domingo, 22 de mayo de 2016

El bosque de los silencios y otras historias de brujería.




Mi abuela - la sabia, la bruja - solía decir que hay un lugar que todas las brujas conocen, pero que nadie - además de otras brujas - ha visitado jamás. Un  lugar silencioso, privado, alejado de todo temor a donde van a encontrar una palabra de alivio y tranquilidad.  Recuerdo esa idea de vez en cuando, cuando la angustia me abruma, cuando necesito ese espacio silencioso e interminable que atesora el mayor secreto de una bruja.


- Pero ¿El lugar de la bruja existe? - le  pregunto a mi tia E., mientras ambas caminamos por el jardín antipático de mi abuela. Tengo ocho años y quiero saberlo todo sobre la brujería. Sueño con calderos en llamas, con escobas voladoras, con sombreros de imposibles profundidad. Y también con parajes misteriosos, con bosques de leyenda. Con damas vestidas de blanco que recorren la espesura con paso seguro y temerario.

- Lo llevas a todas partes, lo construyes a diario - me responde con voz tranquila - una bruja tiene un lugar que nadie puede entrar y donde ella conserva todo lo que ama, lo que considera valioso, lo enorme y lo poderoso. Tu también lo tendrás.

- Pero ¿Cuando? - pregunto impaciente. Tia se detiene y sacude la cabeza. Lleva una cesta colgada al brazo repleta de hojas amarillas y verdes del Araguaney de la esquina. El viento de montaña nos golpea el rostro y paladeo el olor a sol que lo impregna - ¡Yo quiero ir ya!

- El espíritu de la bruja es un mundo infinito - me dice con una sonrisa misteriosa - y habrá un lugar para ti allí, uno al que acudir en la tristeza, el que habitar en la felicidad y en donde encontrarás el mayor conocimiento: el que construyas a partir de ti misma. No lo olvides.

Sacudo la cabeza, impaciente ¡No lo entiendo! ¿Qué lugar es ese que está dentro de mi? Pero cuando quiero preguntarle, ya la tía avanza entre la hierba muy crecida que nadie corta hacia el enorme árbol de mango de ramas gigantescas. La miro allí, una figura solitaria vestida de blanco, mirando al atardecer. Y sé que por ahora, no habrá más respuestas. O quizás sí, pero ninguna que pueda entender.

Aún así, seguiré soñando con el lugar de las Brujas, esa leyenda a media voz que todas las mujeres de mi familia conocen pero que nadie puede - o quiere - explicarme a detalle. Pregunto a todas: a mi tia impaciente, a mi prima petulante, incluso a mi abuela amable. Pero nadie me dice otra cosa que lo que ya he escuchado: Ese territorio misterioso que habita la voluntad indomable de la bruja. El espíritu salvaje que se levanta en fuego para recordarle su poder, la capacidad para crear y el sueño insistente por encontrar siempre la esperanza.

- ¡Pero esas cosas que no se tocan! - protesto cuando mi abuela intenta explicarme sobre el Lugar de la Bruja. Sigo sin comprender nada y eso me impaciente, me desconcierta y me irrita - ¿Está de verdad en alguna parte? ¿Lo podré encontrar alguna vez?

Mi abuela no responde, ocupada en la labor de costura que lleva entre las manos. Suele decir que coser es un acto de paciencia, una mirada simple que le permite disfrutar de un silencio interior que considera indispensable y preciado. No entiendo nada de eso pero admiro su habilidad. La forma como sus dedos sostienen con delicadeza la tela y la agua, esa singular habilidad para crear algo hermoso con un esfuerzo invisible. La miro asombrada y ella sonríe, como si mi ingenuidad le enterneciera.

- Lo real no siempre es visible y una bruja lo sabe muy bien - me dice en voz tan baja que tengo que estirar el cuello para oirle - una bruja sabe que lo real, solo es la conclusión de lo que cree, aspira y crea. Pero lo invisible también es real. También es fuerte y portentoso. Como la fuerza del aire, como el poder de pensar. Lo intangible es poderoso.

Me quedo sentada, sin saber que responder a eso. Imagino un paisaje transparente, ribeteado en luz, que flota en alguna parte. Un lugar misterioso que no necesita limites ni fronteras, cielo o tierra que lo sostenga. Mi abuela suelta una carcajada suave cuando se lo describo.

- Si y también hay mucho más que descubrir cuando comienzas el recorrido hacia el centro de tus ideas - me explica - para comprender lo que te rodea, primero debes entenderte a ti mismo.

- ¿Y el lugar de las brujas? - insisto. Ella me dedica un guiño malicioso.
- Te lo tropiezas en el camino.

***

Con once años, falta un día para que me inicie en brujería. Una ocasión señalada donde comenzaré a recorrer el camino de las Tradiciones de la Diosa, donde me convertiré en bruja a pleno derecho. He soñado por años con ese día y ahora que está tan cerca...tengo miedo.

¿Miedo a qué? No lo sé, me digo tendida sobre las sábanas recién lavadas, mirando la luz del sol de la tarde que entra por la ventana.  Tal vez al hecho que quizás un sueño que se cumple nunca sea tan bello como lo imaginas. O que simplemente, una vez que llegué aquí, me pregunto a donde me dirijo. ¿Quién es una bruja, después de todo? ¿Lo soy ahora mismo? ¿Lo seré alguna vez? ¿Me hará serlo un ritual familiar desconocido? Los ojos se me llenan de lágrimas, siento el miedo avanzar por mi garganta, cerrarme la respiración. ¿Que es ser una bruja? ¿Quién soy ahora mismo?

Cierro los ojos, intento recobrar el aliento. Y de pronto, no estoy aquí, sino volando en las estrellas. Entre el sueño y la vigilia. Tan rápida e invisible como el viento impregnado del olor de la montaña que baja en vertical desde el verano eterno de Caracas. Me elevo, me desintegro, soy sólo esta sensación de estar y encontrarme al borde de una idea radiante. ¿Quién soy? me pregunto. Y el viento lleva mi voz, mis manos una idea. Y recuerdo todo el aprendizaje, los años de reír y asombrarme por la sabiduría de los simple, de la belleza diaria de las lecciones perdidas y encontradas en esta enorme casa llena de olores y pensamientos. ¿Quién es una bruja? ¿Quién soy a la distancia de mis pensamientos? ¿A donde me conduce esta curiosidad, esta ambición inocente, esta necesidad de aprender? ¿Quién es la mujer que vive en mis párpados cerrados? ¿La bruja en quien me convertiré?

Y me elevo, más allá de temor y preocupación. Liviana tan liviana que soy la luz en el viento. Y continúo alejándome hasta que de pronto, no soy nada más que sensación. Este alivio absoluto y lento del conocimiento del infinito y mis dedos. El tiempo transcurre pero a la vez no lo hace. Y soy la mujer que nace y muere, que destruye para crear, que nace y muere para volar más allá.

Abro los ojos. De nuevo sólo soy una niña en la habitación inocente de una niña. Y entonces sonrío, mirando los últimos rayos de luz de la tarde. ¿Encontré el lugar de las brujas?


***

Una vez leí que ser adulto es admitir la soledad interior. Las brujas solemos decir que crecer es admitir el poder de lo que se pierde y se encuentra. Pienso en ambas cosas mientras las llamas del caldero se alzan brillantes hasta iluminar mi mano abierta y crear sombras que desdibujan la realidad. Pienso en esa búsqueda de lo intangible que toda bruja lleva a cabo. En esa necesidad de crear y aprender que sostiene su aprendizaje y su manera de ver el mundo.

Pienso en ese lugar que existe y no existe, en ese valle luminoso que vive en nuestra memoria. En el espacio privado que bisabuela solía llamar "el Lugar de todas las cosas" o esa  simple remembranza de la esperanza que aprendí a reconocer desde muy niña. Ese bosque de árboles interminables, con sus caminos de piedras imposibles. Ese sueño que vive en el corazón de toda bruja.

Cuando tenía quince años, realicé mi primer ritual en solitario. Sentada en medio de un círculo de velas, miré la luz a mi alrededor como una forma de belleza, como una noción del poder de todas las cosas que había aprendido y también como una forma de consuelo. Y levanté las manos hacia el cielo cuajado de estrellas, de las montañas erizadas de luz misteriosa, del mar que no podía ver, del viento que canta. Pensé en todas las ideas que me sostienen, en esa búsqueda insistente por comprender el motivo de la esperanza, la fuerza de la fe, el temor y la felicidad. El valor y la tristeza. Como si árboles de extraordinaria vejez me rodearan. Como si sueños imposibles me acunaran. Allí en medio de las velas. Allí, en medio de la luz y la sombra que palpitan para recordarme el valor de la convicción en lo que se crea.

Y de pronto, con las palmas levantadas hacia el Infinito, recordé el poder de lo invisible, de ese recorrido interminable a través de mi propia historia. Del tiempo que nace y muere entre mis manos. Del conocimiento vivo y arduo que recorre mi espíritu. Y sonreí en ese bosque de conocimientos, a ese lugar en ninguna parte, a ese circulo de luz brillante que me acuna con paciencia, que simboliza el poder de lo misterioso en mi espíritu, de ese fuego poderoso que llevo a todas partes. Una forma de misterio. Una forma de belleza que enarbolo entre los dedos en medio de la oscuridad de mis párpados cerrados.

***

En ocasiones, bailo desnuda bajo el cielo tachonado de estrellas. Y también, lo hago en ese paisaje pacífico que llena mi mente. Porque para una bruja lo invisible es real y lo real, algunas veces deja de existir para crearse así mismo. Y entre ambas cosas - esa belleza inmediata y poderosa del tiempo, de los pensamientos que se resisten al dolor y al miedo - hay un espacio de pura y redentora esperanza. De un deseo de crear que abarca el mundo. De un sueño de mil noches que se eleva a la Luna Llena. En la Tradición de una hija de la Luna. En el espíritu infinito de una bruja.

Una forma de soñar y bailar en el poder de las ideas.
Una mirada al fuego infinito de la magia más antigua de todas.

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