martes, 17 de mayo de 2016

Crónicas de la loca neurótica: Las cosas que un ansioso quisiera decirte pero no puede.





No recuerdo la primera vez que pensé que era una persona ansiosa, por lo que suelo concluir — no sin cierta razón — que lo he sido la mayor parte de mi vida. Un pensamiento que puede resultar desconcertante si lo analizas desde la distancia: se trata de enfrentar al miedo desproporcionado y la mayoría de las veces incontrolable que te producen cosas que por lo general, no deberían hacerlo. Lidiar con la sensación que tu vida y tu forma de comprenderla dependerá de tu habilidad para enfrentar situaciones cotidianas que te resultan cuando menos insoportables. No es sencillo cuando comprendes que vivir con ansiedad — o lo que es lo mismo, ser ansioso — es bordear con más frecuencia de lo que admites la desesperación, una pérdida de control dolorosa sobre tu identidad y la forma cómo construyes tu día a día. Esa percepción distorsionada de lo que te rodea y más allá de eso, cómo te afecta esa terror misterioso y sutil que te acompaña a todas partes.

De manera que sí, he sufrido de ansiedad desde niña, cuando mis maestras escribían en mis boletines que les preocupaba mi tendencia a “sobredimensionar” situaciones en apariencia comunes. Lo continúe siendo durante la dolorosa adolescencia, cuando preferí retirarme de fiestas y reuniones sociales y encerrarme en mi habitación con una cámara, un libro, una hoja y un lápiz para enfrentar lo mejor que podía esa sensación agobiante que el peso del mundo podía destruirme. Lo soy, siendo una mujer adulta que de vez en cuando se aísla para protegerse de esa angustia vital que la sofoca con frecuencia, que la deja sin fuerzas y armas para defenderse de ella. Y supongo seguiré siéndolo el resto de mi vida, en una travesía complicada y desigual que con toda seguridad, atravesaré con dificultad.

Claro que, a lo largo de los años luché contra mi trastorno de pánico y de alguna manera he logrado controlarlo en mayor o menor medida. Ha sido una batalla agotadora, en la que no siempre he triunfado pero que me permitió descubrir mis límites, fortalezas y debilidades. Porque no se trata sólo de aprender como controlar la ansiedad para poder disfrutar de una cierta tranquilidad personal, sino de comprender hasta que punto debo aceptar forma parte de mi vida y lo será con toda seguridad para siempre. Esa certeza — que puede resultar desalentadora por lapidaria — no obstante me permite comprender el alcance real de la influencia de la ansiedad en mi personalidad y mi estilo de vida. Una mirada profunda a cómo puede afectarme un trastorno del que se sabe poco y que la mayoría de las veces se infravalora por considerarse poco claro o incluso, confuso.

Quizás, una de las cosas más complicadas de sufrir un trastorno de pánico es tratar explicar a quienes me rodean cómo afecta mi vida esa constante sensación de desazón y angustia. Como influye en mis decisiones y la relación que tiene en la forma en que me comporto. Intentar que mis familiares, amigos y conocidos comprendan hasta que punto el pánico puede trastornar mi mundo privado, mi desempeño profesional e incluso, mis relaciones emocionales. Un trastorno de pánico es mucho más que un padecimiento mental: es una perspectiva distorsionada y la mayor parte de las veces incomprensible, de la realidad.

De manera que, resulta saludable recordar de vez en cuando a quienes no sufren el trastorno lo que los ansiosos solemos sufrir y que muchas veces pueden parecer comportamientos dramáticos, erráticos e incluso sin sentido. Un pequeño recordatorio del hecho que una condición psiquiátrica de esta naturaleza puede afectar más allá de lo obvio y provocar no sólo dolor emocional sino también, el inevitable aislamiento que puede provocar la incomprensión. Una perspectiva sobre el sufrimiento silencioso que la mayoría de los ansiosos padece y pocas veces puede expresar en toda su dimensión.

¿Cuales son esas pequeñas situaciones que todo ansioso quisiera que quienes le rodean comprendan mejor? Quizás las siguientes:

* No, no deseo salir. Sé que está mal, sé que debería intentarlo, pero sencillamente no puedo:
No se trata de algo que pueda controlar ni tampoco de un comportamiento malcriado, obsesivo o huraño. En ocasiones resulta casi insoportable enfrentar cualquier situación que implique conversaciones, interacción social o algo tan simple como lidiar con varias personas a la vez. ¿Parece demente? Lo es, por supuesto. Y también a mi me lo parece. No obstante, el agotamiento mental y físico que supone situaciones parecidas debido al trastorno de pánico es tan insoportable que no siempre puedes vencerlo. Lo intentamos, luchamos contra esa paralizante sensación de angustia que cualquier intercambio social puede provocar pero en ocasiones, no podremos hacer otra cosa que aceptar el trastorno es mucho más fuerte que nuestras intenciones de enfrentarnos a los síntomas que nos provoca. Así que por favor comprende cuando te explique que no puedo asistir a esa reunión de amigos queridos o una simple cita para tomar café. No puedo hacerlo, aunque parezca lo mejor y de hecho, a la larga lo sea.

* No, no puedo controlar la ansiedad. Lo intento, lo logro a veces, pero en otras ocasiones no puedo hacerlo. Así de simple.
Con el transcurrir del tiempo, gracias a la terapia y a la farmacopea he logrado reprimir mi ansiedad en muchas más ocasiones de las que simplemente me supera. Con todo, sigue siendo un trastorno que me afecta y que de hecho, seguirá afectando mi forma de ver el mundo en cientos de forma. He necesitado muchísima voluntad, años de trabajo y esfuerzo para ejercer verdadero control sobre mi estallidos de nerviosismo y angustia, pero también para asumir que continuarán lastimándome de vez en cuando. Así que no me pidas me tranquilice, lo supere, me calme, busque “ayuda”. Ya lo he hecho, lo he intentado, trabajo con esas ideas a diario. Pero sufriré inevitables recaídas y los métodos para comprender mi trastorno no siempre serán infalibles a la hora de procurar mejoría a mi estado de salud mental. Lo más probable es que mi estado de ánimo siempre vaya entre la preocupación y la angustia, a pesar de mis esfuerzos por evitarlo.

* Es real. No se trata de una excusa para justificar mi poca habilidad para controlar mis estallidos de nerviosísimo y miedo.
Mi psiquiatra suele decir que la mayoría de la gente sufre un trastorno de ansiedad sin saberlo, en especial porque los síntomas suelen confundirse con una personalidad difícil, errática e incluso malcriada. Lleva años de aceptación y trabajo comprender — y asumir — que toda esa maraña de pensamientos angustiosos, insistentes y claustrofóbicos son un cuadro psiquiátrico que como cualquier otro, necesita tratamiento y cuidados. No es fácil además, lidiar con la idea que en realidad no se trata de un rasgo de tu personalidad, sino un padecimiento debilitante que debes comprender para no sólo encontrar cierta estabilidad sino además, comprender a cabalidad.

De manera que no, la ansiedad no es un rasgo de mala educación, un estallido emocional basado en mi poca habilidad social o una debilidad de carácter. Se trata de una trastorno psiquiátrico que necesita cuidados y sobre todo, mejorará a medida que seamos capaces de comprender sus alcances e implicaciones. Y eso incluye, claro está, aceptar que existe, que forma parte de nuestra vida y que con toda seguridad, lo seguirá siendo.

* No reacciono al miedo de la forma en que tú lo haces, aunque quisiera hacerlo.
La ansiedad puede provocar que te sea casi imposible lidiar y vivir con el presente. La mayoría del tiempo estás atrapado en medio de una mezcla de pensamientos angustiosos sobre el pasado y terrores en apariencia muy reales sobre el futuro. Se trata de una sobre dimensión de hechos que a cualquier otra persona pueden parecer muy simples, pero que para quien el sufre el trastorno, no lo son. Por ese motivo, nos resultan insoportables y dolorosas ideas que no deberían serlo, como por ejemplo temer no haber cerrado la puerta de la casa o apagado la cafetera. O sufrir por la mera posibilidad de haber saludado de manera incorrecta a un desconocido. Son situaciones que mi mente procesa de una manera distinta a la tuya, que concibe en una dimensión desproporcionada y la mayoría de las irreal y que me provocan un miedo inexpresable con el que la mayoría de las veces no puedo luchar. Así que no intentes explicarme que no debo temer o burlarte de mi reacción exagerada. Creeme, también sé que lo es pero me lleva un esfuerzo titánico luchar contra eso.

* La mayor parte del tiempo tengo pensamientos catastróficos, paranoicos y abrumadores.
Cuando era más jovencita estaba convencida que esa red de pensamientos abrumadores que solían sofocarme a diario era cosa de mi inmadurez y mi debilidad emocional. Que debía hacerme adulta y más fuerte para no sólo para enfrentarlos sino para vencerlos lo mejor que pudiera. Lo que no esperaba es que el transcurrir del tiempo acentuará los síntomas e incluso los hicieran aún más duros de sobrellevar: cuando llegué a los primeros años de la veintena comprendí que no se trataba de la constante sensación de agobio y nerviosismo no era algo relacionado con mi personalidad, sino una serie de percepciones distorsionadas sobre mi entorno y mi manera de enfrentarme a la incertidumbre. Así que tuve que admitir que no se trataba de algún “defecto de personalidad” sino una condición física contra la que debía lidiar. Y decidí hacerlo de la manera más responsable que encontré: acudiendo a consulta médica para recibir un tratamiento específico que me permitiera mejorar.

No obstante, de vez en cuando sigo sobresaltándome por todo tipo de ideas inquietantes que me atormentan lo suficiente como para lastimarme. Que no te desconcierte escucharme hablar sobre ellas o incluso insistir en algunas de vez en cuando. De verdad, no puedo evitarlo.

* Puedo vivir una vida normal:
No necesitas cuidarme, protegerme o evitarme malos tragos o momentos. Te lo agradezco, aprecio tu amor y preocupación, pero lo más saludable es que encuentre la manera de lidiar con los síntomas que me provoca el trastorno de pánico de la mejor manera posible. Sí, puedo disfrutar de mi vida a pesar del trastorno de pánico que sufro. Lo hago siempre que puedo, a través de los pequeños métodos que he aprendido para procurar que mi vida sea más tranquila y equilibrada. Y lo hago porque es mi forma de sobrevivir al trastorno pero sobre todo, de comprender que aún ejerzo control sobre mi salud mental y física, un pensamiento que puede ser tan saludable y reconfortante como una buena medicina.

* No, un trastorno de ansiedad no tiene “cura” (algo así como un tratamiento mágico que de inmediato mejore los síntomas)
Una vez que supe sufría de un trastorno de pánico dediqué un considerable tiempo y esfuerzo en investigar las causas que lo provocan. Y encontré que aunque hay un conjunto de teorías al respecto, no hay una sola respuesta que pueda explicar de manera definitiva y suficiente el motivo por el cual algunas personas lo sufrimos y otras no. En lo que todos los expertos parecen coincidir es en la necesidad de buscar ayuda con terapias psiquiátricas, medicamentos, hábitos saludables y sobre todo, una enorme dosis de paciencia con los síntomas que te provoca y la forma como afectan tu vida. En ocasiones, me he sentido muy frustrada, rota y afligida: lloro por horas preguntándome el motivo por el que sufro de un padecimiento ambiguo que nadie comprende bien — ni siquiera yo misma — y me ocasiona todo tipo de trastornos. En otras, me he preguntado si en realidad no se tratara de debilidad, un terror ciego al futuro o cualquier otra explicación simple que no implique mi salud mental. Pero por último, acepté lo obvio: sufro de un padecimiento mental que me ocasiona dolor, preocupación y desazón pero contra el que puedo luchar. Y lo hago: lo mejor que puedo y siempre que puedo, aunque no siempre triunfe en esa determinación mía de encontrar cierta paz mental.

* No soy una víctima: puedo ser quizás un paciente pero también, soy una mujer que intenta vencer un padecimiento y la mayor parte de las veces, lo logra.
Tengo días terribles durante los cuales no puedo levantarme de la cama por el agotamiento emocional. Pero también tengo días de entusiasmo y energía que aprovecho lo mejor que puedo. Trabajo, estudio, me dedico a mis pasiones y mi vida es todo lo satisfactoria que puede ser a pesar de todo. De manera que no busco conmiseración, cuidados o trato especial. Deseo que comprendas que el trastorno de pánico es real y que me afecta de múltiples maneras, pero que a pesar de eso lucho lo mejor que puedo contra él. Y que triunfar no es otra cosa que este constante camino de construir — y reconstruirme — a mi misma.



Hace unos años, le conté a uno de mis amigos más queridos que sufro de un trastorno de ansiedad. Acababa de recibir el diagnóstico y aún no sabía muy bien cómo afrontarlo. De manera que decidí que la mejor forma de hacerlo era hablando sobre el tema con la gente que formaba parte de mi vida. Le expliqué lo mejor que pude lo que sé sobre el padecimiento, la forma como me afecta y la forma como me obliga a tomar decisiones en consecuencias. Me escuchó mirándome con atención y al final, ambos nos quedamos en silencio que a mi me pareció incómodo y casi insoportable.
— ¿Entonces? ¿Qué piensas sobre lo que te acabo de decir? — le pregunté por último, incapaz de contenerme. Sonrío.
 — ¿Me estás explicando que estás loca?
 — Más o menos — dije con toda seriedad — ¿Qué…opinas de eso?
 — Que la locura es una forma de comprender las cosas. Y que hay que ser muy fuerte para aprender eso.
Lo abracé con los ojos llenos de lágrimas. Lo escuché reír en voz alta.
— Lo mejor es saber a dónde te conduce la forma como miras el mundo. Y tú lo estás haciendo.
Nunca olvidé esa frase. Aún la recuerdo en mis momentos más complicados y me ayuda volver a recuperar la calma cuando parece imposible hacerlo. Después de todo, todos somos sobrevivientes a nuestros temores y pequeños dolores. Y más allá de eso, de nuestra manera de afrontarlos. Una forma de crear nuestra identidad a pesar de todo y quizás, gracias a todas las grietas que nos componen y nos otorgan identidad.

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