jueves, 31 de julio de 2014

Todos los rostros de Venezuela: Las victimas de la lenta debacle histórica.




Primer acto: 

La fila se extiende casi dos calles desde la puerta del Supermercado. Cuando me detengo a unos pasos para observar, una mujer se apresura a recordarme que "debo ir al final". Levanto las manos y le comento que sólo investigo para un artículo, me mira con desconfianza.

- ¿Para qué? Los periodistas siempre jodiendo - me reclama. Varias personas a su alrededor me dedican gestos de desprecio y una evidente irritación. Según sabré después, ayer estuvieron casi seis horas en paciente espera y hoy, cuando me acerco a ellos, ya suman casi tres.
- No soy periodista.
- ¿Para qué viene?
- Solo quiero saber.

Les explico que soy una ciudadana que quiere entender que ocurre en esta Venezuela agobiada por la crisis, que de hecho, soy una vecina de la Urbanización como cualquier otra que intenta analizar lo que vivimos desde un punto de vista objetivo. Pero nadie me escucha. En realidad, la novedad de mi aparición de inmediato se olvida, en medio del clima de tensión en la cola, de ese avance lento, paso por paso para comprar comida. La mujer que me habló en primer lugar, que si parece intrigada por lo que le comento, me permite hacerle algunas preguntas, que responde con cierta incomodidad.

- Mija, hay que comer. Y si hay que hacer cola para comprar la comida ¿Qué hace uno? - me explica. Nos encontramos en un pequeño Supermercado de la Urbanización donde vivo. Es un local pequeño, discreto. Pero por alguna razón y a pesar de la escasez siempre ha conseguido estar lo suficientemente bien surtido como para justificar las insistentes colas. Hoy, me cuenta la mujer, llegará un cargamento de papel de baño y leche. Cuando se enteró - en ese de boca en boca de la necesidad que se ha vuelto tan usual en Venezuela - decidió madrugar. Me explica que no le preocupa cuando tiempo deba permanecer allí. "Al menos, podré comprarlo. Uno no se puede poner con remilgos a estas alturas" me dice, con cansancio.

- ¿No se siente humillada? ¿Irrespetada por tener que hacer largas colas por algo que debería poder comprar con toda tranquilidad? - pregunto. Ella sonríe, avanza un par de pasos. Un hombre a unos metros por delante de donde nos encontramos, se rie en voz baja.

- Mija, yo le voy a decir algo: en este país ya la gente se olvidó lo que es respeto. Nos volvimos zamuros - sentencia. Un murmullo de desaprobación recorrer a la pequeña multitud. El hombre los ignora - Este país se volvió una rebatiña, una pelea en una esquina, un temor.

- No sé que tiene de humillante esperar pa' comprar - dice una anciana en voz baja. No se atreve a mirarme, aprieta la bolsa de papel que lleva entre las manos contra el pecho - es como ir pal cine. ¿Ustedes no hacen cola pal cine pues?

- La hago porque quiero, no porque no tenga más remedio - le responde una muchacha en tono desagradable. Sacude la cabeza, me mira - mira, aquí es simple: Nos acostumbramos al caos y le buscamos una explicación. Lo que sea para no sentirnos que nos están jodiendo. Y hacemos la cola. A pesar de la protesta, la humillación, que te fastidie. Haces la cola. Eso es el país.

Avanza la fila un par de pasos. Corre el rumor que pronto comenzarán a vender el par de paquetes por persona. La noticia anima a los pacientes compradores. La mujer que acompaño me sacude la cabeza, suspira.

 - El Venezolano aguanta hasta donde puede mija - dice - y cuando ya no puede, aguanta más.

Cuando me despido, las puertas del Supermercados continúan cerradas. Después me entero que ese día, no se vendió el prometido papel de baño.

Segundo acto:

Cuando le pregunto a Gabriela (no es su nombre real) sobre su decisión de emigrar, se encoge de hombros. Nos conocemos desde hace más de quince años, sé de sus logros académicos y personales. Su carrera exitosa como abogada. Y también sé que hace más de cuatro meses está desempleada. Su esposo también lo está (ambos trabajaban para la misma empresa, que fue expropiada por el Gobierno de Hugo Chavez y que finalmente cerró debido a errores administrativos), de manera que la decisión del abandonar el país fue casi inevitable. Pero ni él ni ella, están por completos seguros de que sea la mejor opción. Para ninguno lo es de hecho: tampoco tienen donde trabajar en el país al que llegarán y no están completamente seguros que puedan lograr emplearse muy pronto. Pero aún así, escapan  de Venezuela. Lo hacen con la determinación del sobreviviente, con la seguridad del que perdió todas las opciones además de la evidente.

- No puedo seguir viviendo en un país donde mi máxima aspiración sea comprar el próximo Mercado - me explica Gabriela - me aterra la idea que cualquier cosa que haga, siempre chocará contra la próxima locura del gobierno, contra la siguiente componenda política. Yo sólo soy un ciudadano que quiere trabajar, pero en Venezuela eso no se puede. Aunque lo intentes, aunque tengas las mejores intenciones.

La vida en dos maletas. Así se resume el lento proceso de decidir que llevar o que dejar. Le ha costado lágrimas, ataques de furia y angustia. Una lenta aceptación que su vida tendrá que comenzar desde una devastada zona de desastres. Pedro, su esposo (tampoco es su nombre real) me dice que lo peor no es la emigración sino el hecho de tener que hacerlo en las circunstancias más incómodas. Las esperanzas devastadas.

- Tengo cuarenta años y comenzar en otro país te asusta. Pero sabes también que no tienes más remedio, que no quieres formar parte de una estadística criminal o seguir partiéndote el lomo para no tener otra cosa que lo mínimo para vivir  - me dice. Saca de su biblioteca los libros que deberá vender, obsequiar, confiar a familiares y amigos. Como yo, Pedro fue un estudiante de la Licenciatura de Letras enamorado de las palabras: por años, compartimos gustos, sueños y libros claro. Verle renunciar a los libros que por tanto tiempo cuidó y conservó, es una medida de la perdida de la esperanza, de ese dolor mínimo y destructor del que debe abandonar la vida como la conoce para empezar otra aventura a ciegas. Cuando se lo digo, se encoge de hombros.

- ¿Y que hago? - me responde - ¿Quedarme? ¿A que? ¿Que se puede hacer en esta Venezuela que te obliga a humillarte? ¿Que te exige obediencia? Chica y sin tanta retórica: este un país que no encuentras ni el pan para llevarte a la boca, donde viajar es una quimera, donde comprar una bien inmueble es una lucha contra el peso de una economía rota, no es un país donde quiero vivir.

Nos quedamos en silencio, rodeados de libros abiertos y cerrados. De cajas envueltas en papel aislante y esta soledad de la habitación arrasada, de la basura en los rincones. Pedro suspira, con una tristeza infinita salpicada de cólera. Esta sensación de perder un fragmento de tu identidad, de comprender que el país donde naciste no forma parte de tu futuro. Y es una idea concisa, que te duele, te hiere. Se repite en todas partes. Pedro me escucha mientras cierra otra de las cajas con un gesto firme.

- Creo que simplemente perdí la batalla por acostumbrarme al país en que se transformó Venezuela - se calla, mira por la ventana entreabierta. Caracas, imperturbable, nos mira desde los últimos reflejos de la tarde - quizás el cobarde soy yo. Me lo han dicho. Pero ya no aguanto más esta vaina. Ni quiero aguantar, en realidad.

Cuando nos despedimos, un rato después, hay promesas de mantener el contacto, de recordar correos, de continuar perteneciendo al mismo espacio de tiempo y de esperanzas que compartímos por tantos años. Pero sé que no ocurrirá: como tantos otros Pedro y Gabriela desaparecerán más allá del limite de la frontera, se volverán extraños, desconocidos a la distancia.  De manera que la despedida toma otro cariz,se hace una enrevesada visión de lo que fuimos y quienes seremos. Huérfanos de gentilicio.

Tercer acto: 


José (no es su nombre real) es un convencido militante del llamado "chavismo duro". Lo fue desde los albores del fenómeno político, siendo un muchacho muy joven al que el "Por Ahora" de Hugo Chavez asombró y cautivó. Lo sigue siendo, luego de su muerte, a pesar de los tropiezos, no obstante la gravísima crisis que atravesamos. Para él, el trayecto es dificil pero cuantificable en ganancias. Lo demás lo resume como "Una transformación social inevitable".

- Al capitalismo hay que erradicarlo de raíz, y cuesta hacerlo porque durante casi cincuenta años, Venezuela fue esclava de muchos elementos económicos foráneos. Sí, cuesta dolor, pero lo estamos logrando - me dice con entusiasmo. Nos encontramos en su pequeña oficina del Centro de Caracas, donde ejerce un brumoso cargo entre lo que llama "avanzada ideológica" y "ayuda social". En realidad, José es un envejecido estudiante de Historia en la Universidad Central de Venezuela, que no renuncia al sueño académico pero tampoco, a la posibilidad de lo que llama "la lucha de vanguardia". Lo escucho en silencio, intentando contener los comentarios que se me ocurren a su disertación política. Me obligo a escucharle, a tratar de mirar el mundo desde su perspectiva. Y que esfuerzo me lleva. Que lento proceso de comprender que la división de Venezuela no es solo de planetamiento cultural sino de realidad histórica. Dos países en uno.

- Hablas del país como un experimento ¿Qué piensas sobre lo ocurre ahora mismo? - le insisto - los indices de delicuencia, la bucocracia partidista, el Estado contaminado de corrupción...

- Lo estamos corrigiendo - me responde - lo estamos haciendo incluso respetando a los factores que se oponen. Recuerda y no se te olvide: son casi cincuenta años en lo mismo. Para limpiar todo, hay que empezar reconstruyendo lo que hay para que sea funcional a lo que vendrá. Es lo que hacemos, nosotros...

- ¿Quienes somos nosotros? - pregunto. Lo hago sin malicia. Miro a nuestro alrededor: la oficina pequeñisima y mal ventilada llena de cajas de hojas, de la propaganda electoral de las docenas de elecciones que se han llevado a cabo en el país. Una fotografia de Chavez enmarcada, un archivo destartalado donde guarda todo tipo de periódicos y libros sobre el tema revolucionario. Hay un aire de tierra arrasada no muy distinto al que encontré en el apartamento de Pedro y Gabriela, ese vacío silencioso y triste del país incomprensible.

- Todos los Chavistas, los hijos de Chavez, los que nos enfrentamos...

- ¿Se enfrentan a quien? - pregunto.

- Las elites del poder son el enemigo a vencer - me responde - todos estamos enfocados...

- El gobierno detenta el poder absoluto - le recuerdo - no hay indicios ni la disposición de un gobierno de coalición. Todas las autoridades administrativas, legales y políticas, son fieles a la "revolución". Más que fieles, son fanaticamente leales. No hay uno sólo que pueda decirse que es equilibrado, ponderado...

- No pueden serlo, en esta etapa de la revolución...

- ¿Quién eres en la Revolución? - insisto - ¿Que papel cumples como ciudadano? ¿Que cuota de poder detentas y como la administras? ¿Que tanto valor tiene tu opinión en lo que ocurre?

Parpadea y le noto incómodo, colérico. Por la ventana, el olor añejo de esta Caracas sucia y descuidada que compartimos entra a raudales junto con el brillo metálico del mediodía. Y tengo la sensación que somos sobrevivientes con esfuerzo, a una debacle que ha llevado quince años consumarse. Quince años de batallas ideológicas, políticas, sociales que no habían fructificado en otra cosa que un país devastado, roto a pedazos, irreconciliable.

- Lo que ocurre en Venezuela es inédito. Estamos intentando cambiar de sistema político sin mayores traumas. ¿No ves  que esto es solamente el período de transición? - me insiste - ¿que es una manera de construir algo a partir de la decisión electoral?

- Pero ¿Qué es lo que se está construyendo? Hablas de lo que parece ser un Proyecto de Supra País que no existe. Hablas de los problemas que atravesamos como parte de esa construcción de nación. ¿Como justificas la escasez, la pobreza, la crisis del sector salud?

- No los justifico, existen - dice José y vuelve a animarse - pero entiende: esto no es un proceso de tres días. Estamos sentando las bases de lo que será un país más justo, más humano y sobre todo, mucho más nuestro.

- ¿Les ha llevado quince años esas bases? ¿Y que ocurre con la mala administración pública? ¿la corrupción impone? ¿El nepotismo en altas esferas de poder? Pero hablemos de cosas más cercanas: Con el aparato productor colapsado ¿Como esperas que se recupere la producción?

- Las elites privadas....

- Gracias a la expropiación el 80% de las tierras productivas están en manos del Gobierno - le recuerdo.

- Y han sido entregadas al campesino...

- Que las ha vendido, ocupado, destruido por carecer de preparación e inversión para la cosecha.

Nos quedamos en silencio. José me mira con esa paciencia un poco hosca del que cree predica una verdad innegable a un descreído. Hay algo en su expresión casi vulnerable, y sin embargo, casi arrogante. Le recuerdo de joven, cuando me insistió que Chavez era "la respuesta" de la "mano dura" a un país desordenado y que padecía una dolorosa crisis moral. Por años, intentó convencerme que la visión de Chavez no era violenta...solo para recordarme que la Revolución era pacifica pero "armada". Ahora, la diatriba es la necesidad de la crisis, lo inevitable del proceso de destrucción que vivimos. Y me pregunto si su ambivalencia, su necesidad de asumir la ideología como justificación, es una forma de consuelo para esa enorme grieta histórica que separa al país posible del real. El país que se desmorona, depauperado y saqueado, del otro que se sueña casi con insistencia desde la utopia. Cuando se lo digo, no me responde de inmediato. Se le suben los colores al rostro, la expresión se llena de pequeñas arrugas de preocupación.

- La utopía está ocurriendo - me insiste - Chavez y el proceso revolucionario abrió las puertas para que ocurra.

- ¿Cual es la utopía? ¿Un socialismo modélico? - pregunto - ¿Qué ocurre entonces con el país que vivimos, controlado por nuevas elites enriquecidas a base de corrupción? ¿Qué país es el que transita hacia lo que esperas suceda?

- Debe suceder - me dice entonces - ya no tenemos vuelta atrás. No hay remedio. O la revolución triunfa...o nada valió la pena.

Una frase inquietante, dolorosa, que me continúa atormentando horas después. Sentada en un Café del Centro de Caracas, miro a esta otra Venezuela, a la ajena a toda diatriba, a la cotidiana: al Venezolano de a pie que continúa intentando sobrevivir al país cada vez más sofocante, a la circunstancia política que no le incluye pero si le presiona. La multitud de transeúntes que caminan de un lado a otro podría ser la misma de hace veinte, cincuenta años. La candidez de ese cotidiano que carece de peso, que se amolda con facilidad a cualquier situación. Y pienso otra vez, que tal vez, Venezuela se desliza, con ese lentitud inexorable de las grandes caídas, hacia los escombros de un espejismo cultural y social que carece de peso y sustancia. Pero el país sobrevive, o lo intenta, me digo. Seguirá haciéndolo a pesar de la tristeza y dolor. Con toda probabilidad, esa es su peor tragedia.

C'est la vie.

miércoles, 30 de julio de 2014

Del Temor a otros monstruos de la memoria: Una radiante inmortalidad




Decía Paul Barber — investigador del folclor de los vampiros del Museo Fowler de Historia Cultural en la Universidad de California — que los vampiros “son el rostro del mal que se transforma siglo con siglo”. Un planteamiento interesante que parece resumir esa visión de lo maligno — y del monstruo — como un reflejo de la sociedad que le crea, le protege y le teme. Y no obstante el vampiro, como simbolo de esa aspiración elemental del hombre por la eternidad y más allá, de esa tentación del mal en Estado puro, parece incluso trascender a esa idea: Tal vez por ese motivo, el mito del chupador de sangre ha formado parte de los temores y misterios del hombre durante casi toda su historia. Un monstruo a su imagen y semejanza, una criatura capaz de reflejar lo que somos y también, lo que tememos ser.

Pero ¿Que es un vampiro? Para la mayoría de la cultura es un mito, una criatura entre la leyenda y el enigma que metaforiza el temor del hombre hacia la muerte. Por centurias, el vampiro acompañó el hombre al limite de la conciencia cultural: desde las misteriosas mujeres vampiros Egipcias, que robaban a bebés recién nacido para beber su sangre y condenarlos al castigo eterno — los llamados Gules — hasta las larvae y las Lamia griegas, la figura del monstruo bebedor de sangre es común en todas las épocas. Casi siempre relacionado con el inframundo o la oscuridad, se le describe como asesinos y también como la “maldad con rostro humano”. No sorprende, por tanto, que la mitología del vampiro se extendiera en épocas especialmente aterradoras y sobre todo, en lugares donde el temor a la muerte forma parte de la cultura. En Europa, la primera huella histórica sobre el mito del vampiro proviene de Rumania, en donde se le llamada Strigoï, una figura lúgubre a quien se le achaca poderes sobrenaturales y la capacidad para beber sangre de niños. En Albania, se le llamó Shtriga y en Strzyga, todos derivadps de la mitología romana. No obstante, la mitología del vampiro Europeo parece tener un alcance y sustancia propia: poco a poco la visión del monstruo sobrenatural que vuelve de la muerte para matar se extendió en todas las regiones de Europa del Este, especialmente durante los largos años de la peste y guerras locales. De nuevo, el vampiro representa ese afán por la inmortalidad, en momentos donde la fragilidad de la naturaleza humana parecia tan inevitable como evidente.

Sin embargo, el precedente inmediato del vampiro como le conocemos en la actualidad, es el Vrykolakas griego descritos como criaturas de incomparable belleza que volvían de la muerte para llevar la muerte a sus parientes, a los cuales además de beber la sangre, devoraban vivos. Se conservan cientos de pequeños grabados artesanales que muestran al Vrykolakas como una criatura de aspecto humano, que medra durante la noche y bebe la sangre de quienes conoció durante su vida. De allí la vieja costumbre de exhumar cuerpos recién enterrados para comprobar no hubiesen sido poseídos por el mal. Ya desde entonces, el vampiro se consideraba una criatura ajena al hombre, la personificación del horror y el temor, que sobrevivía a la muerte para conspirar contra la bondad y la vida. Por siglos en los cementerios en Grecia, hubo grupos de vecinos que vigilaban las tumbas de los recién fallecidos, en previsión que alguno de ellos pudieran transformarse en vampiros.

También del folclore griego, proviene la creencia que la existencia del vampiro tiene una directa relación con un castigo divino. Se insiste que el vampiro se crea a partir del cadaver de un excomulgado, al profanar una fiesta religiosa, tras cometer un gran crimen o muriendo en la soledad. También se sostenía que los vampiros podían confundirse entre los vampiros, hasta que sed de sangre les delataba. También es griega la costumbre de traspasar con clavos los cuerpos y de cortar la cabeza, en un intento de detener la “contaminación” del mal que el vampiro suponía.

No obstante, al propagarse por Europa Central, la figura del vampiro pasó a formar parte de la mitología regional por derecho propio. Fue entonces cuando el temor del no-muerto se consideró real y fueron muchas las ciudadades y pueblos que aseguraron haber sido atacados por los vampiros. Como ocurrió otras tantas veces en el pasado, los “ataques” coincidieron directamente con epidemias de peste negra y otros padecimientos semejantes, lo que convirtió al vampiro en un heraldo del terror y la destrucción. Las crónicas de la época, describen casi con rigor cientifico, los cadaveres de apariencia “fresca” que solían encontrarse entre los nichos mortuorios e incluso, los ritos que los campesinos locales llevaban a cabo para enfrentarse a los supuestos ataques de las figuras vampíricas. En pleno apogeo de la Inquisición, de las luchas radicales contra el temor y la herejía, la mitología del vampiro parecía subsistir por derecho propio: La criatura que metaforizaba el terror terrenal a la muerte a través del dolor y algo mucho más primitivo: su visión elemental sobre el miedo y el sufrimiento carnal.

Porque el vampiro, al contrario de tantos otros terrores que la Iglesia y la cultura tomó por ciertos durante siglos, era una criatura carnal. Más allá de todo tipo de elocubraciones espírituales y éticas, el vampiro se construye como una visión del temor a la muerte real, a la carne que se descompone, al ritual de la muerte que toda cultura lleva a cabo. Quizás por ese motivo, el Vampiro fue condenado de inmediato como tentación y más allá, como instigador del pecado. Una idea de la que pareció hacerse eco, en medio del terror general y primitivo de la muerte, la desaparición fisica y el sufrimiento de la enfermedad. Probablemente por ese motivo, incluso uno de los padres intelectuales de la Revolución francesa, el franco-helvético Jean-Jacques Rousseau (1712-1778), meditó sobre el mito de los vampiros pero desde una aproximación moral, como si el temor y la fragilidad del espiritu humano hacia lo inevitable de la muerte constituyeran el principal motivo que construyó su figura espectral. Con su acostumbrada racionalidad, Rousseau se pregunta en una carta dirigida una carta al arzobispo de París, Christophe de Beaumont en 1762 hasta la credulidad y el temor del hombre crea sus propios enemigos. “Si hay en el mundo una historia acreditada, ésa es la de los vampiros. No le falta nada: testimonios orales, certificados de personas notables, de cirujanos, de curas, de magistrados. La evidencia jurídica es la de las más completas. Con todo, ¿quién cree en los vampiros? ¿Seremos todos condenados por no haber creído en ellos?”, insiste Rousseau, en una directo análisis de la naturaleza confusa del mito y más allá, del temor que engendra. Porque el vampiro, célebre ya por las leyendas que recorrían Europa y el miedo que le convirtió en un reflejo de una Europa enferma y quebradiza, pareció convertirse en algo más. En una idea esencial para comprender la psiquis de la época.

De la sangre a la maldición eterna: El vampiro como parte de la historia.

La isla de Lazzaretto Vecchio, al sur de Venecia, es una minuscula porción de tierra que albergó durante el siglo XV el hospicio de peregrinos de Tierra Santa. El Lazareto — que obtuvo su nombre de la orden religiosa de San Lázaro cuya ocupación consistía en cuidar de los leprosos — era el lugar donde fueron a parar la gran parte de los enfermos de peste que asoló la ciudad de Venecia entre el siglo XV y el siglo XVI. La peste, que mató alrededor de 50.000 personas (casi el 60% de la población de Venecia en la época) y fue considerada por muchos como el fin del mundo, incluyendo la Iglesia que llegó a insinuar se trataba de un castigo divino.

Hace cuatro años y mientras llevaban labores de reconstrucción de la trágica historia de la Isla, un grupo de antropólogos italianos encontró en una fosa común más de 1.500 esqueletos. Y entre ellos, los que el investigador Matteo Borrini, de la Universidad de Florencia llamó “el gran descubrimiento de la década”: el esqueleto de un vampiro.

Por supuesto, no se trataba realmente del esqueleto de una criatura monstruosa o el mito hecho realidad, sino el esqueleto de una mujer a la que se le había desencajado la mandibula al introducirle un pedazo de ladrillo en la boca. La costumbre, que se remonta a Europa del Este, intentaba evitar que el cadáver volviera a la vida y masticara — literalmente — el sudario para escapar a la muerte. El descubrimiento demostró que la figura del vampiro, fue uno de los terrores que asolaron Venecia y la Europa castigada por enfermedades y plagas durante el medioevo. Además, fue una comprobación histórica de cientos historias que el folclore recoge: Según viejas tradiciones europeas, los cadaveres que muestran sangre fresca en la nariz y la boca no han muerto en realidad. De manera que los cadaveres de la peste, que morían a docenas cada día en el ataque fulminante de una enfermedad para cual no existía cura o paliativo, eran probablemente las victimas propiciatorias del temor supersticioso que recorría el continente. Así que, en medio de la histeria colectiva y aterrorizados por una plaga implacable e indetenible, hubo una reaparición del vampiro. Se hablo de cadáveres que se levantaban de la tumba de la peste para asesinar a sus parientes, de pacientes desahuciados que se levantaban de la cama para beber la sangre fresca de los médicos que intentaban curarlos. Por curioso que parezca, los sacerdotes y lideres religiosos que desenterraban cadáveres en la búsqueda del vampiro, jamás pensaron que las ratas, larvas y pulgas de los animales de granja o que habitaban en los cabellos y pieles de los campesinos, eran la causa real de la epidemia. La arqueología no se había topado con un caso parecido, pero a veces salta la sorpresa: las creencias y las supersticiones dejan en raras ocasiones un rastro material que sobrevive al paso de los siglos.

Y probablemente el peor de todos los lugares destinados a confinar a los enfermos era Lazzaretto Vecchio, . Los sepultureros reabrían periódicamente las fosas para arrojar nuevos cadáveres, lo que lleva a pensar a los antropólogos, que que la baja formación de los sepultureros reforzó su creencia en el vampirismo. La mayoría de ellos, traídos a la fuerza desde pueblos y villorios, remoton trajeron a Venecia y a otras regiones de Europa las viejas leyendas. Lo demás, es historia: Desde los Vampiros que nacian de la peste hasta su resurreción literaria en pleno siglo XIX, el vampiro atravesó un proceso histórico de transformación que le llevó a convertirse en la figura más poderosa de la mitología rural. Porque el vampiro tradicional, que surge de las sombras del miedo supersticioso, poco o nada tiene que ver con su versión literaria y mucho menos la posterior cinematográfica. Un fenómeno desconcertante que construyó — o mejor dicho, redimensionó — la maldad en algo mucho más inquietante y desconcertante. El mal sin remordimientos, la muerte con rostro de hombre.

El Vampiro como fenómeno Pop:

Paul Barber es también autor de un interesantisimo libro convertido en clásico titulado Vampires, burial and death, folklore and reality (Yale University Press, no traducido al español) en donde además de analizar la figura folclorica del vampiro, analiza su repercusión cultural. Y es que el vampiro abandonó los campos abandonados de la Europa Medieval para construír una figura a su medida en pleno siglo XXI : Al teclear Vampiro en Google, encontramos más de 13 millones de entradas, páginas web de vampirólogos y fanáticos, murciélagos con fondos oscuros y sanguinolentos y demás parafernalia de la muerte. Y sin embargo el vampiro tradicional continúa siendo una figura esquiva, desconcertante y asombrosa “La mayoría de la gente ignora que a través de la historia europea se han producido informes extensos y detallados sobre cadáveres que han sido desenterrados de sus tumbas, declarados vampiros, y asesinados”, escribe Barber en su libro “En realidad el vampiro es la medida del temor, de nuestra necesidad de comprender a la muerte — sin lograrlo — y la visión de quien somos como parte de una cultura que teme a la fuerte física”.

Porque el vampiro, ha formado parte de la cultura por tanto tiempo que ya nos parece habitual encontrarlo una y otra vez no sólo como personaje aterrador, sino también como símbolo de algo más ambiguo e inquietante. Desde el vampiro como cadaver apenas reanimado por la sangre, especie de bestia violenta en busca de la muerte por necesidad, hasta la figura delicada y tristemente bella que merodea en la oscuridad de las ciudades modernas. Uno y otra, son parte de la idea de la cultura que redime y también, glorifica el temor, la muerte y lo sobrenatural.

Y es que los bebedores de sangre, continúan siendo un enigma. Y quizás continuen siendolo porque a pesar que en nuestra época las enfermedades se comprenden bajo el microscopio y no del temor, la medicina ha prolongado la vida, y la muerte se ha transformado en algo no familiar, el vampiro sigue reflejando la cultura con mayor o menor éxito. De allí, a que su nueva encarnación sea la de un joven andrógino con altos preceptos morales: una visión de esta sociedad estereotipada, hipócrita y temerosa de si misma. Aún asì, la figura del vampiro, el tradicional, el que se llegó a temer como monstruo inevitable en todas las épocas, continúa vivo, la borde de la conciencia y quizás muy cerca de regresar a su belleza fatal y sangrienta a la menor oportunidad.

martes, 29 de julio de 2014

La historia reciente de la estafa histórica Revolucionaria: Entre la diatriba y la ideología fallida.




Hace unos días, y luego de renovar la Póliza de seguros que protege mi apartamento, recibí la noticia que su costo se había multiplicado casi cincuenta veces con respecto su valor original. En cualquier otro país del mundo, la noticia me habría emocionado, pero en Venezuela, solo significó una cosa: que lamentablemente, todas mis aspiraciones a futuro, cualquier plan o proyecto también había encarecido su costo en la misma proporción. La sensación fue tan dura como dolorosa y me llevó unas horas asimilar que cualquiera de mis aspiraciones inmediatas carecen de valor en un país donde la ideología se basa en mutilar las expectativas del ciudadano y enaltecer la carencia con nociones ideológicas. La sensación de frustración me sofoca, me deja tan agobiada que me lleva esfuerzos reponerme y analizar la situación de manera lógica.

- Es el método habitual en cualquier régimen que insista en la estandarización de la sociedad para prosperar - me explica Juan Alfonso, sociólogo y que durante una década se ha dedicado a interpretar la "Revolución" bolivariana como fenómeno social. Acudo a su oficina, asombrada y pesarosa, con la sensación que soy incapaz de comprender el país donde vivo, de identificarme con sus valores e interpretaciones. Juan me dedica una mirada comprensiva.

- No sé en qué se convirtió el gentilicio Venezolano - le digo - es dolorísimo no sólo no comprender al país donde naciste, sino perder el sentido de la pertenencia. ¿Que es el gentilicio más allá de la noción del país donde naciste? ¿Cómo te identificas con un país que no te reconoce como ciudadano y aún peor, no reconoces como propio?

- Sin duda, el proceso Chavista ha dejado muy claro que lo autóctono se identifica con la ideología que promulga - me responde - eres un "verdadero Venezolano" en tanto seas "chavista", compartas las aspiraciones de esa aparente mayoría electoral y política y comulgues con su percepción país. Eso deja en el extrarradio a todos los que se oponen, a los que critican, a los que contradicen o simplemente a los indiferentes. La ideología convertida en identidad emocional.

Sus palabras me sobresaltan, quizás porque parecen resumir ese sentimiento de puro desarraigo que he padecido durante los últimos quince años. Y es que no debe haber sentimiento más duro y doloroso que saberte extranjero en tu propia tierra, huérfano de identidad nacional, un extraño en el país que te vio nacer. Más allá, la diferencia se hace incluso más complicada de definir: de pronto Venezuela parece ser un escenario del desastre, una visión de quienes somos y quienes seremos basada en la incertidumbre. Y de nuevo, surge el tema de este futuro fragmentado, de este presente borroso, de la ausencia de planes inmediatos. La ruptura de esa noción pertinente de construir lo que aspiramos como ciudadanos a partir de nuestra relación con el país, su realidad y sus vicisitudes. Pero en Venezuela, la razón esencial parece resumirse a una destrucción progresiva de la identidad nacional. El pais roto a fuerza de una ideología fallida que es incapaz de subsanar la carencia, esa noción de sobrevivir con esfuerzo al día a día de una realidad confusa.

- Necesariamente Venezuela, como proyecto político, contradice su historia reciente y de allí, el gran fallo de perspectiva y de planteamiento del chavismo - me dice Juan - Venezuela fue un país en pleno auge del crecimiento social durante casi cuarenta años. Era una sociedad con diversas oportunidades, que ofrecía todo tipo de elemento que propiciaban la competencia económica, el consumismo y por supuesto, las opciones de desarrollo. Nadie niega claro, el anquilosado aparato burocrático, mucho menos los problemas de corrupción y abuso de la democracia anterior a la propuesta Chavista. Pero era un sistema perfectible, que podía mejorar a fuerza de planteamiento social y contralor.

Hace veinte o treinta años, adquirir un inmueble era un plan mayor que todos los venezolanos jóvenes intentaban cumplir a corto o mediano plazo. O en esa noción crecí: nací en una familia de Clase media donde la principal aspiración era la independencia económica o al menos el proyecto futuro que implicara serlo. Una idea que sin duda, se fundamentaba en esa motilidad social que por entonces, era habitual en un país en desarrollo. Crecí de hecho, con la seguridad que cualquier plan a mediano o largo plazo, implicaba esa visión necesaria de aspirar a una serie de elementos productivos, a esa capacidad de cada ciudadano podía tener de construir un futuro a su medida.

Me llevó casi década y media asumir que en la Venezuela chavista, la noción de guerra de clases parecía presuponer que cualquier plan o proyecto futuro debía restringirse y limitarse para beneficio del proceso ideológico que se llevaba a cabo. Una idea inquietante que sin embargo pareció hacerse cada vez más evidente, a medida que el Gobierno cercenó cualquiera posibilidad de elaboración de planes y proyectos individuales: Desde la compra o alquiler de inmuebles hasta la mera visión de la independencia económica. Según cifras recientes, el deficit de vivienda entre la clase Media Venezolana es el mayor de su historia reciente: La construcción de viviendas y soluciones habituales ha sido insuficiente, por lo que el precio y el valor - aunado a la inflación, la escasez de materiales de construcción - han encarecido el coste de cualquier inmueble. En el estudio "Vivienda en Venezuela: un problema con solución" del economista Ángel Alayón y el ingeniero José María de Viana, se indica que la producción de viviendas ha sido mucho menor al crecimiento exponencial de la población, por lo que la problemática habitacional no ha hecho más que aumentar. Basados en el promedial de las cifras del deficit y las proporcionadas por el censo del o 2011 del INE (Instituto Nacional de Estadísticas), el texto revela que  7,5 millones de venezolanos requieren de vivienda. "Solo para cubrir el crecimiento poblacional tienen que construirse 118.572 viviendas al año, y si se quiere cerrar el déficit en 15 años, tienen fabricarse 275.000 casas anuales y urbanizar 3.832 hectáreas", indica Alayon. Por lo que en Venezuela, la compra y venta de cualquier inmueble se convierte en un complejo proceso que además de atravesar el altisimo costo de la oferta, también debe enfrentarse a las leyes restrictivas y punitivas que convierten cualquier compra venta en un riesgo legal no solo para quien adquiere sino para quien oferta.

- Indudablemente, para el Gobierno la propiedad privada es un obstáculo para el colectivismo que desea implantar como premisa para visión socialista. El gobierno promueve y proclama la necesidad de la propiedad comunal, la Tierra que pertenece a todos. En principio la idea parece una respuesta inmediata al latifundio y al monopolio empresarial sobre la construcción, pero en realidad se trata de una visión elemental sobre control y presión sobre el sector privado, el enemigo tradicional del socialismo - explica Juan. Me muestra el extenso documento fotográfico que ha recopilado a lo largo de casi veinte años de investigación: de un parque de construcción en vias de crecimiento, las zonas urbanas en el país se han convertido en zonas depauperadas por expropiaciones e invasiones. Casi el 30% de las zonas de construcción de Venezuela han sido ocupadas ilegalmente e intervenidas por grupos de choque en exigencia de propiedad. El 45% de las construcciones de carácter privados se encuentran detenidas e incompletas. La cifra se hace incluso más preocupante cuando se analiza a futuro: las construcción de viviendas parece encarecerse y disminuir a medida que transcurre la década y las estimaciones más optimistas indican que para el año 2020, el deficit habrá aumentado en más del 40% con respecto al actual.

Las conclusión es obvia: en Venezuela, la aspiración de progreso se segrega y se limita a una visión ideológica que cierra espacios, limita la idea de prosperidad a una concepto político primitivo. Una construcción social que depende y más aún, se desmorona bajo el peso del poder administrado como arma que se empuña y no una idea de construcción social idónea. ¿De qué otra manera puede llamarse a la limitación exponencial de mis proyectos, planes y aspiraciones debido a la presión de un gobierno deficiente e inútil? porque actualmente trabajas - y mucho, casi con desesperación - para sobrevivir. No para ahorrar, no para construir un futuro acorde a tu visión sobre el mundo, sino para satisfacer las necesidades mínimas - y ni siquiera lo logras, en ocasiones - que debes afrontar como adulto.

Más tarde, mientras camino por esta Caracas árida, violenta, en escombros, me pregunto a donde puede conducir una visión de nación cuyas expectativa de futuro sean la incertidumbre y la confusión. Porque más allá de la amarga diatriba, de la lucha política incesante, de las contradicciones sociales y culturales, Venezuela no es otra cosa que un fallido experimento ideológico, la combinación de los peores aspectos de una sociedad de consumo empobrecida, la interpretación de un país a medio construir. Y es inevitable, que la realidad hiera, que te deje en mitad de una árida sensación de desamparo cuando comprendes que vives en un país que se desploma bajo el peso de sus propia negliencia. Un país sin esperanzas.


C'est la vie.

lunes, 28 de julio de 2014

Del mito al hecho: Cuando el culto mortuorio sustituye al planteamiento social.




Cuando escuché la noticia sobre la "celebración" de cumpleaños del difunto Hugo Chavez no la creí. O mejor dicho, no quise creerla: En Venezuela, la realidad suele parecer con muchísima frecuencia a una parodia irónica, un mal chiste que no hace reír. Pero luego, lo acepté como inevitable. Y es que el culto al Lider en nuestro país - vivo o muerto - parece trascender esa línea invisible de la sensatez y mucho más, de lo que se asume como ideario de una nación que adolece de figuras protagónicas y que insiste en encumbrar la mitología simple de lo vulgar. En otras palabras: la cultura Venezolana necesita una figura que represente lo bueno y lo malo, y a la cual se pueda adorar - y también culpar - como parte del altar de las decepciones.

Dicho así, suena muy poético, pienso mientras camino por el Casco Histórico de Caracas. Pero deja de serlo, mientras me tropiezo una y otra vez con el rostro de Chavez desde pancartas y Vallas, grafitis, pintas, monogramas, arte Urbano. El rostro de Chavez reproducido hasta el infinito y hasta el cansancio, machacón y con una obsesiva determinación de incluirlo dentro de la imagineria natural del paisaje urbano. Lo miro en todas partes con un sobresalto, con una sensación de irrealidad que no sé muy bien a que atribuir. ¿Se debe a que su figura en creciente admiración e idealización hace menos cercana el gobierno deficiente e ineficaz que presidió? ¿Se debe a que esta magnificación del hombre en favor del mito, borra cualquier análisis objetivo sobre lo que significó o pudo significar el Chavez real en la historia? No lo sé. Pero la idea resulta inquietante. De pronto Chavez no fue sólo el presidente, el ideólogo de una revolución que no terminó de cuajar, de una mirada directa a esa ambición de la izquierda histórica personificada en un fenómeno mediático. El "por ahora" eternizado como una orden sutil para construir una propuesta política sin verdadera identidad. De súbito, Chavez se erige como el rostro cultural del país, como una identidad que representa a ese Venezolano de la periferia, del que representó casi por casualidad. Chavez como la metáfora del poder de pobre, del puño que se levanta, del presente que se construye sobre los errores del pasado.

- Era inevitable que ocurriera - me comenta L., profesor de historia e investigador del Fenómeno Chavez por cuenta propia - la conexión emocional de Chavez con su electorado, fue un fenómeno tan raro e inclasificable que el Chavismo que sobrevive a duras penas a su muerte, necesita imitarlo para sustentar el mito y gobernar bajo la visión del "legado". De manera que engrandecer la figura de Chavez es sin duda una manera de sustituir el mensaje directo para validar el actual.

Me lo comenta mostrándome su pequeña colección de muñecos y bustos de Chavez. Los ha recopilado durante los últimos años: Bustos de Argamasa pintados a mano, muñecos de plástico de Uniforme, enormes globos de plastico - los llamados "porfiados" - donde Chavez sonríe en un eterno vaivén. Chavez de pie y con rasgos caucasicos para entrar en la veneración de los altares. Un gigantesco y deforme Chavez de Yeso que lleva lo que parece ser un uniforme militar. El conjunto resulta asombroso y un poco inquietante. Para L. es el reflejo de un país huerfano, que se acostumbró al Líder único y lo aceptó como inevitable.

- Para el chavista "rajao", Chavez es insustituible. Fue el padre, el hermano, el hijo, el simbolo, el lider, el Comandante. Su palabra creó una Revolución que nadie entendió mucho pero que todos aceptaron de buena fe - me explica. Toma el busto diminuto de Chavez, lo observa. Cuando me lo extiende, lo miro con un sobresalto. Hay algo obsceno en esta adoración a un lider militar y un político audaz. Hay algo necesariamente desconcertante, en esa visión venezolana de la política emocional, de la insistente divinización del lider. Evito sostenerlo con un gesto tembloroso. Lo coloca de nuevo en su lugar - De manera que el Gobierno debe encontrar la forma de sustituir al Hombre, de generar el mismo tipo de adoración, de usarla en beneficio de políticas impopulares pero necesarias.

- ¿Lo logra? - pregunto - ¿Logra Nicolas Maduro a través de Chavez legitimizarse?

- De origen sí. Chavez le nombró su sucesor. Poco le importó sus pocas capacidades políticas, su discreta carrera administrativa. Quizás le escogió justo por eso. No hay otra manera de comprender esa visión de Chavez de "ungir" de manera casi sacramental a un heredero político. No obstante, bien pronto quedó claro que "Maduro no es Chavez" y la conexión emocional fluctúa. El Chavista cándido, el radical que ve en Maduro la necesaria continuación de la obra Chavista, no encuentra la forma de brindarle a este delfín las mismas cualidades que a Chavez. Porque Maduro, a pesar de sus esfuerzos por crear una visión del "Chavismo" como pensamiento que perdura, se encuentra que debe sostener la figura de Chavez para lograrlo, que debe siempre recordar que le debe el papel político y social que desempeña.

Una idea inquietante. Por meses, Nicolás Maduro visitó la tumba de Chavez - convertida en improvisado monumento de peregrinación de los seguidores del Presidente difunto - en una especie de gesto que parecía simbolizar su evidente compromiso con la continuación de la obra de Chavez. Se dejó ver con sus hijos - al menos hasta que la aparente tensión entre ellos lo permitió - y siempre que pudo, se llamó así mismo "hijo de Chavez", heredero accidental de su obra y lucha. Y no obstante, a medida que Maduro comenzó a comprender el poder como una atribución de su cargo más que un legado directo, pareció intentar diferenciarse del Chavez mito. Poco a poco, Maduro como presidente, intentó tomar decisiones autónomas o al menos concebir su presidencia como una expresión muy concreta de un parecer político. Claro está, las reacciones no se hicieron esperar: Grupos radicales mostraron su descontento y de hecho, Maduro pareció sometido a una serie de presiones internas que le insisten en perpetuar la memoria de Chavez sin modificaciones, como si el poder en Venezuela debiera ser favorecido - y bendecido - por el líder carismático para prosperar. De manera que casi con sutileza, Maduro volvió a mostrarse como parte del  llamado "legado Chavista" antes que real líder en ejercicio. Una exigencia evidente de esa interpretación de la ideología como emocional, arraigada en un fenómeno cultural basado en la idolatría y algo tan peligroso como una visión casi religiosa del líder.

- Chavez se convirtió en una referencia cultural y social. Ser chavista no es sólo una opción política, sino también una forma de mirarte como ciudadano: incluye costumbres, incluso una estética definida - me explica L. mientras caminamos por el pasillo de la Universidad donde trabaja. La figura de Chavez, mucho más discreta, aparece de vez en cuando: camisetas, un panfleto que insiste sobre la "la lucha social". De pronto, Chavez el hombre se desintegra y se reconstruye como una metáfora de algo más amplio. Pienso en el Che Guevara y su estatura de simbolo pop. La imagen comercial de una revolución a fragmentos. ¿Chavez está en camino en convertirse en la versión Venezolana del martir de la izquierda histórica? L. sonríe con cansancio.


- No va a camino a convertirse. Lo es - me dice. No sé que responder a eso. Chavez nos mira desde un lejano edificio de oficinas. Los pequeños ojos del monograma convertidos en simbolo de una visión de país que no puedo comprender.


Durante el Congreso del PSUV, que se lleva a cabo en el Teatro Teresa Carreño desde el sábado 26 de Julio y culminará el jueves treinta y uno, el primer debate dejó muy claro que el partido de Gobierno tiene una única prioridad histórica: por horas se discutió nombrar al difunto Hugo Chavez como lider "eterno". No se discutió sobre las grietas que parece sufrir la propuesta política, o el lento desplome de la popularidad de Nicolás Maduro, mucho menos las diversas visiones que parecen fragmentar el movimiento. Lo importante era, al menos de manera inmediata, dejar bastante claro que Chavez "vive", perdura y sin duda, forma parte de la historia de Venezuela como algo más que la figura presidencial. De hecho, toda la propaganda oficial parece avocada al tema: La Figura de Chavez se engrandece, se encumbra. Se modela cuidosamente a la medida de una talla histórica cada vez más extraordinaria y desconcertante.

- En el Barrio, Chavez se recuerda con mucho cariño, pero si se le reclama al Presidente Maduro lo que no hace - me dice mi amiga Gladys (no es su nombre real) mientras compartimos un café y le pregunto al respecto. Siempre tenemos ese tipo de conversaciones y a medida que transcurre el tiempo, yo comprendo mucho mejor el papel del Chavez real como parte de la visión política del Venezolano que lo apoya y ella me parece, mi descreída postura. En algún punto entre ambas cosas, intentamos comprendernos.

-¿Sientes que Maduro decepcionó? - le pregunto. Suspira. Se quita sus anteojos de pasta, los limpia con la orilla de la blusa. Espero con paciencia. Sé que para Gladys y tantos otros como ella, la mera crítica al gobierno chavista es una forma de dolor, una decepción que tiene mucho que ver con la confianza ciega hacia un proyecto fallido.

- El Presidente Maduro no sabe muy bien que hacer montado en el coroto - me dice con toda sinceridad - El Comandante le dio la oportunidad porque creyó oiría consejo, entendería lo que venía haciendo. Pero no lo hace. Al presidente Maduro lo mata la malcriadez y la soberbia.

Una respuesta sencilla a un dilema complejo, pienso pero no se lo digo. Y es que para Gladys como para millones de Chavistas, Chavez intentó en la medida de sus posibilidades y luchando contra la historia, comprender al país marginal, a la pobreza solemne que durante tanto tiempo la política tradicional olvidó e ignoró. De manera que Maduro, su torpeza política, sus errores como lider y más aún, su incapacidad para sobrellevar la profunda crisis que padecemos, es simplemente una consecuencia de la ausencia de Chavez. De esa visión cortoplacista de lo que se considera proyecto país.

- ¿Celebrarás el cumpleaños de Chavez? - le pregunto sin malicia. Ella lo sabe y me dedica una de sus miradas maternales.

- Hasta el día que me muera mija.

Recuerdo a Gladys y su mirada triste mientras camino por la Feria del Libro de Caracas. Chavez, Omnipresente, forma parte de la cultura, de esa fragmentada intepretación de una idea de nación. Chavez, desde los edificios de Gobierno, observando o mejor dicho, una metáfora de como el poder se comprende. Chavez, desde las paredes e incluso desde las esquinas olvidadas. Y es que el intento del gobierno de construir una mitología que avale los errores y justifique el abuso de poder, no cesa. No deja de elaborarse en capas superpuestas de confusión y temor.

Pienso en todo lo anterior, mirando una enorme pancarta callejera donde Chavez sonríe, magnanimo y eternizado en un gesto casi amistoso. La fotografia comienza a decolorarse: el rostro del Hombre desaparece lentamente, bajo la inclemencia del clima, del sol y del simple paso del tiempo. Tal vez sabiéndolo, alguien escribió con pintura una frase: "Pa' donde te fuiste nadie regresa". La sabiduría popular otra vez, parece tener la respuesta a esta coyuntura histórica imprevisible, a este experimento social que se desmigaja a pedazos. El desgaste natural de una visión de país carente de sustancia y más allá de sustento de real.


domingo, 27 de julio de 2014

La bruja que soñaba con cielos estrellados y otros recuerdos de sonrisas.



El sonido del viento se escucha cristalino, alzándose en algún lugar entre las copas de los árboles. Lo escucho con los ojos cerrados, escuchando sus siseos y susurros como si pudiera entenderlos. Quizás puedo, me digo de pronto, con un sobresalto. En esa región inquieta, sensible y siempre lozana de mi imaginación, en ese valle puro e interminable de mi espíritu. Allí, el viento sopla con igual fuerza, pero también canta. Se eleva sobre las lomas amplias, recorre las siluetas de las montañas inexistentes. Y el viento es una voz, una historia que se repite, un sueño a medio construir.

Por mucho tiempo, olvide todas estas pequeñas cosas, esas imágenes mentales que mientras era una niña pequeña me acompañaron a todas partes. Pero de adulta, me pareció que no había lugar en mi vida para ese alborozo infantil, esa necesidad de creer y confiar tan inocente como sencilla. Cuando se lo comenté a mi tia M. me miró entre entristecida y escandalizada.

- ¿No quieres recordar a la Luna? - me dijo, en ese tono maternal suyo. Me tomé un sorbo de café antes de responder, tratando de disimular cuanto me irritaba su mirada poética del mundo, esa dulzura suya. La belleza del sueño que sobrevive, pensé, con igual poesía, pero sin su intención conmovedora. Para mi, el mundo había perdido un poco de su  brillo o quizás, había adquirido los bordes lentos y rotos  de una historia muy vieja que apenas comenzaba a comprender.

- Tia, hay que vivir en el mundo real - comenté en voz baja y sensata - más allá de eso, es una tonteria.

Tenía veintinueve años y me consideraba una adulta. Una adulta a quien las veijas historias de brujería le parecian cosas de niñas, una adulta a quien los circulos de velas ardientes, el olor del romero y la albahaca, el fuego del caldero, le parecían cosas tan lejanas como casi perdidas. No recordaba cuando había perdido esa cierta capacidad de mirar con asombro el mundo. Quizás se debía a esa lenta tristeza de vivir en un país sumido en una colección de lágrimas anónimas o a ese desgaste inevitable del fin de esa primera y radiante juventud. Cual fuera el caso, me sentía muy cansada para volver sobre mis pasos, para construir un altar de la memoria con los restos de los que había sido una forma de soñar.

- Nadie abandona lo que ama y cree - dijo mi tia con un suspiro. Me encogí de hombros.

- Todos cambiamos, tia. Nos transformamos sin querer y a veces por pura necesidad. No hay otra visión de las cosas que el cambio. Y eso es bueno.

Tia no respondió. Con sus gestos lentos y mesurados, tomó una de las galletas de avena que compartíamos, la untó con mantequilla y me la extendió. La tomé, mirándola con una sonrisa triste. ¿Cuantas veces no había hecho lo mismo cuando yo era una niña? Me gustaba la casa de mi tia, con su pequeña terracita de piedra, sus helechos flotando en el viento de la tarde, el olor a tierra mojada que parecía endulzar el calor impacable del sol del mediodía. Viuda desde que recordaba, mi tia era una solitaria por convicción, una mujer que había aprendido a mirarse así misma con una franqueza frontal y sanadora. Me pregunté si yo alguna vez podría hacerlo. O necesitaría hacerlo, en todo caso.

- Nunca he dicho que no lo sea. Pero lo bueno en ti, lo preciado, lo más profundo y significativo, no solo se transforma, sino que se hace amplio y rotundo como una semilla que crece y se hace cada vez más frondosa y fuerte. Nadie olvida lo que es, aunque lo intente. Como árboles, extendemos los brazos al cielo. Y crecemos, nos tranformamos. Pero la raíz, permanece igual.

Me encogí  de hombros, dándole un mordisco a la galleta. Mi tia siempre había sonreído, a pesar de todo. A pesar de esa viudez joven, que yo sabía debía haberla herido en lo más profundo. A  pesar de esa soledad madura, que paseaba por su pequeño apartamento impecable. Era una mujer fuerte y me preguntaba cual era el origen de es fortaleza, de esa capacidad para construir el mundo a su medida. Sonrío, cuando se lo comenté.

- Lo dices como si fuera un mérito heroíco, sobrevivir al dolor.
- ¿No es así?
- No, todos crecemos y creamos a partir de lo que somos, de lo que soñamos, recordamos y aprendimos. Nadie puede olvidar completamente sus propios pasos, el sonido de la canción del viento.

Suspiré. Recordaba la leyenda: la había leído en alguno de los Libros de las Sombras de la Familia. La historia, tan sencilla como antigua, contaba que en una ocasión, una bruja se había perdido en la Profundidad de un bosque muy tupido y anciano, cuyos árboles habían olvidado la voz del viento. Vago de un lado a otro, hasta que finalmente, abrumada por el cansancio, el hambre y la debilidad, cayó en medio de un claro, temblando y tan débil que sólo pensó moriría. Entonces, escuchó al viento. Un susurro lento enredándose entre las ramas de los árboles, llamándola por su nombre. El viento, con sus brazos abiertos para socorrerla, recordandole en besos tiernos cada uno de los momentos más valiosos de su vida, los sueños, sus esperanzas. La bruja los escuchó todos, y sonrío al viento. Y luego...

- Camino casi a ciegas en el resplandor de las ramas doradas de los Olmos para encontrar su camino, sí, lo recuerdo - dije casi con cierto cansacio - tia, pero la vida no es tan sencilla. No puede serlo.
- ¿He dicho que lo sea?
- No, pero te refugias en viejas ideas esperanzadoras para avanzar y consolarte. Eso no es sano ni tampoco justo.

Tia no respondio. Me sirvió de nuevo un poco más de café y lo tomamos juntas, en un silencio casi incómodo. Por último, se encogió de hombros.

- ¿No te preguntas quién eres? Yo si lo hago. Y de esa respuesta, nace mi convicción que deseo continuar en mi forma de ver la vida.

Me irritó esa insinuación de cierta confusión e incluso de cobardía. Esa noche, en la oscuridad de mi insomnio, miré las sombras a mi alrededor con los labios apretados. ¿A que había renunciado en busca de una supuesta Madurez? ¿Qué estaba buscando en esa necesidad mia de dejar atrás esa capacidad para soñar y crear que me había heredado la brujería? Me volví de un lado, cubriendome la cabeza con una almohada. ¿Ya no era demasiado vieja para eso? Estaba a punto de rebasar la veintena, de dejar atrás las primeras dos décadas de mi vida ¿A donde me dirigía?

Seguí pensando en eso al día siguiente, de pie detrás de la cámara, mirando a Caracas con cierta angustia. Me incliné, la miré a través del visor. Tan joven e inocente. ¿O Yo la veía así? La pregunta más bien parecía ser que veía yo a través del lente de mi cámara, de mis ojos atentos, de mi imaginación exaltada. El olor del viento caliente de Caracas me acarició el cabello, me enrojeció las mejillas. Parpadeé.

Magia.

Sacudí la cabeza, tomé la cámara. ¿Magia? Ah vaya, sí, magia en una ciudad tan triste y violenta como esta, me dije apretando la cámara entre las manos casi con irritación. ¿Magia en esta ciudad tan angustiada como quieta, rota a pedazos? ¿Qué demonios pensaba encontrar en ella? ¿Qué deseo mirar como una forma de creación? Y la imagen, ¿Que otra cosa es la fotografía que un reflejo de de mis deseos, temores y esperanzas? Caracas, más allá de la realidad, más allá de lo que es, para convertirse en mi sueño. ¿Quién eres más allá de lo que deseo de ti? ¿Quién eres más allá de lo que temes?

Me sobresaltó el pensamiento, sentada frente al espejo, otra vez la cámara en la mano. En la oscuridad, intentando retratarme, descubrir a esa otra mujer en mi, entre cientos de reflejos perdidos y otros recién nacidos. ¿Quién eres? ¿A quién buscas? ¿Qué deseas encontrar?  El sonido del viento golpeando contra la ventana, el sobresalto en mis ojos. Las manos tensas apretando la cámara de nuevo, mirándola con ansiedad.

Magia.

Camino por la calle, escuchando y mirando a mi alrededor. A los rostros que quisiera retratar, las palabras con que deseo describirlas. Y soy yo, en todas las sombras perennes y los reflejos que nacen. Y soy yo, en todas la sonrisa que se crea, en las alba radiante y en la frescura de la tarde azul añil. Soy yo entre los fragmentos de las palabras perdidas, de las que nunca se recuerdan, de las que duelen, de las que nacen, de las mueren y renacen otra vez. Entre mis dedos. Y este dolor, tan hondo, tan preciado. Vivir y mirar el mundo, más allá de todo sentido, encontrar una forma de soñar.

Magia.

El viento, entrando a raudales por las ventanas abiertas. Lo escucho, palpitar y enredarse en las cortinas, abombarse y elevarse en medio de la oscuridad. Cuando me levanto de la cama, estoy llorando, aunque aun no lo sé. Los ojos muy abiertos, el corazón latiendome muy rápido. Había estado soñando con un enorme bosque tupido, de árboles inmensos con ramas retorcidas. Y el viento, allí, danzando, sonriendo. El viento, con todas las historias que contar y recordar. El viento, en la vida y en el temor, enredado entre olores y recuerdos. Me detengo ante la ventana abierta, miro la ciudad más allá y percibo esa sequedad del calor de la orilla, de la belleza que se derrama limpia sobre mis dedos y mi mente. Y son las lágrimas, calientes y errabundas, y es el viento secándolas. Es el pequeño prodigio de creer y de crear. De soñar otra vez.

De tener esperanza.

Todos los recuerdos que nacen y brotan: La sonrisa de la historia.

En la tradición de Brujería que practica mi familia, el elemento viento se considera un heraldo de buenas noticias, renacimiento y bienestar. En su nombre, se llevan a cabo pequeños rituales que propician la paz, la tranquilidad y la serenidad. Uno de ellos es el siguiente:

Necesitarás:

* Cuatro cintas de color rojo, verde, azul y blanco respectivamente.
* Incienso de Azahar.

Disposición:

Ata las cintas juntas y la primera noche de Luna llena del mes, átalas en tu ventana, en el lugar donde el viento pueda hacerlas ondear. Mientras lo haces invoca:

"En nombre de la Diosa sin nombre
Y del Dios su consorte
Invoco el poder del viento para construir, liberarme del dolor y sonreír
Así sea"

Ahora, enciende el incienso de Azahar y medita, sobre todas los proyectos y deseos que desees cristalizar, en todas las ideas y sueños que llenan tu espíritu y tu mente. Cuando el incienso se haya consumido, invoca de la siguiente manera:

"Que el viento lleve mi nombre y mi voz
Crea poder en mi
Crea belleza en mi
Así sea".

Bebe algo para equilibrar la energía que obtuviste mediante el ritual.


Mi tia me dedica una larga mirada. Llevo el cabello trenzado cuidosamente y el pentáculo de plata al cuello. Cuando me extiende la galleta de avena untada con mantequilla, solo sonríe. Le doy un mordisco, mirandola casi con ternura.

- El viento siempre cuenta historias - murmuro - solo es cuestión...
- De Saber escuchar - completa. Silencio. Más allá de nosotras, el viento danza.

C'est la vie.

sábado, 26 de julio de 2014

De pequeños portentos y otras formas de belleza: Historias de brujería.




Bajo el cielo azul extraordinario de Mérida, en medio de una de sus espléndidas montañas virgenes, mi amiga A. me dijo una frase que pareció resumir años de malestar, cansancio y sobre todo, esa impaciencia mia que nunca supe muy bien a que atribuir. Sentadas ambas en las piedras pulidas de una cascada misteriosa, con los pies descalzos y rodeadas del olor de la vegetación milenaria, tuve la impresión que una pieza que había perdido hace mucho tiempo en el mecanismo de mi vida, encajaba finalmente en su lugar.

- Te cuestionas demasiado - dijo A. con un suspiro, dedicándome una de sus mirada calladas y pensativas - la vida, solo se vive, no se cuestiona. La vida se mira, se sonríe. Lo demás, es innecesario.

La escuché un poco sobresaltada. Habíamos caminado durante casi cinco horas en un camino perdido de los páramos y la frase parecía cerrar lo que parecía haber sido una larga y personal travesía a través de mis miedos y pequeñas angustias. Agotada, tambaleante, mirando el cielo radiante e inmenso con una mezcla de angustia y quizás asombro, tuve la impresión que la frase tuvo una resonancia significativa, como si lograra unir los trozos de cientos de pensamientos desordenados, de emociones contradictorias y algo más simple, una leve tristeza que parecía llevar a cuestas a todas partes, sin que supiera muy bien por qué. Miré a A. un poco confusa, sin saber que responder. Ella me guiñó un ojo y sonrío.

- La vida se hace caminando. Lo bueno, lo importante, lo encuentras mientras lo haces.

En una ocasión mi abuela - la sabia, la bruja -  me había dicho algo parecido. Nos encontrábamos en su vieja casa olorosa a albahaca y yo era una niña de apenas catorce años, inquieta y confusa. La miraba mientras con una paciencia infinita ordenaba libro a libro, su enorme biblioteca. Le gustaba hacerlo en esas tardes calurosas de Agosto, como si pudiera remediar el sopor de las tardes radiantes de esa Caracas olvidada, con aquel habito lento y que disfrutaba especialmente. Primero limpiaba con un trapo húmedo la cubierta del libro y luego lo colocaba en su anaquel, con un gesto lento y casi respetuoso. En el silencio que la biblioteca desordenada, parecía que podíamos conversar sobre cualquier cosa, como si fuera un buen lugar para escuchar algo más que las palabras.

- Abuela ¿A veces no te da miedo lo que vendrá? - le pregunté - ¿Lo que pueda ocurrir en el futuro?

Aunque no sabía por qué, la idea me obsesionaba. Por semanas había intentado imaginarme el futuro, esa mujer adulta que sería y de pronto, me encontré un poco asombrada al comprender que realmente no tenía muy claro que ocurriría en mi vida en los años venideros. A pesar de mi corta edad, tenía la sensación que el tiempo comenzaba a transcurrir muy rápido y que a no tardar, me esperaba mi propia historia. Pero no sabía cual podía ser. Tal vez parezca un pensamiento muy complejo para una niña tan pequeña, pero el hecho es que me preocupaba no saber  muy claramente que ocurriría en esos años tan cercanos y a la vez tan lejanos. Todas mis amigas del colegio parecían saberlo con claridad: Querian ser madres, esposas, médicos. Deseaban viajar, recorrer el mundo. En mi caso, sólo sabía que quería escribir y fotografiar.  ¿Eso era suficiente? ¿Era suficiente para creer y construir el futuro? No lo sabía.

- No, no me lo da - respondió mi abuela con una sonrisa - el futuro lo construyes ahora mismo. Aunque te sorprenda, lo estás decidiendo cada vez que das un paso en una dirección concreta, que miras hacia el lugar al que deseas llegar. No necesitas un mapa para conocer tu vida, solo pensar que tienes la libertad de hacer con ella lo que quieras.

No me parecía tan sencillo. Era la más joven de mi salón de clases (apenas una niña despuntando a la adolescencia entre un grupo de jovenes de dieciséis) y el mundo más allá de la Escuela parecía enorme, inquietante. A pesar de que sólo nos separaban unos cuantos años, la diferencia de edades era la suficiente como para que me hiciera sentir un poco perdida, abandonada. Más de una vez, viendo a mis compañeras de clases reír en voz alta, hablando de maquillaje y de muchachos, me sentí a la deriva, como si no perteneciera a ninguna parte. Y no se trataba del hecho circunstancial de mi edad, sino esa inmensa distancia que parecía existir entre su manera de comprender el mundo y la mia. Mientras yo apenas comenzaba a preguntarme que deseaba hacer una vez que la Escuela terminara, las demás parecían construir una visión maravillosa sobre lo que vendría. Me dolía un poco esa soledad diminuta, quebradiza.

Mi abuela me escuchó en silencio cuando se lo dije. Luego me dedicó una larga mirada cálida, como si lamentara mis preocupaciones. A la distancia, me pregunto si simplemente le enternecía esa juvenil angustia mia, esa incesante búsqueda de algo tan abstracto como elemental: un identidad. Siguió ordenando sus libros, como si pensara en mis palabras. El olor de la montaña cruzó la ventana, nos rodeó y se mezcló con la luz de ese atardecer lento, casi delicado. La biblioteca se llenó de sombras, de pequeños ángulos rotos.

- Podemos soñar, especular, construir quimeras sobre lo que ocurrirá en el futuro mi niña - me dijo por fin - pero nadie lo sabe en realidad. Nadie sabe exactamente que camino terminará tomando o que construirá a partir de sus temores, de sus pequeños triunfos. La vida tiene la cualidad de sorprendente, aunque no lo entiendas, aunque eso te produzca mucho miedo. Y creéme que lo hará.

Me quedé muy quieta, escuchándola. Mi abuela soltó una carcajada.

- ¿Te asusta eso?
- Me asusta no saber entonces que pasará conmigo - insistí - ¿Y si...doy el paso incorrecto? ¿Y si...?
- Por ahora, todas esas preguntas solo son cuestionamientos - me interrumpió mi abuela - no existe nada más que esta conversación, esta tarde caliente con olor a montaña. El pasado ya dejó de existir y el futuro puede ser cualquier cosa. Deja de cuestionarte, no necesitas hacerlo. Lo que sí necesitas es hacer todo lo que puedas para sentirte feliz, plena e independiente. El cómo lo logres, es tu historia. Que lo consigas, la consecuencias. Que lo disfrutes, el arte de saber vivir.

Recordé esas palabras muchos años después, una noche de insomnio en que intentaba comprender porque me sentía tan infeliz y cansada, a pesar de mis veintiún años, un titulo universitario, una prometedora carrera como abogado, un buen trabajo. Sentada en la oscuridad de mi pequeño apartamento, me pregunté una y otra vez, por qué me sentía tan incompleta, tan solitaria, tan desarraigada. ¿Qué estaba buscando que no podía encontrar? ¿Qué necesita construir que no alcanzaba a entender? Comencé a llorar, sin saber porque lo hacia. Quizás solo se trataba de admitir la decepción por como habían resultado las cosas en mi vida, la manera en que las piezas rotas parecian no encajar bien. ¿Qué había más allá de este temor?

Mi abuela ya no estaba para responder mis preguntas. Me tendí en la oscuridad, intentando imaginar que podría decirme, buscandola en las habitaciones cerradas de mi mente. Pero abuela solo sonreía, desde mi infancia remota, eternizada en sus sonrisas y el olor a albahaca. Cuando me dormí esa noche, lo hice acurrucada entre mis fotografias y páginas a medio escribir. Preguntándome en silencio hacia donde me dirigía, que esperaba de mi vida más allá de esta incertidumbre y cansancio que me llevaba esfuerzos manejar.

Soñé con un cielo extraordinario, muy azul y alto. Me encontraba sentada al pie de una bella cascada, escuchando el sonido del agua. Cuando me acerqué a las enormes rocas de donde nacia, resbalé. Sentí el movimiento de mis pies, las manos extendidas intentando alcanzar nada y de pronto, no me resistí. Me dejé caer, hacia el agua transparante, bajo la luz del sol. Y fue como volar, ingrávida y poderosa, bajo el resplandor secreto de esa montaña sin nombre. Desperté sobresaltada, pero tuve la sensación que algo había migrado en mi interior, que una pieza diminuta de mi mente había encontrado su lugar. ¿O me lo imaginaba?

Tal vez no. Todavía me lo preguntaba cuando renuncié a mi trabajo como pasante en un lujoso bufete de mi ciudad, colgué el titulo de abogada en la pared y volví sobre mis pasos para buscar la tranquilidad. La encontré de nuevo en las aulas de clase, olvidadas mis ropas caras de joven profesional, calzada de botas juveniles y otra vez, comenzando de cero la historia de mi vida. Y de pronto, en esos atardeceres diáfanos del Campus de la Universidad, me preguntar si vivir era un poco esto, tomar decisiones a partir de sueños. O mejor dicho, construir el poder de soñar a partir de la necesidad de construir.

Las brujas estamos convencidas que la palabra y el pensamiento son capaces de construir la realidad. Una idea que se ha transmitido de generación en generación, una herencia de esperanza que nunca supe muy bien como encajar. Bajo la luz de la Luna, las brujas elevamos los brazos al infinito para desear, para crear, para aspirar, para soñar y encontrar un lugar en nuestra mente y espíritu donde pueda florecer nuestra visión de quienes somos, los pequeños pétalos de la identidad. En esas cálidas madrugadas de verano de una Caracas inolvidable, me senté entre el círculo de velas encendidas para escuchar mi corazón palpitar, para preguntarme una y otra vez, quien soy más allá de mis miedos, de mis pequeños dolores, de esta sensación de encontrarme fragmentada en miles de pensamientos hirientes. De buscar la raíz de todas las respuestas, de transitar ese páramo elemental de mi espíritu en la búsqueda de una razón para creer y confiar. Y me pregunté una y otra vez, a donde me llevaría ese lenta travesía, ese camino zigzagueante que parecía abrirse frente a mi hacia algo más profundo e importante que el mero cuestionamiento. El origen de toda belleza, quizás el centro mismo de mi deseo de crear. Mi inquietud más personal.

Pensé de nuevo en esas cosas, mientras recorría a lomos de una mula un camino desdibujado que me llevaría a las entrañas mismas de una montaña sin nombre. Aferrada al cuero de la silla, con el rostro quemado por el sol transparente y furioso que parecía tan cercano, en medio de un cielo radiante, me pregunté quien era, que esperaba de mi vida. En medio de ese momento atemporal, donde no existía otra cosa que cielo y montaña, que el sonido de mi respiración y el movimiento paciente de la mula que montaba, me pregunté como antes, como siempre, que deseaba para mi vida, a donde me conducían mis pasos. Habían transcurrido décadas desde la primera vez que lo había hecho: había tomado todo tipo de decisiones y desvíos, me había mirado inquieta y pesarosa en el reflejo de mis pequeños errores y triunfos. Y aún así, continuaba sin tener respuesta, sin encontrar esa libertad perenne de buscar lo que deseaba o quizás, de asumir que lo había encontrado y no era suficiente. Y miré, este cielo sin edad y esta tierra niña y a la vez tan anciana, sólo para asombrarme de su ternura, de ese abrazo primitivo y cálido que me prodigó en silencio. ¿A donde van los sueños que comienzan a construirse? ¿Cual es mi nombre más allá de esta sensación de olvido?

El mismo cielo azul radiante de mis sueños. La cúpula celeste inmensa y majestuosa abriéndose en todas direcciones a partir de mis ojos. El sonido de la cascada tintineante, las rocas enormes elevandose hacia la montaña silenciosa. Y fue como recuperar un trozo de alguna historia que se recuerda a medias, tan querida, tan importante, tan dolorosa que crea otras más, que se eleva por encima del perfil de lo que somos y quienes somos más allá de lo que soñamos y creemos recordar. Cuando hundí los pies en el agua helada, me recorrió un escalofrío metálico. Fue como despertar parpadeando, a la luz del día. Y sonreí, con una sorpresa casi infantil, con la inequívoca sensación que en el mecanismo del tiempo de mi mente, había comenzado a transcurrir un tiempo nuevo, recién nacido, profundamente personal.

- No hace falta cuestionarse tanto - repitió entonces A. como si la luz del sol, por el mero hecho de existir, la dotara de esperanzas - solo vivir.

Sólo vivir, pienso ahora con una sonrisa. Rodeada del círculo de velas de mi historia, mis manos llenas de palabras y hojas de albahaca, para recordar lo que soy, lo que deseo y quizás construir con paciencia lo que vendrá, en esa torpeza de lo que nace por el deseo y permanece por la insistencia. Soy la mujer que nunca soñé que sería y quizás, esa disyuntiva, ese renacimiento, sea la mejor magia de todas.

Así sea.


Para Ariana, que sonríe bajo el sol.


viernes, 25 de julio de 2014

Proyecto "Una película cada Viernes": Psicosis de Alfred Hitchcock





Cuando la Película "Psicosis" se estrenó en la gran pantalla, su director Alfred Hitchcock insistió en que todos los espectadores debian llegar "a tiempo". Se colgaron carteles en todas las salas de cine, recomendando a todo el público que no se retrasara "ni un minuto" porque podría entorpecer lo que Hitchcock llamó "el enigma real de la película". Era la primera vez que un realizador cinematográfico interactuaba de una manera semejante con la escena de cine, con esa otra dimensión más allá de la pantalla. La intriga que suscitó la recomendación de Hitchcock convirtió a Psicosis en un éxito incluso antes de su estreno. El día en que finalmente se proyecto por primera vez, fue evidente que el pequeño truco publicitario fue un golpe de efecto que funcionó muy bien: multitudes de curiosos se agolparon en las salas del cine de todo Estados Unidos para comprobar por sí mismos, el anunciado misterio de la trama. La película se convirtió en un instantáneo éxito comercial y aunque recibió críticas mixtas, fue nominada a cuatro premios de La Academia. Para Hitchcock representó construir un mito donde el principal protagonista parecía ser su propia personalidad. Una nueva visión del arte y la cinematografía, donde el creador visual era no sólo parte del proceso de elaboración de la historia que se mostraba en pantalla, sino un rostro reconocible que podía brindar personalidad - y quizás identidad - a la pieza visual.

Porque Hitchcock siempre fue un personaje en si mismo, casi tan singular e inquietante como a cualquiera de los que dio vida en el fotograma. Sus críticos más acérrimos le acusaron de despótico, obsesivo e irracional y sus devotos admiradores, de genio y re constructor del lenguaje cinematográfico. En lo que todos parecían estar de acuerdo es que Hitchcock era cuando menos, un hombre que estaba decidido a concebir el cine como espectáculo pero también como enigma, en una extravagante combinación de factores que no siempre fue bien comprendida. Y es que Hitchcock quizás era muy extraño, desconcertante pero más allá de eso, era un artista muy consciente de su capacidades y sobre todo, de su necesidad de brindar un nuevo sentido a la imagen que narra la historia. En una entrevista llegó a decir que "El cine (lo que podía mostrar) no le obsesionaba tanto como lo que ocultaban bajo las imágenes".

Tal vez por ese motivo, Hitchcock ejercía un férreo control sobre todos los aspectos - técnicos y artísticos - de sus obras. Se obsesionaba hasta con los mínimos detalles, en un intento de recrear su visión de la manera más exacta posible. Sobre todo, sus películas eran elaboradísimas mezclas de simbología y una comprensión sobre el uso de la estética y lo visual totalmente nueva en el mundo del cine. Porque para Hitchcock nada era casual, mucho menos evidente. O intentaba que no lo fuera: Hitchcock estaba convencido que el cine era una herramienta de enorme valor conceptual pero también, de profundo contenido simbólico. Y entre ambas cosas, encontró una manera de asumir el valor del riesgo y de la comprensión de la originalidad en un medio relativamente nuevo y sobre todo, que aún era menospreciado a nivel artístico. Y es que Hitchcock jamás dudo del poder constructor de la visual como objeto artístico a la vez que experiencia comercial. Una visión que brindó a su propuesta una dimensión singularísima y lo encumbró como un pionero por derecho propio. Más allá de eso, Hitchcock  también era un artista que estaba convencido del valor de su planteamiento y no dudo, en arriesgar lo necesario para obtener lo deseable, combinación en la que casi siempre tuvo éxito.

De hecho, "Psicosis" fue uno de esos grandes riesgos. La trama, basada en el libro de Robert Blonch del mismo nombre, fue considerada por Paramount como una historia "repugnante y totalmente carente de atractivo real", por lo que se negó a producirla. No obstante, Hitchcock no se dio por vencido: decidió financiar la película de su propio bolsillo a través de la creación de la productora productora Shamley Productions (que había producido "Alfred Hitchcock Presenta"). Además, el director se ocupó personalmente de administrar el escaso presupuesto: la mayor del parte del equipo provenía de su equipo de producción, así como los escenarios y utileria. Pero más allá de lo meramente estructural, Hitchcock convirtió la filmación de "Psicosis" en un suceso por si mismo: en un intento por proteger el importantísimo giro de la trama que brinda sentido a toda la historia, no sólo compró la mayor parte de las ediciones del Libro en que se encontraba basada la película sino que además, obligó a todo el personal técnico a firmar una clausula de absoluta confidencialidad que debían respetar hasta la proyección de la película. Los actores fueron advertidos de manera tajante por el propio director que serían despedidos en caso de revelar cualquier detalle del metraje y de hecho, el ambiente en el set era lo bastante tenso como para provocar malestar en los miembros del equipo.

Dado al secretismo y a peculiares técnicas de filmación, Hitchcock convirtió a "Psicosis" en un ejercicio estilístico que marcaría profundamente su carrera. Y quizás la historia del cine. Porque quizás por primera vez, un director tomó decisiones especificas dentro de la trama, debido a toda una serie de motivos estéticos y visuales que convirtieron la obra en una pieza de arte por valor propio. Desde su extraña estructura narrativa hasta la manera en que Hitchcock supo lograr un ambiente malsano y oprensivo, la película triunfó reinventando el género desde sus cimientos. La ambiguedad y la visión del miedo como una serie de simbolos sutiles, brindó a "Psicosis" una inusitada profundidad, una retorcida interpretación del Mal más allá de la simplicidad de lo absoluto. Porque Hitchcock concibió el mal como parte de la naturaleza del hombre, una interpretación de la naturaleza dual y confusa del espíritu racional. Tal vez por ese motivo su Norman Bates (interpretado por un espléndido Anthony Perkins)  resulta conmovedor en su quebradiza cordura, su fragilidad engañosa y sobre todo, en su inquietante capacidad para la violencia. El director bordó con asombroso pulso esa veleidad entre la bondad y la maldad, la razón y la cordura, hasta lograr un híbrido de inquietante penetración psicológica.

Todo lo anterior además, construido bajo una cuidada puesta en escena, una propuesta estética impecable y una banda sonora que para la época,  resultó todo un experimento desconcertante. El compositor Bernard Hermann creó para la película  una banda sonora  que permitió acentuar el ambiente de tensión y suspenso que acompaña toda la cinta. De hecho, tan efectivo resultó la composición de Hermann - basado en altísimas notas repetitivas y combinadas con acordes graves -  que años después , el mismo Hitchcock declaraba que "33% del efecto de la cinta se debe a la banda sonora".

Rodada en un brillante blanco y negro, la película basa su mayor peso visual en una espectacular combinación de luces y sombra que brinda una extraña sensación de dualidad a cada escena. Ninguno de los personajes está bajo la luz ni tampoco completamente bajo las sombras. Y sin duda, es esa transposición en sombras, ese lenta trayecto entre grises, lo que simboliza mejor el clima completo de la película. Una interpretación de las infinitas graduaciones del bien y del mal - de la belleza y lo terrible - que sostienen  una visión sustancial de esa voluble y desconcertante naturaleza del hombre e incluso, esa diminuta grieta que parece separar la cordura de la locura.

Sin duda, un triunfo de ese Hitchcock obsesivo e inquietante y también el visionario creador. Dos caras de la misma visión de la expresión artística y sin duda de algo más intimo - sin duda desosegante - que brinda a su propuesta cinematográfica un extraño brillo y esa singular noción sobre el poder de la expresión visual. Un misterio entre misterios, quizás.

¿Quieres ver la película "Psicosis" de Alfred Hitchcock Online? ---> http://www.peliculasyonkis.com/s/ngo/4/7/7/3/319

jueves, 24 de julio de 2014

El país desconocido o la Venezuela que nadie sueña: Unas reflexiones sobre Bolívar y el Bolivarianismo.




La primera vez que visité la casa natal de Simón Bolivar tenía doce años. Se trató de una de esas visitas escolares, obligatorias y aburridas y recuerdo que, no entendía muy bien por qué debía importarme la casa donde había vivido el gran hombre histórico. Intrigada, admiré los valiosos muebles antiguos que llenaban las amplias habitaciones, las pinturas sobrias mirándome desde las paredes, el aspecto un poco bucólico de la casa con piso de adoquín, tan distinta a la Caracas donde había crecido. Pero aún así, me extrañó comprender tan poco de Simón Bolívar contemplándolas ¿Qué había realmente de Bolívar en los rincones polvorientos? ¿Qué tanto podía comprender sobre el llamado “más grande de todos los Venezolanos” mirando los retazos medio carcomidos de su ropa conservada en urnas de Cristal? Me pareció curioso — con esa inocencia y desparpajo de la infancia — que todo tuviera ese aire monótono de lo general, de lo que carece de nombre y sustancia. ¿Donde estaban los libros de Bolívar? ¿Donde estaban sus papeles escritos? ¿Las pequeñas cosas que de verdad creaban y construían la vida de alguien más? Mi maestra de por entonces, una ferviente admiradora de Bolívar y sobre todo, una convencida Boliviariana — lo que sea que quiera decir ese término — pareció escandalizada de lo que llamó mi “irrespetuosa opinión” sobre un tema tan importante como la vida del procer patrio.

— Bolívar es el símbolo de todo lo que podemos ser — me reclamó — su casa y sus posesiones son parte importante de país, de la identidad del Venezolano.

— ¿Por qué? — pregunté un poco asombrada. Miré a mi alrededor con los ojos muy abiertos, intentando encontrar en algún lugar de la amplia casona,  algún elemento que pudiera hablarme sobre Bolívar, el Bolívar real, el que deseaba entender. Pero no había nada. Los muebles podrían haber pertenecido a cualquier parte. Los cuadros no me decían gran cosa. Para mi maestra, mi indiferencia resultó casi ofensiva.

— Que poco quieres a tu país — me dijo en voz baja y decepcionada — Aquí nació lo que es ahora mismo Venezuela.

Me avergoncé, como podría avergonzarse cualquiera a mi edad después de semejante reprimenda. Me quedé de pie en una esquina, mirando a los grupos de curiosos contemplar los cuadros, muebles, las pequeñas joyas de familia. Ya por entonces, tenía una desaforada imaginación y no me costó mucho, imaginar a ese Bolívar niño y hombre, caminando de un lado para otro, siendo un hombre antes que mito histórico. Pero aún así, continuaba preguntándome por qué no había un lugar que brindara homenaje a sus ideas, antes que a su vida. Claro que, esas eran ideas muy complejas para una niña de mi edad y no supe expresarme bien. Tenía la confusa sensación que me estaba comportando de manera irritante, con esa necesidad mia de buscar al Bolívar real, al hombre que había tenido miedo, angustia y dolor, antes de comprender al Bolívar símbolo, que no me decía gran cosa. Preferí entonces callarme, aturdida y pesarosa, tratando de entender que me ocurría.

Me detuve frente a uno de los cuadros que mostraban a Bolívar. Era una miniatura poco conocida, colocada casi como al descuido en una de las paredes interiores de la enorme casona. Quizás, porque la pintura no mostraba al Bolívar heroíco y altivo que insistía mi maestra, que parecía llenar cada rincón del lugar, sino a otro mucho más frágil. Un hombre delgado, de aspecto severo, con un pequeño bigote oscuro y ojos penetrantes. Me pregunté quien habría sido detrás de ese rostro adusto, esa expresión levemente irritada. Recordé que en una ocasión había leído, que era un hombre impaciente, de voz estertórea, casi violento. Un hombre que a fuerza de voluntad y empeño había liberado a Venezuela del yugo Español. Y también, que era un espíritu cultivado que disfrutaba de la lectura y también del arte. Me intrigó pensar que había escuchado sobre Bolívar prácticamente durante toda mi vida, no tenía idea en realidad de quien era este hombre, que simbolizaba lo mejor y quizás lo peor de nuestro país.

Y es que me educaron “Bolivariana” como muchos otros Venezolanos. Desde muy niña se me intentó inculcar una veneración casi sacramental por la figura de Simón Bolívar. Se me insistió, una y otra vez, en la grandeza de sus actos, en lo asombroso y épico de su gesta. Se me enseñó — casi a la fuerza, en esa repetición superficial que requiere en dogma — que no solo le debíamos la Libertad, sino lo esencial del gentilicio. Una visión a la Venezuela patriota, la militarista. La de Capitania General de Venezuela, construida a base de la convicción del poder de las armas, de la lucha armada y del poder del fuego como único argumento posible. Pero para mi, eso jamás fue suficiente. No lo fue seguramente, por el simple hecho que esa visión del Bolívar leyenda, el mítico, el inalcanzable, carecía de verdadera sustancia. Un rostro de nuestra historia que parecía modelado por obra y gracia del cincel de los halagos, la idealización e incluso, el disimulo. Una imagen irreal de esa visión patriotica del pasado que parecía no obstante, encontrarse incompleta, agrietada. A medio construir.

Tal vez por ese motivo, leer a Rufino Blanco Fombona me desconcertó y me cautivó. Luego de leer por años textos adulcorados, adulantes y hasta engañosos, encontrar a un historiador capaz de hablarme del Bolívar real resultó un verdadero alivio. Para el Historiador, Bolívar — o mejor dicho, su figura histórica — era un hombre de su tiempo, un personaje con fallos y blanduras que se encargó de describrir con mano crítica y mejor criterio. Me emocionó que a diferencia de tantos otros libros, de esa intento torpe de construir un héroe a la medida de la necesidad cultural que tanto había empañado la figura de Simón Bolívar, Fombona intentaba mostrarlo humano, falible, reconocible comprensible. No solo como un fiel exponente de una época de transición entre lo tradicional y lo liberal, sino algo más intrigante: el Bolívar oculto. Y fue gracias a Fombona que comprendí que Bolívar más que un símbolo, era una figura intermedia entre el mito y la conveniencia histórica. Una visión ideal de la leyenda utópica del “Hombre fuerte” que Venezuela cultiva con tanta frecuencia y que cimenta el mito del poder armado, del militar invencible, de la Figura todopoderosa que esgrime la palabra como un arma.

Pensé en esas cosas, otra vez de pie frente a la pintura de Bolívar que tanto me había intrigado de niña. Habían transcurrido unos dos años desde que la había visto por primera vez y volvió a intrigarme su sencillez. Ese Bolívar de rostro delgado, casi juvenil, con el cuello de la camisa rozandole la barbilla afilada. El bigote de muchacho cubriéndole la boca apretada. Recordé lo que Fombona había dicho sobre el hombre Bolívar, el real: la vida “galante, disolluta, frívola, volteriana, y el ser dueño de un mayorazgo” que llevó durante las primeras décadas de su vida. Un “blanco criollo” muy consciente de su importancia, de su peso y valor dentro de la restringida sociedad caraqueña de su época.

Y es que Bolívar, el hombre, parecía muy lejos de esa noción del héroe militar que al parecer era tan necesaria para la historia Venezolana. Leyendo a Fombona, comprendí que el Altar del mito tenía algunas grietas, algunas tan profundas como desconcertantes, pero quizás imprescindibles para comprender al Bolívar símbolo. Una visión del país que parecía confundirse con esa necesidad insistente de convertir el poder en un puño que se esgrime antes que una mano que escribe, que enseña, que muestra. De pie, frente a la pintura de ese Bolívar desconocido y discreto, me pregunté por qué conocíamos tan poco de la realidad del hombre que había sido. Una versión de la historia marginal, desconocida, anónima.

— Venezuela está profundamente obsesionada con los lideres poderosos, los fuertes, los violentos, los jerarquicos — me explicó J., mi profesor de historia de noveno grado cuando le expliqué mi preocupación — Simón Bolívar no sólo representa el líder histórico que Venezuela necesita sino también, el único que puede sostener la visión cultural que el país tiene sobre si misma. Entre ambas cosas, hay una diferencia apreciable y preocupante.

— ¿El Bolívar que fue real y el que se lee en los libros? — pregunté.

— O mejor dicho: La manera como quieren que mires al país y como realmente es.

Anoté sus palabras para meditarlas después. Eran ideas totalmente nuevas para mí, asombrosas. La noción de un Bolívar que pudiera sostener la história oficial — la que se cuenta, la que llena los libros, la que se repite con insistencia — me inquietó pero también me pareció lógica, en esta Venezuela adolescente que construye sus propios mitos. Y es que Bolívar, el heroíco, a lomos del caballo blanco, liberando las Americas espada en Mano, es una imagen mucho más sugerente y extraordinaria que la de un hombre real, con pasiones y dolores como cualquier otro. Pero más allá, la imagen del Bolívar histórico, con espada, Uniforme militar, espada en mano, sugería algo mucho más profundo — y preocupante — sobre Venezuela, una interpretación mucho más inquietante y quizás dolorosa sobre el nuestra noción como país. El país de las luchas y los enfrentamientos, el país de los sables, la violencia, las larga sucesión de campos de batallas. ¿Y las ideas? ¿Y los ideales? ¿Y la sensibilidad? ¿Y el poder de la palabra y la profunda humanidad? ¿Donde encajaba eso en esta visión del país que representaba un guerrero espada en mano? ¿Cual era la metáfora que representaba este Bolívar libertador bajo el auspicio de la lucha del país real?

Me obsesioné entonces por buscar otro tipo de héroes, por rebuscar entre las páginas de los libros de historia otra versión de Venezuela, la que deseaba escuchar. Me alejé de manera consciente de esa memoria compartida, donde el sable, la espalda, la sangre y la bala son el símbolo de la construcción de algo trascendental. Y es que asumí, quizás por necesidad de ese gentilicio que se lleva a todas partes, de ese país intimo que se esgrime como herencia, que debía de existir otra Venezuela. Una que yo pudiera entender, otra mucho más profunda que esa necesidad histórica por el fragor de la lucha y el poder asumido.

De manera que descubrí a los héroes de la palabra. A Miranda, que insistía en que prefería los Manicomios y los cementerios por recordarle la importancia de la cordura y de la vida. A Don Andrés Bello, creador y símbolo de la América culta, la que se comenzó a reconocerse así misma a través de la palabra. Incluso a Don Simón Rodriguez, olvidado la mayoría de las veces, ilustre heraldo de lo humilde. Porque para mi, el gentilicio se construye a través de las ideas, se exalta en el reflejo de lo mejor, lo intangible, lo espiritual, lo intelectual. Y no es que no aprecie a Bolivar, no es que no forme parte de la manera como asumo el país, pero sin duda no define al país al que creo. No define a la nación que estoy convencida podemos ser, no forma parte del ideario de los que construyen y crean el futuro a partir de los argumentos y el poder de las ideas.

¡Y que descubrimiento fue ese! ¡Que extraordinaria convicción que Venezuela era algo más que una noción patriotica! ¡Que extraordinario fue imaginar otro país construído a base del poder del pensamiento, de la profunda necesidad de asumirnos como una circunstancia histórica intelectual, poderosa! Otro país entre las páginas de un libro. Otro país donde Reveron pinta con flores enredadas en la barba. El país donde Salvador Garmendía sueña, donde Eugenio Montejo creó poesía y belleza. El país de Manuel Cabré, el país que narrado por Uslar Pietri. Un país posible. Un país con héroes de la Pluma, con los esforzados que miraron Venezuela más allá de la sangre derramada y la insistencia del héroe que empuña el arma. Y decidí — quizás porque fue inevitable otra cosa — quedarme con esa Venezuela de sueños y esperanzas. El país de los discretos y los locos, con los que quise quedarme para construír la sonrisa del gentilicio. A mi déjenme con los que como Rómulo Gallegos, soñaron despiertos con una Venezuela amplia y educada, con los Jóvito Villalba, que saben los peligros del poder. A Mi déjenme con los que crean, construyen, dialogan, se esfuerzan, se comprometen por la construcción del futuro, por soñar con un ideal. Porque el país que sueño es tricolor, del verde de Ávila y Canaima, con cielos azules radiantes y Venezolanos sin diferencia.

De pie, otra vez, frente a la pintura discreta de Bolívar. ¿Cuantos años han transcurrido ya desde que la vi por primera vez? No lo recuerdo. Aún sigo sin saber quién es su autor o porque, continúa allí perdida, en una habitación polvorienta de la casa natal del gran Hombre. Pero su expresión callada, concentrada y sin embargo, casi vulnerable en su humanidad, pareciera simbolizar esa dicotomia entre el hombre y el mito. El Bolívar que Venezuela construyó a su medida y el real. El hombre de carne y hueso y esa imagen suya que creó esa necesidad tan Venezolana de reivindicar a través de la violencia. ¿Quienes somos? ¿Cómo nos comprendemos? ¿Cómo nos miramos en el reflejo de la historia?

Creo que nadie tiene respuesta para preguntas semejantes, pienso. O nadie tiene verdadero interés en responderlas. Al salir de la pequeña habitación, me tropiezo con un niño que mira a su alrededor deslumbrado por el esplendor un poco anciano de la antigua casona. Con los ojos muy abiertos, asoma la cabeza para curiosear el lugar donde me encontraba. Después sonríe, una amplia sonrisa desdentada.

— ¿Qué hay allí? — me pregunta.

— Un Bolívar que nadie conoce — le aseguro. El niño parpadea y luego entra a la carrera para mirar el cuadro. Y allí permanece unos minutos, quizás desconcertado de ese rostro delgado, juvenil y casi vulnerable, tan distinto al otro que ha visto en los libros. Lo observa y me pregunto que pensará, luego de años que el gobierno de turno explota la figura de Simón Bolívar a conveniencia, de crear un mito a su medida. No lo sé, me digo mirando al niño aún de pie frente a la pintura. La observa, con la cabeza ladeada y esa curiosidad me brinda algunas esperanzas.

A veces pienso que quizás debería celebrar el del Bolivar histórico, a la manera en que tanto se me insistió debería admirar al Gran Prócer y nunca pude hacerlo. Pero luego decido, que quizás mi manera de homenaje sea imaginarlo así: humano, falible, real, de carne hueso. Y eso sin duda, es mi mejor celebración: Porque me proclamo creyente en ideario de un líder que soñó en la Venezuela Posible, en la Venezuela admirable, en la Venezuela real, construida como un sueño que heredar. Porque Bolivar, libertador por perseverancia, Dictador por necesidad, lucho en el campo de Batalla, pero sigue siendo parte de toda esa multitud de rostros militares que llenan el panteón histórico nacional. Y es que este país nuestro, tan disimil, tan heredero del dolor, aún necesita mirarse en un reflejo mucho más real y profundo de si mismo. Un país de ideas en lugar de armas.

La Venezuela donde nazca la verdadera #RevolucionDeLasIdeas