domingo, 15 de julio de 2012

De divagaciones domingueras y otros tópicos: ¿Quienes somos?




Hace poco, conversaba con un amigo sobre la identidad. Un tema extraño, sobre todo por lo abstracto que puede resultar, pero que me ha obsesionado un poco en diferentes momentos de mi vida. La conversación, llena de clichés y criticas un poco burlonas, no dejó de resultarme un poco inquietante: ¿Que es lo propio, lo que nos define? ¿Que es esa identidad que se asume existe y que al parecer nos identifica como seres humanos? Creo que nadie lo sabe con seguridad, pero todos tenemos una buena idea de hacia donde se dirige.

El tema vino a colación por un comentario que creo todos quienes crecimos en esta generación hemos analizado alguna que otra vez. Sentirnos fuera del grupo, de lo que usualmente es considerado "aceptable"
La conversación tocaba un poco esa idea al tocar un punto muy especifico y era acerca ese "ritmo", sabor y "guaguancó" que todos los nacidos en este continente eterno se asegura  debemos tener. Mi amigo comentaba no sin cierta tristeza, que en lo "latino", esa rasgo misterioso que parece definirnos a todo como cultura, es más una amplia idea de "lo que deseamos ser", que lo que realmente somos.

- Lo que es peor, creo que la gran mayoría de todos nosotros no nos sentimos identificados con esa "personalidad" - dijo M. con toda justicia - creo que al final del día, ese día de lo "autóctono" es un poco una idealización del "deber ser".

Estuve de acuerdo por supuesto. Con cierta angustia, recordé esa sensación que siempre he sentido de no pertenecer a Venezuela como parte de una idea social más amplia que yo misma. Es una sensación un tanto ingrata, pero que resulta inevitable si creces en un país con costumbres e ideas muy esquematizadas sobre si misma. Con quince años, recuerdo haber pensando por primera vez "¿Será que no soy Venezolana?". Y la pregunta se ha repetido con frecuencia en el lo sucesivo.

Cuando tenía quince años, era una adolescente pálida y desgreñada obsesionada con los libros y la fotografía. Nada extraño, pienso, aunque al parecer por aquel entonces lo era. Mientras el resto de mis compañeras de clase parecían constamente obsesionadas con fiestas y muchachos, yo era del tipo tímido que coleccionaba libros como quien colecciona zapatos y me desvivía por música que nadie que yo conociera en aquel momento parecía interesar. Hija de dos hippies arrepentidos, recuerdo que mis primeros idolos fueron el fallecido Jim Morrison y los inmortales Rolling Stone, mientras el resto del mundo a mi alrededor amaban la música considerada "latina". Pero no el rock en Español de un Cerati en estado de gracia ni tampoco nada como el Pop baratón de las por entonces muy de moda "bandas de chico". Hablamos de ese merengue que me parecía insoportable, la salsa juvenil rompe tímpanos y toda la variedad músical latina. La "normal", supongo. Y eso me hacia sentir extrañamente triste. Porque no había nada en esa música, en ese temperamento de mis compañeras de clase o ninguna persona de mi edad que conociera, con lo que pudiera identificarme. Llegué a preguntarme si de alguna manera, estaba realmente contaminada por "la invasión del Norte" y desdeñaba algo tan imperecedero como mi identidad como mujer de este hemisferio, de este lado caluroso del mundo. Nunca lo supe, y tampoco me esforcé demasiado en buscar respuesta a la pregunta.

Siendo un poco más grande, continué sintiéndome tangencial al grupo natural, digamos. Nunca me sentí con ningún deseo de "rumbear" - termino que pareció definir toda una generación - o algo semejante, y continué aferrada a esa especie de sensación de marginación un poco inquietante. Nunca llevé minifaldas, jamás me he inclinado por el estilo "girly" que pareciera ser el sello distintivo de este país, o de nuestra cultura. O lo que se espera deba serlo en todo caso. Era fanática del Comic, de las series de Ciencia ficción, de la literatura pura y dura, de las conversaciones abstractas rociadas con un buen café, los libros extraños, las películas inquietantes que nadie parecían agradar demasiado. Tengo una imagen de mi misma a los diez y nueve o veinte años, en la plaza de los Museos de Caracas, sentada en una de las esquinas del Museo de Ciencias Naturales, leyendo tranquilamente y de pronto, sintiéndome extrañamente sola. A solas con mis ideas podría decirse. Fue un poco extraño, sentir un placer inmenso mientras leía "Memorias de mis Putas Tristes", con un Gabriel G. Marquez que hablaba de algo semejante al dolor de la pérdida y de pronto poder comprenderlo. Y fue sorprendente, porque nunca había perdido nada real, sino que quizá nunca lo había tenido. La sensación me hizo analizar algunas cuestiones y creo recordar que fue la primera vez que pensé en esa identidad "latina" como una forma de saber - comprender - que no era, o lo que nunca seria.

Y tal vez pueda resultar extraño, incluso despectivo, pensar en mi cultura en tales términos. Pero creo que no lo es, si pensamos en que mayormente esa identidad es una especie de prejuicio gigantesco, con raíces en lo que creemos somos. Porque si analizamos esa idea de esta cultura, de la salsa, del escándalo, del exceso, de lo que supuestamente es el ciudadano de estas tierras radiantes, no es más que una especie de figura que surge de lo torpe, de esa necesidad de esquematizarlo todo, de crearlo, perderlo y desearlo, de simplemente construirlo para creer que podemos identificarnos con algo más. Y es evidente que esa idea cultural no es solo nuestra: imaginé al Norteamericano buscando su identidad, al europeo la suya, a cada ciudadano de este planeta escudriñando su propia historia diminuta para buscar a donde asirse. Y sentí una extraña sensación de desconcierto. ¿Una antropología natural, nacida de las preguntas, de la inquietud, del simple deseo de mirarlos en el espejo de alguien más? No supe que respuesta podría tener eso entonces y no lo sé ahora.

Pero todo esto, todos estos pensamientos desordenados, es dificil explicarlos en una tarde de café cualquiera, mientras miras pasar el tiempo en la compañia de alguien más. De manera que simplemente me encogí de hombros, tomé un sorbo de café y miré a M. con una sensación de escucharme a mi misma, a todos los que buscamos respuesta, quizá, una vez más.

- Un deber ser enorme - aventuro - que no existe en realidad. O si, quien sabe y la idea es continuar buscándolo, intentar encontrarlo a diario. Eso pienso al menos.

Silencio otra vez. A veces pienso que estas búsquedas utópicas siempre terminan por carecer de palabras que las definan. ¿Quién puede decir lo contrario?

C'est la vie.

2 comentarios:

Sara Ce dijo...

Tengo 26 años viviendo y sintiéndome aislada de un estereotipo que ha sido construido con el pasar de los años, en un país con una gente que, me parece, es extraña de sí misma, no se conoce más allá de lo que esperan de los demás que sea "lo correcto", presa de sus prejuicios y atrapada en una predestinación desagradable, amarga, y que a veces, sentenciaría de irrefutable. No sé si sea mundial. Quizás lo sea. No me lo había preguntado. Pero sí sabía que tenían y tienen que haber cohabitantes de este país en mi mismo predicamento que el mío, y ahora, tuyo.
Como tú, fui una niña solitaria, con costumbres extrañas, gustos no habituales, inclusive una fisionomía "inaceptable", más allá de la presión y la crueldad de los coetarios adolescentes (en su debido momento). Era llevada a la peluquería con cierta expectativa, para alisar mis rulos ensortijados, "para verme más bonita". Ese tipo de cosas.
Leo tu post un día de tristeza, soledad y desencaje, como suelen ser muchos días. Con mucha empatía en la pregunta, siempre sin responder. Sin poder entender por qué se me hace tan difícil aceptar (nunca adoptar) un esquema de conducta y vida que todos definen como "ligero, jocoso y afable", que exalta valores ya extraviados en la intolerancia y la ira de los que vivieron otro tiempo (y que los que no vivieron el otro tiempo, no conocieron), y que simplemente me parece absurdo porque violenta los derechos de los demás cohabitantes e inclusive quebranta la ley, somete a una presión inmensa para cumplir los requisitos de la imagen perfecta, no cultiva el pensamiento sino el facilismo, no cultiva la curiosidad sino la sumisión... en fin.
¿Quizás yo no soy venezolana, y tampoco puedo serlo? No sé cambiar oro por espejitos.
No sabría contestar tu pregunta. Solamente sé que hay algo que no termina de convencerme de mi pertenencia en este país, en este momento, aquí.

Óscar Perdomo León dijo...

Me gustó. Interesante reflexión. Creo que todos hemos pasado por eso, o pasamos cada cierto tiempo por estos pensamientos.

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