martes, 31 de julio de 2012

Del Melodrama y otras menudencias: La novela de la vida real.





Siempre lo diré sin vergüenza: estoy convencida que el melodrama es parte del legado cultural latinoamericano. Desde Libertad Lamarque, llorando con su bello rostro inexpresivo frente a las cámaras hasta las modernas telenovelas, caricaturizaciones de la vida cotidiana, el drama, la emocionalidad exagerada, la truculencia es parte de nuestra forma de percibirnos como cultura. Y que divertido resulta, notar que esa teatralidad es parte del todo los días, de lo que consideramos habitual y normal. Porque como bien diría mi profesor de Coolhunting, no podemos olvidar quienes somos: esa impronta, esa huella indeleble que nos define y que de alguna manera nos otorga un rostro social. De manera que como creo, esa idea exagerada y estrambótica es parte de un todo, de una manera de concebirnos como "parte de" y lo que es aun más profundo, una identidad cultural tan profundamente asimilada que apenas lo notamos.

Así que, en ocasiones, esa idea parece chocar con nosotros. Tropezar, como quién dice, y cuando la notas - tan clara y tan frontal - te sorprende, cuando no te divierte, en otras ocasiones te preocupa. Pero admitamoslo, casi siempre es divertido. Y en esa clave de humor, es que escribo este artículo, porque esa tropicalidad nuestra, esa espontaneidad a toda prueba, esa tragicomedia de todos los días, es parte de nosotros, parte del todo, de lo que somos y seremos. ¿No lo has pensado? Yo si lo hago y con frecuencia.

Del Drama pequeño al Drama cotidiano :

Hace unos cuantos días, almorzaba con mi prima N. y mi madre en un pequeño restaurante del este de la capital, cuando una mujer, un par de mesas más allá, comenzó a pelearse en voz alta con quien supongo era su pelea. Nada poco habitual, ¿No?. Claro que no, si la misma escena la hemos disfrutado un montón de veces frente a la pantalla del televisor. Asombra, la similitud. Nerviosamente, todos los demás clientes del restaurante volvieron la cabeza para mirar, mientras la mujer levantaba progresivamente el tono de voz, acusando al hombre que le acompañaba de lo que parecía una larga lectura de pequeños defectos: desde su flojera en las mañanas, hasta sus tardes aburridas. La refriega siguió creciendo hasta que el hombre, tomó su chaqueta y salió apresuradamente y la mujer se quedó sentada a la mesa, llorando desconsoladamente. Llevando su dolor como banda de honor, como diría mi abuela. Y que deleite, parecía sentir aquella mujer, llorando sin rebozo, fumando entre hipidos, mientras toda la concurrencia la mirada entre compungido y escandalizado, simplemente curioso por el espectáculo anterior. Cuando salimos del restaurante, la mujer continuaba allí, aun sentada a la mesa, bebiendo lo que supongo era alguna bebida alcohólica - ninguna buena escena puede estar completa sin un buen trago salvador - y paladeando su angustia con cierta parsimonia.

Me quedé pensando en aquella escena por días. Y no por inusual - todos hemos visto algo semejante en algún momento - sino por el hecho que justamente nos parezca tan habitual. Esa costumbre de la osadía, de la expresarlo todo a los gritos, de hacer participe al mundo de nuestro dolor, alegría y angustia, la llevamos tan asimilada que no sabemos donde empieza la costumbre y donde comienza el habito de hacerlo. Comencé a mirar a mi alrededor, notando - como si fuera la primera vez - todas las conversaciones en voz alta, los gestos exagerados, la necesidad de reconocimiento, de ser escuchado. Las carcajadas estertoreas, las palabrotas que brotan en momentos álgidos y me hizo sonreir. ¿Es nuestra idisioncrancia tan joven? Pensé con cierto sobresalto. ¿Tiene ese carácter tan profundamente ingenuo que tal pareciera que vivimos en una adolescencia eterna? Si y sí. Lo notas cuando ese melodramón del esquema, parece repetirse en la calle, en la casa, en las parejas, allí a donde vas. La gran novela de la vida real, digamos, el drama interminable que se extiende en todas partes como una especie de reflejo futil de quienes somos.

De madrugada, en una de mis tantas noches de insomnio, zapeo de un canal a otro buscando alguna cosa que pueda aplacar mis horas de vigilia. Y tropiezo con la programación que parece dedicada exclusivamente a la novela. Por puro tedio, detengo el recorrido y observo la escena que llena la pantalla: Una bella mujer sentada a una mesa de restaurant, conversa con el galán de turno. De pronto, él pronuncia una frase en un tono remilgado y arrogante - algo que sonó como "no lo entiendes" - y ella lo mira con los grandes ojos muy maquillados echando chispas de furia. De pronto comienza a gritar, en un tono chillón muy cercano a la histeria y todos los comensales se vuelven para mirarla , asombrados y levemente incómodos, pero sobre todo curiosos. La escena se hace cada vez más chirriante, casi insoportable. Supongo que la intención es provocar angustia, un poco de compasión o cualquier otro sentimiento parecido. Pero a mi me provoca es una risa loca, una hilaridad demencial. Sí, teatral, claro. Y sin duda un poco de Deja vu.

Aapagué el televisor y en la oscuridad, tuve una sensación de lo más curiosa. ¿De reconocimiento quizá? Y cuando sonreí, tuve un pequeño gran momento de comprensión sobre quienes somos. O mejor dicho, de aceptación. Una idea muy simple,  sobre este mundo pequeño y surrealista donde me tocó nacer y que para bien o para mal, estoy empezando a mirar con cierto humor, una especie de madurez tardía.

C'est la vie.


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