sábado, 28 de mayo de 2016

Pequeños secretos en la luz de la Luna y otras historias de Brujería.





Mi bisabuela solía decir que de existir las brujas "malvadas", ella sería una de ellas. Luego me dedicaba una de sus sonrisas maliciosas, repantigada en su sofá de orejas favoritos y mirándome una de sus largas miradas intrigantes que siempre me inquietaban un poco. Bisabuela tenía esa cualidad que supongo tienen muy pocas personas, de ponerte nerviosa sin hacer otra cosa que verse cómoda y confortable.

- Pero...¿Malvada de las que hacen hechizos y le salen rayos por los dedos? - le pregunté en una ocasión. Tenía ocho años y la cuestión me pareció de lo más importante. Ella ladeó la cabeza y sus ojos verdes brillaron de pura vivacidad.
- ¿Necesito eso para ser malvada?
- No sé.
- ¿Y que es ser malvada, brujita?

Me quedé callada. La verdad era que no lo sabía. Tenía una idea nebulosa - basada sobre todo en los cuentos que había leído - que las brujas malvadas eran criaturas fascinantes y misteriosas que recorrían bosques de leyendas para asustar a los incautos. No sabía con exactitud que las hacía más poderosas y sobre todo, aterradoras pero suponía que tenía algo que ver con ese elemento tan emocionante y enigmático que solía llamarse "poderes". Así que se lo dije así mismo. Bisabuela enarcó una ceja y a la distancia de los años, tengo la impresión contuvo como pudo la risa.

- ¿Poderes?
- Esas cosas que hacen las brujas y nadie sabe como - expliqué con detalle - ¡Ya sabes Bisa! Volar en la escoba, poner las manos sobre el caldero para hacer manzanas envenenadas, que los espejos hablen! ¡Esas cosas!

Bisabuela asintió, como si lo que le decía le resultara realmente intrigante. Después chasqueó los dedos. Un gesto ruidoso y seco que me hizo dar un brinco. ¿Estaba haciendo MAGIA (así, con mayúsculas) ahora mismo? pensé entusiasmada y un poco amedrentada. Pero bisabuela se limitó a quedarse allí, con la mano alzada y aún flexionando un poco los dedos indices y pulgar. ¿Tenían que brotar chispas o algo de ellos?

- ¿Qué hiciste? - pregunté entonces. Bisabuela sonrió entonces. La malicia le llenó la piel pálida de la cara, las arrugas que le rodeaban los ojos.
- Te provoqué una reacción: diste un salto de puro sobresalto y ahora me miras con los ojos muy abiertos, como si esperaras hiciera algo más - me explicó - Te hice actuar a mi voluntad. Eso es magia.

¿Cómo? ¿Eso nada más? me dije casi ofendida, aunque claro está no dije nada en voz alta. Bisabuela era muy directa al hablar y tenía un modo muy directo de cortarte cuando no le gustaba lo que decías, de manera que había que pensarse muy bien las palabras que utilizabas al conversar con ella. Mi abuela - la sabía, la bruja - solía decir que su madre era "Una mente afilada como un relámpago y un ánimo incandescente". Nunca entendí muy bien que quería decir con eso - al menos de niña - pero si tenía muy claro una cosa: Bisabuela era de temer.

Así que de entrada había que tomarse muy en serio lo que sea que te dijera. Miré sus dedos pálidos, la muñeca delicada flexionada, el brazo en un elegante ángulo. ¿En serio estaba haciendo magia? volví a preguntarme. Sí, era cierto. Había dado un brinco cuando hizo aquel sonido extraño y duro con los dedos. Pero lo había hecho por el sonido, no porque nada...misterioso me provocara el sobresalto. ¿O no?

- La magia es la capacidad de cualquier tipo de energía intangible de influir en el mundo - me explicó cuando se lo pregunté - así la definían antiquísimos sabios. Para ellos, la magia era cualquier poder, secreto o evidente, sutil o devastador, que fuera capaz de provocar un cambio o una reacción en la realidad. De manera que provocar un sobresalto, podría considerarse una forma de magia ¿No?

No supe que decir. La verdad tenía una idea sobre la magia más...emocionante, pensé un poco fastidiada. Bisabuela inclinó un poco el cuerpo para mirarme una larga mirada verde.

- ¿O puede ser otra cosa? ¿Puede ser esa noción enigmática que algo sucederá pero no sabes qué? ¿Esa sensación que el aire a tu alrededor se espesa, se hace casi irrespirable, te rodea...a la espera que algo ocurra? - murmuró - ¿Se trata de la capacidad de una bruja para influir definitivamente en ti y en lo que te rodea?

Me quedé paralizada, con el corazón latiendo muy rápido. Bisabuela había dicho toda aquella parrafada en voz baja y grave, con un tono amenazante que jamás había escuchado. Y aunque no había entendido la mayor parte de ellas - eran esas palabras de adultos que aún tenía que aprender - si tuve muy claro que "algo"  que no entendía muy bien, había cambiado en el aire. Que de pronto, todos los sonidos a mi alrededor se hicieron más claros y nítidos. Que sin duda estaba a punto de pasar...¿Qué?

- Bisa... - murmuré un poco acobardada. Ella inclinó los hombros hacia mí, rigidos y firmes.
- ¿Qué hace que la magia lo sea? ¿Qué la hace real? ¿Perceptible? ¿Hay un elemento muy viejo que la describe y la sustenta? ¿Qué hace que la bruja la comprenda?

Escuché más que sentí que algo se movía por la habitación. Una ráfaga caliente que no pude ver. Cuando la ventana se cerró con un movimiento seco y un temblor de cristales, solté un grito sofocado y estuve a punto de echar a correr como un vendaval hacia la puerta. Bisabuela soltó una carcajada, tan nítida y tan divertida que de pronto, toda la sensación de pesadez y tensión que nos rodeaba desapareció como si jamás hubiese estado allí.  Miré a mi alrededor con los ojos muy abiertos y asustados.

- ¿Tu hiciste eso?
- ¿Cerrar la ventana? Lo hizo el viento.
- ¡Pero tu hiciste algo! - insistí entre temblores - Tu empezaste a hablar y...

Bisabuela ladeó la cabeza, mirándome con una curiosidad casi burlona. Me encogí de hombros, furiosa.

- ¡Ya sabes! - protesté - ¡Vino el viento y cerró la ventana!
- ¿Eso que tiene que ver conmigo?
- ¡Pero estabas hablando cuando pasó!
- ¿Eso lo hace sobrenatural o mágico?

Caramba...en realidad no había pensado en eso ¿Era mágico que se cerrara la ventana sólo porque había ocurrido mientras bisabuela hablaba? me pregunté de pronto. Fue un pensamiento muy nítido y extraño, que me dejó un poco confusa. ¿Por qué de pronto cada sonido de la habitación me había parecido más real y cercano? ¿Por qué me había asombrado tanto que la ventana se cerrara? Bueno para empezar me sorprendió, me dije un poco nerviosa. Y la bisabuela había...¿Qué cosa había hecho? La miré boquiabierta.

- Sólo te hice más consciente del sonido de mi voz y de lo que ocurría a tu alrededor. Lo demás lo hizo tu mente - concluyó - ¿Entiendes ahora?
- Tu no lo hiciste - concluí. Y me asombró esa conclusión tan simple - tu...
- Yo no hice nada pero tu creíste que si lo había hecho - dijo entonces, muy satisfecha. Se dejó caer sobre el respaldo del sofá, con el cabello rojo y plateado brillando en la luz amarilla de la tarde - La raíz de toda magia brujita, es nuestra percepción del mundo y la forma como la voluntad del espíritu humano lo afecta. Lo llames sobrenatural, lo llames temible, lo llames asombro, sólo se trata de percepción.  Y esa cualidad de la mente humana para construir lo que le rodea lo que las brujas llamamos "magia". Un poder secreto y poderoso que cada una de nosotras cultiva con un esfuerzo de imaginación.

Intenté comprender todo lo que me decía, pero desde luego, no pude. Sus palabras se me escapaban entre los dedos como agua clara y me entristeció un poco que la verdad, entendía muy poco lo que me estaba diciendo o mejor dicho, el sentido de lo que intentaba explicarme. Me encogí de hombros, un poco desanimada.

- Bisa, no entiendo eso que me dices - confesé. Ella asintió, un gesto franco y amable que me sorprendió en ella.
- Lo sé muchacha. Pero el primer paso para aprender es no saber. Así que guarda mis palabras para cuando quieras encajen en alguna parte.

No supe que responder a eso. Y quizás bisabuela no lo esperaba.  Tomó uno de los libros del enorme montón que llenaba su mesita de noche y comenzó a leerlo sin más, ignorándome con tanta facilidad que incluso comencé a pensar que mi cuerpo flaco y huesudo desaparecía un poco en su desdén. Enfurecida y confusa, me apresuré a salir de la habitación. Bisabuela no levantó la cabeza del libro cuando cerré la puerta con más ruido del necesario.

¡Bruja malvada! pensé con cierta impaciencia. Imaginé que le gustaría saber que pensaba eso de ella.

***

Bisabuela había sido una de las primeras mujeres en mi país en completar la licenciatura en Filosofía en la Universidad Central de Venezuela. Lo había hecho siendo ya muy mayor y cuando nadie lo había creído posible. Mi abuela solía contarme que todo había comenzado en una ocasión en la que su madre había estado leyendo sentada junto a su ventana favorita. De pronto, se puso en pie y arrojó el libro a un lado. Miró de un lado a otro de la habitación impaciente y nerviosa, como si  de pronto hubiera recordado algo muy importante. Por último, se cambió la ropa de casa por la de la calle. Hizo todo lo anterior sin decir una sola palabra.

- ¿A donde vas? - preguntó mi abuela, por entonces una joven curiosa. Bisabuela ni la miró: tomó su bastón - que usaba desde la primera juventud debido a la Poliomielitis que sufrió - y se fue caminando con su paso lento y tambaleante a la calle. Mi tia E., ya una mujer adulta pero que aún vivía en casa de sus padres, asomó la cabeza desde la biblioteca recién construída de la casa.
- ¿Y para donde va ella? - preguntó también. Mi abuela se encogió de hombros.

Resultó que bisabuela tomó un taxi, fue directo hasta la Universidad Central y se interesó por los trámites para comenzar a estudiar. Lo hizo a su manera resuelta, sin miedo y muy firme. Caminando de pasillo en pasillo, tocando puertas e incordiando a secretarias y empleados incómodos. Muchos años después me contaría que la mayoría se rió en cara, al verla madura, coja y con aspecto de loca - siempre según sus palabras - y que hubo quien incluso le dijo que "los viejos no estudian". Eran tiempos intransigentes, en un país como el mio, conservador y pudibundo hasta lo impensable. Pero ella insistió hasta que alguien le explicó punto a punto lo que debía hacer. "Me lo dijo para que dejara de molestarme" solía contar entre carcajadas. "Pero no me esperaba verme de vuelta, claro".

Pero la vio y no sólo en la ocasión en que regresó con todos los documentos que exigía la inscripción Universitaria, sino dos años después, como alumna. Mi bisabuela había rebasado la cincuentena, ya era viuda y le costaba caminar más que nunca y aún así, se sentó en un pupitre con muchachos a quienes le triplicaba la edad para aprender. "La Vieja Bruja de la Central" le llamaron y aunque hubo quien pensó que el epíteto le molestaría, en realidad la divirtió.

- Porque en realidad yo era eso ¿No? - me dijo en una ocasión entre carcajadas. Reí con ella.

Cuando se recibió, la mayoría de sus compañeros de clases estaban asombrados con su inteligencia, voluntad y perseverancia. No sólo consiguió las más altas calificaciones sino que además, logró vencer los achaques naturales de su edad para finalmente, levantar el título de licenciada con la mano libre del bastón. La fotografía colgaba en la biblioteca desordenada de la abuela y era una imagen curiosa: Bisabuela llevaba toga y birrete y se veía muy venerable junto a un grupo de chicos menores que cualquiera de sus hijos. Esa imagen siempre me hacía sonreír.

La recordé ahora, mientras la miraba revolver el caldero de la cocina con mano firme.  Me había estado enseñando a mezclar las hierbas para lograr un té digestivo y durante la mayor parte de la tarde, me había explicado el motivo por el cual durante siglos, la mayoría de la gente pensó que la brujas eran malvadas.

- Una mujer inteligente es peligrosa, al menos en una época donde  se les exigía sumisión, obediencia y silencio - dijo, agregando albahaca al té espeso de la olla - De manera que un espíritu educado para crear, para rebelarse, para contradecir y para arder como el de una bruja, no sólo era una amenaza sino algo que debía ser destruido. Contradecía el mandato Divino del Cristianismo que toda mujer proviene de la costilla de Adán. ¿Lo imaginas no? Lo que debió ser para sacerdotes provincianos y predicadores mendicantes que una mujer tuviera conocimientos de medicina, de secretos del cuerpo y de la mente. Cuando la Iglesia comprendió que la Dama Sabia y la curandera eran más poderosas en conocimiento que cualquiera, las declaró "diabólicas" y "Malignas".

Añadió un chorro de miel al agua de color verde radiante que hervía  en el fondo del caldero de metal. Lo miré con interés y luego cuando me lo indicó, agregué unas hojitas de Romero.

- Entonces, para la Iglesia una bruja es una mujer sabia y eso se condenaba - concluí. Tenía diez años y ya sabía algunas cosas más sobre Brujería. El tema me desconcertaba y me asustaba a partes iguales - por eso decir que las brujas éramos malvadas.

Bisabuela sonrío, torciendo la boca como solía hacerlo cuando iba a decir una de sus frases memorables. Aguardé impaciente.

- Somos malvadas, muchacha - dijo entonces. Lo hizo con un tono de voz lento y elegante que me encantó - la maldad es un punto de vista. Una contradicción elemental a lo que se supone es el deber ser. Y toda bruja se opone a lo que se le inculca por la fuerza. Lo que se le insiste sin razón. Una bruja cuestiona, pregunta, destruye para crear. Construye, avanza, se debate en las dudas, encuentra respuestas. Se hace muchas más preguntas. Una bruja no tiene miedo del error, tampoco de la revelación. Una bruja no se conforma, se impacienta, sigue el camino menos transitado, el extraño. El que asusta a otros. Y eso es malo para una buena parte de las personas. Es inadmisible que alguien pueda tomar sus propias decisiones, sin el temor a la crítica, sin la inquietud del error. Y en ocasiones, hasta es imperdonable.

Siguió revolviendo la mezcla. Tenía un pulso firme, fuerte. De pie muy erguida junto al caldero de la cocina, tenía un aspecto casi juvenil. Nadie podría pensar que estaba rozando los ochenta años de vida. Y eso me gustó: me pregunté si la sabiduría la protegía de la verdadera vejez o se trataba de algo más. Sonreí para mis adentros. ¿Una forma de magia?

- ¿Por eso estudiaste en la Universidad? - pregunté entonces. Era algo que siempre había querido saber y jamás me había atrevido a indagar, aunque no sabía con exactitud por qué. Tal vez se trataba de cierto temor a lo que mi bisabuela pudiera decirme. O quizás al hecho de descubrir la verdadera historia de un secreto que siempre me había cautivado.

Bisabuela no dijo nada. Siguió revolviendo con lentitud la mezcla de hojas y semillas. Por último ladeó la cabeza y me miró entre el humo blanco que se elevaba en espiral desde el caldero.

- ¿Sabes lo que es el impulso mágico?
- No - parpadee. ¿Había escuchado mi pregunta? - Pero...
- Se le daba a ese nombre a la capacidad de la Bruja para crear algo tan nuevo y poderoso que pudiera ser heredado como un legado o tradición - me explicó  - Es el poder de toda bruja de construir un nuevo ritual para que las generaciones futuras puedan disfrutarlo.

Miró al interior del caldero. El verde oliva se había hecho casi dorado. Y de pronto, se hizo un poco más brillantes, como si la combinación de sabores y olores crearan algo más.

- El impulso mágico fue considerado "maligno" por los Inquisidores - me dijo entonces - se revisaba las casas de las brujas, sus ropas e incluso sus cuerpos para encontrar algo que pudiera representar la leyenda de la Herencia mágica. Y lo que sea que encontraran - libros, hojas, incluso bolsitas de hierbas - era quemado junto a ellas. Porque debía desaparecer no sólo la bruja...sino su maldad.

Me estremecí. Bisabuela suspiró. Apretó los labios y por una vez, pareció la anciana que era.

- La Tradición de Brujería casi muere por la violencia pero sobrevivió gracias a ese impulso mágico, a ese impulso de la voluntad, de crear y construir lo que vendría después. La historia incompleta - dijo - de manera que siguió siendo parte del secreto, de la herencia que se da a la hija, en palabras, en enseñanzas. En letras y ejemplos. El impulso mágico sobrevivió al fuego. O mejor dicho, se purificó en él.

Dejó de revolver la mezcla en el caldero. Lo escuché chisporrotear y hubo algo antiguo y bonito en el sonido. Una especie de eco primitivo que parpadeó en algún lugar de mi mente. ¿Me lo estaba imaginando? me pregunté desconcertada.

- Cuando decidí ir a la Universidad, lo hice pensando en ti, que aún no existías. En las niñas brujas que nacerían de mis hijas, de mis nietas. En toda la generación que vendría de mi sangre y mi conocimiento - dijo entonces - de la historia que debía completar. De la belleza que comenzaba a nacer de mis dedos. Eso hice: crear un impulso mágico de esta época, de este siglo. Instaurar una Tradición. Decidí que debía dejar claro que toda bruja es una sabía, que toda mujer que se encuentra así misma desea aprender y crear. Y recordarles a todas en el futuro que no hay un buen momento para seguir creciendo. Que no hay un momento aciago para dejar de hacerlo. Que hay decisiones que se toman desde el espíritu de la contradicción. Y que una bruja, siempre se enfrenta a todo.

Extendió la mano y con movimiento lento, cerró la hornilla de gas. El caldero pareció sacudirse en el silencio que vino después, con el hierro lanzando pequeños crujidos y el humo oloroso de la mezcla elevándose a nuestro alrededor. Bisabuela me dedicó una de sus miradas verdes y firmes, rebosantes de un poder misterioso que de nuevo, consiguió provocarme un sobresalto. Me pregunté en que consistía esa fuerza, esa capacidad suya para ser al mismo tiempo una anciana delgada y frágil y también una mujer extraordinaria. Una bruja, pensé con un escalofrío. De las de verdad.

- Pensé que debía crear la tradición de aprender, a pesar de todo. Quizás por todo - dijo - O mejor dicho, recordar que debe hacerse. Que debía dejarle muy claro a las brujas que nacerían de mí, a las que amaba y a las que aún no conocía, que el poder de una bruja, reside en la voluntad, en ese temple rebelde y furioso por avanzar incluso contra el viento de la historia. Y estudiar, volverme alumna, sentarme en un pupitre, a la edad donde el resto de las mujeres disfrutaban de la vida plácida, fue una forma de lucha. Un sacudón de conciencia. Una manera de luchar y batallar contra el miedo. Una demostración que el poder de la bruja persiste, a pesar de todo.

Arrojó el cucharón de madera en el mesón de mármol y luego, con su acostumbrado paso incierto, avanzó. El cloc cloc cloc del bastón llenó la cocina, como un eco tenue y lento. La miré alejarse.

- Bisabuela - dije entonces. Ella se detuvo, me observó por encima del hombro - gracias.

No sé en realidad que le agradecía: la lección de herbolaria que casi olvidé seguir, las palabras que acababan de decir. La tradición que recibía de ella. Pero sentí la necesidad inmediata de hacerlo, de dejarle claro que recibía lo que fuera me obsequiara con los brazos abiertos. Bisabuela sacudió la cabeza, con el gesto impaciente y profano que siempre me hizo sonreír en ella.

- No me lo agradezcas. O al menos, no mientras no comprendas el esfuerzo que lleva caminar contra el viento que te golpea o volar con las alas rotas. Ahora sabes que te heredo conocimiento. Haz lo que creas conveniente con eso.

La vi alejarse con el pasillo con su paso renqueante y aún así, firme y casi elegante. Me conmovió su fuerza, su voluntad. Esa magia suya capaz de crear y construir el futuro. Una forma de belleza.

***

Una vez leí que el "mal" es una idea  occidental que intenta simplificar la complejidad del hombre. La pienso a veces, cuando me enfrento a lo que se supone debería detenerme, cuando camino en medio de un trayecto lleno de obstáculos. Cada vez que levanto los brazos para celebrar un triunfo. Porque el "mal" de la bruja es quizás ese secreto imposible de comprender pero que se crea en silencio, que se mira desde la distancia, que cambia su historia para siempre. Una mirada al interior del tiempo que la define. Una manera de crear.

Una voz que danza desde las estrellas.

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