viernes, 25 de abril de 2014

Proyecto Una película cada Viernes: Saló o 120 días en Sodoma de Paolo Pasolini.




Antes de filmar su conocida "Saló" - que revolucionaría el mundo del cine y lo convertiría en icono de la transgresión - Paolo Pasolini dirigió  ‘El evangelio según San Mateo’ (‘Il Vangelo Secondo Matteo’, 1964), film que la Iglesia Católica celebró y el Vaticano consideró una obra clásica. Pareciera  cuando menos desconcertante que años después, el director creara esa apoteosis del mal en estado puro, esa visión del pecado, lo ruin y lo aterrorizante como lo es "Saló o los 120 días en Sodoma" ¿Se trató de una provocación directa a esa visión de la fe que quiso exaltar antes? ¿Una premeditada destrucción de todo símbolo a través del ataque?. No obstante, la respuesta no parece ser tan compleja: Paolo Pasolini es en si mismo la esencia misma de lo contestatario y provocador: Ateo, homosexual, comunista, cruzó a contracorriente la interpretación del arte de su época en todas las maneras que pudo. Luchó, no solo por el reconocimiento artístico, sino ese otro, la furia necesaria que lo convirtió en símbolo de lo obsceno, lo demente y lo puramente ruin. Una re interpretación del cine como metáfora de lo más sórdido del espíritu del hombre.

Y es que a "Saló" se le considera una visión del cine, una que derrumbó viejos paradigmas para crear otros, a la medida de esa ilimitada necesidad de elaborar un lenguaje basado, ya no en la belleza estética, sino en el horror. Pasolini, estéticamente  deudor del buen cine Europeo, encontró en su película una manera de expresar no solo sus ideas culturales más radicales, sino también esa otra visión - puramente política - sobre el momento histórico que vivió. De hecho "Saló" era el hombre del último bastión fascista en Italia, un estado aislado creado por Benito Mussolini y que intentó resistir el asedio de los aliados de la manera independiente durante los últimos años de la Segunda Guerra Mundial. No es en realidad la única referencia política de la película, considerada una metáfora cruel e impactante sobre el fascismo. Pasolini parece jugar entre lineas no solo con la crueldad, el impacto y la dureza de las imágenes que muestra sino además, con el lenguaje que se oculta entre la propuesta, en medio de las exageradas escenas de tortura y los intricadas torturas a que son sometidos los personajes. Es por ese motivo que "Saló" es un combinación irracional entre el dolor y la angustia, el pánico y lo repugnante, pero también entre un lenguaje cinematográfico innovador y un retorcido planteamiento que se sostiene sobre una inteligente propuesta.


Porque "Saló" habla sobre el poder, más allá que cualquier otra cosa. A pesar que el espectador sorprendido y angustiado solo recordará las largas secuencias de violencia y crueldad, hay una linea puramente argumental que sostiene todo este desfile de visiones inquietantes e impactantes. Pasolini, ácrata y pendenciero, brinda un valor simbólico a cada una de las demostraciones de profunda deshumanización que ocurren a medida que avanza el film. Torturas, golpes, violaciones, el terror masificado y transformado en una herramienta de sumisión que transforma la película en una salvaje demostración de desenfreno. Pero el director no utiliza la crueldad y mucho menos el oprobio de manera disparatada o al azar, de allí su efecto perturbador. Cada escena del metraje parece profundamente vinculada a un sentido último, a una construcción elemental de un mensaje esencial. Una reintrepretación de la violencia - infligida a extremos abrumadores - como una demostración del poder absoluto, omnipresente y destructor.

A la película la precede su propio Mito y sobre todo, su venerado gemelo en tinta del mismo nombre y fruto de la pluma delirante del Marques de Sade. No obstante, por si sola, la película tiene un valor cinematográfico único: es un híbrido inclasificable y quizás irrepetible, entre temor, miedo, perversidad y también un tipo de creación artística que intenta construir una planteamiento ideológico a través de la emoción. Más allá, "Saló" también es una visión artística esencial. Desde las insistentes  referencias a grandes obras Universidades - no es casual que la película se divida en cuatro partes, cuatro círculos concéntricos basados en la obra de Dante - hasta el uso del lujo decadente para expresar un tipo de mensaje muy preciso, "Saló" insiste en elaborar una idea sobre el dolor y la tragedia perversa que abarca no solo lo evidente, sino esa visión del director sobre si mismo, la circunstancia histórica que vivió e incluso, su interpretación sobre el mundo. Durísima y desconcertante, la película insiste en usar la procacidad como una directa muestra estilística, una retorcida reconstrucción de la belleza, el hedonismo y la sumisión. Quizás la necesidad del director de expresar la inmoralidad como medida de lo ideal e incluso, como su inmediato némesis.

Como producción cinematográfica, "Saló" parece pendular entre una obra de autor y ese Gore de la década de los '70, duro y crudo a extremos repulsivos. No obstante, se suele insistir que más allá de todo el impacto visual "Saló" es una predica, tan elemental y evidente, de la moralidad, de lo absurdo y de nuestra percepción del poder absoluto y secular.  La decadencia parece una consecuencia inmediata del poder que se ejerce, de esa libertad total que engendra no solo el abuso, sino algo mucho más sutil y doloroso: La destrucción del espiritu humano. De la misma manera que el texto del Marques de Sade, el film critica esa otra depravación, la del hombre aplastado bajo el peso de la historia y de la ideología que le convierte en victima de sus propios pecados.

Enfermiza, inquietante y para la mayoría de los espectadores directamente insoportable, "Saló" continúa creando controversia y enfrentándose a esa visión sublime del cine, la idealización del lenguaje cinematográfico como creación visual esencial. Esa linea difusa entre lo puede considerarse arte y lo que simplemente resulta una provocación enfermiza a la visión Universal sobre el poder de la imaginación. Sin duda, una disyuntiva que habría hecho sonreír a su creador, ese Pasolini v provocador que murió muy pronto como para disfrutar de la repercusión visceral que provocó su obra.

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