sábado, 7 de septiembre de 2013

De la naturaleza humana y otras ideas complejas: El amor, el erotismo y el sexo en la brujería.




En una ocasión, le pregunté a mi bisabuela sobre el amor. Me pareció que su opinión sería muy interesante de escuchar: siempre insistía en que contraer matrimonio con mi bisabuelo, le había enseñado a sonreír. Una frase curiosa y un poco sorprendente o al menos a mi me lo parecía. Ambos se conocieron siendo muy jóvenes - ella con apenas diecisiete y él casi veinte - y desde entonces, habían estado juntos, a pesar que la familia de mi bisabuelo se opuso a la relación entre ambos siempre que pudo y de todas las maneras en que fue capaz. Entre risas, mi bisabuela insistía en que se había ganado la antipatía de su familia política, porque se autoproclama "bruja" en una época donde hacerlo era poco menos que grosero.Cuando la escuchaba diciendo aquello, mi bisabuelo solía reír a carcajadas y luego la tomaba de la mano, dedicándole una mirada larga de cómplice que nunca supe interpretar muy bien pero que me encantaba. Una clásica historia de amor, pensé muchas veces, pero mi bisabuela pensaba exactamente lo contrario.

- Eramos dos malcriados - me explicó en una ocasión. Estábamos sentadas en su diminuto cuarto de costura, húmedo y con olor a madera antigua. Ella cosía en su maquina Singer y yo la escuchaba, sentada en el suelo, muy atenta a sus palabras. El sonido de la aguja al correr sobre la tela parecia enredarse con el sonido de su voz y aún ahora, muchos años después, tengo la impresión que sus palabras siempre estuvieron pespunteadas por el leve chas chas del metal sobre la organza o la seda, como una música sutil.

- Pero se quisieron tanto que se casaron a pesar de todo - insistí, como incorregible idealista. Mi bisabuela soltó una de sus carcajadas secas, casi duras.

- Sí, pero el amor llegó mucho después que el matrimonio - me dijo. Y sonreía al hacerlo, a pesar de mi sorpresa - no todo es tan sencillo ni tan evidente, hija. La magia que nace entre dos personas toma su tiempo en hacerse fuerte, en crearse fértil, en levantar las ramas al infinito. Lo esencial siempre está claro: pero el amor crece por constancia. Lo esencial está, desde luego, pero lo que perdura es una obra de paciencia.

Que idea tan rara esa, pensé con mis jóvenes e impresionables catorce años. Con las rodillas llenas de raspones y la nariz llena de pecas, no me podía creer esa visión del amor nacido de la rutina, del todo los días. Para mi el amor era el poder que provocaba Guerras, que había hecho que París arrasara Esparta en busca de Helena, ese sentimiento Glorioso que llevó a la muerte a Romeo y Julieta, que había unido la historia de Marco Antonio y Cleopatra. ¿Que tenía de grandioso lo cotidiano? ¿ese amor en lo invisible? ¿esa amor de lo callado y la rutina que sugería mi bisabuela? Ella rió a carcajadas cuando le dije aquellas cosas.

- El amor hija, es la magia de todos los días. Es encontrar como continuar sonriendo a pesar de los años - dijo - la magia real se crea y nace pero también permanece.

Seguí sin entender que quería decirme. Las semanas siguientes, me obsesioné con la idea. Leí por aquí y por allá sobre el amor, su agonía, el fuego que consume, la belleza de su crueldad. El poder de destruir historias y construir otras. Eso era el amor, por supuesto. Miraba las fotografías de mi bisabuelos: ella pequeña y fragil, el orondo y bigotón y recordaba las palabras de ella, su convicción que el amor vivía en las cosas pequeñas. Pero ¿Como era posible? si justamente encontré que el amor - como concepto, como idea, como idealización - forma parte de la visión humana sobre lo grandioso desde las primeras manifestaciones en la historia de la humanidad. Las sociedad primitivas basaban la economía y la propia existencia en la agricultura y la cría de animales, por lo que la buena suerte en cosechas y partos era una necesidad fundamental.  En otras palabras, la humanidad necesitó del amor para construirse y prosperar. Imaginé las pequeñas chozas de barro, rodeadas de arados desordenados y primitivos, donde una mujer y un hombre se sonreían en su inocencia. Jovenes quizás. ¿A eso se refería mi bisabuela?  Eso también era magia: creando el futuro. Imaginé el sembradío creciendo, las voces de los niños que nacerian después. Pequeñas y bellas historias de amor en todas partes.

- Eso es sexo - me aclaró mi tia L, descreída y también deslenguada. Como buena artista, tenía una visión muy crítica del mundo, en ocasiones tan dura que me dejaba desconcertada. Sonrió con mi expresión escandalizada cuando le solté mi perorata sobre el amor y el ideal.

- Es amor - insistí en mal. Me irritó su pragmatismo, aunque yo, adolescente atolondrada y tímida tenía muy poca idea de ambas cosas. Ella continuó dando pequeños toquecitos con la punta de los dedos a la arcilla con la que estaba trabajando, concentrada, luminosa. La escultura en la que trabajaba todavía no tenía forma, al menos, no una que pudiera reconocer y aún así me gusto: un torso esbelto se contorneaba, elástico y dúctil, mientras los brazos, elegantes se alzaban hacia un cielo invisible.

- Agla, a veces es la misma cosa y en ocasiones, no son más uno reflejo del otro - respondió L. - hablas de crear el mundo. Y sí, tienes razón: el amor es un buen motivo y supongo lo ha sido por milenios y siglos. Pero olvidas que el hombre y la mujer son además de espiritus creadores, cuerpos que se miran entre sí. Esas tareas que imaginas tan dulces, como construir ciudades y aldeas, plantar aliementos y cuidar a los hijos,  necesitaban a su vez de brazos jóvenes y fuertes, que también pudieran defender a la comunidad de los peligros de la naturaleza y las amenazas de sus enemigos. Por esto, la fecundidad pasó a ser objeto de veneración, y con ella los componentes eróticos y sexuales que la hacían posible. El pene masculino y la vagina o vientre embarazado fueron repressentados a menudo como objetos de culto, y en muchas culturas la cópula no era sólo el acto reproductor, sino una de las manifestaciones más profundas de la espiritualidad y del contacto con la dimensión divina.

No dije nada. Ella continuó moldeando la arcilla, lentamente, con enorme cuidado. Del torso pequeño y delgado brotaron dos montículos. Y después, de la cabeza desnuda, una larga y rizada. Una pequeña mujer bailando entre sus dedos. Creación, belleza. Un erotismo silencioso en construir un valor a cosas que antes no existían.

- Tu consideras el amor sagrado porque eres parte de todo el pensamiento occidental del sentimiento idealizado, esa represión Victoriana de Damas pálidas y sufrientes - se burló un poco L - pero durante mucho tiempo, el sexo fue considerado sagrado durante muchísimo tiempo por muchas culturas. El sexo como placer para celebrar a la Diosa.

Parpadeé. L. acarició su pequeña escultura, la contempló en silencio unos cuantos minutos. Luego la aplastó con el puño: un movimiento agil y casi bonito que me sobresaltó. La pequeña mujer había dejado de existir, o mejor dicho se había transformado en una bola de arcilla sin sentido y quizás sin valor.

- ¿Por qué hiciste eso? - pregunté. L. sonrío con uno de sus gestos maliciosos.

- La creación siempre debe empezar desde lo esencial y provocarte dolor - me explicó - tal vez en eso consiste el amor, el primitivo, el idealizado. Las historias siempre comienzan y terminan. Incesantes. Tantas veces como para soñarlas y perderlas, construirlas y odiarlas. Eso es el amor.

Una idea preciosa sin duda. Pero también desconcertante. Y hasta atemorizante.

Quizás, simplemente real.



La pareja Astral:

Casi todas las creencias y religiones de la Antiguedad se basaban en la adoración de una dualidad: Un Dios masculino que representaba la Guerra, la potencia viril, el fuego, el aire y el poderío material; y una Diosa femenina que simbolizaba la paz, la fecundación, la tierra, el agua y la fuerza espiritual creadora. Sus emanaciones astrales eran el sol y la luna, a los que se ha dado diversos nombres sagrados en distintas épocas y civilizaciones. En muchas de ellas la dedidad principal era la femenina, en razón de que consideraban la gestación como un misterio mágico y por ello adoraban a una omnipresente Diosa Madre, cuyas intercesoras eran la bruja, la sacerdotisas y vestakes. El Dios masculino desempeñaba entonces una función secundaria, por lo general al servicio de la Gran Diosa.

Mi abuela - la sabia, la bruja - me explicó todo eso mientras cocinaba. Cada una de las mujeres de mi vida, de mis brujas, tenían un lugar favorito. El de mi abuela era su enorme y luminosa cocina y su biblioteca, también enorme pero no tan luminosa. Pero de ese lugar de espejos y sombras, hablaré en otra oportunidad. Hoy, la recuerdo en la cocina, de pie, con su delantal de parchos, riendo con mis consideraciones sobre el amor y el sexo. Debí parecerle muy graciosa - quizás conmovedora -  con mi falda de cuadros colegiales y mi blusa arrugada, tan preocupada por esos temas transcendentales e infinitos.

- El amor es la magia más antigua de todas - respondió a toda mi perorata. Solté un respingo impaciente.
- Siempre me dices eso - me quejé. Soltó una carcajada. Sin dejar de sonreir, se inclinó hacia la olla donde hervía lentamente la sopa de verduras que preparaba. El olor de los ingredientes parecia flotar en la luz del mediodía que se filtraba por la ventana, caliente y suculento.
- Porque es verdad - dijo - la magia es nuestra capacidad para crear y el amor, el principal aliciente, la idealización más profunda y emocional de esa necesidad de construir y reinventar el mundo que todos tenemos. Creamos por amor, nos arriesgamos por amor. El amor nos eleva, nos brinda un significado y también nos destruye.

La escuché, maravillada. Esa idea si se parecía mucho al amor que yo creía era real: el que contaba la historia, el que brindaba al mundo nuevos comienzos. Una metáfora de nuestra necesidad de soñar.

- Lo es, pero es que el amor también forma parte de nuestro esfuerzo por brindar al mundo nuestra opinión sobre él - dijo cuando escuchó mi reflexiones sobre la idea - el amor, el grandioso que mueve ejércitos y el pequeño que te hace sonreír cada mañana, es el mismo sentimiento. Son graduaciones de la verdad. Ideas que se entremezclan para crear un significado de lo que consideramos más valioso.

No respondí. Imaginé el amor como la luz de ese mediodía tan caluroso, parpadeando entre los muebles y objetos, iluminando, brindando belleza a lo que podría no tenerla. Imaginé el amor como ese calor asfixiante, chirriante que palpitaba a mi alrededor, colmándolo todo, creándose así mismo. Una fuerza natural, como diría Cerati en toda su sabiduría porteña.

- ¿Y el sexo? - pregunté, un poco avergonzada. No sabía como explicar mi obsesión con el tema, mi necesidad de comprender todo el tema como un misterio que me desconcertaba por su poder - ¿Por qué la cultura lo considera pecaminoso, peligroso, obsceno? ¿Es un poco de miedo?

- Lo es, por supuesto - dijo mi abuela - pero también, ocurre que el sexo es el simbolo de la libertad, de la expresión del yo más profunda que podemos aspirar. Pero eso es una idea primitiva, pagana claro está y que contradice la visión occidental.  Los credos monoteístas concibieron el sexo como un incómodo mal necesario, que debía ejercerse sólo con fines reproductivos y bajo ciertas condiciones y sacramentos que autorizaban sus respectivas liturgias. Condenaban absolutamente el placer durante la copula, en especial el de la mujer, debido al que el Dios masculino es al parecer bastante más permisivo con los varones - mi abuela esbozó su sonrisa traviesa - Pero hombres y mujeres siguieron buscando en el sexo el goce sensual y la unión espiritual, a través de las invocaciones a deidades paganas y los recursos mágicos utilizados por sus ancestros desde la más remota antigüedad.

Pensé en lo que me decía: la manera como el sexo provocaba temor e incomodidad. Lo sexual se consideraba entre los peores pecados y recordé, la manera como las monjas del colegio francés insistían que los "hombres" - así, en general - eran la perdición y "la obscenidad" - que nunca explicaban muy bien de qué podría tratarse -  el camino más rápido a la condenación divina. ¿Y donde quedaba el amor en todo aquello? ¿Era lo mismo? ¿O había una sutil diferencia entre el poder de la piel y esa otra visión, más etérea y abstracta? El amor como ideal.

- Ambas cosas crean una sola visión: el hombre y la mujer como parte de un todo - dijo mi abuela - el hombre y la mujer completandose a través del amor y durante el misterio del acto sexual. Porque el poder y el misterio de la plenitud erótica se mantuvo en dos vertientes complementarias: La brujería de origen Europeo ( alimentada por diversas vertientes mágicas, como la Tradición Italiana, Búlgara, Belga, Rumana y rusa ) y algunas religiones politeístas y filosofías humanistas de Oriente. Ambas fuentes han mantenido los secretos y rituales que se llevaban a cabo desde hace largos siglos para celebrar el erotismo y la fuerza y poder de la Unión sexual.

Me gustó esa idea. Me encantó de hecho. Imaginé - en escenas fragmentadas que me hicieron ruborizar - a una pareja de amantes envueltos en misterios, quizás en el circulo sacramental, rodeados de velas. O quizás, nada tan extraordinario. La sensación de un beso, esa búsqueda a ciegas de comprender el misterio del otro, el secreto simple que esconde la intimidad de alguien más. Y es que el amor, era todo eso y el erotismo su reflejo. Quizás entre ambas cosas, estaba la respuesta a todas mis preguntas. O quizás no, y allí residía el enigma, su profunda complejidad.


Encontré a mi bisabuela cosiendo de nuevo. Cuando me senté junto a ella, sonrío sin mirarme. Los dedos callosos por el trabajo acariciaron la tela que cosía, la sostuvieron casi con delicadeza. El hilo zigzagueó, onduló y de pronto, la tela pareció cobrar vida y sentido. Tener un motivo para existir.

- Así que regresaste - comentó. Reí por lo bajo.
- El amor está en todas las cosas - murmuré. No muy convencida, debo decir, pero al menos comprendía mejor su idea. Mi bisabuela movió la cabeza y su hermoso cabello blanco trenzado, pareció flotar sobre sus hombros.
- El día que desees saber el motivo por el cual alguien más sonríe o porque sus ojos brillan de la manera que lo hacen, comprenderás los pequeños prodigios diarios - explicó. Se inclinó un poco más sobre la maquina de coser. Las manos extendidas. El hilo continuó creando, deslizándose entre las luz y la sombra, delineando una idea. Me gustó mirarlo y tal vez, encontrar sentido a las palabras mi bisabuela acababa de decir en ese nacimiento de lo ordinario, en ese pequeño secreto de lo común. ¿Magia diminuta? Quizás.

Transcurrirían varios años para que recordara esas palabras, flotando en la luz radiante de mi mente. Lo hice mirando el rostro de un desconocido de ojos grises, que sonreía aunque yo no supiera por qué y me miraba fijamente, sin que yo pudiera comprender el motivo. Y sonreí  también, porque la magia que nació en ese momento fue tan real como la luz de mediodía que parpadeaba en el salón de clases donde nos encontrábamos y casi pude sentir su valor, casi imperceptible, creándose en la emoción muda que me recorrió. Pero esa es otra historia que prometo contar en alguna otra ocasión.

C'est la vie.

2 comentarios:

Alfirio dijo...

Lo que menos imaginaba, fue un relato conmovedor, hoy vivo un amor como el de tus abuelos, construido a pulso, a cuatro manos mas dos manitos. Bendigo tu memoria, y gracias.

Rita De Barros dijo...

Gracias por este hermoso post. Líneas que van a mi libreta, que me acompaña a todos lados y cómplice de mis momentos.
Hoy que ando en "sin sabores" me saco una sonrisa, gracias.

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