domingo, 13 de abril de 2014

Más allá de una imagen y una palabra: La Venezuela sobreviviente.





Hace unos días, recibí un correo de un amigo que lleva a cabo un reportaje sobre la situación Venezolana e intenta pulsar opiniones dispares sobre el tema. Quería saber mi opinión sobre lo que ocurre, sobre esta dificil y durísima etapa de protesta callejera que durante tres meses pareció transformar el rostro del país en otra cosa. Me sorprendió un poco su interés y me pregunté por qué había escogido escucharme, rodeado como suele estarlo un periodista, de un coro de voces probablemente más exaltadas y pintorescas que la mía. Su respuesta fue bastante simple:  me comentó que leyéndome vía Redes Sociales, concluyó que cuando menos, me encontraba abrumada por todo lo que estaba ocurriendo, lo que por otro lado, le ocurre a cualquier ciudadano en un país que padece un conflicto tan prolongado como el nuestro. Pero mi amigo, quería en realidad, más que una reflexión sobre el tema, una visión muy concreta: ¿Qué opinas de las protestas, de la guarimbas, de la radicalización? ¿Estás harta de este peo? ¿Cómo han afectado las guarimbas tu vida cotidiana? Cuéntame lo que quieras. 

Cuentame lo que quieras. Me obsesioné con la frase. La reflexioné mientras caminaba por las calles sucias y repletas de transeúntes de esta Caracas, marcada, herida. Tierra arrasada de una cierta desesperanza imprecisa. La recordé, mirando las largas filas de hombres y mujeres de rostros cansados frente a un Supermercado. Me inquietó, leyendo las noticias sobre nuevas victimas de la violencia, sobre ese saldo rojo que parece ser la firma reconocible de un país lleno de cicatrices y sofocado por la incertidumbre. ¿Que quiero contar? ¿Qué deseo decir? ¿Cual es la imagen más perdurable de todo lo que hemos vivido? ¿La que resume lo que nos espera de ahora en más? ¿Quienes somos los sobrevivientes a tres meses de enfrentamientos, de un tipo de violencia turbia y volátil que sacudió esa visión de normalidad a la que nos aferramos con dificultad? Me llevó unas cuentas horas construir una idea coherente, una interpretación de país que pudiera incluir - o intentar hacerlo - todas las voces, todos los matices. Esa necesidad de asumirnos como protagonistas y observadores de un conflicto que nos rebasa. Tenía miedo de olvidar algún elemento esencial, o insistir en mis pequeños terrores insustanciales. Y es que la crisis Venezolana es una linea que divide el futuro de las cosas en incontables fragmentos de realidad, en todas las pequeñas historias de lo que fue o de lo que no fue, o del futuro que aún no existe y que carece de verdadera sustancia. ¿Como concluir a profundidad un conflicto a medias? ¿Como contar una historia que aún necesita páginas para completarse?


Incómoda y entristecida, finalmente escribí lo siguiente:

Mi opinión sobre las protestas se consideran en un país tan radicalizado y polarizado como el mio, como "tibias", "indiferentes" e "irresponsables". Pero en realidad solo son consecuencia de sobrevivir a un constante enfrentamiento social que se hizo casi cíclico: no hablamos únicamente de 10 semanas de conflicto, sino casi quince años de una situación social anárquica cuya conflictividad aumenta o disminuye por etapas. De manera que mi opinión sobre las protestas tienen mucha relación con mi experiencia previa e incluso, mis conclusiones acerca de lo que sufrimos como cultura que normalizó la violencia. Es parte de todos los días, forma parte del paisaje nacional. 

Sí, soy muy escéptica con respecto a la efectividad e impacto de las protestas a corto/ mediano plazo, lo cual no quiere decir que las menosprecio o que disminuyo su importancia. Solamente las analizo desde la perspectiva de como están planteadas ahora mismo, la manera como la emoción del opositor y más aún, del descontento popular se refleja en la manifestación de calle. Es un hecho comprobable que el ciudadano opositor - sin militancia y si muy frustrado debido al clima país cada vez más irrespirable -  protesta por necesidad, por malestar, por simple angustia. Yo lo hago. Marcho, bandera en mano, sintiéndome torpe y poco representada, para hacerme escuchar. Lo hago, aún sabiendo que mi protesta será minimizada, menospreciada e invisibilizada por la maquinaria de propaganda del gobierno. Aún sabiendo que sólo protesto por mi visión de las cosas, en un país donde siempre hay dos opiniones de la realidad. Porque el Gobierno Chavista me ha ignorado sistemáticamente durante quince años, porque asume que mi disidencia es una forma de enfrentamiento a la idea de país que se asume correcto. Es doloroso, cuando comprendes que eres una extranjera en tu propio país. Me ocurre con frecuencia sobresaltarme por el clima de resentimiento y odio ciudadano que desborda la calle. Que la primera pregunta que te haga cualquiera, sea sobre tu tendencia política. Que deba temer expresar mi opinión porque me atacaran los radicales de ambos bandos. Me lastima, este país a medio construir, plagado de promesas políticas que sustituyen la eficacia, la administración pública proba, la aspiración del futuro. La mayoría de las veces, me encuentro abrumada por la sensación que me encuentro en el exilio, aún incluso caminando por el Centro de Caracas. Porque para el gobierno, mi presencia es incómoda, no existo, no formo parte de ese supra país que se vende como fundamental. Para el gobierno, soy una estadística sin mayor trascendencia que no asimila. Ya lo ha dicho Nicolás Maduro más de una vez: "Hay que soportar a la oposición". ¿Soportar? El término me humilla porque desconoce mis derechos ciudadanos, mi gentilicio. Pero en la Venezuela socialista eso es parte del discurso político y social. Eres quien apoyas y más, tienes rostro en la medida que admitas inclinarlo hacia el poder. 

Para la mayoría de las opositores la situación es la misma. De manera que, se trata, otra vez, sólo de descontento genérico, convertido en una reacción masificada de agresión y pugnacidad. Si pudiera resumir las demandas de la oposición en una sola frase podría ser "reconocimiento". ¡Queremos que nos escuchen! Y podría ser un reclamo válido a no ser por el aumento progresivo de la agresividad. El gobierno reprime, el manifestante reacciona. Los bandos en dispuesta se enfrentan en una diatriba sesgada que menosprecio al otro. En medio de todo eso nos encontramos atrapados opositores y chavistas moderados, los "tibios" los que intentamos racionalizar lo que ocurre, sobreviviendo a  ese terreno peligroso y altamente volátil entre radicales. Durante quince años la ideología creó rivales idénticos, igualmente polarizados. Y las guarimbas son mejor la expresión. Lo compruebas una y otra vez: Cerrar la calle, quemar desperdicios en una protesta que no afectará al gobierno ni tampoco hará otra cosa que radicalizar posiciones, sean cuales sean. Pero existe, y se le reconoce. Es parte de ese paisaje político tan cambiante de un país en transformación. Con frecuencia converso con los "guarimberos" a quienes conozco y les pregunto una y otra vez: ¿Que pretendes con este tipo de protesta? ¿En que nos beneficia? y la respuesta es la misma: "Es algo" "Estoy haciendo algo". ¿Pero que es ese "algo"? Nadie sabe la respuesta. Durante diez semanas, la guarimba se convirtió en el símbolo de lo que une y separa a la oposición, de lo que le brinda sentido a la manifestación y lo que la desconoce. Porque la "Guarimba" con toda su carga simbólica frustrada, su origen en la necesidad de enfrentarse a un gobierno sordo y mudo por cualquier medio, es sin duda lo que resume la lucha insistente de una oposición sin dirección. Y que tristeza produce, esa lucha sin sentido, en esa nada alternativa, en ese mensaje que nunca llega. La guarimba ardiendo sola en mitad de una calle vacía, abandonada, es la imagen que representa esa lucha diaria confusa y sin verdadero objetivo. 


De las protestas del 2014 se ha dicho muchísimo, se le compara con otras ¿Qué son mucho más numerosas que las ocurrieron en años anteriores? Sin duda, la participación de las regiones - que usualmente se mantienen en calma - dieron un vuelco determinante a como se percibe la protesta. Pero continúan siendo solo manifestaciones y reclamos abstractos. El "Maduro vete ya", sustituye al "Chavez, no te queremos". La disidencia continúa sin asumir que se necesita aceptar las diferencias del país para construir una respuesta viable. Se reclama al Oeste de Caracas que "no protesta", que los barrios continúan tranquilos, mientras el "Este" se enfrenta a solas al gobierno. Sin embargo, nadie se hace la pregunta necesaria, el cuestionamiento evidente: ¿Por qué en un país tan empobrecido, que sufre de tanta desigualdad solo protesta una parte de la población? ¿Por qué la protesta no es general? 

En lo particular me lo pregunto a diario. No milito en ningún partido político. No apoyo a ninguno de los lideres que intentan representar mi descontento. Miro a mi alrededor y trato de reconocer al país que aprendí a temer y desconfiar -  país chavista - e intento comprenderlo. Converso, discuto, debato. Y comienzo a asumir los errores de quienes somos, de esta sociedad abierta a dos visiones que no terminan de encajar. En Venezuela nada es completamente negro o blanco, pero los matices se rechazan. Porque aprendimos a odiarnos, a rechazar cualquier alternativa a la acusación. Y así sobrevivimos o intentamos hacerlo. Los ciudadanos que protestan miran la resolución del conflicto como una consecuencia de una acción inmediata y sin intermediación. Ignoran al país que no apoya al descontento, a esa mitad que mira lo que ocurre con suspicacia e indiferencia. Y no solamente me refiero a Chavistas o Maduristas.  


Durante semanas, he intentado mantenerme a flote en medio de la incertidumbre. No tengo dudas que la situación que atravesamos  no se resolverá por el "triunfo" - cualquiera sea el significado que le otorgues al término - de cualquiera de las partes. El problema de fondo, de percepción, de comprensión de un país que por ahora, es irreconciliable y continuará siéndolo más allá de las protestas, incluso de la presidencia de Maduro. Porque el problema Venezolano es una grieta, una ruptura, un desconocimiento alentado por el poder y por ahora no hay una solución real a esa diatriba. Ni la habrá. Politicamente, nos miramos con recelo, como enemigos. En el planteamiento social, nos excluimos unos a otros. El gentilicio Venezolano roto a la mitad. 

 Ya no tengo rutina cotidiana, o mejor dicho, depende integramente de lo que ocurra en el país invisible, en el que la censura oculta, en el que debo descifrar uniendo trozos de información que nunca son suficientes. Cada mañana reviso el TimeLine de mi Twitter y lentamente, desmenuzo las informaciones, intentando comprender que está ocurriendo. La verdad parece siempre ser una media tinta, algo entre las exageraciones del fanático y la frialdad del que disimula. En medio de todo, parece surgir esta Venezuela borrosa, que se debate a diario entre un intento de normalidad engañosa y el conflicto. En la calle, la protesta  - el motivo, los medios - enfrenta a extraños y rivales circunstanciales. El ambiente se hace cada vez más irrespirables. Y a medida que transcurren las semanas, que las protesta se hace una rutina y la represión otro de los peligros con los que el Venezolano de a pie lidia a diario, encuentras que la desesperanza comienza a sofocarte. Caminas por las calles llenas de basura preguntándote que ocurrirá ahora, si habrá algo más que este caos, esta rebelión parcial y abrupta que no representa al país total, ni siquiera a la gran mayoría de los opositores. Pero las calles se siguen cerrando, las proclamas radicales continúan ganando adeptos y te preguntas, casi de manera inevitable, que será lo siguiente que ocurra, lo que lleve este clima de enfrentamiento a otro nivel, uno más peligroso, sin duda y como podrás soportarlo. Si es que puedes, si es que logras asimilar una nueva escalada, si es que logras racionalizar este ambiente irrespirable una vez más. 

Obviamente, las protestas son válidas, son expresión de un derecho ciudadano, pero sin un mensaje claro y mucho menos uno que incluya al resto de la población que no protesta. Me refiero a que en Venezuela toda opinión y toda visión esta sujeta a dos interpretaciones y las protestas no son la excepción. Protestamos los descontentos - porque yo también lo hago - pero lo hacemos de manera desordenada, más llevados por la desesperación que por la esperanza, enfrentándonos otra vez a un Gobierno todopoderoso que masifica su interpretación de la protesta como "criminal". Y llegado a cierto punto, el miedo se te confunde con indignación, el desconcierto con algo parecido a la confusión. Porque de lado y lado el altercado aumenta. El gobierno reprime pero no resuelve, el opositor manifiesta pero no expresa ideas claras y la protesta se debate entre el símbolo y lo que aplasta. Una situación cada vez más insostenible y dolorosa.

La anécdota más intima que podría confiarte sobre las protestas y como las vivo es una muy pequeña que representa de manera muy exacta mi visión sobre lo que ocurre. A Geraldine Moreno, victima de una ráfaga de perdigones que le dispararon en pleno rostro, no la conocí en vida. Conocí su historia, vi su fotografía agonizante, seguí su caso en escuetas notas de prensa. Pero lloré su muerte. Y desde ese día, enciendo una vela para ella, aunque no sepa quien fue ni que nos une en realidad, además de ser victimas de una situación que nos supera. Cada noche, enciendo para Geraldine una vela, y la miro consumirse, pensando en esta circunstancia país que fue nuestra y que ahora, me hace lamentar su muerte como si de amigas nos tratáramos. Y la lloro y lloro también por Venezuela. Lloro de cansancio, de profunda angustia. Y me pregunto a donde nos dirigimos, que ocurre con el país que se transforma, que sufre y que por ahora carece de norte. No tengo la respuesta. Dudo que la tenga pronto o que incluso llegue a tenerla. Pero enciendo la vela para Geraldine Moreno, que murió por tocar una cacerola.

Reo y me releo una y otra vez la respuesta. Me preocupa la dureza y de pronto, la simplicidad de esa pequeña misiva anónima, llena de trozos de realidad, de lo cotidiano, de temores y esperanzas. Y aún así, es lo más sincero que puedo escribir, la mirada más esencial a lo que he vivido durante tres meses de enfrentamiento dialecto, de miedo y de dolor. Y me pregunto si la historia se escribe así, a pequeños trozos de visiones, a recuerdo mal estructurados, a dos voces en medio del tumulto de la realidad.

No lo sé, me digo, sentada en la oscuridad de la terraza de mi casa, con la Vela para Geraldine encendida. Pero quizás se trata de una manera de comprender el pasado que se recuerda a fragmentos, el presente que se crea a momentos y el futuro, como una esperanza desdibujada. Y lo pienso, mirando a esta Caracas borrosa, parpadeando entre luces cálidas y esa apariencia engañosa de tranquilidad. ¿Quienes somos? ¿Quien es esta Venezuela a Medio construir? ¿Hacia donde nos dirigimos en medio del enfrentamiento y el dolor?

No lo sé. Muy probablemente no haya respuesta para ninguna de esas cuestiones aún. Y hasta puede que incluso, no la haya incluso después.

C'est la vie.

Gracias a Daniel, por escucharme. 

Lee aquí lo que me ocurrió debido a la publicación de algunas frases de este artículo en prensa Nacional --> http://www.theaglaworld.com/2014/04/la-venezuela-rota-el-odio-el.html

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