miércoles, 24 de julio de 2013

El Templo de los Misterios: Mi visita al Gran Templo Masón de Caracas.














Tuve la nítida sensación que admiraba una imagen histórica, como salida de un libro. Las célebres columnas que imitaban a las del Palacio del Rey Salomón, se alzaban justo como me había imaginado serian: enormes y altivas, ondulando hacia lo alto para sostener la fachada que recordaba tiempos mejores en esta Caracas envejecida y descuidada. De hecho, El Gran Templo Masónico de Caracas tiene un aspecto incongruente, en medio de las calles descuidadas  en la Parroquia Altagracia. La calle que bordea el edificio está tan deteriorada que apenas se puede transitar y justo a su lado sur, se alza una enorme construcción de la Misión Vivienda, con sus paredes blancas de edificación anónima. En contraste, la fachada gris y austera del Templo, tiene el aspecto de una reliquia que conoció mejores tiempos, del recuerdo de una Caracas donde alguna vez, reinaron los misterios.

O eso me quise imaginar. Me detuve ante la enorme reja de metal negro y lamenté se encontrara cerrada. Me pregunté si debía haber telefoneado, pedido una invitación. Pero ¿A quién? La información sobre el Templo Masón es escasa, tanto en web como en otros medios de comunicación. Pareciera que los caballeros de la Orden se esconde con mucha habilidad escondidos detrás de un anonimato disfrazado de descuido. Tuve el impulso de irme, de abandonar la pequeña aventura de visitar El Templo de nuevo y disfrutar a gusto la experiencia  - la primera vez lo hice en compañía de varios fotógrafos y no pude realmente disfrutar de de la oportunidad - y quizás, dejar a la imaginación mis expectativas. Pero el impulso era demasiado fuerte, casi insoportable. Miré asombrada el águila Bicefala, coronandolo todo, con su muy visible número 33 en el pecho, dejando bien claro que en aquel lugar, aparentemente sencillo, se guardaban secretos. Pero lo que realmente me impresionó hasta casi sacarme lágrimas, fue descubrir el compás, ese antiquisimo simbolo de la sabiduría más allá de la religión y el dogma, en uno de los balcones cerrados. Aquí habita el conocimiento, parecía decirme. Aquí podrás hacer preguntas.

De manera que empujé la reja. Muy libre e inocente. Pensé que alguien me detendría, que quizás se apresurarían a recordarme que el Gran Templo estaba vedado para las mujeres - cosa que comprobé, no es cierta - , que los no iniciados, no tenemos un lugar en ese pequeño santuario de conocimiento. Pero nadie lo hizo. Entré al Zaguan y me encontré con la misma casa que recordaba de mi anterior visita:  muy sencilla y austera en apariencia, pero con inevitable aire enigmático. El patio en herradura se abría luminoso al azul Caracas que tanto me gusta, y el pequeño salón de la antesala, tenía el mismo aire anticuado y precioso que tanto me cautivó antes. Y seguí convencida que no podía ser tan fácil. Pero si lo era. Un par de ancianos conversaban en una de las esquinas y me dedicaron una mirada levemente sorprendida. Pero nada más. Me ajusté el morral al hombro, atravesé la sala y me dirigí a la puerta entreabierta de la Sala de Ceremonias. Allí seguramente me tendría que detener alguien, pensé con el corazón latiéndome muy rápido. ¿No se supone que los masones son hombres misteriosos y esquivos? ¿Que no comparten el conocimiento? ¿No es su orden una de las más antiguas que se conocen, con sus rituales inquietantes y sus enigmas? Miré por la rendija entreabierta: el célebre piso de cuadros blancos y negros se extendía hacia el altar. Una imagen que habia visto repetida mil veces en montones de libros y reportajes televisivos. Las mismas cortinas carmesí, los vitrales coloridos abriendose en las paredes. Sentí emoción y algo semejante a la expectativa.

- ¿La ayudo en algo?

La voz del anciano me sobresaltó. Era uno de los que había visto conversando afuera, en el pequeño salón. Claro que no era tan fácil, me dije frustada. No podía serlo.

- Solo quería ver la sala - dije con sencillez. No podía decirles otra cosa. O sí: quizás podría haberle contado las horas que había dedicado a investigar sobre la masonería, lo mucho que me asombraban las leyendas: las extraordinarias sobre grandes sabidurías guardadas y conservadas entre los hermanos por siglos,  incluso las malintencionadas que le atribuían conspiraciones mundiales y hechos sangrientos. Pero era más sincero, decirle la verdad más elemental: Quería conocer de primera mano aquella sala casi mítica, que de pronto surgía de las imágenes de la historia para contarme cosas que yo quería escuchar.

- Pase, con toda tranquilidad - dijo. Y con único gesto, abrió la puerta de par en par. Me quedé boquiabierta. Sin saber que decir. Nadie me habría preparado para eso, para esa sonrisa amable y orgullosa, para su mirada apreciativa. Cuando me acompañó a recorrer la Sala de Ceremonias - llamada entre los miembros: Gran cámara - sonrío cuando se lo dije.
- El Templo es un lugar de conocimientos, se ofrece puertas abiertas - me explicó. Los rostros en los vitrales parecían mirarnos. Antiguos miembros entre lo que se contaba los personajes más importantes de la historia Venezolana: El Libertador Simón Bolivar, los proceres Santiago Mariño y Carlos Sublette, el Ilustre Americano Guzman Blanco, con toda probabilidad el masón venezolano más conocido. Una galeria para sentirse orgulloso, pensé. Los grandes espiritus y mentes de nuestra historia, la que se lee y la que se admira, reunidos bajo un solo nombre.
- ¿Ellos...estuvieron aquí? - pregunté titubeante. Mi guía me dedicó una sonrisa casi traviesa.
- Esta casa tiene 163 años de construida, de manera que sí, nuestros hermanos vinieron aquí siempre que pudieron - me explicó - Desde que Antonio Guzmán Blanco, inauguró el Gran templo, El 27 de abril de 1876, ha sido la casa de muchos ilustres corazones.

Me detuve en mitad de la Sala. La cúpula azul veteada de rojo se alzaba enorme: en ella no había rostros de Santos o presencias divinas. Un mar de estrellas, de constelaciones, se abrian en todas direcciones. Tampoco en el Altar, había otra cosa que simbolos de conocimiento: la piramide con el Ojo que siempre observa, el conocimiento divino. Y de nuevo el Compás, recordándonos la perfección del mundo, construido por el Gran Arquitecto, el curioso titulo con que los masones llaman a la Divinidad.

Con timidez, abrí mi morral y tomé mi cámara. Por supuesto, me resultaba impensable visitar el templo sin tomar fotografias, pero no sabía si este hermano amable, con su mirada intuitiva y extrañamente sagaz, me lo permitiría. Pero no dijo nada. Me sonrío de nuevo.

- ¿Quién la mandó? - me preguntó. Levanté la cámara, enfoqué la preciosa cúpula repleta de estrellas pintadas, las nubes inmóviles que flotaban sobre aquel silencio enigmático.
- Nadie - respondí. Apreté el obturador. El click de la cámara se extendió como un eco a través de la sala. Tuve una imagen de todos los antiguos miembros, esos que me observaban desde los vitrales, volviendo su cabeza de cristal para mirarme. Los miré a ellos, y a mi amable guía, con el mismo sentimiento franco que me había llevado al Templo esa mañana - vine porque quería comprender el Templo, mirarlo a solas, hacerme preguntas en él. Vine porque...deseaba mucho estar aquí.

El anciano no dijo nada. Me miró caminar de un lado a otro. Fotografiando sin cesar. Incluso tomando imágenes rápidas con mi teléfono, en un intento de captar la belleza del lugar de la mejor manera posible, de todas las maneras en que pudiera hacerlo. No me interrumpió. Me dejó ir de un lado a otro, haciéndome preguntas a través de la cámara, cuestionándome el significado de todo los símbolos que encontraba, incontestables. El misterio aquí, en esta sala. ¿Quienes son? me pregunté, tocando una mancha de cera de vela derretida que encontré en el suelo. ¿Que los hace regresar? Palpé la mesa de ceremonias, la madera pulida llena de muescas e imaginé al gran Maestre golpeando con el martillo, la voz de todos los hermanos llenando la cúpula, las paredes. Y sentí un tipo de emoción muy concreta, muy singular: Comprender la historia desde la historia.

- ¿Esta satisfecha? - me preguntó mi guía, mientras disfrutábamos de un café en al enorme Sala de Ágape. De nuevo, los rostros de los ilustres miembros me miraban desde las paredes. Las fotografías un poco deslucidas por el tiempo, las lineas comenzando a borrarse. De hecho, noté un poco esa decadencia del edificio, esa vejez prematura de un lugar que seguramente conoció mejores épocas. Pero me gustó así: con su historia a cuestas, con sus misterios allí, al alcance de quien quisiera verlos. Paladee el café, mirando la puerta cerrada que conducía quizás a la mítica Sala de Reflexión, unos pasos más allá. ¿De verdad se guardaba allí un cráneo humano, símbolo de la muerte y la fugacidad de la vida? Me imaginé caminando hacia la puerta, forzando los cerrojos y bajando a la oscuridad impenetrable. ¿Qué encontraría allí? ¿El túnel interminable que debían recorrer los iniciados para morir y renacer como miembros de la Orden? ¿Quizás el Antiguo tesoro que se decía cada Templo Masón guardaba en su interior? Sonreí y sacudí la cabeza. Nada más por esas fantasías, por renovarlas y sentir el poder del misterio, habría valido la pena la visita. Pero había sido mucho más que eso. Mucho más.

- Oh sí - respondí. Le apreté la mano afectuosamente - lo estoy.

Mi guía sonrío también. ¿Me comprendía? Quién sabe. Aún me pregunto que tanto comprendía de mi pequeña aventura, mientras miro su fotografía, de pie, en medio del Zaguán luminoso. Observándome, invitándome a comprender.

¿El qué?

Aún no lo sé, pero preguntármelo me hace sonreír.

C'es la vie.

Las imágenes que acompañan la entrada forman parte de las que tomé durante mi visita. La mayoría fueron realizadas con mi teléfono celular, porque decidí utilizar una de mis cámaras de Film para fotografíar el venerable lugar y que compartiré apenas pueda. Espero que estás pocas, muestren de alguna manera la singular belleza del Templo Masón de Caracas, un lugar extraordinario que puede sorprender incluso al más descreído.

¿Quieres visitar el Templo Masón de Caracas?

Según me comentó mi Guía, El Templo está abierto al público de 10 de la mañana a las 2 de la tarde los días Lunes, miércoles y jueves. Para visitarlo, no necesitas vestimenta ni permisos especiales, pero te recomiendo leer un poco sobre la historia del Templo Masón de Caracas y la Orden Masónica, para que puedas disfrutar mucho más tu visita.

Para leer: un poco de historia nunca viene mal.

La página de la Gran Logia de la República de Venezuela: http://www.granlogiavenezuela.org/

2 comentarios:

Laura Tovar A. dijo...

Wow que sorpresa tan interesante!!!!!!! Yo también siempre pensé que las mujeres no podían entrar, que nos era totalmente prohibido.

Que maravilla tu relato, cuanto misterio y sabiduría se encuentran en esas paredes. Los Masones siempre han sido extremadamente discretos en sus historias, pensar que sus inicios fueron en la edad media por aquellos constructores de las catedrales cuyos secretos profesionales eran compartidos de maestro a discípulos en las logias....

La historia de la Masonería es algo realmente fascinante y antiguo, quedo gratamente sorprendida al saber que aun existe un pequeño fragmento de ese tipo de historia en Caracas.

Gracias por compartirlo y ojala puedas subir más fotos.

Gran saludo.

Julio César dijo...

Gracias por este recorrido virtual!... con solo un par de fotografías y lo descriptivo de tu narración sentí como si hubiese estado allí... ahora la curiosidad es aún mayor!... planeando ir a sentir la historia detrás de sus paredes.

Gracias nuevamente! un Abrazo

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