viernes, 23 de septiembre de 2016

Proyecto "Un país cada mes" Septiembre: Grecia. Ángelos Sikelianós




La obra de Ángelos Sikelianós se conoce poco. De él se suele decir que fue un hombre discreto que se expreso exclusivamente a través de la poesía. Que era callado, taciturno y también atormentado por lo que llamaba el furor iniciático. Pero hay pocas fuentes para comprobarlo: Sikelianós vivió rápido, escribió bien y murió pronto, en una trayecto fugaz pero extraordinario que lo llevó al panteón de los poetas de su país pero también, le permitió crear una mirada sobre la poesía profunda y extraña. Eso, a pesar de llevar a cuestas la tradición poética de su país como un lastre y sobre todo, su fama de advenedizo, ganada quizás a fuerza de una discreción que la mayoría de las veces devino en un lamentable anonimato. Pero para Sikelianós, escribir poesía no era un vehículo para la fama ni tampoco para la búsqueda de renombre. Era un rostro sobre el rostro, un misterio entre misterios y a esa salvedad — esa interpretación Universal del verso como pieza imprescindible del pensamiento humano — dedicó su vida.

Con todo, Sikelianós tuve una carrera prolífica que le convirtió en uno de los poetas y dramaturgos griegos más reconocido del siglo XX. Con una mezcla de historia nacional, simbolismo religiosa y una búsqueda casi mística de la armonía Universal, Sikelianós creó una perspectiva sobre la poesía como un vehículo de expresión espiritual tan profundo que sus cuidados versos, tienen la connotación delicada de una plegaria. Para el poeta, no había diferencia entre la poesía como puerta abierta a los enigmas del espíritu de hombre y esa afanosa necesidad de la mente humana por encontrar significado a sus ideas más profundas. Entre una cosa y otra, la poesía no es un puente, sino un lenguaje con peso propio capaz de traducir esa noción sobre la existencia, el dolor de la pérdida de la inocencia y algo más amargo, como lo es esa confrontación entre la mortalidad y lo imperecedero. En la poesía de Sikelianós hay una conciencia muy definida de lo orgánico, lo etéreo y la identidad espiritual como reflejo del mundo interior del poeta. Y más allá de eso, una percepción sobre ese espacio blanco y amplio que carece de significado y que el verso bautiza desde su origen.

Sikelianós solía temer que su poesía fuera malinterpretada, en tiempos donde el chauvinismo griego parecía combinarse con una necesidad de mirar las Glorias culturales como único sentido del ámbito artístico. Pero la obra de Sikelianós trascendió no sólo el momento histórico que le tocó vivir sino también, el pensamiento que podría limitarla. Hay una búsqueda consciente de la metáfora que dignifica en cada una una de sus propuestas: desde The Light-Shadowed, Prologue to Life, Mother of God, hasta Delphic Utterance (con toda seguridad, su poema más críptico y el que más debate suele causar por su mirada compleja sobre el planteamiento religioso) para Sikelianós, la palabra es un vehículo formal a través del cual el tiempo y sus vicisitudes crean una hipótesis sobre sí mismas.

Lejos de parecer una justificación — a Sikelianós se le acusó más de una vez de moralizar en exceso — la poesía del escritor parecía tener como único objetivo, mirar con una ternura amable y apasionada las virtudes de esa espacio de la memoria ocupado por el verso. Con sus obras teatrales ocurre otra tanto: Sencillas y emocionales, cada una de ellas intenta forjar una conexión entre las tablas y el espectador. Y lo logra a través de un análisis sensible sobre la identidad colectiva que se transmuta en símbolo a través de la poesía. Con pulso precioso, cada verso de Sikelianós recurre a la profundidad de la emoción para reflejar tanto al espectador como al lector, en un intercambio sensitivo que se convierte una conversación privada — metafórica y inolvidable — entre ambos.
Sikelianós nunca se pensó como un poeta: quizás porque sus primeros años universitarios transcurrieron en la Escuela de Leyes de Atenas. Pero no llegó a graduarse: En 1907 y faltando dos años para obtener la licenciatura, abandonó las aulas y se dedicó a viajar por gran parte de Europa. De esos años transmigrantes, Sikelianós diría después que le mostró la vastedad del Universo de palabras y estímulos que podía alcanzar. Fue entonces cuando tomó la trascendental decisión de dedicarse a la poesía de lleno. El mismo poeta confesaría que luego de probar “la libertad de la palabra” no se imaginó haciendo otra cosa que escribir. Una necesaria introspección que le permitió analizar su obra como parte indivisible de su vida y sobre todo, como una percepción íntima de su relación con la palabra. La vida de Sikelianós no volvería a ser la misma, con la poesía siendo el nudo central de toda su considerable capacidad expresiva.

Cuando Sikelianós regresó a Grecia, era un hombre decidido a encontrar un camino concreto no sólo en el ámbito artístico de su país sino también, en su vida privada. Ya estaba casado con Eva Palmer, de origen estadounidense y además, intentaba vencer su natural timidez para entrar en contacto con el mundo intelectual griego. Lo logró: durante más de tres años, dedicó esfuerzos y sobre todo, su mítica voluntad de hierro en trabajar hasta lograr escribir el que sería su primer poemario Alafroískïotos (The Light-Shadowed), que asombró por su impecable belleza y buen uso de recursos clásicos de la poesía Griega de un modo fresco y original. Fue solo el comienzo: Sikelianós encontró una forma de elaborar un discurso propio que poco a poco, le valió el reconocimiento de antiguos maestros y mentores como su colega el escritor Nikos Kazantzakis, que además fue uno de sus más entrañables amigos. Se cuenta que en 1914 ambos decidieron permanecer en el Monte Athos por 40 días para alcanzar lo que ambos llamaron una comunión con el silencio. De la experiencia, Sikelianós regresó transformado en un hombre asombrado por el don de la escritura y su trascendencia. Su timidez parecía olvidada y de hecho, comenzó a mostrarse como un hombre de mundo, lleno de optimismo y seguridad. El cambio le permitió además analizar su obra desde una perspectiva nueva: concibió un sentido último de su poesía como puerta para refinar y elevar el espíritu y a ese objetivo — la insistente preocupación por la belleza, la fuerza y la capacidad creativa que la poesía puede estimular — dedicó en lo sucesivo sus esfuerzos.

Sikelianós era un hombre de una gran belleza física y el poeta, parecía sentirse a gusto con su estampa de caballero de su época. Olvidada su juvenil timidez, solía presentarse en debates y ágoras para debatir poesía con trajes hechos a la medida y haciendo gala de un enorme carisma personal recién descubierto. Hay numerosas crónicas, que insisten en que el poeta se vanagloriaba de su apariencia física tanto como para que buena parte de la recatada Atenas hiciera comentarios al respecto, entre el asombro y cierta crítica a su soberbia. No obstante, más allá de eso, Sikelianós era un hombre obsesionado por la poesía, por el poder transformador de la palabra, de la que se asumió hijo ilustre y bien amado.

Y ese quizás es su mayor legado, la mezcla de amor por la poesía y la forma como el arte influyó definitivamente en su vida. No solamente se trata del hecho que el poeta utilizó el verso para crear una aproximación acerca de sus inquietudes sobre la realidad, los misterios de la vida y la identidad de su gentilicio, sino que además la incorporó de tal manera a su forma de comprender el mundo, que resultaban indivisibles. Una rara mezcla de pasión, optimismo y sobre todo amor por la palabra que transformaron a Sikelianós en un héroe no sólo para los poetas de su país, sino para el ciudadano común que encontró en el artista un reflejo de lo mejor de su identidad.

Sin duda por ese el motivo, el momento álgido en la vida de Sikelianós sea cuando recitó un poema en el funeral del bardo Kostis Palamas, durante la ocupación alemana. Enfurecido por la tragedia de la guerra y conmovido por sus implicaciones, el poeta se transformó el panegírico en una llamada a la conciencia nacional y también, una proclama de intenciones y principios que fue fuente de inspiración para la lastimada moral de su país. También fue el poeta quien escribió una carta al arzobispo Damaskinos exigiendo salvar la vida de los judíos griegos, un acto que asombró por su valentía y contundencia. El poeta se erigió como vocero y rostro de la resistencia moral del pueblo griego contra el puño nazi y fue ejemplo para cualquier otro país de Europa, donde su gesto levantó miedo, asombro y después, una sincera admiración.

Transformado en el rostro de la palabra que exige libertad y que construye una visión poderosa sobre el poder de la voluntad y la búsqueda de la moral, Sikelianós logró en vida la meta que se trazó a través de la poesía y que le llevó a convertirse en figura insigne, no sólo por su talento sino por su firmeza de espíritu. Sus poemas — reflejos de esa capacidad y necesidad del autor por construir una identidad elemental sobre sus motivaciones y principios — le llevaron a trascender a la mera identidad del artista y alcanzar la categoría de símbolo de lo mejor del pueblo griego. Una meta que el autor se había trazado desde su juventud y que logró gracias a su enérgica visión sobre la justicia y su necesidad de construir gracias a la palabra — y a través de ella — un manifiesto claro sobre el poder intelectual en plena rebeldía contra la barbarie.

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