domingo, 1 de septiembre de 2013

De la Guerra y otros demonios Universales: Siria bajo fuego cruzado






Guerra es una palabra que siempre me ha producido escalofríos. Al escucharla, de inmediato imagino campos arrasados por el fuego, cadáveres tendidos de un lado a otro, soldados cadavéricos avanzando a ciegas en medio de la pesadilla. Pero incluso, la imagen es muy idílica y antigua para expresar el verdadero horror de la destrucción sistemática de territorios y vidas humanas que el hombre lleva a cabo por las ideas más difusas, por las razones más elementales. Y es que la guerra es la mayor expresión de la vanidad humana, de esa que supone que provocar la muerte puede brindar sentido a un ideal que no se sostiene por sí mismo. Enarbole la bandera de la ideología, la política o la religión, la muerte siempre será la muerte y tiene el mismo sentido en cualquier idioma e interpretación. La guerra es solo la justificación al dominio de la violencia, de los intereses en disputa y al menosprecio de cualquier ideal real.

Mi abuelo sabía mucho sobre eso. Sobrevivió a la Guerra Civil Española huyendo a Venezuela, dejando atrás un país devastado por el dolor y la pobreza. Hablaba muy poco sobre el tema, pero cuando lo hacia, sus palabras mostraban ese lado de la Guerra que nunca podría explicar un libro o una imagen. Hablaba de noches de terror escuchando el sonido de bombas, el miedo puro que flotaba en el olor de la metralla, la perdida de toda esperanza. Eran relatos mínimos, inquietantes, pero que describían con vivida crudeza lo que realmente significa la guerra, más allá de los análisis de las páginas de la historia.

- El tiempo que transcurre durante la guerra, es distinto a cualquier otro - me contaba mi abuelo, sentados ambos en la bonito salón de mi abuela. Todo parecía muy lejano, en ese sopor de las tardes caraqueñas, rodeadas de luz y del olor de los árboles de mango - no sabes cuando terminará o si sobrevivirás. Todo lo vives con mayor intensidad, estás muy consciente de la muerte. Olvidas el sentido natural de la vida.

No respondí, sobresaltada. Intenté imaginar como sería vivir con la consciencia que podrías morir en cualquier momento. Y no es que no la tengamos todos a diario: la muerte es una certeza de lo rutinario, es parte de la historia del hombre en todo momento y lugar. Pero resulta muy distinto cuando esa consciencia sobrepasa esa sutil visión de la muerte inconclusa, abstracta y se hace real. Se hace inmediata. Con los ojos de la imaginación, vi a mi abuelo, muy joven, delgado y pálido, caminando por una España remota, inquietante. Hambriento, temeroso. La guerra en todas partes: en la mujer que le vende el pan, viuda. El hombre que camina cojeando por la calle, cubierto de harapos, el rostro cubierto de sangre. El militar de uniforme que le echa una mirada torva y maliciosa, el arma apoyada en la cadera, la sonrisa de suficiencia. Parpadeo, angustiada.

- La vida tiene un curso natural - continuó mi abuelo - y la guerra lo pervierte. Porque todo se relaciona con la muerte. Nadie sobrevive a una guerra sin perder parte de si mismo, sin el espíritu roto. La guerra no conoce de victoria, porque cada acto está bañado en sangre y muerte.

Nunca olvidé esas palabras. De hecho, las recuerdo ahora, mientras escucho al Presidente de EEUU Barak Obama, explicando sobre su decisión de intervenir militarmente en el conflicto Sirio. Y de nuevo, me recorre el mismo sobresalto que sentí de niña ante la idea de la muerte como política, la guerra como una forma de expresión de la cultura occidental. Siento también miedo, porque como adulta, comprendo con muchísima más claridad que la guerra no es un fenómeno aislado, que tampoco es una imagen en la pantalla de la televisión o un titular noticioso que puedo pasar por alto. La guerra es real, es la destrucción de cualquier valor o idea que intente sostenerla y más allá, destroza esa misma voluntad de quién la declara de hacer justicia. Porque la justicia tinta en sangre no es otra cosa que una declaración que solo la muerte puede justificar la opinión política e ideológica de quien la declara, quien la fomenta y nunca parece incluir o mucho menos lamentar, el sufrimiento de quien la padece.

Un mundo convulso: Lo bélico como expresión de una idea común.

La guerra - como idea - siempre ha sido controversial. En una ocasión, sostuve una larga e incómoda discusión con un profesor de historia que me insistió en que había guerras justas. Cuando le respondí que pensaba que solo había guerras inevitables, me miró furioso.

- La Segunda Guerra Mundial fue una necesidad. ¿Imaginas el mundo ahora de no haberse llevado a cabo? - dijo. La respuesta me sacudió. Más tarde, cuando le hice el mismo planteamiento a mi profesor de Lógica, un  sacerdote jesuita muy cínico, soltó una carcajada seca.

- Las guerras siempre parecerán necesarias, justas, santas y salvadoras - dijo, mientras caminábamos juntos por el campus de la Universidad - es muy sencillo asumir que la violencia es la solución inmediata. Y de hecho lo es: con la muerte no hay medias tintas ni respuestas. La segunda Guerra fue el menor de los males en un mundo que se caía a pedazos, un mundo que ignoró el peligro real el suficiente tiempo como justificar las armas y la agresión. La guerra no es inocente. La guerra representa un interés mayor y casi siempre muy concreto, que beneficia a cualquiera de las partes en disputa.

Una idea muy cínica, la verdad, pero que con el correr del tiempo terminé aceptando como cierta. Porque una guerra siempre será una confrontación de intereses, más que de ideologías. Ninguna guerra se declara si alguno de los contiendes tiene algo que perder. Ambas partes tendrás siempre algo que ganar, una victoria territorial o comercial, disfrazada de algún ideal difuso que no justifica la muerte y desolación que provoca la escena bélica. Pero, la guerra continúa siendo una opción, continúa mirándose como una solución real en medio de un mundo convulso y cada vez más frágil en sus convicciones.

En ocasiones, tengo la impresión que he vivido durante toda mi vida en una guerra no declarada: desde la extraña guerra del Golfo, que miré desde las pantallas de televisión como un aterrador espectador, hasta las tragedias étnicas de Bosnia Herzegovina y Kosovo hasta llegar a las intervenciones militares estadounidenses, la guerra parece estar en todas partes, convalidar su existencia por el mero hecho de cumplir una función concreta de un mundo donde la política de salón no negocia vidas, sino poder. He escuchado declaraciones de guerra absurdos, leído el testimonio de victimas desconsoladas, exigiendo paz. Pero el mundo no está preparado para ofrecer una visión pacifista de si mismo: continúa comprendiéndose desde la agresión, desde la visión más dura de su propia interpretación de la violencia.

El rostro de Barak Obama tiene una expresión tensa, preocupada. No es para menos, pienso. Asume la responsabilidad por un conflicto bélico inútil y carente de verdadero objetivo.  Frente a las cámaras de televisión, explica a los ciudadanos que gobierna y al mundo que su país tiene la intención de intervenir en el conflicto Sirio. Lo escucho entre incrédula y furiosa. Durante casi dos años, el pueblo sirio se ha enfrentado a la lucha encarnizada de una guerra civil sin limites claros, sin ganadores y vencedores. Solo muerte, solo el desolado panorama del poder intentando vender a la resistencia y más allá un cumulo de intereses en disputa que parecen inevitables. Porque nadie entiende muy bien que ocurre en Siria, como nación o circunstancia: No hay buenos o malos, tampoco asesinos o victimas. Hay una población enfrentándose a intereses que le superan, que les atañe de manera tangencial. Pero la lucha continúa, la lucha se extiende en todas direcciones de un país divido y herido por la violencia. Los rebeldes atacan, toman posiciones, declaran triunfos precarios. El gobierno se defiende, apela al nacionalismo, se arropa en el clamor popular de defender un gentilicio que parecer fragmentarse en dolor y muerte. Y en medio de ambos extremo, el pueblo libio padece, sufre, muere. Las victimas se cuentan a millones, la tragedia humanitaria aumenta de manera exponencial. Y sin embargo, la solución es más violencia, es la cruda realidad de la muerte por la muerte. Sangre para bendecir el ideal.

Como mucha otra gente, vi las imágenes de lo que supuestamente ocurrió en Ghouta ( un área cercana a Damasco controlada por los rebeldes ) y sentí terror y furia. Cientos de cadaveres envueltos en sábanas blancas, con el rostro retorcido por un dolor que los llevó a la muerte. También vi un vídeo, de un hombre que intentaba despertar a su hijo, muerto dos o tres horas antes por el ataque químico que sufrió la población. Y sentí la necesidad que ocurriera algo que detuviera la masacre, detener al gobierno Sirio, el Villano de la partida y devolver la paz a un país que lo reclama desde hace casi dos años. Un pensamiento tan ingenuo como inútil, por supuesto.

Y es que el conflicto en Siria es tan confuso e indescifrable para el mundo Occidental que lo  intenta comprender como un enfrentamiento heroico entre dos extremos lo resume a limites peligrosos. Siria es un territorio inestable y no solamente por el enfrentamiento de una guerra civil nacida en los albores de la llamada "Primavera Árabe" sino que además, rodeada como país de una circunstancia religiosa e ideológica lo bastante peculiar como para que pueda influir en el conflicto frontera adentro. Hablamos que de triunfar los rebeldes - con o sin apoyo de una Intervención militar de EEUU - Siria deberá decidir cual identidad deberá asumir: una democracia sin base popular en un país quebrado por un conflicto fratricida o convertirse en una teocracia como varios de sus vecinos, bajo el liderazgo de clérigos ultra conservadores. De manera que la misma opción de la guerra, solo desvirtúa cualquier aspiración pacifica: las aristas del conflicto son tan numerosas como peligrosas y amenazan  no solo al pueblo sirio sino a la frágil estabilidad del Medio Oriente.

Pero por ahora, la pugna continua debatiéndose en un juego de poderes que poco o nada tiene que ver con la realidad del país: Putin se enfrenta a EEUU por inercia política, aunque su oposición es todo lo hipócrita que puede ser de un líder que sabe que la Guerra reditúa y que el beneficio económico puede privilegiar a su país a largo plazo. A su vez, Obama insiste en el inquietante papel de obligar a su país a intervenir en un conflicto que no le atañe ni tampoco tendrá otro beneficio que disponer de otra pieza de poder en el complejo panorama internacional. Aún así, insiste en maniobrar con la suficiente mano izquierda como para evitar ser acusado de promotor de un nuevo conflicto bélico de impronta americana. Su decisión de aguardar la decisión del Congreso y el Informe de la ONU sobre las armas químicas, hacen suponer que intenta, en lo posible, revestir de un lustre de cierta legalidad una decisión inaudita. La pregunta inmediata que cualquiera se formula es quizás la que no tenga respuesta inmediata ¿Qué ocurrirá si el Congreso le niega la autorización? ¿Que camino tomará este Obama que intenta aplastar un conflicto bélico con otro?

Entre tanto, el mundo se preocupa a su manera maniquea y parcial: se llevan a cabo protestas para evitar "la muerte de Inocentes" en un país que padece desde hace más de dos años una guerra Civil tinta en sangre. Hablamos de casi un millón de victimas debido a los enfrentamientos o ataques del Gobierno de Assad o los Rebeldes en armas, hablamos de un pueblo que padece los rigores de la guerra antes que el supuesto ataque de armas Químicas se hiciera noticia mundial, la justificación que necesitaban los observadores para declarar un estado de emergencia que durante dos años ha sumido en muerte y destrucción al país. Se preguntaba Ilya U. Topper en su interesante artículo "Siria se va al diablo" si existen "muertos buenos o malos, unos más valiosos que otros según el interés que satisfagan" y el mero cuestionamiento es inquietante, perverso. Porque esta guerra vendida como salvadora no es más que una necesidad del mundo que es testigo de una confrontación que no comprende, de minimizar el daño, de nombrar buenos o malos, vencedores o vencidos a conveniencia. Y mientras tanto, las victimas continúan cayendo, la muerte se multiplica, la idea de la violencia parece cada vez más válida, plausible a pesar de la evidencia en contra.

Lo peor de todo la visión del futuro panorama bélico es que nos atenemos a las nociones del bien y el mal que hace de la guerra una idea necesaria: El uso de armas químicas en Siria transgredió una límite imaginario que provocó la inmediata reacción mundial. ¿Por qué? La noticia no es nueva para nadie:  El Gobierno de Assad posee un respetable contingente de armas químicas, distribuidas a lo largo y ancho de Siria y durante los largos meses de la guerra civil que azota el país, las ha utilizado en menor o en mayor medida. De manera que la hipocresía del discurso que convalida la guerra no puede ser más notorio: las armas Químicas utilizadas en Ghouta justifican el ataque, solo por el hecho que la noticia trascendió fronteras, llegó en un momento político conveniente para las potencias mundiales que miraban de reojo la interminable confrontación. Y se me ocurren muchas más preguntas ¿Es tan torpe el gobierno de Assad como para utilizar su arsenal de armas químicas contra una población Civil luego de la llega del equipo de inspectores de armas químicas a Damasco? ¿Cual sería la posición estadounidense y del mundo si se llegase a demostrar que el ataque de armas químicas fue perpetrado por los rebeldes?  Más preocupante aún es la certeza que el ataque a Siria estaba decidido desde hace un buen tiempo y el ataque con armas químicas resultó la excusa perfecta. Me pregunto varias cosas ¿Quien vendió armas químicas a Siria? De pertenecer al gobierno Sirio ¿Qué país se responsabiliza por un desmán que condenó a la población a sufrir el ataque más artero imaginable? Otra cosa más: si las armas quimicas pertenecen a los rebeldes - como sugiere una versión que he escuchado varias veces - de nuevo, insisto: ¿Quién se las procuró? La respuesta a todas esta serie de interrogantes podrían definir un panorama más claro sobre lo que está ocurriendo frontera adentro del país. Pero no las tenemos, de manera que cualquier conclusión es inexacta.

Peor aún:  Putin se opone al ataque mientras Obama insiste en llevarlo a cabo aún sin el informe de la ONU que podría aclarar la situación. Ambos defienden intereses económicos ( un oleoducto con Irán y la vía directa de compra de petróleo ) por lo que la decisión no provendrá de la protección del pueblo Sirio, sino al beneficio y rentabilidad de esta guerra.

De manera que, el panorama no puede ser más lamentable: Dos gigantes se pelean por una zona franca, sin importarle sus habitantes. Una terrible perspectiva para las victimas de una guerra interminable.


Apago el televisor antes que la locución del presidente Obama acabe. En el silencio que viene luego, imagino el sonido de bombas y gritos, el terror convertido en una escena fragmentada de horror. Siento miedo, uno muy profundo y crudo, pero también una desolación abrumadora, la sensación que el mundo está muy cerca de expresar de nuevo el poco valor a la vida y a las verdaderas ideas - esas, que sobreviven sin sangre - que padece nuestra cultura, nuestra herencia cultural. Y me pregunto, si en esta ocasión, habrá un último momento de sensatez, de comprensión del poder destructivo de una guerra y su legado de muerte. O si solamente ocurrirá lo inevitable, en un ciclo con olor a sangre y sin ningún otro sentido que el dolor.

La posible respuesta me produce una profunda desazón.


Para leer: 

Para comprender con mucha más claridad el conflicto Sirio y sus posibles implicaciones, recomiendo leer los siguientes artículos:

El estupendo análisis de Jon Lee Anderson: "Siria, Assad y la historia de las armas químicas" http://prodavinci.com/2013/08/23/actualidad/siria-assad-y-la-historia-de-las-armas-quimicas-por-jon-lee-anderson/

La opinión del Periodista radicado en Estambul y analista de la situación del medio Oriente Ilya U. Topper: "Siria se va al infierno":  http://msur.es/2013/08/29/topper-siria-diablo/2/

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