro venezolano como yo, con el mismo derecho a la opinión y al debate que tanto reclamo para mi misma. Pero me lleva esfuerzos calmarme, encontrar un equilibrio entre el debate y la discusión. Soy el enemigo, pienso, con los dientes apretados y el rostro enrojecido, para este hombre desconocido, para este ciudadano venezolano  - un compatriota más - no soy un contricante ideológico. Soy parte de esa idea general de incertidumbre y terror que llena Venezuela.

- Para dárselas al pueblo - dice. Un silencio tenso e incomodo se extiende por todas partes. Varias cabezas se asoman de las otras filas, observando con interés. Veo disgusto en algunos rostros.

- ¿Por qué este paquete de azúcar es de Colombia? - insisto - ¿Por qué no encontré papel de baño? ¿Por qué no pude comprar Harina Pan?

- Los empresarios…

- ¿Quién controla los dolares? - la ira me sube al rostro. Las mejillas de arden de frustración mal contenida. Esa discusión no tiene el menor sentido, no llegará a ninguna parte y lo sé muy bien. Pero no puedo contener, no quiero contenerme, quizás. Y es que todos somos cómplices de la excusa barata, de la ideología  superficial que sustituye lo racional. O probablemente solo se trate que no tengo paciencia para mirar a Venezuela desde el cristal de las versiones y las opiniones. La realidad es una y todos la estamos padeciendo, no importa el color de la camisa que lleves.

- ¡Yo no gano en dolares! ¿Qué tiene que ver esa mierda con esto?

- Los productos que se compran en el exterior se compran en dolares. Y el Gobierno solo subsidia con CADIVI una muy pequeña parte de todo lo que se necesita - explica una mujer. Es una de los clientes de la fila junto a la mía, que escucha la discusión con mucho interés - todo lo demás se paga al dolar negro.

- ¡El presidente está luchando contra los especuladores! - carga de nuevo el hombre de la camisa roja. La cajera suelta una risotada y de nuevo, inclina la cabeza. Pero ese única carcajada - seca, sin alegría -  es tan evidente que la comprendo sin necesidad de otra palabra. Miro a mi alrededor: no hay un solo rostro en el supermercado que no nos esté mirando. Y en cada rostro leo la misma frustración que siento, la misma necesidad de enfrentarnos a esta resignación sorda que amenaza con ahogarnos.

- Venezuela no produce nada, todo tenemos que comprarlo a otros países - dice alguien más, un hombre de anteojos que empuja un carrito casi vacío a unos pasos de donde me encuentro - Todo lo que comemos y usamos, es importado. Y por eso es tan costoso. ¿Cual guerra económica hablas tu? Aquí lo que tenemos es pobreza.

Un murmullo de aprobación recorre al grupo que nos rodea. ¡Que desamparo, esta sensación de cansancio, de desconcierto que compartimos! El hombre de la camisa roja parece cada vez más pequeño, disminuido en medio de esta realidad de las bolsas pequeñas y costosas, de los rostros tensos a su alrededor. Y tal vez por ese motivo, luego de insultarnos a todos a gritos, sale del supermercado. Lleva solo una bolsa, ahora lo noto: un par de latas de atún. Y me duele su pobreza, pero aún más, la estafa histórica de la que es victima y que padece tanto como yo.

Nadie dice nada después. Cuando salgo del supermercado, la mujer que intervino en la discusión me alcanza. Me aprieta el brazo amistosamente.

- Es valiente hija.

- Estoy cansada, nada más - le digo. Y es  verdad. Ella suspira, mira a la calle llena de transeúntes, el caos automotor de la calle congestionada y quizás piensa lo mismo que yo: ¿Qué ocurre ahora mismo en Venezuela? ¿A donde vamos? Huérfanos de un gentilicio, sobrevivientes de un ideal que jamás existió.

Una Venezuela sin dolientes, un país anónimo que se desploma lentamente en su propia necesidad de evasión.

Así estamos.

Esta es Venezuela.

domingo, 29 de septiembre de 2013

Noche de Tormentas: El rostro oculto de la Luna.





De vez en cuando sueño con tormentas. La imagen siempre es muy parecida: de pie, miro acercarse las nubes enmarañadas de oscuridad. El sonido de los truenos parece sacudir el mundo y más allá, las ráfagas de lluvia ondulan con fuerza, una cortina pálida que lo cubre todo, que lo suaviza, lo acaricia, le arrebata el nombre. En el sueño, siento miedo, pero también maravilla. Los rayos púrpuras se abren parpadean entre el plata de las gotas y brillan, tan radiantes que entrecierro los ojos. Y el olor de la vida que renace, que vibra en medio de la naturaleza violenta y nítida. Cuando despierto, tengo los puños apretados contra la almohada, la frente empapada de sudor. El corazón me palpita muy rápido y me pregunto si será miedo o simple emoción. Nunca lo he sabido con claridad.

Una vez leí que las tormentas ocurren con más frecuencia en Luna Nueva. En brujería, le llamamos Luna Oscura, y simboliza el lado secreto de la Diosa, ese rostro misterioso y quizás hasta peligroso, que representa las sombras que habitan en cada uno de nosotros. Es una idea que siempre me ha parecido hermosa, en su fuerza y su poder de evocación. La divinidad que posee una dimensión de compresión de la crueldad, el temor, ese lado imperfecto en el espiritu del hombre. De manera que me parece muy apropiado que las tormentas más formidables, las que sacuden la tierra con su poder y belleza, ocurran en la oscuridad de la noche sin luna, en ese diorama silente que crean las gotas al caer. Ese brillo melancólico del miedo, que se entrelaza con el tiempo y una manera de soñar.

Luego de la muerte de mi abuela, transcurrió mucho tiempo antes que me atreviera a celebrar la luna otra vez. No deseaba hacerlo. Había perdido la motivación quizás, llegué a concluir en esa tristeza pastosa que durante meses me sofocó. A pesar de mis intentos por intentar recuperarme de esa sensación de ausencia infinita, no lo logré. Era como encontrarme a solas, quebrantada sin encontrar una manera de recomponer los pedazos rotos. Recuerdo que intenté empujarme a mi misma fuera de mi mente, de recuperar la necesidad de hacerme preguntas y construir un mundo de imágenes y palabras a mi alrededor. Pero no pude. Me tendía en mi cama por las noches para mirar la oscuridad y me preguntaba, en esa quietud simple de la madrugada, si algo estaba roto definitivamente en mi interior. Si esa pequeña puerta hacia los jardines radiantes de mi imaginación, hacia ese mundo extraordinario lleno de sueños y esperanzas que solía aspirar construir, estaba cerrada para siempre. Y el pensamiento me aterrorizaba, me apretaba el pecho de una manera casi dolorosa. Con los dientes apretados para que nadie me escuchara llorar, me preguntaba como podría abrirla de nuevo, si había siquiera una posibilidad de hacerlo. La respuesta me daba miedo, me hacia sentir incluso más sola. Era como haber perdido un fragmento de mi espíritu y con frecuencia, me preguntaba si era irreemplazable.

Volví a soñar con las tormentas. Eran extraordinarias, retumbaban en las paredes de mi mente con fuerza. En el sueño, yo ahora corría, entre la lluvia, a ciegas en la oscuridad. Corría gritando y llorando, aunque no sabía por qué, con las manos extendidas al frente, temblando de frío y de miedo. Y de pronto, como una explosión de luz, un rayo abría el cielo nocturno en dos mitades perfectas. Había un silencio nítido y luego, el eco del trueno, retumbando en todas direcciones, elevándose en un espiral de fuerza más allá de los limites de mi imaginación. Despertaba sentada en la cama, temblando por completo, las manos apretadas contra el pecho. En la oscuridad quieta del filo del amanecer, casi podía escuchar ese trueno mítico, imposible, susurrando entre los primeros hilos de luz.

¿Que querría decir el sueño? Me preguntaba durante el día, nerviosa e intranquila. ¿Tendría alguna relación con mi tristeza? ¿Era la forma como mi mente expresaba lo muy cerca que me encontraba de la desesperación? Mi tía L. no lo creía.

- La tormenta simboliza tu necesidad de encontrar una respuesta a tus preguntas - dijo. Nos encontrábamos en su taller de escultura. Iba con mucha frecuencia desde hacia varios meses y me acostumbré a verla trabajar, inclinada sobre su mesa de madera, las manos y los brazos manchados de arcilla y barro. Había algo fascinante en la manera como creaba belleza a partir del caos, con los ojos brillantes de excitación y las mejillas coloradas. Un poder misterioso.
- ¿Preguntas? No tengo ninguna pregunta - dije. Y por supuesto, sabía que no era verdad, pero no sabía como explicarle mis cuestionamientos, la sensación que cada cosa que hacia formaba parte de una gran y única interrogante: ¿Como podría sobrevivir a mi propio desconsuelo? Recordé esa frase extraordinaria de Chejov, en su cuento "Melancolía" que jamás había entendido muy bien: "¿A quién podría entregar mi tristeza"?. Ah, esa soledad de la lágrima rota, de la palabra muda.
- Tienes todas las preguntas - insistió tia - las tienes y duele no tener las respuestas. Te preguntas, si podrás afrontar la muerte de Celia finalmente, como continuar por tus propios medios. Te duele el pensamiento que no puedes comprender lo absoluto de la muerte, que no puedes abarcarlo. La ausencia sin respuesta.

No dije nada. No sabía como poner en palabras la soledad ciega que me atormentaba a toda hora. Recordé las tardes de deambular en la biblioteca de mi abuela, atormentada por la angustia, abriendo libro tras libro sin comenzar a leer ninguno. Las noches de mirarme al espejo sin reconocerme. La cámara muda, retratando un rostro que no era el mio. La mujer borrosa de las fotografías, el cabello largo enmarañado acariciando las mejillas pálidas. Me sobresalté cuando L. me llamó por mi nombre. Cuando levanté el rostro, la noté preocupada.

- Tu abuela era una mujer fuerte - dijo. Acariciaba una bola de barro con cuidado, apretándola con delicadeza, delineando las curva de un cuerpo que no acababa de nacer - era una mujer extraordinaria y comprendo que la extrañes. Pero ahora, debes decidir que debes al pasado y que buscas en el futuro. El presente está a tus pies, hecho escombros. Decide que conservar y arrojar lejos.

Siguió apretando la bolsa de arcilla. La vi tirar de ella, estirarla, acariciarla con los dedos abiertos. Y de pronto, la arcilla pareció florecer, crecer, convertirse en una provocación y una promesa. Cuando me extendió la pequeña máscara, no la reconocí. Era una mujer joven, de ojos grandes y tristes. Los labios apretados.

- Ven a romperla cuando te hayas liberado de ti misma - murmuró. Apreté los labios para no llorar. Aun no supe si logré hacerlo.

La tormenta aúlla en la noche. Palpita en la oscuridad. La lluvia se enreda en el silencio, cada vez más abundante, plateada y olorosa. Y despierto, temblando, los ojos muy abiertos, las manos apretadas contra el pecho. El sonido de la lluvia parece llenarlo todo, crecer a mi alrededor.

Abro la ventana. La ráfaga de lluvia me golpea el rostro. Tomo una bocanada de aire, impregnada de las historias del viento, del fuego del rayo y el poder del sonido del trueno. Cuando corro al jardín, estoy llorando. Llorando como he querido hacerlo durante meses, como lo he necesitado desde el último adiós. Levanto los brazos y grito, con todas mis fuerzas. Me pierdo entre el sonido de los truenos, el espiral de luz de los relámpagos y por un instante interminable, no sé si estoy soñando o estoy despierta. Y no me importa. Porque el dolor me abre el pecho, escapa de mi, me desborda, me supera. Y es dolor radiante, del de todos los recuerdos perdidos, de entre todos los sueños rotos y el temor. Siempre el temor. Caigo de rodillas, mirando la tormenta, y grito de nuevo y esta vez si escucho mi grito, a todo pulmón, salvaje y liberador.

Creo que estoy dormida, sobre la hierba mojada con olor a sueños, entre fragmentos de pensamientos que no llegan a completarse. Cuando mi tia E. se inclina sobre mi y me acaricia el rostro, no la miro. La paz que disfruto, allí, perdida y cansada, es solo mia. La necesito, la paladeo con tranquilidad. Ella aguarda, comprensiva, con sus grandes ojos amables, comprensivos. Finalmente, levanto la mano, buscando la suya. La encuentro extendida, cálida y reconfortante.

- Vamos adentro - murmura. Me cubre con una manta seca. Que reconfortante - ya vas a estar mejor.

Lo estoy, pienso. Caminando por el jardin que me miró llorar, pienso que puedo respirar. El pecho se me abre enorme y cuando respiro, creo que absorbo la noche y las estrellas. Que delicia, esta sensación de elevarme más allá del dolor. Mi tia me abraza, un gesto silencioso y fuerte, que agradezco más que cualquier palabra.

Tia L. no se sorprendió al verme en su taller al día siguiente. No me hizo ninguna pregunta tampoco: solo sonrió, a su manera complice y secreta. Caminamos juntas por su taller hacia la pequeña habitación donde colgaba sus piezas terminadas. Mi rostro en arcilla me miraba desde la pared. Lo tomó con delicadeza y lo me lo extendió. Lo sostuve, con una rara sensación de emoción y tristeza.

- Liberate - murmuró L.

El sonido de la arcilla al romperse en la habitación vacía se me pareció un poco al fragor de los truenos: un sonido hermoso y amplio, ondulante y lleno de significados. Me incliné para tomar uno de los trozos de la mascara rota. Mi ojo sin pupila me miraba flotando en ese silencio enorme de la perdida.

- Estaré bien - le dije. Me dije. Le dije al Infinito - soy libre.

Esa noche eleve los brazos hacia la noche sin Luna. El cielo opalino vibrando a mi alrededor y más allá, el consuelo de una idea que nace y se crea así misma, más allá del dolor.

La Luna sin rostro:


Durante la fase de la Luna oscura, suelen llevarse a cabo rituales que propicien la fuerza de voluntad, el conocimiento del mundo interior. En algunas tradiciones, es también un ritual de Luto, de silencio y de introspección. Mi favorito es el siguiente:

Necesitarás:

2 velas blancas.
7 hojas de Laurel.
Un cuenco para quemar.

Disposición:


Coloca las velas a tu izquierda y derecha respectivamente y frente a ti, el cuenco para quemar con las hojas de Laurel en su interior. Cierra los ojos y concéntrate en el ritmo de tu respiración. Toma largas y profundas bocanadas de aire, mientras percibes como todo tu cuerpo se relaja paulatinamente. Al cabo de unos minutos, abre los ojos y enciende la vela a tu derecha invocando de la siguiente manera:


"Gran Madre de plata,
Tu rostro está oculto hoy
en el velo el tiempo y la oscuridad
sin embargo, el secreto se revela
en mi voluntad de aprender
a través de mi convicción
y el valor de mi determinación"

Ahora encenderemos a nuestra derecha:

"Que el enigma que guarda las sombras
me sea revelado en la luz del conocimiento
Soy hijo de la Luna y el sol
De la danza de las mareas
del Suspiro del amanecer
y la canción del viento antiguo
Que está noche sea mí
el conocimiento de la divina dualidad
Asi sea"



Cierra los ojos otra vez. Imagina que tu energía comienza a concentrarse a tu alrededor en la forma de un círculo brillante de luz blanca. Visualiza con todo detalle como esa luminosidad vibrante y llena de fuerza, imitando con sus destellos el ritmo de tu respiración, los latidos de tu corazón. Ve con los ojos de tu mente como la luz te rodea, envolviéndote lentamente, creando un espiral que se hace más consistente y poderoso a medida que se alza hacia el infinito. Siéntete conectado con la energía de la Tierra y el tiempo que se manifiestan en ti a través del poder de tu mente.

A continuación,  enciende las hojas que has colocado en el interior del cuenco para quemar. Cuando las llamas comiencen a consumir el Laurel, coloca tus manos sobre el fuego, impregnándote del humo que se eleva del fuego ( cuidando de no quemarte ) e invoca de la siguiente manera:

"Soy la voz de la fresca primavera en mi voz
el Conocimiento frutal del verano
La melancólica experiencia del otoño
La fuerza cerval del invierno
Muero y renazco en mi pensamiento y en mi convicción
Así sea"


Disfruta del penetrante olor de las hojas al quemarse, mientras imaginas que el humo se une al espiral de luz que has visualizado momentos antes. Ahora, la luz brilla con toda su fuerza, con toda su espléndida nitidez y el humor danza como pequeños anillos iridiscentes de él. Disfruta de la sensación de paz que te posee y calma tus pensamientos. Siente el intenso placer de encontrar un punto de equilibrio entre tu voz interior y el mundo que se manifiesta más allá de tu mente.

Deja que la velas se consuman para completar el ritual que llevaste a cabo. Come y bebe algo para equilibrar la energía que invocaste al realizarlo.


En la oscuridad, la cúpula de la noche tiene un aspecto sedoso. La contemplo en silencio, las manos apretadas sobre el pecho, el corazón latiendome muy rápido. Más allá, al pie mismo del Ávila solemne, escucho el cántico de la lluvia, de la tormenta que nace en la oscuridad. Y siento una infinita sensación de felicidad.

C'est la vie.

sábado, 28 de septiembre de 2013

Delirios y martirios: Las brujas en escoba, el gato espía y otros cuentos de jardín.








- ¿Tu abuela vuela en escoba?

Parpadeé, sobresaltada y sin saber que decir. Tenía unos nueve años y la pregunta me la hizo,  una de las hijas de un buen amigo de mi mamá. Recuerdo que nos encontrábamos jugando en el jardín de su casa, muy bonito y ordenado - y aburrido, claro - y no entendí al principio lo que quería decirme. Supuse que se trataría de una broma o algo semejante, pero ella aguardó muy seria la respuesta, mirándome con curiosidad.

- Mi abuela no vuela...ni en escoba ni en ninguna otra cosa - respondí incómoda.
- Claro que si lo debe hacer - insistió - mi papá dice que tu abuela es bruja. Y tu mamá también.
- Lo son - respondí con la garganta seca por el nerviosismo - pero no vuelan.
- Tienen que hacerlo. Y además, seguro se les va a poner la piel verde.
- ¿Verde? - repetí escandalizada - ¿Por qué?
- Porque las brujas tienen la piel de ese color. Están llenas de verrugas y vuelan en escobas. Tienen gastos como espías...
- Tenemos un perro...
- Y salen de noche a robarse a los niños recién nacidos. Son de temer. Eso dice mi mamá.

Me quedé paralizada, con las mejillas ardiéndome de furia. ¿Como se atrevía a decir algo semejante? ¿Qué podía responder a todo eso? ¡Nada era cierto! ¿Como podía pensar ella que lo era? ¿Que signficaban aquella extraña serie de ideas que mi amiga daba aparentemente por ciertas? Apreté los puños, contando hasta tres como mi abuela me había enseñado debía hacer cuando me provocaban así.

- Mi abuela y mis tías son señoras normales - murmuré, con los dientes apretados - nadie vuela ni come niños. Y nuestro perro no es espía de nadie, solo duerme en el jardín.

- Seguro nadie te ha querido decir las cosas como son - insistió la niña. Se levantó del suelo, donde ambas estábamos sentadas y me enfrentó con los ojos muy abiertos y brillantes de irritación - ¿Lo entiendes no? ¡A ti también se te pondrá la piel verde y tendrás verrugas! ¡Y te van a tener miedo!

Eso fue suficiente. No recuerdo bien como ocurrieron las cosas pero unos minutos después rodábamos de un lado a otro en el jardín, tirándonos del cabello entre gritos y patadas. Cuando nos padres nos encontraron, les llevó esfuerzo lograr separar la maraña de brazos y piernas que se sacudían y golpeaban. Nos separaron a empujones y de inmediato comenzamos a gritarnos acusaciones la una a la otra.

- ¡Calma! ¡A callar ambas! - gritó el padre de mi amiga. Era un hombre afable y sosegado, por lo que fue muy sorprendente verle tan irritado. De manera que le obedecí, mientras mi madre me sujetaba del brazo, ofendísima y avergonzada. La niña se apretó contra su madre, balbuceando en voz baja. Sentí deseos de golpearla otra vez y quizás mi mamá lo supo, porque me apretó los hombros con dedos helados.
- Aglaia, basta - murmuró entre dientes. Guardé silencio, secándome la nariz sangrante con el dorso de la mano. La madre de mi amiga me dedicaba miradas desconcertadas, como si yo fuera algo que no pudiera comprender - ¿Qué pasó? ¿Por qué se pelearon así?

Intenté responder a gritos, explicarme a mi madre y a los padres de la niña lo horrible de lo que había dicho, las insinuaciones que las mujeres de mi familia era cuando menos monstruosas. Pero ella también tenía algunas cosas que decir y pronto, estuvimos gritándonos la una a la otra, con el rostro enrojecido de furia. De nuevo el padre intervino con gesto severo y nos hizo callar otra vez.

- Tu, Aglaia, dinos que pasó - dijo por último. Tomé una bocanada de aire antes de responder. ¡Qué incomodo tener que repetir todo aquello!
- Lucia dijo que mi abuela volaba en una escoba, tenía la piel verde y que comía niños recién nacidos - expliqué. Las palabras me brotaron de los labios a borbotones, atropellándose una a otras. Pero lo que dije se comprendió lo suficiente como para mi mamá soltara un respingo, el padre de mi amiga me miraba horrorizado y la madre - quien aparentemente creía todas esas cosas  - inclinara la cabeza, pálida e incomoda. Hubo un silencio largo e inquieto.
- Vamonos - dijo entonces mi mamá. Su voz, suave tenía un extraño tono contenido. Me empujó con dedos helados, haciendome entrar en la casa. El padre de mi amiga la siguió, mientras escuchaba a Lucia dar explicaciones a gritos a su madre. Escuché muy clara la frase: "Pero tu me lo dijiste".
- No sé como disculparme - dijo el hombre. Me miró cuando lo dijo, pero no supe que responderle. Me sentía tan dolida como puede estarlo cualquiera por lo que su hija había dicho, a pesar de haberlo leído y visto muchas veces antes. Pero que lo dijera una de mis amigas, que esas ideas terribles sobre mi familia rozaran mi mundo, me había afectado más de lo que podía explicar.
- No importa - dijo mi mamá. Intentaba sonreír, quizás reducir lo que había sucedido a una mera pelea infantil, pero había algo su expresión doloroso y tenso. Se despidió de su amigo con amabilidad y de no ser por el temblor de las manos, habría creído que no le preocupaba lo que le había sucedido.  Pero cuando me subí al taxi que nos llevaría a casa, me pareció que contenía las lágrimas.
- Disculpame mamá - murmuré avergonzada. Ella sonrió, con los dientes apretados.
- No importa, no fue tu culpa.
- No debí pelearme.
- En eso tienes razón - suspiró - pero a veces no hay manera de evitarlo.

Que palabras tan raras esas. No dejé de pensar en lo que había dicho mientras el automóvil cruzaba la ciudad, una Caracas idílica vestida de azul radiante inolvidable. Y me pregunté con un sobresalto si ella había tenido que vivir esa misma escena antes, siendo una niña quizás. Me resultaba muy difícil imaginar a mi mamá como una niña tímida, de grandes ojos verdes, tal vez escuchando las mismas cosas hirientes e incomodas de alguien más. Sentí rabia, una sensación de desamparo profunda. ¿Por qué tenía la gente que decir cosas semejantes? ¿No les preocupaba el dolor que podían causarle a alguien más? Quise preguntarle a mi mamá como había sido para ella, si había tenido que enfrentarse a niñas irritantes como Lucia, pero no lo hice. La miré allí, pálida y cansada y supe que probablemente la respuesta le provocaría dolor.

Seguía pensando en eso, mientras mi tia E. me limpiaba los raspones de las rodillas con alcohol. Entre lamentos, gritos y protestas por el dolor, le conté lo que había ocurrido.

- Que niña maleducada esa Lucia, pero peor es la madre - comentó. Suspiré.
- Se creía toda esas cosas - dije en voz muy bajita. Eso era lo que más me dolía de todo, lo que más me afectaba: la sensación que Lucia realmente creía en esas imagenes dementes e ideas absurdas. ¿Por qué? Nos conocíamos desde niña: habíamos jugado juntas, paseado en bicicleta juntas, se había quedado en casa de mi abuela varias veces y amaba sus galletas de Avena. ¿Y me decía todas esas cosas? El pensamiento me llevo a una reflexión más amplia y abstracta, que no podía comprender muy bien pero que podría resumirse en: ¿Realmente todas las personas piensan eso sobre mi familia?

- Si y no - respondió mi tia E. cuando se lo pregunté - la mayoría no piensan algo semejante. Pero si, hay una idea muy arraigada sobre lo distinto, lo que no comprenden, lo que no calza en la "normalidad". En realidad no creo que se trate que teman a la brujería, temen a lo distinto, lo cual es algo muy frecuente.

No entendí mucho la idea. Era tan amplia y desconcertante que me llevó esfuerzos asimilar todo lo que podía significar por completo.   Por días enteros, me dediqué a leer los cuentos de brujas que encontraba por aquí y por allá: los que hablaban de la bruja maligna, que lastimaban niños y destruían cosechas. Las brujas que asesinaban y envenaban por odio y envidia. ¿Que significaba todo aquello? ¿Por qué el mal tenía el rostro de una mujer?

Mi abuela me escuchó con tristeza cuando le hablé de todo aquello. Le conté de como Lucia parecía muy convencida de todo lo que me había dicho, la reacción de mi mamá y lo que había leído después en cuentos y libros. Ella me escuchó en silencio, sentadas ambas en el luminoso zaguán de su vieja casona.

- Tia E. dice que la gente no odia a la brujería sino a lo diferente ¿Por qué? - le pregunté. Sentí que la rabia que habia sentido en el jardin de los padres de Lucia me coloreaba a las mejillas - ¿No todos somos distintos? ¿El mundo no está hecho de mucha gente distinta?

Mi abuela no respondió de inmediato. A la distancia, imagino que intentaba resumir toda la larga historia de la humanidad que teme y que rechaza para una niña de nueve años, ansiosa y desconcertada. Una idea enorme, que parecía sobrepasar las simples preocupaciones de esa tarde de domingo, de las que podía entender en mi pequeña preocupación infantil. La recuerdo, sentada en su sillón favorito, con el cabello rojo cayéndole a mechones alrededor del rostro y me conmueve aún su ternura, su inmensa paciencia de bruja sabía y extraordinaria.

- Lo diferente forma parte de esas cosas que la humanidad o una parte de ella no quiere entender - comenzó - no todos vemos el mundo de manera distinta. Y sería hermoso que todos entendiéramos que esa diferencia, lo que no es familiar y lo que nos sorprende, forma parte del mundo, de lo que concebimos como rutinario. Pero no es tan sencillo: el mundo tiene una manera de concebirse en ocasiones restringida y elemental.

- ¿Pero por qué odiar lo diferente?

- Tal vez no se trate de odio, quizás sea solo miedo - me explicó mi abuela - ocurre siempre, en todas las culturas y las sociedades. Lo novedoso se enfrenta al orden establecido, lo desconocido desafia lo que hace sentir seguro y cómodo a la mayoría. Por ejemplo, la brujería hace que mucha gente se pregunte porque el Dios en el que creen, puede tener otro rostro y otra intepretación. Si no estás preparado para reflexionar sobre la idea, le temes. El conocimiento en ocasiones destruye lo antiguo y a muy poca gente le gusta eso.

Me extendió un libro que había traído con ella al zaguán. En la portada, una dama hermosisima descansaba sobre un lecho de hojas y rosas. Miraba un cielo nocturno particularmente estrellado y llevaba un báculo de plata entre las manos. Me encantó la imagen.

- La Diosa Blanca - me gustó el titulo. Mi abuela sonrío al escucharlo.

- Robert Graves es uno de los pocos escritores que ha dedicado buena parte de su obra a investigar e interpretar la visión de la Diosa femenina - dijo - y ha sido él, quien más ha investigado esas ideas sin sentido como las que te comentó tu amiga. La figura de la Diosa tiene muchos rostros y el de la bruja buena y mala son sólo dos de ellas. Para el Señor Graves la Diosa Madre es la musa y la luna, es parte de la cultura desde hace tanto tiempo que poca gente recuerda de donde proviene. Incluso, llega a decir que toda poesía contiene algo de la gran Madre, por ser el símbolo de la creación perpetua.

- ¿Como parte de todas las cosas bellas? - dije, intentando comprender la idea.
- Exactamente. Para el Señor Graves la Diosa forma parte de todo lo creado y lo que soñamos. La energía creativa es parte de cada cosa que hacemos y es verdad. Insiste en que  La razón por la que un poema nos emociona y nos hace sentir alegría o tristeza, es que todo poema  es necesariamente una invocación a la Diosa Blanca o Musa, a la Madre de Todos los Vivientes, al antiguo poder del miedo y la fe.

Intenté recordar lo que me hacia sentir la poesia, lo mucho que asombraba la manera de ver el mundo de Alejandra Pizarnik o Giconda Belli. Era muy niña aún para comprender el verdadero sentido de lo que decía mi abuela, pero si tuve comprendí, de una manera muy sutil, que todo arte venera la creatividad y la capacidad humana para hacer todo bello. Y que el escritor estaba convencido que eso provenía de la Diosa Madre y quizás de las brujas.

- O sea que para el Señor Graves, las brujas no somos malvadas o terribles - pregunté, deslumbrada por la idea. Mi abuela soltó una carcajada.

- Todo lo contrario. Abre el libro en donde está marcado con una cinta verde - le obedecí. Un pasaje había subrayado delicadamente por un trazo de lápiz y supuse que lo había hecho mi abuela - Lee eso, por favor.

- Las brujas son el misterio - comencé -  una mujer bellísima, delgada, con nariz aguileña, el rostro de una palidez mortal, los labios rojos como serbas salvajes, los ojos de un azul increíble y largos cabellos rubios; se transformará de repente en cerda, yegua, perra, asna, comadreja, serpiente, lechuza, loba, tigresa, sirena u horrible arpía. Todas los rostros de lo bueno y lo malo.

Miré a mi abuela estupefacta. Eso se escuchaba muy diferente a la bruja malvada y demente que había leído en muchas partes. ¿Por qué el escritor lo veía así?

- Para el Señor Graves, la bruja y la Diosa son una misma cosa y forman parte de toda esa visión de la humanidad y de la historia sobre lo bueno y lo malo - me explicó - La Diosa es creativa, te invita a soñar y a imaginar, a hacer cosas buenas, a construir ideas mucho más grande que ti mismo. Y además, incluye la parte no tan hermosa, la parte del ser humano que da un poco de miedo:  la bruja a la Walt Disney (la vieja fea y mala con la nariz y el mentón curvados y verrugas) y también a la curandera ( una mujer misteriosa que habitaba en un bosque secreto ). Para este escritor, ambas tienen la misma progenitora divina, la antigua, pagana Diosa Madre, la Reina del Cielo, conocida también con el nombre de Ísis por los egipcios, de Ishtar por los asirios, de Inanna por los sumerios y de Astarte por los fenicios... Posee muchos nombres. Corresponde también a Venus/Afrodita, que era, en los tiempos antiguos, más que una simple diosa del amor, una poderosa creadora de vida y de muerte.

La idea me desconcertó, me dejó sin aliento. ¡Era una visión hermosa! Imaginé a cada mujer del mundo, bruja o no, siendo parte de esa gran visión del mundo como creativo, como forma de expresar algo tan sentido como puro. Por supuesto, con nueve años no lo pensé de una manera tan compleja, pero fue extraordinario de pronto comprender que la Diosa en la que creía, era parte de esa gran perspectiva del mundo y no de manera temible o angustiosa. Era una forma de soñar, de reír y de crear.

- De manera que recuerda, escucharás muchas cosas extrañas y en ocasiones dolorosas sobre las brujas y la Diosa - dijo mi abuela con una amplia sonrisa - no será la última vez que te digan cosas como las que cree Lucia y su mamá. Y vendrán días en que te preguntarás si vale la pena levantar la cabeza y enfrentarte a esas ideas. Siempre valdrá la pena recordar que nuestras creencias forman parte de algo más amplio y bonito que el odio, y por supuesto de lo que temer y te preocupa.

No supe que responder a eso. De hecho, me llevó algunos años comprender la riqueza de esa perspectiva, el poder moral que me brindaba. Pero esa tarde de domingo me gustó pensar que la Diosa, la brujería y las brujas forman parte de ese mundo radiante de las ideas, de los sueños que se cumplen y los deseos que aspiramos obtener. Y quizás, ese pensamiento radiante que cada cosa que creamos es parte de nuestro espiritu, de la fe y de nuestra manera de sonreír.

Unos días más tarde, Lucia vino de visita. Me encontró sentada en el feo jardín de mi abuela, y cuando se sentó a mi lado, me negué a dirigirle la palabra. Ella se quedó muy callada y quieta, hasta que me aburrí de estar disgustada y volví la cabeza para mirarla.

- Bueno, pensé te daba miedo me fuera a poner  verde o mi abuela te sirviera recién nacidos en la merienda - protesté. Ella enrojeció hasta las raíces de su cabello castaño.
- Mi papá me explicó que todas esas cosas son superstu....eso, que no son reales - me explicó en voz baja - que mi mamá tiene miedo a esas cosas pero que no son verdad.
- ¿Y tu que piensas?

Se mordió los labios. De pronto pareció encontrar muy interesante una piedra atorada en su zapato y desvió la mirada.

- Tu abuela hace las mejores galletas de avena del mundo. Y la quiero mucho - murmuró. Sonreí. Y pensé de nuevo en el Señor Graves, que creía que las brujas danzaban en la luna y la poseía. Y sentí una nítida sensación de alegría, borrando definitivamente el disgusto y el mal sabor de boca que me había dejado nuestra discusión.

- ¿Y cuando me ponga verde vas a seguir viniendo? - dije. Lucia soltó una risita. Yo también.
- Claro, debe ser lo más loco y divertido de ver ¿No?

Reímos juntas y pensé en la Luna. También en las estrellas y en las palabras bonitas, en los sueños que se cumplen y las brujas que sueñan. Como yo.

C'est la vie.



viernes, 27 de septiembre de 2013

Proyecto "Un Libro Cada Viernes" : Coraline de Neil Gaiman




Cuando leí por  primera vez  leí "Coraline" de Neil Gaiman era un libro desconocido. Faltarían unos cuantos años para que la historia llegara a la pantalla grande, por lo que tuve la extraordinaria oportunidad de imaginar la historia del libro de principio a fin. Quizás por ese motivo, lo disfruté tanto y entró a formar parte de esa colección de preferidos que guardo con mucho cuidado en la gran biblioteca que conservo en mi mente. Y es que "Coraline" apela a la imaginación y a la fantasía de una manera tan singular que resulta muy fácil construir una historia nueva cada vez, un mundo mágico en estado puro que toma forma de una manera tan sustancial como irresistible.


Porque "Coraline" es un libro para niños pero no es un libro infantil. Es de hecho, una historia casi adulta, en sus planteamientos, referencias, personajes y atmósfera. Pero aún así, conserva una cierta inocencia ineludible: La visión argumental de Gaiman retoma los elementos tradicionales de la literatura para niños, pero creando algo totalmente nuevo. La historia es una visión refrescante de la  narrativa infantil que se sostiene sobre su propia lógica, una inquietante perspectiva de lo real y lo irreal que hace que el lector recorra caminos inexplorados en cada lectura. Tal vez se deba a Gaiman brinda a su historia una novedosa visión de lo siniestro, gracias a la evidentes referencias mitológicas inglesas, usadas antes por Gorey o Burton o tan solo que "Coraline" se niega a ser una historia sencilla: utiliza lo aparente y la metáfora como un interminable juego de espejos, cada vez más complicado y sutil hasta crear una perspectiva de la fantasía, el miedo y el mundo onírico que describe con extraordinario detalle.

Resulta inevitable, crear paralelismos entre "Coraline" y "Alicia en el país de las Maravillas" de Lewis Carrol. De hecho, mientras leía la historia, más de una vez tuve la impresión que se trataba de una versión tenebrosa del clásico libro infantil. Hay una atmósfera inquietante y mágica que remite inmediatamente al universo creado por Carroll: la misma visión idílica de la niñez y más allá, el trasfondo mórbido, casi retorcido, deslizándose casi invisible en la historia. Como reinterpretaciones de una misma visión esencial de lo infantil, lo extraño y lo misterioso, ambas narraciones parecen intentar mirar la ingenuidad del niño desde otro ángulo, asumirlo como parte de esa idea ambivalente y siempre en transformación de lo que consideramos real. Y quizás el triunfo de "Coraline" sea justamente ese: Brindar una perspectiva esencialmente novedosa a un historia que se ha contado muchas veces.

Como narración, "Coraline" sorprende además porque su autor logra captar de una manera muy realista esa voz interior del niño, más allá de la percepción del adulto. Un error común en la literatura infantil, es esa voz del niño excesivamente dura, formal. O en otras ocasiones, carente de la sencillez - nunca simplicidad - de la visión infantil. Quizás se deba a que Gaiman, padre de tres, dedicó especial atención a captar ese mundo disparejo y extrañamente sutil de la infancia o quizás, solo lo recordó. En una entrevista al respecto de la publicación del libro, el autor explicaba: “Recuerdo que cuando era un crío leí algunos libros, escritos por adultos, acerca de la niñez o desde la perspectiva de un niño. Y al leerlos pensaba: ¿Por qué no se acuerdan? No hace tanto que esta gente tenía ocho o diez años, no pueden tener más de cincuenta... Son sólo cuarenta. ¿cómo es que se han olvidado?” Así que no resulta sorprendente el cuidado a esa voz interior de su personaje, tal vez por el hecho que el autor renuncia desde el principio a entrar en la mente de una niña.  Y es que quizás uno de los mayores aciertos del libro, sea esa respetuosa y sutil tercera persona desde la cual se narra la historia, contando la perspectiva de Coraline, pero jamás analizando sus pensamientos, ni tampoco dándole un cariz adulto. Hay una exquisita distancia entre la pluma del autor - y su opinión sobre el mundo de Coraline, sobre sus vivencias - y el niño lector de cualquier edad que construye la historia en su imaginación.


Neil Gayman es un escritor prolífico, eso nadie lo duda. Y también le gusta retarse así mismo: su larga colección de historias incluye desde la interesante y muy recomendada novela "American Gods" hasta su incursión en el comic  "Misterios de un asesinato". No obstante, "Coraline" parece ser una nueva prueba a su talento, a esa capacidad suya de reconstruir conceptos viejos en visiones totalmente nuevas.  Más aún, esa necesidad del autor de construir insólitas perspectivas de lo evidente, de comenzar otra vez a contar una historia vieja desde un ángulo desconocido. Y es sin duda, ese elemento novedoso lo que hace a "Coraline", una sorpresa dentro del genero para niños: es una historia de terror, pero también es un libro infantil, y también es una historia que tal vez, no pueda definirse a primera vista. El terror parece mezclarse con la inocencia, con un cierto sentido del humor melodramático que roza lo espeluznante sin serlo. Al final, Coraline deja al lector la sensación de recorrer un mundo inquietante pero tan hermoso que el recuerdo se hace perdurable mucho después de haber leído la última palabra, ese pequeño prodigio que solo un buen libro puede conseguir.



¿Donde puedes comprar el libro "Coraline" de Neil Gaiman en Caracas?

Lamentablemente, nunca lo he visto en una librería de la ciudad.

Como siempre, si quieres leer el libro en formato digital, déjame tu dirección correo electrónico en los comentarios y te lo envío.

jueves, 26 de septiembre de 2013

Del Bisturí, el Botox y otros temas inquietantes: La eterna y forzada juventud.






Hace un par de días, caminaba por el pasillo de un centro comercial, cuando una mujer que me pareció no conocía de ninguna parte me saludó con un gesto muy cariñoso. Desconcertada, me detuve y esperé que se acercara: era una mujer de edad indefinible - ¿treinta o cuarenta años quizás? - y de  rostro tenso por lo que supuse serían una serie de cirugías estéticas. Solo cuando me tomó de las manos y soltó una carcajada, la reconocí: se trataba de una de mis compañeras de clase del colegio. La última vez que la había visto era una muchacha de rostro regordete y amable, nada parecido al de esta bealdad impecable que me sonreía casi con esfuerzo.

- ¡Estas hermosa! - comentó. Me dedicó una mirada apreciativa, supongo notando mi cabello desordenado y mis kilos de más. Luego me rozó las mejillas con los dedos - tienes alguna que otra arruga, pero eso lo arregla el Botox en una tarde.

No supe que responder a eso - ¿habrá alguna respuesta? - de manera que me limité a sonreír, incómoda. Sentí una nítida - quizás exagerada - sensación de pánico ante la mención del tratamiento estético de moda para luchar contra los inevitables rasgos de la edad. Había conocido a esta mujer en la adolescencia: Tendría como yo, unos treinta y pocos años. Incluso en los rígidos estándares sobre juventud y vejez, era una mujer joven. Y aún así, había empezado esa lucha sorda y silenciosa contra la edad.  La miré disimuladamente, mientras recordábamos los años de la escuela entre bromas y chistes. Con el cabello repeinado, la piel extrañamente bulbosa y los labios hinchados parecía una versión distorsionada de si misma. Pero ella se sentía satisfecha: me comentó varias veces el tiempo y dinero que había "invertido en belleza" y la sensación de "seguridad" que le brindaba sentir que "aún" era joven en el país donde cierto tipo de estética es un valor cultural que se exige.

- En este país se envejece muy rápido - me explicó - y esa vejez del descuido no se perdona.

Me mordí la lengua para evitar responder lo que pensé al escuchar su comentario. La vejez no se detiene, tampoco se disimula y ese pensamiento es una de las tantas utopías que el comercio de la belleza estereotipo insiste en vender. El mito de la juventud gracias al bisturí es solo eso: Un mito. La juventud - la que se vende como el llamado "divino tesoro" - es tan fugaz como evidente, de manera que imitarla - interpretarla - es una de esas intenciones poco sustanciales de una sociedad de consumo acostumbrada al producto inmediato. Porque en realidad, la cirugía estética - o la necesidad de someterse a ella - es solo un síntoma de toda una visión deformada sobre la mujer, la vejez y la belleza. Una de las piezas que  forman parte de una compleja maraña de ideas culturales que sostienen esa concepción de la estética como elemento cultural.

De la arruga a la Cana: Envejecer frente al espejo de la cultura.

Crecí en una familia de mujeres arrugadas, que se arrugan y disfrutan sus arrugas. También, crecí rodeada de muchas canosas: Mujeres que llevan el cabello sin teñir, que muestran el cabello blanco como una banda de honor a la edad y a la experiencia. De manera que nunca me obsesioné con los cambios físicos que supone la vejez. Por supuesto, aún soy muy joven como para que el tema me preocupe realmente, pero no representa tampoco una idea que me inquiete: En mi mente, la vejez es un proceso que se lleva con cierta elegancia y buen humor. Tampoco, me produce tanta inquietud como a otras tantas  mujeres de mi generación y las que me llevan unos cuantos años por delante. ¿Y quien puede culparlas? Vivimos en una sociedad donde nadie envejece - o al menos, esa es la idea en la que se insiste - y que muestra una eterna juventud ideal que creo no llega a comprenderse muy bien pero que se acepta como necesaria. Hablo de la eterna adolescencia que se vende y se promociona en todas partes:  la piel tersa y fresca, el cuerpo flexible y fuerte. Somos una sociedad consumista y el primer bien que compramos es la imagen deseada: esa que se muestra como imprescindible y quizás como parte de una idea cultural inevitable.

Pero como decía, yo crecí sin tenerle miedo a las arrugas y eso hace una diferencia. Una muy pequeña, debo admitir, porque a pesar de mi educación, soy hija de una cultura que venera un tipo de belleza que muy pocos poseen. Y es un prejuicio que crea una forma muy definida de mirarse y analizarse así mismo, de interpretar tu cuerpo, tu imagen y tu edad a través de toda una serie de mensajes sociales y estéticos que pocas veces puedes manejar de manera correcta.

Mi profesor de lógica, descreído y cínico, insistía que la sociedad es perpetuamente joven y necia. Recuerdo en una ocasión en que sostuvo un debate dialéctico con una alumna que insistía que el estereotipo de belleza puede definir una sociedad y que por supuesto, la cirugía estética es otra manera de construir un concepto sobre el tema.

- La cirugía estética solo es una herramienta, como lo es el tatuaje y el abalorio personal en algunas tribus primitivas. No tiene nada de reprobable: Todos deseamos ser hermosos, y los símbolos de belleza son inevitables - explicó la alumna. El profesor A. la escuchó con una media sonrisa socarrona en los labios.

- Por supuesto que no tiene nada de reprobable: la libertad personal es una idea que apoyo - dijo por último - pero la definición del ser humano a través de la belleza, solo indica que hay estratos de esa definición. Que hay algunos pocos afortunados que son hermosos y admirados, y otros tantos que no lo son.

- La estratificación cultural es inevitable - adujo la muchacha. Me sobresaltó su comentario, pero aún más, que pensé en todas las veces que me había producido verdadera angustia no parecerme a las mujeres de las portadas de revista o a las actrices de moda. Una sensación de desamparo, de no pertenecer a ninguna parte, de encontrarme al margen de lo realmente aceptable. ¿Qué tanto puede pesar una idea semejante en la sociedad? ¿Que tanto se puede parecer a un prejuicio?

- Puede serlo, pero la insistencia en crear cánones aceptables, es una deformación de la idea de cultura - respondió el profesor. Un silencio tenso y preocupado llenó el salón y supe que la diatriba estaba preocupando a más de uno de los presentes. Y es que es inevitable pensar en los limites de los aceptable, de lo que te empuja de manera sutil hacia un "deber ser" insustancial y desconocido. Soy como ente individual pero a la vez, solo reflejo lo que la sociedad espera de mi, la cultura que me dibuja y me indica la estética que debe ser parte de mi percepción personal. ¿Que tan válido es eso? - la belleza es una idea que conjuga toda una serie de pareceres y conclusiones sobre lo aceptable, lo éxitoso, lo deseable, lo que se aspira. Y sí, es natural que exista un ideal cultural. Pero cuando la cultura empuja a los individuos a calzar en esa visión, algo comienza a deformarse por el peso de la imposición, por la necesidad de "ser"  a la manera que la sociedad te define.

El profesor se acercó al Pizarron. Con un gesto firme, dibujó un circulo y en su interior dibujó la palabra "belleza". Luego, escribió fuera "fealdad". El circulo original me pareció muy pequeño y poco representativo en relación al resto del pizarron, árido y abstracto. Como la idea que intentaba representar.

- Toda sociedad tiene su propia definición de lo bello y eso es un hecho - explicó - pero la busqueda e imposición de esa belleza deforma la misma idea de su existencia. La obsesión por la estética, es solo una manera de afirmar la existencia de verdades absolutas, de limitar el aspecto natural del hombre a lineas de prejuicio en el que casi nadie encaja. O no puede encajar, de cualquier manera. No hay una manera real que la belleza pueda definirse, pero al contrario, lo que no lo es siempre parece ser muy evidente.

Pensé en ese alarmante concepto durante semanas. Recuerdo que por entonces, hace seis o siete años atrás, hacia furor los labios gruesos: casi todas mis amigas e incluso una que otra pariente, decidieron recibir una inyección de colágeno para obtener una boca sensual. O al menos, esa fue su intención. La gran mayoría tuvo resultados dispares y además, lamentó haberse sometido a un procedimiento médico que les provocó verdadera incomodidad por meses enteros. ¿Lo más extraño? muchas se realizaron el procedimiento de nuevo cuando los resultados del primero dejaron de ser visibles.  Había una necesidad real de obtener esa cualidad de belleza evidente, esa característica culturalmente deseable,  que superaba el simple sentido común. Más de una vez, miré los labios gruesos y antinaturales de alguna modelo o incluso una conocida, cuestionándome que tanto puedes desear crear una imagen de ti misma que coincida con el idea popular. Y la respuesta siempre me produjo escalofríos: la belleza se desea y se obtiene a cualquier medio.

La pequeña tragedia de la belleza:


Nadie quiere envejecer. Y eso es una idea histórica, mucho más antigua y persistente que cualquier otra. Nadie quiere admitir que perdió la frescura y fuerza de la juventud, que inevitablemente su cuerpo muestra de manera visible el paso del tiempo. Somos una sociedad adolescente, una cultura niña que se interpreta así misma en símbolos de estatus y poder, que se analiza constantemente en cánones y percepciones irreales pero que se aceptan como válidos. ¿La inevitable consecuencia? Esa sensación de fugaz reverencia a la juventud y su belleza. Una especie de ansiedad espiritual por perder lo que apenas se comprende. Somos parte de un presente continúo que solo refleja ciertas ideas sobre nosotros mismos, que es incapaz de abarcar la complejidad de la mente humana. Y quizás de esa simplificación nace el prejuicio y el ideal.


Lo más sorprendente ha sido descubrir, a medida que transcurre el tiempo, que la belleza, la juventud y la delgadez, son conceptos que parecen distorsionarse para crear algo tan confuso como turbio. No hablamos ya de un tema de género, mucho menos de una idea concisa que pueda considerarse "dañina" por si misma. En realidad, la linea que divide todos los planteamientos sobre la estética es tan difusa como inquietante: No existe una definición sobre lo "bueno" o lo "malo". Y eso hace que esa búsqueda de la belleza sea parte de una idea que nos supera, no solo al interpretarla sino al intentar comprenderla.

Durante los últimos meses, el tema se ha debatido con frecuencia, sobre todo debido a la cientos de pacientes convertidos en victimas que padecen las consecuencias de procedimientos estéticos fraudulentos. Una y otras vez, las historias de mutilaciones y muertes debido al uso de biopolímeros y sus variantes industriales - Biogel, Metacrilato - muestran el lado inquietante de la búsqueda del ideal estético. Resulta perturbador que en todos los relatos que he leído y escuchado sobre el tema, el paciente admite una especie de "culpabilidad" tangencial: la belleza como necesidad estética, por encima incluso de la necesidad de conservar la salud. En una de las historias que consulté para escribir este artículo, una de las pacientes - de escasisimos veinte años - explicaba que acudió a un "experto" - que resultó no tener ninguna credencial médica - porque "necesitaba tener nalgas de mujer bella". La frase me dejó sin palabras: parece resumir la obsesión nacional por la estética. Pero no todo es tan simple: porque mientras las victimas siguen sufriendo - y algunas muriendo - por la cultura que insiste en un ideal inalcanzable, la consecuencia se lamenta pero la causa no se analiza. ¿Que lleva a una mujer o a un hombre a permitir se le realice un procedimiento médico dudoso para lograr un tipo de belleza idealizada? La respuesta no está por supuesto, en lo aparente, sino en esa visión mucho más profunda de la cultura que insiste y venera  lo que la estética propone como aceptable e incluso como real.


Mi amiga se despide con un abrazo rápido y amable. Luego, sonríe otra vez. Una pequeña arruga - un pliegue de piel mínimo - se dibuja en la comisura de los labios. Y noto que ella levanta las manos para cubrirse las mejillas, casi en un gesto reflejo. Me dedica una rápida mirada, preocupada. Seguramente se pregunta si advertí su gesto, la aparente "imperfección" que la atormenta. Disimulo lo mejor que puedo haber notado su angustia, y le aseguro que la llamaré para reunirnos de nuevo, que volveremos a vernos en pocas semanas. La veo alejarse, esbelta, hermosa. Pero también tensa y un poco trágica. Y no dejo de preguntarme casi obsesivamente, como nos miramos unos a otros, como nos definimos a través de conceptos tan amplios como carentes de sentido. Y hasta que punto esa definición - visión - es tan dura como cruel.

Un mundo que se mira así mismo a través de los prejuicios e incluso, su propia manera de definir su identidad.

C'est la vie.

miércoles, 25 de septiembre de 2013

Del Google al Curandero: ¿A quien confía su salud el Venezolano?





Desde hace un par de meses, sufro de un recurrente dolor de cabeza. Casi a diario, el dolor - agudo y palpitante - se extiende desde la sien hasta el hombro y la mayoría de las veces me deja paralizada unos minutos. Comencé a preocuparme sobre qué podría estar provocando el síntoma, pero en lugar de acudir a mi médico de confianza, hice lo que creo es la costumbre en buena parte de mi generación: recurrir a Google. Durante casi tres horas, leí diferentes páginas médicas, descargué artículo y conversé online con varios usuarios de foros dedicados a la medicina, hasta que llegué a la alarmante conclusión: sufría de un trastorno neuronal. ¡Y es que era tan claro! Padecía todos los síntomas: dolores recurrentes de cabeza, agotamiento general, dolor en brazos y cuello, perdida de la visión periférica, nauseas y perdida del equilibrio. Aterrorizada y convencida que tenía un pasaje seguro al otro barrio, llamé finalmente a mi médico y le expliqué mi "terrible" caso. Me escuchó en silencio y a la distancia debo decir, que tiene su mérito que haya sabido aguantarse la risa ante aquella extraña conversación.

- Ven al consultorio - me pidió con voz tranquilizadora.
- Pero necesito un neurólogo, un especialista. Seguramente será algo tan grave que...
- Ven al consultorio mañana  - me interrumpió - hablamos sobre eso.

Le obedecí. Me sometí a la revisión médica como quien se enfrenta a un pelotón de fusilamiento. Estaba convencida sufría algún tipo de especial gravedad y la expresión severa de mi médico no ayudo precisamente a calmarme. Temblorosa y pálida esperé su diagnóstico. Supuse que sería tan grave como la conclusión a la que yo había llegado en mi investigación vía web.

- Cambia el colchón - me dijo por último. Lo miré con los ojos muy abiertos.
- ¿Qué?
- Tienes una pequeñísima lesión lumbar y presión en el paquete de músculos que rodean la espalda - me explicó - tu colchón o la manera como usas tus almohadas te lastimaron. La tensión afecta tu cuello y espalda, por ese motivo te duele la cabeza. El cansancio y el mareo constante también son síntomas de un problema lumbar, debido a que afectan tu percepción de tu posición en el espacio y te hacen sentir desequilibrada.

Intenté disimular el enorme alivio que sentí lo mejor que pude. Realmente había estado bastante convencida que estaba sufriendo algún tipo de grave trastorno neuronal. Mi médico me miró muy serio cuando se lo comenté.

- Sucede con muchísima frecuencia. El habito médico se sustituyó por la consulta informal en redes - me explicó. Me extendió un pequeño folleto cuyo titulo me hizo sentir inmediatamente culpable: "Los peligros del auto diagnóstico médico" - aunque la web ofrece una buena cantidad de información útil, el hecho que el paciente lo considere la única fuente de información es preocupante. Y lo que es peor aún, puede resultar muy peligroso.

Tenía razón. Durante el resto de la semana, investigué un poco sobre el tema y descubrí que el autodiagnóstico médico Online no solo es una costumbre muy extendida entre los internautas sino que además, en algunos casos, ha sustituido por completo la necesaria consulta médica. Ya sea por los altos costos de la atención médica o porque simplemente resulta mucho más sencillo realizar una búsqueda desde tu computadora que visitar un consultorio, el autodiagnóstico online se ha convertido en un problema real con el cual la ciencia médica debe lidiar a casi a diario y cuya gravedad aumenta de manera exponencial.

Los peligros del Médico Invisible: Hablan las cifras.

Según el folleto que me obsequió mi médico y basado en las cifras de varios centros médicos estadounidenses, el 80% de los pacientes norteamericanos con acceso a Internet recurre primero a la web que a una opinión científica al momento de diagnosticar un síntoma. En Venezuela, la cifra aún no ha sido registrada pero no dudo que debe ser más o menos similar: en un país con una sistema sanitario en crisis y donde los costos de atención médica rozan lo impagable, resulta casi normal que se recurra a una búsqueda web para solventar cualquier crisis médica. Ahora bien, el riesgo y las condiciones entre ambas situaciones - la norteamericana y la americana - son lo bastante distintas como para que las consecuencias en cifras difieran de manera importante: Mientras que el 50% de los pacientes norteamericanos terminan acudiendo al médico, es bastante probable que el venezolano no lo haga. Según me comentaba un médico cardiologo a quien consulté para redactar este artículo, la gran mayoría de sus pacientes admiten que solo acudieron a consulta cuando el trastorno de salud se convirtió en un problema lo bastante grave como para evitar pudieran continuar llevando a cabo su vida normal. Una idea inquietante, si tomamos en cuenta que la estadística indica que los males coronarios son la segunda causa de muerte natural en nuestro país.

- El Venezolano no acudirá a un médico hasta que el problema sea tan severo que no pueda hacer otra cosa - me explicó el doctor - no encuentran necesario la medicina de prevención. Y actualmente, la web o el autodiagnóstico tomó su lugar.

Un pensamiento preocupante, aunque por completo común. Una vez leí que el Venezolano desconfía de la medicina por su natural inclinación a la superstición y al desorden, de manera que intenta ignorar la exactitud de la ciencia médica. Una idea que parece confirmarse por las cada vez más altas cifras de Venezolanos que prefieren acudir a ciencias alternativas en la búsqueda de la salud. Una costumbre que parece casi tan extendida como la autodiagnostico web.

Entre Yerbas te veas.

El "viejo L." - como le llama todo el mundo desde niño, según me cuenta -  se define así mismo como "Chamán selvático". Lo encontré sentado en la puerta de su local, en la Avenida Baralt del Centro de Caracas, fumando un oloroso tabaco de hoja. Una de mis vecinas me habló de él, asegurándome con entusiasmo que le había curado de un "mal extraño" que ningún medico había sabido clasificar. Cuando le expliqué que deseaba conversar con él unos minutos,  me preguntó inmediatamente si me sentía "mal".

- La verdad, me siento bastante bien.
- Pero la veo pálida - me señaló el rostro con un gesto firme - esas ojeras son de mal pancreatico. Tengo una cosita que le va a mejorar.

Lo seguí al interior de la tienda. Oscura y diminuta, me produce claustrofobia nada más entrar.  Del techo cuelgan todo tipo de hojas resecas en abultados paquetes. Las paredes estan llenas de figuras de Santos Cristianos y recortes de periódicos  amarillentos. Un penetrante olor botánico combinado con algo más rancio - alcohol tal vez -  me sofoca cuando me apoyo en el mostrador, mientras L. rebusca en una pequeña caja de madera repleta de botellitas de cristal.

- Esto te hará bien - me pone entre las manos uno de los frasquitos. Lo levanto para mirar el liquido amarillento que contiene: tiene un aspecto untoso, levemente repugnante. Cuando lo olfateo, me recuerda una mezcla de almidón con algo más cítrico, quizás limón o toronja. El viejo L. me dedica una sonrisa de desdentada cuando le pregunto qué contiene la "medicina".

- No te lo puedo decir, son remedios antiguos - me dice. Después me cuenta que su madre solía prepararlos en la cocina de su vieja casa en Cabimas: era la curandera del barrio donde vivió la mayor parte de su vida. Con cuidado, me muestra la pequeña colección de improvisados medicamentos y el repertorio parece abarcar todo tipo de padecimientos: desde trastornos "femeninos" hasta males de la piel. Cada envase tiene un olor y un color distinto, aunque en todos reconozco el evidente aroma del alcohol.

- ¿Viene mucha gente a visitarlo? - pregunto.
- Muchos. Y se curan rápido. Y se si se vuelven a enfermar, vienen otra vez.
- ¿Y si se agravan?
- Ya no vienen más.

Me dedica una sonrisa maliciosa.  No respondo y pienso en los Venezolanos que por razones económicas o incluso por costumbre, acuden a este lugar. Los que confían su salud - y quizás, su futuro - a las callosas manos de este hombre humilde, que por otro lado, esta completamente convencido que sana. Compro la botellita con la medicina misteriosa para agradecerle la amabilidad de la conversación y cuando me acompaña a la puerta, me tropiezo con una de sus pacientes: Una anciana de cabello blanco que camina muy despacio. La miro preocupada: Tiene una expresión dolorida en el rostro y las manos sarmentosas muy hinchadas. El Viejo L. la saluda cariñosamente y la invita a pasar. Ella se apoya en su brazo y mientras ambos caminan al interior del local, ella le cuenta que el dolor "del cuerpo" regresó. El "Chamán" le escucha con la cabeza inclinada y después, le asegura que tiene justo "la yerba" que la va a mejorar, ahora sí, "'pa' siempre". Escucho la conversación preocupada pero sobre todo entristecida por la sensación de desamparo que produce esa realidad cotidiana de la salud en Venezuela.

- Es natural e incluso me atrevería a decir inevitable - me explica J., el médico internista que la durante las últimas décadas ha sido el encargado de cuidar de la salud de mi familia cuando le cuento la experiencia. Nos encontramos en su pequeño consultorio de una Clínica del Este de la ciudad. Con casi sesenta años cumplidos, ha dedicado la mayor parte de su vida a la medicina y tal vez por ese motivo, tiene una visión mucho más amplia y sensible que otro profesional más joven.
- Pero lo que el viejo L. hace es básicamente un placebo - insisto.
- Por supuesto que lo es, y también es un consuelo. Un problema médico siempre es una tragedia, grande o pequeña, para quien la sufre. Y esa medicina rural, familiar, sustituye con su cercanía y familiaridad a la tradicional, a la fría y científica, la que el paciente no comprende, la que teme - me muestra su titulo enmarcado, colgado en una pared cercana y que indica que lleva casi 30 años de ejercicio de la profesión - era un niño cuando hice hice mis pasantias rurales y lo que aprendí en ellas, lo conservé para siempre. La medicina es fría y es temible para la mayoría, por lo que cualquier alternativa, es buena.

Pienso en la anciana que vi en el local del viejo L. Encorvada y frágil, y la amabilidad con que el viejo L. le trató. También pienso en todas las veces que yo misma esperé por horas en salas de esperas y la aspereza que más de una ocasión he tenido que soportar de algún médico. ¿Tan sencilla es la respuesta? Según alguna literatura médica que leí, existe una buena cantidad de pacientes que sufren de una real fobia médica, una animadversión casi emocional hacia cualquier tratamiento de índole clínico. ¿Es ese temor casi primitivo hacia la ciencia el mismo que impulsa al internauta a confiar mucho más en una búsqueda en web que en su médico? ¿Es la misma sensación de desamparo lo que hace que alguien confíe en la dudosas promesas de curación del viejo L.?  No lo sé con seguridad, pero ambas cosas tienen en mi mente una evidente correspondencia, como extremos de una misma idea difusa.

De hecho, la idea parece ser coincidente por más de un motivo: según las cifras sobre autodiagnóstico online que mencioné más arriba, el 47% de los pacientes norteamericanos prefieren investigar su padecimiento médico a través internet antes de visitar a un médico por vergüenza - lo que incluye un alto porcentaje de enfermedades sexuales -.  El dato me hace recordar las viejas historias de curanderas curando la Sífilis con Ron: durante años, muy pocos pacientes confiaron en la ciencia para curar una enfermedad que se consideraba "un pecado"·. Por supuesto, la mayoría de los pacientes empeoraban y una buena porción sufría secuelas permanentes. Ninguno recuperaba la salud. Pero eso no parecía importar demasiado al paciente de turno: la idea de buscar una cura milagrosa parece ser superior a la evidencia y ser aún mucho más necesaria que la propia curación en sí.

Más cifras: el 29% de los pacientes norteamericanos prefieren autodiagnosticarse debido a lo accesible de la información web. Por supuesto, no podría decir cuales son las cifras en Venezuela pero estoy convencida que el porcentaje debe ser mucho más alto: El sistema sanitario Venezolano se ha transformado en un mecanismo ineficaz y burocrático a los que muy poco tienen acceso. Ya sea por el elevadísimo costo de la medicina privada o por los escasos recursos de la medicina publica, el ciudadano de a pie, no acudirá a un consultorio médico como primera opción. No resulta desconcertante por tanto, que dependiendo de sus creencias o su visión del mundo, unos y otros decidan confiar mucho más en una consulta vía  Google o a un "curandero" ocasional que en la ciencia médica. Y es que indudablemente, esa acendrada desconfianza hacia lo cientifico y más allá, esa necesidad de cierta empatía al momento de recibir un diagnostico, tendrá mucha relación en la actitud - y visión - del paciente con respecto a su salud y como conservarla.

Cuando regreso al consultorio médico, me encuentro mucho mejor. Mi médico me revisa de nuevo y me explica que me encuentro bastante restablecida mi pequeña lesión lumbar. Al final, me dedica una mirada rápida, estudiando mi rostro.

- Tienes muchas ojeras, niña. Creo que deberíamos realizar algunos exámenes para asegurarnos que tu hígado y tu páncreas estén sanos.

Sonrío, sorprendida,  recordando el olor penetrante del local del Viejo L., Y es que tal vez, hay una pequeña linea que divide la exactitud científica, la conciencia que tenemos sobre ella y la visión de nuestra propia opinión sobre el valor de la ciencia como parte de nuestra vida. ¿Un recuerdo de esa primitivo temor por lo que no podemos controlar? Quien sabe.

C'est la vie.


martes, 24 de septiembre de 2013

La Venezuela desamparada: Las tres cosas normales que los Venezolanos no podemos hacer.





Hace poco, visité a una pareja de amigos que celebraban haber podido construir un pequeño anexo junto a la casa de sus padres. Fue una celebración discreta y pequeña, como su nueva vivienda: Dos habitaciones diminutas, una sala comedor bastante incómoda y un jardín interior de aspecto árido. Pero aún así, todos sus amigos celebramos por el discreto logro: En la Venezuela actual independizarte y lograr un espacio propio es prácticamente un carrera de obstáculos contra la realidad del país, la cultura del caos y el quebradizo mercado inmobiliario que padecemos. Mi amigo resumió la situación en mitad de la improvisada cena que compartimos,  sentados en el suelo de la habitación vacía.

- En Venezuela mudarse es una proeza. Y peor aún, un acto de valor.

Hubo un incómodo silencio general. Todos los que nos encontramos en la pequeña celebración, tenemos treinta años cumplidos o un poco menos. La mitad estamos solteros, una pequeña proporción vive con su pareja, unos muy pocos contrajeron matrimonio. Pero casi ninguno disfruta de techo propio: La gran mayoría vive en habitaciones alquiladas o jamás han abandonado la casa paterna. Y es que en este país, la gran mayoría de los adultos jóvenes, no logra llevar a cabo el natural proceso de crecer e independizarse, de responsabilizarse por su estilo de vida y comprenderse así mismo más allá del núcleo familiar. Somos adolescentes perpetuos por necesidad, limitados y confinados en una especie de ciclo interminable de supervivencia. Porque en Venezuela se sobrevive, la normalidad dejó de existir hace tanto tiempo que nos acostumbramos a la excepción y a la decepción. Somos una generación en deuda histórica con la cultura, con la calidad de vida y sobre todo, la visión de gentilicio más allá de un argumento político.

Comprender - asumirla quizás - esa idea no es sencillo. Esa noche, la celebración se transformó en otra cosa, en un mea culpa a media voz, en un análisis de la Venezuela que heredamos de un proceso histórico incompleto, superficial y violento. Los huérfanos de una Venezuela rota, anónima y desdibujada por el peso de una sociedad que sufre y que soporta el caos como mejor puede. Y quizás sin saber como reconstruir lo que hemos perdido, como país, como cultura. Simples espectadores de una imagen deformada de un país en plena implosión.

De manera que, de esta larga discusión, saqué tres conclusiones que muestran el panorama de nuestro país con mayor claridad que cualquier análisis estadístico. Es la síntesis del desastre, que muestra la realidad a la que nos enfrentamos como generación sin nombre, debatiéndonos entre la identidad del gentilicio y esa visión de país devastada con la que debemos enfrentarnos a diario. ¿Y cuales son esas tres ideas que podrían resumir mejor que otra cosa lo que padecemos como Venezolanos? Un breve sumario de lo que el Venezolano de a pie no puede hacer en esta Venezuela de retazos. La normalidad distorsionada de un país de oportunidades limitadas:


1) En Venezuela no puedes tener vivienda propia: ( y mucho menos, independencia )

Al menos, no a través de los medios tradicionales. Como comenté al principio de este artículo, la generación de jóvenes profesionales de mi país no tiene los medios para procurarse una vivienda independiente. El importante déficit del sector constructor inmobiliario, las rígidas leyes de Inquilinato hasta los altísimos precios de venta de cualquier inmueble limitan toda posibilidad que un profesional promedio, de salario estandar pueda pagar una vivienda por si solo. Una de mis amigas, me hacia un comentario al respecto más que preocupante.

- Alquilar un apartamento implica que al menos, el 80% del salario que percibes se dedicara a pagar el alquiler, y eso, hablando de un lugar pequeño, que probablemente debas compartir con dos o tres personas más para solventar el gasto - me dice. Me habla de su experiencia, claro: vive en un pequeñísimo apartamento en una zona periférica de Caracas y comparte el lugar con tres estudiantes universitarias más. Aún así, su salario como administradora no le permite aspirar a algo más amplio o más cómodo. Por meses, intentó encontrar un lugar de precio accesible en Caracas pero no pudo. Simplemente no podía pagarselo, de manera que terminó aceptando el arreglo de la multipropiedad en de las zonas satélites de Caracas. Le lleva casi tres horas llegar a la ciudad cada día para trabajar.

Todos la escuchamos en silencio, apesadumbrados. R., uno de mis amigos recién casados le toma la mano a su esposa. Ambos continúan viviendo en la casa de sus respectivos padres y pasan los fines de semanas juntos en algún lugar neutral.

- Somos como novios viejos - comenta ella. Intenta sonreír por su propia broma pero no lo logra. Ninguno de nosotros puede. Al final se encoje de hombros, con gesto de cansancio - la posibilidad es encontrar una habitación pequeña, donde podamos estar medianamente cómodos. Y luego quizás, irnos del país.

Silencio. La incertidumbre de ese futuro dibujado a grandes rasgos nos golpea a todos, nos deja con la sensación de lento naufragio que quizás experimentados a diario en más de una manera. Y me pregunto si todos pensamos en ese silencio embarazoso, lleno de sonrisas cansadas y miradas huidizas, que nos espera más allá del hoy, del presente movedizo que construimos con esfuerzo. No tengo una respuesta para eso. Quizás nadie la tenga.

2) En Venezuela nadie puede ahorrar:

Hace unos meses, leía un artículo francés sobre el acendrado habito de ahorro de los jóvenes franceses. Y sentí una profunda frustración. No solo porque en Venezuela la capacidad de ahorro no existe - cualquier intento queda diluido en la inflación de dos dígitos que padecemos - sino que además, la mera consciencia de hacerlo, no forma parte de nuestra cultura. En mi país, ahorrar es una  asunto incluso, que no llega jamás a formar parte de la rutina de un joven adulto. ¿Las razones? Múltiples.

- ¿Qué sentido tiene ahorrar si tu dinero vale cada día una fracción menos que la semana anterior? - dice J., economista y descreído de la cualquier solución viable a la delicada situación económica en Venezuela - Venezuela se convirtió en una colección de bienes de consumo que amortizan la perdida del valor adquisitivo.

- En otras palabras, compramos cualquier porquería que sustituya el costo - opina V. , abogado y que hace poco compró un automóvil por una pequeña fortuna. Sé que espero durante casi dos años para poder hacerlo. Sé que lo hizo para invertir el dinero que cada día tiene menor valor. ¿Qué tan válido es eso? ¿Que economía puede sostenerse sobre la inversión en bienes que cuadriplican su verdadero valor y que no ofrecen beneficio real al comprador? Un automóvil en Venezuela no es solo una inversión, es también probablemente un artículo de lujo que te exponga a la violencia. Suspira, hace un gesto que abarca al a todos los reunidos - todos estamos llenándonos de objetos inútiles para asegurarnos que conservamos nuestra capacidad de consumo. Pero eso no existe.

- También hay un poco de negación de lo que estamos padeciendo - opina alguien más - nadie quiere asumir que somos un país pobre. Se insiste con la idealización del Paraíso Petrolero mal administrado. Pero somos un país pobre que se cree rico. Y sus ciudadanos actúan de la misma forma.

Pienso en mi cuenta bancaria, que muchas veces roza peligrosamente el saldo rojo. Tengo dos trabajos medianamente bien remunerados, entradas de dinero privadas y aún así, no logro ahorrar una cifra representativa mensual. De hecho, nunca logro hacerlo. Siempre tengo la sensación que vivo al día, que subsisto con torpeza en medio de una pequeña tragedia de habito y de expectativa de futuro lamentable. Y ese pensamiento me preocupa, me desconcierta y me hiere.

Unas semanas atrás, caminaba por un centro comercial. En una vitrina, exhibían una cámara fotográfica de última generación. ¿El precio? el mismo que pagué por mi automóvil dos años atrás. Más adelante, encontré mi cámara y me sorprendió constatar que el precio quintuplicaba el que pagué, hace menos de 3 años. De manera que, pensé, mareada por lo que significaba esa variable numérica aterradora, si decidiera invertir en nuevas herramientas de trabajo, debería pagar casi nueve veces lo que podría haber invertido cuarenta y ocho meses atrás y si calculamos el valor de los equipos y el salario que percibo, nunca recuperaría la inversión. La sensación de desamparo que me hizo sentir ese rápido calculo mental me demostró que en Venezuela, la seguridad económica es una de las tanta promesas incumplidas por una visión social superficial y caótica.


3) En Venezuela nadie se siente seguro:

Justo luego que terminó la reunión ( al filo de la medianoche ), comenzó lo que llamo casi con triste humor "Las tácticas de seguridad del caraqueño sobreviviente". De inmediato, lo que tenemos que atravesar la ciudad para regresar a nuestras casas, decidimos en rápida discusión que rutas podríamos  tomar - intentando fueran las que suponemos más seguras -  y nos aseguramos mantenernos juntos en una especie de "grupo de protección" de ciudadanos atemorizados. En algún momento de la noche, todos, recibimos llamadas de padres, esposos, parejas preocupados por nuestra seguridad. Y aunque nadie comentó nada, sentí con muchísima claridad el miedo, el temor a esta Caracas violenta y hostil a la que nos enfrentamos a diario. Al salir a la ciudad nocturna, vacía y desolada miré a mi alrededor con un miedo elemental que no podría decir cuando se hizo tan real.

Y es que Venezuela  es un país que aprendió que la violencia es parte de su identidad, que esta en todas partes, que define la temperatura social de la nación mejor que otra cosa. La violencia no se disimula ya, se ejerce como un derecho adquirido en la ignorancia, se muestra como una banda de valor que convierte al criminal en héroe circunstancial. Porque en Venezuela es el país donde el ciudadano es victima de una visión de país que admite la agresión como parte de su discurso, que exalta la violencia como parte de ideología.

Cuando finalmente llego a casa, luego de un rápido e irregular recorrido por  una ciudad amenazante, siento un profundo alivio que casi me provoca dolor. A solas, en silencio, me pregunto que ocurrió en este largo proceso de supuestas transformaciones políticas, que convirtió a Venezuela en un caos estructural, que sacude el presente con una serie de ondas expansivas que amenazan el futuro y más allá, incluso nuestra identidad como nación.

No es simple, mirar a tu país con tanta dureza. Pero en ocasiones, me pregunto si esa subjetividad del gentilicio no fue uno de los motivos por el cual el país simplemente olvidó como mirarse con justicia e incluso, con esperanza. Una visión borrosa y tramposa de la realidad, y más allá, de nuestra idea de nación como parte de nuestro legado cultural.

lunes, 23 de septiembre de 2013

El Aglaworld está de celebración: las 33 lecciones que aprendí durante un año de vida.




Miro la hora. Faltan un par de minutos para la medianoche. A punto estoy de cumplir treinta y tres años de vida y me pregunto, en medio de este silencio de la vigilia nocturna, que me dejó este año que terminará dentro de muy poco. Suspiro, aprieto los labios. Ha sido un año muy duro. A veces dudo de calificarlo como doloroso, porque de alguna manera y a pesar de los numerosos tragos amargos, aprendí mucho. La experiencia enseña desde luego, y creo que el 2013 lo recordaré como el año en el cual abandoné mi pequeño espacio mental y decidí recorrer mi propio camino espiritual e intelectual. Abrir y cerrar puertas en mi mente, iluminar espacios oscuros y olvidados. Y el resultado ha sido extraordinario. Doloroso - ahora sí, deseo utilizar el termino - y singular, muy amargo en algunos momentos pero siempre enriquecedor.

Suspiro. Pero no de tristeza. Tampoco de melancolía. Hay algo bello y quebradizo en esta simple emoción. Cierro los ojos y hago un rápido repaso mental a las escena de este año que termina, a las muy hermosas, a las inquietantes, a las que me hicieron llorar y reír. Y me siento agradecida, por haber podido vivir de esa manera tan intensa, por haber comprendido - una vez más - que la esperanza es parte de esa enorme aspiración de bondad que vive en cada uno de nosotros. Que la vida en si misma es el poder de crear y sobre todo creer en tu capacidad para soñar. Lecciones que recibí tal vez sin quererlo, muchas veces sin esperarlo, pero que como piezas que comienzan a encajar lentamente, crean una nueva perspectiva de lo que quiero sea mi presente y mi futuro. Y es que esta mujer que renace hoy, otra vez puede sonreír quizás por esa necesidad de comprenderse así misma, de crear más allá del dolor.

Se me llenan los ojos de lágrimas, aunque no sé por qué. Quizás sea la emoción contradictoria de sentirme muy niña y muy anciana ahora mismo. O algo tan sencillo como que en este silencio pulido de la madrugada, siento que es un pequeño milagro en agradecer la experiencia. ¿Podría decir que aprendí? Quizás sí o solo intentarlo, de tan amplio que me parece todo el recorrido que he llevado a cabo este año, dentro y fuera de mi mente ¿Y cuales fueron esas lecciones que me obsequió la risa, la lágrima, el silencio, la angustia y la felicidad? Me detengo. La noche ondula más allá del cristal de mi ventana. Quizás podría clasificarlas por cada año de vida, por cada nuevo amanecer y cada sonrisa que encontré - y atesoro - durante este año extraordinario. Sí, me digo, con una sonrisa. Treinta y tres lecciones simples para vivir:

1) Aprende a llorar: No es sencillo. No puedo decir que lo haya aprendido por completo: pero este año aprendí el valor de llorar, a todo pulmón, sin reservas. Con toda sinceridad. Esa libertad de expresar el dolor en todo su peso y su valor. Llorar es tan importante como reír y eso lo descubrí este año donde lo hice muchas veces, unas tantas por dolor, otras por alegría, incluso algunas por placer.

2) Aprende a reír: Se dice que Un niño ríe trescientas veces al día. Un adulto solo veinticinco. Recordar como reír y disfrutarlo, fue de las cosas que aprendí durante este año por necesidad. Bromea, búrlate un poco de ti mismo: un pequeño milagro diario.

3) Lo necesario que es  tener una amiga "No, marica, ¡No!": Mi queridisima amiga @CristalPalacios me decía hace poco que todos necesitamos un amigo - o amiga - que sea una especie Jurado en American Idol en nuestra vida: le llamó el amigo "No marica, no". Esos que te dan un buen y necesario sermón y te hacen entrar en razón cuando lo necesitas. Es verdad: este año comprobé que todos debemos tener al menos una voz cuerda que pueda hablarte directamente de los errores que cometes y te haga critica necesaria. E incluso  te de un par de sacudones si el caso lo amerita.

4) Dejar la dieta es el peor error de salud que puedes cometer: Y lo digo porque sobreviví al rebote y ahora mismo intento lidiar con los problemas de salud que me dejó aumentar unos diez kilos en menos de cuatro meses. Sí, el aumento de peso rebote no es un mito y causa más daño del que cualquiera supone. De manera que si llevas acabo algún régimen alimenticio para bajar de peso, cuida de mantener algunos hábitos saludables aunque decidas no continuarlo de manera muy estricta. Te lo dice una sobreviviente: es lo mejor que puedes hacer para conservar tu salud estomacal.

5) Aprende a bailar. O mejor dicho, recuerda como hacerlo: Nadie dice que contrates un instructor o decidas lanzarte a una fructífera carrera sobre las zapatillas. Pero aprender a deshibirte y bailar como prefieras te brindará un tipo de satisfacción emocional  que para mi era desconocida: no hay nada más liberador que dar saltos de un lado a otro sacudiendo la cabeza. No importa si tienes ritmo o si te  sientes torpe al hacerlo. Déjate llevar y goza.

6) Aprende a poner limites claros: Por regla general, siempre intento ser una buena amiga. O al menos, lo que yo interpreto como una. Pero en algún momento confundí la amabilidad con falta de limites, lo que provocó me llevara unos cuantos chascos de relativa importancia hasta uno lo bastante grave como para lamentar las consecuencias. De manera que aprendí que la mejor amistad comienza teniendo limites claro: el respeto mutuo es la mejor manera de expresar aprecio y amor.

7) Escuchar a tu intuición: Llamale sexto sentido, instinto o sentido arácnido, pero escúchalo. El instinto no tiene nada de sobrenatural: es una serie de conclusiones lógicas a las que llega tu subconsciente gracias a numerosos indicios que  acumula tu mente desde diversas fuentes. De manera que no desestimes tan rápido esa "voz interior" que te avisa que una situación es inconveniente o que el comportamiento de alguien más es sospechoso. Como comprobé este año, es muy probable tengas la razón.

8) Compra zapatos de tu talla: Por más que te encante un par de zapatos, cuida que siempre sean de tu talla. El pie no te crecerá tres centímetros ni tampoco soportarás la incomodidad de los dedos lastimados por mucho que te gusten.

9) Aprende a ser libre: Y me refiero a intentar abandonar toda una serie de rutinas tóxicas que acumulamos con el transcurrir de los años. Liberarte poco a poco de rencores, pensamientos y vicios que afectan tu salud emocional y mental son de las mejores decisiones conscientes que puedes tomar. Y sí, hablo de decisiones: Toma la responsabilidad de detener comportamientos dañinos y sobre todo, costumbres que te lastimen antes de brindarte algún beneficio.

10) Dejar de coleccionar "amistades" peligrosas: Un mea culpa que me ha llevado largos años resolver. Por lo general, me acostumbré a mantener amistades con personas con graves conflictos que inevitablemente, terminaban afectándome de una manera u otra. Este año y luego de atravesar una circunstancia muy amarga, aprendí que la amistad es por definición una relación sana y no un cúmulo de inconvenientes y malos entendidos que pueden terminar lastimándote.

11) Desayuna: Y si es proteínas, mucho mejor.

12) La azúcar hace daño: Y siempre. No hay medias tintas aquí. Es una lección que aprendí a medias, debo decir.

13) Haz lo que ames al menos una vez a la semana: Si puedes hacerlo muchas veces más, mejor. Pero siempre consuela tu espíritu nutriéndote de tus pasiones, de esa capacidad extraordinaria que tienes de crear. No importa cual sea: desde escribir, a cocinar, escalar montañas, correr con los brazos sobre la cabeza. La idea es conectarte con esa parte tan profunda de ti mism@ que forma parte de tu necesidad de soñar.

14) Ordena tu lugar de trabajo al menos una vez por semana: No digo que debas pulir tu escritorio a diario o tener el cubículo más ordenado imaginable, pero limpiar con cuidado el lugar donde trabajas te permitirá recobrar el control y además, mantener un necesario orden en tu vida laboral.

15) Actualiza tu curriculum: No importa que te sientas feliz y satisfecho con el lugar donde trabajas. Es simple precaución.

16) Nadie es imprescindible: Solo intenta dejar siempre un buen recuerdo del lugar donde trabajes.

17) Reconoce que tienes un problema emocional o mental: Y sí, hazlo con la madurez suficiente como para aceptar que necesitas ayuda y que probablemente esa decisión mejorará tu manera de ver la vida.

18) Camina descalz@: ¿Te suena un poco sin sentido? Inténtalo. Camina sin zapatos y calcetines por algún lugar que nunca lo hayas hecho. Siente esa sensación de libertad casi ingenua que te hará sentir...y luego me comentas.

19) No busques equilibrio, busca tu propia visión de las cosas: No intentes encontrar un punto medio que equilibre tu vida personal o laboral, porque no existe. Toma decisiones que te permitan disfrutar de lo que deseas, evalúa tus posibilidades, beneficios y posibles problemas. Mírate con amabilidad. Perdonate siempre.

20) Sé responsable por lo que dices, haces y sobre todo por lo que callas: Todo lo que haces implica un grado de responsabilidad. Asúmelo y actúa en consecuencia. Deja de culpar a alguien más o a las circunstancias. Aunque no lo creas, tienes mucho más control en tu vida de lo que crees.

21) No te cortes el flequillo tu sola: No, no te quedará bien.

22) Compra un libro con frecuencia.: En Venezuela eso parece prácticamente imposible, pero yo descubrí que hay maneras de lograrlo: acude a librerías pequeñas y busca  tesoros entre las estanterías. Intercambia libros en eventos libreros de los que se llevan a cabo con mucha frecuencia en Caracas, compra ediciones de bolsillo usadas. Haz de la lectura toda una nueva aventura que no empiece solo con la primera palabra ni termine al cerrar la solapa.

23)  Sonríe al amanecer: Y lo dice, el insomne más gruñón de la comarca. Pero aprendí a sonreír al despertar, a recordar buenos momentos, a reír por chistes y pequeñas escenas mentales hilarantes. Reír como remedio a cualquier cosa.

24) Perdona a tus padres: Al menos yo, llegué a una edad donde debí comprender que los padres cometieron, cometen y cometerán muchos errores y aún así, seguirán siendo tus padres y muy probablemente, las personas más importante de tu vida. Así que abandona rencores y viejas desavenencias y date la oportunidad de quererlos sin reservas.

25) Escribe a mano: Lo hago con mucha frecuencia. Ya sea en mi Libro de las Sombras o enviando cartas por correo a mis amigos más queridos en distintas partes del mundo, escribir a mano le da una personalidad y una profundidad muy especial a las palabras. Me gustó recobrar el habito este año.

26) Aprende a escuchar: Y hablo de escuchar sin interrumpir y prestando atención en lo que alguien más te dice. Todavía no aprendo a hacerlo pero lo estoy intentando con mucho ahínco.

27) Enamorate a primera vista: No es que algo semejante se pueda decidir, pero sí, déjate llevar por esa emoción desconcertante y profunda que alguien puede despertarte sin que sepas el motivo. Fue una de mis mejores vivencias del año y aunque el asunto no pasó a mayores, puedo decir que me hizo sonreír.

28) Come comida casera:  Retoma el habito de comer lo que preparas en casa. Si trabajas, sé que no es muy sencillo preparar recetas muy complicadas o platos muy complejos, pero intenta al menos una vez a la semana degustar comida con sazón casero. Reconforta el alma...y el bolsillo.

29) Ahorra: Y hablando del tema, cuida el bolsillo. En Venezuela es poco menos que imposible ahorrar debido a la delicadisima situación económica que soportamos, pero aún así, inténtalo. Aunque sea solo un poco de dinero, te permitirá tener un mayor control de tus finanzas y sobre todo, tu manera de mirar tus habitos diarios. A mi me ha resultado mejor de lo esperado.

30)Agradece: No es un consejo de autoayuda, es una manera de saber de donde vienes y quien te ayudó - o te ayuda - a recorrer tu camino personal.

31) Deja de temer a la muerte: O mejor dicho, empieza a amar profundamente la vida. Nadie puede predecir cuando morirá, pero si puedes decidir como vivir.

32) Mimate: ¿Te gusta ir al cine? Hazlo al menos un par de veces por mes. ¿Te gusta manejar bicicleta? Hazlo los domingos. ¿Te encanta el sabor del café recién preparado? Disfrútalo. Llena tu vida de pequeños y grandes momentos. Vivir intensamente no siempre quiere decir llevar a cabo grandes hazañas, sino descubrir el valor de los prodigios diminutos que ocurren a diario.

33) Rodeate de buenos amigos: Y lleva a cabo todo lo anterior en su compañía. Una manera de soñar.

El sonido de la ruidosa alarma del reloj me sobresalta. Cuando lo miro, me sorprende comprobar que ha transcurrido casi dos horas desde que comencé a escribir este pequeño resumen del año de vida que acaba de terminar. Abro las ventanas de mi habitación y miro a la noche, a la linea de estrellas que se eleva desde la punta misma del Ávila y siento paz. El año que hoy comienza se extiende frente a mi, con sus páginas en blanco, con algunas llenas de algunos nombres y lugares, y quizás experiencias que empiezan a dibujarse hoy. Y la esperanza renace, pienso, riendo y llorando, la vida que se alza y se nutre de mis sueños, de esa necesidad tan extraordinaria que siento de creer y confiar.

Un nuevo año comienza. Para crear.

C'est la vie.