martes, 22 de mayo de 2012

De la imagen como Ficción: el arte de la irreal ( Un poco de Fontcuberta, como necesidad )






Ya lo decía Fontcuberta: El arte es una ficción. Con todo lo que esa frase implica por supuesto. Y es que en mundo sobrepoblado de imágenes, creadas, retocadas, deformadas, construidas y pinceladas a placer, ya uno no sabe que es real y que no lo es. O a donde mirar, siendo francos. Como amante de las fotografías, en ocasiones me abruma esa sensación que la  imagen lo abarca todo, y peor aun, una gran constelación de trabajo visual indiferenciable, sin personalidad, una especie de repetición hasta lo desconcertante, de lo mismo, dicho de la misma manera, una y otra vez.

Continuando con Fontcuberta, es uno de esos fotógrafos que atraviesa con toda libertad el limite entre la palabra y la imagen, con unos resultados muy interesantes. Hace poco, leí por alguna parte, que se quejaba que "todo se ve exactamente igual, a donde mires, es difícil definir la fotografía si todo tiene el mismo sabor" Que frase surreal. Un poco hedonista incluso. Pero que real. Porque actualmente, en este mundo de accesibilidad y facilidad para la imagen, la individualidad de cada documento visual parece diluirse, carecer de sentido. Abres una revista y encuentras cientos de imágenes idénticas, cada vez más limitadas a un espectro de belleza que llega a sobresaltar. Tal vez por ese motivo, la identidad en la fotografía se ha convertido en la nueva búsqueda del Santo Grial visual - o acabamos de recordar que siempre lo ha sido - y resulta curioso, que la gran mayoría de los fotógrafos que deambulan por el mundo fotográfico, parezcan haber olvidado esta máxima, esta idea perenne sobre la personalidad y la idea visual.

Ahora lo ves...y lo volviste a ver: Imaginario visual limitado.


Hace poco, me ocurrió una cosa muy incomoda: conversando con un amigo fotógrafo, me mostró una imagen que de inmediato identifiqué con la de un gran maestro de la fotografía en mi país. Sin dudarlo, alabé la obra del gran creador visual...hasta que mi amigo, con una sonrisa, me corrigió: la fotografía que veía era de hecho, tomada por otra persona. Miré la imagen de nuevo, aturdida: el mismo tipo de contraste, el mismo uso de la luz, incluso la exacta composición, la busqueda dramática de luces y sombras. Y me asombró, ya no el parecido, sino la idea de la imitación, tal vez como homenaje, tal vez como influencia definitiva, tal vez como una forma de recrear esa exactitud del maestro venerado. No obstante, me continuó molestando la similitud, el calco casi completo de un estilo. Y no pude menos que preguntarme hasta que punto era beneficioso aquello. ¿Donde esta la personalidad del autor en la imagen? ¿Cual es su mensaje, en medio de todo lo que heredó, quiero creer de manera inconsciente del fotógrafo que admira? ¿Existe el mensaje en una fotografía donde la personalidad de quién la tomó queda por completo diluida en un concepto más amplio, más restrictivo y limitado? Aun no tengo la experiencia en el mundo fotográfico para responder con propiedad estas preguntas, pero el cuestionamiento continua inquietándome y aumentando en su profundidad.

Un pensamiento inquietante, en un mundo donde la imagen es parte de la realidad, de una manera tan intrínseca que pareciera que no podemos desligarnos de ella en un solo instante. Y de nuevo pienso en Fontcuberta, quién bromea y postula que el arte - el visual, el de la palabra, el de todos los días - despierta emociones por el mero hecho de recordarte que el mundo es una ficción. Así, sin más: una ficción surrealista que parece manifestarse en todas la maneras posibles, entrelazando conceptos sin sentido hasta crear los propios. Y entonces, siendo así, no cabe sino preguntarse - con cierta preocupación - si la perdida de identidad de las imágenes - la copia de lo visto y lo que se admira - no es una deformación de ese mensaje visual que parece pertenecernos a todos y a nadie, ser parte de una especie de metamensaje sin sustancia, que parece debilitarse a medida que las imágenes se hacen más y más generales. No deja de ser sintomático - y evidente de esta carencia de individualidad, de esta fragmentación del yo - la adoración casi venial a eternos maestros fotográficos cuyo estilo definió el actual, creo esa sincronía del simbolismo y la elegía visual en piezas visuales atemporales. No obstante, no es una admiración del que aprende, sino del que intenta comprender como obras de casi medio siglo de creación tenga aun hoy tanta vigencia, sean parte de una especie de paralelismo visual entre hoy y lo que se propone como futuro que asombra pero sobre todo desconcierta.

Tal vez me estoy preocupando demasiado por temas sin resolución. No dudo que así sea. Pero hay una reflexión de Fontcuberta que en ocasiones me obsesiona, y que de alguna forma, da sentido a esta inquietud: "Interviene en todo este asunto de “lo real” –pensemos en el cuento de Henry James sobre la obra y el modelo- desde una singularidad evidente: se desmarca del rebaño y cambia el chip de la costumbre. Para él, la ficción es, ni más ni menos, un recurso adecuado mediante el cual reinventarse a sí mismo." Y que certidumbre esa, cuando la reinvención pasa por encontrar la propia identidad, y la construcción de una memoria visual propia. Una singular forma de mirarte y a la vez construirte, que en este mundo de imágenes prefabricadas parece haberse perdido y peor aun, carecer de importancia.

Un mundo de imagenes uniformes en la busqueda desesperada de su autor.


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