martes, 6 de marzo de 2012

De la Ciudad Observada: La Caracas real, la cruda y la que podría existir.







Es extraño, a veces, pensar en Caracas. Extraño porque no sabes donde termina tu identidad y donde comienza la de la ciudad, conectada, construida en tu propia mente como una idea que florece con su propia consistencia. Y es que como caraqueña, de los pies a la cabeza, de esas que aman el Àvila y se conocen el nombre de las esquinas con su correspondiente historia, odiar y amar a Caracas se ha convertido para mí en una costumbre, en una especie de debate en mi mente. El miedo y la angustia se debaten a partes iguales con el cariño, profundo, sostenido que siento por mi hogar, por la gran casa donde me crié, por la identidad que me brinda haber crecido en esta colección de recuerdos que llamamos Ciudad. Pero también esta el terror, indudable, de que esta circunstancia que llamamos ciudad nos cerque y nos deje sin otra expectativa que sobrevivir día a día.

Durante el pasado asueto de Carnaval, caminé junto con un grupo de fotógrafos y la profesora Sara Maneiro por una Caracas ligeramente distinta a la habitual: Vacia, radiante y casi amable. Una Caracas de poco tráfico, con un cielo muy azul y alto, repleto de luz, calles abiertas, simples. Al principio, caminé con la habitual suspicacia: encorvada, con el corazón latiendome muy rápido, abrumada por la sensación de peligro, imaginario y real, que muchos años de temor me provoca. A secas: con miedo. Apreté el bolso de la cámara contra el costado, mirando a mi alrededor con la habitual sensación de angustia que a todos de alguna manera nos despierta esta idea de Caracas árida, destructora. Pero a medida que la mañana, tan radiante que resultaba desconocida avanzaba, el temor se transformó en otra cosa: algo simple, algo tan bello que me hizo sonreír al aire, a solas, sintiendo una rara sensación de vitalidad.

Algo tan sencillo como Alivio. De calidez. De creer que esta Caracas de aire luminoso, es posible.

Y fue una sensación recurrente. Tan amplia y casi real, que me hizo reencontrarme, no solo con la Caracas que decidí abandonar por miedo, sino con la Caracas que creo puede existir. Con el sueño.  Porque aunque suene de una ingenuidad casi ramplona, ¿Por qué no creer que Caracas puede transformarse en algo más de lo que es ahora mismo? ¿ Por qué no aspirar a una ciudad donde el caraqueño pueda construir una idea de ciudadanía y pertenencia tan profunda como concreta? Sí, lo sé, todos los caraqueños que lean estas palabras, o aquellos que aun lo son aunque viven en otras latitudes, ahora mismo deben estar sacudiendo la cabeza con incredulidad, con angustia, quizá con simple desaliento. Y yo también lo siento. Pero también necesito esta Caracas que viví, que disfruté, que recorrí durante dos días.

Y hablo de la Caracas de las aceras viejas, como la Avenida Victoria, con sus edificios Cuadrados y preciosos, las aceras llenas de paseantes y vecinos, las calles pequeñas con arboles retorcidos brotando del concreto como un extraño milagro. La Caracas de la Universidad Central de Venezuela, que te hace reír y soñar, que seguramente es un símbolo en tu mente - de juventud, de rebeldía, de ideales - de la misma manera que lo es para mi. Me refiero a la Caracas del Centro, con los arcos melancólicos del Silencio, o la fachada remozada de Santa Capilla. Y sentí, cámara en Mano, que Caracas es posible, más allá de la delincuencia, el caos y el terror. Que Caracas tiene una posibilidad, en el ciudadano que como yo, desea y sueña.

Nunca me evado sobre la ciudad que vivo, aunque con estas reflexiones pudiera parecerlo. Es peligroso hacerlo, sobre todo en esta Caracas donde la violencia es tan constante como la mera idea de su existencia. Pero igualmente, como caraqueña, como hija de esta colección de recuerdos que le da rostro a la ciudad donde crecí, indudablemente Caracas es parte de mi historia, de la que se repite a diario, de la que se crea en mi imaginación cada día. De la que sueño y deseo. De la que perdí y espero recuperar.

Fotografié todo lo que pude. No lo hice lo mejor supe, confundida y ofuscada por la libertad, pero me obsequié esos días exquisitos de ir Cámara al hombro - con el atrevimiento del inocente quizá -  por mi cuidad, de reír en voz alta, de sentarme en la calle y mirar el mundo pasar, de conseguir un instante en medio de todo el barullo de lo cotidiano y volver simplemente a tener fe.

Que es todo lo que necesitamos a veces ¿verdad?

C' est la vie.

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