martes, 10 de septiembre de 2013

Un día para la infamia, huérfanos de justicia: Hoy Venezuela abandona la Corte Interamericana de los Derechos Humanos.







El día de hoy será recordado probablemente solo por un grupo de Venezolanos. En el futuro quizás, nadie recuerde conmemorar una fecha que demostró que la justicia en Venezuela está al servicio del poder y no del ciudadano, mucho menos, para celebrar la justificia. Hoy, Venezuela se retira de la Corte interamericana de los Derechos humanos. Quizás, en otro momento de nuestra historia reciente, la sola posibilidad habría ocasionado análisis y debates, un real enfrentamiento de ideas entre Venezolanos. Pero en esta Venezuela que ignora su propia historia muy probablemente, esa no será la noticia titular en la mayoría de los periódicos del país. Con toda seguridad, el Presidente Nicolás Maduro tendrá algo que agregar a su larga lista de tropelías y provocaciones, o el venezolano de a pie, estará mucho más atento al día a día, a ese futuro inmediato tan prosaico que a lo que pueda significar perder la capacidad de recurrir a la justicia internacional en caso de necesidad. De manera que este día de la infamia, solo será otro de los tantos que incluir en el largo calendario de celebraciones infames que la "Revolución" boliviariana acumula durante quince años de intentar construir una nueva historia por el recurso simple de destruir la previa.

Y es que Venezuela olvidó su propia identidad o lo que es aún más grave, intenta ignorar esa necesidad histórica de comprender el futuro como una suma de las decisiones actuales, de la visión de nación más allá del ámbito partidista, de los valores difusos de una ideología carente de sentido. La Venezuela del Siglo XXI, la que padece de la política como una idea que aplasta antes que construye, se niega a admitir la necesidad de encontrar un punto de unión entre todas las percepciones y discursos, en mirarse como un proyecto de ciudadanos. En esta Venezuela aplastada bajo la bota del militarismo puro, la visión de la justicia se deforma, se cuartea y soporta el peso de la opinión del poderoso, de la conveniencia partidista y de una administración pública que utiliza el imperio de la ley como arma. El país del que sufre y padece el temor, antes que aspirar a cualquier forma de justicia.

¿Qué ocurre con la Venezuela que abandona hoy el sistema Interamericano de justicia? ¿Que visión tiene de sí misma una sociedad a la que no parece importarle el dilema de perder la posibilidad de exigir justicia fuera de sus fronteras? El tema es tan complejo como sus posibles implicaciones,  porque la Venezuela revolucionaria, no solo es incapaz de interpretarse así misma más allá del partidisimo, sino lo que es peor, más allá de la limitada visión de la justicia de la revancha, de la reivindicación histórica e incluso la simple violencia.

Porque el Venezolano actual debe luchar no solo contra la perspectiva de un país fracturado en ideales insustanciales y que intentan ocultar las verdaderas proporciones de caos estructural que enfrentamos como sociedad. ¿Un ejemplo cercano? La semana pasada el gobierno conmemoró los ocho meses de la muerte del presidente Hugo Chavez Frías. Y lo hizo anunciando que un grupo de simpatizantes del oficialismo recopilarían un millón de firmas para según se lee en la nota de agencia de noticias AVN “aclarar las circunstancias que provocaron el fallecimiento del mandatario”. Asombra, que en un país que padece lo que es probablemente la mayor crisis social y cultural de su historia, el ciudadano promedio aún insista en analizar la realidad mediante la impronta de un líder o lo que es peor, una ideología hueca que solo parecía sostenerse en una visión limitada de un país en entredicho. Aún más,  leer este tipo de iniciativas y el apoyo que reciben del gobierno, hace que me cuestione sobre cuales son las prioridades de una nación que se sostiene a duras penas sobre una ilusión de cambio y de transformación que cada vez parece más lejana.

Y es que Venezuela padece de una grave miopía de intereses, lo que por supuesto beneficia y propicia el gobierno en funciones. Somos un país que se preocupa por guerras imaginarias y conspiraciones invisibles, mientras la estadística de asesinatos y crímenes violento aumenta exponencialmente. Somos un país que levanta el puño en protesta por las violaciones a los derechos humanos en otros países de la orbe, pero que ignora lo mejor que puede los que ocurren fronteras adentro. Somos un país que se vanagloria de sus logros en defensa de la libertad y que ignora los nombres de los presos políticos que sufren la agresión de instituciones viciadas por el partidismo. Porque Venezuela, es una circunstancia cada día más absurda, que se debate entre lo que teme y lo que no tiene: Venezuela, que arremete con arrogancia contra los disidentes morales y políticos que adversan su visión ideológica, pero que insiste y proclama su amor a la paz. Nada más desconcertante que intentar entender la visión sobre la política y la cultura de una nación que se concibe como beligerante y contracultura pero que aún así subsiste gracias a la renta petrolera del país enemigo. Ese es el país que heredamos luego de catorce años de mal llamada revolución: el país de las contradicciones, el país del verbo politiquero, de la ineficiencia como norma, de la visión política cuarteada de ideas retrógradas y superficiales. Porque en esta Venezuela revolucionaria, la ideología es una excusa, la ideología es un temor, la ideología es una visión cuartelaria del poder. En esta Venezuela tambaleante, regida por la ley del más fuerte y del que detenta el poder, el concepto de justicia lucha contra la presión de la legalidad como arma que se esgrime en contra del disidente y que se utiliza a beneficio. Este es el país de las contradicciones, el país que se erige como defensor del humanismo y utiliza el prejuicio como forma de expresión política. Un visión de nación rota en fragmentos irreconciliables y con la necesidad de erigir la violencia como visión política.



A ocho meses de la muerte de Hugo Chavez Frías, el país aún se debate en el culto al lider, en la exaltación del autoritarismo como forma de comprender nuestro proceso cultural. Y me pregunto ¿Que ocurre con el ciudadano que soporta en silencio el país real, al que debemos sobrevivir? ¿Qué ocurre con el país de la inseguridad, la violencia, la crisis económica, la destrucción de los valores? ¿En algún momento será prioritaria la reconstrucción de Venezuela como identidad e idea de país? No tengo respuesta para ninguna de esas preguntas y me preocupa, que quizás no las tenga pronto. O que quizás simplemente no existan incluso después. Porque en Venezuela por ahora, lo único real es la incertidumbre que padecemos a diario.

Sentada en un café cualquiera, miro a mi alrededor. Los grupos en las mesas rien en voz alta, las conversaciones se mezclan entre sí hasta crear una gran cacofonía de lo absurdo, de lo superficial. Y la risa se hace amarga, en medio de una mañana especialmente calurosa, en medio de un día que probablemente en el futuro tendrá más significado del que tiene hoy, en el anonimato del día a día complejo de un país que olvidó recordar el sentido real de su identidad moral.

Así estamos.

Esta es Venezuela.

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