domingo, 17 de abril de 2016

Fragmentos de sueños perdidos y otras historias de brujería.





Mi tia M. era quizás la mujer más enigmática que conocí nunca. Era bruja como todas las mujeres de mi familia, pero también, era médico. La mezcla entre ambas cosas, hacía que la mayoría de las veces, tuviera algo interesante e incluso sorprendente que decir. O al menos, a mi me lo parecía.

- ¿Crees que existen los fantasmas? - le pregunté en una oportunidad. Ella me dedicó una mirada brillante de inteligencia.
- De vez en cuando.
- ¿No siempre?
- Nadie puede creer las mismas cosas todas las veces. Tu mente cambia y con ella, tu punto de vista.


M encantan esas respuesta enrevesadas que me obligaban a pensar y analizar cada palabra que decía. Siempre las tenía en la punta de la lengua, incluso en esas mañanas perezosas a medio construir cuando desayunábamos juntas antes que me fuera a la escuela y ella a su trabajo en una clínica privada. Tía había ido a vivir a casa de mi abuela - la sabia, la bruja - después de la muerte de su esposo y aunque era una situación muy triste, para mi había sido todo un descubrimiento esta mujer severa, brillante y en ocasiones con un sentido del humor que no comprendía del todo. Y que además, era bruja. Lo era, vistiendo el uniforme verde del quirófano y con su habitación llena de intrincados libros de texto sobre biología y medicina que me sorprendían por su complejidad.

- Entonces uno nunca cree en nada, porque siempre está cambiando ese punto de vista - me quejé - ¿Cómo se puede creer en algo si siempre...lo que piensas sobre eso se transforma en algo más?

Tia sonrío y continúo comiendo su cereal matutino. Pero yo sabía que agregaría algo más y que sería sin duda, emocionante y extraño. No me defraudó.

- Porque la mente es como una caja imposible con cientos de lados y espacios que se abren y se cierran - dijo. Levantó la mano y flexiona los dedos hasta crear una especie de curiosa garra que levantó por encima de su cabeza - Un forma geométrica que no existe, que no coincide en ninguna parte. Como si intentaras sostener la nada que nos rodea en la palma de tu mano. No puedes, de manera que comienzas a preguntarte que es esa nada. A donde te conduce. Por qué motivo forma parte de ti.

Me quedé boquiabierta. Tenía once años cumplidos y era lo bastante petulante para creerme  muy inteligente. Pero no lo era tanto, al parecer, para comprender esa intrincada metáfora de tia. Me quedé mirando sus dedos delgados, que se flexionaban y estiraban como un corazón invisible.

- Las viejas brujas de la casa dicen que el cerebro humano es como un corazón que palpita de asombro - continuó - que no deja de buscar información a su alrededor. La creencia que lo sustente. Sólo para abandonarla después. Por ese motivo, ninguna bruja cree lo mismo todo el tiempo. Ni tampoco se aferra lo suficiente  o mira de la misma manera todo. Una bruja es libre porque es capaz de comprender que su mente, esa distancia imposible entre las ideas siempre está transformándose, creándose, envolviendo con lentitud cada cosa que le sorprende.  Un corazón de fuego invisible.

Cerró la mano y la dejó caer. Después se inclinó sobre su tazón y siguió comiendo cereal, como si tal cosa. Seguí masticando el último trozo de la arepa que comía, aturdida y con la sensación que alguien me había estrujado los pensamientos con fuerza. Era una sensación tan real que cuando volvió a mirarme yo seguía intentando encajar todo lo que me había dicho en alguna parte.

- Y sí, últimamente creo en los fantasmas - dijo por último - lo creo con el asombro del que necesita creer. ¿Y tu? ¿Crees en ellos?

No supe que responder pero a ella no le importó. Alejó el tazón de cereal con un gesto firme y se levantó de la mesa. La miré alejarse hacia la puerta del jardín y cuando ya no pude verla, seguí su recorrido de pasos rápidos y ruidosos hacia el garaje de la casa. El ronroneo de su automóvil me sobresaltó: de pronto noté que sus palabras me habían sorprendido tanto que había estado conteniendo la respiración por algunos minutos. Solté el aliento con lentitud.  Cuando vi su automóvil pasar a toda velocidad más allá del muro en el jardín, tuve la impresión que tia me había dado tanto en que pensar como para tenerme ocupada el día entero.

***

- Aja, pero ¿Qué quiere decir eso? ¿Existen o no los fantasmas? - preguntó mi amiga  Flor muy intrigada. Me encogí de hombros.
- No sé. Ella dice que cree que sí. Pero...
- Si una medica lo cree, entonces existen.
- Pero no me dijo por qué.
- No importa.

Nos quedamos calladas, muy intrigadas por el tema. Toda esta preocupada conversación venía luego que Flor hiciera un descubrimiento asombroso - o así nos pareció - en la historia del colegio de monjas francesas: resulta que según algunos rumores, un fantasma recorría los pasillos del viejo edificio a medianoche. El viejo jardinero que se ocupaba de los terrenos del colegio le había contado que desde hacia más de dos décadas, cada cierto tiempo alguien aseguraba haber visto el fantasma de una mujer paseando al fondo del jardín y luego desaparecer a las puertas de la antigua capilla monacal más allá. Flor lo había escuchado todo boquiabierta y fascinada.

- Tenemos que ver ese fantasma - me insistió por días - ¿No te atreves?
- ¡Pero si no sabes cuando va a aparecer! - le recordé, un poco harta del tema.  Se encogió de hombros y noté que no le importaba demasiado esa simple eventualidad. Decidí no dar mi brazo a torcer.
- Además, no sabemos si los fantasmas existen o no - añadí - No podemos buscar algo que a lo mejor, no ha estado allí jamás.
- Sí existen - me miró sorprendida - Oye, ¿En tu familia no creen en eso?

Parpadeé. La verdad, nunca lo había preguntado. En alguna que otra ocasión había escuchado historias y leyendas sobre espíritus poderosos y fantasmas que volvían para proteger a los suyos pero había dado por supuesto que era como las historias de los libros que me gustaban: símbolos de ideas más profundas. Pero ahora que Flor lo mencionaba...me encogí de hombros.

- No lo sé.
- Pero...¡Son brujas! ¡Deben creerlo!

Lo cierto era que nadie en casa tocaba un tema semejante. Las brujas de mi familia parecían mucho más interesadas por la vida y sus infinitas variaciones que con la muerte y lo que podía ocurrir después de ella. Y eso incluía claro está, cuentos sobre aparecidos y cosas semejantes. Flor pareció desconcertada cuando se lo dije.

- ¡Pero las brujas invocan cosas y llaman al viento y eso! ¿Cómo es que no van a creer en fantasmas y espíritus?
- ¡No es lo mismo! - me quejé - En nuestras invocaciones llamamos a las fuerzas de las naturaleza, que forman parte de la vida de todo. Respetamos y celebramos su presencia, asumimos que somos parte de un ciclo interminable que comienza y termina en Los Elementos. Pero un espíritu...es otra cosa.
- ¿Otra cosa como que?

No supe que responder. De manera que había terminado esa mañana, preguntándole a tia sobre el tema. Y había obtenido una respuesta - o así me lo parecía - y además un montón de cosas en que pensar. Pero cuando traté de explicárselo a Flor no me hizo el menor caso.

- Ya sabemos que existe el fantasma...ahora tenemos que buscarlo - siguió como si aquello fuera cuestión de coser y cantar - y entonces...
- Eso no fue lo que dijo mi tía - le recordé. Ella sacudió la cabeza.
- No lo dijo así, pero claro que cree que existen - sentenció, dando por zanjado el asunto - ahora...
- ¿Ahora qué? - pregunté. Comenzaba a intrigarme la obsesión de Flor y aunque jamás lo admitiría en voz alta, también estaba lo suficiente intrigada con el tema como para comenzar a imaginarme todo tipo de cosas al respecto. En una nítida imagen mental, vi a la mujer de blanco - porque tenía que estar vestida de blanco ¿No? - pasando de un lado otro de la larga muralla de piedra de la escuela, con el cabello flotando ingrávido sobre sus hombros y las manos pálidas arañando el aire. Me sobresaltó tanto que sólo entonces noté que también yo comenzaba a creerme el asunto. Flor me dedicó una de sus chispeantes miradas verdes.
- Pues ahora hay que seguirla para ver que hace y saber por qué sigue aquí.

Lo dijo con toda la simplicidad de doce años cumplidos, pero tuve la sensación que había algo más profundo y singular en esa curiosidad suya hacia el fantasma. Y aunque no dije nada, me pregunté si Flor estaba buscando el fantasma de la mujer desconocida...o algo más.

***

El hermano de Flor había muerto hacia unos años atrás, luego de sufrir una larga agonía que lo había confinado a su cama por largos meses. Aunque casi nunca hablábamos de eso, sabía que Flor lo recordaba constantemente. Tenía fotografías del muchacho en su habitación y siempre que hablaba de él, lo hacia como si aún estuviera vivo, en un curioso presente que yo no entendía mucho pero que jamás me atreví a contradecir. De manera que me encontré pensando si Flor no estaría tratando de entender esa pared silenciosa e inexpugnable de la muerte a través de la figura de un fantasma solitario al que nadie había visto en realidad.

Seguí pensando en el asunto durante horas. Y sentada con la boca abierta me encontró mi tia, cuando regreso de su consulta diaria al anochecer.

- Te pareces al Diente Roto de Emilio Coll - bromeó sentándose a mi lado en la escalera que conducía a la puerta de la casa. Se refería a un cuento que nos gustaba mucho a las dos y que habíamos leído juntas hacia poco. Se trataba de la historia de un niño muy distraído y extraño que todos daban por genio justamente por sus largos silencios memos. Me eché reír.
- Pensaba en lo de los fantasmas - le expliqué.

Tia suspiró y miró las últimas luces del atardecer, enredadas en las ramas del árbol de mango del jardín antipático de la abuela. El mundo parecía flotar en una preciosa bruma carmesí y dorada.

- ¿Te dan miedo?
- No - aunque eso no era del todo cierto, pero no quería admitir que me daban escalofríos ese tipo de cosas - no dejo de pensar en por qué alguien querría regresar al Mundo luego de morir. Y así, como aire. Sin poder tocar ni ver nada. Sólo flotando por allí.

Tia guardó silencio, apretando en un puño tenso sus largas manos de cirujano. Tenía una expresión dura y tensa, coloreada por el resplandor del día que moría. Como siempre, me pareció una mujer bonita pero triste, con un dejo de misterio que jamás comprendí muy bien. Muchos años después, llegaría a pensar que quizás su profunda tristeza la había transformado en una mujer vieja aún siendo tan joven como era al morir mi tio.

- ¿No querrías tu? - preguntó tia.
- No lo sé. ¿Para qué? Lo que sea que pase después de morir, debe ser más divertido que quedarte aquí como...un recuerdo ¿No?
- Todos somos recuerdos - dijo tia en voz - lo que recordamos de otros, lo que recordamos de nuestra vida. Eso lo dicen las brujas más viejas y me costó mucho tiempo entenderlo. Pero es así: somos recuerdos, de quienes nos aman, de quienes amamos. La magia antigua está hecha de la melancolía.

Sí, había leído esa frase. Abuela la había dicho en voz alta en el funeral de la bisabuela unos meses atrás y desde entonces, me había tropezado con esa idea varias veces. En la habitación vacía de bisabuela, en sus libros que ya nadie leía. En su ropa doblada y guardada en un viejo baúl. Mirar todo lo que le había pertenecido era como recordarla pero también, recordarme a mi misma a su lado, compartiendo su vida. Era una sensación dura y dolorosa.

- En el Libro de las Sombras de mi madre, leí que Todos somos fantasmas en algún momento de nuestra vida - dijo entonces tía con un suspiro - que de pronto, perdemos la necesidad de avanzar y de vivir y nos quedamos flotando en medio de muchos presentes y la incertidumbre del futuro. Se dice que una bruja lucha contra sus fantasmas y contra sus dolores fantasmales siempre que puede. Que avanza a ciegas y con el impetú de los esperanza hacia el futuro y lucha contra esas manos invisibles que intentan atarla al pasado. Que le recuerdan quien fue y quien pudo ser. Y quizás quien no es ahora mismo.

Se restregó el rostro con las manos abiertas. El tio llevaba más de un año fallecido pero tia continuaba siendo una mujer muy triste. Pensé de pronto que ella era el fantasma del espíritu lleno de energía y alegría que había sido hacía algunos años. La idea me cerró la garganta de pura angustia. Extendí la mano y tomé la suya.

- Así que un fantasma...¿No existe? - le pregunté, pensando en lo decepcionada que estaría Flor de escuchar aquello. Tia volvió la cabeza para mirarme. La primera sombra de la noche le cubrió el rostro.
- Claro que sí. Los misteriosos, los esquivos. Los que nadie puede explicar - dijo para mi sorpresa - ¿A donde crees que van a parar esos dolores y angustias que se quedan aferrados a la tierra? Los fantasmas son el recuerdo que se niega a morir. Y el que deseamos conservar  a pesar de todo.

Me apretó los dedos y luego hizo algo muy poco común en ella: me abrazó. Yo le eché los brazos al cuello y apreté mi rostro contra su hombro.

- Hay que preguntarle a los fantasmas por qué insisten en volver - dijo en un murmullo - en Brujería se dice que las brujas siempre encuentran la manera de liberarse del pasado. Díselo a tu amiga.

Me soltó y casi a la carrera, se fue al interior de la casa. Y aunque no vi su rostro cubierto por las sombras de la tarde, tuve la sensación que lloraba con el llanto simple y doloroso de la nostalgia.

***

- ¿Y ahora que hacemos? - preguntó Flor entusiasmada. Nos quedamos apretadas contra el tronco del enorme pino más próximo a la Muralla que separaba a la escuela de la calle. Sacudí la mano con energía.
- ¡Baja la voz! - murmuré - Bueno...esperar ¿No? Uno no sabe cómo actúa un fantasma.

Flor asintió muy convencida y se inclinó para mirar entre las ramas más bajas de los árboles. Era la tarde del viernes antes de las vacaciones de Pascua y habíamos decidido que era el mejor momento para vigilar la aparición del fantasma. Según las confidencias del viejo Jardinero, la mujer misteriosa solía aparecer justo en momentos como esos: en los momentos en que el colegio se quedaba solitario por las vacaciones y sobre todo, cuando el viento de montaña corría fresco en los jardines solitarios.

- Segurito allí la van a ver - nos aseguró el desdentado Felipe - bella pero triste. ¡Ya van a ver!

De manera que allí estábamos, esperando. Flor me dedicó una de sus sonrisas entusiastas.

- ¡Será tan genial verla! - me dijo en tono confidencial. La miré con la cabeza ladeada.
- Te gusta mucho esa idea ¿No? - pregunté con toda amabilidad. Flor suspiró, sin dejar de mirar la muralla.
- Mucho, sí. Es que creo que si la vemos a ella...no sería tan raro que...

Se mordió los labios y de pronto, su rostro redondo y sonrojado se quedó un poco magullado por la tristeza. Esperé, echando una mirada de vez en cuando la jardín vacío.

- ¿Qué vieras a José Juan? - dije por último. Flor se quedó muy quieta, sin parpadear, como si el nombre de su hermano le provocara una herida física. Por último, tomó una larga bocanada de aire.
- ¿Tu crees que eso es posible?

Me encogí de hombros. Recordé el muchacho demacrado que había visto sólo un par de veces, dormitando sobre su cama de enfermo y las fotografías que Flor guardaba de él, donde se le veía lleno de vitalidad y alegría. ¿Podría regresar del silencio José Juan? Recordé el larguísimo trayecto de dolor y angustia que habían vivido Flor y su familia. El llanto silencioso, la casa vacía. Me pregunté si José Juan, si realmente se pudiera convertir en un fantasma, desearía volver para ver a su familia sin él, sobreviviente a su ausencia. Era un pensamiento angustioso o a mi me lo parecía.

- Creo...que Joseíto ya hizo lo que tenía que hacer y se fue al otro lugar que viene después de la muerte, para continuar su camino - dije en voz baja. Me gustaba ese pensamiento, aunque no tenía real idea de donde lo había sacado o por qué creía con tanta certeza en él - pero te dejó algo bonito: lo mucho que lo quieres. Es parte de ti, de tu mamá y de tu papá. Y es parte de todas las cosas que vendrán después de él que tengan relación con su familia.

Flor apretó los labios y tuve miedo que se echara a llorar allí mismo. Pero no lo hizo: Con una fortaleza que me sorprendió, se aguantó las vividas ganas de mostrarme su tristeza y a cambio, me miró con una serenidad casi adulta.

- ¿Crees que lo veré otra vez? A veces quisiera que se apareciera por la casa. O que pudiera sentir su olor. Eso sería bonito.
- Lo hace, sólo que en vez de ser un fantasma, que es un recuerdo de un recuerdo, es parte de ti - respondí, recordando lo que tía solía decir. Sentí una tristeza infinita y dulce que no supe a que atribuir - los fantasmas se quedan atrapados aquí, en mitad de la nada. Sólo son cosas que asustan. Figuras que nadie encuentra explicación. Pero Joseíto es tu hermano, todas las cosas buenas que te dio. No vendrá como fantasma porque es parte de las cosas que amas.

Flor parpadeó y luego se dejó caer en cuclillas junto al claro junto al árbol donde me encontraba sentada. Sus ojos parecían espejos, brillantes y llenos de esperanza.

- Entonces...¿Crees que regresó de alguna manera?
- Las brujas dicen que nadie se va nunca, porque acaba perteneciendo a todas las cosas buenas que te llenan - le expliqué, recordando una línea que había leído en un Libro de las Sombras de la casa - Así que Joseíto no se fue, sigue en ti. Y no es un fantasma porque es algo.

Aquello parecía muy complicado pero Flor al parecer no tuvo problemas para entenderlo. Volvió a mirar la muralla vacía, el jardín silencioso y entonces, se puso de pie.

- Creo que me voy a mi casa - dijo para mi sorpresa. Tomó su morral y se lo puso sobre los hombros. Me levanté del suelo, desconcertada.
- ¿Y la mujer fantasmas?
- Quizás no venga hoy o no quiere que la vean - me dijo Flor. Y entonces sonrío, tan clara y tan dulce que sentí un cariño infinito por ella - Así que mejor le dejamos su jardín. Yo voy a mi casa...para recordar.

Sonreí. Le pasé el brazo por los hombros y juntas así, nos fuimos caminando por el camino de piedra hacia el pasillo que conducía a la puerta de la Escuela.

- Habría sido divertido verla pasar de un lado a otro - dije, no muy convencida y dándomelas de valiente. Flor soltó una carcajada.
- Nadie te va a creer eso.
- Lo sé.

Reímos juntas. Y de pronto me encontré pensando en que la nostalgia en ocasiones tiene el olor de un exquisito e interminable jardín vacío.

***

Tia me miró acariciar la cama vacía de bisabuela con ojos amables. Me había encontrado en la habitación vacía y en lugar de reñirme como solían hacerlo el resto de las mujeres de mi casa, se quedó conmigo mirándolo todo con ojos amables.

- ¿Te despides de ella? - me preguntó. Sacudí la cabeza.
- No, la llevo a todas partes - le aseguré. Abracé la almohada de la bisabuela que aún conservaba el olor dulzón de su perfume - no es un fantasma, es una de mis ideas.
- Sé a que te refieres - dijo tía con tristeza - me pasa...con tu tio.

Pocas veces hablaba sobre él y cuando lo hacía apretaba los dientes, irritada y dolida, así que había dejado de preguntarle sobre el tema. Pero ahora, hablaba en voz baja y amable, casi con tranquilidad. Recordé a Flor, mirando la muralla vacía y me pregunté si a veces, dejamos escapar a nuestros fantasmas para mirarlos flotar en el cielo dorado de nuestra mente.

- ¿Y lo recuerdas bonito?
- No hay otra manera de recordarlo - comentó - Siempre sonreía incluso cuando estaba de mal humor. Era un hombre extraordinario, feliz y lleno de vida. Sólo se puede recordar en la belleza.

Las brujas suelen decir que cada recuerdo es una voz del pasado que te cuenta tu propia historia. Pensé que tia escuchaba las narraciones del espiritu de Tio para aprender sobre si misma, para recordarse como había sido junto a él. Eso me pareció hermoso y conmovedor.

- ¿Lo vas a querer siempre?
- Nadie quiere siempre y de la misma forma - mi tia río. Sí, era una bruja de las persistentes, me dije conteniendo la risa - pero sí, siempre será parte de mi.

Nos quedamos en silencio, rodeadas por el olor de la bisabuela, por su presencia tangible y olorosa a nuestro alrededor. Y también la del Tío, risueño en la memoria, flotando en los buenos recuerdos. Y hasta la de Joseíto, que había muerto tan joven y que era parte de los pequeños fragmentos de mi vida y la de Flor. Un paisaje de amor inolvidable, de ideas rotas que parecían de vez en cuando formar algo nuevo y hermoso. Nadie quiere siempre de la misma forma, pensé. Ni tampoco cree las mismas cosas. Para una bruja, el cambio es una manera de crear. No hay fantasma que pueda contener el corazón de una mujer salvaje.

Pasarían muchos años hasta que comprendiera a cabalidad es pensamiento. Pero eso es otra historia que prometo contar en otra oportunidad.

C'est la vie.




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