miércoles, 10 de diciembre de 2014

Un Universo inédito: El no ser y la fantasía cultural.




Hace unos días, una amiga me comentó muy ufana, que había hecho una considerable colaboración en determinada sociedad sin fines de Lucro. Cuando le pregunté como podía colaborar también, me envío por correo un link de un perfil Facebook donde se me invitaba a “obsequiar” un Me gusta en un Estado en particular para demostrar mi solidaridad. La idea me pareció irrisoria y así lo comenté en uno de los numerosos mensajes que comentaban “la gran iniciativa” que promovía la página. “¿No es más efectivo colaborar de manera directa? Me refiero a una colaboración monetaria, en tiempo o en trabajo. Un Like es apenas una opinión y ninguna causa realmente necesitada de colaboración lo agradecerá tanto como un par de manos dispuestas a construir” escribí. Un par de horas después de escribir el comentario uno de los administradores del perfil me increpó publicamente. “La solidaridad llega de cualquier vía. Lamento que no puedas entenderlo o que tengas tan limitadas aspiraciones de bondad que sólo puedan traducirse como apoyo directo” me respondió.

“¿Exactamente el Like se traducirá en horas de colaboración efectiva?” insistí. Varios de los miembros del grupo me mostraron estadísticas sobre la capacidad de las Redes para visibilizar un problema concreto, pero nadie pudo responderme a la pregunta de manera directa. Después de una incomoda discusión, fui expulsada del grupo por uno de los administradores, que me acusó de cínica. “Los idealistas no necesitamos pragmáticos” dijo en un mensaje privado “la bondad no tiene necesariamente que ser una acción efectiva”.

La idea me desconcertó, por supuesto, pero me demostró — otra vez — que las Redes Sociales han distorsionado de manera definitiva, completa y probablemente irremediable cómo nos comprendemos, nos miramos y sobre todo analizamos las relaciones de nuestro entorno. Porque ya no se trata del valor — o no — de las relaciones interpersonales, sino algo más profundo, complejo y sobre todo novedoso en lo que se refiere a nuestra intimidad, lo que es privado y lo que no. O lo que consideramos personal, en todo caso.

Por supuesto, no hablamos sólo del hecho que las Redes Sociales han sustituido en cierta medida lo que consideramos comunicación, sino que lo han transformado en algo más. Una visión egocéntrica, Universal y anónima sobre lo que nos rodea y sobre todo, nuestra interpretación de quienes somos. Todos nos sentimos especiales, en la medida que el medio reacciona directamente a esa percepción de lo único. Sólo existimos en esa visión distorsionada de nuestra identidad y como la construimos a la medida exacta de lo que deseamos mostrar.

— Las redes Sociales han sustituido esa necesidad de interacción social por algo más indirecto y manipulable — me explica Alexander Ramirez, antropólogo y que durante la última década, ha dedicado buena parte de su investigación cientifica a medir el impacto de las Redes Sociales en la cultura cotidiana — no hablamos sólo que las Redes facilitan la comunicación, son la comunicación misma.

Una idea perturbadora pero que aún así, engloba toda la nueva necesidad del usuario de Redes Contemporáneos de exhibirse, mostrarse, divulgar lo que hace, lo que siente y lo que es. Aún más, el concepto de lo privado se tergiversa — se reconstruye — en una nueva identidad general mezcla de elementos irreales y algo más inconsistente, una gran tópico general que responde a una única necesidad: ser visto.

— Somos el reflejo de lo que se muestra, por tanto, sólo somos si comunicamos lo que esencialmente lo define. O lo que creemos nos define — me explica Rogelio — existímos en la posibilidad de ser a la vista pública y más allá, de como nos percibe ese público anónimo.

Y es que las Redes Sociales parecen ser la cristalización de ese perpetuo sueño de ser reconocido — admirado, querido y sobre todo, envidiado — que buena parte de nosotros tenemos como un rasgo infantil que aún conservamos en plena adultez. Asombra, el hecho que la mayoría de las Redes Sociales sean utilizadas como una vitrina del Ego, de ese planteamiento difuso pero feroz de nuestra individualidad. De hecho, esa necesidad de popularidad también afecta directamente nuestro comportamiento, lo masifica y lo transforma en una reacción a la expresión de esa gran marejada de información insistente. Twitter por ejemplo, ha sido considerada una Red Social que brinda la oportunidad de única de publicar pensamientos inmediatos a un público cautivo y abrumado por la enorme cantidad de información disponible. La popularidad en Twitter — y por tanto la posible influencia que pueda tener el usuario — depende directamente del número de seguidores. Para Rogelio, se trata de una interpretación directa sobre cómo nos aprecian — o no — y mucho más preocupante aún, de como nos concibe el otro, invisible y crítico, como parte de la gran conversación virtual.

La relación se hace cada vez más tóxica a medida que la interacción entre usuario y la popularidad intangible se hace más insistente, enfermiza y codependiente “Si alguien retuitea algo que he escrito, mi autoestima puede subir, y también bajar si no lo hacen”, dice Fernando Álvarez, entrenador de emprendedores de la empresa Desde la Trinchera, consorcio Español dedicado a las Redes Sociales y autogestión de imagen virtual “La autogestión emocional es muy importante, porque puedes terminar de los nervios. Hay personas que sufren unos vaivenes tremendos”, dice.

— Aún peor, la confusión entre las relaciones interpersonales reales y las que pueden surgir a través de diversas interacciones vía redes, deja claro que hay una idea distorsionada sobre lo que es un amistad. O al menos muy distinta a la que se tenía hace un par de décadas — me dice Rogelio, mostrándome una pequeña infografía que muestra no sólo el crecimiento de las Redes Sociales, sino de su uso — para la generación menor de veinte años, la Red Social es indispensable para relacionarse con quienes conoce. Para organizar su vida social. Para mirarse como parte de un todo.

Mi prima J. tiene dieciséis años. No recuerda un mundo sin redes Sociales: su perfil de Facebook representa para él probablemente la ventana más amplia a través de la cual mirar el mundo que le rodea. Cuando le pregunto a cuantos de los 1000 amigos que tiene en la plantaforma virtual los conoce en el mundo 1.0 se encoge de hombros.

— No necesito conocerlos, aunque disfruto cuando sucede. Somos como muy amigos, nos conocemos muchísimo — me explica. Nos encontrámos en su habitación: hay numerosas fotografías de encuentros entre blogger, tuiteros y Youtubers. También de impresiones de cámaras web, pequeñas imágenes de rostros distorsionados tan jóvenes como el suyo. Una pequeña pandilla de desconocidos que sin embargo comparten entre sí interes, vivencias y complicidad. Amigos que nunca se han mirado al rostro. Amigos que no tienen otra idea del otro que lo que leen y ven vía pantalla de la computadora o la portatil.

Y es que la ilusión de conocer al otro es mucho más fuerte y profunda en las Redes Sociales de lo que nunca fue en otro medio de comunicación o expresión efectiva. La red Social, más allá de la plataforma, se convierte en el rostro y reflejo del otro, de lo que creemos somos y lo que resulta más ambiguo y preocupante, lo que queremos ser.

Facebook es quizás la prueba más evidente de lo anterior. Según cifras actuales, es la reina de las redes sociales del mundo, probablemente la red social más popular del planeta. La utilizan alrededor de cuatrocientas millones de personas de todos los paises, en una especie de enorme país cuyas proporciones de encontrarse en el mundo real podrían rivalizar con China e India. Muy probablemente, todos los adultos del mundo occidental se encuentran — o se encontraron o se encontrarán — en la plataforma social, lo que la transforma en un vehículo de comunicación completamente nuevo y por tanto inexplorado.

— Es como un gran planeta, una región donde la realidad parece ser otra, transformarse en algo nuevo. Y como toda región desconocida, las reglas se están construyendo. De a poco, casi por accidente — me explica Rogelio — por lo que todo es nuevo, a medio definir. Además, este nuevo planeta, tiene toda una nueva concepción sobre cosas antiguas y específicas: la amistad, el amor, las relaciones de pareja, la solidaridad.

Como le ocurrió a mi amiga con su bienintencionado “Me gusta” una importante cantidad de usuarios de Facebook están convencidos que la Red permite que la visión sobre la bondad y la solidaridad se encuentra al alcance de un click. “La red permite reducir los esfuerzos y facilita una forma de participación más difusa”, dice. “Las redes sociales ayudan a que el activismo llegue a todo el mundo, a moldear nuestra conciencia activista y a crear una nueva subjetividad política” dice Arnau Monterde, ayudante de investigación del seminario Comunicación y Sociedad Civil, del Instituto de Investigación de Internet (Universidad Oberta de Cataluña),“Todavía no podemos medir las consecuencias, porque las posibilidades aún son enormes”.

Y mientras las Redes Sociales parece reconstruir el mundo, el cuerpo humano reacciona directamente a los estímulos recurrentes. El vaivén de emociones — el reconocimiento, la interacción, la convalidación — parece afectar directamente los niveles de Dopamina, un neurotransmisor relacionado con la sensación de placer y que se suele relacionar en mayor o menor medida con las adicciones. Según recientes investigaciones, cuando alguien nos hace una mención pública via alguna red Social — nos reconoce, nos brinda la oportunidad de formar parte de la gran conversación Universal — nuestro cerebro reacciona liberando una pequeña dosis de dopamina. Insuficiente para que el estimulo sea completo pero con la efectividad que puede permitir que la sensación sea importante, la disfrutemos. Nos produzca placer. La acumulación del estimulo — la sensación — sigue el mismo recorrido de un vicio y finalmente el mismo trayecto que una adicción.

— Esa necesidad de revisar cientos de veces al día las Redes Sociales, de responder cada comentario, de justificar el hecho de esa co dependencia sensorial y emocional al estímulo, son los síntomas de un cuadro adictivo clásico, solo que estructurado de manera por completo distinta.

Tal vez por ese motivo, las Redes Sociales son el instrumento ideal para vulnera esa sensación elemental de cierta reserva que las relaciones sociales siempre producen. Pero detrás de la protección que el anónimato ofrece, de esa gran interacción sin sentido y muchas veces sin forma, la reacción es inmediata. Nadie parece ser indiferente al influjo de las redes y la opinión se transforma rapidamente en sentencia. La forma como se comprende la interacción definitivamente construye una plataforma para comprender el nuevo análisis sobre nuestra personalidad “En la red hay ruido constante”, dice Javier de Rivera, que está investigando desde la Facultad de Políticas y Sociología de la Complutense la relación entre redes sociales y la sociología de la comunicación. “La gente se desinhibe más y al final dice lo que piensa. Es muy difícil mantener una fachada. Si te retienes, no participas”.

Tal vez por ese motivo, poco a poco ese gran territorio inexplorado de las Redes Sociales comienza a provocar desconfianza. No es para menos: cada vez más, las comunicación virtual parece transformarse en algo impredecible y totalmente incontrolable. Nicholas Carr, el famoso autor del libro Superficiales. ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes? pondera con frecuencia sobre la idea de como esta interacción informe y confusa está afectando nuestra percepción de la realidad. “La red disuade el pensamiento con atención -nos bombardea con distracciones e interrupciones- y como resultado, creo que debilita nuestra capacidad para filtrar las distracciones y centrarnos en una cosa, o una línea de pensamiento durante un periodo de tiempo dilatado”, contestó durante una entrevista digital de EL PAÍS. Más aún, Carr advierte con frecuencia el alcance de las Redes Sociales como vehículos de reconstrucción de ideas éticas y morales totalmente nuevas. “Lo privado dejó de existir. Lo real está sujeto a interpretación sobre como lo miramos y lo que resulta aún más preocupante, somos muy poco conscientes del cambio, la transformación que amerita esa visión reformadora del mundo que conocimos”.

A esa individuo formado gracias a las Redes Sociales, se le ha comenzado a llamar el homo digital, un juego de palabras que parece resumir los cambios pero también la definitiva influencia del mundo virtual sobre la psiquis moderna. Y es que el Homo Digital es sin duda una nueva especie, una que mira su mundo desde una nueva perspectiva, que asume su visión del tiempo y del espacio singular y más aún, de los espacios interiores de nuestra mente. ¿Quienes somos en este nuevo planeta de los conceptos recién adquidos y descubiertos? Tal vez la respuesta se encuentre a la distancia de un click — como parece ser el tópico — o décadas enteras de reconstrucción, comprensión y revalorización de quienes somos. Lo que resulta aún más preocupante.

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