domingo, 8 de marzo de 2015

La voz del infinito y otras historias de brujería.



Levanto los brazos hacia las estrellas, con los ojos cerrados. Y siento que el silencio nocturno me rodea como un abrazo cálido. Soy yo, en medio de esta soledad limpia de la madrugada. Soy yo, escuchando el susurro de la Luna más allá de la ventana abierta. Pienso entonces en esa aspiración de bondad, de pura esperanza que me lleva a celebrar la Luna Llena, a comprender el poder de esa historia compartida. De ese mirada hacia lo más profundo de mi misma, que comienza con una sonrisa.


Cuando era niña, celebrar la Luna Llena me parecía algo asombroso. Una hecho tan mágico como el ritual con que se llevaba a cabo. A mi bisabuela eso siempre le pareció curioso, un poco desconcertante. A su estilo burlón y un poco duro, siempre solía preguntarme por qué me asombraba tanto un rito tan viejo como personal.

- Porque es como llevar muchas historias aquí - me señalaba la cabeza - y aquí - ahora el corazón - llevar siempre la magia a todas partes.

Mi bisabuela solía sonreír cuando le decía esas cosas. Levantaba su bastón de roble y golpeaba el suelo con un gesto impaciente, un poco brusco que siempre conseguía sobresaltarme.

- Eres una soñadora, niña.
- ¿Eso es bueno?
- Es peligroso.

Nunca entendí por qué bisabuela consideraba peligroso mi salvaje imaginación. Era de hecho, una de mis cualidades que más apreciaba, la que consideraba me protegía de angustias y pesares, la que me proporcionaba mayor alegría. Claro que con ocho años, no lo pensaba de manera tan elaborada. Sólo sabía que siempre había una puerta abierta hacia lugares inexplorados e historias fabulosas, tan cerca de mi que sólo necesitaba cerrar los ojos para llegar a ella. Un mundo tan extraordinario, poblado de criaturas increíbles, de maravillosas historias que yo coleccionaba a diario. ¿Que podía haber de peligroso en eso?

Cuando Bisabuela enfermó, me prohibieron molestarla. No sabía muy bien de qué sufría - aunque había escuchado a mi tia E. llorando en la cocina refiriendose a su "debil corazón" - pero si que era lo suficientemente grave como para confinarla a su habitación. No debía ser del corazón por cierto, me dije más de una vez. Bisabuela era la mujer más valiente que conocía, la más inteligente. Me gustaba su voz grave, sus ojos verdes chispeantes de vitalidad, su manos fuertes, su andares firmes. La bisabuela podía sufrir de cualquier enfermedad del cuerpo y de la mente, pero jamás de un corazón frágil, me dije más de una vez.

Así que a pesar de la insistencia, me atreví a ir a verla. Me asomé por la puerta. La habitación olía a medicinas y a sus hojas de te predilectas y a su perfume levemente cítrico. Estaba tendida en la cama, con sus anteojos de metal y un libro entre las manos. Llevaba el cabello canoso suelto: una abundante melena cobrizo y plata cayéndole sobre los hombros. Me pareció estaba un poco pálida, pero se veía igual de fuerte que siempre. O a mi me lo parecía.

- ¿Vas a entrar o te va a quedar allí?

Su voz me sobresaltó. ¿Como...? Entré y cerré la puerta. Ella me dedicó una de sus miradas apreciativas.

- ¿Que te pasa?
- Me dijeron que estabas muy enferma - me apresuré a responder - que...
- Que casi estiro la pata.

Solté una carcajada. Me apresuré a cubrirme la boca con la mano, avergonzada. Bisabuela dejó el libro abierto sobre la cama y sonrío.

- ¿Es así?
- ¿El qué?
- ¿Que casi estiras la pata?
- La vida es una historia triste. Siempre terminará así antes o temprano.

Parpadeé. No era algo que le decías a tu bisnieta de ocho años y de hecho, me llevó unos momentos entender que me quería decir. Pero bisabuela era así. Me hizo un seña para que me acercara a la cama. Le obedecí.

- Morirse no es tan fácil - me dijo cuando me senté a su lado - no se trata del corazón ni tampoco del dolor. Sino de querer morirse.

Pensé  en la gente de la televisión que le disparaban y caía muerta, con los ojos muy abiertos y asombrados. No parecía muy dificil, pensé con seriedad. La abuela continuaba mirándome con cierta malicia.

- ¿Pero te vas a morir? - pregunté, por fin. Que era lo que realmente quería preguntar a cualquiera de la casa pero no me atrevía. Y sólo en ese momento noté lo asustada que había estado con ella, lo preocupada. Bisabuela sonrío.

- Claro que sí. Y tu también. Todos. Todos vamos a morir. A deslizarnos al silencio. Pero no ahora. Ahora vamos a hablar.

Apreté los labios. Bisabuela siempre solía sorprenderme, pero esta vez me había asustado. La miré mientras se estiraba sobre la cama - un movimiento lento y adolorido, me fijé - y tomaba su mazo favorito del Tarot, que solía estar guardado en la mesita de noche junto a su cama. Era un maso muy bonito, de madera fina y tela bordada, que una amiga suya Italiana había confeccionado especialmente para ella. A mi me parecía asombroso, la cosa más bonita del mundo.  Lo sostuvo con cuidado. Lo sopesó entre los dedos. Luego tomó una carta. La Luna.

Era una carta que me agradaba mucho: La de mi abuela era enorme, con un bordado de Oro y plata en las esquinas y un perro elegante tendido en la tierra, mirándola. Había algo elegante y misterioso en la pieza. Algo increíblemente bonito y delicado. Bisabuela la acarició con la yema de los dedos con mucho cuidado.

- Celebrar la Luna Llena es una manera de recordar que todo trasciende y crece a pesar de la mortalidad del hombre - me explicó. Me miró por encima de sus gafas graduadas, sus ojos verdes brillando de inteligencia - ¿Lo habías pensado? La Brujería es la búsqueda eterna de la sabiduría. Una de tantas. Las brujas tratamos de correr más allá de la muerte, de enfrentarnos a ella como podemos. No siempre lo logramos.

No entendí que me quería decir pero me quedé muy quieta, con las manos apretadas sobre el jeans, intentando comprender que quería decirme. Los hilos de plata y dorado de la carta brillaban bajo la luz del sol. Imaginé a la bruja que lo había confeccionado: uno a uno, cosidos a mano. El bordado delicadísimo, el cuidadoso dibujo. Era una obra espléndida. Algo que mi bisabuela disfrutaba mucho. Un tipo de misterio, quizás.

- Una vez mi madre, que era muy estricta con los rituales y creencias de la Tradición, me dijo que celebrar la Luna Llena era recordar que somos pequeñas piezas perdidas de una historia muy grande - me contó - ¿Lo imaginas? Una y otra vez a través de los siglos y lugares, levantando los brazos para celebrar la Luna Llena, el poder de crear, el ciclo interminable de la naturaleza en su cuerpo. Admirándose de invocar la historia en sus venas, la que habían heredado como conocimiento y una manera de mirar.

Suspiro, mirando la carta que sostenía entre los dedos. Tenía un aspecto cansado, tenso. Me sorprendió notarlo: Bisabuela siempre parecía llena de vida, con sus amplias sonrisas burlonas, los ojos verdes brillando de buen humor. Pero en ese momento, parecía casi frágil, con la fina de red de arrugas de su rostro más visibles que nunca, los labios apretados, los mechones de cabello canoso cayendole sobre los hombros. De pronto y quizás por primera vez en mi vida, pensé en la vejez, en el cansancio, en la enfermedad. Sacudí la cabeza. Intenté detener el pensamiento. Pero mi mente se llenó de imágenes de una noche solitaria, estrellada. Un lugar en el futuro donde mi bisabuela ya no estaba.

Ella pareció notarlo, pero no dijo nada. Sólo me observó, con la carta entre los dedos. Permanecí en silencio, con los labios apretados, sin saber por qué tenía tantos deseos de llorar o por qué los contenía. El silencio pareció alargarse, hacerse cálido y brumoso como la luz del atardecer, impregnarse de una cierta melancolía desconocida.

- La primera vez que celebré Luna Llena tenía tu edad - me explicó entonces. Extendió la carta. La tomé con dedos cuidadosos. No era una carta asi tal cual, sino una pieza de madera pesada, sólida. La Luna tenía un aspecto antiguo, como esos viejos grabados que aparecían de vez en cuando en los libros - No sabía por qué lo hacía. No quería hacerlo. Mi madre se ofendió por mi incredulidad. Me explicó que no se trataba de sólo un asunto de creencias, sino de eslabones de historia. "Toda Bruja lleva a la Luna como estandarte" me insistió "No sólo es creer, es confiar en que formas parte de toda una visión sobre el mundo. De una idea más grande que tu misma".

"No entendía nada. Era una niña salvaje. Sólo quería jugar, que me dejaran en paz para correr y saltar, para jugar. Pero mamá me hizo sentarme en el círculo, escuchar las viejas invocaciones. Y después me dijo que la Luna era una metáfora del corazón.

"- Eres parte de un sueño de décadas, una tribu de mujeres y hombres que asumen el poder del pensamiento y el espiritu - me insistió - ¿Lo entiendes?

"No supe que responder. Ella señaló la Luna.

"- Somos las Mujeres de la Luna. Las arañas que tejen su propia historia. La muerte y la vida son ideas sobre las que pesa el conocimiento. Tu puedes entenderlas o cruzar por ellas a ciegas".

La bisabuela suspiró, como si estuviera perdida en pensamientos muy antiguos y casi dolorosos. Miré la carta otra vez, la Luna Radiante flotando sobre su cielo imaginario de estrellas púrpuras.

- Las brujas celebramos la Luna porque nos recuerda que a pesar de la muerte y de la vida, el conocimiento persiste - dijo - somos eternas estudiantes, las más feroces visionarias. Somos creadoras, rebeldes, salvajes. Somos buscadores de la verdad. Somos creadoras de nuestra conciencia. Y eso trasciende, eso se eleva más allá de nosotras mismas.

Me miró. Tomó la carta entre las manos. La guardó en el mazo. Levantó la barbilla. Los ojos verdes brillando de satisfacción.

- ¿Te da miedo pueda estirar la pata entonces? - no supe que decir. Asentí, asombrada porque ella no pareciera tener miedo. Porque ella pareciera tan tranquila y calma - no lo tengas. Más allá de mi hay historia. Y de ti. Y de todas. En el futuro, más allá de cualquiera de nosotros, seguimos siendo parte de esa gran visión del mundo.

La luz de la tarde se hizo opaca, cada vez más lenta. La habitación se sumió en penumbras lentas, extrañamente familiares. El rostro de mi bisabuela se dulcificó en la oscuridad.

- Nuestra creencia se basa en la permanencia de la memoria. Y la Luna es su símbolo. Somos seres trascendentes. Recuerdalo. Eso es un buen motivo para celebrar a la Luna. Y para comprender que somos algo más que recuerdos fugaces de un mundo que olvida pronto.

No diré que entendí todo lo que mi bisabuela me dijo ese día. No lo entendí en mucho tiempo. Pero si comprendí lo esencial: el poder de crear y construir, esa aspiración a la esperanza. A lo que se cree, a lo que sobrevive al miedo. Como mi bisabuela, que sobrevivió muchos años así misma, a sus temores y pesares, a su corazón frágil y a la vejez. Como cada historia que nace y se construye. Como cada símbolo que trasciende y se hace parte de lo que somos y aspiramos ser.

Enciendo el círculo de velas. La Luna pendula en la ventana abierta y también en la carta que brilla en mis manos. Una forma de crear, una forma de soñar con la belleza y lo que hay más allá de esta compleja idea intima que con tanta ingenuidad llamamos vivir.

C'est la vie.


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