sábado, 31 de octubre de 2015

El lenguaje de las estrellas y otras historias de brujería.





Se dice que cada noche del 31 de Octubre, la frontera entre el mundo de lo invisible se hace tan tenue que puedes cruzarla con facilidad. Que por un instante, los vivos y los muertos pueden alcanzarse entre sí, mirarse entre el velo de...

- ¿Que velo es ese? - interrumpió prima M., con cierta urgencia. Suspiré fastidiada. Mi abuela sonrío con su habitual paciencia.
- Es una manera de llamar a una frontera imaginaria entre nuestra vida y lo que imaginamos que hay después - le explicó. Mi prima abrió muchos los ojos.
- ¿Como una puerta al más allá?

Puse los ojos en blanco. Mi prima, sentada a mi lado, me dió una palmada en el hombro.

- Oye es una pregunta de verdad.
- Es una pregunta cursi.
- ¿Y a ti que te pasa? - se quejó prima escandalizada - ¿No crees que hay algo más allá de la muerte?

Lo dijo como solía decir las cosas: con cierto tono teatral que a mi me provocaba un inmenso fastidio. De estar a solas, seguramente me habría burlado de ella o ella me habría dado uno de sus empujones impacientes. Pero sentadas a los pies de mi abuela teníamos pocas opciones,  por lo que nos limitados a lanzarnos miradas asesinas una a la otra. Abuela sonrió con disimulo, como si le divirtiera la escena pero no se atreviera a admitirlo.

- Abuela ¿Sigues leyendo? - pregunto prima con su habitual altivez. Con disimulo, hice una mueca como que vomitaba. Mi abuela carraspeó la garganta.
- Vamos, ya casi acaba la historia.

Mirarse entre el velo de la muerte y responder sus mutuas preguntas. Danzar, bajo la luz de la Luna juntos y de pronto, olvidar que están separados por océanos de tiempo y de distancia de estrellas. Que por una única noche, son de nuevo una familia. Parte de nuestra historia, de ese hilo de conocimientos que creamos y sujetamos, ayer y ahora, antes y después. 

Prima suspiró, maravillada por la historia, como si jamás hubiese escuchado algo más bonito y significado.  Boba, pensé con cierta irritación, convencida que sólo fingía  y de nuevo, sentí la habitual mezcla de celos y cariño que me provocaba. Con quince años, prima era todo lo que yo no era: alta, hermosa, con un cuerpo muy femenino y un precioso rostro todo hoyuelos. En comparación, me veía como una niña pequeña, de rodillas muy huesudas y piel pálida y pecosa. Además, prima era ya casi una bruja consagrada. La Noche de los Ancestros, recibiría la daga que reconocería su esfuerzo de años por aprender brujería. Pensé en lo poco que yo sabía sobre el Arte, esa vieja herencia familiar que apenas comenzaba a recorrer leyendo libros de las Sombras y aprendiendo de a poco nombres de plantas, escritores y viejos rituales. Seguro que prima sabía mucho más que yo. Me revolví incómoda.

- ¿Qué significa eso? - pregunté sin poder contenerme - ¿Cómo es eso que vamos a bailar con los muertos?
- Pero esta niña que no sabe nada - se quejó prima moviendo las manos en un gesto impetuoso - ¿No sabes nunca de que te hablan?
- Oh claro, porque tu sí - me burlé - tu siempre...
- Basta.

Mi abuela rara vez se enfurecía. De hecho, cuando lo hacia no lo notabas hasta que recuperaba su buen humor. Pero en esa ocasión, era evidente que no sólo estaba realmente irritada sino que nuestra discusión en voz alta era más de lo que su paciencia podía soportar.  Nos callamos de inmediato. Abuela suspiró y cerró el libro de las Sombras que tenía entre las manos.

- ¿Qué ocurre contigo Agla? ¿Te molesta celebrar la fiesta de los Ancestros? - preguntó.

Suspiré, sin saber bien que contestar. No era sencillo explicarle a mi abuela - la sabia, la bruja - como me hacía sentir lo poquísimo que conocía sobre la tradición de Brujería, ese arte que en la familia se tomaba como parte de nuestra historia y cosa de todos los días. No era sólo era que jamás había escuchado sobre el tema hasta que había ido a vivir a su casa - menos de seis meses antes - sino que además, había hecho muy pocos progresos en eso de convertirme en bruja. O lo que suponía yo ocurriría cuando me convirtiera en una. El hecho era que constantemente me sentía fuera de lugar, escuchando y tratando de aprender todo tipo de conocimientos nuevos que todavía no estaba muy segura donde podían encajar. En más de una ocasión, me encontré preguntándome si alguna vez podría aprender todo lo que necesitaba o quería. O siempre me quedaría a la mitad del camino, a punto de entender pero sin lograrlo nunca.

- Es que no sé en que consiste la Fiesta - dije. Y era verdad, pero no toda la verdad de lo que me molestaba desde luego - No sé que haré o que no. Nunca sé nada.

Dejé deslizar la frase como por casualidad. Mi abuela parpadeó. Prima soltó una de sus risotadas petulantes.

- Porque eres una niña loca que...
- Vamos, sin discutir - terció mi abuela. Se levantó de la silla - Seguimos el cuento después.

Mi prima se quejó aunque no tanto como para que pareciera sincero y después se ofreció a llevar el Libro de las Sombras a la biblioteca, seguramente para ojearlo a solas, pensé con rencor. Mi abuela se quedó de pie en la cocina, con la cabeza ladeada y contemplándome en silencio.

- Será tu primera Fiesta de los Ancestros - dijo entonces en voz baja. Asentí - ¿Te gusta la idea?

La verdad es que no me gustaba. O mejor dicho, no sabía si lo hacia o no, porque de hecho, la idea que tenía sobre la celebración era una confusa combinación de imágenes de televisión y algunas cosas que había leído en libros y cuentos. En realidad, mi idea sobre la noche del 31 de Octubre, era una combinación melodramática de imágenes fuego y cantos siniestros y mujeres de piel verde y sombrero picudo. Pero me pareció que no era del todo adecuado decirle eso a mi abuela, así que me encogí de hombros.

- No sé que pasará - contesté - no sé si...

No sabía si podría entenderla, si la disfrutaría o incluso, si había algo que pudiera disfrutar en todo aquello. Por supuesto, me había asombrado el entusiasmo que llenaba la casa por la venidera celebración: de pronto, todos parecían tener algo que hacer para colaborar con lo que llamaban "la gran noche". Mi abuelo y mis tios se dedicaron a limpiar, pintar y reparar los cientos de pequeños destrozos que una casa tan vieja como la nuestra solía tener, mientras que mis numerosas tias y primas, se ocupaban del jardín, de ordenar muebles y objetos, de sacar brillo a la madera, de cambiar cortinas y alfombras. Toda la casa rebosaba de vitalidad pero también, de una extraña expectativa que me sorprendía por su intensidad.

Porque había algo más que lo aparente en la celebración claro. Una atmósfera de profunda felicidad llenaba a todos, como si se tratara de una fecha donde se celebraba algo tan significativo como poderoso. En varios momentos durante la semana, me había quedado impresionada por esa certeza que la Fiesta de los Ancestros era algo más que velas, color naranja y buena comida. Que había algo  especialmente importante en todo aquello, una pieza que unía cada cosa que era importante en nuestra tradición en una única idea. Pero claro está, yo no sabía que podía ser y esa sensación de encontrarme un poco a la deriva, terminó por disgustarme y enfurecerme.

- ¿No sabes qué?
- Abuela, no sé que celebramos, por qué lo hacemos o por qué...  - tragué saliva - no soy bruja todavía, quizás es por eso.

Abuela se quedó en silencio, con la cabeza medio ladeada. Me gustaba esa costumbre suya: la de mirar a todos con enorme atención, como si por un momento, cualquier cosa que dijéramos, fuera lo más importante del mundo. Cuando me miraba de esa forma, sentía que estaba bien dudar, tener miedo, hacer preguntas. Que de hecho podía hacer lo que quisiera, que mi abuela me permitiría explicarle mis razones y trataría de comprenderlas.

- Eres una bruja, naciste en una familia de brujas - respondió.

Suspiré, un poco desánimada. Sí, ella me había dicho eso otras veces. Y me gustaba escucharlo, sobre todo, después de vivir en su casa y entusiasmarme con toda la idea de lo que la brujería podía ser. Pero la verdad, sólo era una niñita curiosa e inquieta, siempre preocupada y poco fuera de lugar en esa casa tan grande y llena de gente. Pero ¿Como se explican esas cosas?

- Abuela, Pero...¡No sé nada! - dije por fin y sentí que la verguenza me subía a las orejas como una ráfaga caliente - no sé que es el velo de los muertos ni por qué celebramos algo así, o por qué tenemos que vestir de blanco para la Fiesta. O por qué...hay que hacer todo esto. Es como si cayera en la oscuridad porque no puedo ver.

Ah, eso sonó cursi como las cosas que decía prima M., me dije intentando contener las lágrimas. Pero esa justamente eso lo que sentía. Era una extraña en una familia muy grande, una pieza fuera de lugar en un paisaje amplísimo de rostros, costumbres e historia de la que no conocía ni la mitad.

- ¿Y eso es importante? - dijo mi abuela. La miré con los ojos muy abiertos. ¿Se estaba burlando de mi? Pero ella me miraba muy seria y claro está, esperando respuesta.
- ¡Claro que lo es! - dije - es importante porque...bueno...Quiero saberlo. Quiero aprenderlo todo.

Abuela asintió y caminó hacia el mesón de la cocina. Con gestos lentos, comenzó a tomar varios de los tarritos de cristal que había en la repisa sobre la cocina de hornillas. No era un gesto distraído ni tampoco algo que hiciera porque no supiera que decirme. Sabía aunque nadie me lo dijera, que abuela quería hacer algo con esos movimientos. Que me explicaba algo. Intenté poner atención.

- En realidad, eso es lo importante. No lo que sabes, sino lo que quieres aprender - dijo entonces. Puso cinco tarros idénticos sobre el mesón y los colocó juntos, uno junto al otro. El cristal de colores brillaba bajo el sol - para una bruja, lo esencial es el camino del aprendizaje. Eso es lo que realmente enseña.

Me acerqué al mesón para mirar mejor lo que hacía. Abrió uno de los frascos. Un penetrante olor a canela lo llenó todo. Cuando sacudió el frasquito, un rama firme de la especia cayó sobre el mármol de la mesa.

- La celebración del día de los Ancestros es más que una fecha, es una idea - comenzó. Abrió el otro frasquito. El aroma dulcísimo de la albahaca me rodeó y me hizo rascarme la nariz. Abuela sonrío - Es una forma de apreciar tu historia, lo que eres, lo que serás. Es un ciclo que se cierra, otro que se abre. Y una expectativa que te permite avanzar.

Abrió el otro frasco y se echó en la mano granitos de mostaza. Con un gesto delicado, hizo un circulo con ellos en el mesón. Después agregó la canela y la albahaca. Miré todo, desconcertada y maravillada. No sabía que hacia - o por qué - pero tuve la clarísima sensación que era algo hermoso, un símbolo de las cosas de las que me hablaba. Una forma de aprender esa tradición tan vieja que en ocasiones me sorprendía, como un recordatorio del poder de los pensamientos y las creencias.

- La Fiesta de los Ancestros es una reminiscencia de cientos de fiestas semejantes Europeas - siguió. Tomó el siguiente frasco. Puso unas hojitas de Laurel en el círculo - Se celebraba el final del ciclo de cosecha, el renacimiento, el anuncio de tiempos nuevos. En muchos Hogares, se encendían velas y fuegos aromáticos para recordar a los espíritus de quienes se fueron y también, para permitirles regresar en los recuerdos. Bajo la Luna, bajo el cielo lleno de estrellas. Y bailas, porque los recuerdos tienen significado. Levantas los brazos para invocar para recordar que antes y después de ti, hubo y habrá mujeres y hombres que recordarán que el mundo no es tan simple, que hay poder en cada uno de nuestros actos. Que hay belleza en todo lo que recordamos y sentimos como propio. Que somos parte de lo que soñamos, esperamos y anhelamos. Que el pasado, el presente y todo lo que nos espera es parte de un tiempo único, de un lenguaje trascendental, de un sueño que se conecta con todo.


Abrió el último tarrito. Eran pequeños palitos de madera, adornados con tanto cuidado que sólo cuando los miré de cerca, descubrir que alguien había tallado cientos de estrellas entrelazadas en ellos. Lo miré con los ojos muy abiertos y sorprendidos, asombrada de lo bello de su aspecto y también, de esa sensación de puro asombro que me solían llenar esos pequeños descubrimientos. Abuela tomó cinco palitos y los colocó sobre las especias y con cuidado, los movió hasta crear una forma reconocible. Luego, sonrío y me hizo una seña para que me acercara a donde se encontraba.

- Una estrella de cinco puntas - me asombré. Abuela sonrío también.

La estrella, con sus palitos tallados de estrellas y sus especias, tenía un aspecto primitivo, como si no perteneciera a esa cocina tranquila llena de olores apacibles, a esa casa grande y cómoda, a esa ciudad moderna y enorme más afuera. Era un símbolo antiguo, perpetuo, preciado, que pareció flotar en el silencio de es tarde de Octubre. Ingrávido, espléndido, lleno de significados que sólo podía adivinar. Porque reconocía la estrella - en casa estaba grabada en todas partes, como decoración y también, como parte de ese hilo de historia que compartíamos - sino que además, la sentía como mía. Nadie me lo tenía que enseñar ni que mostrar. La humilde estrella, era algo más importante que un símbolo para mirar. Era una herencia que contar. Un sueño que comprender.

 Y esa noche, cuando bailé entre mi abuela, tias y prima, vestida de blanco, con el cabello trenzado por primera vez, pensé que no era tan importante que supiera los pasos del baile o como levantar los brazos, las palabras como debía invocar o incluso, que debía ser durante la gran celebración. Que había un conocimiento antiquísimo, importante y definitivo, vibrando en mi interior. Dandome forma y sentido, sosteniéndome con fuerza. Una sabiduría vieja y trascendental. Una forma de mirarme y mirar el mundo.

Un nombre por el cual llamarme y un aventura que recorrer.

Llamarme bruja, por mi deseo de aprender. Comprender el Antiguo arte, como parte de mi vida.

Y sigo bailando, como la mujer que me convertí y la bruja que soy, para celebrar a los vivos y a los muertos, la memoria que trasciende, el arte que nos une.

 El tiempo bajo las estrellas que empieza y termina en mi.

viernes, 30 de octubre de 2015

Proyecto "Un género cada mes" Octubre - Cuentos "Cuentos Completos" de Gabriel García Marquez.




En 1991 Gabriel Garcia Marquez declaraba en una entrevista a Radio Caracol "Soy un periodista, fundamentalmente”. Lo hacía, con una toda noción de su lugar histórico y literario en la cultura mundial, pero también para dejar bien claro, que lo suyo era contar historias. Reales o ficticias, Gabriel Garcia Marquez tiene la capacidad para construir mundos en perfecta sincronía con la realidad, para demostrar esa necesidad suya de componer la realidad en escenas de profundo significado. Tal vez por ese motivo, a medida que avanzaba la entrevista, Garcia Marquez se extendió aún en esa idea de contar para crear o lo que es lo mismo, crear a través de la anécdota.  Para  el viejo patriarca de las letras latinoamericanas, la narración fue algo más que un género: lo transformó en un instinto intelectual que consideraba imprescindible para todo escritor: el saber mirar a través de las palabras.  "No se trata de qué cuentas, sino como lo cuentas" dijo para concluir la entrevista, resumiendo casi cincuenta años de narrar historias en una única frase. Porque Garcia Marquez, el escritor que creó un pueblo imaginario donde el continente entero parece habitar entre metáforas y símbolos, fue ante todo, un periodista. Uno muy bueno, además, que por décadas se obsesionó con el continente adolescente donde nació y que contó sus historias en cientos de maneras distintas y originales hasta crear un fresco realista sobre una historia muy joven. No obstante, la mayoría de los lectores e incluso el mundo literario que tanto celebra su obra suele olvidarlo: Una salvedad que descontextualiza no sólo el valor de la capacidad de Garcia Marquez para comprender Latinoamerica sino ese trayecto desde la realidad evidente hacia algo más sutil, que trayecto que recorrió con enorme habilidad y sensibilidad hasta crear un género único. O quizás, una mirada renovada sobre la idea de la realidad como hecho concreto y la mirada de quien la cuenta, como espejo en que puede reflejarse.

Por supuesto, se trata de algo más que comprender el poder evocador de la escritura. Garcia Marquez demostró a través de sus relatos que la literatura tiene el poder de reconstruir la historia a través de símbolos y metáforas, tan poderosos que atraviesan la hoja para transformarse en anécdota. Tal vez por eso,  Gabriel Garcia Marquez insistió en que ser periodista le enseñó a crear mundos. Que imaginar historias desde la realidad y crearlas a partir de lo que consideraba verídico, le mostró un matiz desconocido sobre ese hábito tan latinoamericano de narrar sus propias vivencias. De convertirlas en mitología y creencias. Como la suya: solía contar a quien quisiera escucharle, que su nombre no iba a ser Gabriel, sino Olegario. Que cuando nació, acababan de sonar las campanas dominicales de la primera misa del día, cuando su tía Francisca gritó a todo pulmón: "Es un varón y viene bendecido". Lo "bendito" era el cordón umbilical atado al cuello, como las fábulas de pesadillas que todas las madres de la serranía suelen temer y que es quizás, esa sentencia de muerte segura para los recién nacidos en todas las historias tristes de los pueblos de provincia. Pero el futuro escritor sobrevivió y fue bautizado con el nombre del Santo Patrono de Arataca. Para la posteridad, para la leyenda, para su mito personal. Como si el Macondo de las páginas del libro que escribiría en el futuro, hubiese comenzado a concebirse en esa historia personal tan diminuta como emocionante, tan simple como conmovedora. Gabriel, que nació con las campanadas de la tarde y que sobrevivió a su propia historia.



Eso, a pesar que Gabriel Garcia Marquez intentó siempre quedarse al margen del mito, atravesar de puntillas la ciénaga de la fama. Pero no lo logró, no al menos de la manera como lo creía: el escritor estuvo comprometido y de manera muy evidente con la política de su tiempo y con figuras poderosas que le consideraban su mentor y amigo. ¿Fue esa la manera en que el escritor comprendió los laberintos de la historia? ¿Fue así como transitó por ese delicado vinculo entre lo real y lo imaginario, la crónica y la ficción, lo que se cuenta y lo que la imaginación crea? Para Gabriel Garcia Marquez, el tiempo y sus vicisitudes parecían parte de una idea recurrente sobre la realidad, lo que buscamos, lo que construímos lo que aspiramos. Y lo dejó plasmado en sus cuentos, en esa cortísimas visiones del continente que tanto amó y sobre todo, intentó comprender a través de la escritura.


Y  fue en sus cuentos, donde Garcia Marquez encontró la manera de elaborar una idea que pudiera conjugar tanto su visión como periodista como la del escritor de ficción. Frases como “Aprendí a escribir cuentos escribiendo crónicas y reportajes” o “El periodismo me ayudó a escribir” dejan claro que para el escritor, la literatura fantástica tenía mucho de contemplación de la realidad y la realidad, mucho del sueño fantástico que parecía brindar a lo cotidiano un nuevo lustre. Tal vez por ese motivo, Gabriel Garcia Marquez jamás renunció al periodismo, con independencia de su éxito como novelista o incluso, cuando se convirtió en un autor insigne de la Literatura americana. Y es la misma razón por la cual, no dejó de escribir cuentos, a pesar del éxito de sus novelas y su evidente pasión por escribirlas. Encontró en ambas vertientes de la realidad, una forma de comprender su trayecto literario y también, su identidad como escritor.

Porque quizás, para Garcia Marquez no había verdadera diferencia entre narrar la realidad y contar lo imaginario. Mientras escribía para el Espectador de Bogotá ( y elaboraba forma a lo que sería su crónica más reconocida: "Relato de un naufrago" ) escribía en paralelo "El Coronel no tiene quien le escriba".  Entre ambas obras, el paralelismo es inmediato y también profundamente significativo. Una y otra, parecen completarse y más allá de eso, crear un híbrido coherente donde lo cotidiano se fusiona con lo irreal para construir un nueva forma de hablar sobre la historia que se cuenta. Por ese motivo, los artículos que componen el volumen de "Textos Costeños" y que recopilan la obra periodistica de Gabriel Garcia Marquez desde el año 1948 hasta 1958 no sólo es un recorrido por la evolución de un periodista con enorme talento narrativo sino la de un escritor en ciernes que aprendió desde la realidad el valor de la ficción. No se trata de una mirada a los trabajos más antiguos de quien después sería un escritor de enorme influencia en la literatura de nuestro continente, sino la comprensión de sus orígenes, de la raíz misma que le permitió elaborar toda una nueva propuesta sobre el poder de la palabra.


Nada es casual en los cuentos de Gabriel Garcia Marquez. Como si construyera una sincronía meticulosa entre lo que cuenta y lo que sugiere, hay una cierta coherencia entre ese universo de pequeñas situaciones y escenas, que parecen sostener - ser la raíz esencial - de algo mucho más profundo y consistente, esa  Tierra Misteriosa y amplia poblado de seres maravillosos que le obsequiaría la gloria literaria. Pero ahora, en esta colección de cuentos, Garcia Marquez sólo cuenta las historias desde su perspectiva, las desmenuza con delicadeza, las recorre con esa mirada contemplativa que parece resumir lo bueno y lo malo, lo bello y lo feo en una sola idea sobre lo que se mira, lo que resulta asombroso y profundo. Lo que asume parte de esa realidad alternativa que construye con tanto cuidado como habilidad. Contemporáneos entre sí, la sucesión de cuentos parecen convertirse en un terreno fértil donde el escritor encuentra no sólo los elementos que más adelante integrarán su obra, sino que crean un mosaico tempranero sobre su personalidad como narrador. Y es que pareciera que entre la sucesión de historia que encuentra en su recorrido por las Costas Colombianas, Gabriel Garcia Marquez se reencuentra consigo mismo, se sostiene sobre la idea esencial que después, brindaría sentido y fortaleza a su obra: El poder de crear belleza incluso desde lo aparentemente corriente. Lo inverosímil que nace de lo común.

¿Quieres leer los cuentos de Gabriel Garcia Marquez en versión PDF? déjame tu mensaje en los comentarios y te lo envío. O descargarlos de manera directa en el FanPage de mi blog --> https://www.facebook.com/TheAglaworld

jueves, 29 de octubre de 2015

Del Macho Alpha a la cultura de la seducción: el nuevo rostro de la misoginía.





Hace un par de años, la periodista Katie J.M Baker, tocó un tema polémico que hasta entonces, había pasado desapercibido: los hombres que odiaban a las mujeres. No hablamos, por supuesto, de los hombres que golpean, los abusadores natos, los criminales y violadores, sino de un tipo de rencor hacia lo femenino mucho más profundo, desconcertante pero sobre todo sutil. La periodista dedico unos cuantos meses de investigación a los llamados pick up artists
(conocidos comercialmente como PUA), empresas del mundo virtual que prometen a hombres solitarios y abrumados por su incapacidad para congeniar con el sexo femenino, la posibilidad de encontrar pareja. No obstante, lo que descubrió fue no sólo una visión sobre un tipo de machismo inquietante, sino una percepción sobre lo femenino a medio camino entre la imagen de la mujer fatal y la provocadora. Una imagen cultural que acentúa esa noción de la desconfianza hacia la mujer sino también, la percepción del hombre como victima del estereotipo femenino.



La periodista escribió un extenso artículo sobre el tema en Jezebel (jezebel.com) donde analiza la subcultura de los miembros de la comunidad de anti-pick up, comunidad se dedican a denunciar las páginas de citas, tan en boga durante hace más de una década, que según sus propias palabras, "les han estafado económica pero también moralmente". Pero no se trata sólo de las plataformas web, sino además descubrió la extraña subcultura de los llamados "Gurus de la Citas", un estructurado sistema que insiste puede "ayudar" a cualquier hombre a interacturar de manera exitosa - no sólo en lo social, por supuesto - con una mujer. Claro está, la idea de los hombres tratando de encontrar un método de seducción infalible no es nada nuevo, pero los llamado PUA, llevan la idea a otro nivel, con una estructura de normas altamente estructuradas basadas en la psicología, que según prometen los miembros de PUA brindará a cualquier hombre un triunfo sexual inesperado. Según el planteamiento de PUA la interacción entre hombres y mujeres puede resumirse a reglas básicas, primitivas y sobre todo, de manipulación que permiten al hombre no sólo conquistar a la mujer sino garantizar algo muy parecido a su sumisión.


Y es que la cultura PUA explora la imagen de la mujer como objeto sexual, utilizando esa visión simplificada y primitiva del hombre que asume a la mujer únicamente como una presa sexual. No solo construye una imagen de un tipo de mujer manipulable sino la del hombre que puede utilizar la "debilidad" y emocionalidad de la mujer como parte del juego erótico. Una idea que no sólo asombra por su misoginía sino la implicación del planteamiento. ¿Los miembros de la cultura PUA son sólo un fenómeno de mercado o algo más inquietante? ¿Reflejan la interpretación cultural del hombre de una manera distorsionada o se trata de un visión concreta sobre la opinión masculina sobre la mujer?. De hecho, gran parte de quienes se enfrentan a la cultura Pick Up, no lo hacen en rechazo a las ideas que proponen sino debido a que el socorrido método no les permitió obtener los resultados que esperaban. Así que, cuando los usuarios se quejan de no sólo haber perdido un puñado de dolares sino también, parte de su autoestima, el inmediato cuestionamiento que se plantea es ¿qué consideran los usuarios como una estafa moral? ¿Que van a buscar estos hombres incapaces de relacionarse en el mundo real con una mujer, a un plano virtual que resume la experiencia en un par de click y una imagen abstracta sobre lo que una experiencia emocional puede ser? El asunto resulta incluso mucho más perturbador, si se reflexiona sobre él desde el punto de vista de las intenciones y necesidades del usuario promedio. No obstante, lo más grave sobre el tema, no es la percepción tramposa de los sites que de hecho, utilizan la desesperación del usuario promedio que les visita de manera rentable, sino la idea que sugieren sobre la mujer, el hombre, la sexualidad e incluso la abstracta concepción de la pareja y el amor romántico. Porque la mayoría de estos sites y por supuesto, quienes acuden a ellas como último recurso para lograr algún tipo de relación emocional o física, no lo hacen bajo la idea consciente de encontrar una mujer real. Según Baker, la mayoría de los usuarios intentan encontrar una satisfacción inmediata, despersonalizada y por completo, accesible. La autora de hecho sugiere que el origen del planteamiento nace sobre la idea de la mujer objeto. La mujer convertida en una criatura sexual, símbolo de la satisfacción masculina. Una idea comercializada y estandarizada sobre el sexo crudo, sobre la percepción del hombre y sus necesidades elementales.

La gran mayoría de los miembros de PUA, de hecho, insisten en que si hay un método concreto de seducción, un proceso mediante el cual cualquier hombre puede seducir a una mujer. En el libro "Penetrating the Secret Society of Pickup Artists" aprendices a seductor, firmada del Neil Strauss y considerada como "la biblia" de la seducción moderna por los fieles creyentes del método PUA, deja bien claro que cualquier interacción entre hombres y mujeres es un "juego" no sólo por el aspecto lúdico o el intercambio intelectual que pudiera existir - y que según el libro, no tiene la mayor importancia - sino el menosprecio hacia la figura de la mujer. Según reconoce el propio Strauss, un prerrequisito de este elaboradísimo juego de seducción que tiene como único objetivo el sexo - no una relación, una comprensión emocional mutua, sino el acceso sexual a la mujer -  es menospreciar al sexo opuesto.

Pero aún más grave, es ese menosprecio sutil, disfrazado de galanteo lo que parece ser el centro de la esta nueva visión de las relaciones hombre y mujer. En el libro de Strauss, pueden leerse frases como "Su objetivo: demostrarte que no eres nadie y que lo que ella tiene vale más que tú. Bajarte la moral. Tu objetivo: demostrarle que eres mejor que lo que ella tiene. Bajarle la moral" o "Si te resiste, admira su resistencia: tú limítate a ser el peor de los cabrones. Si pese a ello no cae, alégrate: tal vez existan mujeres diferentes en el mundo". Los planteamientos se repiten una y otra vez: aquí lo esencial es dejar claro que la mujer es una criatura carente de voluntad y raciocinio y que reacciona de manera inmediata a una serie de estímulos planteados para atacar su autoestima e identidad. Aún más: la PUA insiste en que toda mujer tiene como único objetivo ser el objeto del deseo de un hombre. Cualquier otra cosa es accesorio.

Por supuesto, una idea semejante crea de inmediato una rama extrema. Pero en el caso de los anti pick up artist, la principal motivación no es oponerse a la visión que propone el llamado "juego de seducción" sino, a la idea que no siempre tiene el resultado prometido. Pero es que además, los miembros de este grupo no sólo culpan a la PUA por su poco éxito romántico, sino también a las mujeres. Para los reaccionarios a la idea PUA, lo inadmisible no es la visión sobre la mujer que propone el supuesto método, sino el hecho puede ser inefectivo. Los anti pick-up, son abiertamente misóginos y asumen que las mujeres - en general, sin ningún tipo de comprensión sobre la complejidad e individualidad del género - son culpables de sus rencores e insatisfacciones. Se trata de una compleja red de reflexiones primitivas y además, basadas en la cultura de la mujer objeto, que parece no sólo mostrar un rostro inquietante sobre la percepción masculina sobre la mujer sino incluso algo más turbio: esa insistencia cultural de la mujer como accesorio, como parte de una idea masculina en la que sólo calza a medias y siempre para satisfacción del hombre.


Hasta hace pocos meses, el sitio anti-PUA www.PuaHATE.com" se convirtió en el lugar favorito de los desencantados y resentidos por la PUA. Además, se convirtió en una diatriba cada vez más pertubadora sobre las diversas visiones masculinas sobre la mujer. El periodista Mike Wendiling investigó para su artículo "La extrema misogonia de los anti - Pick up (http://www.bbc.com/news/blogs-trending-27640474) en los foros de la web page y lo encontró fue una muestra escalofriante no sólo de odio hacia la mujer sino nuevas dimensiones de un tipo de misogonía preocupante y particulamente virulenta. Weddiling además, conversó con el periodista Patrick Keans que ha participado en varias oportunidades en PutHate.com y para quién la misoginía de los foros es una muestra del resentimiento masculino que produce una cultura que vanagloria al hombre y convierte a la mujer en deseable. "En uno de los foros, uno de los usuarios preguntaba ¿Las mujeres feas completamente inútil para la sociedad?" Otros sugirieron que las mujeres gordas se debe impedir que salir de la casa hasta que llegaron a un índice de masa corporal saludable" contó Keans para el artículo de la BBC " y así, cientos de tópicos directamente denigrantes y dedicados al menosprecio de la mujer que no es accesible sexualmente.


El 26 de marzo de 2014, Elliot Rodger de veintiún años asesinó a seis personas  (tres con un cuchillo, tres con una pistola) y luego se suicidó.  En un video publicado en su canal personal de YouTube, Elliot explicó que el motivo por el cual cometería el crimen fue el "el rechazo que durante toda su vida sufrió por parte de las mujeres". En el video, Elliot deja claro que se vio obligado a tomar la decisión debido "Durante los últimos ocho años de mi vida, desde que llegué a la pubertad, me he visto obligado a soportar una vida de soledad, rechazo y deseos insatisfechos. Todo porque las chicas nunca se han sentido atraídas por mi. Chicas que le dieron su afecto, sexo y amor, a otros hombres. Pero nunca a mí. Tengo 22 años de edad, y yo todavía soy virgen ".(http://www.vice.com/en_uk/read/elliot-rodgers-online-life-provides-a-glimpse-at-a-hateful-group-of-pick-up-artists )

Y es que para Elliot, el motivo de todo su dolor e incluso, la ira asesina que desencadenaria en un asesinato, se debe a las indiferencia femenina o mejor dicho, a su incapacidad de seducir a una mujer.  Elliot llama a sí mismo de manera "hombre perfecto", y declara que va a "castigar a todos ustedes [las mujeres]" para no reconocer que él es  "el caballero supremo." Además, en el video detalla con espeluznante exactitud todos los detalles de la masacre que cometería poco después. La mayoría de las afirmaciones de Elliot parecen provenir de su incapacidad para utilizar el método PUA o mejor dicho, en el hecho que jamás le resultó efectivo. Una y otras vez, Rodger insiste en que fue convertido en el "macho Beta", excluido por los alfa del ritual de apareamiento. Como activo participante del foro PUAHate.com, clausurado a raíz de la matanza, se encontraba convencido en todo lo contrario a lo que la cultura PUA sugiere un hombre debería ser. En esa perturbadora mezcla de dolor, resentimiento soledad que desencadenó en tragedia, Rodger demostró que la la misoginia que se ampara en el menosprecio de la mujer, puede ser mortal.

¿Es entonces Rodger una victima de una cultura que simplifica las relaciones entre hombres y mujeres hasta lo primitivo? en el caso de Elliot Rogdger y otros tantos como él parece serlo: la lógica del resentimiento crea las condiciones para una venganza abstracta, hacia la mujer como objeto inaccesible pero a la vez, digna de menosprecio. La culpa de la imagen de la mujer predadora, que es incapaz de brindar al hombre lo que necesita - y desde esa perspectiva inquietante, lo que le pertenece por derecho - y que merece sufrir un juego perverso donde el principal trofeo es inmediata y simple satisfacción sexual. La mujer que sólo existe en la medida que complace y más allá, en su capacidad para cautivar.

miércoles, 28 de octubre de 2015

El país a fragmentos: El paisaje desolado del gentilicio roto




Mi amiga K. sonríe junto a la cuna de su bebé recién nacido. Lo hace, con toda sinceridad, con esa alegría espontánea y supongo que irreprimible de toda madre reciente. No obstante, cuando comienza a explicarme las penurias que debe padecer para cuidar de su recién nacido en la Venezuela del 2015, la sonrisa se hace una mueca dura y lenta. La expresión contraída por una angustia que es incapaz de disimular. Su esposo Juan la escucha de pie junto a la puerta de la habitación con los brazos cruzados y la cabeza inclinada.

— Hace dos días, hice una cola de casi cuatro horas por un paquete de pañales y al final, no logré comprar — me explica en voz baja —. Cuatro horas bajo el sol, sin que nadie te dijera que pasaba o si realmente, tenía las posibilidades de comprar el bendito paquete. Para cuando pude entrar en el local, ya no quedaba nada. Menos mal que Juan logró encontrar un par de paqueticos en otro lugar y así vamos.

Le dedico una mirada rápida a Juan, que se encoge de hombros. Parece cansado, un poco ajado, un hombre viejo muy joven. Hace dos años, era un empleado público que defendía frente a quien quisiera escucharlo a la llamada Revolución Chavista. En más de una ocasión, nos enfrentamos a gritos por el tema, intercambiando argumentos, después opiniones y finalmente insultos. Recuerdo que en una ocasión Juan me aseguró que el chavismo “era una oportunidad histórica para Venezuela”. Cuando me mostré incrédula, sacudió la cabeza con enorme prepotencia. “Los años te enseñarán que Chavez sacó del foso a este país”, insistió, “y que tendrás que agradecerle el futuro”.
Pienso en esas palabras, mientras lo miro caminar alrededor de la habitación de su hijo, con las manos apretadas a la espalda, el rostro pálido de preocupación. Su esposa continúa desgranando el rosario de pesares a los que deben enfrentarse a diario en un país depauperado como el nuestro.

— Después está el tema de la leche. No puedo darle pecho por la cesárea. Entonces tenemos que buscar formula. Y no te la venden a menos que lleves la partida de nacimiento — me cuenta — entonces es otra cola. En donde se pueda. La otra vez nos levantamos a la cinco de la madrugada…
El bebé duerme plácidamente, ajeno a todos los desastres que su madre narra con voz monocorde. Lo miro, recordando el día en que celebramos el anuncio de su nacimiento. Juan tenía casi un año desempleado y recibió al pequeño grupo de amigos que quisimos acompañarle para celebrar con cierta incomodidad. Fue una ocasión tensa, inusual. Nadie levantó copas por el futuro recién nacido, tampoco hubo felicitaciones, risas o conversaciones ligeras. De lo que se habló esa noche fue de emigración.
— Tengo los pasajes comprados para la semana que viene — comentó R. tomando sorbos de la cerveza que sostenía en la mano con gesto distraído — pero sigo sin lograr vender el apartamento. Así que me voy con lo que tengo en la maleta y en efectivo. Ya veré que pasa.
Nadie respondió. Recuerdo haber sentido el leve vértigo de miedo que siempre me provocan esas conversaciones entre sobrevivientes, el pequeño intercambio de anécdotas rotas. Juan, evitó cuidadosamente mirarme, mientras un coro de murmullos de preocupación recorría la sala.
— Yo quiero irme. Pero ahora hasta para escapar de este país es un dolor — dijo entonces P., que todavía esa noche dudaba si debía emigrar (lo decidiría dos meses después, luego de un asalto a mano armada) —, no sé exactamente qué haré, pero creo que el plan es a final de años estar agarrando maletas.

Las conversaciones son como un eco, se superponen entre sí. A pesar de eso, las recuerdo con nitidez. Me producen el mismo miedo que el relato entrecortado de K., de la mirada abrumada de Juan, que la escucha con la mandíbula tensa y los puños apretados. Del grupo que celebró la noticia del bebé, sólo nosotros tres continuamos en Venezuela. El más reciente naufrago en partir, mi amigo A., lo hizo casi a ciegas, llevándose sus pocas pertenencias en dos maletas. Tengo una imagen suya en el aeropuerto, de pie y con los hombros encorvados. La mirada asustada. El llanto de su madre como un pequeño susurro intimo que me provoca vergüenza escuchar.

— Tú, ¿para cuando? — me dijo en el último abrazo; sacudí la cabeza, me tragué las lágrimas — Coño, no esperes que te maten o que el país no te permita irte. No te quedes como otro rehén.
No respondí. Me negué hacerlo incluso cuando me secó las lágrimas con los dedos — al final lloré, claro — y me miró abatido. Seguí con los labios apretados incluso cuando lo vi caminar por la cromointerferencia de color aditivo de Cruz Diez y desaparecer en el tumulto. Su madre se acercó y me rodeó los hombros con un brazo.
— ¿Y usted mija? ¿Para cuándo se me va? — No sé — siento el cansancio de mil pequeñas penurias, de mil miedos aplastándome —, quisiera decirle que voy a esperar… que… cualquier cosa. Pero la verdad es que no sé… que ya llegó el momento de…
¿El momento de qué? Pienso mientras Juan se pasa las manos por el cabello, la cara. Un gesto de desesperación tan viejo como inocente. Hace tres años, yo hice el mismo gesto cuando me dijo que el chavismo era necesario para la supervivencia del país. Para la historia, para comprender al venezolano. Y que él, orgulloso chavista, lo sabía.
— Hablamos de un sistema político que capitalizó el odio, el resentimiento, el rencor y lo usó como arma para un proyecto personal — le dije en esa oportunidad—. ¿Cómo puedes considerarlo viable? ¿Cómo puedes defenderlo?
— ¿Cómo puedes tú hablar de chavismo si eres una de las personas que lo provocaron? — me respondió, muy irritado — ¡Coño, eres una sifrina que lo único que sabes de un barrio es que lo has visto desde la ventana de tu casa!

Juan y yo nos conocimos en la Universidad. Unos adolescentes idealistas obsesionados con transformaciones sociales. Siempre me llamó “la sifrina” — como se le suele llamar a las hijas de padres adinerados en Venezuela, cosa que no soy — pero por aquel entonces, lo hacía con una sonrisa. Éramos amigos. Pero mientras yo confié decididamente en el estudio, en el campus académico para comprender ese malestar y esa noción de la necesidad de transformación social y cultural, Juan lo hizo en la promesa de un hombre que encarnó el viejo pensamiento venezolano del hombre fuerte. Juan fue chavista incluso antes que alguien se llamara de esa manera. Lleno de ideales utópicos, encontró en Chavez el símbolo de una reivindicación muy vieja, muy dolorosa y muy cercana a la superficie del resentimiento. Cuando hablamos de Chavez, sentados en el jardín de la Universidad, lo hacíamos con un debate ardoroso e irreal sobre el mundo y el país al que pertenecíamos.
— Mira, se trata de un tema obvio: Chavez entiende al pobre porque es pobre — me solía decir —, como mis padres, como mi familia. Un pobre que logró escapar de la marginación. Un pobre que capitaliza toda una serie de esperanzas. Eso es Chavez.

La familia de Juan había vivido en la parroquia Antimano desde los tiempos de Pérez Jiménez. Juan solía contarme cómo era “el pueblo” décadas atrás, sin el azote del hampa, con sus callecitas pequeñas y su plaza adoquinada, alimentado por las historias que escuchaba de su madre y de su abuela. Lo hacía con placer, encantado con su propia mitología de hombre de barrio, de hombre pobre que se educaba con esfuerzo. Quizás éramos muy inocentes para analizar esa brecha, para asumirla como definitiva. Pero para Juan, esa historia reciente marcaba su futuro.
— No confío en nadie que haya querido usar la violencia para llegar al poder — me empeñaba yo — por más que haya tenido buenas intenciones, por más que la tenga ahora. No confío en él.
Pero Juan confío en Chavez. Como toda su familia, como su abuela que celebró con una misa en la Iglesia de Antimano el triunfo de “El Comandante”. Como su padre que se terció la gorra roja y no dejó de usarla hasta el día de su muerte, once años después. Una y otra vez, la idea de Chavez refundando la República desde su proyecto personal, sedujo no sólo a todos los muchachos como Juan, sino a todo aquel que asumió que Venezuela necesitaba una transformación, la clásica mano dura. Para Juan y tantos otros como él, la promesa no estaba en lo que Chavez podía o no hacer sino en la expectativa de soñar con la posibilidad. La esperanza de una Venezuela construida a cuatro manos.

Juan perserveró en el sueño de esa Venezuela basada en un enfrentamiento feroz. Más de una vez me dejó claro que “toda transformación provoca un grado de violencia, como un parto”, todas las veces en que insistí en que el chavismo avanzaba por la historia abriéndose paso a la fuerza, aplastando a su paso todo contrincante, crítico o disidente moral. Lo hizo a pesar de los equívocos, de los enfrentamientos. De la evidente decepción. Lo hizo cuando el desencanto cundió por todas partes. Lo hizo incluso cuando él mismo comenzó a debatirse en dudas. Como si la estafa ideológica fuera algo imposible de aceptar, como si la evidencia le resultara insoportable. Lo hizo incluso cuando la decepción y el dolor destrozó la fe irrevocable del fanático que hasta entonces la había sostenido.
El día en que el hermano de Juan murió, acudí al velorio con la misma sensación de miedo abrumador que me suele acompañar a cualquier parte, en este país donde la violencia es cosa de todos los días. Me senté en una de las sillas que bordeaban la capilla y esperé, sin saber muy bien que hacer. Juan y yo habíamos perdido contacto durante los últimos meses y de hecho, dudaba que le agradara verme allí. Como a otras tantas personas en nuestro país, la política terminó separándonos, una distancia insalvable que de pronto resultó insoportable. Pero igual decidí acompañarle, a la distancia y desde cierto silencio gradual. Pura solidaridad simple, inocente, supongo.

Al hermano de Juan le dispararon. Uno de esos múltiples asaltos que llenan las crónicas rojas del país, donde no hay detalles ni tampoco se le brinda mayor importancia. Por el teléfono, me comentó alguien entre susurros. Por el reloj de oro que todo el mundo le dijo que debía quitarse, me dijo alguien más. Por nada, me confío Juan cuando se sentó a mi lado en una de las sillas de plástico, pálido y rígido, tan viejo. Nada de resentimientos. Me tomó de la mano, agradeció verme allí. Dos amigos, como antes, en la Universidad, hablando con las cabezas muy juntas. Pero nada es como antes, pensé con un nudo en la garganta. Venezuela nos hizo infinitamente ancianos, encorvados por el peso de pequeñas y grandes desgracias. Un par de sobrevivientes a una guerra que aún no se lleva a cabo.

— Lo mataron porque estaba allí, porque no entregó el celular y el reloj lo suficientemente rápido. Porque al malandro de turno no le importó meterle un tiro — dijo; apretó los labios, los puños; escuché el llanto nervioso de alguien en algún lugar cercano —. Lo mataron porque lo podían matar.
No dije nada. El hermano de Juan había sido siempre un muchacho inquieto, nervioso. Lo recordaba cuando iba con su hermano a la Universidad, corriendo por todas partes, riendo en voz alta. Siempre parecía llenó de una singular energía, a punto de estallar. Se había convertido en un hombre trabajador y exitoso, pero siempre conservó ese rasgo exaltado. No pude evitar recordarlo, un niño de sonrisa amplia y desdentada, saludando con el brazo. Y ahora estaba muerto. Porque un malandro le había disparado. Otro venezolano con una bala con su nombre.

Sentí rabia. Una dolorosa, quemante. Quise gritarle a Juan que si esto era el futuro por el que había trabajado, la insistente “patria” que tan machaconamente me había repetido con los años. Si este era el país que “ahora era una promesa” como me había asegurado llevando con orgullo la gorra roja del chavismo. Se me vinieron a la cabeza decenas de frases hirientes, cientos de reclamos e improperios. Pero cuando lo miré, hundido en la silla de plástico, con los hombros encorvados, sólo alcance a apretarle las manos entre las mías, temblando de furia. Pensando en este dolor sin nombre, de gentilicio, de herida abierta. Un paisaje desolado.

El llanto del bebé me trae a la realidad. Parpadeo mientras K. lo levanta y lo sostiene en brazos, sonriendo, murmurando palabras cariñosas. Juan sigue de pie, en una esquina de la habitación, con los brazos cruzados sobre el pecho, la cabeza inclinada.

— Me angustia que algún día no haya nada, incluso haciendo la cola — dice ella, mientras camina de un lado para otro con el bebé en brazos — o que peor, que no podamos comprarlo. ¡Si el pote de leche cuesta mil bolívares más cada vez que lo compro! Eso, por nombrarte algo. ¿Qué va a pasar cuando ya no podamos comprar nada? ¿Qué va a pasar cuando…?

Se muerde los labios y sólo entonces me doy cuenta que está a punto de echarse a llorar como el bebé. Un llanto frustrado, angustiado. Quisiera consolarla, explicarle que siempre habrá solución, que realmente estoy convencida que habrá una respuesta a la incertidumbre, que con toda seguridad…pero no digo nada. No puedo. Por más que me obligue a creerlo, que me esfuerce por componer explicaciones y conjeturas, las palabras se quedan cortas. Y el llanto del bebé sigue, como si fuera el reflejo de esas otras lágrimas, las de los que no lloramos pero quisiéramos hacerlo.
Cuando Juan me acompaña al lugar donde estacioné mi automóvil, me da un abrazo fuerte. De pequeños, solíamos decir que éramos hermanos. Que el mundo me había dado el hermano mayor que siempre había querido y a él, la hermana malcriada que no había pedido. Lo recuerdo mientras me abraza, un gesto fuerte, firme. Un gesto de despedida.ç
— ¿Cuándo te vas? — le pregunto. No me tiene que explicar. No tiene por qué hacerlo en todo caso. Se separa un poco, se encoge de hombros. El rostro pálido, seco. Sin esperanzas. — A principios del año que viene. No puedo más. No sabía si decirtelo…

Hace años, Juan me pidió le acompañara a una de las multitudinarias manifestaciones del Chavismo. Me pidió viera “el otro lado de las cosas”. Lo hice. Caminamos juntos desde el Centro de Caracas hasta Plaza Venezuela, rodeados de hombres y mujeres eufóricos, vestidos de rojo. Lo escuché gritar consignas, levantar el puño en el aire. Había un ambiente picante, abrumador, pero definitivamente festivo. Y fe. Una fe irrestricta, como de niños. Me asustó esa confianza sin ambages, ciega. De pie entre la multitud, medio sofocada y aplastada, escuchando a la multitud coreando el nombre de Chavez, pensé en que ocurriría si el Líder Carismático, si el Hombre fuerte llegaba a traicionarlos. A romper esa confianza simple, de sueño recién cumplido. Juan a mi lado, reía y saltaba, henchido de entusiasmo. Las mejillas sonrojadas de alegría.

— ¡Este es el mejor país del mundo! — gritó y el gritó se perdió en otros tantos — ¿Ves por qué me quedo? ¿Ves por qué hay que quedarse?

El Juan que está ahora a mi lado, es una sombra de ese otro. Un hombre que perdió esa fe inquebrantable. Un hombre con las mejillas hundidas, los ojos secos. Un hombre que se quedó sin historia, sin promesa. Un hombre que perdió un país. Siento una ira simple, un sufrimiento íntimo. Y pienso en todas las cosas que podría decirle. En todos lo recuerdos que podría invocar para dar ganada la partida. Para dejar muy claro que finalmente, el tiempo dio un ciclo entero para desmentir a la violencia. Pero no lo hago, claro. Simplemente me quedo en silencio, escuchando el sonido del tráfico, ese aliento incesante de la ciudad.

—Te irá bien — digo por último, por decir cualquier cosa.

Me mira, con los ojos enormes y ciegos y me pregunta : ¿Tú cuándo te vas?

No hay opción, ¿verdad?. No hay otra pregunta que hacer. Quisiera gritar, a todo pulmón, con los ojos cerrados, los puños apretados. Gritar y gritar hasta que me duela el cuerpo, gritar por ese país que yo también perdí, por este dolor insoportable, por esta angustia que me despierta por las noches, que me acompaña a toda hora todos los días. Cuando sacudo la cabeza, el grito parece cambiar de forma, presionar contra mi mente. El mundo gira a mi alrededor. Venezuela sólo es una idea angustiosa.
—No sé — repito, ¿cuántas veces he dicho lo mismo últimamente? ¿Cuándo habrá una respuesta real? — Ya veremos.
No lo miro de nuevo. Cuando maniobro para avanzar por la calle, su reflejo desaparece en el espejo retrovisor y siento que su historia lo hace también, con sus pequeñas luchas y batallas. Sus dolores y pérdidas. Y me pregunto cuantos más somos los huérfanos, los perdidos, los aplastados por este gentilicio roto y a grietas. Por este sufrimiento silencioso.
Me angustia no saber la respuesta. O quizás, no querer saberla, en realidad.

martes, 27 de octubre de 2015

La muerte de una era: La batalla que perdió el gigante del sexo mundial






En 1960, Arthur C. Clarke escribió en un artículo en la revista Playboy que “la tecnología ha cambiado y cambiará radicalmente nuestras vidas”. Por supuesto, el escritor se refería a sus profecías literarias, que ya por entonces anunciaban un vasto mundo de avances científicos que con toda probabilidad, convertirían la vida como se conocía entonces, en algo más. ¿Qué era el algo más? Durante una época rebelde como los tempranos sesenta, la promesa parecía llena de posibilidades. Y sin embargo, Clarke no podía imaginar en realidad los alcances de esa ráfaga de transformaciones que anunciaba. Lo que esperaba en escasas décadas para convertir el futuro en algo más que un sueño de la Ciencia Ficción.

Resulta curioso que el vaticinio estuviera incluido en una revista que para entonces, estaba llamada a sacudir aspectos vitales de la cultura a un nivel que todavía no estaba del todo claro. Una publicación que desde el escándalo había logrado sacudir la moral intelectual y formal de una sociedad tradicional como la de EE UU por el simple método de la provocación. ¿Qué era lo que realmente veía el padre de 2001, una Odisea en el espacio al señalar las posibles revoluciones de las décadas siguientes desde una revista como Playboy? ¿Y qué puede significar ahora, cuando su vaticinio no sólo se cumplió sino haciéndolo, destruyó el potencial de polémica que sostuvo a la Revista durante décadas? Asombra la ironía de una profecía que no fue concebida para serlo y sus implicaciones. Pero aún más, el hecho que Clarke — con toda seguridad sin saberlo — señaló el capítulo final de lo que fue hasta hace poco, una noción cultural sobre la moralidad, los prejuicios y la hipocresía hacia lo erótico.

Porque Hugh Hefner, padre del concepto Playboy — y quizá, una versión edulcorada y mucho más cerebral del celebérrimo Marqués de Sade y su capacidad para combinar lo sexual con cierto pragmatismo — comprendió recién que el tiempo para el escándalo — al menos de la manera como Playboy lo concibe — había terminado. Como si la frase de Clarke tomara sentido de la manera más sorprendente, Hefner declaró lo esencial que mantenía con cierta vitalidad a su creación, ya no tenía razón de ser. No más mujeres desnudas en la portada, mucho menos en la página central. El final de una época pero también de una propuesta sobre lo erótico que sacude ciertos cimientos sobre lo que creemos esencial en nuestra mirada cultural sobre el sexo. Para sorpresa y quizás tristeza de una buena cantidad de seguidores y lectores, Hefner se encontró de frente con el futuro. Con el esa nueva mirada contemporánea sobre la sexualidad, Internet y la muerte de la mujer idealizada por lo erótico — o al menos, su progresiva desaparición — convirtieron a la revista en un objeto caduco, vacío y la mayoría de las veces, una reliquia de una lucha contra los tabúes que como bien apuntó Hefner “se luchó y se ganó”. De manera que a Playboy no la venció la pacatería o la pudibundez, sino el mismo fenómeno que ayudó a crear: esa absoluta destrucción del límite moral y ese señuelo de piel y erótico hacia algo más profundo que la simple desnudez aparente.

Todo un juego de espejos donde Hefner ha tenido la sabiduría de abandonar antes que Playboy pudiera morir por ignominioso olvido, un pensamiento lamentable si se analiza su impacto cultural en retrospectiva. Como veterano en el juego de la manipulación, para Hefner debió ser más que evidente el cebo sexual que siempre pareció arrastrar al lector de Playboy a algo más que un paraíso de mujeres desnudas, había terminado. Atrás quedaron las viejas glorias, la literatura de vanguardia confundida entre lo erótico sin cortapisas que convirtió a Playboy en algo más que la lectura prohibida sino también, en el lugar donde lo audaz parecía transformarse también en una opinión intelectual.

Y es que Playboy fue una combinación de tantas ideas con tantas implicaciones distintas, que su muerte — o su lenta agonía, como se quiera interpretar — resulta lamentable para cualquiera mínimamente interesado en la evolución de la cultura pop. Después de todo, fue Playboy quien abrió sus páginas para Ernest Hemingway, la maldición de la generación Beat — que sin el impulso de Playboy tal vez carecería de su brillo y trascendencia — , y toda una revisión de lo que la literatura fue durante una época rutilante donde todo parecía novedoso. Todo, mientras escandalizaba con sexo adolescente, con una colección de portadas que ofendieron y decantaron a la sociedad norteamericana en dos bandos: los lectores de Playboy y quienes querían leerla. Enfrentando al puritanismo desde lo básico, Hefner supo manejar no sólo el medio sino el mensaje y construyó un público heterogéneo que convirtió a la revista en un curioso objeto del deseo. No sólo se trató de la sustanciosa combinación de descaro y sexo, que por otro lado siempre ha funcionado muy bien durante toda la historia, sino además, de convertir el sexo en un producto deseable. En una noción intelectual.

Porque la revista usó a partes iguales esa percepción del sexo como elemento inevitable. El sexo adolescente, caliente, sin tapujos. La mujer deseable y convertida en objeto para la lujuria. Pero más allá de eso, Playboy capturó la imaginación de toda una generación convirtiéndose en pecado, en una tentación, en esa brecha de lo prohibido que siempre parece ser tan deseable como inevitable. Pero Hefner no se conformó sólo con captar la atención de esa amplia brecha de público que de inmediato captó gracias a lo obvio, sino a la otra que logró atraer con la promesa de la provocación desde otra perspectiva. Rompiendo records de publicación — llegó a alcanzar un tiraje de 7 millones de ejemplares durante los años setenta — Playboy también meditó sobre la sociedad siendo también un producto disfrutable. Hefner sabía a donde apuntar y lo hizo con un pulso impecable. La provocación bajo los desnudos incluyó un replanteamiento editorial que transformó la percepción sobre lo publicable en un país conocido por su devoción por las elites. Incluyó relatos de un novel Truman Capote — que ya por entonces se debatía con los fantasmas de la fama — , una columna de Marshall McLuhan (que debió sentirse fascinado por el alcance de una revista cuya venta estaba prohibida en la mayoría de los estanquillos públicos) e incluso se tomó el atrevimiento de rozar el esnobismo académico incluyendo poemas de Goethe en su versión inglés. La revista se transformó en una joya intelectual, se replanteó como una brecha en un país acostumbrado al secretismo del sexo y afrontó el puritanismo no sólo desde el desnudo sino también, desde el arma intelectual de la nueva vanguardia literaria estadounidense.

Hefner supo jugar con sus piezas con enorme cuidado y habilidad. Hijo de un ambiente ultracristiano, el editor tenía muy claro cuales eran los límites que debía romper pero sobre todo, qué debía desafiar para abarcar no sólo un nuevo mercado, sino construir una nueva versión del hombre que consume pornografía pero también es capaz de debatir sobre sus intereses a pesar de eso. En una sociedad de negros y blancos como la Norteamericana en el año 1953 — fecha de la creación de la revista — , el nacimiento de Playboy no sólo pulverizó la remilgada moral imperante sino que dio un decidido empuje a la revolución sexual de la década siguiente. Ya por entonces, Estados Unidos miraba con asombro las polémicas de una Europa que comenzaba a reconstruirse tras una larguísima post guerra y cuya cultura parecía atravesar un rápido trayecto hacia la liberación de viejos tabúes. Es entonces cuando Hefner elaboró una Revolución sexual a su medida, de hombres para los hombres y sobre todo, bajo una mirada masculina. A pesar de sus escarceos con el feminismo recién nacido, Hefner supo crear y mantener esa premisa de lo deseable y usó el cuerpo femenino — en la acepción más cruda del termino — como punta de lanza de una lucha que tenía por único objetivo una mirada renovada sobre el sexo. Entre escándalo y escándalo, Hefner supo encontrar el equilibrio entre lo primitivo — sexo por el sexo — y algo más profundo que quizás aseguró el éxito rotundo de la revista.

La apuesta de Hefner fue alta: no sólo se planteó la idea de vender y comercializar el sexo como comercialmente accesible, sino en sus palabras componer una “una filosofía y un modo de entender la vida”, que parecía muy relacionada con una generación que comenzaba a despertar de la pudibundez restrictiva de los años 50 y a luchar contra ella. Maniobrando entre la censura, las presiones del poder, el hecho práctico que el sexo duro y puro siempre ha sido marginado por la cultura, encontró una línea de pensamiento que de alguna forma, legitimizó su experimento editorial. Hefner construyó una idea de la masculinidad que no sólo buscaba la gratificación inmediata — y podía obtenerla — sino que pensaba. Los lectores de Playboy, podían catalogarse así mismo como cultos. Como hombres que además de disfrutar de la chica de portada — y lo hacían — también podían comprender los intrincados análisis culturales que la revista incluía. En otras palabras, brindó una excusa al lector y transformó las relaciones entre el sexo y algo más sustancioso en algo por completo válido: El hombre amante del Playboy leía además de ver. Lo demás, es historia: En 1972 la publicación llegó a 7 millones de revistas. Y la industrias basada en el concepto se convirtió en una fuente de ingentes beneficios en si misma.

Pero Hefner quizá jamás previó que el futuro que Clarke vaticinó llegaría no en la forma de tecnología directa, sino en una ruptura con viejos esquemas que transformó la sensibilidad, la connotación de lo sexual y sobre todo, esa mirada exclusiva que logró mantener por sus casi cuarenta años de fructífera existencia editorial. Lo prohibido se transformó, el sexo se trivializó y perdió el misterio sutil que lo hacia mercadeable. El desnudo ya no sorprende ni mucho menos escandaliza y de pronto Playboy, con toda su carga de rebeldía implicita, dejó de tener sentido. Incluso, sus portadas, que en otros tiempos provocaron debates y enfrentamientos, se convirtieron en objetos románticos sin mayor trascendencia. La desnudez que Hefner sacó de la oscuridad terminó por transformarse en su peor enemiga.

Porque la revolución que dio pie Playboy no sólo rebasó las expectativas sino que se convirtió en el principal problema al que tuvo que enfrentarse. ¿Qué podía ofrecer Playboy a una generación para quien el sexo es algo tan normalizado que no despierta el menor interés real? El morbo que Playboy siempre supo manejar con tanta habilidad se desplomó ante un monstruo inmanejable: una revolución sexual donde no existen los limites. O que sólo existen para demostrar que tan rápido pueden romperse.

En los tiempos de Internet, los smartphone, las conexiones ultra rápidas, el sexo dejó de ser tabú e incluso un objeto de deseo. Se encuentra tan alcance de la mano que resulta casi inocente suponer que pueda ocasionar trasnochos morales, debates éticos e incluso, sorprender. Mucho más el erotismo, la sutileza y la belleza edulcorada de Playboy que ahora mismo resulta conmovedora. Para la pornografía actual, accesible, descarnada, explícita a niveles de crudeza inaudita, Playboy resulta una reliquia incomprensible.

Veterano de mil batallas, Hefner lo supo incluso antes que su mercado. Se retira del ruedo aún con un tiraje cercano al millón de copias y aún, con algunas reminiscencias de sus antiguo brillo. Quizás por ese motivo, se trata de la muerte de una época, de la caída del último velo de lo que hasta ahora, fue el símbolo de una revolución que abandonó los estanquillos para alcanzar lo doméstico. De la definitiva despedida de una batalla cuyo triunfo condenó al olvido su principal héroe, ahora reconvertido en un mártir de ocasión.

lunes, 26 de octubre de 2015

ABC del fotógrafo curioso: El equipo básico que todo fotógrafo debe tener.




Hace unos meses, un amigo fotógrafo me pidió mi opinión sobre el equipo imprescindible que todo profesional de la imagen debe tener. Lo hizo, mientras intentaba decidir cuáles piezas de su extenso inventario personal llevaría al momento de emigrar. Luego de clasificar, ordenar, añadir y descartar elementos, me explicó que seguía convencido había algunas omisiones importantes y sobre todo, algunas adicciones inútiles. No supe que contestar.

— El equipo fotográfico refleja tus intenciones sobre lo que creas y construyes en fotografía — le respondí por último — así que la lista final puede ser bastante distinta de un fotógrafo a otro. Además, el resultado final también dependerá de que intenciones tengas sobre el equipo que conservas y como lo utilizarás:¿Lo tuyo es lo comercial? necesitarás algo distinto a lo que podría alguien que sólo quiere disfrutar de la fotografía como un hobbie.

Nos llevó un par de días volver a revisar la extensa lista de productos según las reflexiones anteriores. Finalmente mi amigo decidió conservar menos de la mitad de los equipos y artículos que había escogido en primer lugar. Me miró con una sonrisa un poco sorprendida.

— Creo que los fotógrafos pocas veces entendemos en realidad el hecho que la fotografía no se trata sólo del equipo que utilizamos para crear imágenes sino cómo lo utilizamos — comentó — y ese pequeño matiz puede ser muy significativo al momento de asumir lo que realmente resulta necesario.

Por supuesto, se trata de una idea harto debatida en el mundo fotográfico: Siempre que un grupo de fotógrafos se reúnen a conversar, el tema que suele tocarse con más frecuencia es sobre los equipos. Los recién comprados, los más actuales, los necesarios, los soñados, los inaccesibles. De hecho, estoy convencida que hay una época en toda etapa de crecimiento en la vida fotográfica donde el fotógrafo se obsesiona con la necesidad de encontrar -y tener — el supuesto equipo ideal: es una especie de carrera de obstáculos. Conseguir una cámara mejor, una la óptica más precisa se convierte en una búsqueda constante, en una competencia desordenada hasta que finalmente, comprendes que lo que hace una buena foto no es mecánico, si no conceptual.

Cuando comencé a pensar en escribir este artículo, me tropecé con un par de problemas de planteamiento. No sólo por situaciones parecidas a la de mi amigo — decidir de manera muy específica cuáles equipo son imprescindibles para diversos quehaceres fotográficos — sino además, cuál es el equipo mínimo que debe tener un profesional de la fotografía para tener un desempeño básico. Como comenté más arriba, la respuesta varía, como varían también los factores que hacen necesario un equipo o mejorar el que ya tienes: desde a cual es tu interés fotográfico hasta la manera como racionalizas tu crecimiento y aprendizaje visual. No obstante, hay ciertos aspectos que parecen coincidir, incluso entre las opiniones más disimiles. Y quizá, llegué a pensar, se deba a que de hecho, si existe un equipo básico, digamos que todo profesional y creador visual debe poseer. ¿O no?

La respuesta parece ser un punto medio entre ambas posibilidades.

Claro está, para escribir la siguiente lista, me dediqué durante algunas semanas a preguntar a diferentes fotógrafos su opinión. Leí un poco, investigué aquí y allá, pero sobre todo, analicé mi experiencia fotográfica de manera personal. Al final encontré algo semejante a una lista concreta, que sin embargo, no es absoluta de ninguna manera. Y creo que esa relatividad es justamente, lo que hace que el conocimiento fotográfico — su evolución — y por tanto las necesidades de cada fotógrafo sean tan distintas.
Pero vamos al grano: ¿Cual es el equipo básico que todo fotógrafo que desea crecer dentro del ámbito de la fotografía debería tener? En mi personalísima y nada autorizada opinión, podría resumirse de la siguiente manera:

* Una cámara que satisfaga tus necesidades principales al fotografiar:
¿Cual es la mejor cámara para un fotógrafo? No hay una respuesta única para la pregunta, aunque buena parte de los profesionales que consulté coinciden en el planteamiento que al momento de escoger equipo, es imprescindible analizar las expectativas del fotógrafo al usarla. El modelo, marca y sobre todo, prestaciones de la cámara influye en los resultados técnicos que obtendrás y sobre todo, en tu trabajo fotográfico a nivel profesional y comercial. Reflexiona sobre los objetivos que deseas alcanzar fotográficamente y cuestionate si la cámara que escoges te permitirá alcanzarlos.

Suena muy general eso ¿no?. Lo es, en realidad. No hay un equipo concreto recomendable ni mucho menos, una cámara “necesaria”. Como suele decirse, la mejor cámara es la que tienes a disposición. No obstante, si deseas crecer dentro del mundo de la fotografía, el equipo necesita permitirte hacerlo. Escoge una cámara réflex con lente intercambiable, con la que puedas probar diferentes ópticas y además, aprender la modalidad de fotografía manual. No importa la marca o el modelo: eso ya queda a tu estricta preferencia, pero lo que si es necesario que sepas es: tu cámara es tu herramienta más útil. Intenta que responda a tus perspectivas dentro del mundo fotográfico.

* Un lente luminoso y preferiblemente, de vidrio:
De las primeras cosas que aprendí cuando comencé a educarme en el mundo fotográfico fue que es más importante tener una buena óptica que un cámara de muchos megapixeles. Un buen lente, te permitirá no solo una nitidez superior, sino además, la suficiente luminosidad para captar con mucha más facilidad buenas imágenes. Así que dedica algún tiempo a escoger la óptica que quieras usar: analiza tus opciones, tomando en cuenta tus intereses y la manera como te expresas fotográficamente. ¿Lo tuyo son los paisajes? ¿Los retratos? ¿La Macrofotografía? Hay un lente para cada estilo y que te permitirá los mejores resultados.
De manera que al momento de adquirir un lente fotográfico, ten en cuenta que la inversión que realices en él, redituará directamente en la calidad técnica de las imágenes e incluso, en el desempeño de tu cámara fotográfica. Una gran cámara sólo podrá brindarte la mitad de sus prestaciones si la óptica que la acompaña no posee la precisión suficiente como para crear una imagen final idónea.

* Una buena Tarjeta de Memoria ( Suficiente ):
La tarjeta de memoria es quizás uno de las piezas que con mayor frecuencia suele olvidarse al momento de hacer un inventario personalizado de equipo fotográfico. No obstante, una buena tarjeta de memoria no sólo te permitirá almacenar tus imágenes de manera segura sino además, optimizar el proceso de captura de la imagen. En otras palabras: es imprescindible que escojas una tarjeta con la suficiente capacidad como para satisfacer lo que deseas hacer con tu equipo fotográfico y además, facilitar el hecho mismo de la imagen como resultado final del proceso técnico.

Tal vez por ese motivo, este fue uno de los temas controvertidos al momento de encontrar una opinión unánime. Hay quien insiste que es mejor comprar una tarjeta de memoria con la suficiente capacidad de almacenamiento como para fotografiar sin preocupaciones con respecto al espacio virtual que utilizas. Pero otros fotógrafos me comentaron que es recomendable una tarjeta de capacidad media o pequeña, que obligue al fotógrafo a pensar cada fotografía que obtiene. De manera que, en este particular, la tarjeta de memoria que utilices debe responder a tus intereses y al tipo de trabajo que desempeñes. ¿Fotografías en ráfaga? ¿Eres de los que necesita tomar muchas imágenes para escoger la mejor? Compra una de mucha capacidad. ¿Cada disparo para ti cuenta? Una mediana a pequeña, te obligará a analizar cada imagen que tomas.

Capacidad de la tarjeta de memoria:
El blog sobre fotografía Xataca.com resumió el tema de la capacidad de la tarjeta de memoria estandar con el siguiente gráfico:




Modelos de tarjeta de memoria:
Las tarjetas de memoria pueden clasificarse por su capacidad y velocidad de transmisión de datos. Basados en ese requerimiento y según el modelo y las cámara que lo utiliza, actualmente los modelos más populares de tarjeta de memoria son Compact Flash (usadas para cámaras de gama alta o profesional) Secure Digital (Usadas para cámaras de prestaciones medias, con un presentación pequeña y ligera y menos capacidad que la robusta CF. De manera que al tomar la decisión de adquirir una tarjeta de memoria, recuerda que cada una satisfacerá no sólo tus requerimientos al momento de captar la imagen, sino como almacenas la información visual e incluso, como la proteges luego de la toma.

* Un buen bolso de lona:
Un bolso fotográfico pareciera ser poco importante en comparación a otros equipos y artículos fotográficos necesarios, pero con el tiempo, descubres que es uno de esos imprescindibles anónimos que valoras especialmente. Y es que un buen bolso ( con separadores, espacio suficiente para colocar el cuerpo de la cámara y la óptica que utilizas, impermeable ) te permitirá no solo preservar de daño y accidentes tu equipo, si no además, te hará más sencilla la tarea de ser ordenado al momento de resguardar tu equipo. Dos de mis profesores me insistieron que el bolso ideal debe ser amplio, con separadores acolchados, revestimiento impermeable y además, tener varios bolsillos donde puedas guardar piezas pequeñas a la mano. Como siempre, la decisión de cual comprar depende de tus necesidades y presupuesto, pero en general, existe una gran variedad de precios y modelos donde escoger.

* Un trípode robusto:
Aunque creas que no lo vas a necesitar de inmediato, invierte en un trípode robusto, a ser posible de metal, con piezas articuladas que te permita sostener con comodidad y seguridad tu cámara. Evita los de pieza de plástico o aluminio: los primeros suelen carecer de precisión y los segundos, soportan peso restringido.

Características esenciales del trípode:
Construcción sólida y confeccionado con aluminio o fibra de carbono: Recuerda que el peso de tu cámara variará respecto a los accesorios que utilices y el trípode debe soportarlos de manera cómoda.
Patas articuladas con pestillos firmes: recuerda que es muy probable que utilices el trípode para fotografiar en situaciones que requieran modifiques la altura y la inclinación de la cámara. Los pestillos de cierre en las articulaciones deben ser seguros y firmes para evitar la cámara pueda resbalar y caer.
Deseable pero no imprescindible: 
Nivel de Burbuja.
Será la manera más sencilla de corregir problemas de horizonte inclinado al momento de fotografiar y evitar problemas de perspectivas al momento de la captura de la imagen.


* Un Flash pistola o de Zapata:
Otro punto controvertido. Tres de los fotógrafos a lo que les pregunté me insistieron que no es necesario, sobre todo en las primeras etapas de educación fotográfica, tener un flash pistola. No obstante, uno de mis profesores insistió que aunque no lo utilices con frecuencia, un Flash pistola puede ser un tipo de iluminación útil, sencilla y fácil de usar para fotografía de retrato, callejera y documental. Asegurate que el flash que comprará tenga un modo manual y te permita la sincronización con tu cámara.

Además, el flash pistola siempre será una solución viable y rápida a problemas de iluminación muy precisos y sobre todo, como parte de cualquier esquema de iluminación básico en locación. Además, el Flash pistola te permite no sólo el uso en cámara sino a nivel remoto, en combinaciones con cualquier modificador de estudio que tengas a disposición.

* Protector de Pantalla LCD:
Otro de los artículos controvertidos. Varias fotógrafos no parecieron especialmente impresionados por las supuestas bondades de la pantalla protectora — como no sea evitar que el cristal pueda ensuciarse con el uso — pero otros, me insistieron que era imprescindible proteger la pantalla de las inclemencias del clima e incluso el contacto con la piel del fotógrafo, lo que puede afectar la precisión de la toma. De manera que la decisión de que sea parte de tu equipo, depende que tanto pueda molestarte que la pantalla de tu cámara pueda ensuciarte o que tanto te afecta que lo haga.

* Parasol para objetivo:
Otro de los accesorios fotográficos en discusión debido a su utilidad. Su principal función es evitar halos y reflejos no deseados en la imagen, debido a la incidencia lateral de la luz en el lente, lo que hace que produzca reflejos incontrolables. No obstante, para algunos fotógrafos una buena medición de luz y una correcta posición a la hora de fotografiar puede evitar el efecto, de manera que, su utilidad está en debate.

Una lista corta por supuesto. O así le debe parecer a la gran cantidad de entusiastas de la fotografía que consideran indispensable una larga lista de artículos fotográficos. No obstante, resume lo que he aprendido durante los años de educación fotográfica: A veces menos, es sin duda, más.

domingo, 25 de octubre de 2015

Fuego en las estrellas y otras historias de brujería.






El circulo de velas parpadeantes parecía extenderse por el jardín entero.  Mi tia E. me miró con cierta impaciencia cuando me detuve al borde, observando las llamitas bailotear en la oscuridad.

- ¿Vas a entrar o no?
- Bueno...

Volví a mirar las velas, tan pequeñas y chatas que parecían brotar de la tierra misma. A la luz del atardecer, tenían un aspecto bonito, limpio. Pero la verdad, muy poco mágico. O al menos como yo me imaginaba las cosas mágicas, en todo caso. Me incliné para mirar una de cerca: tia se había preocupado por poner una piedrita debajo de cada cabo de vela y el conjunto - con sus hilos blancos de cera flotando recién derretido - tenía un aspecto delicadísimo, casi artístico. Pero aún así, seguía siendo sólo una vela sobre un trozo de roca, en un jardín con la hierba mal cortada.

Pero claro está, una no le dice esas cosas a su tia. Menos, una tia tan malhumorada como la mía, que me miraba con los ojos entrecerrados y los brazos en jarra mientras yo seguía de pie al borde del circulo, pensando en esas cosas con toda mi curiosidad infantil. En vez de eso, hice lo que me había enseñado: levanté el brazo y con el dedo indice de la mano derecha, dibujé una puerta invisible sobre el aire de la noche. El viento me sopló en la cara y tuve una extraña sensación de sobresalto. Pero magia, lo que se dice magia, no pasó.

Entré finalmente al circulo. Volví a cerrar la puerta imaginaria como tia me había enseñado y me senté a su lado. A estas alturas me sentía un poco loca o al menos, una niña jugando a solas con su tia en la oscuridad. Pero bruja...torcí la boca para masticar las palabras que se me vinieron a la lengua. Segurito que a tia no le iba a encantar que le dijera lo decepcionada que me sentía de haber hecho mi primer gran gesto mágico y no haber sentido otra cosa que cierta confusión. Así que me callé y me senté a su lado, con las piernas cruzadas y la espalda rígida.

- Pues muy bien - dijo tia extediendo las manos sobre sus inmaculada falda de flores diminutas - ya aprendiste lo primero que toda bruja aprende: a trazar el circulo de energía a tu alrededor.

Dicho así, aquello sonaba misterioso y emocionante. Pero en realidad, lo que habíamos hecho era encender un montón de velitas diminutas, colocarlas en circulo y luego, levantar el brazo para crear otro con un gesto que aparentemente tenía que demostrar alguna cosa...que por supuesto, no tenía idea de qué podía ser. Algo de mi festiva incredulidad de ocho años debió notarse en mi rostro porque mi tia frunció el entrecejo e inclinó su rostro regordete hacia el mio.

- ¿Esto te parece una nimiedad no?
- No - dije perpleja.
- ¿De verdad?
- ¿Que es nimiedad? - respondí con toda sinceridad. La verdad era que jamás había escuchado la palabra antes.

Tia soltó un resoplido muy audible e inclinó la cabeza hacia mi. Me dedicó una de sus miradas verdes, cargadas de intención e inteligencia. Parecía un poco impaciente por mi comportamiento, pero sobre todo, desconcertada por mi incredulidad. La verdad no se me estaba dando muy bien eso de creer en "la magia" - lo que sea que fuera - y mucho menos, de entender lo que mis abuelas, tías y primas comprendían sobre la palabra. Después de todo, apenas llevaba seis meses viviendo en casa de mi abuela. Y menos de dos, aprendiendo eso que con tanto amor y devoción, abuela llamaba "brujería".

No era algo sencillo, por supuesto. A pesar que me entusiasmaba la idea de aprender algo que en mi mente tenía mucho de asombroso, las cosas no eran tan sencillas como creía o al menos, esperaba. Menos, para una niña de ocho años, con la cabeza llena de ideas fabulosas que se parecían muy poco a la tradición doméstica, sencilla e incluso discreta que abuela insistía era una forma de "celebrar" el mundo de las brujas. Al principio, había hecho muchas preguntas.

- ¿Pero no se supone que una bruja vuela? - pregunté muy solemne, mientras mi abuela cocinaba el almuerzo del día. Me miró por encima de sus anteojos de leer conteniendo una sonrisa.
- ¿No es más fácil ir en un avión?
- Pero...en los cuentos las brujas se montan en una escoba y vuelan - sacudí los brazos para explicar la imagen mental que me acompañaba a todas partes desde que había leído algo semejante - se montan en las escobas y van por el cielo.

Miré disimuladamente las escobas colgadas en la pared, quizás esperando que nada más con desearlo, una saldría volando rauda y veloz hasta llegar a mi lado. Aún faltaban unos cuantos años para que Harry Potter hiciera realidad mi sueño, pero mientras tanto, en mi imaginación ese tipo de cosas eran muy reales. Por supuesto, nada sucedió: las escobas siguieron colgadas en la pared, con su mango un poco deslucido y las cerdas de paja torcidas.

- Las escobas y todo lo que existe en brujería son símbolos de algo mucho más profundo y hermoso - explicó mi abuela - Todas las brujas son ritualistas, creen en el poder de lo simbólico y en la belleza de la mitología personal. Crean su propio paisaje de historias. Y cada uno es distinto.

No entendí nada de nada de lo que dijo mi abuela, aunque sus palabras me gustaron y me parecieron bonitas, asi que supuse las recordaría después. ¿Mitología personal? Me acerqué al horno donde hervía el asado negro y miré al techo: varios ramos de diferentes especias colgaban del punto más alto, envueltas en listones de tela rojo y verde. Me les quedé mirando desde abajo, a la distancia de mi poca estatura, preguntándome por qué estaban allí.

- Pero ¿Las brujas siempre tienen que hacer cosas así? - señalé las plantas - ¿guardar cosas como plantas y matas? ¿Las escobas? No entiendo para que tenerlas si no son de verdad...ya sabes, que hacen cosas...mágicas.

Abuela siguió revolviendo la sopa en la hornilla con el cucharón. Tenía el rostro enrojecido por los vapores de la cocina y el cabello en punta. No parecía la verdad, una venerable abuela sino un poco...loca. Me avergoncé del pensamiento, pero no pude evitarlo porque me parecía muy divertido. Abuela era muy distinta a cualquier otra persona que había conocido antes. Era por distancia, la más extraña, amable y graciosa. Y también, la más sabia.

Y era bruja, claro. No  como la de los cuentos, como me había insistido con paciencia todas las veces en que le había preguntado. Una bruja que era algo más que una fantasía de mujeres de piel verdes y verrugas, nariz ganchuda y manos retorcidas. Una bruja de corazón intrépido, ojos despiertos y sonrisa interminable. Me lo había dicho desde los primeros días en que me había quedado en su casa, un año y poco más atrás y me había sorprendido su franqueza, la sencillez en la manera como usaba la palabra. Porque para ella "Bruja" era algo más que una idea, era una forma de mirar el mundo. Su reflejo en el espejo. Una aspiración total a la belleza espiritual.

Claro que, yo entendería todo eso muchos años después, luego de un largo aprendizaje y de poder yo misma llamarme de la misma manera. La niña de ojos asombrados en la cocina, seguía un poco desconcertada por la idea, tratando de darle forma, de encajarla en el mundo del colegio, de los almuerzos en familia, de los domingo en el cine con mamá. Todavía no lo lograba y me preguntaba con frecuencia si lograría hacerlo. Si alguna vez podría llamar "bruja" a mi abuela sin quedarme desconcertada, mirándome las manos, intentando comprender que quería decir al pronunciar una palabra semejante.


- Las brujas hacen lo que quieren - mi abuela soltó una carcajada - pero entre esas cosas, está crear una idea sobre su vida que vaya más allá de los objetos. Una bruja tiene un caldero, una daga, un cayado, un libro. Pero una bruja no se define a través de ellos. Una bruja es un corazón inquieto, furioso, lleno de preguntas. Una bruja es una mujer que crea y disfruta haciéndolo.

- Pero...¿Haciendo qué? ¿Creando qué? ¿Que es que lo hace una bruja que no hace otra gente? - insistí. Caminé por la cocina, mirando los viejos anaqueles de madera y cristal repletos de hierbas, las pequeñas estatuillas de madera de aspecto extraño de hombres y mujeres de aspecto extraño, las estrellas grabadas en todas partes. Todo se veía normal...pero a la vez no. Y aunque no sabía explicar en qué consistía la diferencia, si sabía que podía verla, notarla. Disfrutarla, incluso.

- Lo que les inspire su mente y su espíritu, mi niña - me contestó mi abuela. Tomó la olla, la puso en la siguiente hornilla de la cocina y la cubrió con una tapa. Se secó las manos en el delantal - Crear es un oficio de todos los días. Todos hacemos cosas propias y por el mundo a diario. Una bruja sabe el valor de todas esas cosas. Las aprecía, las construye de manera consciente para asumir su responsabilidad sobre ellas.

Una de las cosas que más me gustaba de mi abuela - la sabia, la bruja - era que siempre contestaba a todas mis preguntas. Y lo hacia como si yo fuera un adulto, sin disimular la complejidad de lo que me decía o adonarlo para hacerlo más comprensible. Por supuesto, muchas veces me llevaba esfuerzo seguir el hilo de la conversación pero ese pensar y re pensar había hecho maravillas en mi. No obstante que muy pocas veces comprendía las palabras de mi abuela, estaba consciente que quizás después podría comprenderlas. Las anotaba, las recordaba de vez en cuando. Poco a poco, aprendí ese juego de espejos que es aprender a través de tradiciones intimas, pequeñas. Palabra a palabra heredada.

- Pero ¿Hay algo que te haga bruja? - pregunté. Aquello era importante. Con apenas unos meses en casa, había descubierto que la casa de mi abuela no era sólo una casa asi sin más, era la casa de una bruja. Y de una venerable, que amaba la naturaleza,  a su familia y disfrutaba demostrándolo. Una casa llena de flores, plantas, libros, fotografías, pequeños trozos de historias. Una casa donde nada era corriente a pesar de parecerlo. Una casa llena de magia.
- Sí claro - mi abuela se inclinó y me hizo un guiño malicioso. Luego apoyó su dedo indice en mi pecho - está aquí y se llama corazón. Una bruja es un corazón de fuego puro.

Pensé en esas cosas, sentada al lado de mi tia en la tarde de la primera vez que celebré Luna Llena. Sentada dentro del círculo de velas preparado especialmente para mi. Escuchando el viento bajar de la montaña y un poco inquieta, por no comprender en realidad que ocurría a mi alrededor. ¿Será que yo no era TAN bruja como lo eran mi abuela, mis tias y primas? ¿Me habría perdido de algo luego de un año entero de hacer preguntas, mirarlo todo con ojos asombrados, escuchar todo lo que mi abuela decía? Esa idea me preocupaba. O mejor dicho, me dolía. Porque si yo no podía ver - o sentir, más bien - la importancia del circulo mágico que habíamos creado...si yo no podía percibir esa magia que tia insistía que había...pues bueno...tragué grueso, muy preocupada.

La verdad, es que el circulo mágico era una de las pocas cosas realmente misteriosas que había visto hacer a las mujeres de mi familia. No se trataba de una metáfora, ni tampoco de una larga explicación filosófica. Era el hecho que bruja podía trazar con su energía - lo que sea que eso fuera - un lugar marcado con las cosas que la hacían especial y única. Era una idea que me había costado entender, que seguía sin estar muy clara. Oye, ¡Que solo se trataba de mover el brazo y decir que allí estaba un circulo! Pero...

La verdad, yo no veía nada. Por más que lo había intentado. Por más que había abierto bien los ojos mientras mi abuela lo invocaba con palabras hermosas y enigmáticas. No había otra cosa que cielo nocturno, hierba y la luz de la Luna. Pero a pesar de eso, mi abuela, tias y primas reían en voz alta, se tomaban de las manos. Celebraban que "el circulo" las uniera. ¿Que debía entender de todo eso? ¿Que había de mal en mi como para que circulo continuara siendo sólo una palabra para describir algo que no podía entender en realidad?

- Tia...- empecé. Las palabras se me atragantaron en la garganta - yo no...

Tia aguardó. Iluminada por la luz de las velas, tenía un aspecto extraño, casi misterioso. El cabello trenzado le caía sobre los hombros con mucha elegancia y parecía muy venerable, con sus joyas de plata brillando en la oscuridad. Pensé en lo hermosa que se veía, de pie en la oscuridad, con el brazo extendido, señalando al infinito con el dedo, creando un circulo invisible que sólo era visible a los ojos. Aunque no conocía las palabras para describir bien la escena, tuve la sensación que había algo muy viejo en su gesto, su postura, la escena completa. Algo poderoso.

- ¿Qué ocurre?
- Yo no siento nada cuando trazas el circulo - confesé finalmente. Sentí que el corazón se me caía al suelo y que un hilo helado me recorría la espalda - quisiera sentirlo. Quiero decir que si lo siento pero...Sólo te miro a ti y...

Era la pura verdad. Había intentado con furiosos esfuerzos de imaginación percibir el circulo, visualizarlo en mi mente a la manera como suponía las otras mujeres de mi familia podían verlo. Pero,  ni antes ni después, el circulo había sido otra cosa que una idea brumosa de la que no estaba muy segura.

Y eso me dolía muchísimo. Para las brujas, el circulo de energía era realmente importante o al menos, era lo que había concluido luego de todos esos meses. Mi abuela solía decir que un circulo podía contener el Universo entero, la plenitud de comprender cada secreto del mundo. Que el circulo era una tradición tan vieja que se perdía en el tiempo, que parecía proceder de todas las naciones y de todas los pueblos de la tierra. Porque el Circulo de energia no era sólo la representación del perfecto equilibrio entre el espíritu humano y la naturaleza, sino también del misterio de un tipo de perfección elemental difícil de explicar. Sentada en la hierba, con la cúpula de la noche extendiendose brillante y púrpura sobre mi cabeza, pensé que quizás, yo no formaba parte de esa historia muy vieja que abuela insistía en llamar "familiar", de esa larga línea de brujas que no sólo podían comprender que era el círculo sino también verlo.

Pero con ocho años, no sabes explicar esas cosas. O al menos no de una manera comprensible. Expresar la frustración que puede producirte una idea semejante. Así que me quedé con las rodillas apretadas contra el pecho y el rostro oculto entre las manos, sin saber que hacer. Si es que tenía que hacer algo.

- Agla...
- Perdón, tia. Quizás no nací para bruja - respondí con mucha dramatismo.

Escuché a la tia reír. Me pasó un brazo por los hombros.

- Escucha, hay un secreto que toda bruja conoce bien temprano y este: El universo entero y el mundo completo, caben en un circulo - murmuró a mi oído. Suspiré, si, ya lo sabía, pensé. El mismo circulo que yo no podía ver - y ese circulo no está en ninguna otra parte que en el lugar más misterioso de toda la creación.

Levanté apenas los ojos.Tia me observaba con los suyos brillantes por la luz de las velas.

- ¿Donde es eso?
- Aquí.

Me apoyó la mano en el pecho. Parpadeé confusa.

- ¿Como es eso?
- Cierra los ojos y vamos a buscar el circulo - seguí mirándola, sin saber que me decía. Enarcó la ceja, impaciente - que bruja más terca. ¡Haz lo que te digo!

A regañadientes, la obedecí. Sentí sus dedos en mi frente y luego acariciandome el cabello.

- El poder de una bruja, la energía que crea un circulo no procede de nada que no poseas, no disfrutes, no puedas imaginar - me susurró al oido - una bruja es un paisaje interminable. Es un valle gigantesco a punto de crearse. Son cientos de pequeños fragmentos de luz y de sombra que unen para crear un país nuevo. En tu ment. En tu espíritu. Eso es lo que crea el circulo. No algo exterior, sino lo que sientes en tu interior.

"Ahora imagina que eres un árbol. Uno jovencito, de ramas delgadas y tronco agil. De esos que mueve el viento con facilidad. De los sacuden las hojas  al doblarse frente a las tormentas. Tu espíritu es así. Aún eres una idea recién nacida, un pensamiento en el Universo tan diminuto que necesitas caminar y comenzar a avanzar para encontrar tu nombre, tu lugar bajo las estrellas. Y ese andar, es el círculo. ¿Lo puedes imaginar?

Claro que podía. Con los ojos apretados, me vi como un árbol, uno pequeñito de ramas muy cortas, danzando por las ráfagas de viento de la montaña. Un árbol que aún no sabía que lo era. Que se estaba haciendo  más fuerte con lentitud. Tanta, que a veces no podía notarse. Y ese árbol, que era yo, parecía muy frágil, muy chiquito. Una tormenta podía golpearlo. Un rayo podía partirlo en dos. Me asusté pero también sentí esa conexión con el centro del árbol, la vida nueva naciendo en él.

"Ahora, imagina que tus raíces son tan profundas que se clavan a mucha distancia en la tierra. Eres muy joven, pero hay algo en ti muy viejo. Luz pura que te hace avanzar hacia ese centro del mundo de las ideas, que eres tu misma. Una raíz que avanza hacia el corazón, el espíritu, lo que tu mente es. La explicación a todas las cosas, las preguntas que no has formulado, los sueños que aún no nace, todo eso está en su raíz".

Vi las raíces enormes y fuertes del árbol que yo era. Las vi con tanta claridad que extendí las piernas y apoyé los pies descalzos en la Tierra. Imaginé mis raíces - esos pies de mi mente - abriéndose paso a través de las rocas, más abajo, más más profundo. Hacia un centro luminoso, hacia visiones tan poderosas que parecían abrirse en capas en un mundo subterráneo. Y esas raíces eran cada vez más fuertes, fértiles, grandes. Madera antigua sobre madera nueva. Viejas palabras sobre otras que acababan de hacer.

- Y esas raíces son todo lo que eres - dijo mi tia. Senti su mano en mi hombro. El calor de las velas a mi alrededor. Tan cercano, tan fuerte que de pronto, abrí los ojos sorprendida. La luz era la misma, pero para mi había cambiado. Había algo más intenso, radiante. Algo en mi que respondía a la luz - esa raíz es la historia de tu familia, antes y después de ti. Cada palabra que te hace crecer, cada idea que te hace madurar. Cada percepción que te hace mucho más fuerte, sabia. Cada rama, cada hoja de tu vida, es una historia que contar. Es un sueño que alcanzar. Y creces, tan rápido, como para alcanzar el cielo. Tan fuerte como para mirar el mundo con ojos asombrados. En el circulo de tus ideas. En el poder de todo lo que crees y asumes posible.

Se levantó del suelo. Lo hice también, con las rodillas temblando de una emoción que no podía comprender muy bien. Me tomó del brazo y me hizo señalar al norte, donde las velitas bailaban bajo el viento de Septiembre.

- Creamos el circulo en nuestra mente para recordar que nuestra historia - dijo mientras ambas girábamos en el sentido de las agujas del reloj, mirando la luz de las estrellas. La llamitas de las velas parecieron torcerse, aumentar de tamaño. Palpitar en la oscuridad. Pero de pronto, eran parte de mi, algo más profundo. Más significativo. Eran pequeños fragmentos de historia, de esa idea amplia sobre mi propia vida, que era una pieza de una tradición más vieja de lo que yo podía imaginar - Creamos el círculo para recordar de donde provenimos, hacia donde vamos. Que esperamos recordar. Hacia donde caminamos en la oscuridad.

Nos detuvimos, el dedo apuntando al norte de nuevo, el corazón latiendo muy rápido. Sentí que una emoción simple, de pertenencia, de compresión, de puro amor me recorría. Era muy pequeña para entender su trascendencia, su justo valor. Pero aún así, sentí esa definitiva sensación de reconocimiento. Ese poder real y consciente de ser parte de algo mucho más importante que mis temores. Mi capacidad para la esperanza.

- Crear un circulo es recordar todos los motivos que te unen, te atan y te liberan a tu identidad - dijo mi tía, con su sonrisa amable - una bruja lo sabe, lo necesita. Se apoya en esa idea. Siempre avanza hacia adelante en ella.

Me llevo muchos años comprender en realidad lo que podía abarcar esa idea, el poder real de un circulo que te une, que le brinda valor a cada una de tus ideas. Pero desde esa noche, jamás volvía  temer que el circulo pudiera abandonarme, que pudiera dejar de percibirlo. Que incluso, pudiera dejar de comprender su importancia.

Porque descubrí que el circulo estaba en mi. En ese rincón del espíritu donde vive el poder de crear y aprender, de soñar y aspirar a la sabiduría.

Un símbolo de pura esperanza.