miércoles, 3 de octubre de 2012

Mirando los archivos personales: Cuando votar era algo normal.





Comentaba hace un rato por la red social Twitter, sobre el hecho que votar en nuestro país, se convirtió de un acto corriente y hasta normal, en un evento casi sagrado, donde sientes - y de hecho, estoy convencida, es así - te juegas el país, tu futuro y el de todos ejerciendo tu deber del voto. Por supuesto que, con treinta y dos años, me hice adulta en esta situación anómala, por completo irregular, de detener mi vida cada vez que ocurre una elección y sentir este pánico malsano hacia lo que pueda suceder - o no - durante la jornada del domingo. Pero ¿Como era antes? ¿Como era votar antes que la campaña política y el mismo acto de votación fueran sinónimo de toda esta tensión y angustia que muchos venezolanos padecemos actualmente?

* El empleado público era solo un empleado público: 

Antes, un empleado público era solo eso: alguien cuyo empleo dependía de la administración pública. Y lo digo con toda propiedad: varios de mis familiares y amigos han pertenecido al aparato gubernamental por décadas y la mayor anécdota que tenían que contar con respecto a las votaciones o a cualquier evento electoral era simplemente disponer de un día libre o no, durante el día de la jornada de votación. Pero durante esta década y un poco más eso se transformó en una penitencia política preocupante: No solo el empleado público se convirtió en instrumento de proselitismo electoral, sino en una ficha anónima que el Gobierno está convencido puede mover a su antojo. Lamentable las historias - y tengo decenas, a cual más humillante - de los despidos por negarse a marchar o porque su nombre aparece en una de las tantas listas que el gobierno recopila por afiliación política. Actualmente, un empleado público debe acudir a eventos políticos, involucrando su parecer personal con su empleo y lo que es aun, sufrir un constante chantaje con respecto a su opinión política y su permanencia en el cargo que ostenta  Un cambio preocupante que ha supuesto que el Empleado Público se vea con frecuencia en medio de un debate ético sobre sus intereses personales y sus principios del que difícilmente puede escapar.

* Compras nerviosas ¿Que es eso?

Como no teníamos un Presidente que nos amenazaba con guerra Civil en caso de perder las elecciones, votar era de una normalidad que ahora nos parece impensable. La primera vez que voté lo hice en el colegio donde me eduqué y me sorprendió que  el trámite fuera tan rápido y  sencillo. Acudí cédula en mano, saludé a los miembros de mesa - que eran mis maestras - y voté detrás del panel de cartón sin sentir que se me iba la vida en ello, que dejaba en esa decisión mis planes de futuro, mis convicciones y principios. Era escoger un funcionario público, sin más ni menos. Como buena idealista, me sentí muy satisfecha y feliz de haber ejercido mi derecho ciudadano y mostré mi dedo manchado de tinta con mucho orgullo por varios días. Y eso fue todo. Nunca se me pasó por la cabeza el temor de lo que ocurriría después, temer ser atacada por grupos vestidos con camisetas alusivas a un partido político por ejercer mi derecho o temer que con el transcurrir del día, la violencia estallara y pudiera suceder algún evento callejero de gravedad. Es más, nunca siquiera contemplé la idea.

Pero ahora el miedo es parte de ese cotidiano anormal que estamos viviendo. Votar se ha convertido en una especie de proceso doloroso y largo que lleva además un alto coste emocional: No solo las interminables colas en los Centros de votación ralentizados por "el mejor sistema del mundo", sino además contaminado con el inevitable temor. El votante actual va a las urnas luego de haber padecido una campaña electoral violenta, plagada de insultos y amenazadas. Una campaña que se hace más aguda cada día y que termina angustiando al más ecuánime. Hablamos de guerra sucia, amenazas, el aumento del ataque verbal, la pugnacidad, la agresión directa de desconocer la existencia del otro con injuria e insulto. Votar, de hecho, es actualmente un acto de valor: el votante de cualquier bando está a merced del chantaje, de la zozobra de preguntarse si su voto será secreto y que ocurrirá después. El que vota además, lleva en sus manos una responsabilidad inédita: construir un futuro a conciencia, bajo las convicciones personales.

* La baranda del CNE:

En una de las últimas elecciones - de Gobernadores y Alcaldes, me parece recordar - los resultados de las votaciones fueron dados casi a la medianoche, a pesar que las mesas de votación habían cerrado durante las últimas horas de la tarde. Todo esto, teniendo el "mejor sistema" de escrutinio "del mundo" y que no se registró ningún retraso en la transmisión de datos. Pero aun así, lo que debía ser un conteo númerico rápido y diáfano, se convirtió en una espera tan desesperante que terminó poniendo nervioso al más indiferente. Durante casi siete horas, Venezuela entera miró fijamente la toma televisiva de una de las Barandas que conducen al segundo piso del edificio del CNE, mientras nada especialmente notorio ocurría. La tensión se hizo casi insoportable, mientras los habituales rumores comenzaron a correr de un lado a otro y por supuesto, el miedo y la sensación de amenaza aumentó. Finalmente, Tibisay Lucena, presidenta del CNE  - organismo electoral de mi país - apareció en pantalla  casi  media noche para dar los resultados. Toda Venezuela, ansiosa, preocupada y sobre todo agotada, luego de una larguisima espera, pareció dar un suspiro de alivio.

Porque si algo ha traído el "sistema automatizado" ha sido la espera prolongada de resultados, la tensión y sobre todo la gran pregunta ¿Qué motiva el retraso? La respuesta siempre es la misma o parecida: "Se espera a que la tendencia sea irreversible". Cuestionable pero con alguna lógica. No obstante, no dejo de preguntarme, ¿No es posible evitar un lapso de espera de interminables horas, que para una ciudadanía sumida en la tensión y el miedo es casi insoportable?

Al parecer, no.

* Celebrando en Plazas y Avenidas:

Las celebraciones no son cosa nueva. Adecos y copeyanos, en sus años de gloria triste, celebraban los triunfos electorales con concentraciones y música. Lo novedoso en estos años de "Revolución", son las "celebraciones" que incitan a la amenaza, los paseos de caravanas de motorizados debidamente identificados con la revolución, vestidos de rojo de la cabeza a los pies. Lo preocupante, es la música atormentante, como forma de agresión, mientras el votante aun hace fila para votar. Lo triste es usar la celebración para enmascarar la necesidad de intimidar. Eso si es totalmente nuevo y sobre todo, inédito, de estos años de "Revolución humanista".

Revisando esta muy corta lista, me entristece pensar en cuanta gente todas estas cosas le parecen normales. Cuanta gente no conoce otra cosa que esta sensación de temor, de sentir que su voto más que una expresión ciudadana, es una defensa contra el miedo y el autoritarismo. Tal vez por ello, uno de mis deseos es justamente ese: que las próximas votaciones, sean tan aburridas y rutinarias que nadie tenga que temer que ocurrirá después. Porque será mejor.

C'est la vie.


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