miércoles, 11 de julio de 2012

Oda a la Tumusa: la gran lucha de la mujer de cabello rizado



Este post, está dedicado enteramente a todas esas mujeres que una de mis primeras peluqueras - sí, he tenido varias, para mi dolor - llamaba las "pelo lindo". Esas que tienen una gran melena insolente, intratable, que no obedece peine alguno, que se enfrenta valientemente - y siempre gana - contra todo intento de domarla. Esas trágicas cabelleras que parecieran tienen vida propia y dedicarla por entero, a irritar y a angustiar a su dueña. Esas mujeres, entre quienes me cuento, son las grandes protagonistas de esta pequeña entrada.

La historia comienza siendo muy niña y creo que para todas quienes padecemos una compañera indomable, es igual: notas que tu cabello no es sedoso, una espléndida cascada de rizos o una hermosa y larga cortina de cabello brillante como las de otras niñas de tu edad, muy pronto. Hay algo singularmente incomodo, en esa imagen un poco estandarizada de las niñas con bellas colas de caballo, trencitas, lacitos...que probablemente también llevas pero de manera no tan agraciada. Recuerdo, allá por los nueve o diez años, sin tener mucha conciencia del como, ya tenia una idea clara que mi cabello jamás lo que se consideraba "hermoso". Por entonces lo llevaba por encima de los hombros: una melena muy rizada de cabello rebelde, que parecía resistirse a cualquier peine o intento de parecer controlado. Por supuesto, eso me hacia sentir triste e incomoda: estudiaba en un colegio de solo niñas y todas ellas parecían bendecidas por ese tipo de cabello idílico que asocias inmediatamente a lo que "debe ser". Por supuesto que, era un pensamiento de niña, de esos que te atormentan y te fastidian un poco. Pensaba constantemente, mientras me ataba los rizos con fuerza, o los sujetaba con apretadas colas de caballo, que en algún momento, mi cabello se haria hermoso, largo y brillante, o quizá solamente controlable. Había una idea de verme pulida, o quizá, encajar en esa idea sobre "las chicas" - así, en general - que había en mi escuela y de hecho, era habitual en todas partes. Lo esperé, tenía grandes esperanzas que eso pasara...

Pero por supuesto, no fue así.

A los diez y seis, seguía teniendo una gran maraña de cabello rizado, muy alborotado y siempre muy intratable. Tal vez más largo, tenía un aspecto un tanto menos infantil, pero continuaba careciendo de "belleza", cualquiera cosa que significara ese término. A esa edad, comencé a ir a mi primer estilista: era la peluquera de mi madre y tenía una única manera de luchar contra el cabello rebelde: secándolo con cepillo y calor. Eran tiempos primitivos de la peluquería de la sufrida mujer con melena rebelde: llevaba casi dos horas , dos veces a la semana, domar mi cabello hasta obtener un resultado levemente parecido a ese cabello de mis sueños. Y con todo, nunca lo conseguí: era una mala imitación de algo más, con esas largos mechones de cabello opaco - pero liso - cayéndome sobre los hombros. Entristecida, solía llegar a casa y arrojarme agua fría simplemente para sentirme más cómoda.

Entonces asumí que mi cabello jamás cambiaría, de manera que comencé a  teñirme, a hacer locuras y la maraña rizada cambió de color y de forma. Pasé de la estricta estilista de mi madre, a un excéntrico chico que no tenía empacho ninguno en jugar con mis rizos rebeldes para hacer cualquier cosa. Tuve el cabello rojo magenta, después de un primoroso color azul brillante y cuando los experimentos comenzaron a dañar mi cabello, volví a mi negro natural con una sensación de descubrimiento. Tal vez no era el cabello más bello del  mundo - claro que no lo era - pero era mio, y podía hacer lo que quisiera.

En mis autorretratos de por entonces, me hace reír la cabellera, ahora glorificada y convertida en una especie de huella de rebeldía: los rizos volando en la imagen, desordenados y resecos, o apretados y brillantes, dependiera de mi humor. A veces, sucumbía a la simple vanidad y acudía a mi nueva estilista - justamente la que acuñó el término "pelo Lindo"  - y me secaba el cabello solamente para disfrutar de la fantasía de la belleza que nunca tendría: el cabello - ahora si sedoso - parecía una imagen de esa niña mujer que seguía habitando en alguna parte de mi mente y que seguía deseando  - no podía ser de otra manera - esa imagen idílica de la melena sedosa.

No obstante, la guerra siguió. De hecho, a veces tengo la sensación que siempre  he estado en guerra constante con mi cabello. Parecerá hilarante, pero cuando tu melena es de esas que no califican precisamente como sedosas y manejables, la vida se hace un poco más complicada. Te preocupan los días de lluvia, o las mañanas temperamentales capilares, esas donde el cabello parece florecer en todas direcciones, incontrolable y enredado. Y de nuevo, renace, la vieja angustia y te enfureces, te preguntas porque "debes" tener el cabello de alguna manera, porque necesariamente tu cabello, esa frondosa mata de rizos, rebelde y electrizado, no es parte de tu personalidad. Lo es por supuesto! descubres a veces, los días que todo es sencillo y hermoso, lo es cuando descubres un cierto placer al mirarte en natural y sentir placer por esa imagen tuya que nace de una región profunda de tus recuerdos. Pero otras veces, la lucha con la melena rebelde, simboliza algo más: esa insatisfacción a todo nivel, esa angustia existencial  que se manifiesta en esas ideas sobre el "deber ser" físico, diminuto, efímero pero que todas hemos sufrido alguna vez. Te preguntas entonces, como mujer, como parte una imagen colectiva que te incluye, de donde proviene esa diminuta incomodidad, esa idea sobre ti misma que parecerse unirse a una más amplia. Y no lo descubres, nunca lo sabes con claridad. Pero está allí, inevitable y fastidiosa, y quizá algunas veces imposible de ignorar.

Pero allí vamos las "pelo lindo", las que tenemos mañana de "tumusa", una guerra constante con la humedad, la que pertenecemos a la pequeña cofradía que sonríe casi con ternura cuando nos encontramos en esos extraños antros de pura incomodidad compartida que tan graciosamente llamamos peluqueria. Y sonreimos, claro que si, orgullosas de nuestras melenas encrespadas, rebeldes y locas. Tal vez, un reflejo de nosotras mismas.

C'est la vie.

1 comentarios:

Unknown dijo...

Excelente!!!! me sentí retratada. Lo quiero compartir en mi página de Facebook. Puedo?

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