sábado, 10 de septiembre de 2016

La voz invisible de la oscuridad y otras historias de brujería.





En una ocasión, mi abuela - la sabia, la bruja - me dijo que el conocimiento nace del fuego del deseo. De una ambición secreta e incontrolable por rebasar nuestras fronteras y límites invisibles, para encontrar algo más profundo y significativo en nuestra mente. Un recorrido a ciegas en medio de la belleza y los espacios silenciosos que abarcan nuestra identidad y la manera como contemplamos el mundo.

Me lo dijo luego que le preguntara si estaba mal ser curiosa o al menos, tanto como yo lo era. Me dedicó una de sus largas miradas apreciativas, sentada en el banco de piedra gastada de su jardin antipático.

- La curiosidad siempre es buena - comentó por último - y quiero que lo recuerdes para toda la vida: Hay una necesidad profunda e ingobernable en cada uno de nosotros por aprender. Una noción sobre ese hilo conductor de ideas que te conducen a una idea valiosa y poderosa. Pregunta siempre que puedas, esfuérzate por satisfacer esa percepción del mundo tan rica y profunda. jamás te detengas en hacerlo. Y encontrarás que cada pregunta tiene una respuesta. Antes o después. Que todo lo que deseas descubrir y comprender forma parte de algo mucho más grande, importante y significativo de lo que esperas.

Por supuesto, no entendí de inmediato todo lo que mi abuela me decía. Tenía el hábito de hablarme como una mujer adulta en lugar de la niña que era y aunque me encantaba, también me ponía en la rara situación de esforzarme por entender la mayor parte de las cosas que me explicaba. En esta ocasión había entendido lo suficiente como para saber que preguntar, no era algo malo. A pesar de lo que las monjas bigotonas del colegio de Monjas francesas donde estudié, dijeran lo contrario.

- ¿Malo? - se extrañó mi abuela cuando le hice el comentario. Tomé una larga bocanada de aire, incómoda.
- Bueno, la hermana Rosa dice que soy...imper...imper...

Apreté los ojos. ¿Cual era la palabra? Recordé la primera vez que la había escuchado. Estaba en el salón de religión, rodeada por las miradas sorprendidas de mis compañeras de clase. La hermana Rosa estaba de pie frente a mi con los brazos en jarra y una expresión de disgusto en el rostro.

- Señorita, creo que debe tener más respeto a la hora de hacer preguntas - me recriminaba. La había mirado, sorprendida.
- ¿Por qué? Sólo quiero saber como es que si Adán y Eva eran los primeros seres humanos de la Tierra de donde salimos todos los demás. Sus hijos eran hermanos...¿Entonces...?

Un murmullo asombrado y confuso recorrió el salón. Varias de mis compañeras de clase intercambiaron miradas escandalizadas, como si hubiese ido muy lejos en el tema. La hermana Rosa golpeó el pupitre con la mano abierta.

- ¡Basta niña! ¡No te permitiré otra impertinencia!

¡Esa era la palabra! Abrí los ojos con las mejillas sonrojadas de verguenza, como si todo lo que había recordado acabase de suceder. Abuela ladeó la cabeza, intrigada.

-  ¡Impertinente! Así es que me llama la Hermana Rosa  - seguí contándole a mi abuela  - me lo dice siempre que hago muchas preguntas.

Abuela suspiró y se miró la manos cruzadas sobre las rodillas. Más de una vez, parecía hacer ímprobos esfuerzos para contener la furia cuando le hablaba sobre lo que solía ocurrir en el colegio. Eso, a pesar que había sido ella la que había insistido en que debía cursar la enseñanza primaria en un colegio religioso, algo que jamás comprendí y que durante buena parte de mi infancia, me produjo un enorme malestar. Muchos años después me explicaría que lo había hecho para educarme desde la diferencia. "Jamás podremos comprender el valor de nuestros principios sino debemos defenderlos en la contradicción" me explicó. Me llevó muchos años comprender la verdadera profundidad de esa frase.

- Aunque no debes faltar el respeto a ninguna de las maestras o religiosas de la Escuela, tampoco debes dejar de hacer preguntas - dijo mi abuela por último. Pareció llevarle un considerable esfuerzo hacerlo - pregunta siempre, todo lo que necesitas, todo lo que crees debes saber. Pregunta sin verguenza, con ahínco. Pregunta todas las veces, incluso en las que parece poco conveniente. La curiosidad de una bruja es impenitente.


Me hizo reír escucharla decir eso. Por supuesto, el malestar de la hermana Rosa no me sorprendía en absoluto. Solía irritar muchísimo a los adultos con mis preguntas. A la gran mayoría, en realidad y a la maestras de mi colegio, en particular. Aunque hay que admitirlo, a la hermana Rosa nunca le caí bien. No sé exactamente por qué le provocaba tanta antipatía: podría haber sido desde mi manía de mirarla a los ojos con mucha fijeza mientras impartía sus lecciones de religión - me lo reclamó más de una vez - o el hecho que bostezaba abiertamente mientras analizaba largos pasajes de la biblia. O quizás, solo se debía a que preguntaba mucho, de manera insistente, cosas que ella no deseaba responder. En más de una ocasión, mi insistencia en preguntar la había sacado de sus casillas y me había llevado castigos considerables por eso.

- ¿La curiosidad es cosa de brujas? - pregunté entusiasmada. Abuela me dedicó una de sus sonrisas traviesas.
- Es quizás uno de sus principales atributos. La curiosidad te conduce desconocidos de tu mente, te hace abrir puertas cerradas y aspirar a conocer todo tipo de secretos. Una bruja tiene un corazón impaciente, de fuego. Una bruja jamás acepta nada por las buenas: contradice, se enfrenta, argumenta. Una bruja es una mujer que sabe que el conocimiento lleva esfuerzo, que recorre caminos tortuosos. Y avanza por ellos con toda la libertad de su imaginación.

No supe que responder a eso. La hermana Rosa estaría escandalizada de escuchar a mi abuela insistir en algo que ella solía reprobar de manera casi visceral. Para la religiosa, preguntar - y sobre todo de la manera en que yo lo hacía - era un síntoma claro de desobediencia. Una forma de no sólo enfrentar su autoridad sino además, demostrar que tenía muy poco respeto por las normas que fomentaba la Escuela. O al menos, eso era lo que solía repetir a la menor oportunidad.  Como en la ocasión en que insistí en preguntarle porque el mítico Adán era considerado superior a Eva, si ambos era creados por Dios, y Rosa, en todo su desparpajo de monja malhumorada me llamó "insoportable".

- Pero es que no entiendo - insistí - ¿Qué lo hace superior?
- Haber sido creado primero - respondió.
- ¿Eso es todo?
- Lo dice la Sagrada Biblia ¿No te parece suficiente?

Sentada detrás de su escritorio, con el cabello recogido en una tirante cola de caballo y la expresión dura, tenía un aspecto amenazador. Era la directora más joven que la escuela había tenido - o eso me habían contado - y sin embargo, no había nada de fresco o juvenil en ella. Más bien, con sus labios finos siempre en tensión y la durísima mirada de sus ojos grises, parecía una anciana en el cuerpo de una mujer delgada y sin edad

- Pero ¿No dijo usted que todos éramos iguales ante los ojos de Dios? - insistí.
- El Creador, en su infinita sabiduría, creó a Adán con sus propias manos y a Eva, de su costilla. Es por eso que la mujer debe acompañar y servir al hombre.

Que idea tan rara esa, me dije ¿Por qué el Dios  católico habría creado a una criatura a partir de la costilla de otra si era capaz de crearla de entre sus divinas manos con toda facilidad? ¿Qué deseaba expresar esa historia, que insistía en que la mujer provenía del hombre, como si fuera parte suya? Pensé en otros mitos sobre la creación que había leído: los mayas, que imaginaban a Tepeu y Gucumatz, sentados imaginando el mundo. Y de pronto ¡El mundo estaba allí! con sus montañas y mares, cielo y animales, brotando directamente del espíritu de estas dos seres soñadores que dormían para dar vida. O el mito escandinavo, que imaginaba el momento antes de la creación como un gran vacío y que Muspell, el líder de un mundo de fuego y Niflheim el líder del mundo de hielo, intentaron llenar con calor y luz radiante. Tantas leyendas e historias que intentaban recrear el nacimiento del hombre como una obra misteriosa y bella, y no como una especie de experimento sin sentido. Por supuesto, a la hermana Rosa, férrea y malhumorada, no le gustó nada cuando se lo comenté.

- La biblia solo muestra la verdad - exclamó enfurecida pero tratando de fingir paciencia- Todo lo demás, es simplemente imaginación cultural. La palabra de Dios es una sola...

- Pero Dios dio inteligencia a todos por igual. Todos podemos soñar como se hizo el mundo - insistí. Para entonces, la clase entera me miraba en un asombrado silencio que yo no comprendía muy bien - ¿Por qué...?

- ¡Basta, niña altanera e irrespetuosa! - me gritó. Me sobresaltó su cólera y me callé, sin saber que esperar. Cuando se acercó al pupitre, la miré con los ojos muy abiertos. La piel rubicunda de su rostro estaba enrojecida y sus ojos, como dos pequeños trozos de piedra gris, brillantes de emoción. Me quedé como de piedra, con las manos apretadas sobre las rodillas y sintiendo el corazón latir muy rápido.

- Vas a ir conmigo a la dirección y allí te vas a quedar, hasta que entiendas que faltar el respeto a las Santas Escrituras no solo es indecoroso sino además, pecaminoso.

No entendí nada de lo que me decía. Con diez años, todavía  continuaba confundiéndose esa disciplina férrea de la Escuela, su necesidad de insistir en el miedo para educar. Me parecía que había algo desproporcionado en esa visión de la religión como única manera de entender el mundo: ¿Y que ocurría con lo que no podía explicarse de manera tan sencilla? ¿Qué pasaba con todas las cosas del mundo que parecían desbordar la visión humana? Aún era muy niña para pensar en esos términos, para asumir la idea que el hombre y su circunstancia desbordan el dogma, pero si tenía muy claro que la vida, en toda su majestuosidad y belleza, era mucho más amplia que lo que podíamos suponer sobre ella. Pensé en eso, a solas, en la dirección, leyendo un libro de catecismo, mientras esperaba que me dijeran cual sería el resto de mi castigo.

- ¿Por eso es que la gente cree que las brujas somos malvadas? - dije, volviendo al presente con un esfuerzo. El pensamiento me entristeció - ¿Por qué somos curiosas? ¿Por qué jamás nos callamos?

Abuela apretó los labios un poco, en una mueca dura que muy pocas veces tenía en el rostro. Se sumió en un silencio extraño, limpio y cargado de significado que me preocupó, aunque no supiera el motivo. Me quedé muy quieta, sentada entre la maleza mal cortada del jardín, escuchando el aire murmurar y silbar en los aleros de la casa. Tuve la extraña sensación que había algo tenso y doloroso en ese momento.

- A las brujas siempre se les ha estigmatizado por el poder de su mente y su imaginación - dijo al cabo de algunos minutos - hay algo extraordinario en ese impulso vital de toda bruja por enfrentarse a sus limitaciones y terrores. Esa osadía que la hace construir un nuevo mundo con un esfuerzo de su mente. Hay un valor y poder misterioso en la capacidad de una bruja para asumir la profundidad de sus conocimientos y todo lo que puede lograr a través de ellos. Toda bruja está consciente del valor de lo que aprende, de la forma asombrada como se mira a sí misma y al mundo que la rodea. Somos espíritus que comprenden que la vulnerabilidad es también una forma de fortaleza y que la inteligencia es una forma de fragilidad. Que se necesita cierto grado de ingenuidad para avanzar en las sombras y encontrar la luz del conocimiento. Y esa sabiduría se adquiere con una lucha consecuente con nuestros propios temores. Con esa necesidad de avanzar a través de preguntas y respuestas. Del cuestionamiento interminable.

El viento con olor a montaña pareció elevarse desde el punto más alejado del jardin e impregnarse con el olor de las feas rosas deformes de mi abuela. Tuve la sensación que de pronto todo el jardín se llenaba de una vitalidad imposible, radiante.

- Pero...Si preguntar es bueno ¿Por qué molesta tanto a mucha gente que se hagan preguntas?


A la hermana Rosa le molestaba. Tanto como para considerarlo un tipo de pecado sutil pero pernicioso. Lo comprendí así cuando luego de la discusión en el salón de clases, me llevó su oficina. Estaba tan enfurecida que evitó mirarme por un buen rato. Parecía incómoda, irritada pero también ofendida, aunque yo no entendiera exactamente el motivo. No supe que hacer cuando finalmente  me dedicó una de sus miradas heladas.

- Por haber sido impertinente, vas a escribir toda la historia del Génesis con tus palabras y me la vas a entregar para mañana - dijo. Se le veía temible, con su barbilla dura apretada en un gesto severo y las manos apretadas en un tenso - quiero que entiendas que Dios está por encima de tus rebeldías, de tu falta de respeto.

No respondí. Quise preguntarle por qué consideraba una falta a la disciplina hacer preguntas, pero amedrentada, no lo hice.  Mi abuela solía decir que las personas furiosas en realidad estaban tristes pero lo ocultaban bajo una máscara de furia. Pero la hermana Rosa realmente parecía llena de una irritación tan tremenda como misteriosa. Siempre estaba a punto de estallar: golpeando las puertas, llamando la atención a gritos a las alumnas, vociferando órdenes siempre que podía. Había algo en ella tenso, duro como un pedernal. No podía entenderla.

Seguí pensando en ella mientras leía los versículos que me había ordenado leer y copiar. Pensé en esa mujer solitaria, diminuta y enérgica, que siempre insistía en que el orden era sagrado y que era necesario para entender a Dios. Miré a mi alrededor esa oficina helada, pulcra y altiva y la biblioteca de mi abuela, en todo su glorioso desorden, me pareció un templo. En ambos lugares se guardaba conocimiento, pero mientras que en la biblioteca de casa  con sus libros y papeles desordenados, sus anaqueles llenos de polvo, su ventana entreabierta que daba al jardin reinaba un ambiente de profunda calidez y gozo, aquí tenía la sensación que la sabiduría era inalcanzable, algo duro y trabajoso de obtener.  ¿Por qué para la hermana Rosa todo tenía que ser de una sola manera? ¿Por qué para ella era tan importante que todo tuviera un único sentido? No lo entendía muy bien o quizás simplemente se trataba a que no podía comprenderla a ella, con toda su cólera y disciplina un poco exagerada.

Leí el Génesis como quien lee una historia de aventuras. Y me gustó. De hecho, me pareció una historia preciosa, a pesar de la lamentable insistencia en hacer de la inocente Eva la gran villana de todo lo ocurrido: casi la imaginé, ingenua y curiosa mientras tomaba la famosa manzana entre los dedos y  la levantaba con los ojos brillantes de emoción. Y luego, la mordida fatídica, la que hizo tronar los cielos y las estrellas llorar. La vi encogida de miedo, entre temblores, quizás preguntándose que había ocurrido, con Adán a su lado cubriéndose la cabeza aterrorizado. Los cielos abriéndose y...

¿Y qué ocurría después? Sí, ya sabía la historia: Un ángel de espada llameante los expulsaba del Paraíso. Pero no me gustaba esa visión de las cosas. No me gustaba el temor en el rostro de ambos, o el sonido imaginario de la reja del Paraíso al cerrarse a sus espaldas. De manera que decidí incluí algo más. ¿Qué tenía de malo? me pregunté, mientras lo imaginaba. ¿Qué tenía de malo imaginar los Cielos abriéndose y apareciendo la Luna? Radiante y preciosa, la Madre Eterna, acogiéndose bajo su luz plateada. Tan hermosa y apacible. ¿Qué les diría?

Comencé a escribir.


- En realidad hacer preguntas simboliza un tipo de aprendizaje muy viejo, perdido en el tiempo - parpadeé, sorprendida porque su voz me trajera de nuevo al presente - en muchas antiguas culturas, preguntar abría la puerta a un tipo de sabiduría natural, que se enriquecía a través de la imaginación y una mirada renovada a lo que el conocimiento puede ser. Las brujas siempre lo han sabido: el aprendizaje de la brujería siempre conlleva preguntas y respuestas, una gran búsqueda de ideas cada vez más firmes y que se hacen más elaboradas a medida que la bruja asume el hecho que nada es lo que parece, que todo debe ser re escrito, que cada idea debe ser asumida como nueva todas las veces que sea posible. Por ese motivo, el principal conocimiento de una bruja nace de reinventar el mundo, de crearlo de nuevo todas las veces que su capacidad para crear, esperanza y sueños se lo permita. Toda bruja tiene el poder de cuestionar lo antiguo y mirar el Universo con ojos asombrados. Somos creadores audaces. Llevamos el poder de nuestra mente como un estandarte. Batallamos contra el temor a través de nuestra convicción y necesidad de sabiduría. Allí radica nuestro verdadero poder.

Sonreí al recordar algo más.

"- Hijos míos, habéis disgustado a Dios Padre y él os ha expulsado del Paraíso - dijo La Luna - pero yo os acojo entre mis brazos y les obsequio la Tierra Virgen. Sí, habrá sufrimiento y dolor. También habrá temor. Pero os brindo también amor. El amor que os hará despertar cada mañana, el día que nacerá para que vos disfrutaréis del calor y de la belleza. Multiplicaos como ha dicho el Padre, pero también no duden en soñar como yo vuestra Madre, os envío. Y seréis hermosos y únicos, y habrá sonrisas como un sueño, al despertar".


Nadie dijo nada cuando terminé de leer la composición que había escrito a partir del Génesis. Un par de niñas se volvieron para mirarme, con los ojos muy abiertos y aterrorizados. Alguien soltó una risita. Pero la expresión enfurecida de la Hermana Rosa pareció congelar todo. Se levantó del escritorio y me miró, con los labios apretados y el rostro enrojecido.

- Eso es una blasfemia - dijo a gritos - ¡Es la falta de respeto más...!

Alguien dio una palmada tímida. Me volví para mirar. Una de las niñas del fondo de la clase, de las raritas como yo, sonreía. Era ella quien había aplaudido. A su lado, una niña gordita con la que nunca había hablado, también levantó las manos y aplaudió. Y luego otra más, la niña de pecas de quien las otras niñas se burlaban por tartamudear, también. Lo hizo en un gesto lento, delicado. Después me miró y me sonrío.

No podría explicar que ocurrió después. O porque esas tres niñas, que nunca había sido mis amigas, me habían brindado aquel gesto de cariño. Solo sé que sonrieron, y de pronto, sin saber exactamente el motivo, pensé en Eva, solitaria y temerosa, la cabeza inclinada, la manzana entre las manos. Y pensé en la curiosidad, en la necesidad de mirar el cielo para comprender, en lo que me había hecho sentir brindarle un nuevo giro a la historia. En la Eva nueva que había creado con amor.

Me castigaron de nuevo, por supuesto. Y a las otras niñas también. Sentadas en el salón vacío, nos dedicamos miradas cómplices y cuando la joven novicia que nos vigilaba nos dejó a solas, la chica pecosa se inclinó hacia mí.

- ¿De verdad crees que la Luna puede hablar? - preguntó. Una vez había escuchado, le llamaban preguntona, como a mi. Eso me hizo sonreír con todos los dientes.

- Sí. Yo la escucho a veces - le dije, pensando en los rituales donde en mi casa nos tomábamos de la mano y miramos el cielo estrellado con la Luna radiante flotando en la Oscuridad - En el viento y en las cosas bonitas.

- ¿Nos cuentas más? - dijo la niña tartamuda, pronunciando con todo cuidado las palabras. Y encontré en esa curiosidad, la misma ternura que me despertó esa Eva niña de ojos brillantes, corriendo por el Jardín del Edén. Como yo la imaginaba claro.

Hija de la Luna, también.

- Sí, las brujas siempre cometemos la audacia de equivocarnos y rebelarnos contra lo obvio - dijo mi abuela, riendo, cuando le conté lo anterior - ¿No lo sabías? Todas las brujas damos problemas. Pero ese es el origen de toda sabiduría. No hay conocimiento obediente. Toda creación nace del caos y avanza a la belleza.


La última luz de la tarde se derramó por el jardín y la miré mientras repetía en mi mente las palabras de mi abuela. Y pensé en el privilegio de preguntar y aprender a través de mi curiosidad. En la capacidad de soñar con un mundo de conocimientos más allá de mi misma.   Era una sensación magnifica esa, la de encontrarme a solas con mis pensamientos, en medio de una noche cualquiera, con la Luna brillando muy alto y el viento fresco de la noche, danzando a mi alrededor. Y por primera vez en mi vida,  pensé en que hay una soledad diminuta en esa necesidad que todos tenemos de analizar cada idea, de intentar comprenderla desde todos sus puntos de vista. Cuestionarnos, una y otra vez, hasta encontrar una respuesta satisfactoria o quizás, formular nuevas preguntas.

Un secreto dentro de un secreto. Una antigua forma de magia.

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