lunes, 15 de diciembre de 2014

Más allá del visor y del lente. Brevario del fotógrafo inquieto.




La Fotografía es una arte/técnica muy joven. Tanto, que con toda probabilidad parte de su historia y proceso de creación aún se encuentra en pleno proceso de construcción. Una idea que resulta asombrosa, si la comparamos con disciplinas tan antiguas y tradicionales como la pintura, la música y la escultura. Además, la fotografía suele ser una experiencia, además de un aprendizaje metódico, por lo que cada fotógrafo es parte integral de ese desarrollo y crecimiento de lo que que es esencialmente la fotografía. Una pieza de enorme valor dentro de un enorme mecanismo de imágenes, conceptos, creatividad y mensaje que forman una idea mucho más profunda sobre la comunicación visual.

De manera que cada fotógrafo, con su experiencia, enriquece lo que la fotografía es — como concepto y como lenguaje artístico — , una idea que puede resultar desconcertante y sobre todo, singular si la analizamos desde la óptica que cada disciplina artística posee su propio ritmo y pautas. No obstante, la fotografía, siendo tan joven, aún en plena transformación, es una mezcla de experimentación y una noción muy clara sobre esa capacidad de construcción de perspectivas distintas que cada fotógrafo tiene. Lo que hace que fotografiar — esa capacidad de creación que es inherente a cada imagen y sobre todo, a cada idea que se expresa de manera visual — sea una interpretación del mundo siempre nueva, en constante renovación. Un complejo y profundo proceso de reflexionar sobre el mundo que nos rodea desde la dimensión del lenguaje artístico con que se capta.

Este año, comprobé esa enorme capacidad de la fotografía para reinventarse. O mejor dicho, me asombré de las infinitas posibilidades que la fotografía ofrece — o muestra- y que transforman nuestra capacidad para interpretar en cientos de maneras distintas la realidad. Y quizás, esa sea la lección más elemental que aprendí, en un año donde me replantee mi trabajo fotográfico desde lo esencial, desde la forma y el fondo y además, logré alcanzar un nuevo nivel de profundidad en cuanto a lo que deseo decir y expresar. La fotografía se encuentra en constante evolución, en un crecimiento cada vez más rápido y se nutre de esa visión diaria del fotógrafo que crea, que sueña, que experimenta, que construye, que aprende por ensayo y error para mirar de una manera distinta su propia necesidad de contar una historia en imágenes. Una aventura que empieza mucho antes del click definitivo y continúa incluso más allá de la interpretación del espectador.

¿Y que lecciones fotográficas inesperadas aprendí este año? Las siguientes:

1.- La mejor cámara es la que tienes a disposición:

Durante años y supongo que como todo autodidacta, me obsesioné por los equipos fotográficos: los que tenía a disposición, lo que podía tener, los que suponía necesitaba para lograr el trabajo visual que aspiraba a crear. Me llevó años de experimentación, práctica y estudio comprobar que la mayoría de los equipos que compraba tenían poca o ninguna utilidad para lo que realmente deseaba hacer como fotógrafa. De hecho, con el transcurrir del tiempo descubrí que mi lenguaje fotográfico se había beneficiado de las enormes dificultades que había enfrentado de una u otra manera, y sobre todo, de esa necesidad mía de superar escollos técnicos a través de la imaginación y la habilidad en el uso de recursos mínimos. Una lección que este año tomó una dimensión totalmente nueva cuando decidí utilizar mi teléfono celular para tomar buena parte de mi trabajo fotográfico.

Fue una decisión lo suficientemente radical como para preocuparme. No en vano, había logrado acumular el suficiente equipo fotográfico como para preguntarme si este regreso “a lo básico” no era otra cosa que una especie de análisis sobre lo que estaba haciendo y que necesitaba aprender. Resultó ser algo más que eso: obligarme a fotografiar con una herramienta limitada y sobre todo, restringida a ciertas pautas, me hizo recordar y revisar conceptos sobre composición, luz, color, construcción del mensaje fotográfico que por años, habían estados supeditados al uso de mi equipo como principal herramienta en mi lenguaje visual. Pero descubrir que no sólo puedo lograr un buen desempeño visual con herramientas mínimas sino que puedo incluso crear una nueva dimensión de mi trabajo a través de las limitaciones, me ha permitido no sólo crecer como fotógrafo sino profundizar en mi planteamiento visual.

2.- Llena el encuadre:

Por años, mis fotografías fueron paisajes desolados, descontextualizados o en todo caso, resumidos a un único punto focal. O depuradas interpretaciones de mi rostro, sometido a un meticuloso análisis visual. Las reglas de la composición llegaron a obsesionarme y de alguna forma, restringir mi capacidad creativa. Dediqué horas de esfuerzo en crear fotografías visualmente impecables, sacrificando un poco la espontaneidad y los pequeños errores que quizás, brindan verdadera personalidad a la imagen. Una labor de paciencia y sobre todo, de minuciosa observación de la cual aprendí muchísimo, pero que me dejó ciertas limitaciones que no sabía como superar.

Este año decidí experimentar. Romper reglas, utilizar algunas otras a mi conveniencia. Y sobre todo, contradecirme visualmente. Me obligué a rebasar esa mínima línea de lo que considere con excesiva frecuencia “correcto” hasta crear otra cosa. Desdeñé viejos y personales prejuicios, me obligué a sentir incomodidad hacia lo que hacia. Y en todo el proceso, disfruté — y me sorprendió — la inmediata transformación que observé en mi manera de fotografiar, en la manera como comprendía mi trabajo personal y sobre todo, la forma como asumí mi lenguaje fotográfico desde otro ángulo. Toda una nueva aproximación no sólo a la imagen como lenguaje sino también, como proceso.

3.- De la cámara, al papel. Del papel a la pared.

Por muchos años, me he preocupado por imprimir y clasificar en papel mi trabajo fotográfico, según ese criterio tan esencial de la fotografía que la experiencia de la imagen culmina con la copia impresa. Pero pocas veces, me atreví a considerar mis fotografías impresas como un trabajo como piezas artísticas, lo que incluye intercambio comercial, crítica y esa región un poco desconocida en mi país, como lo es la cultura de la venta y compra de imágenes fotográficas como arte. Este año, decidí que debía interpretar no sólo mi trabajo sino el de los fotógrafos que admiro como parte de una disciplina que merece un cierto tipo de consideración y reflexión de su valor intrínseco, de manera que colgué a la pared, intercambié y compré fotografías. Asistí a exposiciones, intercambios culturales. Me preocupé porque mi trabajo fotográfico tuviera una conclusión concreta como una pieza artística concreta: me preocupé por imprimir mis imágenes en el papel adecuado, de decidir que marquetería debería llevar y como lograr que ese resultado final formara parte de ese incipiente mercado de compra y venta de fotografías en mi país. ¿El resultado? Adquirir e intercambiar— e incluso recibir como obsequios — un grupo de bellas imágenes de fotógrafos, que ahora forman parte de mi colección personal, de la misma forma que las mías cuelgan en las paredes de algunos de mis conocidos e incluso, algunos desconocidos entusiastas de la fotografía.



3.- La crítica necesaria:

Hace unos años, las críticas fotográficas me producían una considerable ansiedad. No sólo estaba convencida que se trataba de una forma de menospreciar mi trabajo sino un análisis subjetivo y muy poco concienzudo sobre el trabajo fotográfico sino directamente, que carecía de valor real. Luego maduré lo suficiente para considerar la crítica como una manera de aprender y más tarde, una forma de comprender la fotografía desde una visión mucho más fresca que la propia. Pero aún continuaba irritándome, tal vez por el hecho que cada fotografía es una imagen perenne del mundo personal.

Este año logré superar esa visión de la crítica incómoda para comprender, finalmente que se trata de una valiosa herramienta de crecimiento para el lenguaje fotográfico personal. Lo logré, luego de leer opiniones de críticos renombrados, escuchar las críticas sobre mi trabajo como una manera de construir una nueva versión de lo que deseo plantear y sobre todo, asumiendo el hecho que mi interpretación fotográfica aún necesita madurar y puede hacerlo. En otras palabras, logré dejar de considerar personal una consideración crítica — técnica y conceptual — sobre mi trabajo. Fue por supuesto, un proceso duro, personal y sobre todo intimo que me llevó esfuerzos recorrer pero que me dejó a cambio una singular noción sobre mi identidad fotográfica y mi búsqueda de nuevas visiones con respecto a lo que deseo expresar con mi lenguaje visual.

4.- Experimentar, equivocarse, construir una nueva idea:

Una vez leí, que el fotógrafo es un artista que asume el hábito de la fotografía como una manera de construir un estilo personal. En nuestras palabras: solemos fotografiar lo que nos agrada, de la mejor manera que podemos hacerlo e imitando, de manera inconsciente los aspectos más altos y visualmente impactantes de nuestro planteamiento visual. No obstante, esa idea puede conllevar a que el fotógrafo se deje aplastar un poco por su propio estilo, quedando atrapado por un ciclo recurrente y en ocasiones repetitivo sobre sus símbolos visuales más frecuentes.

Me ocurrió. Por años, mi trabajo personal — basado principalmente en autorretratos — me permitió explorar mi mundo personal, inquietudes y temores de manera intima. No obstante, llegado a cierto límite me pregunté si no lo estaba haciendo de la misma manera y bajo los mismos planteamientos. La idea me preocupó, sobre todo, porque el Autorretrato es un género que necesita — y exige — constante renovación y reconstrucción. ¿Hasta que punto estaba cayendo en mis propios lugares comunes y repitiendo la misma idea una y otra vez?

Este año decidí transitar el camino más complicado: abandoné todo hábito, costumbre e idea que hasta entonces me hubiese proporcionado comodidad al fotografiar y me obligué a sentirme incómoda, torpe, fuera de mi elemento. Me tomé fotografías a lugares de mi cuerpo de manera poco estética — esas imperfecciones que usualmente se ocultan -, en momentos desagradables y en los cuales tenía poco control — despertando, llorando, incluso en medio de crisis de pánico — y muy pronto, encontré que mi lenguaje fotográfico — o la manera como lo asumo, en todo caso — se enriqueció no sólo con la experimentación técnica sino con el nuevo planteamiento conceptual. Además, tuve la inestimable experiencia de comprender mi forma de asumir la fotografía más allá del mero lenguaje artístico y valorar su importancia como medio terapéutico de expresión. Una experiencia por completo nueva, profunda y de enorme importancia personal.

5.- Haz lo que nunca haz hecho:

Mi trabajo fotográfico personal es metódico, ordenado y meticuloso. Me lleva horas construir una escena que me permita no sólo fotografiarme, sino expresar a través de símbolos visuales lo que necesito o deseo mostrar. Este año, tomé la decisión consciente y deliberada de enfrentarme a mi propia necesidad de control, romper mis reglas y retar mis prejuicios. De manera que tomé mi cámara, salí a la calle y comencé a fotografiar escenas callejeras, paisajes Urbanos, detalles de la ciudad que hasta entonces no habían formado parte de ese intrincado lenguaje fotográfico personal que intento construir a diario. Me esforcé por escapar todo lo que me fue posible de mis propias rutinas y costumbres, de romper esa barrera de seguridad que me proporciona conocer mis propios métodos y costumbres. ¿El resultado? un regreso a lo esencial que me llevó a fotografiar siendo una niña: la curiosidad por lo que me rodea, esa visión insólita del mundo a medio descubrir detrás del lente de la cámara.

Sin duda, se trata de una lista corta. Probablemente no resuma todo lo extensa, sutil y complicada que fue mi experiencia fotográfica durante los últimos meses. Sin embargo si refleja esa necesidad que tiene todo fotógrafo de cuestionarse y sobre todo, reconstruir su capacidad ede expresión visual a medida que su proceso creativo se hace más profundo y personal. Y es que la fotografía no es sólo un lenguaje sino también un reflejo fidedigno de nuestra manera de crear y sobre todo de mirar el mundo.

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