miércoles, 17 de diciembre de 2014

Un drama en Tres Escenas: La Venezuela inocente.




Acto primero: De la simpatía, la emoción y la brecha en el ejercicio del poder.

Hace unos días, alguien comentaba en la red social Twitter sobre el tradicional presidencialismo Venezolano con el siguiente comentario: “Siempre será un hombre por quien votar, no exactamente una propuesta que analizar”. De inmediato, alguien le respondió: “Voto por un presidente, no por una propuesta que al momento no existe”. La idea me escandalizó y decidí intervenir en la conversación.

“¿No le parece que lo que usted debe evaluar al momento de votar es el proyecto que propone el candidato?” — le pregunté.
“¿Por qué? un buen nombre político te garantiza una buena actuación. Los proyectos cambian, las intenciones no” — me insistió el segundo comentarista. Me desconcertó la idea y mucho más aún, esa percepción personalista del poder, sobre todo, luego de haber padecido quince años de un gobierno signado por la retórica emocional del Difunto Hugo Chavez, un caudillo carismático tradicional. No obstante, la lección histórica continúa sin ser aprendida — o eso parece sugerir la evidencia — y la insistencia en interpretar el poder como un atributo emocional continúa siendo parte de la percepción de Venezuela sobre la política.
“¿O sea que le parece válido que el chavismo haya votado por Maduro sólo por qué Chavez lo señaló como sucesor? — pregunté.
“Es distinto. Maduro es un presidente consecuencia. Yo hablo de un hombre que represente algo bueno y que no necesite un plan que lo sustente. Que su nombre sería suficiente” — me respondió.

Por supuesto, no resulta sorprendente que el personalismo continúe siendo una visión esencial del Venezolano sobre el funcionamiento del poder estadal. Es de hecho, una consecuencia histórica de décadas de comprender al funcionario público, no como un empleado al servicio del país, sino algo más confuso, una mezcla entre un caudillo tradicional y un símbolo de poder establecido. Y es que Venezuela, con su vocación por la inmediatez, por su percepción emocional y visceral de las relaciones de poder, parece construir una visión del Presidencialismo a la medida de sus aspiraciones, de la coyuntura histórica en la que vive y sobre todo, esa interpretación casi infantil sobre el papel ciudadano.

“Para el Venezolano es mucho más válido votar por un funcionario que le simpatice que por un hombre competente, que no siempre coinciden” comenté por último.
“Este es el país de la responsabilidad electoral del bajo vientre” — me respondió alguien más.


Segundo acto: El poder que soy yo.

Más tarde, leí el discurso que el Presidente Nicolás Maduro, dedicó a los asistentes a la marcha convocada para rechazar lo que llamó “el intervencionismo Yanqui”. Durante los últimos días, la decisión del Gobierno norteamericano de aplicar sanciones a funcionarios que consideran violaron DDHH durante las pasadas protestas de principio de año, ha despertado malestar en las cúpulas del gobierno. Pero sobre todo, en la militancia chavista, que al parecer continúa percibiendo el poder como un elemento inherente a quien lo ejerce y quien en última instancia representa la ideología que apoya. Más allá de ese límite, el poder carece de sentido e incluso de importancia. Para Maduro, la decisión de EEUU de revocar Visas y congelar activos de más de 56 funcionarios relacionados de manera directa con violaciones de los derechos humanos durante las protestas, es cuando menos “insolente” y durante la manifestación, a la que acudió una nutrida representación del Chavismo regional, dejó claro que “Venezuela no lo aceptaría”.

— Es una falta de respeto que los Gringos nos amenacen con sanciones — me dice Verónica (no es su nombre real) militante del chavismo, aunque como me suele insistir “no de Maduro”. Para ella, parece ser importante ese leve matiz que diferencia diferentes percepciones del chavismo sobre sí miso — No tienen derecho, mucho menos tienen moral para hacerlo.

La respuesta es la misma que las enfurecidas declaraciones que ofreció Maduro durante la marcha, donde además llamó al Gobierno norteamericano “Yanquis imperialistas arrogantes”. No obstante, las sanciones están dirigidas hacia ciudadanos específicos y contra sus bienes en suelo norteamericano, por lo que la noción de “atentado” contra la libertad y soberanía Venezolana es poco menos que incomprensible.

Verónica sacude la cabeza cuando se lo comento. Trabaja desde hace cinco años en una dependencia del Estado y desde entonces, ella misma admite ha aprendido a entender el poder “como cosa del pueblo”. Para Verónica, el poder es indivisible de la personalidad de quien lo detenta y mucho más en el caso de Maduro, que representa directamente al difunto Chavez.

— Lo que le hacen a uno, le hacen a todos — dice, enfurecida — Los yanquis no pueden venir a decirnos que hacer o que no hacer en el país.

— Las sanciones no afectan a Venezuela, afectan a funcionarios públicos específicos y a elementos estadounidenses, como su decisión sobre a quien se otorgan las Visas y a quien no — le insisto — ¿Qué tiene que ver eso con el suelo patrio, con la idea del gentilicio amenazado por una fuerza extranjera?

— ¡Es lo mismo! — protesta Verónica — ¿No lo entiendes? nuestros funcionarios son la vanguardia de la Revolución. Son quienes nos representan más allá de nuestras fronteras. Si los penalizas o los atacas, lo haces con la Revolución.

Una idea tradicionalmente socialista, pienso con cierto sobresalto. Y aún así, en la izquierda a la Venezolana promulgada por el chavismo, la cosa tiene incluso un sesgo totalmente nuevo, al comprender el poder y a quien lo ejerce como símbolo directo de su ideología y más aún, el lider Difunto. Para Verónica, la idea que EEUU pueda tomar decisiones sobre ciudadanos Venezolanos — no importa si debido a un mecanismo legal o a un acto criminal — es cuando menos violenta y sobre todo, oprobiosa. Y es que la identificación total del poder con la ideología — un limite peligroso y sobre todo, preocupante en lo que a la comprensión del Estado se refiere — deja muy claro que para el Chavismo el gobierno en ejercicio no se trata sólo del ejercicio del poder, sino de los atributos del Estado como elemento de la personalidad del que gobierna.

— O sea que si eres un criminal y un Estado te sanciona, ¿ataca a la Revolución? — pregunto escandalizada. Verónica se encoge de hombros.

— Por eso es tan importante que los funcionarios de la Revolución sean hombres amados por el pueblo. Lo representan y llevan su mensaje a otras latitudes.

— ¿Y que ocurre a los que no representan ni tienen una conexión emocional directa con ellos?

Verónica me sonríe. No sólo con malicia, sino con algo más ambiguo y duro. Se encoge de hombros y mira la enorme valla que muestra una fotografía de Nicolás Maduro sonriendo, llevando una chaqueta tricolor y levantando el puño, en un gesto casi exacto al que solía hacer el difunto Hugo Chavez Frías. Debajo de su rostro se puede leer una frase recurrente en el argot Chavista “Maduro es el pueblo”.

— La Revolución sólo gobierna para la Revolución — me responde por último Verónica, en voz baja, casi como en una reflexión privada — Así son las cosas.

No respondo y ella tampoco añade nada más. Un silencio incómodo y lleno de significado se extiende entre ambas.

Tercer acto: De lo que no existe a lo que se insiste puede existir.

Leo un artículo de un analista político que insiste en que Maduro — y su circunstancia — es una inevitable consecuencia histórica. Un presidente “de transición” entre la figura omnipresente de Hugo Chavez y lo que vendrá después, que aún no está muy claro. También añade que Maduro, con “sus multiples carencias” es quizás un presidente necesario. La idea me desconcierta.

— Lo que preocupa de esa idea es que no cuestiona su idoneidad y capacidad para el cargo, sino del hecho que represente o no una fracción concreta de la sociedad — comenta P., historiador que por años, se ha dedicado a reflexionar sobre la figura de Chavez y su trascendencia histórica dentro del terreno movedizo de la política Venezolana — eso representa esa idea tan Nacional que el Presidente es el Gobierno, no el funcionario público que lo encabeza.

Durante años, el Chavismo dependió integramente de las ideas, planteamientos y sobre todo del magnetismo personal de Hugo Chavez Frías. De hecho, como proceso político, el oficialismo se basa casi por entero en las disertaciones del fallecido lider sobre su interpretación de la izquierda histórica del continente. El “Socialismo del siglo XXI” es por tanto un híbrido entre lo que Chavez asumió era “conveniente” para el país y sus implicaciones y algo más difuso, a mitad de camino entre la doctrina política y la idea socialista en estado puro.

— Maduro es de hecho, una consecuencia histórica, nadie lo duda. Pero no del chavismo ni mucho menos los mentados cuarenta años de democracia satanizados, sino de esa inclinación Venezolana por las figuras de culto — me dice P. mostrandome la pequeña colección de retratos de lideres y presidentes Venezolanos que llenan su oficina. Un jovencísimo Simón Bolívar me mira con cierta impaciencia desde un retrato pequeño y de autor desconocido. Paez, con su hirsuto cabello blanco cayendole sobre las mejillas, posa para uno de los primeros daguerrotipos de su época — En nuestra historia, siempre hay un héroe y un Villano de turno. Al primero no se le exige nada, al segundo se le culpa de todo. Al primero se le concibe trascendental, al segundo como necesario. En medio de ambas cosas, subyace ese rasgo infantil de un país que se acostumbró a asumir el poder desde una optica vanidosa. El poder engrandece, el poder construye enemigos y también una visión esencial de quien sómos. El Venezolano no exige, obedece. Mucho menos asume la responsabilidad, sino que culpa. Asi que cada Presidente, es un caudillo en formación. Un autocrata funcional que ocupa un espacio histórico en el imaginario popular.

Más tarde, recuerdo sus palabras mientras miro el rostro de Chavez en una de las numerosas vallas con su fotografía que llenan la ciudad. Para el difunto Lider, el poder no fue sólo un vehículo para construir un lenguaje concreto, sino para crear algo más durarero: una visión del país basada en su personalidad. Por ese motivo, el chavismo parece encajar más en la definición de un rasgo cultural que de una creencia política. Una doctrina religiosa con creyentes en lugar de adeptos.

“Chavez, corazón del pueblo” se lee bajo la imagen borrosa, cada vez más desdibujada por el sol y el tiempo. Y me pregunto si esa metáfora puede reducir lo que Chavez significó para un país acostumbrado a la búsqueda de una figura a la cual adorar y no un proyecto político al cual brindarle un voto de confianza. La posible respuesta me preocupa y me inquieta.



C’est la vie.

0 comentarios:

Publicar un comentario