viernes, 31 de octubre de 2014

Proyecto una película Cada Viernes: Cinco películas de terror que reinventaron el terror.



Hablar de una lista definitiva sobre las mejores películas de terror siempre será un poco osado. Porque la misma idea sobre el miedo parece variar y transformarse no sólo de cultura en cultura, sino también de época en época. De manera que al hablar del género del terror, nos referimos a un tipo de cine que juega con una serie de símbolos y metáforas visuales y hasta emocionales muy distintas, todas con la capacidad de construir una idea única: ¿Qué nos produce terror y angustia? ¿Qué nos asombra? ¿Cual es el elemento que puede hacernos recordar las fronteras de lo que consideramos normal e incluso comprensible? Porque si algo está claro, es que el poder del miedo es evocar esa límite sinuoso y la mayoría de las veces abstracto de lo cotidiano con lo desconocido. Esa visión de quienes somos y lo que contradice nuestras impresiones y creencias sobre el mundo. El miedo como la última línea de nuestra mente hacia lo desconocido. Sobre todo en los últimos treinta o cuarenta años donde la barrera de lo sugerido parece desaparecer en favor de la espectacularidad, lo obvio y lo sangriento. ¿Qué puede asustar a una generación que creció no sólo mirando películas de terror sino además, rodeada y abrumada de todo tipo de informaciones del terror en el mundo real? ¿Como sugerir el miedo para un público endurecido por la insistencia en antiguos símbolos sobre lo que nos aterroriza?

De manera que al momento de escoger cinco  ejemplos de películas de terror que reinventaron el género, lo más práctico resulta analizar la idea desde su perspectiva más elemental: ¿Cuales películas realmente crearon una nueva manera de concebir el terror? ¿Cuales aportaron nuevos elementos y formas de comprender un sentimiento tan viejo como primitivo? ¿Cual director logró cruzar la línea entre el mero sobresalto y un análisis sobre lo que se teme y por qué se teme? Aún así, la selección continúa siendo incompleta, personal y sobre todo injusta. Pero haré el intento no sólo de reunir lo que considero lo más representativo del cine de terror, sino también de su herencia hacia esa visión del miedo que suele construirse a partir de ellas.

Siendo así, podría decir que las películas del género de terror que considero más originales de las últimas décadas son las siguientes:

'El exorcista', de William Friedkin:

Un clásico por donde se le mire. Basada en el libro homónimo de Wlliam P. Blatty, la película tiene la particularidad de haber logrado una atmósfera malsana, inquietante y dura que aún hoy, ha sido difícil de imitar y no digamos, de superar. El director, asume la labor de crear una visión del miedo real, a partir de detalles y una cuidada puesta en escena que brinda una apariencia de total normalidad. El miedo nace a partir de un fenómeno inexplicable, que se manifiesta en pequeños síntomas y luego, en una verdadera destrucción de ese concepto de lo que consideramos habitual, comprensible y corriente.

Toda la película mantiene un pulso tenso, un juego de símbolos y metáforas que se hacen cada vez más claustrofobicos. Muy lejos de recurrir al impacto gratuito o mucho menos, al sobresalto facilón, Friedkin administra con enorme cuidado los momentos de verdadero terror sobrenatural, mezclandolos con otras tantas escenas de aire cotidiano, para lograr un efecto chocante y ambiguo. El director jamás se apresura: el discurso de la película parece asumir su propia improbabilidad, como si brindara al espectador la oportunidad de analizar lo que ocurre desde varias puntos de vista. Para cuando el terror se muestra de manera muy clara, el espectador se encuentra convencido de la posibilidad de su existencia. Un logro argumental y técnico que transformó la película en un referente inmediato en cuanto a películas de terror se refiere.

¿Quieres ver "El Exorcista" de William Friedkin Online? Hazlo desde aquí --> https://www.youtube.com/watch?v=R0Jrg0r_9T0

"Los Otros" de Alejandro Amenabar:

En más de una ocasión, se ha dicho que "Los Otros" de Alejandro Amenabar habría sido un clásico del terror casi de manera instantánea, de no haber estado precedida por el rotundo éxito de taquilla de "The Sixth Sense" del director  M. Night Shyamalan. Una casualidad que restó impacto a su cuidado guión y sobre todo, a su muy bien pensado giro argumental que sin la referencia inmediata de la película del director hindú, habría causado una verdadera sorpresa dentro de lo que a la percepción del cine de terror conceptual se refiere. Pero aún así, Amenabar logró crear un universo inquietante que se sostiene por si solo y una nueva visión del miedo, en esta ocasión construido desde esa percepción esencial del espacio humanizado. La casa que se asimila no sólo como parte de la historia que se cuenta, sino que además es una parte esencial del entramado dramático de lo que se insinúa. Tal vez debido a eso,  pesar de todo, se considera a "Los Otros" como una pequeña joya del subgénero o al menos, entre los amantes del cine de terror basado más en la sutileza que en la capacidad para provocar gritos y sobresaltos por mera concesiones del guión. Como la cuidada producción que es, la película basa el mayor peso de la trama, no sólo en un correcto e inteligente desarrollo de los personales, sino que además, construye un ambiente único, donde la mirada objetiva - la cámara que espia y sigue las secuencias, que siempre observa, desde una distancia considerable que llega a resultar chocante -  parece crear algo más duro y menos evidente de lo que suele ser el argumento de una película de terror. En un evidente homenaje a películas donde la casa juega un papel casi emocional y argumental por derecho propio, con ‘Suspense’ (Clayton, 1961) y ‘Al final de la escalera’ (Medak, 1980) Amenabar juega con puertas abiertas y cerradas, pasillos estrechos, habitaciones medio abandonadas. La luz - personificada además como un enemigo silente y tenaz por el argumento de la historia - parece marcar el límite entre la realidad y lo que se esconde más allá de ella, con una precisión encomiable. Más allá, la historia parece pasearse por una serie de opiniones y reflexiones sobre la muerte, la naturaleza de la vida y lo que ocurre más allá, el terrorífico elemento desconocido que abarca no sólo la imaginación sino los temores del espectador.

¿Quieres ver la película "Los Otros" de Alejandro Amenabar? Hazlo desde aquí --> http://www.divxonline.info/video/28-stagevu/37487-Los-otros-2001.html

"El Espinazo del Diablo" de Guillermo del Toro:

En más de una ocasión, se ha insistido que el "Espinazo del Diablo" no es en realidad una película de terror sino una metáfora conmovedora sobre la perdida de la niñez, la muerte y el horror de la guerra. Un argumento válido, claro está, pero que aún así no abarca la meticulosa puesta en escena, el sólido guión y el maravilloso desenvolvimiento de la trama, que construyen una original propuesta sobre el terror, el miedo como elemento espiritual y algo más denso que el director méxicano transforma en algo totalmente nuevo: el origen de la supervivencia del alma humana después de la muerte. Porque no hablamos unicamente del terror a secas, sino de una reconstrucción de una época, una forma de contar la historia que brindó una notoria importa al contexto histórico para brindar al terror una sustancia única, significativa. Pero también, el director elaboró un relato muy bien logrado sobre el terror, la vulnerabilidad y la desesperanza. Una combinación improbable, sin excesivas florituras pero que logra mostrar esa visión del miedo más allá de lo obvio, de lo simple y lo circunstancial.

¿Quieres ver la película "El espinazo del Diablo" de Guillermo del Toro Online? Hazlo desde aquí --> http://www.recpelis.com/pelicula/3376/el-espinazo-del-diablo.html

‘La profecía’ de  Richard Donner:


En esta ocasión se analiza de una manera novedosa: a través de las creencias y la religión, un golpe de efecto que consiguió que un argumento relativamente sencillo pudiera lograr construir un discurso sobre el terror tan original como consistente. Y es que para Richard Donner, el terror no sólo se basa en esa noción de lo desconocido sino en la necesidad del hombre de comprender su relación con lo sobrenatural, en este caso, con lo divino. Resulta desconcertante como el argumento desmenuza algunas primitivas creencias cristianas para crear un logradísimo ambiente contemporáneo,  donde el miedo radica en esa obsesión por el mal en estado puro, por la omnipresencia de la amenaza y más allá, por el terror que invade esa normalidad aparente que el director muestra con una estética impecable. No obstante, esa pulcritud  del mundo real, parece desmoronarse ante el asedio incesante de lo desconocido, encarnado para la ocasión con un perfecto disfraz de inocencia. Para el recuerdo: las secuencias del rostro del pequeño Damian Thorne (interpretado por Harvey Stephens ) como una máscara de aparente ternura infantil.

¿Quieres ver la película "La profecia" de Richard Donner Online? Hazlo desde aquí --> https://www.youtube.com/watch?v=m7PHzaN0L8Y


Dos Hermanas de Kim Ji-Woon:

Durante la primera década del nuevo milenio, el cine de terror japones - y posteriormente oriental en general - asombró y aterrorizó al mundo occidental. Por supuesto que luego del asombro por lo original de la propuesta y sobre todo, la manera de crear una nueva percepción sobre lo que el terror puede ser, la propuesta asiática comenzó a perder frescura y a imitar modelos muy concretos, con una recurrencia que pareció simplicar el concepto original. Es por ese motivo que "Dos hermanas" del director Kim Ji-Woon simbolizó en su momento una vuelta de tuerca a un concepto muy manido, a toda esa insistencia en propuestas cada vez menos firmes. Con una atmosfera malsana, un ritmo lento que puede incluso resultar tedioso por momentos, es sin duda una apuesta arriesgada de cara a un público acostumbrado a propuestas mucho más sencillas y efectistas. Pero aún triunfa en su cualidad casi onírica,  en esa construcción del terror a piezas que elaborando un concepto alterno, donde lo espeluznante y lo directamente Gore crean algo por completo original.  La  estética, además, brinda una nueva interpretación sobre lo que se cuenta, logrando una doble lectura que sorprende por su precisión.

¿Quieres ver la película "Dos Hermanas" de Kim Ji- Woon Online? Hazlo desde aquí --> http://www.miratupeli.com/2014/07/dos-hermanas-a-tale-of-two-sisters-2003-espanol-online-latino-gratis.html

jueves, 30 de octubre de 2014

La puerta abierta: El temor a la diferencia.




La primera noticia que leí en el día fue las declaraciones Tim Cook acerca de su sexualidad: El CEO de Apple había escogido su columna en Bloomberg Businessweek para confesar públicamente su homosexualidad. No me sorprendió su anuncio, en realidad me sorprendió que asumiera debía hacerlo y sobre todo, las repercusiones que parece tener. De inmediato, comencé a encontrar comentarios vías redes Sociales sobre “lo preocupante de su declaración de cara a la empresa” y también otros tantos que insistían en que la postura de Cook “brindaba un aire más humano al rostro empresarial”. No obstante, el comentario que más significativo que leí fue el de un hombre homosexual de California que escribió “¿Hay alguna necesidad que Cook haga más evidente la diferencia dando explicaciones sobre su vida privada?”. El planteamiento me hizo pensar sobre todas esas pequeñas muestras cotidianas de discriminación que asumimos como normales — necesarias, quizás — y también ese complejo entramado de prejuicios y temores que parece formar parte de la cultura popular. Más allá, me hizo preguntarme hasta donde somos conscientes que aún consideramos la sexualidad ajena — o la manera como la entendemos, en todo caso — proclive a la discusión pública y lo que es peor, como proclive a un juicio de valor. Todo lo cual deja muy claro que ese lento proceso hacia la llamada igualdad no ha hecho más que comenzar y sobre todo, sobre bases aún muy frágiles y movedizas, basadas en ese criterio casi abstracto que la sociedad parece sobre la inclusión.

Y es que las declaraciones de Tim Cook o que sintiera había necesidad de ofrecerlas, deja muy en claro que la lucha por la igualdad y la inclusión aún está muy lejos de obtener resultados concretos. Eso, a pesar de la lucha pública y visible por los derechos de la comunidad Sexo Diversa en varios países del mundo y sus contundentes logros de cara al reconocimiento y sobre todo, la aceptación de sus derechos civiles en buena parte de la orbe. Pero aún así, Tim Cook, un hombre exitoso, de reconocida trayectoria pública y con una discreta vida personal, siente la necesidad de dejar bien claro su orientación sexual o mejor dicho, cree que la mejor manera de participar — o colaborar — en esa nueva visión sobre la inclusión es dejando claro su orientación sexual. Lo hace, puntualizando que “ser gay uno de los mayores dones que Dios me ha dado”, en una especie de justificación muy clara sobre su derecho a ser reconocido y aceptado, lo cual es muy válido. Pero ¿Era realmente necesario que Cook hiciera un comunicado público sobre su orientación sexual? ¿Que tan imprescindible era para Cook dar explicaciones a ese gran opinión pública que tomó la noticia con cierto desconcierto y hasta indiferencia? ¿Hasta donde es contraproducente la visibilidad pública de estas grandes demostraciones públicas que intentan brindar un sentido totalmente nuevo a la noción de igualdad necesaria?

Tim Cook comenta en su columna que ser homosexual le ha permitido “una comprensión más profunda de lo que significa pertenecer a una minoría”, añadiendo que muchos de sus compañeros de Apple conocían su orientación sexual, algo que nunca ha escondido. De manera que no queda sino preguntarse, ¿Que hizo que Tim Cook decidiera que debía divulgar públicamente lo que todo su entorno conocía de sobra? ¿Que le motivo a creer que una declaración pública en un diario de corte económico — lo que hace más confusa la intención de Cook — brindaría mayor visibilidad a la lucha de cientos de hombres y mujeres a través del mundo para lograr su reconocimiento legal y cultural como parte de la sociedad? También lo deja claro al puntualizar: “No me considero un activista, pero me doy cuenta de lo mucho que me he beneficiado del sacrificio de otros”, explica. “Por lo tanto, pienso que si saber que el consejero delegado de Apple es gay puede ayudar a alguien a reconocer su propia sexualidad o puede hacer sentir mejor a alguna persona que esté sola o inspirar a más gente a luchar por la igualdad, entonces siento que el sacrificio de mi propia privacidad vale la pena”.

Es un tema complejo que al parecer nunca se analiza lo suficiente ni tampoco parece lograr un consenso general. Y sin embargo, el tema de la igualdad — y no sólo con respecto a las llamadas minorías Sexo diversas sino a todo hombre o mujer que aspire a ser reconocido en la diferencia que le define — parece tener tantas implicaciones como confusiones. Porque la inclusión, esa aceptación del otro del otro a pesar — o no obstante — su diferencia, parece tener toda una serie de interpretaciones cuando menos espinosas. Se habla de una sociedad que admita a las minorías, cuando el mismo hecho de señalar — legal o culturalmente — esa visión del ciudadano que no encaja dentro de lo general, resulta una forma de discriminación. Se habla de leyes que protejan a “quienes integran los grupos tradicionalmente marginados” en lugar de plantearse líneas de actuación legal que fomenten que la disminución de la desigualdad. Mucho más preocupante aún, cuando la cultura continúa señalando con el dedo acusador de la conciencia moral al otro, el que no cumple los requisitos de una normalidad debida, tradicional, heredada y al parecer necesaria para formar parte de una idea general. Esa percepción del diferente como una minoria que sólo resulta tan prejuiciosa como la noción de la “diferencia” por la vía de la comparación inmediata con la generalidad.

El fenómeno no es nuevo, aunque claro está, se ha hecho más evidente durante las últimas décadas. Una y otra vez, la mirada acusadora de la sociedad que juzga obliga a todos los que permanecen al margen de la moralidad obligatoria, a reivindicarse de la manera que pueden y sobre todo, de la forma que consideran más contundente. De allí la tendencia a “salir del closet” de manera pública y notoria, dejando muy en claro que la identidad sexual es cosa personal y sobre todo, un logro espiritual. Ya lo decía el periodista norteamericano Anderson Cooper, quién decidió disipar las dudas sobre su sexualidad a su manera elegante y comedida: “El hecho es que soy gay, siempre lo he sido y siempre lo seré. Y no me puedo sentir más feliz, más a gusto conmigo mismo, ni más orgulloso”. Con estas palabras, Cooper admitía públicamente su orientación sexual, luego de algunos años de rumores no confirmados sobre su vida privada que el periodista jamás se tomó la molestia de responder. Pero finalmente Cooper pareció ceder a la presión pública e hizo la confesión pública a su amigo Andrew Sullivan en un correo electrónico que — con su autorización — se incluyó en la página web de The Daily Beast. Un método mucho menos espectacular que otros famosos que escogieron rotativos de alto renombre y popularidad para hacer confesiones semejantes y sobre todo, una declaración mucho más sobria que otras tantas, ocurridas en años anteriores. De hecho, Sullivan explica en esa misma web que pidió a Cooper participar en un debate de Entertainment Weekly en el que se analizaba cómo los personajes públicos hoy en día dan a conocer su homosexualidad de manera mas comedida que antes. Para Cooper, el interés que suscitó su respuesta le sorprendió y desconcertó “La vida privada es probablemente la última frontera de un mundo hiperinformado” — escribió — y la sexualidad, el mayor misterio a revelarse”. Y es que para Cooper, el discreto debate sobre su sexualidad pareció ser del todo innecesario, siendo que jamás oculto — ni privada y mucho menos públicamente — sus preferencias. Aún así, la declaración pública llegó poco después que el Presidente Barack Obama diera su apoyo a la propuesta de Matrimonio igualitario, lo que hace suponer que la declaración de Cooper tuvo una intención mucho más concreta — y meditada — que la mera admisión pública de “su diferencia”.

De nuevo surge la pregunta: ¿Hasta que punto es necesario una admisión pública de la sexualidad? Probablemente se trate de un debate que aún no tiene una verdadera respuesta o que de hecho, tenga tantas interpretaciones que sea imposible llegar a una conclusión única. Porque en la medida que la comunidad Sexo diversa se fortalece, parece inevitable que la declaración pública forme parte de una celebración pública de su honestidad, fortaleza y peso cultural y hasta político. Pero si analizamos el otro extremo del espectro, el cuestionamiento sobre que tanto beneficia a los miembros de la comunidad menos notorios — los anónimos, los que forman parte de ese gran conglomerado de luchadores a nivel local y doméstico por los derechos de las llamadas minorías segregadas — esa insistencia evidente sobre la diferencia, esa aceptación tácita que de hecho, si existe una diferencia que debe remarcarse, asumirse y comprenderse. ¿No sería mucho más cónsono con la lucha que se lleva a cabo alrededor del mundo por el reconocimiento e inclusión de los sectores de la población usualmente discriminados una admisión natural de la diferencia?

Por supuesto, se trata de escenarios ideales y por ahora, irreales. El mismo Andrew Sullivan comentaba que las declaraciones públicas sobre la sexualidad, fortalecían esa noción sobre la “normalidad” que debería tener cualquier consideración a la vida privada. En otras palabras, que mientras muchas más personalidades respetadas y populares admitan su sexualidad, la llamada “diferencia” será percibida de manera mucho más favorable. A pesar de la contradicción, Sullivan pondera: “Por supuesto, la visibilidad de las declaraciones de hombres y mujeres admirados y reconocidos alrededor del mundo, brindan un notorio espaldarazo de popularidad a una comunidad tradicionalmente discriminada”. Y aunque reconoce que a medida que la sociedad se ha hecho más abierta y el proceso de aceptación se ha hecho más profundo, la declaraciones públicas se han hecho más sobrias, continúan siendo necesarias. “Continúa siendo imprescindible demostrar que el miedo al rechazo es mucho menor que hace décadas y sobre todo, que podemos enfrentarlo con mayor contundencia” añade.



No obstante, el cambio social, tan esperado y sobre todo, que tanto se insiste está ocurriendo, parece avanzar con mucha más lentitud que lo deseable y quizás, la necesidad de hacer pública y notoria los ámbitos de la discriminación la haga aún más enrevesada. Hace más de un mes, doscientos Obispos del Vaticano redactaron un documento — más bien un borrador — llamado “Relatio post Disceptationem”, donde en un gesto que causó sorpresa entre la feligresía y la opinión pública mundial, se analizaba la necesidad de flexibilizar los rígidos cánones católicos sobre la homosexualidad. En el texto, que se redactó en medio de largos debates podía leerse: “Las personas homosexuales tienen dones y cualidades para ofrecer a la comunidad cristiana. ¿Estamos en grado de recibir a estas personas (…), aceptando y evaluando su orientación sexual, sin comprometer la doctrina católica sobre la familia y el matrimonio?”. El simple y brumoso anuncio corrió como pólvora entre los medios de comunicación del mundo, la mayoría de los cuales celebraron la postura como “renovadora y un importante giro histórico”. Sin embargo, el análisis vaticano final se resumió finalmente en una frase ambigua y poco menos que confusa — “los hombres y las mujeres con tendencias homosexuales deben ser acogidos con respeto y delicadeza” — lo que demostró que aún la Iglesia, no se encuentra preparada para asumir los cambios sociales y culturales que su extensa feligresía protagoniza en buena parte del mundo. No obstante, la misma frase, el anuncio al completo, resulta preocupante: ¿No resulta cuando menos inquietante la manera como la iglesia puntualiza la idea sobre la diferencia y la hace más profunda? Como muy bien señalaba la escritora Leila Guerrero en su columna del Diario el País, donde analizaba el tema: “¿Qué hubiéramos dicho si los líderes de uno de esos regímenes político-religiosos que impiden a las mujeres votar y estudiar, por ejemplo, hubieran producido un documento que dijera, a modo de descubrimiento, “Las mujeres tienen dones y cualidades para ofrecer a la comunidad”? ¿Estamos en grado de recibir a estas personas?”. ¿Lo saludaríamos como un giro histórico, o estaríamos escandalizados?” Una visión preocupante sobre un tema que parece tener tantas grietas como fisuras. Una admisión de culpas que aún así no supone una inmediata responsabilidad sobre la idea básica que promueve la discriminación y el prejuicio: ¿Somos conscientes hasta que punto esa interpretación de la diferencia basada en lo obvio — esa necesidad que todos todos los hombres y mujeres sean dignos de aceptación y reconocimiento — hace aún más desconcertante la afirmación de la Iglesia en ese reconocimiento torpe del valor del otro?

Aún así, la postura eclesiástica parece resumir buena parte de las opiniones mundiales, donde el anuncio fue celebrado y también considerado un acto de “caridad” y “compasión” que demostraba “la buena voluntad de la Iglesia”. Una incómoda presunción que la diferencia debe admitirse — con incomodidad y casi con esfuerzo — como si el derecho a la reivindicación fuera limitado por el parecer y la opinión del otro. Una idea que parece dejar muy claro que las declaraciones como la de Cook construyen esa visibilidad necesaria sobre un tema que se insiste en tratar con discreción y sobre todo una preocupación “sutileza moral”.

Más allá de los análisis más profundos, la revelación de Cook ha desatado todo tipo de comentarios en las redes sociales, a pesar que la sexualidad de Cook nunca fue un tema controvertido ni tampoco debatido con demasiado interés. Aún así, Cook ha insistido en que tomó la decisión debido no a la presión social o cultural de su entorno, sino por una responsabilidad moral, muy especifica. De nuevo, esa insistencia en que la visibilidad del mensaje crea condiciones mucho más favorables para la lucha. De hecho, Cook cita en su artículo al reverendo Martin Luther King, líder en la lucha por los derechos civiles de las minorías raciales de EE UU. “La pregunta más persistente y urgente en esta vida es qué estamos haciendo por los demás”, dijo Martin Luther King. “A veces me planteo esto y he llegado a la conclusión de que mi deseo de privacidad me ha impedido hacer algo más importante. Y eso es lo que me ha traído hasta aquí”, puntualiza Cook.

Una reflexión que demuestra otra vez, que la mirada pública sobre el debate de la discriminación y sobre todo, las innumerables implicaciones de tema, parece aún permanecer en cierta palestra muy visible, más allá de un análisis mucho más profundo y sustancial. Una mirada elocuente sobre a lo que la sociedad construye — y mucho más aún, necesita —respeto a esa igualdad debida — necesaria — a la aspira llegar.

miércoles, 29 de octubre de 2014

De la mirada consciente a la comprensión del poder de uno: Mapa de ruta al país posible.



Hace poco un amigo chileno me preguntó cual era el mayor aprendizaje que me había dejado diez años de gobierno Chavista. La pregunta me sorprendió, principalmente porque jamás he pensado que el proceso social y cultural que sufre mi país pudiera enseñar nada a nadie sino porque además, durante década y media he tenido la clarísima impresión que mi país ha padecido un ciclo interminable de enfrentamientos sin ninguna consistencia u objetivo, como no sea la preservación y disputa del poder. Mi amigo me escucho con paciencia, desde la ventana borrosa del Skype.

— Siempre aprendemos de este tipo de situaciones culturales y sociales, aunque no lo sepamos — respondió por último — probablemente, no sea un aprendizaje voluntario o muy claro, pero sí, existe seguramente unas cuantas cosas que has obtenido en todo el proceso que vives.

— ¿Lo dices por experiencia propia?

Mi amigo guardó silencio e inclinó la cabeza. Mi pregunta tenía una intención muy específica, por supuesto. Durante los años de la Dictadura de Augusto Pinochet, su familia se había enfrentado a la persecución y a la agresión política. Sus padres eran profesores y luego, opositores muy visibles de un régimen que desde el principio criminalizó la opinión. Por años, mi amigo me ha hablado sobre lo durísimos años que su familia tuvo que soportar bajo el puño opresor del militarismo y lo que fue aún más doloroso de superar, una sociedad cómplice que ya sea por miedo o indiferencia, aceptó lo que sucedía. De manera que mi pregunta tenía mucho que ver con su experiencia, pero también con esa otra historia, la doméstica y la intima, sobre lo que habían tenido que enfrentar.

— Sí, te hablo desde la experiencia — me dijo — mi familia aprendió no sólo el valor de los principios y la moral y no de una manera abstracta, una visión ética más o menos comprensible. Mis padres sobrevivieron al acoso legal por mantenerse firmes y sobre todo, por jamás contradecir su forma de comprender al país donde vivían. Finalmente, cuando Pinochet abandonó el poder, fueron de los pocos que pudieron celebrar con total libertad, sin deudas espirituales o remordimientos personales.

Asentí. Había escuchado su historia varias veces, sobre todo a partir que Venezuela se hizo cada vez más un reflejo de tradicional autoritarismo del continente, sólo que ahora, llevando la bandera de la izquierda histórica tradicional. Suspiré, un poco abrumada por las implicaciones de la conversación pero sobre todo, el esfuerzo que me llevaba aceptar que durante quince años de enfrentamientos, violencia y transformaciones sociales que no incluían como ciudadana, existía un conocimiento que sostener y que valorar. Mi amigo me dedicó una de sus sonrisas torcidas.

— La mejor manera de crecer y mantenerte integro en estas situaciones, es manejar lo bueno y lo doloroso como conocimiento. Es lo único que te permitirá no sólo sobrevivir, sino enfrentarte a ese gran monstruo de la política que usualmente crean nuestros propios errores.

— Es decir, conocer el mecanismo corrompido desde sus entrañas — le respondí. No me gustó la connotación poética de la frase, pero de alguna forma, resumía con mucha exactitud mi punto de vista sobre el Chavismo. Una maquinaria de propaganda e ideología construida para lograr el control hegemónico y que aspiraba no sólo monopolizar el poder sino a enfrentar cualquier oposición en contra con todos los recursos del Estado. Una maquina perfectamente funcional para destruir la voluntad, la disidencia y la capacidad de cuestionamiento del ciudadano de a pie.

— Más o menos. Pero hazte la pregunta. ¿Que has aprendido durante quince años de enfrentarte a un régimen que ni siquiera reconoce tu existencia como ciudadana? Es una perspectiva capaz de mostrarte no sólo la realidad que vives desde otro punto de vista sino además, hacerla más completa y más rica. Mucho más profunda. La mayoría de las veces limitamos el enfrentamiento a lo obvio, a lo simple, a la reacción. ¿Pero a qué realmente te enfrentas?

Me lo pregunté. Durante días, me cuestioné una y otra vez que me había enseñado el gobierno chavista, este largo proceso de re acomodo del poder. Y me sorprendí encontrando que había una línea muy concreta y muy directa de poder y de construcción de valores que mostraban algo más amplio que mi posición con respecto al chavismo. Una reflexión sobre como comprendo las relaciones de poder y más allá, mi visión sobre mi identidad como ciudadano.

Y ¿Como podría resumir ese aprendizaje circunstancial pero valioso que me ha dejado quince años de oponerme a un régimen con aspiraciones autocráticas como el nuestro? Lo siguiente:

1.- El valor de mis derechos ciudadanos:

Cuando Hugo Chavez llegó al poder, yo aún era una adolescente que no comprendía muy bien las relaciones de poder en el país. Tenía una noción borrosa sobre la partidocracia, la burocracia como consecuencia inmediata y sobre todo, esa distribución desigual del poder que creó todo una situación social insostenible. Pero en realidad, no entendía a cabalidad sus alcances y mucho menos sus implicaciones. Hasta entonces en el país la política se analizaba desde la perspectiva limitadísima de “sólo es cosa de políticos” y sobre todo, de las muy viciadas relaciones de poder entre el ciudadano común y el funcionario burocrático.

Para bien o para mal, la llegada de Chavez al poder transformó esa limitadisima comprensión del poder y la político. De pronto, el ciudadano común se vio en la necesidad no sólo de involucrarse sino de participar activamente y de manera muy directa en las manifestaciones de su derecho ciudadano y la exigencia de la responsabilidad administrativa de los funcionarios en el poder. Desde la protesta callejera al uso de mecanismos y herramientas administrativas y legales para proteger sus derechos y asumir sus deberes, el ciudadano hasta entonces indiferente, tuvo la obligación de aceptar su responsabilidad en cualquier cambio que pudiera realizarse, incluso los mínimos. Eso, a pesar de enfrentarse a un estado que ignora los requerimientos ciudadanos y que aún más, criminaliza la opinión. Aún así, la insistencia y la necesidad de la transformación política continúa impulsando esa necesidad del venezolano de comprender los mecanismos políticos y sociales a los que se enfrenta a diario.

2.- La responsabilidad ciudadana:

Se suele decir que en Venezuela el ciudadano es “indiferente”. Probablemente un importante número lo sea, pero también hay una considerable proporción de ciudadanos que han asumido de manera muy responsable su protagonismo histórico y social sobre la circunstancia histórica que viven. Una visión contralora de la política prospera a medida que el ciudadano asume — y ejerce — esa condición de protagonista de su propia historia. Experiencias como consejos comunales mixtos — y con participación activa de ciudadanos de ambas tendencias políticas —, comités y asambleas de vecinos para debatir políticas y analizar propuestas legales, han transformado lentamente — y de manera insuficiente — esa noción del Venezolano que desconoce los alcances de su participación política.

Por supuesto, aún el fenómeno es límitado y sobre todo, a medio construir. Pero el aprendizaje comienza a crear toda una nueva conciencia de hombre político y social que se educa a través de la experiencia.

3.- Ningún extremo es conveniente y mucho menos, constructivo.

Por muchísimo tiempo, fui una opositora radical al gobierno chavista. Lo era, en la medida en que oponía de manera frontal a cualquier propuesta y consideraba mi adversario inmediato a cualquiera que no comulgara con mis razones y opiniones políticas. No obstante, a medida que la situación en nuestro país se hizo más contradictoria, voluble y complicada, esa visión se hizo insostenible y sobre todo, inviable. Porque poco a poco descubrí, que el mapa político y social venezolano es mucho más variopinto y difícil de comprender que la simplificación de lo extremos en disputa. Sobre todo en una sociedad como la nuestra, profundamente ecléctica y ambigua. Con muchísimo esfuerzo, aprendí que el panorama Venezolano es una combinación de factores que crean una situación inédita que debe ser analizada más allá de la radicalización y la polarización que la ideología gubernamental propone y promueve. Y es que el paisaje político Venezolano se ha transformado a medida que las condiciones económicas y sociales se han hecho mucho más duras y complicadas. De allí la necesidad que el ciudadano comprenda la situación que vive más allá de la disputa, la diatriba y la amarga discusión entre enemigos ideológicos que por casi una década fue la constante en el análisis del panorama nacional.

4.- La información como arma y como defensa:

Durante quince años de gobierno, Hugo Chavez utilizó sus constantes enfrentamientos contra los medios de comunicación tradicionales, para fomentar un clima de desconfianza y cuestionamiento con respecto a la información que se difunde. La inmediata consecuencia de eso, fue que el aparato de propaganda del gobierno se robusteció hasta crear una visión de la realidad a su medida y bajo el auspicio de sus intereses. Y es que Chavez nunca ocultó que uno de los objetivos de la Revolución que lideraba era la llamada “Hegemonía comunicacional”: un monopolio debido y evidente de los medios de información y difusión y lo que resulta más preocupante aún, de lo que acontece más allá de la versión oficial.

Durante el gobierno de Nicolas Maduro el control de la información se hizo aún más duro y evidente: para el Gobierno chavista pasó a ser prioritario la capacidad de distorsionar el flujo de información e imponer la verdad oficial. Sobre todo, luego que las pocas ventanas de opinión contrarias al poder terminaron por cerrarse o directamente pasar a formar parte del mecanismo de propaganda oficial. Esa visión de la información como una forma de manipulación se hizo mucho más evidente durante los meses de propuestas que vivió el país a principios del año y donde el gobierno convirtió la opinión y la postura política en un acto criminal.

En medio de la diatriba y sobre todo de la censura oficial, aprendí el valor de responsabilizarme de la información que difundo y comparto. Aún más a través de las redes sociales, que se transformaron en medios de comunicación alternativos sin que la mayoría de los usuarios fueran realmente conscientes del cambio que supuso esa nueva manera de informar. También, asumir el valor de la veracidad antes que la inmediatez y sobre todo, el peso de lo verificable y la información depurada de la información en medio de un debate frontal y amargo sobre lo que es noticioso — o no — como el que vivimos. Una manera considerablemente poderosa de enfrentarse al poder establecido y sobre todo, a esa noción de la información como una visión única sobre lo que ocurre y más allá, se comprende como parte de la realidad.

5.- Las connotaciones de mis simpatías políticas:

Venezuela siempre ha sido un terreno político confuso y un poco brumoso: desde esa simpatía discreta por la izquierda histórica del continente hasta ese análisis de la derecha como contradicción especifica del humanismo teórico, muy pocos partido político nacional ha tenido una verdadera definición con respecto a su tendencia e inclinación política. Exceptuando a los partidos de corte radical, el resto es una amalgama de visiones más o menos in concretas sobre las relaciones de poder y sobre todo, sobre la forma como la política interactua con respecto a las libertades y al entramado legal del país.

Tal vez por ese motivo, la rápida transformación de Chavez de un conservador centro izquierdista a un socialista radical, sorprendió a propios y extraños. Porque de hecho, aunque la propuesta de Chavez siempre fue de corte eminentemente reivindicativo, nunca se identificó de manera directa con la izquierda radical, probablemente para conservar esa franja de amplísima identificación con el descontento genérico que durante toda su campaña presidencial le apoyó y el aupó en sus intenciones presidenciales. No obstante, la admisión de Chavez de su postura política re alineo posturas políticas y provocó una reacción inmediata en las percepciones del poder y la diatriba pública que protagonizó.

De manera que como ciudadana, me vi en la obligación de cuestionar mis simpatías políticas, de construir ideas muy concretas sobre mi percepción sobre la política, la cultural, la sociedad y sobre todo la ideología. Una comprensión sobre todo muy elemental sobre mi capacidad para ejercer mi rol como ciudadano y más allá, asumir mi responsabilidad como elector.

6. Ni el Mesías ni el Mártir: La aspiración a la administración del poder objetiva.

Venezuela es un país aficionado al presidencialismo y sobre todo, que disfruta y promueve el culto a la personalidad. Propicia las condiciones para crear líderes sociales y políticos a quienes se le endilga la condición de infalibles y a quien se apoya por una visión emocional más que racional. No se trata, claro, de un fenómeno reciente: el Venezolano ha promovido y apoyado el personalismo durante buena parte de su historia reciente y el legado social de esa predilección por un funcionario público que también encarne algún tipo de figura emocional y carismática tiene multitud de interpretaciones. Por supuesto que, el fenómeno Chavez parece resumir lo peor y lo mejor de ese hábito y más aún, reconstruirlo hacia una interpretación incluso más peligrosa y compleja. Ya no se habla sólo de un líder, sino de una figura semidivinizada que parece aglutinar la identidad nacional y además, simbolizar el poder establecido.

Así que, una de las lecciones que más aprecio de las aprendidas durante quince años de Chavismo, es sin duda mi necesidad de cuestionar y criticar al funcionario que dice representarme. No sólo aspiro a un tipo de relación con el líder donde se priorice la discusión sobre las alternativas al poder y su propuesta, sino que sobre todo, analice el poder como una construcción de valores que no necesiten de una única cabeza visible para prosperar. Crecí bajo la figura de un único líder idolatrado por multitudes militantes, de manera que aprendí que el poder no es una visión única ni tampoco individualista de las relaciones entre ciudadano y Estado. O que al menos, esa la visión más cercana a un sistema político válido que promueva al ciudadano como protagonista en lugar de un grupo jerárquico en el poder.

7.- El poder del voto:

Por mucho tiempo, votar en Venezuela fue un asunto sencillo. Un trámite sin mayor complicación que se ejercía para convalidar la experiencia política de turno. No obstante, durante el Chavismo, votar se convirtió en una decisión de considerable valor político y social. Cada campaña electoral, cada proceso de elección, cada voto, parece significar no sólo una transformación puntual sobre un régimen que acumula poder a partir de la manipulación de los valores democráticos, sino que además convierte el símbolo de la reivindicación democrática en un elemento de legitimación artificial. Fue una lección que me llevó años aprender pero que me hizo muy consciente que a pesar de los vicios del poder, votar es un derecho que ejerzo con la convicción del poder que representa y del valor que sustenta. Una demostración legal de mi opinión y más aún, de la manera como concibo el poder establecido o mejor dicho, mi crítica hacia la forma como se concibe así mismo.

Una lista corta, sin duda. Y sin embargo, resulta significativo que aún a pesar de los sinsabores y durísimas experiencias que he vivido durante quince años de gobierno chavista, pueda aún decir que pude aprender de un proceso político cada vez más borroso e insustancial. Una manera por completo nueva de analizar mi identidad como ciudadana y sobre todo, esa necesidad de enfrentar el poder a través del único medio que el ciudadano aún puede disponer: su capacidad para asumir su papel específico dentro de un proceso histórico que insiste en crear una nueva visión del país incluso a costa de buena parte de la opinión ciudadana.

— El aprendizaje siempre existe, y eso te demuestra que siempre habrá un motivo por el cual luchar y analizar la situación que vives desde un punto de vista racional — me dice mi amigo cuando le comentó mis conclusiones sobre su pregunta — siempre habrá la posibilidad de construir algo sustentable sobre las bases de la confrontación y más aún, de la noción de quienes somos el medio del paisaje político y social que vivimos.

— Protagonistas de la historia — le digo y de nuevo, la frase me parece inequívocamente poética, un poco fuera de lugar, en nuestra conversación. Aún así, parece resumir esa idea de la búsqueda y el análisis del quienes somos y hacia donde vamos, como parte de la historia del país que se crea, que se aspira. Mi amigo mueve la cabeza, su imagen se hace imprecisa y borrosa en la pantalla del Skype.

— En realidad sobrevivientes, pero incluso bajo esa visión, constructores de una nueva realidad.

Pienso en esa frase, que aún me llevará un poco de tiempo asimilar. Y sin embargo, me continúo preguntando si somos conscientes de ese poder discreto, de aprender y mirar el país que construímos a diario como una experiencia personal. Supongo que lleva esfuerzo hacerlo, me digo casi con cansancio, pero aún así, resulta una experiencia de inestimable valor.

C’est la vie.

martes, 28 de octubre de 2014

Crónicas de los pequeños dolores: El país perdido.




Mi amiga Sofia me dedicó una de sus sonrisas traviesas desde la pantalla del Skype. Levantó la caja envuelta en regalo y la sacudió.

— Entonces ¿Ya la puedo abrir?
— Abrela.

Rasgo el papel de colores con que yo misma había envuelto la caja con aire festivo. Miro el cartón con una expresión casi socarrona. “¿Esto es todo?” bromeó. Aguardé, conteniendo las ganas de reir.

— Te va a gustar.

Abrió la caja. Miró su interior en silencio por un par de minutos. Me impacienté. Quería escuchar su reacción, la había estado imaginando desde que toda aquella pequeña aventura había comenzado. Sacó las dos pequeñas latas de diablito con un gesto lento, casi ceremonioso. Las sostuvo frente a la pantalla, con los ojos muy abiertos y sorprendidos.

— Diablitos.
— Para tu arepa.

La travesía de esas pequeñas latas de diablito había comenzado justo un atrás, cuando Sofia y yo habíamos sostenido nuestra primera conversación desde que viajó a Sidney, Australia, hace siete meses. Me habló de la experiencia desconcertante de vivir en un país por completo distinto al nuestro, de reconstruir todas sus expectativas a futuro, personales y profesionales desde un punto neutro y desconocido. Del impacto del choque cultura, de esa soledad dolorosa de no reconocer ningún elemento de lo que te rodea, de ser incapaz de conectarte emocionalmente al lugar que te rodea. Una experiencia que la había dejado agotada, herida pero consciente de la decisión que había tomado. Una nueva perspectiva sobre sí misma.

— A veces te sientes tan aislada que te resulta insoportable mirar a tu alrededor. No comprendes bien el idioma ni tampoco las costumbres. Es un eterno vaivén entre los sobresaltos, las sorpresas, los errores, los temores — me explicó — recuerdas con tanta claridad a casa, los olores y sabores, que te parece incluso más real que lo que te rodea. La ilusión de la distancia.

Suspira. Su pequeña habitación está repleta de fotografías: familiares, de amigos y parientes. Paisajes de Venezuela, una pequeña colección de instantáneas de Caracas, al anochecer, muy temprano en la mañana. Una imagen del casco histórico de la ciudad, pintoresco y rudimentario. A través de la pantalla borrosa del Skype, la colección de recuerdos tiene un aspecto brumoso, como si todos se confundieran en una única imagen, en esa necesidad casi desesperada de Sofia, por conservar un trozo del país que forma parte de su historia pero ya no pertenece a su futuro. El silencio se hace largo, interminable, herido por la nostalgia.

— ¿Sabes lo que más extraño a veces? — me pregunta entonces. No puedo verla con claridad pero sé que llora. No son lágrimas abundantes, ni tampoco el llanto libre y visible. Es ese llanto contenido, de labios apretados, de ese leve ardor angustiado de la comisura de los ojos entrecerrados. El llanto de quien no quiere llorar — las pequeñas cosas. Ni siquiera las grandes. No extraño ni la ciudad, ni el idioma, ni el clima. Extraño el olor del café de mi mamá en la mañana, a mi papá serruchando sus maderas todos los días. La arepa de diablitos en la mañana.

Sofia decidió emigrar luego que la empresa donde trabajaba fue expropiada. Ingeniero de profesión, intento conseguir empleo en varias instituciones del Gobierno, pero su militancia política se lo impidió. O esa fue a la conclusión que llegó luego de intentarlo por enésima vez y no recibir una llamada. Llamó a sus contactos de toda la vida, a los amigos de la Universidad, conversó con profesores y antiguos compañeros de estudio. La mitad había abandonado el país, la otra mitad también estaba desempleada. El panorama se diluyó en la incertidumbre, en ese país quebradizo que es una amenaza más que una promesa.

Le costó tomar la decisión. Es hija única de padres ancianos: ambos trabajan en la vieja carpinteria familiar que aún, les permite subsistir con cierta dignidad. No obstante, le llevó mucho esfuerzo remontar la culpabilidad, intentar manejar ese dolor silencioso del que debe tomar una decisión a pesar de todo lo que puede significar. En una ocasión, me comentó que asumir debía emigrar fue como perder un fragmento de si misma, como comprender que el país te cierra la puerta en la cara.

— Un portazo. Seco y simbólico. Esto es todo, vete de aquí. No te necesitamos.

Finalmente y luego de meses de esfuerzo, viajó a Sidney. Le despedí junto a sus padres: la última imagen que tengo de ella es su expresión seria, la tristeza tan cercana a la superficie que casi la agobia, la derrumba. El último abrazo fue rápido, seco. No me miró a los ojos. Tomó su maleta y se alejó, con los hombros rígidos y la cabeza inclinada. El paso rápido. Su mamá la miró, con esa calma plomiza de los padres huerfanos.

— Le va a ir bien a mi muchacha — me dijo. Le apreté la mano, sin saber como consolarla. De pronto el aeropuerto me pareció enorme, interminable, una enorme llanura de puro desconsuelo.

Le fue bien a Sofia. Pronto consiguió un empleo en una pequeña tienda de electrodomésticos de la ciudad y después, en una librería. Recibí un par de correos suyos “Sobrevivir cuesta que jode, pero se logra. Al menos sabes que no tienes que sobrevivirle a la ciudad ni al prójimo en la calle” me contó. Pero se negó a las llamadas, a las largas conversaciones virtuales. “Tengo que lograrlo, gorda. Tengo que avanzar o me devuelvo. Estoy exhausta de recordar”. Me contó en frases sencillas y rápidas la vida en la nueva ciudad, sus noches espejadas, su perfil moderno de nueva frontera. Me contó los traspies del idioma — “¿Como se puede insultar sin un pendejo”? — , la lenta adaptación. Finalmente, la conversación vía la tecnología, las risas, esa lenta tristeza que le llevó meses admitir le abrumaba.

— No sabes que es estar solo, hasta que pierdes al país y ya no es otra cosa que un nombre. Un lugarcito en el mapa. Mira, aquí viví. Sólo un nombre.

Compro las latas de diablito con una sensación casi de urgencia. Me rodea una larga línea de anaqueles vacíos, arrasados por el país real, por esta crisis sin nombre que avanza con lentitud de pesadilla. En una ocasión, apenas unas semanas a punto de irse, Sofia me dijo que la imagen de los supermercados vacíos por la escasez le provocaba un tipo de pánico dificil de explicar “Es como una guerra, que nadie sabe cuando se declaró”, me comentó. Lo pienso, mientras sostengo las latas entre las manos. Solo quedaban cuatro y las compré todas. Me pregunto si me pediran deje algunas. De la escasez, pasamos a la restricción. De la restricción al control. Por el bien de todos. La frase me produce escalofríos. ¿Cual es el limite de esta sensación de abandono?

Introduzco en la caja las cuatro latas de diablitos, una de Harina precocida. Un poco de café, el de la casa. La mamá de Sofía me dedica una de sus sonrisas dulces.

— El café de la casa tiene su historia, ¿Sabe mija? — me explica — lo compro todas las semanas en Quinta Crespo, en el mismo Kiosko. Ya van viente años. El grano. Porque lo muelo yo. Aquí en la casa. Todas las mañanas. Y le agrego albahaca. Un hojita seca. Por eso huele así.

Levanta el puñado de polvo recién molido y me lo acerca al rostro. El olor me envuelve, tan fresco y radiante que me hace sonreír. Ella me guiña un ojo, entusiasmada.

— El café en esta casa es un ritual. Seguro a mi muchacha le hará bien recordar eso.

Habla de Sofia con una conmovedora dulzura, como si aún fuera la niña de las fotografías colgadas en la sala, con su sonrisa desdentada y el cabello en desorden. Sofia, riendo en el parque zoológico Caricuao, con un grupo de niños (estoy entre ellos, medio escondida y sorprendida por el ojo curioso de la cámara). Sofia, en el colegio, levantando una medalla dorada con orgullo. Sofia, en toga y birrete, abrazando a sus padres ancianos en la puerta del Aula Magna. Sofia, la ausente, la querida, la recordada. Sofia, para siempre.

Envuelvo la caja en mi casa. Incluí además del diablito, la harina precocida y el café, una fotografía. La única que conservo de ambas en la niñez. Corriendo con los brazos sobre la cabeza en el Parque del Este, maquilladas por carnaval. Teníamos…¿Cuantos? ¿Doce años? ¿Un poco más? ambas con las mejillas llenas de churretes de maquillaje barato, el cabello despeinado, las manos abiertas hacia el sol de la tarde caraqueño. No recordaba esa fotografía, supongo que ella tampoco. La encontré traspapelada entre uno de los libros del colegio, un pequeño fragmento de quienes fuimos, de esa esperanza niña y frágil que por tanto tiempo fue el símbolo de este país adolescente. La incluyo entonces. “Caracas, siempre será este día”, escribo al dorso, con mi caligrafía nerviosa y casi ilegible. Se me llenan los ojos de lágrimas al escribirlo. Me pregunto cuando comencé a aceptar que perdí el país que recuerdo.

No conozco a nadie que pueda llevar mi paquete a Sidney. No quiero enviarlo por un servicio de envío — no sé incluso si puedo, en este país lleno de restricciones y limitaciones —, así que me dedicó a preguntar. Alguien me comenta que su primo conoce a un futuro emigrante a Adelaide, que quizás pueda hacerme el favor, porque debe hacer una parada obligada en Sidney. Una llamada tras otra. Resultó que el primo sólo conoce de nombre al futuro pasajero. Uno de tantos emigrantes en la oficina que trabaja. Me dice que le pregunte, que igualmente puede ser lo acepte. Incómoda y nerviosa, telefoneo al desconocido, que me escucha sorprendido.

— Una caja con diablitos.
— Y café, Harina Pan y una foto.

Le explico de Sofia, lo muy buenas amigas que fuimos en la infancia, lo mucho que significó su apoyo en muchos momentos de su vida. Lo hago entre tartamudeos, avergozanda de explicarle a un completo desconocido una imagen tan intima de mi vida. Pero lo hago igual: todos somos dolientes de este país de ausencias, de abandonos, de puertas abiertas, de habitaciones silenciosas. Me escucha con amabilidad, duda un momento, me explica de sus maletas, del límite de peso, del voluminoso equipaje. Después me dice que debe consultarlo con su esposa. “Tu caja significa algo que debemos dejar” me explica “y ya estamos dejando el país. No sé si pueda dejar otra cosa”.

Le agradezco la intención. La caja espera por la respuesta en la mesa de comedor de mi casa. La miro, tan pequeña, tan frágil. Como si contuviera más que objetos, algo más intangible. Un poco de la línea verde del Ávila, el cielo azul de Caracas, el bullicio de la calle de la ciudad, la historia de todos los días. Cada pedazo de historia olvidada y recordada. De quienes se van, de quienes pierden algo tan duro y privado que dificilmente pueden recuperarlo de nuevo. Espero, preguntándome como enviar ese mensaje a otro continente, al otro lado del mundo. “Contínuamos aquí, a pesar de todo”.

— Mi esposa dice que la llevamos. Dejamos un par de cosas y ya — me dice el desconocido amable. Rie cuando me escucha agradecerle entre risas y gritos — quiere hablar contigo, mi esposa.

Espero con la bocina del teléfono pegada a la oreja. Ella me saluda con una voz amable y cálida. “Quería decirte que me hiciste sonreír con toda esta historia de la caja” me explica. Parpadeo, sin saber que decir.

— ¿Por qué?
— Porque pensé que la historia termina con el avión que se eleva — me dice. Se calla, la escucho suspirar — pero continúa verdad. No hay olvido, ¿cierto?
— El país se lleva a todas partes, supongo.
— Eso quería escuchar.

De manera que también los acompaño el día de su despedida, aunque no lo conozco de nada. Pero me invitan a un café amargo y me explican su travesia: Australia, para comenzar una nueva vida, luego un asalto a mano armada, de un balazo que casi fue mortal. Él me enseña la cicatriz del antebrazo como una herida de guerra.

— Después de esto, no pude perdonarle otra cosa a Venezuela.

Nos despedimos con un abrazo cariñoso, como solitarios en medio de una enorme llanura de desesperanza. Ella levanta su bolso de mano, donde guardo mi caja y sonríe.

— Llevo tu mensaje.

Tardó más de tres semanas en llegar. Mis desconocidos amables tuvieron todo tipo de problemas y sobresaltos en la larga travesía, pero finalmente Sofia recibió la caja, maltrecha pero aún bien envuelta en sus manos. Me cuenta que la sostuvo y aunque no sabía que era, supo que era valioso. “Escuché a Caracas allí, como si me hubieses mandando una ráfaga de voces”.

Reímos en voz alta, cuando ella prepara la primera arepa entre lágrimas. Tiene una forma levemente deforme pero es una arepa, la primera que comerá luego de siete meses de ausencia. La deja reposar en el improvisado budare de la cocina y sus compañeras de cuarto la miran curiosas. “¿Puedo probar?” pregunta una. Otra dice que el olor de café “es toda belleza” y alguien sostiene el paquete de Harina Pan con cierto asombro. “Todo un tesoro Venezolano, ¿verdad?”.

Sofia se sienta frenta a la computadora con el plato y la arepa. Toma el jamón endiablado, el mismo de las fiestas infantiles, de la adolescencia lejana y la rellena. Sigue riendo y llorando, las lágrimas ahora bien visibles. Sacude la cabeza. “Estas loca, mira que hacer a esa pobre gente traerme eso desde Venezuela”. Me encojo de hombros, lloro también. Aguardo el momento.

Cuando le da el primer mordisco, de pronto tengo la impresión que de nuevo somos dos niñas, como la de la fotografía que ahora cuelga en la pared. Sólo dos niñas libres, de brazos alzados hacia el sol. Dos niñas sin recuerdos ni penurias. Dos niñas que viven en un país que no existe, que se recuerda a medias. Sofia mastica, con los labios apretados. Aún no deja de llorar, ni creo que quiera hacerlo. Quizás lo hace con libertad por primera vez en meses. Quizás finalmente el hogar, está aquí, en este espacio sin nombre de pura nostalgia.

— ¿Que tal sabe?
— Para la mierda. Pero es diablito. Es el mejor diablito del puto mundo. Y eso es suficiente.

Sofia continúa comiendo, mientras bromeamos y reímos. Y de pronto la distancia es mucho más corta, mucho menos significativa. Y sin embargo existe, en medio de este gentilicio roto, a medias, quebrantado por esta melancolía agría que no tiene consuelo. Finalmente nos quedamos en silencio, abrumadas un poco por esa sensación de extravío, de trozos perdidos de una historia en común.

— Hay veces que el país que recuerdo es más cercano que el real — me dice entonces. Muevo la cabeza, comprendiendola. Conozco la sensación, de la Venezuela que fue, la que pudo ser, rondando en mi imaginación, en medio de la incertidumbre — es dificil asumir que sólo se trata de lo que quiero recordar de ella.

No respondo. Más tarde, en la oscuridad, en medio de mi insomnio angustiado, me pregunto otra vez como será mi despedida. Que extrañaré de este país que ya no reconozco, de este país que no me quiere, no me acepta, que no me reconoce como parte del gentilicio. O quizás que simplemente no puedo aceptar como mio. No lo sé, me digo, con las lágrimas cerrandome la garganta, esas anónimas, las que se contienen. Quizás sólo se trate de conservar lo esencial, incluso en esa fractura dolorosa, de comenzar de nuevo un trayecto bajo tierra nueva. Cual sea la respuesta, seguramente no será sencilla, pero si visible, en esa decisión que estoy tan cerca de tomar.

C’est la vie.

lunes, 27 de octubre de 2014

Lento pero seguro: Un árbol de imágenes. ¿Que he aprendido en el mundo de la fotografía luego de veintitantos años fotografiando?



Comencé a fotografiar a los once años. No tenía mucha idea sobre lo que hacía, pero si sabía que quería continuar haciéndolo. Y es que de inmediato, me apasioné por la capacidad de la fotografía para atesorar momentos, para convertir un instante corriente en algo mucho más poderoso, inolvidable. Una instantánea de la realidad, de la identidad de quien sostiene la cámara. Su capacidad para evocar y crear.

Pero, como comenté más arriba, no tenía mucha idea de qué hacía aunque sí, una noción muy profunda de por qué quería continuar haciéndolo. Pero no tenía ninguna noción básica y mi conocimiento se limitaba a lo que lograba aprender gracias al ensayo y el error. De manera que comencé a buscar opciones para aprender lo elemental sobre la técnica fotográfica. Un largo y tortuoso camino que me llevó años — y muchísimo esfuerzo — recorrer.

Porque en Venezuela la educación fotográfica no es frecuente ni tampoco barata y mucho menos hace un par de décadas atrás. Para el momento en que comencé a intentar buscar opciones que me permitieran estudiar fotografía, encontré que las pocas escuelas disponibles eran lo suficientemente costosas para desanimarme. Tanto como para que mis padres se negaron de plano a invertir en mi “hobbie”, así que tuve que recurrir al viejo método de aprender a través de los libros o la poca información que podía encontrar navegando en Internet, por entonces un servicio lento y limitado que me ayudó muy poco. Aún así, continué fotografiando, intentando aprender con la experiencia lo que no podía en un aula de clase. Poco a poco, crecí y maduré como creadora visual, aprendí algunas lecciones por cuenta propia, recibí otras de profesionales generosos, leí la historia de la fotografía y aprendí de ella que la creación visual es un arte de perseverancia, capacidad para construir ideas y sobre todo, insistir incluso a pesar del desaliento. Porque lo hubo: en más de una ocasión y a pesar de mi empeño por aprender, me sentí perdida, sin las herramientas intelectuales o técnicas para obtener el resultado que aspiraba y mucho menos, sin saber si lograría aprenderlas alguna vez. Aún así, insistí y continué fotografiando, siempre que pude y por todos los motivos que siempre lograron consolar esa ausencia de dirección y de objetivo.

Finalmente, a los veintitantos años, recibí mi primera clase formal de fotografía. Desde entonces, me he esforzado por invertir en mi educación como una manera de elaborar un lenguaje visual consistente sino de comprender la fotografía como una visión artística con peso propio. He dedicado buena parte de los últimos diez años a aprender lo que siempre quise y necesite. Una experiencia que me ha hecho mucho más consciente del privilegio de fotografiar y sobre todo, de la capacidad de la imagen para transformarse así misma como un vehículo de expresión estética formal. Un largo camino personal que me ha brindado tanto satisfacciones como un profundo aprendizaje personal, pero sobre todo, me dio la oportunidad de madurar como amante de la fotografía y fotógrafo en constante formación.

La experiencia ha sido enriquecedora y sorprendente: a través de los años, he aprendido que varias de las cosas que aprendí por cuenta y riesgo propio, forman parte de la educación fotográfica formal o mejor dicho, son conocimientos esenciales de la creación fotográfica. Sin embargo, los aprendí casi de manera espontánea, tropezando con el conocimiento de una manera casual que en ocasiones me parece casi prodigiosa. Sin duda, un recorrido que enriqueció mi crecimiento visual, pero que resulta tan trabajoso como aleatorio. En ocasiones, me pregunto que tanto habría cambiado mi manera de comprender la fotografía de haber tenido el consejo justo en el momento más indicado. ¿Un consejo oportuno me habría hecho más sencillo el aprendizaje? ¿Me habría facilitado el lento camino hacia esa conclusión visual que aspiro obtener? No lo sé. Lo que es evidente, es que muchas veces, el aprendizaje depende de como miremos nuestra necesidad de crear y aún más, de construir una experiencia visual propia.

De manera que ¿Cuales serían los consejos que me habría gustado recibir cuando comencé a estudiar fotografía? Podría resumirlos en los siguientes:

* La fotografía se aprende fotografiando:
Por muchísimo tiempo, me obsesioné por el hecho que no tenía una educación fotográfica formal. No obstante, con el transcurrir del tiempo aprendí que la mejor educación que pude tener fue insistir en fotografiar: Hacerlo por pasión, por necesidad visual, por esa intención profunda y personal de construir un mundo de imágenes propios. A pesar del desaliento, nunca dejé de fotografiar, de aprender con mis propios errores y sobre todo, asumir mi experiencia fotográfica como un lento pero provechoso proceso de crecimiento y aprendizaje sobre mis símbolos visuales privados y mi manera de comprender el mundo que me rodea. En suma, descubrí que la perseverancia era probablemente mi mejor maestro y que fotografiar, es un tipo de conocimiento que se adquiere con la progresiva convicción que avanzas hacia una manera más clara de mostrar la manera como miras el mundo o mejor dicho, como lo interpretas.

* Continúa fotografiando en film siempre que puedas:
Cuando comencé a fotografiar, la era de la imagen digital era relativamente de nueva, así que durante casi diez años fotografié sólo en film. Poco después y debido a la necesaria evolución de lenguaje y medios, comencé a hacerlo en formato digital, pero conservando el aprendizaje que me brindó la experiencia en negativo. Y es que la fotografía tradicional educa al fotógrafo de un modo metódico que beneficia considerablemente la perspectiva del trabajo fotográfico que se crea y la forma como se analiza el resultado visual que deseamos obtener. El film, además, crea una visión única del mundo fotográfico: obliga al fotógrafo a pensar detenidamente cada toma que obtiene y sobre todo, a crear la imagen que desea desde mucho antes de hacer el click en la cámara fotográfica. Un proceso privado, emocional y estético que asegura que la imagen sea parte de un concepto estructurado y muy personal.

* Una gran fotografía comienza en la mente del fotógrafo:
Durante años, utilicé un equipo fotográfico muy básico: Una cámara de gama media con una óptica sencilla y un flash de poca potencia. Lo usé para todo tipo de situaciones y en cualquier circunstancia. Y gracias a esa limitación en la herramienta técnica, que aprendí las infinitas posibilidades de creación y concepto que ofrece la imagen cuando se crea como una expresión artística antes que un mero resultado técnico. De hecho, aprendí bien pronto, que la gran diferencia en una fotografía extraordinaria, no es la cámara que toma la imagen, sino el fotógrafo que la sostiene. Y es que ninguna cámara, incluso las más avanzadas, pueden tomar decisiones subjetivas y estéticas que convierten a una fotografía en una obra perdurable y memorable. La verdadera esencia de la fotografía reside en la capacidad del fotógrafo para traducir en imágenes significativas el mundo que le rodea.

* Cuida tus equipos lo mejor que puedas:
Parece una idea básica pero no lo es tanto. Por mucho tiempo, literalmente maltraté mi escaso equipo fotográfico, lo que provocó que su funcionamiento no fuera óptimo y afectara su desempeño técnico. Sobre todo, no me preocupé por asegurarme de brindar el cuidado mínimo y básico a un equipo que debido a su alta precisión, suele ser delicado y necesitar un manejo cuidadoso. De manera que un consejo que me habría gustado recibir es que el equipo fotográfico debe cuidarse con mimo y sobre todo de manera responsable, si es que deseamos obtener el máximo provecho y los mejores resultados de su funcionamiento.

* El lenguaje fotográfico no tiene nada que ver con lo atractiva que resulte una fotografía:
En una ocasión, debatí con una amiga sobre la importancia del lenguaje fotográfico — ese estilo único e individual de expresar ideas visuales — y ella me insistió que cada fotografía tenía su público porque se trataba de un arte esencialmente subjetivo. Me desconcertó la confusión, sobre todo porque el lenguaje visual no depende de la opinión del espectador sino de la manera como el fotógrafo elabora ideas visuales y construyes nuevas interpretaciones no sólo de lo que le rodea sino de su opinión sobre sus símbolos y metáforas visuales. Por un tiempo, me dediqué a analizar la idea del lenguaje visual como una construcción privada del fotógrafo y encontré que la gran mayoría de los fotógrafos célebres, consideran que es mucho más importante lo que se dice y el como se dice, que la reacción inmediata del observador, que después de todo es completamente visceral, emocional e individual. Así que me esforcé por construir una manera de expresar mis ideas lo suficientemente personal y esencial como para resumiera mi punto de vista, sino también mi opinión sobre el mundo y la manera en que lo comprendo. Una experiencia profunda y esencial que me hizo madurar como creadora visual.

* La opinión no es crítica, la crítica no es opinión:
Cuando comencé a fotografiar, no solía mostrarle a nadie mis fotografías. Me aterrorizaba la opinión que alguien pudiera tener sobre algo tan privado, sobre todo porque estaba muy consciente de mis errores, carencias y poca experiencia. Con el tiempo, mostré algunas imágenes a parientes y amigos, que me dedicaron palabras amables y entusiastas, pero ninguna crítica real que pudiera permitirme mejorar o crecer como fotógrafa. Eso me preocupó: no tenía mucha idea si lo que estaba haciendo era un ejercicio compulsivo de imágenes y conceptos, o algo más concreto, más cercano a lo que aspiraba a crear como futura fotógrafa. La disyuntiva me obsesionó por años.

De hecho, recibí mi primera crítica fotográfica real casi a los veinte años, cuando decidí participar en un proyecto de colaboración grupal en Internet, en las que incluí varias de mis imágenes. Una fotógrafa que mucho después se convertiría en mi profesora favorita de fotografía — no sólo analizó formalmente mi fotografía, sino que además, me habló sobre los posibles errores que estaba cometiendo y me señaló con mucha propiedad y objetividad los problemas que había encontrado en mi imagen. Me entusiasmé: por años, había necesitado justo esa interacción, esa conversación formal y profunda sobre la fotografía. De manera que continué participando en el proyecto con nuevas imágenes, deseosa de profundizar la interacción y el intercambio de ideas, convencida que había encontrado una nueva manera de aprender.

Por supuesto, no todo resultó tan sencillo: de inmediato comencé a recibir opiniones y apreciaciones de otros miembros del grupo, que me ofrecieron su personal punto de vista sobre mis imágenes. Pero no se trataba de crítica, sino de sus personales conclusiones sobre mis imágenes, que poco o nada tenían que ver sobre aspectos técnicos o mucho menos, aspectos formales que pudiera corregir. Por supuesto, una confusión semejante no podía acabar bien, así que de inmediato, me encontré discutiendo acaloradamente para defender las decisiones estéticas, personales y visuales que había tomado en mis fotografías con respecto a los criterios de alguien más. Progresivamente, comprendí que la opinión es una valiosa interacción entre el espectador y el fotógrafo pero no tiene ninguna relación con la crítica fotográfica real, cuyo objetivo es encontrar los puntos blandos o confusos de la propuesta visual y mejorarlos lo suficiente como para lograr una propuesta visual coherente. Claro está, aprender esa diferencia me llevó unos cuantos meses de encontronazos y discusiones, pero aún hoy, continúo convencida que valió la pena.

* Escucha buena música, disfruta de buen cine, lee mucha literatura para crear extraordinarias imágenes:
Como es natural, cuando comencé a fotografiar, dediqué buena parte de mi tiempo a mirar el trabajo de grandes fotógrafos. Lo hice con ese asombro y curiosidad del que desea aprender a través del ejemplo y de hecho, por muchos años mi principal fuente de inspiración fueron las fotografías clásicas, los iconos culturales, esa cultura fotográfica que cada creador visual aporta a la historia de la fotografía. Pero resultó que no era suficiente: poco a poco descubrí que ese especie de canibalismo visual no me brindaba la oportunidad de crear, innovar y mucho menos, asumir riesgos por cuenta propia. De manera que comencé a nutrirme no sólo de lo que veía, sino de lo que leía, escuchaba y paladeaba con mi imaginación. ¿El resultado? Mi visión fotográfica se enriqueció, se hizo mucho más profunda y personal y sobre todo, maduró progresivamente hasta lograr un estilo propio. Y es que no hay una mejor manera de elaborar un lenguaje visual que construir símbolos y expresiones personales, una visión totalmente innovadora de lo que miras. Y sobre todo, una nueva interpretación de cómo lo miras. Una experiencia totalmente sensorial.

* Estudia las reglas hasta aprenderlas. Luego rompelas.
Desde que comencé a fotografiar me afané por aprender todas las reglas de composición, iluminación y creación para lograr que mis fotografías fueran el tipo de creación visual que aspiraba lograr. Sólo para descubrir después, que muchas veces necesitaba romper esas mismas reglas que con tanto cuidado aprendí, para expresarme de manera libre y real. Y es que las reglas fotográficas brindan al fotógrafo las nociones básicas de cualquier creación visual pero en ninguna forma limitan lo que desea crearse y más allá, construirse como imagen final. Así que un gran consejo que me habría gustado recibir habría sido que ninguna regla es absoluta y que todo acto de rebeldía visual brinda una nueva visión a cualquier imagen que nace de esa extraña y maravillosa conjunción entre la creatividad y la técnica.

* Mira pinturas antiguas.
Soy amante del arte desde que recuerde, de manera que muy pronto descubrí que la mayoría de mis fotografías favoritas tenían un cierto equilibrio y armonía muy parecido al arte de los grandes maestros del mundo pictórico. La explicación es muy simple: el arte visual se basa en una serie de elementos visuales imperecederos que han cambiado muy poco durante los últimos siglos y que la fotografía heredó casi por completo. De manera que si deseas aprender sobre como expresar ideas visualmente, lo mejor que puedes hacer es aprender de quienes lo hicieron como una forma de vida. ¡Será una experiencia extraordinaria!

* Imprime tus fotografías:
De pequeña, imprimía todo mi trabajo fotográfico por el simple hecho que era la única manera en que podía verlo: una de las condicionantes del film es que sólo a través de la impresión en el papel puedes disfrutar del resultado final de tus fotografías. No obstante, a medida que me familiaricé con el mundo digital, perdí el hábito. Comencé a acumular una buena cantidad de mi trabajo fotográfico sólo en formato virtual, lo que sin duda empobreció mi experiencia y debilitó mi capacidad para comprender mis imágenes desde un punto de vista mucho más profundo.

Pero, en cuanto comencé a recibir clases formales de fotografía, recuperé el hábito: fue la mejor manera que encontré para comprender mi lenguaje visual, mi estilo al momento de crear expresiones visuales y sobre todo, mi forma de asumir la manera como comprendo mi trabajo fotográfico. Además, hay algo sumamente íntimo y satisfactorio al momento de mirar tus imágenes en papel, una especie de progresión del elemento visual en estado puro a algo mucho más cercano y material.

* Nunca pierdas la curiosidad:
Ser fotógrafo te hará un eterno estudiante. Nunca olvides que siempre habrá algo nuevo que aprender, una nueva manera de analizar la fotografía y sobre todo, de comprender el mundo visual que te rodea. Dedica tiempo y esfuerzo a entender lo que sucede no sólo en la fotografía como profesión y como arte. Valdrá la pena.

Probablemente aún resten muchos más consejos que habría agradecido mucho haber recibido en algún punto de mi educación fotográfica. No obstante, los anteriores resumen algo esencial dentro de la creación visual: toda fotografía es una obra personal. Disfrutala, creala, asumela poderosa y sobre todo, mirala como un elemento trascendente de tu propia personalidad.

domingo, 26 de octubre de 2014

De íntimos obsequios y otras historias a medio recordar. Cuentos de brujería.





Sentada en la oscuridad, tengo la sensación que la noche ondula a mi alrededor. Escucho el sonido del mar tan cercano, que parece rodearme, consolar esas pequeñas tristezas invisibles que todos llevamos entre los dedos, quizás sin saberlo. La luna llena brilla más allá, se alza como una promesa, una imagen de inenarrable belleza. Una posibilidad.

Hace casi viente años que celebré mi primera Luna Llena. Lo hice junto a mi abuela, tias y mis primas. Sentada entre el circulo de velas y rocas, tuve esa sensación extraordinaria de asistir a un momento que recordaría por el resto de mi vida, que sería parte de todas las escenas que se atesoran, que forman parte de todo lo que aspiro y creo. Por supuesto, tal vez no lo pensé de una manera tan clara, pero si, pensé en cada día de mi vida tendría el sabor de esta noche estrellada, de la Luna pendulando sobre las llamas de las velas, el circulo de luz flotando en la oscuridad.

- Yo deseo que cada paso que de en el futuro, me lleve a la sabiduría - invocó mi prima E., alta y esbelta. Era una mujer de piel sedosa y oscura, herencia de su padre oriundo de Trinidad y de sus abuelos afrodescendientes. Pero había heredado de mi tia M. su cabello sedoso, los ojos claros. De alguna forma E. era el símbolo de ese vinculo estrecho de mi familia con todas las voces de su pasado, con cada historia que nos crea. Cuando sonrío, su expresión se lleno de luz, como si cantara una canción escondida - yo deseo para todas nosotras la prosperidad del corazón.

¡Que bella frase! pensé mientras ella levantaba los brazos y comenzaba a bailar. Su cabello rizado pareció flotar en la noche, brillar entre la luz y la sombra como pequeñas lineas de pura belleza. Bailó y bailó, invocando lo bueno en nosotras, en la Tierra fértil que nos sostenía. La arena tan cercana, el mar suspirando entre las sombras, una silueta palpitando en luz.

- Yo deseo que cada una de nosotras obtenga lo que necesita, antes de lo que desea - dijo mi prima J., siempre tan severa. Y sin embargo sonreía, en la luz plateada que ondulaba entre nosotras, a la luz diminuta de las velas parpadeantes. Una vez me había contado que de niña, solía celebrar la Luna Llena para pedir amor: un amor como el de las novelas, como el de los cuentos de hadas, como el de las películas. Muchos años después, solía reír y decir: "Ya sé que ocurre después que el principe besa a la princesa". Me llevaría muchos años entender su sonrisa, la mirada de complicidad que compartía con su esposo. Las manos entrelazadas.

Cuando se levantó para bailar, lo hizo con sus gestos lentos, amables. Era la madre de dos niños pequeños y para ella, el mundo simbolizaba su capacidad para crear. Me gustó verla reír en voz alta, los brazos sobre la cabeza. Y la Luna entre sus dedos, como si se resbalara en el silencio, una imagen fragmentada de infinitos significados que tal vez sólo ella podría comprender.

- Yo deseo que la Tierra nos recuerde lo vulnerable que somos y el viento, lo eternos - dijo mi tia I. con una amplia sonrisa. Había sido la hija más joven de mi bisabuela y había heredado de ella su fortaleza y su belleza. El cabello cobrizo el rozaba los hombros, flotaba en la oscuridad mientras bailaba con las palmas vueltas hacia el cielo, riendo, siempre riendo. La Tia I. solía decir que parte del secreto de ser una bruja es saber el poder de soñar. El poder de crear en tu mente lo que deseas alcanzar. Lo repetía con mucha frecuencia, mientras pintaba y bordaba, mientras leía y escribía. "Soñar es una forma de vivir. Los sueños son vida" solía repetir.

- Yo deseo que cada cosa a nuestro alrededor tenga un simbolo y una enseñanza que regalar - dijo mi tia M. cuando le tocó el turno. Era una mujer de cuerpo opulento, de mejillas amplias y sonrisa interminable. Siempre me había agradado su buen humor, su manera tan entusiasta de vivir. Fue ella la que me enseñó a montar bicicleta, la que me obsequió mi primera pelota de Baseball, la que escondía para mi los libros que se suponía no debía leer. Era ella la que le encantaba reir a carcajadas muy ruidosas, la que no se escondía para llorar. La que creía en el poder de crear.

- Yo deseo que todos los días de nuestra vida tenga un olor que atesorar, una palabra que enseñar y una escena que se haga inolvidable - dijo mi bisabuela F., con uno de sus guiños maliciosos. No se levantó de su lugar junto al caldero, sino que arrojó en su interior la albahaca y el romero. El fuego crepitó, creció, se elevó hasta envolver sus dedos, un brillo elemental que pareció llenarle de vida, brindar nueva entusiasmo a su expresión. Bisabuela, que tanto amaba viajar, que siempre insistía en que había aprendido a leer por sus propios medios, a solas, por mera curiosidad. Mi bisabuela, extraordinaria en sus pequeñas epopeyas, en sus inteligentes frases, en su manera de pensar.

- ¿Y que deseas tu Agla? - preguntó mi abuela con ternura. Me sobresalté. Vestida de blanco y llevando por primera vez el cabello trenzado, simbolo de  confianza en la historia que creabamos cada día, me sentía desbordada por la belleza del momento, por cada pequeña cosa que sucedía a mi alrededor. Pero ¿Qué podía desear que la Luna no me hubiese obsequiado ya? ¿No había deseado fervientemente ser una bruja y ahora lo era? ¿No había deseado aprender el viejo arte de la brujería y había comenzado a hacerlo? Poco a poco, página a página, día a día. Transformandome, creciendo. Siendo cada vez más sabía en mi ignorancia, en mi necesidad de creer y crear. Miré la noche, el mar más allá, La Luna espléndida flotando entre las estrellas tachonadas de púrpura, en medio de mi circulo de mujeres y de luz, en medio de las voces que reían y las miradas que me invitaban a continuar una vieja tradición. Sonreí, con los ojos llenos de lágrimas, con las manos temblandome de puro nervioso. Levanté los brazos al resplandor de las velas, a los sueños que esperaban por mi. Al olor de la pura esperanza.

- Deseo que celebremos muchas veces a la Luna, aquí y donde estemos. Que lo celebremos en grupo o a solas, que lo celebremos tomadas de las manos o recordándonos - las miré, a todas, a mis brujas, a mi familia, y sentí que la emoción me estallaba en el pecho, palpitante y radiante, tan fuerte como una llamarada de un fuego rojo y ancestral - deseo que siempre haya una mujer que baile bajo la Luna, que siempre haya alguien que recuerde el poder del Sol, las estrellas, el infinito y la Tierra, para aspirar a la belleza. Deseo que seamos siempre parte de mis recuerdos  y de todas las mujeres que vendrán, luego de cada una de nosotras.

Y bailé, libre y pequeña, torpe y feliz. Los brazos estirados sobre la cabeza, el cabello flotando en el calor de la noche. Bailé para la sonrisa, para lágrima fugitiva, para el futuro que esperaba por mi y el presente a medio crear. Bailé, bajo la Luna. Bajo la promesa. Bajo una historia tan vieja que se eleva más allá de mi misma. Un sueño a medio recordar, una manera de crear.

Un pétalo de luz bajo la Luz plateada de la noche. La bruja, una y otra vez.


Danza de sueños: Sueños radiantes.

Para la religión de brujería que practico, la Luna Llena de Octubre representa el poder y la importancia  de los vinculos familiares y emocionales. Con frecuencia, se llevan a cabo rituales para celebrar el amor entre las parejas, parientes y amistades y uno de ellos es el siguiente:

Necesitarás:

* Siete Velas Blancas.
* Un Cuenco para quemar.
* Hojas de Albahaca y Laurel.
* Tu música Favorita.

Disposición:

Enciende tu música favorita: no importa cual sea, mientras te haga sonreír y sentir deseos de bailar. Coloca las velas formando un circulo en cuyo interior te sentarás junto con el cuento para quemar y las hojas de Albahaca y Laurel. Ahora enciende las velas en el sentido de las aguas del reloj mientras invocas:

"Soy la Tierra que Nace
Soy el Viento que canta
Soy el Fuego que purifica
Soy el Agua que calma
Invoco el poder de cada pensamiento de sonrisas
y Cada alegría secreta
Para crear hoy magia y belleza
¡Así sea!"

Ahora, imagina tu momento más feliz. El que te haga sonreír con toda sinceridad, el que te haga recordar lo importante y maravilloso de tu vida. Recuerdalo con todo detalle, la emoción que te hizo experimentar, esa visión de esperanza que representa. Ahora arroja las hojas de albahaca y Laurel al interior del cuento para quemar, enciende un fuego con ellas mientras invocas:

"Soy el poder de la Tierra fértil
Soy el poder del fuego que purifica
Soy el poder del viento que cuenta historias
Soy el poder del agua que recuerda 
¡Que sea cada noche de Luna Llena
Un reflejo de mi voz y de mi rostro eterno!
¡Así sea!

Disfruta del olor y la calidez del fuego, y de la sensación que cada ciclo en tu vida se llena de poder y bienestar. Deja que la velas se consuman antes de culminar el ritual.


Bailo, en la oscuridad, entre risas y una sensación de profunda alegría. Bailo, en esta noche de todas las noches, junto al aroma del mar paciente y más allá, la mirada radiante de la Luna. Inolvidable y poderosa, parte de mi propia historia y de todas las que vendrán. Una historia a medio escribir, un sueño que apenas puedo recordar.

C'est la vie. 

sábado, 25 de octubre de 2014

Del misterio de los sueños y terrores. Historias de Brujería.



Miré enfurruñada a Karina, mientras caminaba por entre los pupitres con una sonrisa. Su cabello largo y sedoso le caía en ondas brillantes sobre los hombros y las mejillas sonrosadas tenían un aspecto esplendoroso, como si acabara de tomar el sol. Incluso la lluvia de pecas sobre su nariz, tenía un aspecto tierno y atractivo pero en absoluto infantil. Cuando sonrío, toda su expresión pareció iluminarse. Tenía un aspecto saludable, rozagante y sobre todo feliz.

Karina sin duda, era la niña más bonita del salón. En cambio, yo era la más fea. O al menos, eso pensaba con mucha frecuencia. Por entonces, tenía una melena rizada y muy abundante, un rostro muy delgado y anguloso, la boca muy grande - o así me lo parecía - y mi natural palidez, me hacia ver siempre un poco enfermiza, frágil e incluso cansada. Más de una vez, me encontré mirandome en el espejo, con una sensación de profunda tristeza, preguntándome por qué no tenía el cabello sedoso como el de Karina o sus ojos claros. En contraste, yo era una niña bajita y torpona, con las rodillas raspadas y el Uniforme arrugado. Una niña del montón.

- Dicen que su mamá quiere que sea reina de belleza - me comentó Flor con envidia cuando le hablé sobre mis preocupaciones - que le compra cremas y perfumes de mujer mayor para que sea irre...irrepa....

Sacudió la cabeza y me miró un poco incómoda. Por entonces, Flor sufría de cierta tartamudez y le constaba muchisimo pronunciar algunas palabras  Me encogí de hombros, quitándole importancia.

- ¿Irreparable? - completé. Ella asintió con una sonrisa. Me pregunté si la palabra que había querido utilizar era "irresistible" pero preferí no corregirla. Ya bastante le costaba a Flor hablar en voz alta como para que también, le molestara con mis regañinas insolentes, me dije. Le había entendido, de igual manera. Y sí, me dice con un suspiro cansado, Karina era irresistible. O al menos eso pensaba la mayoría de mis compañeras de clase, que celebraban todo lo que hacía y la imitaban siempre que podía. Ese extraño influjo que la belleza suele tener.

Con doce años, comenzaba a estar mucho más conciente de esas cosas. Me miraba al espejo, intentando reconocer mi reflejo: la niña flacucha que había sido comenzaba a tener algunas curvas, pero no las suficientes o no, al menos las que consideraba bonitas. Mi melena salvaje de niña se había vuelto incluso más abundante - y poco atractiva, solía pensar con tristeza - y mi rostro tenía ángulos y líneas extrañas que hasta entonces, no había tenido. ¿Que me estaba sucediendo?

Por supuesto, sabía que me ocurría. Mi abuela - la sabia, la bruja - había dedicado varias conversaciones a explicarme que muy pronto mi cuerpo sufriría cambios drásticos, un florecimiento físico que ella solía llamar de manera muy poética "primavera en la piel". Que se trataba de un proceso natural, intrigante y triunfante, gracias al cual me convertiría en la mujer joven que siempre había soñado ser. Pero a mi todo eso me sabía a poco y me parecía realmente incómodo. Incluso desagradable. La piel se me volvió grasosa, tenía la impresión que las manos y los pies eran más grandes de lo que debía ser y además, me abrumaba el cambio, esa sensación inequívoca que mi cuerpo estaba tomando decisiones misteriosas que yo no podía controlar. En ocasiones me despertaba a mitad de la noche y tenía la impresión podía percibir con toda claridad como mis huesos se estiraban, mi piel se transformaba, mi rostro se movía bajo los huesos y la piel. Porque había algo duro de admitir y más de comprender: el cambio era mucho más profundo que el evidente.

Lo había comenzado a notar meses atrás. Aunque nunca había sido muy conversadora, me volví más callada e introvertida que nunca. De hecho, me sentía aislada y marginada, un poco solitaria. Pasaba más tiempo leyendo a solas en un rincón del patio del recreo que hablando con nadie y esa sensación de sentirme muy lejos de cualquiera de mis compañeras de clase me atormentaba a toda hora. A Flor le ocurría lo mismo: no sólo padecía de una timidez crónica sino que además, su leve problema de tartamudeo la hacia sentir profundamente triste y agobiada. De manera que tanto ella como yo, terminamos formando una alianza callada, una especie de amistad mezclada con algo de consuelo mutuo. Con Flor no me sentía tan bicho raro. Y supongo que ella tampoco.

- Pues nada mira, seguro tiene un defecto horrible. Le huelen los pies o tiene mal aliento - teorizó Flor, como para animarnos. Karina reía en voz alta, rodeada de su sequito de niñitas de risueñas. Sacudió la cabeza y la gloriosa melena de rizos caoba le rozó los hombros. Sentí un sobresalto de amargura - nadie puede ser tan linda y tan genial.

Pero al parecer, Karina lo era. No sólo era bonita sino que además, era la más popular de la clase. Todos reían con sus chistes y celebraban sus comentarios. ¡Incluso le caía bien a las monjas, proeza que yo había creído imposible! Le dedicaban sonrisas y mimos y en más de una ocasión, tuve la nítida sensación que Karina encarnaba de alguna manera, la alumna que deseaban todas fueramos. Pues vaya que estarían decepcionadas, me dije mirando como Karina le entregaba un paquetito de galletas a la directora, una monja especialmente feroz y dura que hasta ese momento creí incapaz de sonreír. Tendrán que conformarse con nosotras.

- Con las ra...raritas - dijo Flor entre risitas cuando le hice el comentario. Reí por lo bajo también.

Una niña, a varios pupitres de distancia, se volvió para mirarnos. Era una de las que siempre seguía a Karina a todas partes. Nunca habíamos hablado y tenía la impresión que por razones que no entendía muy bien, le caíamos bastante mal. O probablemente si lo sabia, me dije sosteniéndole la mirada un poco irritada. Era la misma niña que parecía molestarle que yo prefiriera corretear a solas entre los cedros del colegio para encararme en ellos, a participar en los corros de saltar la cuerda y otros distracciones de las populares. La había visto mirarme con el ceño fruncido para hacer preguntas en clase o cuando se tropezaba conmigo, leyendo por los rincones. En otras palabras, al parecer todo en mi le provocaba una antipatía muy real que yo no comprendía muy bien.

La niña desvió la mirada con los labios curvados en una sonrisa maliciosa. Parpadeé, un poco incómoda. ¿Por qué me había molestado aquello? No tuve tiempo de analizar mucho el pensamiento: Sor Teresa entró con pasó rápido y marcial para la clase de historia de Venezuela. Se detuvo frente al pizarron, con una de sus expresiones duras y nos miró con los ojos muy abiertos y acusadores.

- Supongo que todas estudiaron para el interrogatorio oral de hoy - dijo. Un murmullo de preocupación recorrió la clase. Flor suspiró, angustiada. Probablemente no había nada que le preocupara más que la posibilidad de tener que responder preguntas sobre una materia que más le costaba en voz alta. Sacudí la cabeza y le hice un guiño cariñoso. "No te preocupes" pensé como si pudiera escucharme. Ella suspiro e inclinó la cabeza, como si de verdad me hubiera escuchado. Tenía miedo. Resultó que Flor si tenía mucho por qué preocuparse.

- Creo que debería empezar con la niña del fondo - dijo entonces la niña antipática. Era una de las mejores de la clase y siempre se sentaba en los primeros pupitres. Se volvió y señaló directamente a Flor, con un gesto firme y malicioso que me hizo hervir las orejas de pura irritación. Flor se quedó muy erguida en el pupitre, con las manos apretadas sobre la madera - dijo que no le hacia falta estudiar porque nunca le preguntan.

Solté una exclamación de sorpresa. ¿Por qué decía semejante cosa? Todo el mundo se volvió para mirarnos: Flor con los ojos muy abiertos y el rostro pálido, mirando a Sor Teresa y yo justo a su lado, con las mejillas coloreadas de cólera. La monja avanzó por el pasillo, con los ojos echando fuego de pura reprobación.

- Así que te piensas que así te salvas de saberte los capítulos - dijo en un tono amenazante que me desconcertó. Cuando intenté hablar, levantó la mano y me dedicó uno de sus gestos duros - Berlutti, quédese sentada.
- ¡Pero es mentira! ¡Flor no dijo nada de eso!
- Berlutti...
- ¡La escuché decirle a ella que usted era una rarita! - dijo la niña antipática. Ahora toda su expresión rezumaba malicia, como si disfrutara aquella rara y dura escena más de lo que yo jamás podría entender - se lo escuché decir poco antes que usted entrara. ¡Falta de respeto!
- ¡Eso es mentira!
- Es verdad, yo la escuché.

Karina se había levantado de su pupitre con uno de sus gestos regios. Tenía una expresión que se le caía de inocencia y le dedicó una mirada muy seria a Sor Teresa que atendió a su voz de inmediato. Me quedé en una pieza, desconcertaba y abrumada. ¿Por qué Karina apoyaba esa mentira ridícula? Su amiga, a su lado, río por lo bajo, triunfante.

- Cuentame, Karina - pidió Sor Teresa. Karina inclinó la cabeza, con gesto santurrón.
- La escuché decir que nadie nunca les preguntaba nada porque eran raritas - se irgió y señaló a Flor - lo dijo ella. Y es verdad lo que dice Gloria. Justamente eso fue lo que dijo.

Silencio otra vez. Intenté responder. Sor Teresa me fulminó con la mirada.

- ¿Así que eso piensa Señorita Lopez? - se inclinó hacia Flor que la miraba aterrada - Vamos a demostrarle que nadie se esconde  de sus deberes.

La siguiente hora fue penosa, insoportable. Sor Teresa hizo a Flor todas las preguntas sobre el capitulo asignado al día e incluso varios de los anteriores, con una firmeza implacable que nos dejó al resto sin aliento. Entre temblores, Flor intentó responder pero su tartamudeo pareció aumentar con su nerviosismo. Olvidó datos que yo sabía que conocía al dedillo y al final, lloró a lágrima viva mientras Sor Teresa continuaba insistiendo. Por último nos castigo a ambas a cinco días sin recreo. Karina y su amiga Gloria nos miraron con una sonrisita de superioridad que me crispó la poca paciencia que me quedaba.

- ¡Son repugnantes! - grité. Sor Teresa añadió cinco días más a mi castigo. No me importó - ¡Esto es imperdonable!

Nadie respondió, aunque sabía que varias de las niñas en el salón, se sentían tan afligidas y furiosas como yo por lo que había sucedido. Sentí las mejillas arder de frustración y me pregunté como era tan fácil hacerle daño a alguien, como alguien podía disfrutar de hacerle daño a alguien como Flor, que solía cantar en voz alta las canciones de Moda si te sentias mal y no tenía reparos en obsequiarte su almuerzo si lo deseabas. No entendí que había sucedido y mucho menos que lo había provocado.

Llegué a casa como un vendaval. Corrí a la biblioteca de la abuela, con las manos temblándome de furia. Comencé a sacar libros de las Sombras, pasando página tras página. Me pregunté si habría algo allí que me permitiera castigar a Karina y a Gloria. Si alguno de esos antiquisimos y poéticos rituales podrían decirme como tomar toda mi rabia, toda mi angustia y lograr que ellas también lo sintieran. Allí me encontró mi abuela un rato después, despeinada, con las mejillas llenas de tinta y llorando otra vez.

- Entonces se levantó y acuso a Flor...¡De una mentira! - grité con los dientes apretados. Mi abuela me escuchó con los ojos muy abiertos y asombrados - fue horrible, fue humillante.

- Por supuesto que lo fue - murmuró secándome las lágrimas con delicadeza - fue algo vergonzoso y muy triste.

- ¡Las detesto! - murmuré con la garganta cerrada por las lágrimas - ¡Las odio! ¡Quiero que paguen!

Apreté el puño sobre el libro que tenía sobre las rodillas. Mi abuela me miró preocupada y un poco severa.

- ¿Por eso viniste a la biblioteca? ¿Qué esperas encontrar aquí? - preguntó. Me encogí de hombros. Ni yo misma podía explicarselo. En realidad, lo único que quería era asegurarme que Karina y Gloria recibieran un castigo por lo que habían hecho, pero no sabía cual o de qué manera. Me encogí de hombros.

- Eres bruja ¿No puedes hacer algo mágico para hacerles daño? ¿Como se lo hicieron a Flor? - mi abuela me escuchó, con los ojos llenos de tristeza - ¿No hay una manera que la brujería...haga algo para herir a Karina y a Gloria como ellas lo hicieron con Flor?

Abuela no respondió de inmediato. Tomó el libro que tenía entre las manos y lo cerró. También recogió los otros que había arrojado al piso en mi impaciencia. Uno a uno los ordenó en el anaquel. Sólo cuando terminó, se volvió para mirarme.

- Lo que buscas no es justicia, es venganza.
- ¿Cual es la diferencia?
- La justicia es un castigo proporcional por lo que has hecho y que ocurre porque de alguna u otra forma, provocaste pasara - me explicó - o así lo vemos las brujas en todo caso. Pero la venganza, no implica justicia. Implica causar daño, destruir, satisfacer el rencor. Eso es una ofensa a todo orden natural, destruye cualquier posibilidad de armonía.

No supe que responder. De hecho, no sé si comprendí lo que me decía mi abuela. De pronto me sentí profundamente avergonzada, aunque no sabía exactamente por qué. Me sequé las mejillas de un manotón.

- Ellas deberían entender que lo que le hicieron a  Flor es horrible. Para ella es una bromita. Para Flor fue algo horrible - le expliqué - es...uhmmm

Me callé. Mi abuela se sentó a mi lado, mirándome con paciencia. Me acarició el cabello con su mano callosa y cálida.

- Lo que hicieron esas niñas fue terrible y obsceno. Pero si haces algo para vengarte, con magia o por tus medios, sólo le brindarás poder sobre ti - me dijo - ¿Lo imaginas? Ellas decidieron como actuarias tu, como te comportarias. No serías la niña que consoló a Flor, sino la muchacha enfurecida que ellas hicieron.

Un pensamiento horrible. Con los ojos de mi imaginación, vi a Karina mirándome con su sonrisita maliciosa, la cabeza medio ladeada. Ya no me parecía tan hermosa. En realidad no me lo parecía en absoluto. O sí, pero carente de algo que yo consideraba esencial, radiante y que hacia que cualquier rostro me pareciera bello. Una luz interior que ni ella ni Gloria tenían. Sacudí la cabeza ¿Me estaba imaginando cosas? Sólo eramos niñas, me dije, cansada. Ellas con su retorcido sentido del humor y yo, tan enfurecida y doliente. Niñas, aprendiendo a vivir. Muchos años después, pensaría que ese fue el primer pensamiento completamente adulto que tuve en mi vida. Una idea muy curiosa.

- No puedo entender que se vayan a salir con la suya - murmuré vencida por la lógica de mi abuela - aunque sí, creo que lo hicieron.

- Lo hicieron. Hoy - mi abuela me tomó de la barbilla, me hizo mirarla - pero tu tienes un tipo de fuerza que te hará saber cuando llegará el momento de terminar esta historia. De crear algo nuevo y bello a partir de una experiencia muy dura. ¿Entiendes? Flor y tu van a hacerse más fuertes luego de esto. Mucho más conscientes de su propio poder.

¿Cual poder? me pregunté desalentada. Pero preferí no preguntar. Cuando mi abuela me abrazó, lloré en su hombro, de puro cansancio y tristeza.

- Odio esta sensación amarga.
- Recuerda, transformala en algo más.

Transformala en algo más.

***

- Agla ¿Me escuchas?

La señorita Rosalinda era mi maestra de Literatura. Tenía una amplia sonrisa amable y unos ojos muy chispeantes e inteligentes. De todas mis maestras era la que más me agradaba. Y yo le agradaba a ella también, supongo. De vez en cuando compartíamos libros y fue la primera persona a la que enseñé mis primeros cuentos. Me gustaba su manera entusiasta de enseñar, su profundo amor por las palabras.

- Disculpe, me distraje - balbuceé. La clase entera soltó una risita. Ella sonrío también.
- Les decía que quiero escriban lo más interesante que les haya sucedido en el año. Lo que más les haya enseñado y te haya hecho crecer. Te decía que siendo que tienes las mejores calificaciones de la asignatura, tu leerás tu trabajo primero.

Se me subieron los colores al rostro. Varias de mis compañeras me miraron con cierta admiración. Karina y Gloria juntaron las cabezas para cuchichear entre ellas y luego comenzaron a reir por lo bajo. De pronto fui muy conciente que llevaba la camisa arrugada, el cabello despeinado y que me había ensuciado la falda encaramandome en mi árbol favorito. Sentí una ligera sensación de angustia que me recordó...Tuve un sobresalto. De pronto, una pieza pareció calzar en mi mente. Miré a la señorita Rosalinda sonriendo con todos los dientes.

- Gracias, se lo agradezco muchisimo - tomé una bocanada de aire. Tan sonora y que tuvo tanto significado que Flor, a mi lado me miró desconcertada - será un gran momento.

Ese mismo día comencé a escribir un cuento. Uno totalmente distinto a los que había escrito hasta entonces. Habían transcurrido dos meses desde lo ocurrido entre Karina, Gloria, Flor y yo. Un largo tiempo durante el cual había analizado el asunto desde una perspectiva distinta, una por completo nueva. De vez en cuando me la tropezaba en los pasillos y la miraba en silencio, con cierta curiosidad. Y ella me devolvía la mirada desafiante y burlona. Entonces pensé que Karina, era tan espléndida como una de las Mariposas que solía llevar en el cabello o en la ropa. Pero su belleza no lograba esconder ese otro rasgo suyo, tan duro y casi grotesco. Una combinación desconcertante. Lentamente, comprendí sobre Karina que me asombró y me inquietó. Una manera de interpretar el mundo que me dejó abrumada. Entonces, nació la idea. Debía escribirle, me dije con una urgencia inaudita, casi dolorosa.  Durante días, pensé en mi cuento. Lo paladeé en mi imaginación. Era un tipo de historia que nunca había escrito antes: se trataba  de una extraordinaria mariposa que llevaba veneno entre las patitas, lo que hacia mortal y peligrosa a la vez. Al principio, todos los demás insectos del bosque acercaban a ella, asombrados por el radiante color de sus alas, por su capacidad de volar. Pero apenas se acercaban, sufrían por los rigores del veneno. Pero ella jamás evitó lo hicieran: disfrutaba con la adoración. Disfrutaba de saberse única, incluso en el dolor, disfrutaba...

- De ser un monstruo bello. Porque eso es lo que era: Una criatura de incomparable belleza que sin embargo, no provocaba otra cosa que sufrimiento - me volví para mirar a Karina - lo que aprendí este año y Karina me lo enseñó, es que no importa el aspecto que se tenga, la verdadera belleza no depende de como te peines o como lleves el vestido, sino de la manera como miras a quienes te rodean. Que tus alas pueden ser muy brillantes y tus colores impactantes, pero si tus patas llevas veneno no eres otra cosa que una criatura nociva.

Silencio. Todas mis compañeras me miraron boquiabiertas. Incluso Rosalinda, que se levantó con una mano extendida, intentando hacerme callar. Pero no lo hizo. En un gesto pausado, casi maternal, dejó caer la mano. Aguardó. Yo continué mirando a Karina, que me observaba con las mejillas ruborizadas de furia. A su lado, Gloria me contemplaba con la boca entreabierta.

- Quiero agradecerte que este año me enseñaste que lo verdaderamente bello es tan profundo como poderoso - dije por último. Cuando sonreí, sentí que una pieza de mi mente se liberaba de rencor. Se hacia brillante y frágil, me liberaba de un peso que no sabia llevaba a cuestas - quiero que sepas, que gracias a ti, descubrí que lo que quiero ser no es sólo bella, sino una mujer buena. Una que lleve sonrisas a donde vaya, una que sepa consolar y querer. Eso quiero ser, justo lo que tu no eres. Eso fue mi gran lección anual.

Me senté. Me palpitaban las orejas de angustia. No sabía que sucedería a continuación: probablemente Rosalinda me castigaría, me enviarían a la dirección. Seguro el resto del salón me odiaria. Por eso me sorprendí cuando escuché el batir de palmas, primero lento y discreto, después atronador.

Miré a quienes me aplaudian. Era la niñita delgadita y timida que siempre hablaba con la cabeza inclinada, la gordita que sentarse a mirar como el resto jugaba. La que llamaban "la dientona", la que tenía mucho acné. De pronto el salón se pobló de rostros bellos, de rostros distintos, de algo tan joven y frágil que no pude dejar de pensar en la palabra magia. La magia de crear, creer y soñar.

Rosalinda si me castigó claro. Y si me enviaron a la dirección. Y allí me visitó Flor, sonrosada de contento y una niña con la que jamás había hablado pero que sabia le llamaban "la bomba" por sus mejillas redondas. Ambas sonreían.

- ¿Cuantos días sin recreo? - me preguntó Flor. Me encogí de hombros.
- Un mes enterito.
- Te vendremos a visitar - dijo la niña desconocida. Y me sonrío. Una sonrisa de niña feliz, una sonrisa de dientes brillantes y piel sonrosada de alegría. Una sonrisa de pura belleza.

Esa noche incluí mi cuento en mi Libro de las Sombras. Copié palabra por palabra y después escribí: "La palabra es una manera construir". Había pensado la frase ese día, y sólo en ese momento cobró sentido, como si llegara al lugar correcto, del momento inolvidable. Sonreí.

- Así que un mes sin recreo - la voz de mi abuela me sobresaltó. Me miraba con gesto severo desde la puerta, pero le temblaban las comisuras de los labios, como siempre que estaba a punto de reír. La miré fingiendo sentirme avergonzada.
- Prometo portarme bien...el año que viene.

Soltó una carcajada. Se acercó y miró sobre mi hombro el libro abierto en el escritorio. Me apretó el hombro con su mano cálida.

- Para crear, hay que soñar. Hay que atreverse, hay que vencer. Y a veces quedarse sin recreo - dijo. Me besó en la sien - nunca lo olvides: todo dolor puede transformarse en experiencia.

Lo pienso ahora, tendida en mi cama, recordando esa noche exquisita y fresca. La mujer adulta que soy también sonríe. Y la niña que fui lo celebra. Después de todo, luchar siempre será una batalla silenciosa.

C'est la vie.