martes, 23 de octubre de 2012

De ser mujer y no morir en el intento: Lo femenino y el estereotipo.






Hace unos días, veía una cuña televisiva que era más o menos así: Una seductora voz femenina comentaba las bondades de cierta revista, enunciando las variadas informaciones que contenían sus página, que iba desde maquillaje hasta el último color de moda. Para rematar, la publicidad terminaba con una frase que me dejó parpadeando: "Todo lo que debe interesar a una mujer en sus páginas.". Cuando la cuña acabo, me quedé unos minutos mirando la pantalla y pensando, casi con ingenuidad, que nada de lo que había mencionado la lista de "intereses" femeninos me incluía. O al menos no de la manera como sugería la adulcorada voz que de inmediato llamé mentalmente "la Revistera". Por supuesto, uso maquillaje y me gusta de vez en cuando comprar ropa y zapatos, pero mis intereses corren por una linea muy distinta y tan alejados del estereotipo - de hecho, creo que podría decir lo mismo de todas las mujeres que conozco - que me quedé pensando, que ocurre con la idea femenina, con esa sutil identidad de género que a veces parece ser tan difusa. La respuesta por supuesto no es sencilla, y por supuesto, mucho menos evidente. Pero aun así, creo que merece al menos, una reflexión de vez en cuando.

Aclaro desde ya: este no es un post femenista ni más menos. No suelo predicar extremos, por lo que, quiero dejar bien claro que me refiero a estereotipos del género. De cualquiera de ellos. Porque sin duda resulta también bastante incomodo para los hombres que conozco, ese sambenito tan extraño y sobre todo limitante, del "macho nacional". Y es que de estereotipos hay para escoger y lo que resulta más preocupante, cruzan esa linea, tan intima y probablemente personal que llamamos personalidad. ¿Cuantas veces no se presume y se asume gracias a esas ideas generales que van desde la apariencia que "debe" tener una mujer hasta lo que "debe" interesarle a una mujer? ¿O que pasa con el estereotipo al contrario? Inquietantes de esas imagenes extrañamente sexualizadas de una mujer en unos mínimos pantalocillos revisando el motor de un automovil con el trasero redondo bien visible a la cámara. O esas idealizaciones del hombre "sensible", "amante", "detallista", tan lejanas de la realidad como la mujer talla 0 de las tiendas de ropa o las portadas de  revistas donde actrices con rostros sin expresión nos miran con ojos sin expresión. ¿Cual es el mensaje que transmite todo eso? ¿Cual es la idea que fomenta esa repetición de lo mismo, de un deber ser al parecer intangible pero lo bastante real como para que tropecemos con el concepto con cierta frecuencia?

La verdad no lo sé, pero me preocupa la mera insistencia.

Meses atrás, conversaba con mi inefable amiga E. sobre la feminidad. Claro esta, E. es la mujer menos común de todas las que he conocido: es fuerte, atlética, una gran fotógrafa dedicada al documentalismo y al deporte...y es ella la que suele darme largos y consistentes sermones sobre lo descuidada que suele ser mi manera de vestir e incluso mi manera de alimentarme. Hablo que E., con toda su limpia estética deportiva, tiene un tipo de feminidad atípica  algo fuera de los cánones de esa suposición general de lo que la mujer "debe y puede" ser en nuestro país. Resulta cuando menos curioso en nuestro país - y en nuestra cultura -  que E. sea tan libre como para mostrar su personalidad real sin protegerse con ideas artificiales con respecto a su identidad como mujer. Y tal vez por ese motivo, es tan atípica su posición. No resulta sencillo, sobre todo porque esa idea de la mujer "ideal" es una especie de presencia omnipresente, que parece gravitar sobre la mujer venezolana que intenta, sin duda, sobrevivirle.

Pienso en estas mientras camino en mi intento de entrenamiento diario alrededor de la Plaza que queda a dos cuadras de mi casa. Llevo unos viejos pantalones de deporte que conocieron mejores días, una camiseta de mi banda de rock favorita - Rammstein para el pueblo, babe - y zapatos que están a punto de sucumbir a la vejez. Llevo el cabello recogido de cualquier manera y nada de maquillaje. Resoplando  cubierta de sudor, miro a mi alrededor y me sorprende ver a dos mujeres trotando junto a mo. Las dos, como yo, tienen algunos kilitos de más, pero a diferencia mía, llevan un tipo de ropa deportiva que presumo debe lucir mejor en alguien con al menos dos tallas menos que las nuestras. También están maquilladas y bien peinadas. Y una de ellas incluso lleva un poco de algún producto para el cabello para darle forma a su apretadisima cola de caballo. Las veo pasar e inmediatamente me siento avergonzada de mi facha...y me pregunto porque. Me detengo, sin aliento, inclinándome un poco para aliviar el dolor de flato - sí, ya lo he dicho, estoy en una deplorable forma física - y pienso que es lo que me incomoda, el motivo por el cual me siento incluso un poco humillada. Y la voz revistera aparece por allí, recordándome con su tono adulcorado "Los intereses de la mujer". Maquillaje, la ropa, la familia, la cocina. ¿Cuales son mis intereses? Libros, cámaras, fotografía, espiritualidad, filosofía, idiomas, tecnología, el cine, la música. Podría nombrarlos sin parar y nunca nombraría los "que debe saber toda mujer". El pensamiento me hace reír  de hecho, me hace reír tanto que me rio a carcajadas en voz alta. Recuerdo a mi Profesora de Fotografía, la mujer que se preocupa por cada detalle de su aspecto personal y lleva los tatuajes más hermosos que he visto, y que se define así misma, muy divertida, como "el macho" de su relación con su esposo, mi mentor fotográfico, que a su vez,  siempre bromea en la misma lid llamandose "Jeva". Y sigo riendo, de una manera casi demente, de pie en mitad de una Plaza concurrida, rodeada de extraños y de esas dos deportistas tan acicaladas que vuelven a pasar a mi lado y me dedican ahora sí, una mirada de alarma. Tomo una bocanada de aire y sigo caminando, con Iron Maiden sonando a todo volumen en mi diminuto ipod, y de nuevo la idea de la feminidad crece. Se expande. Se abre en todas direcciones en mi mente.

Como bruja, la feminidad es algo serio. Es la sustancia de esa perspectiva sutil que forma parte de mi mente y de mi manera de comprender el mundo. Vuelvo a pensar en el tema mientras enciendo las velas que me rodean para comenzar un ritual personal. Estoy desnuda, con el cabello suelto, recién salida de la ducha. Y que feliz me siento. Esa  profunda conexión con la idea de la mujer salvaje, de la mujer poderosa, la mujer sin nombre que se eleva más allá de esa sutil identidad de lo femenino parece llenarme mientras levanto  las manos e invoco. ¿Quién soy? ¿qué me hace ser femenina? ¿que me permite sentir esta firme convicción del poder de esta fuerza, primitiva, sin nombre que reconozco como mi identidad? No lo sé, medito mientras suspiro, a solas en la oscuridad, rodeada de la luz pequeña de las velas, protegida por esa inmensa sensación de paz que me produce mi forma de fe. Tal vez nadie lo sepa y esa gran incógnita de hecho, sea lo más hermoso de toda la idea.

¿Quienes somos? ¿Quienes deseamos ser? ¿Hasta que punto esa personalidad que se asimila culturalmente es capaz de sofocarnos, limitarnos, estructurar nuestro pensamiento hasta someternos a una férrea disciplina? ¿Y quienes son capaces de liberarse? ¿Los fuertes, los muy libres, los que aspiran a comprenderse con más firmeza? A veces creo que el pensamiento no es tan idílico. Tal vez todo se trata, concluyo sonriendo, unos días después, mientras entro por voluntad propia a mirar unos bellos zapatos que por alguna razón me llamaron la atención, una cuestión de creación.

C'est la vie.

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