viernes, 16 de septiembre de 2016

Proyecto "Un país cada mes" Septiembre: Grecia. Odysseus Elytis.




Odysseus Elytis solía describirse a sí mismo como un hombre discreto. De los que hacen poco ruido al caminar, jamás alzan la voz y procuran que todo lo que hacen tenga un leve dejo a callada resignación. Cuando se le preguntó si se pensaba como un melancólico, sonrío. “En realidad, soy una sombra que vive dentro de una sombra” dijo. El entrevistador diría años después que le sorprendió esa delicadísima visión sobre la tristeza que el poeta le ofreció con una calma plomiza y muy poco dramática. Sobre todo, porque Elytis, poeta ganador del premio Nobel de Literatura de 1979, era en realidad un faro en medio de las letras griegas. Una revisión poderosa y sensible sobre la poesía de una cultura tan vieja como la historia del hombre.

No debe ser fácil ser poeta en un país que vio nacer a los grandes filósofos y artistas de la antigüedad. Elytis dijo más de una vez, que llevaba el peso de su herencia como un fardo complicado de manejar, a pesar de sus dedicación y amor al verso. Una perspectiva sobre su herencia cultural a mitad de camino entre la aspiración y algo más amargo, quizás una necesidad de identidad que jamás llegó a satisfacer del todo. No obstante, logró superar sus temores — la idea de la palabra como una liberación — y avanzó hacia algo más profundo, más humano y sensitivo. Quizás una expresión literaria basada en esa noción de la sencillez y la discreción como una forma de misterio. Una mirada conmovedora sobre la belleza cotidiana, la oculta, la simple. La que casi nadie dos veces.

Con toda seguridad, entre escritor y obra hay un vinculo de correspondencia ineludible. Un reflejo entre espejos que marca un infinito de imágenes que supera el verso reposado y amable o quizás lo completa. Odysseus Elytis avanza entre alegorías profundas y sentidas, analiza el mundo y sus silencios desde una perspectiva amable, pero también precisa. No hay nada inocente en su obra, en esa lenta aseveración sobre las raíces del dolor cotidiano, de las pequeñas tragedias invisibles. Ese es quizás su mayor triunfo y fortaleza. Como si se tratara de una reacción a la grandeza cultural del país donde nació — su grandilocuencia — Odysseus Elytis elabora un Universo de lo pequeño. Una reflexión consistente sobre lo que el espíritu humano aspira y sobre todo, construye a través de una labor reflexiva sobre su propia naturaleza. La mirada del poeta sobre la circunstancia humana, rebasa lo evidente y se nutre de una búsqueda de lo divino y lo aciago que le conduce hacia cierta reposada lección de supervivencia. Nada es bello por necesidad — y podría serlo — pero toda belleza trae consigo una ineludible complejidad. Y Odysseus Elytis lo sabe mejor que nadie, lo comprende con tanta claridad como para crear una obra reposada y serena que sin embargo, impacta por su sinceridad.

Eso, a pesar que su obra tiene un evidente origen en la tradición griega y desborda sensualidad. Es esa ambigüedad — entre lo radiante y cierta tristeza melancólica — lo que hace cada uno de sus poemas pequeñas obras de arte que recuerdan de inmediato la fértil tradición poética de una cultura que se asume a sí misma creadora. Elytis lo comprendió bien pronto: su obra es una transmigración de una profunda vitalidad y una inteligencia lúcida que parece renovar esa libertad creadora que hizo de la literatura griega una forma de expresión perdurable en el tiempo. El poeta estaba decidido no sólo a mezclar el legado cultural cultural sino la mirada contemporánea sobre el dolor, la angustia y el miedo, en un híbrido vívido que desconcertó a la crítica y poco después, a su selecto grupo de lectores. Por ese motivo Axion Esti, su obra más conocida — y la que se considera sin duda, una de las más emblemáticas de su visión artística — combina a la perfección lo nuevo y lo viejo en una mirada asombrada hacia algo más complejo que la poesía. Un vehículo de expresión que medita y profundiza en la capacidad del creador como una metáfora de la infinita capacidad del hombre para la esperanza. Lo hace desde lo pequeño, lo delicado. Con un verso fluido que no sólo reflexiona sobre el poder de las ideas sino también sobre la persistencia de la memoria, Odysseus Elytis logra una plenitud creativa que sorprende por su consistencia y emociona por su sinceridad.
Porque Odysseus Elytis busca salvaguardar la integridad moral y lo hace a través de un método que podría resultar simple sino resultara de una franqueza que desarma: se opone a través del arte — con el arte, por el arte — a la violencia y la miseria. En Axion Esti — considerado un drama lírico y también una crítica conjuntiva a la modernidad — pueden reconocerse ecos de Hesíodo, la Biblia e incluso, símbolos religiosos de la Iglesia Ortodoxa griega. Elytis los une todos en un cuidado entramado de ideas que le permite abarcar la moral como una mirada a su propia identidad y a la humanidad, como parte de un mecanismo frágil que se sostiene sobre sus principios. El instinto de Elytis es firme y le permite asumir el riesgo de construir un lenguaje ambivalente pero que fluye como una única mirada definitiva. Es entonces cuando el poeta alcanza su mayor intensidad, cuando construye y reconstruye la simbología cotidiana y la convierte en algo universal.

Odysseus Elytis tenía 68 años cuando fue galardonado por la Academia Sueca con el premio Nobel. La decisión no sólo sorprendió a su país — y a Europa, donde no había gran difusión de su trabajo — sino también al propio poeta, que insistió que le sorprendía la repercusión de una obra dedicada a la belleza y la sutileza. Elytis insistió siempre que pudo que su único objetivo era dedicar una mirada atenta a la belleza y a la sutileza. Y quizás esta fama inmediata que le llevó a ser reconocido por nombre y apellido en la mayor parte del planeta, le tomó por supuesta. Con su habitual humildad, insistió que la poesía era la real protagonista de cualquiera de sus intenciones artísticas, que había una mirada elemental sobre su obra que le trascendía a sí mismo. Como si de un personaje de una épica griega se tratase, Elytis siempre estuvo convencido que el verdadero valor de crear era el que cada palabra fuera trascendente más allá de su autor. Que fuera capaz de sostener el sentido y forma que la crea, más que brindar una identidad a quien se considera mero vehículo del poder en estado puro de la poesía.

“Yo no hablo de mí, sino de todos aquellos que sienten como yo, pero que no tienen tanta candidez para reconocerlo. Yo considero a la poesía como una fuente de inocencia, plena de fuerza revolucionaria. Mi misión es dirigir esas fuerzas contra un universo que mi conciencia no puede aceptar, buscando situarlo más en armonía con mis sueños. Hago alusión a un tipo de magia contemporánea cuyo mecanismo lleva al descubrimiento mismo de nuestra propia realidad” insistió Elytis luego de recibir el Nobel. Lo hizo además con la nobleza de quien asume la responsabilidad de sus palabras, el poder extraordinario de usar la literatura — y sus implicaciones — para transmitir una idea tan amplia que pareciera inabarcable. Pero allí está, en el centro de todo, la visión del tiempo que se crea y se elabora, que se extiende en todas direcciones a través de la palabra.

De su vasta obra poética abarca todo tipo de percepciones y conclusiones sobre el poder de la poesía como reconstrucción de la realidad: “Orientaciones” 1939, “Sol el primero” 1943, “Canto heroico y fúnebre por el subteniente caído en Albania” 1945,”Dignum est” 1959, “El monograma” en 1971, “María Nefeli”1978, “El pequeño Nautilus” 1984, “Al oeste de la tristeza” en 1995 analizan una idea muy parecida el poder de la imaginación y la necesidad de su existencia como una forma de lucha contra el desamparo y la angustia existencial. Para Elytis el poder de la palabra reside justo en esa fuerza secreta y no dejó de cimentar su esencia — hacerla cada vez más poderosa — en cada ocasión que pudo.

Una y otra vez Elytis demostró su necesidad de analizar la poesía — la suya, la de otros, el ámbito extraordinario de la palabra viva — desde lo trascendental. Cuando conoció la noticia que había recibido el premio Nobel, sus primeras palabras fueron para celebrar no el premio, sino el triunfo de la sensibilidad “que esta decisión de la Academia Sueca ha querido honrar a través mío a toda la poesía griega. En mi nombre y en el de mi país, deseo dar las gracias y, al mismo tiempo, llamar la atención del mundo hacia una tradición que se ha venido desarrollando desde Homero y que abarca a toda la civilización occidental” declaró a los periodistas que le entrevistaron el mismo día del anuncio. Sonrió con una conmovedora timidez y dejó claro que el premio celebraba a la poesía, a sus alcances, a la mirada ultraterrena que puede representar. Una idea en la que Elytis insistió en cada una de sus obras y cada día de su vida hasta su muerte.

Elytis asumió el poder del verso como una forma de lucha contra el horror. Y lo logró, con una obra primaveral, siempre en eterno renacimiento y con un poder asombroso para cautivar la imaginación. Con toda seguridad ese sea el mayor logro de un hombre discreto. Uno tan importante que le supera pero a la vez, le recuerda como figura imprescindible en la constante búsqueda del hombre por el significado de su íntimo dolor existencial.

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