martes, 27 de septiembre de 2016

Entre delirios de biblioteca te veas: ¿Cuales son los prejuicios del mundo literario?






Hace un par de días, conversaba con un antiguo compañero de Universidad, cuando comenté, casi por descuido - no debí hacerlo - lo muy entretenida que había resultado la novela "Doctor Sueño" del escritor Stephen King. Mi amigo - editor, escritor y columnista en un reconocido periódico impreso - me dedicó una mirada que no pude interpretar de otra manera que como de profundo asombro.

- ¿Lees eso? - preguntó. Sonreí. Como me encantan estos debates.
- Oh sí, leo a Stephen King siempre que puedo.

No respondió. Torció el gesto con cierta rigidez y siguió tomando su respectiva taza de café. Esperé, sabiendo que no podría mantenerse callado por mucho tiempo.

- ¿Realmente disfrutas de ese tipo de literatura? - casi me hace soltar una carcajada, el ligero retintín que le brindó a la palabra "literatura", como si quisiera dejar bien en claro su incredulidad sobre utilizar el término para definir la obra del llamado "Rey del Terror". Suspiré. Allá vamos otra vez.

- Sí. Cualquier libro tiene algo que decir, si se lo permites - dije. Que idealista sonó aquello, pensé, pero era la verdad, era justo lo que pensaba - no creo que exista un libro bueno o malo. Existen libros que no se han leído.

- Eso es una manera muy amplia de analizar el valor de la literatura - insistió - No puedes comparar a King con Vargas Llosa, por ejemplo.

- ¿Por qué querría hacerlo?

- ¿No lo haces al leer libros de ambos? De alguna manera, los equiparas a ambos con el mismo estándar: En otras palabras indicas que "Ambos merecen ser leídos".

- ¿Y quién soy yo para decir lo contrario?

- Un lector.

- Un lector respetuoso - dije, haciendo énfasis en la frase y mirándolo directamente a los ojos. La conversación comenzaba a fastidiarme pero también me preocupaba. Los prejuicios, cualquiera sea su origen, siempre me han inquietado - de manera que leo todo lo que puedo, y me formo una opinión en consecuencia.

Silencio otra vez. Supuse que mi amigo se mordía la lengua para no lanzarme a la cara la respuesta que probablemente deseaba, y que con toda seguridad, era un alegato con respecto a la baja calidad de la literatura de "folletín", como suele llamar a todo ese universo de palabras que se extiende más allá del clásico y el autor respetable. Pero al final, creo que su buen juicio superó su exasperado punto de vista y la conversación continuó por derroteros menos tensos. No obstante, no pude dejar de pensar en esa limitada visión de la literatura que parece tan extendida y lo que es aún peor, se toma por cierta la mayoría de los casos.

Y es que como cualquier otro mundo, el literario tiene sus propios prejuicios. Enormes, pequeños, sutiles, insoslayables y todas las veces, totalmente injustificados, como cualquier prejuicio que se precie. Como lectora devota desde que tengo memoria y luego, profesional del mundo literario a pleno derecho, por años me he tropezado con más de uno y he tenido que luchar con unos cuantos más, por lo que decidí, a manera de ejercicio personal, recopilar los más conocidos y hacerme la gran pregunta ¿En que sostiene un prejuicio literario? ¿Es una herencia de la visión Universal sobre la palabra o es consecuencia de la mirada del lector? Sin saber muy bien que respuesta encontraría, comencé a hacer las preguntas necesarias y esto encontré:


* Todo Best Seller es por definición literatura barata:


Uno de los mayores prejuicios y probablemente, el más extendido de todos los que pueda enumerar. Desde Stephen King, Anne Rice hasta los nuevos fenómenos editoriales Suzanne Collins y Stephenie Meyer, el llamado  best Sellers se considera en cualquier circulo literario como literatura basura. Y es que al parecer, la formula que promueve - y la mayoría de las veces, asegura las ventas - de libros se repite con tanta frecuencia que la linea entre la propuesta original y la que imita otra más exitosa, se hace difusa. Muy probablemente por este motivo, la calidad de un Best Seller continúa en plena discusión, sobre todo bajo la óptica de quien asume la literatura como una combinación de profundidad y un conjunto de elementos retóricos de valor, que la habitual simplicidad de la formula que asegura el éxito no posee. Aún así, mucho de los considerados "Best Sellers" poseen también un enorme valor simbólico: la mayoría de las veces, son la puerta abierta del nuevo lector al mundo de la página y libro.

Y además, ¿Qué es un Best Seller en realidad? Se le suele definir como un fenómeno comercial, con un libro que triunfa aunque el mundo editorial no se explique exactamente el motivo. ¿La calidad compromete? ¿Influye? ¿se relaciona con las ventas? ¿Hay un elemento definitivamente de menor sustancia en una propuesta que se hace más accesible para el lector promedio? Hay buena cantidad de ejemplos que demuestran justamente lo contrario: desde el El nombre de la Rosa de Umberto Ecco, que a pesar de su densidad y complejidad estuvo entre la lista de los más vendidos durante meses en varios lugares del mundo hasta algunas obras de Vargas Llosa, García Márquez son ejemplos de propuestas literarias muy comerciables que también poseen un alto valor literario.

* Solo los clásicos literario son libros verdaderamente valiosos:

Más de una vez, he escuchado a lectores devotos insistir que solo los autores de "renombre" tiene valor literario, opinión que parece desmerecer a todo aquel escritor que no parezca encajar con esa visión romántica del autor clásico. En lo personal, creo que además de ser un prejuicio sin sentido, es además lo suficientemente incómodo como para promover todo tipo de debates, sobre todo los que se relacionan en la influencia del escritor novel sobre el mundo de la literatura.

Una vez leí que los clásicos no necesitan abogado defensor, que deben leerse por necesidad. Muy cierto, pero también es imposible asumir la idea de la globalidad de la literatura, si insistimos en que el mundo de la palabra sobre puede acoger a determinado numero de autores y propuestas. Por supuesto, leer clásicos de la literatura abre todo un espectro de posibilidades y visiones con respecto al mundo literario, esa gran mezcla de estructuras, símbolos, mensajes y contexto que cada Universo literario contiene, pero aún así, su lectura, no debería ser una imposición o considerarse que cualquier otro libro, en comparación, carece de valor.

De manera que la gran conclusión de toda esta idea general, es la necesidad de comprender el mundo literario como ecléctico, complementario y además, subsidiario de una gran propuesta general de conocimiento que parece sintetizar - y construir - una visión de literatura mucho más amplia y completa que la que el prejuicio deja entrever.

* Los libros de cualquier subgénero como el de Terror, ciencia ficción y Fantasía, carecen de valor:

Para alguien que creció alimentando su imaginación con las grandes narraciones de Tolkien, Phillip D. Clack y otros grandes maestros de la literatura, la insinuación que la literatura fantástica tiene menor valor que la considerada "tradicional" es poco menos que un insulto. Y es que la idea, parece sugerir que la literatura solo debería limitarse a un gran monólogo entre la experiencia espiritual del hombre, su opinión sobre el mundo que le rodea e incluso el análisis de sus vicisitudes mundanas, dejando fuera del ámbito de lo que se considera "Literatura de calidad" todo ese espléndido Universo de propuestas que tienen a la imaginación y a la creación en estado puro como principal elemento de expresión. Sorprende, además, que el prejuicio insista además que la ficción, cuando desborda esa limitada línea entre el Universo creativo y algo mucho más arriesgado, carece de verdadera sustancia, profundidad e incluso belleza. Una idea que menosprecia lo esencial de toda visión literaria que se precie: la libertad para construir mundo que brinda la pluma al autor.

* Los buenos escritores nunca son compatriotas: ( o exactamente lo contrario )

Hace unos cuantos años, me aficioné a leer al poeta Venezolano Perez Bonalde. Me sorprendió la calidad de su propuesta lírica, no solo por su carácter intimista sino por su singular manera de expresar el mundo en el que vivió, con un fino olfato para la belleza y  la sutileza. Recuerdo que por entonces, había todo un redescubrimiento de la vida y obra de Sylvia Plath y tuve más de un encontronazo con algunos autoproclamados "literatos" que insistían en que la obra sencilla - nunca simple - de Perez Bonalde, no podía compararse con la poesía contemporánea, con esa perturbadora interpretación de la realidad de la poesía moderna. Fue un poco desconcertante, asistir a discusiones donde más de una vez, me insistieron en que la literatura Nacional poseía los vicios de nuestra identidad nacional y que por tanto, era incapaz de competir con una visión más depurada del hombre y de la realidad, como la que ofrecía la poesía contemporánea.

La otra cara de la moneda de este prejuicio, es por supuesto, un extremo chauvinismo literario que realza, en detrimento de otras visiones foráneas, la literatura nacional. Me he tropezado con defensores acérrimos de los autores nacionales, cuyo único argumento parece ser el  de celebrar - e insistir - en que  la nacionalidad es un importante elemento dentro de la interpretación de la calidad literaria.  Me llevó mucho tiempo comprender el origen de un prejuicio tan absurdo, sobre todo porque estoy convencida que  la Literatura carece de otro gentilicio que el de la Tierra de las palabras. Más de una vez, me enfrenté a discusiones en las cuales se insistía en que todo buen lector debe ser amante de la literatura local y que toda crítica en contrario, es una grave ofensa a la identidad nacional. Una idea absurda, si tomamos en cuenta que el principal objeto de la literatura es trascender límites y más allá, asumir el valor de la palabra como Universal.



Mi amigo no hizo ningún comentario luego de la tensa discusión que sostuvimos con la portada de cartón del Libro de Stephen King como testigo. No obstante, cuando le pedí me acompañara a una librería para curiosear sobre algún nuevo libro en anaquel, declinó la oferta. Lo miré, conteniendo una sonrisa.

- ¿Volveremos a discutir? - preguntó. Me encogí de hombros, apretando el libro que tanta incomodidad le causaba contra el pecho, bien visible.
- Por supuesto.

C'est la vie.

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