jueves, 31 de julio de 2014

Todos los rostros de Venezuela: Las victimas de la lenta debacle histórica.




Primer acto: 

La fila se extiende casi dos calles desde la puerta del Supermercado. Cuando me detengo a unos pasos para observar, una mujer se apresura a recordarme que "debo ir al final". Levanto las manos y le comento que sólo investigo para un artículo, me mira con desconfianza.

- ¿Para qué? Los periodistas siempre jodiendo - me reclama. Varias personas a su alrededor me dedican gestos de desprecio y una evidente irritación. Según sabré después, ayer estuvieron casi seis horas en paciente espera y hoy, cuando me acerco a ellos, ya suman casi tres.
- No soy periodista.
- ¿Para qué viene?
- Solo quiero saber.

Les explico que soy una ciudadana que quiere entender que ocurre en esta Venezuela agobiada por la crisis, que de hecho, soy una vecina de la Urbanización como cualquier otra que intenta analizar lo que vivimos desde un punto de vista objetivo. Pero nadie me escucha. En realidad, la novedad de mi aparición de inmediato se olvida, en medio del clima de tensión en la cola, de ese avance lento, paso por paso para comprar comida. La mujer que me habló en primer lugar, que si parece intrigada por lo que le comento, me permite hacerle algunas preguntas, que responde con cierta incomodidad.

- Mija, hay que comer. Y si hay que hacer cola para comprar la comida ¿Qué hace uno? - me explica. Nos encontramos en un pequeño Supermercado de la Urbanización donde vivo. Es un local pequeño, discreto. Pero por alguna razón y a pesar de la escasez siempre ha conseguido estar lo suficientemente bien surtido como para justificar las insistentes colas. Hoy, me cuenta la mujer, llegará un cargamento de papel de baño y leche. Cuando se enteró - en ese de boca en boca de la necesidad que se ha vuelto tan usual en Venezuela - decidió madrugar. Me explica que no le preocupa cuando tiempo deba permanecer allí. "Al menos, podré comprarlo. Uno no se puede poner con remilgos a estas alturas" me dice, con cansancio.

- ¿No se siente humillada? ¿Irrespetada por tener que hacer largas colas por algo que debería poder comprar con toda tranquilidad? - pregunto. Ella sonríe, avanza un par de pasos. Un hombre a unos metros por delante de donde nos encontramos, se rie en voz baja.

- Mija, yo le voy a decir algo: en este país ya la gente se olvidó lo que es respeto. Nos volvimos zamuros - sentencia. Un murmullo de desaprobación recorrer a la pequeña multitud. El hombre los ignora - Este país se volvió una rebatiña, una pelea en una esquina, un temor.

- No sé que tiene de humillante esperar pa' comprar - dice una anciana en voz baja. No se atreve a mirarme, aprieta la bolsa de papel que lleva entre las manos contra el pecho - es como ir pal cine. ¿Ustedes no hacen cola pal cine pues?

- La hago porque quiero, no porque no tenga más remedio - le responde una muchacha en tono desagradable. Sacude la cabeza, me mira - mira, aquí es simple: Nos acostumbramos al caos y le buscamos una explicación. Lo que sea para no sentirnos que nos están jodiendo. Y hacemos la cola. A pesar de la protesta, la humillación, que te fastidie. Haces la cola. Eso es el país.

Avanza la fila un par de pasos. Corre el rumor que pronto comenzarán a vender el par de paquetes por persona. La noticia anima a los pacientes compradores. La mujer que acompaño me sacude la cabeza, suspira.

 - El Venezolano aguanta hasta donde puede mija - dice - y cuando ya no puede, aguanta más.

Cuando me despido, las puertas del Supermercados continúan cerradas. Después me entero que ese día, no se vendió el prometido papel de baño.

Segundo acto:

Cuando le pregunto a Gabriela (no es su nombre real) sobre su decisión de emigrar, se encoge de hombros. Nos conocemos desde hace más de quince años, sé de sus logros académicos y personales. Su carrera exitosa como abogada. Y también sé que hace más de cuatro meses está desempleada. Su esposo también lo está (ambos trabajaban para la misma empresa, que fue expropiada por el Gobierno de Hugo Chavez y que finalmente cerró debido a errores administrativos), de manera que la decisión del abandonar el país fue casi inevitable. Pero ni él ni ella, están por completos seguros de que sea la mejor opción. Para ninguno lo es de hecho: tampoco tienen donde trabajar en el país al que llegarán y no están completamente seguros que puedan lograr emplearse muy pronto. Pero aún así, escapan  de Venezuela. Lo hacen con la determinación del sobreviviente, con la seguridad del que perdió todas las opciones además de la evidente.

- No puedo seguir viviendo en un país donde mi máxima aspiración sea comprar el próximo Mercado - me explica Gabriela - me aterra la idea que cualquier cosa que haga, siempre chocará contra la próxima locura del gobierno, contra la siguiente componenda política. Yo sólo soy un ciudadano que quiere trabajar, pero en Venezuela eso no se puede. Aunque lo intentes, aunque tengas las mejores intenciones.

La vida en dos maletas. Así se resume el lento proceso de decidir que llevar o que dejar. Le ha costado lágrimas, ataques de furia y angustia. Una lenta aceptación que su vida tendrá que comenzar desde una devastada zona de desastres. Pedro, su esposo (tampoco es su nombre real) me dice que lo peor no es la emigración sino el hecho de tener que hacerlo en las circunstancias más incómodas. Las esperanzas devastadas.

- Tengo cuarenta años y comenzar en otro país te asusta. Pero sabes también que no tienes más remedio, que no quieres formar parte de una estadística criminal o seguir partiéndote el lomo para no tener otra cosa que lo mínimo para vivir  - me dice. Saca de su biblioteca los libros que deberá vender, obsequiar, confiar a familiares y amigos. Como yo, Pedro fue un estudiante de la Licenciatura de Letras enamorado de las palabras: por años, compartimos gustos, sueños y libros claro. Verle renunciar a los libros que por tanto tiempo cuidó y conservó, es una medida de la perdida de la esperanza, de ese dolor mínimo y destructor del que debe abandonar la vida como la conoce para empezar otra aventura a ciegas. Cuando se lo digo, se encoge de hombros.

- ¿Y que hago? - me responde - ¿Quedarme? ¿A que? ¿Que se puede hacer en esta Venezuela que te obliga a humillarte? ¿Que te exige obediencia? Chica y sin tanta retórica: este un país que no encuentras ni el pan para llevarte a la boca, donde viajar es una quimera, donde comprar una bien inmueble es una lucha contra el peso de una economía rota, no es un país donde quiero vivir.

Nos quedamos en silencio, rodeados de libros abiertos y cerrados. De cajas envueltas en papel aislante y esta soledad de la habitación arrasada, de la basura en los rincones. Pedro suspira, con una tristeza infinita salpicada de cólera. Esta sensación de perder un fragmento de tu identidad, de comprender que el país donde naciste no forma parte de tu futuro. Y es una idea concisa, que te duele, te hiere. Se repite en todas partes. Pedro me escucha mientras cierra otra de las cajas con un gesto firme.

- Creo que simplemente perdí la batalla por acostumbrarme al país en que se transformó Venezuela - se calla, mira por la ventana entreabierta. Caracas, imperturbable, nos mira desde los últimos reflejos de la tarde - quizás el cobarde soy yo. Me lo han dicho. Pero ya no aguanto más esta vaina. Ni quiero aguantar, en realidad.

Cuando nos despedimos, un rato después, hay promesas de mantener el contacto, de recordar correos, de continuar perteneciendo al mismo espacio de tiempo y de esperanzas que compartímos por tantos años. Pero sé que no ocurrirá: como tantos otros Pedro y Gabriela desaparecerán más allá del limite de la frontera, se volverán extraños, desconocidos a la distancia.  De manera que la despedida toma otro cariz,se hace una enrevesada visión de lo que fuimos y quienes seremos. Huérfanos de gentilicio.

Tercer acto: 


José (no es su nombre real) es un convencido militante del llamado "chavismo duro". Lo fue desde los albores del fenómeno político, siendo un muchacho muy joven al que el "Por Ahora" de Hugo Chavez asombró y cautivó. Lo sigue siendo, luego de su muerte, a pesar de los tropiezos, no obstante la gravísima crisis que atravesamos. Para él, el trayecto es dificil pero cuantificable en ganancias. Lo demás lo resume como "Una transformación social inevitable".

- Al capitalismo hay que erradicarlo de raíz, y cuesta hacerlo porque durante casi cincuenta años, Venezuela fue esclava de muchos elementos económicos foráneos. Sí, cuesta dolor, pero lo estamos logrando - me dice con entusiasmo. Nos encontramos en su pequeña oficina del Centro de Caracas, donde ejerce un brumoso cargo entre lo que llama "avanzada ideológica" y "ayuda social". En realidad, José es un envejecido estudiante de Historia en la Universidad Central de Venezuela, que no renuncia al sueño académico pero tampoco, a la posibilidad de lo que llama "la lucha de vanguardia". Lo escucho en silencio, intentando contener los comentarios que se me ocurren a su disertación política. Me obligo a escucharle, a tratar de mirar el mundo desde su perspectiva. Y que esfuerzo me lleva. Que lento proceso de comprender que la división de Venezuela no es solo de planetamiento cultural sino de realidad histórica. Dos países en uno.

- Hablas del país como un experimento ¿Qué piensas sobre lo ocurre ahora mismo? - le insisto - los indices de delicuencia, la bucocracia partidista, el Estado contaminado de corrupción...

- Lo estamos corrigiendo - me responde - lo estamos haciendo incluso respetando a los factores que se oponen. Recuerda y no se te olvide: son casi cincuenta años en lo mismo. Para limpiar todo, hay que empezar reconstruyendo lo que hay para que sea funcional a lo que vendrá. Es lo que hacemos, nosotros...

- ¿Quienes somos nosotros? - pregunto. Lo hago sin malicia. Miro a nuestro alrededor: la oficina pequeñisima y mal ventilada llena de cajas de hojas, de la propaganda electoral de las docenas de elecciones que se han llevado a cabo en el país. Una fotografia de Chavez enmarcada, un archivo destartalado donde guarda todo tipo de periódicos y libros sobre el tema revolucionario. Hay un aire de tierra arrasada no muy distinto al que encontré en el apartamento de Pedro y Gabriela, ese vacío silencioso y triste del país incomprensible.

- Todos los Chavistas, los hijos de Chavez, los que nos enfrentamos...

- ¿Se enfrentan a quien? - pregunto.

- Las elites del poder son el enemigo a vencer - me responde - todos estamos enfocados...

- El gobierno detenta el poder absoluto - le recuerdo - no hay indicios ni la disposición de un gobierno de coalición. Todas las autoridades administrativas, legales y políticas, son fieles a la "revolución". Más que fieles, son fanaticamente leales. No hay uno sólo que pueda decirse que es equilibrado, ponderado...

- No pueden serlo, en esta etapa de la revolución...

- ¿Quién eres en la Revolución? - insisto - ¿Que papel cumples como ciudadano? ¿Que cuota de poder detentas y como la administras? ¿Que tanto valor tiene tu opinión en lo que ocurre?

Parpadea y le noto incómodo, colérico. Por la ventana, el olor añejo de esta Caracas sucia y descuidada que compartimos entra a raudales junto con el brillo metálico del mediodía. Y tengo la sensación que somos sobrevivientes con esfuerzo, a una debacle que ha llevado quince años consumarse. Quince años de batallas ideológicas, políticas, sociales que no habían fructificado en otra cosa que un país devastado, roto a pedazos, irreconciliable.

- Lo que ocurre en Venezuela es inédito. Estamos intentando cambiar de sistema político sin mayores traumas. ¿No ves  que esto es solamente el período de transición? - me insiste - ¿que es una manera de construir algo a partir de la decisión electoral?

- Pero ¿Qué es lo que se está construyendo? Hablas de lo que parece ser un Proyecto de Supra País que no existe. Hablas de los problemas que atravesamos como parte de esa construcción de nación. ¿Como justificas la escasez, la pobreza, la crisis del sector salud?

- No los justifico, existen - dice José y vuelve a animarse - pero entiende: esto no es un proceso de tres días. Estamos sentando las bases de lo que será un país más justo, más humano y sobre todo, mucho más nuestro.

- ¿Les ha llevado quince años esas bases? ¿Y que ocurre con la mala administración pública? ¿la corrupción impone? ¿El nepotismo en altas esferas de poder? Pero hablemos de cosas más cercanas: Con el aparato productor colapsado ¿Como esperas que se recupere la producción?

- Las elites privadas....

- Gracias a la expropiación el 80% de las tierras productivas están en manos del Gobierno - le recuerdo.

- Y han sido entregadas al campesino...

- Que las ha vendido, ocupado, destruido por carecer de preparación e inversión para la cosecha.

Nos quedamos en silencio. José me mira con esa paciencia un poco hosca del que cree predica una verdad innegable a un descreído. Hay algo en su expresión casi vulnerable, y sin embargo, casi arrogante. Le recuerdo de joven, cuando me insistió que Chavez era "la respuesta" de la "mano dura" a un país desordenado y que padecía una dolorosa crisis moral. Por años, intentó convencerme que la visión de Chavez no era violenta...solo para recordarme que la Revolución era pacifica pero "armada". Ahora, la diatriba es la necesidad de la crisis, lo inevitable del proceso de destrucción que vivimos. Y me pregunto si su ambivalencia, su necesidad de asumir la ideología como justificación, es una forma de consuelo para esa enorme grieta histórica que separa al país posible del real. El país que se desmorona, depauperado y saqueado, del otro que se sueña casi con insistencia desde la utopia. Cuando se lo digo, no me responde de inmediato. Se le suben los colores al rostro, la expresión se llena de pequeñas arrugas de preocupación.

- La utopía está ocurriendo - me insiste - Chavez y el proceso revolucionario abrió las puertas para que ocurra.

- ¿Cual es la utopía? ¿Un socialismo modélico? - pregunto - ¿Qué ocurre entonces con el país que vivimos, controlado por nuevas elites enriquecidas a base de corrupción? ¿Qué país es el que transita hacia lo que esperas suceda?

- Debe suceder - me dice entonces - ya no tenemos vuelta atrás. No hay remedio. O la revolución triunfa...o nada valió la pena.

Una frase inquietante, dolorosa, que me continúa atormentando horas después. Sentada en un Café del Centro de Caracas, miro a esta otra Venezuela, a la ajena a toda diatriba, a la cotidiana: al Venezolano de a pie que continúa intentando sobrevivir al país cada vez más sofocante, a la circunstancia política que no le incluye pero si le presiona. La multitud de transeúntes que caminan de un lado a otro podría ser la misma de hace veinte, cincuenta años. La candidez de ese cotidiano que carece de peso, que se amolda con facilidad a cualquier situación. Y pienso otra vez, que tal vez, Venezuela se desliza, con ese lentitud inexorable de las grandes caídas, hacia los escombros de un espejismo cultural y social que carece de peso y sustancia. Pero el país sobrevive, o lo intenta, me digo. Seguirá haciéndolo a pesar de la tristeza y dolor. Con toda probabilidad, esa es su peor tragedia.

C'est la vie.

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