jueves, 22 de marzo de 2012

El efecto Duende: #BabySitterWeek





Medio dormida, deambulo por la casa a oscuras. Me preocupan tres cosas que jamás me preocuparon antes en mi vida: el horario de entrada a una Escuela Secundaria, intentar recordar la manera de preparar los huevos revueltos y no olvidar preguntar a una niña de quince años si su Uniforme esta limpio. Y la mera idea - la sensación, la eventualidad - me hacen reír. Me detengo, riendo en medio de la oscuridad de un amanecer a medias, con pequeños hilos de luz colándose apenas. A reír, un poco sobresaltada por la sensación de leve pánico que me embarga. ¿En que momento mi vida se volvió tan simple y a la vez tan complicada?

Para quién no haya leído mi entrada anterior, durante esta semana, seré la niñera de la hija de una de mis amigas más queridas. Con todo lo que eso implica. Y la situación no deja de ser inquietante por si misma: todo sigue siendo demasiado nuevo, demasiado extraño, demasiado cotidiano para aceptarlo por las buenas. Sigo deambulando en la cotidianidad de alguien más, adivinando el ritmo de sus dias, comprendiendo la manera como mira al mundo e intentando aceptarlo. Pero también deambulo en partes nuevas de mi propia mente: una sensación de leve sorpresa, ante la idea que esa vida de lo cotidiano que tanto critiqué tenga un significado nuevo. O quizá se trate solo del hecho, que lo cotidiano sea parte de algo más amplio que una simple idea de mi misma: lo cotidiano de crear y componer lo habitual como parte de una familia.

Pero por supuesto, no todo podía ir tan bien como había resultado hasta ahora: mis primeros desastres llegaron en la forma de una feroz lucha con el pequeño perro de la casa por las bolsas de basura - que terminó con el perro cubierto de café en polvo, bolsas rotas, y papel de periódico destrozado volando en el aire - hasta una olla que terminó achicharrándose sobre una hornilla mientras yo luchaba a brazo partido por el control del plástico. Claro está, también hubo sus pequeños / grandes triunfos: despertar conteniendo de alguna manera mi amargo humor mañanero, para cocinar un desayuno sustancioso para mi hija ficticia, la pequeña satisfacción  de sobrepasar mis pobres expectativas sobre mis habilidades domésticas, sentir una definitiva comprensión - y sobre todo admitir mi propio error - al juzgar con aires de superioridad intelectual esa humildad del quehacer doméstico. Porque he de decir que uno de los grandes aprendizajes de estos escasos días intentando sobrellevar la paz casera sin morir en el intento ha sido ese precisamente: mi propia arrogancia al menospreciar lo que es, simplemente una labor de amor. Sin duda, crear la vida en familia, construir un lenguaje universal dentro de cuatro paredes, comprender que incluso en lo vulgar y cotidiano de lavar platos y ordenar la ropa de una niña, hay una forma de expresar un inmenso afecto. Y claro está, quizá lo que yo haga sea una simple banalidad, una imitación de esa gran circunstancia casi infinita de llevar a pulso una familia y comprender la responsabilidad que ello implica, pero aun así, hay belleza en ello. Hay una singular ternura. Y creo que haber comprendido eso y llevarlo a mi vida cotidiana, será una nueva manera de muy probablemente comprender el mundo que me rodea.

De nuevo, escribo muy temprano. La casa en silencio, la sensación de mera confusión de no saber muy bien que vendrá a continuación, pero a la expectativa y con la sensación casi ingenua de intentar comprenderlo de una manera más amplia que mis limitados conceptos de este misterio, extraño y sutil, que llamamos hogar.

C' est la vie.


Más tarde: descubrí el efecto duende. Es decir, en realidad comprendí su mecánica. ¿A que me refiero? a esa pequeña magia de encontrar todo en su lugar, en el momento correcto, cuando más lo necesitamos. Nunca habia pensado en el trabajo que lleva la aparente tranquilidad de las camas recien hecha, la comida con buen sabor, los baños limpios, los muebles relucientes, el mero olor a limpio. Es algo similar a pensar en esa historia de los duendecillos del refrigerador, que encienden y apagan la luz  interna a la carrera, mientras cerramos y abrimos las puertas tratando de descubrirlos, pero esta vez aplicado al cotidiano. Hablo que siempre hubo alguien que hiciera  las cosas por mí en casa: llegar a la cocina y encontrar el desayuno caliente, abrir el refrigerador y encontrar los gabinetes llenos de comida. O incluso algo tan simple, como arrojar la ropa sucia, sabiendo que encontraré alguna limpia. Esa sensación de certeza que puede brindarte una mamá comprensiva, un roomie considerado, una empleada de confianza que siempre habrá quién encuentre la solución a esos pequeños percances para que tu no debas hacerlo.

Resulta extraño sin duda, estar al otro lado de la barrera. Resulta extraño - y hasta hermoso, tal vez - haberme convertido, sin saber como, en ese duende silencioso de la paz doméstica. Una pequeño fragmento de contruir algo tan diminuto como verdadero, como lo es la cotidianidad.

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