sábado, 10 de marzo de 2012

Cronicas del Venezolano Sobreviviente: dos días sin servicio eléctrico.



Para nadie es un secreto la crisis en el sector eléctrico que atraviesa nuestro país: lo hemos vivido en mayor o en menor medida. Pero aun así, para quienes vivimos en la región capital, la verdadera dimensión de esta tragedia doméstica ha sido siempre un pequeño abre boca de lo que realmente está ocurriendo en otras regiones de Venezuela. Hablo de días enteros sin servicio eléctrico, interrupciones súbitas y frecuentes que dañan cualquier electrodoméstico, averías que no pueden ser reparadas por carecerse del equipo mínimo para hacerlo. De manera que, podría decir que aunque padecemos los rigores del problema nacional, desconocemos por completo la verdadera dimensión de las cosas.

Pensé todas estas cosas, luego de sufrir un apagón de casi 48 horas, que dejó a mi edificio y otros cuantos de la zona, además del casco comercial de la avenida donde vivo, sin servicio electrico y sin respuesta sobre el tiempo estimado de reparación. Hablo que durante casi dos días, los vecinos nos encontramos en una especie de limbo sin respuesta de ningún organismo competente: la falla incluía la perdida de una serie de equipo vital que no se importa al país, por lo que la reparación dependía de la celeridad - o no - de la Compañia Electrica Nacional, o en sus siglas, Corpoelec, de reponer el material con el que pudiera tener en existencia. Así que, durante dos días, no solo no hubo respuesta sino que el problema pareció incrementar su gravedad a medida que pasaban las horas: Lo que comenzó como un apagón, terminó siendo un grupo de circuitos quemados por una explosión interna y finalmente, la perdida un transformador. Lo más preocupante resultó, la poca capacidad de respuesta de los funcionarios del ente gubernamental encargado del Servicio eléctrico: durante cuarenta y ocho horas, se hizo patente para todos mis vecinos, el hecho que el problema eléctrico no es solo es de gran envergadura sino además, carente de verdaderas soluciones.

Y como ciudadana - y contribuyente - me encontré preguntándome cuanto puede soportar el ciudadano común una situación que trastoca por completo su vida cotidiana. Hablo que no comprendemos hasta que punto dependemos de la electricidad, hasta que nos encontramos limitados y sobre todo, aislados de todas las comodidades que damos por hecho. Esa experiencia, es la que me motivo a escribir esta pequeña crónica del desastre, la cronología de ciudadano de a pie en un país donde el sentido de la normalidad se ha convertido en una idea inquietante.

Primeras 4 horas.

Me desperté sobresaltada. Acostumbro a dormir con música, a un volumen muy bajo, en un intento de conciliar el sueño por mayor tiempo. Me desconcertó el absoluto silencio. Me llevó unos cuantos minutos comprender que de nuevo, sufría un apagón. Me preocupó como siempre, no por el hecho en sí, sino que últimamente, el tiempo de reparación de las fallas ha venido aumentando exponencialmente.

Eran alrededor de las dos de la madrugada. Me levanté, tropezando. Mi prima N. ya se encontraba mirando por la ventana de mi estudio hacia la calle. Una cuadrilla de Corpoelec estaba junto a la calle y de hecho, las luces de los tres camiones del equipo, era la única iluminación de todo el sector.

- Hubo una explosión - me comentó N - al parecer ocurrió hace rato.

Solo entonces noté la humareda saliendo de las alcantarillas: un olor acre y duro parecía extenderse por todas direcciones. Inquieta, y a pesar de la hora - y de saber por experiencia lo inútil que era aquello - tomé el teléfono y llamé al número de atención telefónica al Cliente de la empresa. Un operador de voz somnolienta me respondió con una formula que ya conozco por otras situaciones parecidas:

- Ya tenemos la avería reportada. En el transcurso de la noche, recuperará el servicio eléctrico.

Si, sin horas, sin un pronostico concreto. Colgué, preocupada. Me volví a la cama pensando que después de todo, no era tan malo que el apagón ocurriera durante la noche.

Amanecer en caos.

Desperté agotada por una noche donde la preocupación apenas me permitió dormir. Como debe saber cualquier residente en un edificio de Caracas, una falla del servicio eléctrico, también produce una interrupción del servicio de agua potable, debido a que las bombas centrales de toda construcción, funcionan con fase eléctrica general. De manera que el primer pequeño gran desastre mañanero, fue tomar una ducha con tazas de agua del refrigerador, que tampoco podían ser calentadas porque, como ya habrá adivinado el hipotético lector, la cocina también es eléctrica. Luego de la desagradable experiencia, intentar preparar un desayuno o incluso la primera taza de café del día, se convirtió en un pequeño desastre. Agradecí que tuviera que salir bastante temprano de casa y me convencí que al volver - unas cuatro o cinco horas después - el servicio eléctrico habría sido restablecido.

No solo no se restableció, sino cuando volví a telefonear al Servicio de atención al cliente, el problema que originalmente había sido considerado "una averia menor", se transformó en el transcurso de las horas en un un problema eléctrico de envergadura: al parecer un grupo de cables de alta tensión se habían quemado debido a un desperfecto no detectado hasta entonces. Ergo, impericia de los trabajadores. Diagnostico? Sin hora concreta de reparación.

Ya para entonces habían transcurrido unas 12 horas desde el apagón: hablamos que mi nevera comenzaba a descongelarse - y el agua resultante a  inundar la cocina -, algunas bandejas de carnes magras a descomponerse, y el baño de mi casa a volverse un lugar nausebundo. Cada vez más alterada y nerviosa, comencé a telefonear con más frecuencia a la centralita telefónica, solo para recibir respuestas exactas ( La cuadrilla de reparación está en el sitio ) o respuestas tan peregrinas como "Depende de la rapidez con que el personal pueda conseguir el material necesario. Más aterrador resultó el momento, en que me asomé por la ventana y vi como la cuadrilla apagaba las luces de apoyo con que trabajaba, se subía a sus camiones y vehículos y abandonaban la calle. Permanecí unos quince minutos, esperando que volvieran, hasta que comprendí que no lo harían.

Eran las 10 de la noche del primer día sin electricidad y comprendí que había caido en un pensamiento muy simple y común: estaba convencida que de alguna manera, el problema electrico sería resuelto por la autoridad competente. Y es que por primera vez, tuve que asumir la idea que el ciudadano común en Venezuela perdió sus derechos no solo como contribuyente, sino cliente de un servicio. Simplemente, nos encontramos en una inquietante zona caótica de los servicios y la administración publica que comienza a sacudir la idea básica de lo que siempre dimos por supuesto.

La noche transcurrió lenta, cada vez más angustiosa. Tuve un episodio de mi habitual insomnio y resultó espantoso, caminar de un lado a otro, entre olores repugnantes, en la oscuridad, muy consciente que estaba atrapada en una situación social donde el apagón era la menor consecuencia. Hablamos de la perdida de respeto al ciudadano, a sus derechos y beneficios. Sentí un terror enorme, simple, de comprender que culturalmente, la sociedad venezolana está padeciendo una regresión de su identidad cultural: porque no nos referimos al hecho del apagón, que es grave de por si, sino la perdida de esa noción que el sistema de servicios tiene por objetivo brindarle al ciudadano satisfacción sustentable. Y asumir la perspectiva de un futuro como parte de un gobierno que denigra a sus gobernados, resulta cuando menos aterrador.

Amaneció de nuevo. Para entonces, todos mis vecinos de edificio y cuadra comenzaron a dar verdaderas muestras de inquietud: automóviles estacionados de cualquier forma en la avenida, los vecinos en pijama y vociferando en la calle. Cuando bajé los 12 tramos de escaleras para lograr salir a la calle, me encontré con rostros somnolientos sentados en los escalones, probablemente tan aturdidos como yo por aquel súbita grieta de lo que consideramos normal. Sentí miedo, como en medio de un desastre menor y a la vez, una cierta vergüenza por no haber comprendido toda la dimensión del problema que sufre el país, hasta ese momento.

El día transcurrió lentamente. Ya contábamos casi treinta y seis horas sin servicio eléctrico y el servicio al Cliente continuó dado la misma respuesta: "La Avería está siendo procesada". Comencé a sentir real pánico e insulté a uno de los operadores, que no solo no se dio por aludido, sino que incluso tuvo los arrestos de burlarse un poco de nuestra situación: "Bueno Señorita, seguirá sin luz así me grite" , lo cual no es por supuesto, una verdadera broma, sino una simple exposición del principio de la empresa: No me interesa, no me importa lo que le ocurre. Ni le ayudaré a solucionarlo.

Y Volvió a anochecer. La situación se tornó critica. Hablamos de una calle transitada de una Avenida de Caracas, donde 10 edificios estaban a oscuras, así como locales comerciales y tiendas del ramo. Resultó escalofriante transitar por la misma calle que he recorrido durante casi la mitad de mi vida en penumbras, sin reconocerla. Las figuras de los vecinos, llevando linternas y velas, parecían aparecer y desaparecer. Comencé a sentir genuino pánico, una angustia inexpresable.

La segunda noche comenzó a transcurrir con lentitud: Sentada en la Oscuridad, en la puerta de mi edificio, observé a la nueva cuadrilla de Obreros, que trabajaban con cierta pereza a unos metros. Escuchaba sus comentarios - conversación trivial - y me asombró que no les importara en absoluto el mal servicio que brindaba la empresa donde trabajaban, sino el hecho que tampoco parecía preocuparles especialmente que a su alrededor unas 200 familias llevaban casi dos días sin disfrutar de un servicio que cancelaban con puntualidad y que presumiblemente, pagaba sus sueldos y salarios. Los observé enfurecida, creo que como el resto de los vecinos que esperaban y cuando anunciaron entre risas: "Ya van a poder darse un baño", no solo no sentí alivio, sino que me sofocó una sensación de furia. Cuando finalmente se restableció el servicio - poco después me enteré que había sido obra de un soborno oportuno a la cuadrilla que había visto - no me senti feliz o agradecida. Volví al interior de mi edificio con una sensación agria, mitad sobresalto, mitad angustia indefinida, que me lleva esfuerzos comprender.

Y mientras escribo esto, la angustia continua allí: no por los días que viví sin servicio eléctrico, sino lo que significa este pequeño episodio en un problema que toca todos los extremos del país: una crisis de moralidad, la perdida de esa vocación de servicio del empleado  público que es indispensable para el buen funcionamiento de las relaciones administrativas de un país funcional. Una sensación de encontrarme en medio de un caos sin nombre, una ruptura de esa idea social que siempre creí era parte de esta Venezuela, imperfecta pero perfectible y que simplemente ha dejado de formar parte de la perspectiva cultural diaria. Una circunstancia angustiosa sin duda, pero lamentablemente real.

C'est la vie

2 comentarios:

Rao dijo...

Querida lamento mucho que te haya tocado vivir tan desagradable situación;justo veo esto mientras redacto un post para mi blog que llamaré "Un sureño en Margarita" donde pretendo narrar algunas de mis aventuras y desventuras tratando de explicarle a un extranjero cosas de nuestra "cotidianidad" como los retrasos aéreos, desafortunadamente nos hemos acostumbrado a vivir en el caos, y sin ánimos de ser pesimista, creo que vamos para peor...
Siempre digo que nuestro problema no es el gobierno, sino en que cada día somos menos "ciudadanos"... Ya escribiré sobre eso también...

Miss B dijo...

Mi bella, Realmente no creo que sea pesimismo: el servicio público venezolano es uno de los más deficientes y últimamente ha venido devaluándose hasta llegar a este caos que vivimos. Que lamentable realmente esta situación de menosprecio a sus derechos que vive el ciudadano venezolano. Gracias mi bella por leer y comentar.

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