lunes, 1 de septiembre de 2014

Proyecto "Un autor cada mes". Charles Dickens.



En una ocasión leí que Charles Dickens había sido un escritor del siglo XIX que miró el mundo con la inteligencia y profunda dureza del siglo XXI. Una extraña combinación que sin embargo, parece definir mejor que cualquier otra cosa la prosa inolvidable de un autor insigne e indispensable en la literatura universal. Tan poderoso como Balzac, tan profundamente inquisitivo como Dumas, tan poderoso en su visión de lo cotidiano y lo profundamente humano como Stendhal, Dickens brindó a la literatura no sólo una renovada mirada sobre el género de la novela, sino de esa emoción cercana y turbia que brinda a sus historias una esencial belleza. Y es que Dickens no solo brindó una inestimable belleza a cada una de sus creaciones literarias - no en vano  David Copperfield  es considerada "la novela más novela de todas las novelas" - sino que además, logró el prodigioso logro de atraer la atención del mundo hacia el dolor real, el de la calle y la insoldable tristeza el corazón humano. No sólo mostró tragedias que hasta entonces eran invisibles - como la situación de niños en orfanatos sino la crueldad del siglo XIX, sino que además, creó una nueva manera de comprender a Inglaterra, por entonces imperio Incontestable. Porque Dickens, además de escritor, fue un duro y crítico observador de su época.

Dickens era un hombre complejo: de una curiosa sensibilidad, comprendió el mundo de Londres y sobre todo, las vicisitudes de una época de ruptura con mucha más claridad que otras grandes plumas de su época. Pero a diferencia de la gran mayoría de sus contemporáneos, el escritor se negó a sucumbir al recurso fácil del cínismo. Dickens era un soñador, un hombre integro y ufano que miraba el mundo con una enorme y casi ingenua esperanza. Tal vez por ese motivo, uno de sus libros más recordados y el que confirmó su fama mundial "Un cuento de Navidad" sea una oda al espíritu humano, una moraleja moral astutamente disfrazada como un cuento de niños. Con una maravillosa ternura, Dickens brindó un sentido emocional y profundamente espiritual a una fecha que parecía no sólo representa lo mejor y lo peor de un mundo desigual, sino también que define esa visión optimista del un siglo de progreso. No es casual, que un buen número de historiadores están convencidos que la publicación de la obra transformó por completo la manera como la Navidad se percibía en una Londres herida por la racionalidad y el positivismo. Para el año 1843, la cultura inglesa se había vuelto árida y descreída y la narración de Dickens, tan humana como esencial, creó toda una dimensión sobre la ternura y el poder del espíritu  del hombre.  "No sé si la idea de las navidades blancas convenció a Scrooge, pero desde luego nos convenció a nosotros", escribió Chesterton en una cita rescatada por la BBC para un reportaje titulado: Seis cosas que Dickens dio al mundo moderno.

Además, Dickens era un hombre inocente. Creía en los fantasmas con fervorosa y casi infantil devoción. Quizás como parte de una larga tradición inglesa que rendía tributo a lo sobrenatural, Dickens parecía profundamente interesado por el aspecto inexplicable del mundo. Una curiosa aficción para un hombre que describió con crudeza el dolor de las calles de Londres y la angustia existencial de una sociedad decante y profundamente clasista. Aún así, Dickens conservó la inocencia y más de una vez, insistió en que esa necesidad de ver el mundo con sencillez - nunca con simplicidad - fue lo que le permitió sobrevivir al sufrimiento de una realidad agónica.

Tal vez por ese motivo, los fantasmas de Dickens son en realidad reflejos de esa idea básica y profundamente existencialista sobre la huella del hombre sobre la tierra, a pesar incluso de la muerte. "Siempre he observado que se requiere una fuerte dosis de coraje, incluso entre las personas de mayor inteligencia y cultura, cuando de lo que se trata es de compartir las propias experiencias psicológicas, especialmente si éstas adoptan un cariz extraño". Así arranca su relato Juicio por asesinato, recogido en el volumen Para leer al anochecer, uno de los tantas historias de la pluma del escritor que usaba lo sobrenatural como recurso y también como escudo de su propia mirada al temor. Y es que los aparecidos de Dickens siempre tienen algo moral y significativo que expresar, como cuitas del presente o premoniciones inquietantes, en una evidente necesidad por dejar abierta la aspiración del hombre y la verdad como una legado de la memoria. Los fantasmas de Dickens, como sus detalladas descripciones sobre el sufrimiento, la pobreza, la soledad y el abandono, encarnan historias de redención, que avisan lo que ocurrirá o incluso, son parte significativa de esa noción de verdad y justicia en el que escritor insiste en su obra.


Y es que por ese motivo, el talento extraordinario de Dickens no puede separarse de su vida, su entorno, el contexto, su mirada y sobre todo, esa Londres indiferente, maravillosa, moderna y pero aún, así árida, que tanto amó y observo con ojo crítico. Es imposible comprender a Dickens, sin las calles tormentosas de una ciudad que se contempla así misma como centro de la modernidad. Para comprender su obra y su trascendencia, Dickens debe ser observado - analizado  en el contexto de su época y de la cultura que le educó y le formó.


Porque Londres y Dickens forman una única idea literaria. De hecho,  Ackroyd escritor y biografo del autor, sostiene que  “Londres influyó tanto a Dickens que se puede decir que su genio dependió del entorno londinense, fue un gran visionario que vio en las calles de Londres un universo entero, de alegría, de sufrimiento. Los dos estaban profundamente conectados y entre los dos crearon el más maravilloso retrato de la humanidad en el siglo XIX”. Una parte esencial de la obra de Dickens no sólo se limita a mirar a Londres, sino que la transforma en un personaje, la recrea con un espíritu propio que sin duda la hace una parte esencial de la historia y la visión que asume como parte de sus historias. Quizás, con su inquebrantable optimismo, Dickens no pudo  mostrar a la Londres real a plenitud. Quizás escondió sus pequeños defectos, sus tristes trozos de mezquindad y angustia. Pero aún así, la Londres que surgió de la pluma de Dickens no sólo resulta una criatura extraordinaria e inolvidable, sino ese fantasma inevitable que habita en cada obra del autor. La lección que se aprende, la mirada que se asume como real y hermosa.

Más allá de su magnifico legado literario, Dickens logró conjugar en un mismo espacio de letras y páginas, dos visiones yuxtapuestas de una misma idea metafórica: Londres como un personaje, la época Victoriana como telón de fondo y la necesidad de reivindicación como aspiración elemental de todo espíritu ilustrado. Y en medio de esa inexplicable mezcla, el fantasma del sufrimiento, de los horrores que ocurren en la periferia. Como deja muy claro Steven Pinker en su ensayo "The better angels of our nature": Oliver Twist y Nicholas Nickleby abrieron los ojos de la sociedad sobre los malos tratos a los niños en los albergues y orfanatos”. Hasta entonces la pobreza era parte de la Londres desconocida, del rostro oculto de una sociedad que se mira así misma con un refinamiento engañoso e hipocrita. A través de la Pluma de Dickens, la ciudad se redescubre, la belleza se transforma en algo más elemental y sustancioso y lo trascendente, en una huella perdurable de pura interpretación moral.

Y es que Dickens, más allá de su fama, de su compromiso con la verdad y la razón, fue un hombre de su época. Vivió y escribió en una ciudad que se consideraba la Capital del Mundo. Y por si eso no fuera suficiente, fue testigo de las transformaciones de un siglo que cambió la historia y construyó el presente: Para 1851, la población urbana se convirtió en Mayoritaria en el Reino Unido. Londres y de hecho, Inglaterra resurgió de su historia para convertirse en algo más fecundo, pero también destructor. La prosperidad - y la promesa de obtenerla - transformaron para siempre el rostro de la ciudad: con los cientos de desposeidos que viajaban de todas las regiones del país  para vivir en condiciones muchas veces de una pobreza atroz. Justo en el epicentro de toda esa recreación y destrucción, de esa poderosa nueva mirada al futuro, Dickens se asombró y se horrorizó por lo que contaba la nueva visión del mundo, por el sufrimiento insoportable y las promesas enormes de milagros y portentos. Una Londres industrializada que extendió su influencia a toda Europa y creó a toda una nueva generación de escritores y visionarios. Los niños perdidos de una época de milagros desconcertante.

Es esa la ciudad de las Grandes Esperanzas, de las heridas y los recuerdos rotos, de la miseria infantil de  Oliver Twist y David Copperfield,, un paisaje intermimable de belleza redentora y también, de perfiles pérfidos. Una mirada a la concepción de la esperanza y sobre todo, a la creación de un mañana a partir de la aspiración a la bondad. Como escribe Ackroyd: “En su obra lo real y lo irreal, lo material y lo espiritual, lo concreto y lo fantástico, lo mundano y lo trascendente conviven en precario equilibrio, solo resuelto por el vigor de la palabra creada. En eso consiste la magia de Charles Dickens”.

¿Quieres leer las Obras completas de Charles Dickens? déjame tu dirección de correo electrónico en los comentarios y te las envío.

3 comentarios:

Unknown dijo...

Gran iniciativa, Aglaia. Me encantaría tener las obras de Dickens. Mi correo electrónico es amtp1094@gmail.com
¡Feliz día!

Unknown dijo...

Un saludo al Aglaworld! Y a su soberana esotérica. Acá dejo mi dirección de correo electrónico: luisgprato@gmail.com. Gracias!

Vilmary dijo...

misojosbellos62@gmail.com

Publicar un comentario