jueves, 10 de julio de 2014

El caos en fragmentos: La Venezuela sobreviviente.





La receta para el desastre parece ser muy sencilla: Tómese una sociedad infantil, apenas adolescentes, acostumbrada al despilfarro, consumismo y sin muchas nociones sobre sus derechos y obligaciones ciudadanas y prométale prosperidad y reivindicación. Hágalo con vehemencia, con un verbo cargado de emoción y una insistencia que abarque todo los ámbitos. Que el mensaje encuentre eco no sólo en los conocidos terrenos de la política, sino también en los culturales y sociales. También, hágalo en las calles, incluso en el ámbito doméstico, como si de una repetitiva caja de resonancia de ideas huecas se tratara. Insista hasta que la promesa sea una esperanza. Siga insistiendo hasta que se convierta en una exigencia.

Ahora, añada un líder carismático. Preferiblemente, un rostro reconocible que reúna todos los elementos para seducir a las masas: joven, de físico poderoso, saludable, vivaz. Con esa cualidad irresistible que cautiva la imaginación de los incautos y promueva esa noción tan primitiva de la autoridad debida. Un figura imponente, arrogante, que no deje espacios para el debate o el disenso. Un líder que pueda aglutinar no sólo lo que asumimos como liderazgo social sino algo más sensorial, originario. Un hombre o una mujer, capaz de darle voz y sustancia a las proclamas, a los discursos devastadores que prometen y exigen la esperanza. Un líder cuyo carisma arrase no sólo con cualquier idea racional, sino que imponga lo visceral como la única opción.

A continuación mezcle vigorosamente trozos de ideologías: no es necesario que coincidan entre sí ni muchos tengan alguna lógica en la manera como se estructuren. Recuerde, lo racional ahora mismo no es necesario, mucho menos lo comprensible. Se trata de estimular ese lado primitivo de la aceptación a ciegas, esa necesidad de lucha disparatada que sólo puede brindar una proclama utópica. Eso sí, carente de toda sustancia que la sostenga. Sólo necesita que consuelen heridas históricas y que además, brinden sentido a esa arraigada visión de desencanto y angustia de esta sociedad infantil, tan inmadura como para no comprender su devenir histórico. Ni que le importe comprenderla. Elabore una base temática, argumental y política que premie no la solidaridad — como lo promete — sino el servilismo, que acentue los vicios de clientelismo y personalismo — jamás el empoderamiento del ciudadano consciente — y que además, sea lo suficiente vaga como para que dependa por completo del lider único. Que sea sólo el líder único, quién sepa desmenuzar las ideas y planteamientos, que toda noción de lealtad, probidad y elementales principios de convivencia provenga del verbo pugnaz y combativo de esta figura de poder que será el símbolo de todo el malestar, la angustia y el temor que se usará para amalgamar todo lo demás.

Ya para entonces, la mezcla debe ser densa, a punto de ebullición. Una sustancia borboteante, oscura y corrosa que oculte no sólo los temores de la masa sino los errores individuales. Ahora, añada con cuidado y a cuenta gotas, la dependencia emocional, intelectual y política a una país foráneo. Asegurese que el lider en cuestión y sus más cercanos colaboradores, estén convencidos que toda decisión y todo cuestionamiento, debe contemplarse primero bajo el cristal de la opinión el aliado ideológico. Convierta la política internacional en un debate ciego a cualquier tipo de reflexión sobre la prosperidad, el intercambio de conocimientos y la colaboración de medios reflexivos. Sazone con intransigencia, arrogancia y un análisis retrógrado de la geopolítica. Asegúrese de añadir el suficiente resentimiento histórico como para convertir cualquier argumentación cultural en un debate sobre valores nacionalistas.

Machaque con mano firme todas las fuentes de producción independiente. Necesita hacerlo si desea que su formula prospere sin oposición alguna. Así que dediquese a hacerlo. Destroce a conciencia y sin posibilidades de recuperación todo elemento, estructura, opinión, visión, planeamiento contrario al suyo. ¡Usted no puede admitir ninguna crítica! Destruyala, a cada paso y si no puede hacerlo de inmediato, entonces menospreciela, ocultela. Para usted es prioritario tener el control de cada cosa en su mezcla. Y recuerde, el líder debe ser el único con poder de decisión: el único con voz y voto. El único capaz de demostrar su poder. Nadie más, ni poder ni funcionario alguno tendrá intervención o verdadero poder. Todo debe quedar convenientemente aplastado bajo el puño carismático.

No olvide por supuesto, de acompañar todo lo anterior con cómplices internacionales deudores de la ideología territorial, ajenos a todo debate sobre probidad y que justifiquen cualquier opinión en contrario con la manida justificación del intervencionismo. No olvide que su mezcla, necesita de contornos que sostengan esa peligrosísima combinación de emoción primitiva, pugnacidad, corrupción y burocracia. De manera que sea generoso: añada no solo a los aliados clásicos de la ideología, sino a todos los que pueda comprar y manipular a través de las prebendas. Hágalo en abundancia: usted necesita que cada porción de su mezcla explosiva, esté protegido y convalidado por un discurso que insista en las variables de origen que recuerdan a la mezcla en estado puro y no en lo que se convirtió, manipulada, corrompida y contaminada con el odio y el resentimiento social.

Rocié todo el conjunto con una abundante ración de dolares. Mucho mejor si se trata de petrodolares, de esos que puede usar sin fiscalización alguna y mucho menos revisión ni justificación. Hágalo a conciencia, con pulso desordenado, sin preocuparse en otra cosa que robustecer su fórmula incadescente. ¡No sea mezquino! su mezcla necesita de tantos dolares como sea posible: para manipular a conciencia el resquemor social, para publicitar la escasa obra de gobierno cada vez que sea necesario. Así que use todas las reservas de las que disponga: Hágalo incluso si se queda sólo con los recipientes vacíos. Rellene los bordes con negociaciones al fondo, con intercambios económicos poco claros. Si necesita endeudarse, hágalo. Es prioritario para mantener la sustancia y la densidad de su fórmula que el dinero rebose las esquinas, anegue cualquier disidencia, reclamo, necesidad. El dinero debe sustituir la racionalidad, debe usarse a discreción, sin criterio alguno. El dinero, recuerde, es un ingrediente primordial en esta combinación de factores.

Claro está, no deje de espolvorear generosamente, el discurso repetitivo que consuele a las mayorías. En tanto la mezcla se cuece lentamente, entre el descontento, la escasez, la inevitable crisis económica, radicalicese. Hágalo a conciencia: amenace, atemorice, censure. Hágalo por todos los medios a sus alcances: represión, poder de fuego y legal. Su intención debe ser disminuir el descontento a lo mínimo. Forzar a esa porción de la población que no está abrumada o hipnotizada por el olor de la mezcla absurda que está llevando a cabo, a inclinar la cabeza, a aceptar por buena su visión política y social. Recuerde y esto es importantisimo: No debe importarle bajo ningún aspecto que no le apoyen, que esté forzando con mano implacable una sumisión imposible de sostener. Su única intención debe ser y esto debe tenerlo claro siempre: preservarse en el poder.

La mezcla está lista. Ahora dejela reposar, espesa, a punto de estallar, con un desagradable olor a violencia y caos. Si aguarda lo suficiente, si sigue las instrucciones exactamente como las leyó, sin duda logrará crear una sustanciosa viscosa y con todos los atributos de un veneno fatal. Una sustancia que pueda contener no sólo lo peor y más hórrido de una sociedad fragmentada sino de esa visión de la política construida e interpretada como una forma de opresión y control.

Una formula que Venezuela conoce con gran precisión.

C’est la vie.

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