miércoles, 30 de abril de 2014

Lo que somos, lo que seremos: El guión inquietante de una perspectiva anónima.





Cuando era niña, me asignatura favorita en la Escuela era Historia de Venezuela. Tal vez se debería a que mi maestra hacia la asignatura divertida o a mi natural curiosidad. Cualquiera fuera la respuesta, lo cierto es que siempre me pareció una manera extraordinaria de comprender al país, a la Venezuela heroica que parecía construida a base de amor, de esfuerzo y de una profunda pertenencia. Con diez años, no lo pensaba en términos tan complejo, pero si tenía algo bastante claro: La Historia de Venezuela estaba viva y en muchas maneras.

La primera vez que visité la Casa del Libertador Simón Bolivar me desconcertó los espacios, la ternura, la normalidad de ese lugar donde había nacido y crecido el llamado hombre más grande de la Patria. Lo miré todo, con una curiosa sensación de desamparo y es que comprender que el Héroe Patrio tuvo una cama donde dormir y un patio donde jugar, te brinda una nueva perspectiva de esa visión de la Venezuela que nace de los libros, la heroíca, la que te cuenta la identidad Nacional. Pero también, me hizo pensar por primera vez, en la importancia de la veracidad de la historia que se cuenta, el peso consistente de lo que conocemos como expresión real de quienes somos como parte de nuestras propias vicisitudes y el país que nació en consecuencia.

Tal vez por ese motivo, me obsesioné mis años de la Universidad con la historia del País. Lo hice a la manera de los Universitarios, con esa devoción ciega y académica de comprender. Leí los viejos textos de Gil Fortoul y Siso Dominguez con otra visión, la esperanzadora, la creativa, es que me brindó una nueva opinión sobre la Venezuela como parte del devenir de la cultura y la sociedad. Visité el Campo de Carabobo y pensé, asombrada, en nuestra portentosa capacidad para el mito histórico. Me senté bajo la cúpula del Salón Elíptico en el edificio de la Asamblea Nacional y reflexioné sobre la evolución de este país, desigual, en ocasiones confuso, a veces sin sentido. Y creí firmemente en esa Venezuela posible, la real, la que se construía a pasos firmes a pesar de los errores, no obstante los traspiés y las lamentables omisiones. Una pensamiento inocente, sin duda, pero que tenía mucho que ver con esa perspectiva histórica, esa necesidad de asumir a Venezuela como consecuencia de su errores y triunfos, un proyecto de Nación, nacido bajo esa matiz inevitable de la herencia cultural.

Tal vez por ese motivo, años más tarde me preocupé con la candidatura presidencial de Hugo Chavez Frías. Me preocupó de nuevo la nueva preeminencia de lo militar en la sociedad Venezolana precisamente, porque conocía la debilidad de esta país adolescente por el ideario cuartelario, militarista y oportunista. En plena insistencia de la necesidad  de un "hombre fuerte" que "pusiera orden en Venezuela",  temí que el país de nuevo confiara su identidad a esa visión dura y vertical del militar sin recordar el pasado inmediato, las heridas abiertas de una democracia endeble. Pensé en Marcos Perez Jimenez, que había llenado Caracas de una prosperidad de folletín para ocultar la represión, la violencia y la muerte. Y aún así, el ciudadano Venezolano continuaba insistiendo en la visión militarista como conclusión a lo perfectible del sistema político, de la cultura del desorden que forma parte de nuestra interpretación de país. Cuando triunfó con una holgada ventaja electoral, me dolió de nuevo esa fe restricta del Venezolano en el poder sin opinión, en la desigualdad de origen de una consideración política a medio camino entre la imposición y la incertidumbre. Me pregunté, mirando la imagen del hombre incómodo en traje de civil, cuando la bota militar aplastaría - como siempre lo había hecho - la pluralidad en un país que quizás se acostumbraría con rapidez al silencio.

Pensé en todo lo anterior mientras la llamada "Colección Bicentenaria" de textos escolares es motivo de discusión en redes Sociales debido a la evidente y tendenciosa manipulación de la historia que lleva a cabo el Gobierno a través de sus páginas. Leo con preocupación no solo el hecho que el oficialismo está procurando elaborar no solo una nueva visión de la historia - re interpretada y revisada a conveniencia - sino además, que construye un nuevo escenario histórico donde la ideología es el punto de unión en la opinión futura. Con un escalofrío, miro las ilustraciones donde la figura del Difunto Presidente Hugo Chavez aparece como parte conclusiva de la historia que se cuenta, que formará parte de la futura visión del país y siento temor. No solo por las implicaciones de lo que puede significar una intrusión semejante en medio de la educación básica, sino además el simbolismo de crear una opinión política desde la niñez. El país de pronto, el posible, el que se debate en aulas, el que se sueña en figuras y escenas, se desdibuja, carece de sentido, se desmorona. Se hace una única conclusión cultural.

- Es una técnica habitual en todo sistema político que se base en una transformación ideológica. Educas para fomentar el agradecimiento al poder, para instruir al futuro ciudadano en las ideas que beneficien la autopreservación del poder - me dice Luis (no es su nombre real) antropologo y que durante los últimos meses, se ha dedicado a investigar las consecuencias directas de la ideologización temprana que lleva a cabo el gobierno. Desde sutiles muestras de simpatía política en la primera y segunda enseñanza, hasta una inexcusable identificación con símbolos partidistas y personajes históricos determinantes en la nueva visión histórica - ideológica Luis encontró que la maniobra del gobierno es mucho más dura, directa y peligrosa de lo que supone un primer análisis. Todo un proyecto de inducción educativa que incluye no solo a la educación, sino a la visión del país que se elabora a partir de una visión social.

La idea me produce escalofríos. Luis levanta el libro que sostiene entre las manos para mostrarme la imagen que llena una de sus páginas: Chavez, caricaturizado y llevando la reconocible banda que lo distingue como presidente, sostiene en brazos a una niña que lee muy atenta bajo la sombra de un árbol. La imagen resulta grotesca, inquietante. Hugo Chavez parece incluido a la fuerza en ese paisaje de las primeras letras infantiles, en la recién nacida visión del mundo del niño que sostendrá el libro.

- Y esto es solo un ejemplo de lo que se lleva a cabo - comenta - carteleras, actos de colegio alusivas al gobierno y su desempeño. Textos escolares donde se exalta la obra partidista. El Himno escolar cantado por la voz de Hugo Chavez. El oficialismo intenta englobar la idea política con la noción de país. Crear un todo indivisible que convierta al chavismo, más allá de una fuerza política, en una forma de comprender a Venezuela.

Pienso en el concepto de "Patria" que el gobierno usa con frecuencia. Esa perspectiva sobre la nación, que parece incluir no solo su historia, el gentilicio, las caracteristicas y detalles que forman esa gran noción sobre la Venezuela simbólica, la metáfora cultural, sino también la ideología. La "patria" que define a un nuevo tipo de país, uno cónsono con la insistencia ideológica, del patrioterismo barato y como no, el militarismo a despuertas. Ese socialismo vago e insustancial que sostiene una idea de Gobierno basado en la exclusión del disidente. Unos pocos meses después de la muerte de Hugo Chavez, la ciudad se llenó de imágenes en blanco y negro de su rostro, una alegoria a lo Urbano que parecía incluir el rostro del difunto lider político en cada espacio cotidiano. Miro de nuevo el libro: el dibujo de Chavez me sonríe desde cada página, enseñando las primeras letras, mostrando el país desde una óptica única. Elaborando una nueva idea de Venezuela sin matices. Siento un escalofrío.

- El gobierno está creando un caldo de cultivo cuidadoso para conservar su ideología - dice Luis y me muestra la fotografía de una Escuela Pública de Caracas, donde un grupo de niños posan frente a una fotografía de Hugo Chavez. Los niños miran la cámara con sus sonrisas desdentadas, ninguno tendrá más de seis años. Pero todos hacen un saludo militar, en una imagen de pesadilla - lo está creando a partir de lo esencial: de desmerecer y desaparecer cualquier otra opinión contraria a la suya. Poco a poco, el nuevo Venezolano asumirá que el Chavismo no es solo un partido político, sino una parte esencial de la identidad Venezolana. Para ser buen Venezolano, deberás ser chavista. Para de hecho, llamarte Nacional, deberás asumir que Chavez es parte de tu historia y como un funcionario político, sino como una visión esencial del país.

Imagino entonces a la generación que crecerá en Venezuela en la década siguiente. Una generación de jovenes que estará convencido recibe dádivas del gobierno, que debe agradecer la visión del hombre que le brinda el gobierno, la ideología como principal motivo y motor de conclusión sobre lo que vive, lo que es. Un país donde la disidencia sea contraria a la concepción misma de nación, que deba mirarse así misma como un elemento ajeno a la visión del país, al hecho mismo del gentilicio. Un país donde la juventud no tenga otra interpretación de la realidad y del futuro que la que le brinda la política. Un país de ideología. Un país sin argumentos ni debate. Un país silencioso.

Y siento miedo. Miedo que Venezuela comience a desdibujarse en el entorno de una posición ideológica prestada, a pedazos, sin sentido. Cuando camino por las calles sucias y caóticas de Caracas, miro a mi alrededor con un nuevo sobresalto: el rostro de Chavez me mira desde todas partes, una presencia omnipresente desde Vallas amarillentas, carteles rotos. El rostro flotando entre lineas de pintura en proclamas casi imprescindibles del rostro urbano. Y la política allí, en todas partes, como un temor, como una visión del desconcierto. La ideología rebasando una idea simple y convirtiendose en algo más, una grieta pesarosa e irreconciliable del país posible, de la esperanza, de la simple necesidad de concebirnos como una de idealización del sueño histórico.

¿Quienes somos? Me pregunto de nuevo, en medio de esta fragmento de realidad sin nombre, en la tierra arrasada del ciudadano anónimo. ¿Que es esta Venezuela que comienza a vislumbrarse,  herida y visceral, a un futuro borroso? No lo sé, quizás no haya respuesta para ese cuestionamiento recurrente. Para esa incertidumbre dolorosa que sustituye la necesidad de futuro. Un país sin norte.

C'est la vie.

1 comentarios:

Orlan Silva dijo...

Sin duda un interesante punto de vista...
Hay conceptos que nos dicen que nos hacemos de pequeñas historias que al sumarse nos definen como población, algunos ilustres lo han planteado en sus escritos, Lyotard‎, por ejemplo. También hay conceptos que nos sugieren que esas pequeñas historias no fueron casuales, sino que mucho de ese todo obedece a la construcción de orden. La historia parece haber dejando espacios que se convierten en oportunidades para el poder, éste último las aprovecha, y así lo notamos en la lengua, cada término que salta de boca en boca parece evocar algo distinto a lo que la historia se encargó de definir. La palabra también es símbolo y la palabra se hace ley...

Saludos en letras

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