domingo, 1 de septiembre de 2013

De la Brujería y sus símbolos: El poder del Fuego.






De niña, tenía un sueño recurrente: me encontraba de pie, en mitad de una calle vacía, mirando una llama muy alta arder. Sentía su calor rozarme las mejillas y esa sensación de sobresalto que el fuego produce. Sentía miedo, quizás por lo enorme de las lenguas de fuego que se alzaban hacia un cielo cuajado de estrellas pero también una fascinación casi primitiva. Entonces bailaba, con los brazos levantados sobre la cabeza. Sacudiendo el cuerpo en un baile espontáneo, desordenado. Cuando despertaba, el sudor me cubría el rostro y las manos. Me sentaba sobre la cama, con el corazón latiendo muy rápido y me preguntaba si aquel era un buen sueño o el atisbo de una pesadilla. Nunca supe la respuesta.

Tuve el sueño muchas veces durante mi infancia y primeros años de adolescencia. Y por supuesto, lo analicé de todas las maneras posibles. No solo por lo recurrente, sino por lo directamente simbólico: para muchas culturas y creencias el fuego es la representación física de la fuerza de la naturaleza, ese poder tempestuoso que se le atribuye la cualidad de transformar todo lo que toca. De manera que asumí  que mi mente intentaba decirme algo muy concreto y de manera poco disimulada. ¿Se trataba de los inevitables cambios físicos que estaba sufriendo al crecer? ¿Algo de naturaleza más profunda? Recuerdo que me miraba al espejo y apenas reconocía a la niña mujer que veía reflejada en él. Los ojos grandes y cansados, la piel pálida, el cabello desgreñado eran los mismos, la historia de mi vida contada en pequeños rasgos. Pero había algo más, mucho más sutil, que parecía adivinarse bajo la imagen, lo evidente. ¿Quién era? ¿Quién sería un poco después?

Por entonces, ya fotografiaba. Cámara en mano insistía en coleccionar momentos y rostros sin son ni ton. Lo hacia por gusto, por pasión, pero también por una sensación de inevitabilidad que tenía mucho que ver con el cuerpo transformándose, abriéndose a la vida con tanta rapidez que me desconcertaba. Fotografiaba para comprender el presente, un poco el futuro, pero sobre todo fotografiaba porque temía ese constante fluir biológico que me abrumaba. Recuerdo días enteros de fotografiar cada cosa con la que tropezaba: piedras, perros callejeros, automóviles, rostros de desconocidas. Tenía la sensación que buscaba algo, aunque nunca supe muy bien qué.

Quizás mi mente si lo sabía, pienso ahora, a la distancia. Porque cuando comencé a fotografiar, soñé más que nunca con el fuego. El sueño siempre era muy parecido, pero comenzó a tener detalles que diferenciaban la escena. En una ocasión soñé que el enorme fuego palpitaba a mitad de una montaña, solitario e imposible y en otra que se extendía como una linea radiante por una autopista solitaria que se perdía en la oscuridad. Pero siempre había fuego, cada vez más hermoso y radiante. Enormes lenguas chispeantes, que brillaban con un poder invisible y clamoroso. Al despertar, me quedaba tendida en la oscuridad, extrañando un poco el calor en la piel de mi rostro, esa nítida sensación de poder, casi esencial que solo puede brindar el fuego.

Me pregunté si mi recién descubierta afición por la fotografía tenía algo que ver con el sueño recurrente. Concluí que no: lo tenía desde muy niña. Recordé algunos fragmentos - medio borrosos, más imaginados que otra cosa - mientras pegaba con paciencia mis fotografías en las paredes de mi habitación. Había sido probablemente el primer sueño que podía recordar - cuando podía hacerlo - y eso le brindaba un cariz personal, intimo. Me imaginé ese fuego encendido en algún lugar de mi mente, aún durante el día cuando estaba despierta. ¡Que imagen tan misteriosa! las enormes lenguas de fuego coloreando mi mente, los espacios vacíos de mi imaginación. Las chispas flotando entre las puertas a medio abrir de mis pensamientos más profundo, definiendolos. Y la idea me gustó. Me encantó en realidad. Me quedé sentada sosteniendo el maso de fotografías en la mano, preguntándome en silencio que provocaba que ese fuego misterioso se mostrara de vez en cuando cuando dormía. ¿Había algo que lo provocara?

Levanté la cabeza y me sobresalté por la mirada de la muchacha pálida que era yo misma desde el espejo rodeado de fotografías. Me miré, sin aliento, un poco asustada por no haberme reconocido al primer vistazo. Las fotografías enmarcaban mi rostro, como...pensamientos, sí, me dije asombrada. Cuando me incliné, la realidad pareció curvarse, rodearme. Los montones de imágenes desordenadas de calles, animales, rostros, cielos, piedras, árboles ondularon a mi alrededor, se apretaron contra los rasgos de mi cara en una imagen imposible, casi inquietante. Sentí una profunda y rara emoción, sin nombre pero muy definida palpitando en mi mente, en ese lugar donde sabía, el fuego misterioso ardía. Cuando tomé la cámara los dedos me temblaban tanto tuve que tomar una bocanada de aire tranquilizadora para comenzar a fotografiar.

Pero no fotografié el mundo. No busqué respuestas en los pliegues de luz y sombra a mi alrededor. Me fotografié a mi, fotografié ese rostro desconocido que emergía de la niña que había sido, de ese espacio en mis pensamientos donde no tenía nombre ni edad. Cuando la polaroid me entregó aquella primera fotografía - el primero de todos mis autorretratos - apreté los labios para no llorar. Una niña delgada, hosca, me miraba desde el otro lado de la realidad, ese, donde viven los sueños. Ese, donde palpita una idea fecunda del mundo. Era yo, pero a la vez no lo era. Se trataba de un reflejo, una visión diminuta de esa otra muchacha que habitaba más allá de mi rostro, de mis manos, de la realidad. Y me asusté mirarla tan cercana, con sus labios apretados, el cabello rebelde cayéndome sobre los hombros, las manos huesudas apareciendo poco a poco de en medio del juego de luces y sombras. Y sonreí, libre porque me reconocí. Allí, en ese silencio de la imagen, más allá de cualquier límite, flotando en el fuego que brillaba, siempre misterioso en algún lugar de mi mente.

Todavía no sabía mucho de magia. En realidad, con once años y un poco más, sabía muy poco de todo. Con los dedos húmedos de nerviosismo, hojeé el libro de las sombras de mi abuela, a escondidas aunque después sabría que ella misma me lo había prestado de buen gusto de habérselo pedido. Pero yo creía que no y en la historia de mi mente, era mucho mejor el misterio, esa escena escondida bajo la mesa del escritorio leyendo. Encontré un ritual para el fuego, para el enigma, para ese muy claro y limpio, ese que representa el poder del secreto y la voz de la purificación, a través del esfuerzo y la evolución de nuestra conciencia. Decidí hacerlo, contra todo sentido común, contra esa idea de lo desconocido . A solas en mi habitación, rodeada de fotografías. Me pregunté que ocurriría. Me pregunté si debía temer - o esperar - sucediera algo.

Y ocurrió claro, pero no algo evidente ni misterioso. Ese primer ritual a solas, sentada en la oscuridad, rodeada de mis fotografías y sobre todo, de ese primer autorretrato me brindó una sensación de poder que tenía mucho que ver con mirar a mi mente como un espacio real, una manera de expresar mis ideas, una sensación definitiva de asumir mi poder de crear. Las manos levantadas, temblorosas, el resplandor de las velas a mi alrededor y más allá, el mundo real envolviéndome y a la vez, siendo ese otro espacio donde brilla el fuego misterioso de la imaginación, ese que nunca se apaga y que sobrevive a la desazón. Un sueño que apenas comenzaba, entre mis dedos e incluso en la mera necesidad de mirarme, una y otra vez en ese otro espejo: el de mi mente, el de mis emociones. Quizás el de mi fe.


El fuego y el poder creador:


Para la Tradición de la Antigua Religión que practico, el fuego representa un importante elemento simbólico: la necesidad de crear, el poder de las convicciones, la voluntad y la expresión espiritual, todas estas características atribuidas a la personalidad mágica. El espíritu del fuego es representado dentro de nuestra Tradición como secreto y purificación: muchos de los rituales relacionados con el fuego, insisten en su poder para transformar los elementos o brindar una nueva visión sobre un aspecto concreto.


También el fuego tiene sus propios símbolos:  En brujería, el espíritu del fuego se representa a través del ave Fenix, animal mitológico que renace y muere a través de las llamas del conocimiento y la sabiduría Universal. Simboliza además la energía primordial del conocimiento, que surge de la vida y la muerte como ciclo natural y metafórico. Dentro del folclore europeo, la salamandra es un monstruo mitológico y símbolo básico de la alquimia. Símbolo del misterio de la transformación a través de las llamas místicas, se consideraba que la Salamandra es la encarnación del espíritu del fuego. Se le cree capaz resistir e inclusive apagar los fuegos más ardientes. El origen de este mito podría originarse en su condición de anfibio, y que como tal, vive parte de su vida en el agua y parte en la tierra (elementos alquímicos), en particular en zonas húmedas como bosques. Debido a esto último, suele ser común encontrar estos animales entre la leña húmeda, y que salgan huyendo al arrojar ésta al fuego (otro elemento alquímico).

Para celebrar el espíritu del fuego, en nuestra tradición realizamos rituales donde se conmemora la energía de la evolución espiritual. El que lleve a cabo siendo una niña y que continúa siendo mi favorito, es el siguiente:

Necesitarás:

7 velas rojas.
1 metro de cinta roja.
Una copa de Vino tinto ( o cualquier bebida de color rojo )
un trozo de tela rojo.
Incienso de mirra.


Disposición:

Coloca sobre la tela  las velas rojas creando circulo y luego rodeándolas con la cinta roja, la copa de vino frente a ti  y a tu izquierda el incienso de mirra.


Antes de comenzar, toma una larga bocanada de aire y permite que toda la tensión abandone tu cuerpo. Imagina que el aire a tu alrededor se hace cálido y sedoso, como pequeñas ondulaciones de una tela muy suave. Visualiza con todo el detalle que seas capaz la sensación que el aire a tu alrededor toma una tonalidad rojiza, lleno de calidez. Ahora, abre los ojos y enciende el círculo las velas ( en el sentido de las aguas del reloj) diciendo:

"Soy el tiempo y la voz de mi conciencia
A través de la energía del Universo
expreso mi valor y convicción
En Nombre de la Diosa Blanca
Invoco el poder del fuego
la energía primigenia de la purificación y
la fortaleza de mi corazón
Así sea"

A continuación, respira lentamente, sintiendo que absorbes en cada bocanada de aire, la luz de las velas, el aire cargado de la energía que te rodea. Eleva las palmas de las manos y siente como el poder del fuego te recorre de los pies a la cabeza. Visualiza que el poder de la purificación impregna cada parte de tu cuerpo, cada parte de tu pensamiento. Siente que todos tus temores e incertidumbres, pierden fuerza ante el poderoso contacto del fuego vivo que está en ti.

Abre los ojos y toma la copa con vino entre tus manos e invoca:

"Que sea la fuerza del fuego en mi
que sea la palabra del tiempo secreto entre mis dedos
Purifico, consagro y lleno de energía esta bebida
para que represente la energía del fuego
Sea en mi espíritu el brillo del conocimiento
Así sea"

Toma un sorbo de la bebida y siente como su sabor impregna tus sentidos.  Percibe el sabor, su temperatura, su consistencia y siente que cada parte de ti se llena del conocimiento sensorial que te proporciona el momento.

Por último, para culminar el ritual, enciende el incienso de mirra y realiza una pequeña meditación mientras te dejas llevar por el olor y la sensación cálida que el olor que se eleva a tu alrededor. Finalmente, apaga las velas invocando de la siguiente manera:

"Que la fuerza sea en mi
A través del tiempo del fuego
Así sea"

Come y bebe algo para equilibrar la energía que invocaste mediante el ritual.


Despierto sobresaltada. Aún puedo sentir el calor del fuego en las palmas de las manos, su energía palpitando en la punta de mis dedos como una corriente viva de poder. Me levanto de la cama, tambaleándome en la oscuridad. Todavía no decido si es un buen sueño o el anuncio de una pesadilla. Quizás jamás podré. Pero cuando me miro al espejo,  la mujer que me sonríe desde el reflejo, parece comprender la confusión  - ¿la inquietud quizás? - y disfrutar de ella. Y más allá, mostrarme el poder de esa región sombras donde habita lo que no podemos mirar muy claro sobre nosotros mismos, iluminado a medias por un fuego enorme y gigantesco que nunca de brillar.

Un sueño medio recordado, una forma de soñar.

C'est la vie.

2 comentarios:

Scarlett dijo...

Me ha encantado este post porque me recuerda muchas cosas. De pequeña yo estaba fascinada con el fuego, al grado que mi abuela me tenía que esconder encendedores y fósforos porque me daba por quemar cosas sólo por ver el fuego. Ya de grande sé que eso es peligroso, pero no quita que a veces cuando prendo velas soy feliz viendo la flama por ratos prolongados mientras mis ojos me lo permitan :) (yo soñaba al fénix desde niña, lo veía chispear, arder en llamas y salir de un montón de cenizas.

También me recordaste a la diosa Brigid, que es patrona de la creación artística (entre muchas otras cosas) y tiene una estrecha relación con el fuego, tanto que su hoguera en Kildare se mantenía encendida de forma perpetua todo el año y el Imbolc, festival del fuego por excelencia se celebra en su honor :)

Unknown dijo...

Excelente ritual para realizarlo durante el Imbolc, ya tome nota lo hago el 2 de febrero.

Un cordial saludo desde las calurosas tierras Maracuchas

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