lunes, 7 de mayo de 2012

Que educamos somos: De lo inquietante que resulta lo políticamente correcto.



Últimamente, somos tan políticamente correctos que comienzo a preocuparme. Me refiero a que no sé si en una evolución deseable ( que creo todos esperábamos ) o a una imposición de método ( que me angustia un poco ) nuestro niveles de tolerancia hacia la desfachatez y sobre todo, la irreverencia andan muy bajitos. Y eso es bueno, supongo. Aunque como todo exceso, comienza a desconcertar cuando ser tan bien portado parece ser la normal y el natural caos - espontaneidad, falta de educación, irrespeto - algo tan mal visto que resulta incluso motivo para segregación social. Como digo, lo políticamente correcto es deseable hasta que trasgrede ciertos limites. Y esos limites son, desde luego, comprender que la naturaleza del ser humano rebasa cualquier imposición en el comportamiento social.

¿A que viene esta reflexión? Supongo que por nada en especifico y a la vez una serie de cosas que durante las últimas semanas me han llamado la atención. O creo que simplemente la idea, que "algo" - fenómeno, tendencia, imitación - está ocurriendo que hace que cada vez, la opinión sea un poco menos personal y si completamente estandarizada. Y los grandes temas de siempre, son ahora no solo elementos de argumentación, sino además, ideas que parecen carecer de cualquier arista: todos pensamientos más o menos lo mismo sobre ciertos tópicos, lo cual resulta un preocupante.

Del Afrodescendiente a lo nuestro es lo mejor:

Hace unos cuantos meses, en mi país hubo una discusión bastante extravagante con respecto al uso de la palabra "negro" dentro del léxico habitual de medios de comunicación y otras formas de difusión de información y entretenimiento. Y en una decisión poco menos que ridícula, sin tener en cuenta la naturaleza del Venezolano, los matices de nuestro idioma y la perspectiva de lo nacional que es parte de nuestra cultura, el natural y común "Negro" pasó a transformarse en "Afrodescendiente". No solo me pareció un planteamiento sin pies ni cabeza, sino que además demuestra esa necesidad de imponer ideas supuestamente igualitarias y respetuosas, en contextos equivocados. Lo bueno, como siempre, fue leer las jocosas maneras como el Venezolano de a pie se tomó la imposición. Como suele suceder,  el buen humor patrio salvó la contienda ideológica.

Pero claro está, en esta Venezuela "Revolucionaria" ya estamos acostumbrados a esa corrección a la fuerza, a ese respeto de "mayorías" bajo el tema legal. Esta el usar los adjetivos femeninos y masculinos - desconocidos para la academia de la Lengua Española - para cargos y profesiones, los sustantivos sin sentido, el esfuerzo de hablar de igualdad entre grandes diferencias. Y es que probablemente lo que más preocupa de esta corrección, de esta intención de  imponer una idea de respeto, sea que carece de bases o sustancia reales. Porque mientras se discute afanosamente la manera más respetuosa de hablar sobre la herencia étnica o la representación de las minorías, nuestra sociedad se hace cada vez más racista, clasista y sobre todo, con claros tintes de puro prejuicio que al parecer, son consecuencia directa de los tiempos que corren.

Ahora bien, hablemos ya no tanto de esa idea general sobre lo Políticamente correcto que se ha convertido en una manera de imposición. Conversemos sobre el nacionalismo a la fuerza, impronta directa de la lucha política y de identificación del "enemigo" contra quién luchar. De pronto, Venezuela no es una identidad compartida por todos, una idea que construimos a cuatro manos, sino un sistema de Gobierno, un grupo de representantes políticos o lo que es peor, una ideología. Un nacionalismo sin pies ni cabeza, selectivo y sesgado, donde un grupo de la población es llamado "apátrida" por no compartir las ideas políticas del Gobierno en funciones o donde ser Venezolano es una idea que pasa por el color de tu camisa o donde decidas vivir. Lo venezolano se tergiversa entonces, se destruye, se crea a través de símbolos medio quebradizos donde es imposible comprender la idea de "nacionalidad" y "país" como algo más que un tema sin sentido o forma.

Los Venezolanos del milenio, divididos en tantos segmentos como la política, la ideologia, la cultura y la globalización lo permite.

Del Policia comeJobo a Rayma Terrorista:

Allá por la década antepasada, en los buenos tiempos de RCTV, Radio Rochela se burlaba de todos y de todo. Y recuerdo que Emilio Lovera y Nené Quintana, realizaban un Sketch juntos, personificando al jovencito de la época: "Los Waperos", los chicos de clase media alta, que solian enfrentearse contra un policía tontorron a quien solían chantajear a-la-venezolana. Recuerdo haberme reído hasta el cansancio con las escenas y de hecho, los personajes pasaron al brevario popular como icono del joven idiota, blandengue y petulante que suele existir en cualquier sociedad que se precie.

De hecho, en la Inolvidable "Radio Rochela" los personajes eran extraidos de esa idea social tan variopinta, tan propia de la cultura caribeña. Había un desfile de estereotipos, algunos con claras intenciones de denuncia, otras no, la mayoría sencillas, otras levemente insultantes, que formaban parte de ese chisme social que es parte de nuestro gentilicio. Era esa capacidad de reirnos de nosotros mismos lo que hacia la Rochela memorable y sobre todo, perdurable. Y más aun, consistente con el ánimo nacional.

Volvamos al presente: Hace más o menos dos meses, los principales caricaturistas del país, comenzaron a recibir amenazas por su trabajo. ¿Increible? No tanto. En un país donde la ironia y la burla hacia los estamentos de poder es considerada ofensiva, talentos gráficos como Rayma o el insigne Pedro León Zapata se han convertido en simbolos de "contraofensiva revolucionaria" o lo que es peor, "enemigos Gubernamentales". Cuesta entender la lógica del grupo que sostiene que las caricaturas que muestran la realidad de nuestro país, con cierta tristeza y mucho de agudeza puedan representar un peligro real para la estabilidad, pero es así. Peor aun: los más radicales de este clima voluble de paradojas políticas consideran que cualquier tipo de critica realizada es una forma de agresión directa contra la figura difusa y poco concreta de lo que llamamos Venezuela. Desconcertante pero cierto. Y es que ya lo decía Reinaldo Arena, la eterna victima de la severidad de regímenes castrados de sensibilidad y humor: "Toda revolución es pacata, cursi y tristona" Que triste y certera frase.

¿Que puede simbolizar esta subita necesidad de reprimir la natural inclinación del ser humano a equivocarse, a burlarse de si mismo, a reir de sus propias tonterias, a simplemente ser parte de su propia historia con los altos y bajos que eso supone?  La verdad no lo sé, pero a veces pienso en cada vez somos más simples en motivaciones o quizá solamente, predecibles en consecuencia. Y con toda sinceridad, eso me angustia un poco. ¿Por qué esta obligación de ser educados, de ser positivamente alienados hacia esa necesidad de corrección sin sustancia? No lo sé, pero que agobiante resulta a veces. Aun peor, que abrumadora sensación que la sociedad te empuja a tener una única opinión. Temible idea.


Muy correctos todos, sin duda. Preocupante esa gravedad de la obligación, ese respetemos a todo basados en razones tan carentes de sentido como la propia idea de discriminación. De manera que sí, me preocupa y me continuará preocupando, estos tiempos de busqueda de la corrección social como parte de una idea no que sustente la conviencia, sino una apareciencia concreta de eso que podríamos llamar convivencia cultural.

C'est la vie.

2 comentarios:

Rubén Pérez dijo...

Abajo te copio un extracto de un extraño texto rescatado por nuestro gran J. M. Briceño Guerrero, que tal vez sirva para responder. (En mi caso –que afortunadamente no sufro de eso- me ha sido útil al menos para justificarme…jajaja!)

…………

He decidido ser sincero. Decir la verdad. No puede un hombre hacer nada importante –auténtico– si está
inhibido por consideraciones y respetos. El temor de herir, el deseo de agradar.

Me había gobernado hasta ahora el intento mimético de pasar inadvertido para no sufrir sin necesidad la hostilidad de los otros. Soy diferente y los muchos desconfían del que diside, esto lo sé bien. Además, cuando
no lo asiste ningún poder superior tienden a excluirlo por el rechazo, a aniquilarlo por el desprecio y la burla, a suprimirlo por la agresión abierta. Yo quería evitar el conflicto; escogí la comodidad.

Pero me animaba también una delicada consideración hacia los demás: no inquietarlos, no escandalizarlos. Aunque en el fondo quizás era pereza: no verme obligado a remediar la consiguiente desazón con explicaciones, obedeciendo la ley aquella del oráculo «el que hirió curará».

Otra motivación rivalizaba con las anteriores: el pudor, en mí siempre más fuerte que el deseo de exhibirme. Cada vez que exteriorizaba mis pensamientos y sentimientos me sentía obsceno y me avergonzaba.

Voluntariamente me dejaba contagiar por el estado de ánimo de los más cercanos en cada ocasión. El último en hablar tenía siempre razón. Cuando había discusiones y disputas yo me mostraba perplejo y confundido y esperaba el resultado, o me retiraba prudentemente para que no me obligaran a tomar partido. Si alguien me
preguntaba algo, yo procuraba averiguar o adivinar lo que a él le gustaría oír, y si no lo lograba respondía en forma ambigua o declaraba que la cuestión era muy complicada y difícil, fingiendo a veces una necesidad urgente de orientación y guía. Me comportaba así en política, religión, arte, vida social, deportes, en la escogencia de trabajo, ropa y arreglo personal, medios de transporte, muebles, distracciones, comida y bebida.

Miss B dijo...

ajaja Conocía el texto. Y realmente que refrescante reelerlo hoy, cuando justamente estoy un poco atormentada por el tema de la educación autoimpuesta.

Gracias Ruben, por compartirlo aquí, leer y comentar!

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