domingo, 27 de julio de 2014

La bruja que soñaba con cielos estrellados y otros recuerdos de sonrisas.



El sonido del viento se escucha cristalino, alzándose en algún lugar entre las copas de los árboles. Lo escucho con los ojos cerrados, escuchando sus siseos y susurros como si pudiera entenderlos. Quizás puedo, me digo de pronto, con un sobresalto. En esa región inquieta, sensible y siempre lozana de mi imaginación, en ese valle puro e interminable de mi espíritu. Allí, el viento sopla con igual fuerza, pero también canta. Se eleva sobre las lomas amplias, recorre las siluetas de las montañas inexistentes. Y el viento es una voz, una historia que se repite, un sueño a medio construir.

Por mucho tiempo, olvide todas estas pequeñas cosas, esas imágenes mentales que mientras era una niña pequeña me acompañaron a todas partes. Pero de adulta, me pareció que no había lugar en mi vida para ese alborozo infantil, esa necesidad de creer y confiar tan inocente como sencilla. Cuando se lo comenté a mi tia M. me miró entre entristecida y escandalizada.

- ¿No quieres recordar a la Luna? - me dijo, en ese tono maternal suyo. Me tomé un sorbo de café antes de responder, tratando de disimular cuanto me irritaba su mirada poética del mundo, esa dulzura suya. La belleza del sueño que sobrevive, pensé, con igual poesía, pero sin su intención conmovedora. Para mi, el mundo había perdido un poco de su  brillo o quizás, había adquirido los bordes lentos y rotos  de una historia muy vieja que apenas comenzaba a comprender.

- Tia, hay que vivir en el mundo real - comenté en voz baja y sensata - más allá de eso, es una tonteria.

Tenía veintinueve años y me consideraba una adulta. Una adulta a quien las veijas historias de brujería le parecian cosas de niñas, una adulta a quien los circulos de velas ardientes, el olor del romero y la albahaca, el fuego del caldero, le parecían cosas tan lejanas como casi perdidas. No recordaba cuando había perdido esa cierta capacidad de mirar con asombro el mundo. Quizás se debía a esa lenta tristeza de vivir en un país sumido en una colección de lágrimas anónimas o a ese desgaste inevitable del fin de esa primera y radiante juventud. Cual fuera el caso, me sentía muy cansada para volver sobre mis pasos, para construir un altar de la memoria con los restos de los que había sido una forma de soñar.

- Nadie abandona lo que ama y cree - dijo mi tia con un suspiro. Me encogí de hombros.

- Todos cambiamos, tia. Nos transformamos sin querer y a veces por pura necesidad. No hay otra visión de las cosas que el cambio. Y eso es bueno.

Tia no respondió. Con sus gestos lentos y mesurados, tomó una de las galletas de avena que compartíamos, la untó con mantequilla y me la extendió. La tomé, mirándola con una sonrisa triste. ¿Cuantas veces no había hecho lo mismo cuando yo era una niña? Me gustaba la casa de mi tia, con su pequeña terracita de piedra, sus helechos flotando en el viento de la tarde, el olor a tierra mojada que parecía endulzar el calor impacable del sol del mediodía. Viuda desde que recordaba, mi tia era una solitaria por convicción, una mujer que había aprendido a mirarse así misma con una franqueza frontal y sanadora. Me pregunté si yo alguna vez podría hacerlo. O necesitaría hacerlo, en todo caso.

- Nunca he dicho que no lo sea. Pero lo bueno en ti, lo preciado, lo más profundo y significativo, no solo se transforma, sino que se hace amplio y rotundo como una semilla que crece y se hace cada vez más frondosa y fuerte. Nadie olvida lo que es, aunque lo intente. Como árboles, extendemos los brazos al cielo. Y crecemos, nos tranformamos. Pero la raíz, permanece igual.

Me encogí  de hombros, dándole un mordisco a la galleta. Mi tia siempre había sonreído, a pesar de todo. A pesar de esa viudez joven, que yo sabía debía haberla herido en lo más profundo. A  pesar de esa soledad madura, que paseaba por su pequeño apartamento impecable. Era una mujer fuerte y me preguntaba cual era el origen de es fortaleza, de esa capacidad para construir el mundo a su medida. Sonrío, cuando se lo comenté.

- Lo dices como si fuera un mérito heroíco, sobrevivir al dolor.
- ¿No es así?
- No, todos crecemos y creamos a partir de lo que somos, de lo que soñamos, recordamos y aprendimos. Nadie puede olvidar completamente sus propios pasos, el sonido de la canción del viento.

Suspiré. Recordaba la leyenda: la había leído en alguno de los Libros de las Sombras de la Familia. La historia, tan sencilla como antigua, contaba que en una ocasión, una bruja se había perdido en la Profundidad de un bosque muy tupido y anciano, cuyos árboles habían olvidado la voz del viento. Vago de un lado a otro, hasta que finalmente, abrumada por el cansancio, el hambre y la debilidad, cayó en medio de un claro, temblando y tan débil que sólo pensó moriría. Entonces, escuchó al viento. Un susurro lento enredándose entre las ramas de los árboles, llamándola por su nombre. El viento, con sus brazos abiertos para socorrerla, recordandole en besos tiernos cada uno de los momentos más valiosos de su vida, los sueños, sus esperanzas. La bruja los escuchó todos, y sonrío al viento. Y luego...

- Camino casi a ciegas en el resplandor de las ramas doradas de los Olmos para encontrar su camino, sí, lo recuerdo - dije casi con cierto cansacio - tia, pero la vida no es tan sencilla. No puede serlo.
- ¿He dicho que lo sea?
- No, pero te refugias en viejas ideas esperanzadoras para avanzar y consolarte. Eso no es sano ni tampoco justo.

Tia no respondio. Me sirvió de nuevo un poco más de café y lo tomamos juntas, en un silencio casi incómodo. Por último, se encogió de hombros.

- ¿No te preguntas quién eres? Yo si lo hago. Y de esa respuesta, nace mi convicción que deseo continuar en mi forma de ver la vida.

Me irritó esa insinuación de cierta confusión e incluso de cobardía. Esa noche, en la oscuridad de mi insomnio, miré las sombras a mi alrededor con los labios apretados. ¿A que había renunciado en busca de una supuesta Madurez? ¿Qué estaba buscando en esa necesidad mia de dejar atrás esa capacidad para soñar y crear que me había heredado la brujería? Me volví de un lado, cubriendome la cabeza con una almohada. ¿Ya no era demasiado vieja para eso? Estaba a punto de rebasar la veintena, de dejar atrás las primeras dos décadas de mi vida ¿A donde me dirigía?

Seguí pensando en eso al día siguiente, de pie detrás de la cámara, mirando a Caracas con cierta angustia. Me incliné, la miré a través del visor. Tan joven e inocente. ¿O Yo la veía así? La pregunta más bien parecía ser que veía yo a través del lente de mi cámara, de mis ojos atentos, de mi imaginación exaltada. El olor del viento caliente de Caracas me acarició el cabello, me enrojeció las mejillas. Parpadeé.

Magia.

Sacudí la cabeza, tomé la cámara. ¿Magia? Ah vaya, sí, magia en una ciudad tan triste y violenta como esta, me dije apretando la cámara entre las manos casi con irritación. ¿Magia en esta ciudad tan angustiada como quieta, rota a pedazos? ¿Qué demonios pensaba encontrar en ella? ¿Qué deseo mirar como una forma de creación? Y la imagen, ¿Que otra cosa es la fotografía que un reflejo de de mis deseos, temores y esperanzas? Caracas, más allá de la realidad, más allá de lo que es, para convertirse en mi sueño. ¿Quién eres más allá de lo que deseo de ti? ¿Quién eres más allá de lo que temes?

Me sobresaltó el pensamiento, sentada frente al espejo, otra vez la cámara en la mano. En la oscuridad, intentando retratarme, descubrir a esa otra mujer en mi, entre cientos de reflejos perdidos y otros recién nacidos. ¿Quién eres? ¿A quién buscas? ¿Qué deseas encontrar?  El sonido del viento golpeando contra la ventana, el sobresalto en mis ojos. Las manos tensas apretando la cámara de nuevo, mirándola con ansiedad.

Magia.

Camino por la calle, escuchando y mirando a mi alrededor. A los rostros que quisiera retratar, las palabras con que deseo describirlas. Y soy yo, en todas las sombras perennes y los reflejos que nacen. Y soy yo, en todas la sonrisa que se crea, en las alba radiante y en la frescura de la tarde azul añil. Soy yo entre los fragmentos de las palabras perdidas, de las que nunca se recuerdan, de las que duelen, de las que nacen, de las mueren y renacen otra vez. Entre mis dedos. Y este dolor, tan hondo, tan preciado. Vivir y mirar el mundo, más allá de todo sentido, encontrar una forma de soñar.

Magia.

El viento, entrando a raudales por las ventanas abiertas. Lo escucho, palpitar y enredarse en las cortinas, abombarse y elevarse en medio de la oscuridad. Cuando me levanto de la cama, estoy llorando, aunque aun no lo sé. Los ojos muy abiertos, el corazón latiendome muy rápido. Había estado soñando con un enorme bosque tupido, de árboles inmensos con ramas retorcidas. Y el viento, allí, danzando, sonriendo. El viento, con todas las historias que contar y recordar. El viento, en la vida y en el temor, enredado entre olores y recuerdos. Me detengo ante la ventana abierta, miro la ciudad más allá y percibo esa sequedad del calor de la orilla, de la belleza que se derrama limpia sobre mis dedos y mi mente. Y son las lágrimas, calientes y errabundas, y es el viento secándolas. Es el pequeño prodigio de creer y de crear. De soñar otra vez.

De tener esperanza.

Todos los recuerdos que nacen y brotan: La sonrisa de la historia.

En la tradición de Brujería que practica mi familia, el elemento viento se considera un heraldo de buenas noticias, renacimiento y bienestar. En su nombre, se llevan a cabo pequeños rituales que propician la paz, la tranquilidad y la serenidad. Uno de ellos es el siguiente:

Necesitarás:

* Cuatro cintas de color rojo, verde, azul y blanco respectivamente.
* Incienso de Azahar.

Disposición:

Ata las cintas juntas y la primera noche de Luna llena del mes, átalas en tu ventana, en el lugar donde el viento pueda hacerlas ondear. Mientras lo haces invoca:

"En nombre de la Diosa sin nombre
Y del Dios su consorte
Invoco el poder del viento para construir, liberarme del dolor y sonreír
Así sea"

Ahora, enciende el incienso de Azahar y medita, sobre todas los proyectos y deseos que desees cristalizar, en todas las ideas y sueños que llenan tu espíritu y tu mente. Cuando el incienso se haya consumido, invoca de la siguiente manera:

"Que el viento lleve mi nombre y mi voz
Crea poder en mi
Crea belleza en mi
Así sea".

Bebe algo para equilibrar la energía que obtuviste mediante el ritual.


Mi tia me dedica una larga mirada. Llevo el cabello trenzado cuidosamente y el pentáculo de plata al cuello. Cuando me extiende la galleta de avena untada con mantequilla, solo sonríe. Le doy un mordisco, mirandola casi con ternura.

- El viento siempre cuenta historias - murmuro - solo es cuestión...
- De Saber escuchar - completa. Silencio. Más allá de nosotras, el viento danza.

C'est la vie.

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