jueves, 23 de marzo de 2017

Lo temible y tenebroso del ser humano según ‘Chinatown’ de Roman Polanski.



El cine es una recreación de la realidad transformada en lenguaje artístico. O esa es la definición más común sobre un arte que crea una construcción sobre lo humano y lo circunstancial a la medida de nuestros temores y esperanzas. Un lienzo en el cual se proyectan todo tipo de cuestionamientos, los horrores y temores culturales que elaboramos a partir de símbolos. Tal vez por ese motivo a Roman Polanski se le suele llamar un artista incomprendido: considerado genio y a la vez una gran decepción como director y creador visual, está a medio camino entre la admiración y el repudio. Tal vez se deba a su turbulenta vida personal o al hecho de tener una desigual carrera fílmica: cualquiera sea el caso Polanski creó todo un nuevo estilo visual, una manera de abordar el suspenso, el miedo y las pequeñas tragedias humanas por completo original. Claro está, que Polanski ha tenido que enfrentarse en más de una oportunidad no sólo a las consecuencias de ser un rebelde visual — o al menos, así se ha definido más de una vez — sino también, a su malograda historia intima. Desde el asesinato de Sharon Tate hasta la acusación de abuso de menores que ha pesado en su contra durante los últimos veinte años, Polanski parece enfrentarse no sólo a sus propias obsesiones sino al mito inquietante que le rodea, con el cual no siempre parece lidiar de la mejor manera. Aún así, su carrera cinematográfica está llena de una profunda mirada al absurdo, la belleza, el temor y quizás algo más frágil y sutil, esa ambigüedad del espíritu humano que sin duda es un reflejo de su propia dualidad.

Polanski es además de un artista visual, un personaje que debe enfrentarse a su propio mito y peso, para mostrar lo mejor de su obra. Por ese motivo, se suele insistir en que la película ‘Chinatown’ demostró que al margen del prejuicio que le rodea, es un realizador muy consciente que toda buena historia debe tener también, un considerable peso visual, un elaborado argumento y sobre todo, esa perspectiva del director que logre unir ambas cosas para crear algo por completo desconocido, una propuesta asombrosa sobre un tema muy viejo. Polanski demostró que el cine es una cuestión de atmósferas y es en ‘Chinatown’ el mejor ejemplo de esa perspectiva. Una verdadera lección sobre la idea estética de la imagen al servicio de la narrativa cinematográfica.

Para muchos críticos — incluso los más acérrimos contra el Polanski, figura controversial — ‘Chinatown’ es la mejor película dramática de la historia. Una afirmación un tanto peregrina y que ha provocado acaloradas discusiones allá donde se ha pronunciado. Quizás se trate de una combinación de factores casuales, que unidos crearon lo que probablemente sea la propuesta más sólida con respecto a esa visión idílica del cine de detectives, o sólo que Polanski jugó con los elementos habituales del género y los transformó en algo más profundo, oscuro y significativo. De hecho, cada pieza de la película parece encajar casi de manera fortuita: Fue Jack Nicholson, por entonces un joven actor sin especial renombre, quien animó a Robert Towne a escribir la historia. Towne, hasta entonces sólo había trabajado en colaboraciones especiales en guiones menores y afrontó el reto con el buen humor del desafío. El director de estudio Robert Evans se asombró por la calidad del resultado del argumento — “Esto hará historia”, cuenta que fue su primer pensamiento al leer el guión a medio terminar — y se aseguro de no sólo convertirse en productor por el mínimo salario de la Industria sino además, contratar a Roman Polanski, con quien ya había trabajado en la película ‘El bebé de Rosemary’ y admiraba por su extrañísima visión artistica. Fue una tarea titánica: Polanski se encontraba semi retirado luego de la violenta muerte de su esposa y a Evans le llevó casi un año entero convencerle de volver a EEUU — residía por entonces en París — para dirigir la propuesta. Por último, productor y director tomaron una decisión que muchos juzgaron peligrosa para la continuidad de la película: Contratar a la actriz Faye Dunaway, quien traía a cuestas un largo historial de enfrentamientos y desavenencias con varias figuras de la Industria fílmica norteamericana y Europea. Muchos años después y aún disfrutando del éxito de la película, Evans comentaría que sabía sería “la tercera mundial pero valdría la pena”. Lo cual pareció confirmarse por el éxito mundial de crítica y público que obtuvo la película.

‘Chinatown’ se convirtió en un icono fílmico casi desde su estreno. Apenas meses después de su llegada a la gran pantalla, ya se le consideraba un clásico, un fenómeno artístico y cinematográfico que asombró a propios y extraños. La fascinación por su argumento — lento y comedido, desarrollado a pulso y con enorme elegancia por un Polanski en estado de gracia — proviene sin duda que logró evocar la época dorada de Hollywood — los inolvidables décadas treinta y cuarenta — sin convertirse en un mero homenaje o caer en la nostalgia. Polanski se enfrentó a esa visión pulcra y levemente brumosa sobre el crimen y lo convirtió en un alegato sobre la crueldad del espíritu del hombre, la ambigüedad de la moral y algo más sustancioso, que se mueve al fondo de un argumento sorpresivo y original.

Otro triunfo de Polanski fue la decisión de usar el color bajo la misma perspectiva que se usó en las películas clásicas el blanco y negro: el director consiguió crear una atmósfera dura, elocuente y visualmente atractiva a través de una fotografía en color de aspecto realista. Una vuelta de tuerca a la tradicional estética del cine de Oro de la meca del cine, que brindó al film una consistencia visual asombrosa. Además logró construir un escenario urbano creíble, que a pesar de no recrear los esquemas estéticos con que solía definir a las ciudades en el género de detectives. De una forma plástica, bien planteada y sobre todo, consistente Polanski recrea la ciudad de Los Ángeles, no desde el punto de vista tenebroso — la ciudad como objeto y víctima de la violencia que soporta — sino a través de paisajes casi rurales, y que se muestra radiante y vital. Toda una contradicción a esa idea de la ciudad en penumbras que por muchos años fue sinónimo visual de la maldad y la violencia. Y es que Polanski no necesita de subterfugios visuales habituales para crear atmósfera durísima, agresiva y la mayor parte de las veces, incómodas. Con enorme elegancia visual, Polanski logra un concepto estético mucho más avanzado que el simple uso de luces y sombras y sobre todo, mucho más contundente de lo que hasta entonces había sido la norma en lo que al género de detectives se refiere.
Mención aparte para un elenco de gracia: desde un formidable Jack Nicholson — creando a pulso uno de los personajes más memorables de la historia del cine — hasta una contenida Faye Dunaway, contenida y alejada de sus tics habituales, los personajes parecen moverse en un ambiente abrasivo y duro con asombrosa facilidad. Se cuenta que Polanski empujó a su elenco al límite. Que le sometió a interminables escenas en condiciones insoportables para lograr las expresiones de incomodidad, crispación y dolor que necesitaba para sus personajes. Que Nicholson apenas podía respirar con la nariz cubierta por escayola y taponeada con algodón para lograr el máximo realismo de la nariz rota que exigía su papel. Que Faye Dunaway más de una vez amenazó a Polanski con abandonar el set y no regresar nunca, sobre todo luego que el director el arrancara un hilo de cabello a tirones para lograr que llorara en cámara de la manera que lo describía el guión. Todos rumores incompletos y a medio susurrar que parecen confirmar que la filmación de Chinatown no escatimó esfuerzos en lograr una perfección técnica y actoral desconocida. Lo que si es cierto, es que Polanski se esforzó en viajar a un infierno metafórico, a una visión de la maldad, el horror y la crueldad que logró mostrar a través de cuidados golpes de efecto: desde el aspecto seco y árido de los escenarios -logrado gracias a un complicado sistema de canalización — y esa frialdad distante de los personajes: reprimidos, exquisitos, siempre muy cerca de la grieta, del desastre del estallido de violencia.

Luego de su estreno y en pleno furor del éxito comercial de ‘Chinatown’ se le preguntó a Polanski como había logrado crear un lienzo tan exquisito pero también insoportable sobre la crueldad, el miedo y la maldad posible. El director — se dice que aún traumatizado por la muerte de su mujer y quizás, asombrado del resultado de esa obsesión suya con los extremos — sólo sonrió. “La violencia es como la belleza, se admira, se paladea, se sufre y finalmente, se le permite matar. Así lo veo” respondió. Y quizás, en medio de la poesía de la frase, el Polanski personaje se enfrenta al Polanski artista, para comprender no sólo el alcance de su obra sino la profundidad de su planteamiento y más allá, esa noción suya sobre las contradicciones de la simple naturaleza humana. Cualquiera sea la respuesta, con ‘Chinatown’ el director logró mostrar esa singular visión suya entre la violencia, el poder, la crueldad y el dolor. Y triunfó.

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