miércoles, 25 de julio de 2012

Caracas, casa Grande: Feliz Cumpleaños




Mi abuela, era una caraqueña adoptada. Era natural de Maracay, pero desde que llegó a Caracas, siendo muy niña, la amó. Y la amó con esa pasión tan sincera de los huérfanos, de los que encuentran un segundo hogar y lo agradecen. Mi abuela si vivió la Caracas pacifica de tardes azules y olores de almizcle, la Caracas del Centro repleto de compradores y la Plaza Bolivar de las Retretras. Sufrió también el cambio a esta Caracas Petrolera y luego, en escombros, Violenta, bella y salvaje. Pero jamás dejó de amar la ciudad. Amarla ciegamente. Amarla con dulzura y también con devoción. De ella es la frase que inspira esta entrada: "A Caracas hay que perdonarla" y por ella, soy caraqueñita de los pies a la cabeza. Caraqueña que miro el Ávila para sonreír y fotografié sus calles para soñar, allá a los quince cuando quería tomar fotografías hasta de las rocas. Soy caraqueñita de pura cepa, de las que conocen las Crónicas de Caracas y aman los cielos azules de diciembre con un raro olor a pino y a mar. Pero, a diferencia de mi abuela, no creo que a Caracas haya que perdonarla por nada. A Caracas hay que amarla, así sin más.

¿Por qué tendría yo que perdonar por algo a Caracas si somos nosotros, sus ciudadanos, el de a pie, el del automóvil, el que viene a trabajar, el que la recorre de punta a punta, el que la disfruta y la sufre, los que la transformamos? ¿Por qué habría yo de perdonar a esta Caracas, Dama envejecida, tan bella como trágica? Caracas es lo que es: la gran casa, el reflejo de lo que somos, un mapa de ruta por recuerdos y sobre todo por el hecho que la construimos a diario. Caracas es este deseo, es esto que vemos todos los días, que aspiramos para el futuro. No hay nada que perdonar allí. Porque de haberlo, tendriamos que perdonarnos nosotros.

¿Cuantas veces tu, que me lees, cruzas a toda velocidad por una esquina en tu automovil y después te quejas del tráfico? ¿Cuantos de nosotros, caminamos por la calle, tropezando transeuntes, sin mirar a nadie y lamentamos la groseria de esta ciudad? ¿Cuantos de los que me leen ahora, comenzaran a pensar que esta carta de amor a mi ciudad no es más que otro panfleto emocional e idealizado para celebrar una identidad que no existe? ¿Y la detestas, la culpas, la odias, la maldices? ¿Como insultas a Caracas, si eres tu el que arroja el papel el suelo, el que olvida los buenos días, el que maltrata sus calles y avenidas, el que olvidó la convivencia, el que teme los días y las noches, el que como me ha pasado tantas veces, siento que esta ciudad muda, mi niña tan querida tiene la responsabilidad de esta angustia existencial mia que me provoca lo que vivimos cada día? ¿Por qué? ¿Por qué culpar a Caracas de la violencia, de los días tristes, del tráfico insoportable? ¿Lo piensas a veces? ¿O No humanizas a Caracas, la perdiste ya? ¿Olvidas como era cuando eramos niños todos? Esta generación de caraqueños paranoicos, cansados, abrumados, agresivos. ¿Lo recuerdas? La Caracas de ir a la Casa del Libertador de paseo, al Museo Bolivariano, de caminar por un Chacao olvidado, de subir a Galipán para ver el atardecer, del cafecito en el Museo Sacro, de la plaza Bolivar repleta de palomas, de Bimbolandia, de la Avenida Victoria, con sus viejos eternos sentados en las puertas de los bellos edificios que conocieron mejores días. ¿Te acuerdas? ¿Te acuerdas de esa niñez de este amor por Caracas? La Sabana Grande radiante,  El café Rajatabla, el Teresa Carreño, el olor de las frutas de Quinta Crespo, Los Próceres inmenso, tan grande y monumental cuando se es niño. ¿Te acuerdas de la sensación verdad? Yo sí, y la recuerdo clarisimo, incluso en los momentos más angustiosos, los momentos en que sentido mucho miedo en mi casa grande, los momentos en que me he sentado a llorar, en aceras y esquinas, temblando de angustia. Porque soy caraqueña y la identidad no se va tan fácil. No la pierdo, no quiero perderla. Es mía, tanto como mi amor a la lectura, como mi pasión por la fotografía, el color de mi cabello o mi necesidad de reir. Caracas soy yo.

Y te quiero Caracas, no a pesar de, sino por quien eres. Te quiero aunque quién lea esto probablemente se reirá de mi ingenuidad. Te quiero y por quererte, seguiré celebrando cada 25 de julio tu cumpleaños, sentada en cualquier lugar, mirando al Ávila, quizá riendo y llorando. Porque Caracas, hermosa, eres tan parte de mi misma, que no te diferencio de lo peor y lo mejor de quién soy.

Feliz cumpleaños mi Dama preciosa. Y que en los próximos, pueda seguir sonriendote, queriendote y mirandote con los ojos de la niña mujer que viste crecer y que siempre, pensará en ti como el hogar.

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