lunes, 30 de junio de 2014

Dolor, creación y arte: La razón que crea monstruos, el arte que construye una voz en medio del caos.






Picasso revisaba cada noche la basura de su natal Málaga en busca de lo que llamaba “pequeños tesoros”. Lo hacía con un método maníaco y repetitivo que mucha veces, él mismo llamó “pequeños accesos de locura”. Sylvia Plath aseguraba que únicamente escribía cuando el tormento interior la hería hasta el dolor físico. “Oigo una voz dentro de mí que no se calla” insistía “entonces, tomo la pluma y me hiero a fuego”. El pintor Ernst Josephson sufría frecuentes crisis de lo que llamaba “locura venial” que le hacia pintar de manera muy distinta a como lo hacía cuando no las padecía. De hecho, tanto era su transformación interior, que algunos críticos de su época estuvieron convencidos sus obras tenían alguna “influencia ajena y desconocida”. El artista Charles Méryon, quien sufría de esquizofrenia, atravesó todas las etapas de la enfermedad sin dejar de grabar y pintar. ¿El resultado? Una inquietante visión del efecto de la locura sobre la obra de arte. Sus piezas de arte muestran un mundo inquietante, poblado de animales fantásticos y escenas inquietantes. Y a pesar que su trastorno se hizo cada vez más grave, Méyron no dejó de grabar. Escenas que asombraron incluso a Victor Hugo que insistió en que “la obra de Méyron está invadida del aliento del infinito. Sus grabados, más que cuadros, son visiones”. No se equivocaba el inmortal escritor. Para cuando el artista fue recluido en un asilo, su dibujos mostraban un Universo irreal y trastornado.

Por siglos, se ha insistido en que el talento es una forma de locura y probablemente sea cierto. Los padecimientos mentales parecen acentuar esa necesidad del hombre de expresar ideas incluso la más complejas a través del arte, solo que las enfermedades parecen acentuar rasgos muy específicos de la mente creadora. Y aunque no necesariamente se debe estar loco para crear — en contra de lo que parece ser una creencia popular — si parece ser requisito para la creación la absoluta abstracción, esa ruptura entre lo racional y cotidiano. La visión del mundo interpretado a través de la subversión de las ideas. ¿Es entonces la necesidad de creación una forma de trastorno mental? O quizás solo se trate, como sugería Graham Green (refiriéndose a la escritura) “de una forma de terapia; una necesidad definitiva de escape de la realidad”. Cual sea el caso, la creación parece encontrarse definitivamente relacionada con esa absoluta perdida de control, de esa búsqueda de un lenguaje análogo al habitual, para construir ideas comprensibles. E incluso más allá, el arte como espejo de quienes somos y en el caso de la locura, de lo que nos separa por completo del mundo que nos rodea. Una grieta definitiva entre nuestra personalidad — o los elementos que la forma — y nuestra capacidad para comprender la realidad.

Los artistas tienen sobre todo, una gran necesidad de encontrar nuevos e íntimos medios como vías de comunicación. Y es esa necesidad de reconstruir los espacios y los que consideramos natural, lo que hace que el artista deba replantearse nuevos estratos de la realidad, una dimensión totalmente nueva de lo que puede ser su concepto sobre la realidad y la fantasía. Tal vez eso podría explicar por qué, el extraordinario pintor sueco Carl Hill que estaba confinado a sus habitaciones, arrojaba sus dibujos por las ventanas a la que pasaba. Un intento desesperado de comunicación y de encontrar una visión de si mismo fuera del parámetro de la normalidad.

Y es que la evasión del dolor o a la vez, la búsqueda de un significado al padecimiento, es lo que hace que el arte sea el vehículo idóneo para esa profunda transformación del poder de crear como un reflejo del sufrimiento espiritual y mental. Por siglos, los artistas no sólo fueron admirados por su talento, sino idealizados, alabados y destruidos por el mundo de las artes, jerárquico y restringido. De manera que ser artista, no sólo era una decisión por vocación, sino una profesión que creaba una expectativa concreta sobre quien podía ser el artista en la sociedad y como parte del entramado cultural. Una presión enorme sobre la necesidad del triunfo y más aún, esa visión del arte como vehículo transformador. Porque en todas las épocas, el artista no era sólo el que describía a través de la belleza de su arte el siglo que le tocó vivir, sino que además, reconstruía el poder y la visión del hombre a través de sus logros y alcances. Audaz, pionero, el artista corría riesgos inimaginables a otros hombres y mujeres de su cultura y sociedad, en busca de una forma de expresión cada vez más depurada. En busca de esa metáfora que construyera el arte por el arte, por encima de cualquier vicisitud.

Tal vez por ese motivo, casi todos los artistas y escritores terminan sucumbiendo a su propio dolor e incluso, a su mito, el que se crea alrededor de su arte y lo que produce como visión constructora. Una necesidad de transcender más allá de sus limitaciones físicas, de la enfermedad o la vejez. Ya lo decía el escritor Anatole Broyard, al contar la experiencia que significó para él crear estando gravemente enfermo: “quería decirle a la gente cómo es una enfermedad grave, las ideas y fantasías sin precedentes con las que nos llena la cabeza, las inesperadas sensaciones de inquietud y las alteraciones que introduce en nuestro organismo. Para una persona gravemente enferma, hablar de otras conciencias es como la sangría que recomendaban los médicos para reducir la presión”. Y es probablemente por ese motivo, que los artistas de cualquier ámbito crean incluso al borde de la muerte, construyendo lo que será probablemente su última palabra a la humanidad. Una interpretación del arte como legado personal — más que cultural — y que intenta, crear incluso más allá de la muerte.

No es casual que más de un artista, haya creado una pieza cumbre al borde de la muerte. El director ruso Andrei Tarkovski filmó una de sus piezas filmográficas definitivas “Sacrificio” aquejado de un gravísimo cáncer que le llevaría a la muerte. No es casual que su película analice el tema de la muerte y el sacrificio, la búsqueda de la redención y la insistencia en un milagro, en imágenes tan hermosas como terroríficas. Otro ejemplo desconcertante es el de Carl Fredik Reuterward, que en el momento más prolífico de creación artística, sufrió un apoplejía que lo condenó al silencio y a la parálisis corporal. Con un largo proceso terapéutico, logró recuperar el habla pero antes, recuperó su habilidad artística para lograr crear lo que sería un renacimiento artístico breve pero profundamente significativo. Una vuelta de tuerca a lo que hasta entonces había sido su obra — cínica y hasta cruel — para transformarse en algo más melodioso, casi bondadoso. Para el momento de su muerte, Reuterward había reconstruido su lenguaje artístico para crear lo que se considera su personal despedida del mundo visual y pictórico que por décadas, amo obsesivamente.

Del dolor a la tragedia: el arte como idea redentora.

Al fotógrafo David Nebreda, se le diagnóstico esquizofrenia a los diecinueve años, cuando aún era estudiante de Bellas Artes en Madrid. Abrumado por los síntomas, se encerró en un apartamento de apenas dos habitaciones donde ha realizado la totalidad de su obra fotográfica. Y es que David decidió, tal vez de manera consciente, que su dolor y su sufrimiento serían la base de su obra o lo que parece ser lo mismo, el arte como reflejo de un sufrimiento secreto y que no podría expresar de otra manera que a través de las imágenes. Sin tomar medicación, sin comunicación con el exterior, sin radio, prensa, libros ni televisión, David ha creado un lenguaje fotográfico desgarrador, donde muestra, imagen a imagen, el mundo más allá de lo racional, el verdadero rostro de la locura. Muy probablemente, David encontró en la fotografía no sólo una manera de expresión, sino algo mucho más duro de concebir y comprender: una noción de si mismo más directa y evidente de la que podría tener a través de sus propios sentidos.

Vincent Van Gogh sufrió un extraño tipo de epilepsia que con frecuencia, se mezclaban con terribles crisis de ansiedad. En sus momentos de mayor actividad artista, el padecimiento lo sumía en severos estados de agresividad y confusión que sin duda, influyeron en la percepción de su obra e incluso en la esencia de su discurso artístico. Y de hecho, se insiste que es esa extraña combinación de locura y talento, lo que ocasionó que el pintor literalmente no pudiera dejar de pintar y produjera una inconcebible — para la época y con los limitados recursos del artista —cantidad de cuadros que parecían resumir sus épocas de dolor y angustia mejor que cualquier otra cosa. El mismo Van Gogh, agotado pero iluminado por la locura como una forma de construcción de la memoria afirmaba “Trabajo como poseído, más que nunca, en silencioso frénesi. Lucho con todas mis fuerzas para dominar mi arte, y me digo que el éxito sería el mejor medicamento para mi enfermedad. Mis pinceles corren entre mis dedos como el arco de un violín”.

Carlo Gesualdo, principe de Verona y conde de Conza, fue uno de los grandes compositores medievales italianos. Ningún cronista ha podido ofrecer mayor indicio sobre cual era la enfermedad mental que aquejaba al artista, pero la mayoría de las narraciones, le describen como un hombre violento e irascible que sólo encontraba alivio en la música. En un episodio confuso que confudió a sus contemporáneos y que fue considerado “inaceptable” para el mundo artístico que frecuentó, Gesualdo hizo apuñalear a su joven esposa frente a él y después mató al pequeño hijo de ambos por dudar de su paternidad. Todo esto, sin dejar de componer piezas artísticas que asombraron por su belleza a un público embelesado que jamás sospechó que más allá de la mano artística, se ocultaba un hombre considerado como un cruel asesino. Y es que al parecer, la violencia de Gesualdo parecía incrementarse en la medida que no podìa expresarse artísticamente. Perturbado y cada vez más deprimido, el Principe de Verona terminó sus días sumido en la locura, pero siempre componiendo obras magnificas que en pleno siglo XIX fueron denominadas “milagros de perfecta ejecución”.

Desde la depresión más profunda a severos estados de disociación con la realidad, el arte parece muy relacionado con esa necesidad del artista de reconocerse, comprenderse y quizás, construirse a base de lo que asume como arte y construye como idea perenne. Un reflejo no sólo de su visión del mundo, sino de si mismo, de esa inquieta reflexión sobre la naturaleza de la identidad y la personalidad que sólo se logra a través de la construcción del simbolismo visual. Y es que quizás el arte en estado puro, no sea sólo una forma de locura, sino una elucubración misteriosa sobre quien somos y cómo nos concebimos más allá de la realidad. El arte que desinhibe, que abre puertas cerradas en la imaginación y la mente, que brinda a su autor una libertad desconocida no sólo para asumirse como parte de su proceso creativo sino de la obra que crea en sí.

Y tal vez la gran pregunta sea la que engloba y resume la inquietud del arte que construye, destruye y renace. ¿Es el arte entonces un fenómeno que escapa a la visión de quien somos para crear una nueva? ¿O es el arte una forma de concebirnos, un renacimiento en nuestra capacidad de creación? Quizás nunca tengamos una respuesta a una idea que parece debatir esa expresión del yo tan profunda como es el arte. Aún así, el mero cuestionamiento deja claro que la expresión artística es algo más sustancial que una simple expresión personal y que parece rozar esa necesidad de transcendencia que forma parte esencial de la personalidad creadora.

Un delirio por el infinito. Una manera de construir una nueva visión de la realidad.

domingo, 29 de junio de 2014

De la Bruja que soñaba con luces y sombras: Cuentos de brujería.





Con frecuencia, una bruja construirá un altar que represente su visión de la divinidad, de la belleza y la capacidad para crear, por lo que existe infinitas variaciones del mismo tema. Los habrá muy elaborados, llenos de figuras, simbolos y objetos que muestren la manera como la bruja interpreta su visión sobre la fe y la creencia. O muy pequeños y discretos, que dejen muy claro que la bruja que lo construyó, confía en el poder de lo invisible y que esa confianza, es una parte muy intima de su vida. Los hay grandes artísticos, tradicionales, incluso algunos muy curiosos. Pero lo que es común en todos ellos, es que cada uno habla de la bruja mejor que otra cosa, muestra una parte de su mente y espiritu que casi siempre se mantiene en un lugar privado y pocas veces se muestra.

Tal vez por ese motivo, siempre me gustó mucho el altar de mi tia E., a pesar de que era muy pequeño y delicado, en comparación con otros que había visto en la familia. Era una laja de piedra pulida, con seis pequeñas piezas de piedra formando un circulo y en el centro, tenía una flor tallada - después tía E. me explicaría que se trataba de una gladiola holandesa - donde podía colocarse una pequeña vela. Todo el conjunto era muy sencillo, pero a mi me parecía muy bello. Mi tia E. era una mujer muy privada y callada, lo que mi tia J. parlanchina y bulliciosa solía llamar "discreta". Con su figura delgada y esbelta, el cabello siempre bien peinado, las manos siempre ocupadas y esa mirada suya callada y casi serena, mi tia E. era una mujer intrigante. O a mi me lo parecía. Muy pocas veces hablaba sobre si misma y cuando lo hacia, era con fragmentos de palabras muy bien escogidos. Porque tía era especialista en dejar frases a medio componer, en dejar al aire palabras que podrían decir muchas cosas que quizás no deseaba expresar de una sola forma. Eso me parecía fascinante - y también irritante, todo hay que decirlo - y más de una vez, me pregunté si ese silencio de la tia, esa discresión distante suya era una forma de mirar al mundo, cuando no de interpretarlo.

Tia también era una gran cocinera. Tenía un sazón exquisito que nadie podía igualar y una habilidad entre cubiertos y ollas que sorprendía a propios y extraños. Era todo un placer, verla cortar, verter, licuar, con aquella elegancia suya, siempre impecable. Una sonrisa muy leve en el rostro, como si disfrutara cada paso en la cocina como otros disfrutan bailar y cantar. Y sin duda era así, me dije más de una vez, contemplándola. Tia hacia todo en la cocina con una seguridad reposada que nadie podía igualar y el resultado eran maravillas culinarias que todos disfrutaban y alababan. Era una especie de habilidad mágica - en la medida que todo lo creador es mágico - que yo admiraba especialmente, quizás porque como su altar era otra manera de conocerla, de atisbar a ese silencio remoto y un poco intrigante de su habitual tranquilidad.

De manera que a nadie le extrañó que su altar estuviera en la cocina. Cuando vino a vivir a casa de abuela, luego de la muerte de su esposo, lo colocó en un rincón tranquilo de la habitación, junto a la ventana, donde siempre lo iluminaba el primer rayo de luz de la mañana. Los pequeños cuarzos lanzaban destellos y la flor tallada parecía iluminarse, como si se nutriera del pequeño resplandor matinal. A mi aquello me parecía asombroso y más de una vez, me acerqué, en mis deambulares de insomne veterana, para contemplar esa pequeña maravilla matinal. El rayo de sol que bañaba la piedra y las cinco pequeñas piezas brillantes iluminandolo todo. La flor viva en su centro. ¡Era algo muy bello de ver!

Tia nunca me preguntó porque lo hacia. Eso a pesar que me encontró más de una vez, junto a su altar, con los ojos muy abiertos y maravillados. Supongo que podía imaginar que estaba encantada con el pequeño espectáculo de luces y destellos que producían las piedras. Pero nunca me lo dijo, en lugar de eso, me extendía una taza con café diluido - en beneficio de mis jovenes diez u once años de edad - y me miraba con una de sus sonrisas misteriosas. Eso me intrigaba incluso más que su altar.

- ¿Por qué te gusta cocinar tia? - le pregunté una vez. Tenía menos de seis meses viviendo en casa y aún, se encontraba muy triste por la muerte del tio. Yo no sabía bien que  había ocurrido - sabia que había sufrido una enfermedad muy larga  - pero si podía comprender, mirando a la tia, que había sido un proceso muy doloroso. Tia había bajado mucho de peso: tenía la piel tirante y pálida, los pomulos del rostro salientes, la mirada hundida. Como si el cansancio de mil años la agobiara.
- Porque es un lenguaje. Lo construyo a diario, poco a poco. Creo algo a partir de la nada - me respondió. Lo hizo luego de mucho rato después de que se lo pregunté. Con tia, las cosas solían ser así. Se tomaba su tiempo para hablar, como si cada palabra tuviera un valor y un momento especifico. A mucha gente eso le impacientaba - sobre todo a mi tía J., que era saltarina y chillona - pero a mi, esos largos silencios de mi tia me parecian hermosos. Como pozos tranquilos y profundos de pura ternura.

Me bebí un sorbo de café, pensando en sus palabras. Miré el altar, con su piedra muy pulida y trabajada. Y me pregunté si lo había hecho ella, todo aquello. Había sido un trabajo laborioso ese, pulir lentamente la piedra hasta que tomara ese brillo plano y angular. El grabado parecía obra de golpe a golpe. Un trabajo de paciencia. Y paciencia era lo que le sobraba a la tía. Con sus manos seguras y fuertes, su mirada apacible.

- ¿Quien te enseño? - pregunté de nuevo. Tia levantó un poco los ojos. Se encontraba en la mesa más alejada, preparando lo que parecía ser masa para pasta casera. El curioso olor de la harina de trigo flotaba a mi alrededor, crudo y agradable.

- Nadie - respondió. Me quedé muy sorprendida.
- ¿Nadie te enseñó?
- No.
- ¿Y como aprendiste entonces? - insistí. Aquello me desconcertó.

Tia no respondió. Se inclinó, añadió un poco de agua a la masa extendida sobre la mesa. Y siguió amasando, con gestos fuertes y prácticos. Tenía cierto ritmo, pero ante todo, parecía ser un ejercicio de intuición. Tia parecía encontrar los nudos y desniveles de la masa. Los rodeaba con sus dedos y los convencía de formar parte de lo que sería algo mucho más grande y delicioso. Pellizcaba, apretaba, presionaba la masa hasta que lentamente, comenzó a hacerse mucho más dúctil y sedosa. Ondular entre sus manos.

- A veces hay cosas que te las enseñas a ti misma - comentó - las amas antes de saber porque las amas. Comienzas a hacerlo a pasos torpes, lentos. Y no sabes a donde te conducirán. Pero lo haces de todas formas. Una y otra vez. Lo pruebas, te equivocas. Lo intentas de nuevo. Y de pronto, encuentras que estás construyendo algo real, algo hermoso. Y tan tuyo.

Vaya, eso debía ser lo más largo que le había escuchado decir a Tía, pensé maravillada. Me gusto la cadencia de sus palabras, esa bella entonación suya, como de alguien que habla soñando. Además, todo lo anterior lo dijo sin dejar de amasar, cernir y pellizcar la masa. Una pequeña danza asombrosa.

- ¿Como el altar?

No sé por qué pregunté eso. Ella siguió inclinada sobre la mesa, y la noté tensa. Los hombros rigidos. De pronto, pensé que no debí haberlo hecho. Las mejillas se me calentaron de pura verguenza. Me pregunté si habría alguna manera de quitarle importancia a mis palabras, de desviarlas en otra dirección, pero no lo hice. O no supe hacerlo. De manera que esperé, inquieta e incomoda, mientras Tía continuaba en silencio, con los labios tensos.

- Un poco sí, como el altar - comentó por último. ¡Que alivio! pensé, al escuchar su voz pausada y agradable. Al menos no estaba furiosa. Y en ese momento pensé que nunca había escuchado a Tía furiosa. Eso era desconcertante, me dije - lo comienzas a  crear porque sientes el impulso, porque forma parte de ti. La piedra grande, la encontré en una ocasión en que fui a la playa con tus tias y primas. Los divertimos mucho. Y esa noche, al volver, me tropecé con esa bella piedra lisa. Pensé que un altar se vería muy bello allí.

Después sabría que esa tarde de playa había conocido al tio, entonces un adolescente nervudo e insolente que la había perseguido toda la tarde incordiandola. Al final del día, le había suplicado le diera su número telefónico. La tia lo hizo, a regañadientes. Y él le ayudo a levantar la piedra.

- ¿Tu misma la puliste?
- En parte sí.

Había sido el tio, me contó mi mamá semana después. Por entonces, tio era un muchacho comenzando a estudiar ingenieria y se había ofrecido de inmediato a convertir esa piedra común en una laja brillante e impecable. Tia lo había completado tallando la flor en el centro, para colocar las velas.

- ¿Y los cuarzos?
- Simbolizan los Solsticios y Equinoccios. Me gusta pensar que somos parte de un ciclo mucho más grande y mesurado.

El tio, que no sabía nada sobre brujería o celebraciones estacionales, se había reído de su idea, me contó mi abuela después. Pero aún así, y luego de recibir una de las miradas heladas de mi tía, había dedicado un buen tiempo a encontrar el trozo de cuarzo perfecto, que brillara nítido bajo el sol. Para ella. Uno por cada estación. Para recordar que el tiempo se construye y se crea a partir de recuerdos y sonrisas.

- Y cocinar es un poco como eso ¿No? - seguí preguntando. Ya lo he comentado antes, era una niña impertinente y preguntona. Pero también, se trataba que la tia me intrigaba y me desconcertaba. Con su sencillez casi austera, su sonrisa a medio camino entre la tristeza y algo más profundo, nunca pude entenderla muy bien. Un enigma pequeño, hermoso. Incluso, un poco doloroso.
- Como la vida, mi niña. Todo forma parte de algo mucho más grande, conectado en infinitas variaciones y consecuencias. Todo tiene un sentido, una consecuencia. Aunque no lo sepas, aunque te lleve esfuerzo comprenderlo. Nada es bueno por necesidad ni doloroso por esencia. Somos parte de un mundo mucho más grande, solo que lo olvidamos con frecuencia - me respondió. Y me sorprendió que me sonriera. Una gesto amable, cálido, que prodigaba muy poco. Tenía las mejillas sonrojadas del esfuerzo de amasar la masa, el cabello un poco despeinado por el movimiento, pero aún continuaba pareciéndome impecable, austera. Y tal vez fue esa combinación entre la calidez y la dureza, lo que conmovió, lo que me hizo preguntarme que guardaba tia bajo su rostro bonito y discreto. ¿Quién eres más allá de tus tristezas?

Sus palabras me desconcertaron. La contemplé, su figura menuda y esbelta, en medio del resplandor del sol que bañaba la cocina y tuve una sensación muy curiosa de pertenencia, como si a ambas nos uniera la belleza y la tristeza, lo enorme y lo simple. Más allá de la sangre, más allá incluso que la simple familiaridad, podía comprender a mi tia en su dolor, en la ternura frágil de sus palabras. Era un pensamiento muy duro y complejo y me llevó esfuerzos ordenarlo. Y aunque me llevaría mucho tiempo entenderlo a cabalidad, lo conservé, pequeño y remoto, como una especie de revelación tardía dulce, que no comprendería hasta años después.

- Es una idea...enorme - atiné a decir. Tia suspiro, la sonrisa bailándole leve en los labios de nuevo.
- Es una forma de ver el mundo. Quizás por eso lo es - contestó - cada día, todos tenemos la oportunidad de intentar comprender quienes somos. Nunca lo logramos, creo. Pero intentarlo, ya es un mérito.

El silencio llenó la cocina, confundido en la ternura radiante del sol del mediodía. Y el sol rodeó el pequeño altar, lo impregnó de un resplandor tan fuerte que me sorprendió. Los pequeños cuarzos titilaron y la cocina se llenó de fragmentos perdidos de luz. Los miré, con una sensación de portento inocente, sencilla, como si fuera testigo de un pequeño milagro diario que sólo yo podía ver.

Y a la mañana siguiente, cuando me quedé junto al altar de la cocina para verlo despertar con la primera luz del amanecer, quizás fui consciente por primera vez, del poder de los pequeños secretos y la esperanza, de esa visión de quienes somos como parte de un mundo mucho más amplio del que imaginamos y quizás podemos admitir. Un descubrimiento pequeño, me dije, acariciando con dedos torpes la flor tallada en el centro de la piedra, pero que tal vez, forme parte de esa necesidad que todos tenemos de mirar nuestra vida como una forma de sonreír.



La belleza y la sonrisa: Un sueño a medio recordar. 

En la tradición de Brujería que practica mi familia, un altar se define como el lugar donde llevas a cabo rituales y otras formas de magia. Pero también, se considera altar al lugar donde llevas a cabo tu mayor pasión, lo que te hace sonreír y te brinda una conexión directa con tu capacidad de crear. Para bendecir ese lugar que le brinda sentido y belleza a tu inspiración y pasión se realizan diferentes rituales, como el siguiente:

Necesitarás:

7 hojas de albahaca.
7 hojas de Romero.
1 hoja de menta.


Disposición:

Hierve en una olla con dos medidas de agua las hojas de Albahaca, romero y menta hasta que obtengas un te de color profundo y olor muy penetrante. Cuelalo y la mezcla resultante, dejala reposar hasta que el liquido esté lo suficientemente atemperado para que puedas introducir los dedos sin quemarte. Ahora, vértelo en un recipiente mientras invocas:

"Soy el poder de la Luz
Nazco de la Tierra
Escucho a las estrellas
Danzo en el viento
Acaricio el fuego
Soy hija de la Diosa
y hoy enseño y muestro
El conocimiento y la pasión
Así sea".

Ahora, toma la mezcla y limpia tu lugar de trabajo, ese espacio donde llevas a cabo tu mejor forma de creación. Hazlo con cuidado, limpiando el polvo y la suciedad hasta que quede limpio e impecable. Mientras lo haces invoca:

"En nombre de la Diosa sin nombre
Señora del Bosque de mi mente
Consagro, purifico y lleno de fuerza
este lugar que es parte de mi vida y mis sueños
Que sea una idea que se alza al infinito
Así sea".

Si restó un poco de la mezcla que utilizaste, conservala y utilizala de nuevo las veces que lo desees.

De pie, mirando la primera luz del día, sonrío. Que milagro este, pienso, con las manos abiertas, la sonrisa amplia, los ojos muy abiertos y asombrados. Que privilegio este de desear y crear. De esperar y construir. De simplemente soñar.

C' est la vie.

sábado, 28 de junio de 2014

De la bruja que sonreía en la oscuridad y otros cuentos minimos.





De niña, el sótano de la casa de mi abuela me producía muchísimo miedo. Un miedo inexplicable, además, porque no se trataba de un lugar especialmente lóbrego o escalofriante: solo era una pequeña habitación sin ventanas donde iban a parar la mayor parte de los objetos en desuso o rotos que nadie quería arrojar a la basura. Era una especie de páramo triste antes que aterrador, con las siluetas de muebles inservibles, cubiertos por sábanas rotas. En la oscuridad, tenían el aspecto de figuras solitarias. Penitentes de la soledad.

Pues bien, a mi me producían terror. Jamás bajaba al sotano por ningún motivo, aunque era un lugar lo bastante interesante para despertar mi curiosidad infantil. Pero había algo decididamente inquietante en ese silencio sin frontera, en la oscuridad opaca y polvorienta que se extendía incluso más allá de la puerta entreabierta, rozando los primeros peldaños de la escalera. Me quedaba allí, de pie, en puntillas, mirando hacía abajo con el corazón palpitante. ¿Que ocurría en medio de las sombras cuando nadie estaba allí? ¿Que ocultaban las sábanas sucias, inquietas, que parecían moverse cada vez que les echaba un vistazo? Mi imaginación salvaje construía cien escenas distintas, todas aterradoras, en ese breve momento en que permanecía a solas en el rellano de la escalera, mirando hacia abajo, con los hombros rígidos y las manos apretadas contra los costados. El miedo, que se deslizaba fuera de mi hasta crear otra cosa, una idea mucho más grande y abrumadora.

- Solo es un cuarto ¿De que hablas? - se burló mi prima M. cuando le comenté mis temores. Se inclinó un poco más hacia el espejo donde se miraba y continuó maquillándose. Una adolescente despreocupada y radiante. Me miré, al fondo del reflejo: pequeña y pálida, tenía un aspecto tenso, preocupado. Lo lamenté - no hay nada allí que no sea basura.

- ¿Cómo lo sabes?
- Porque es así.
- ¿No crees en fantasmas y esas cosas?

M. volvió la cabeza y me miró, con un brillo malicioso en sus grandes ojos negros muy delineados. En la semi penumbra, me parecieron enormes, casi peligrosos.

- Ah, eso es otra cosa. Sí, a eso si hay que temer: A la señora de blanco que baila en mitad de la noche en la esquina derecha del sótano.

Después sabría que M. siempre solía bromear con cosas semejantes. Descreída y un poco atolondrada, disfrutaba de inventarse pequeñas historias aterradoras que no asustaban a nadie o esa era la opinión general. Pues bien, a mi si logró aterrorizarme.

- ¿Cómo dices?  - pregunté en voz baja. Sentí que un hilo de miedo me subía por la espalda y me recorría la nuca. Mi prima soltó un suspiro dramático y casi cansado.
- No sé si contártelo... - me provocó. Por supuesto, me levanté , sacudiendo las manos impaciente.
- ¡Ahora me cuentas!
- ¡Esta bien! - aceptó de inmediato. Y de haber estado menos asustada, habría notado como contraía la comisura de los labios, conteniendo su risa loca y escandalosa - poca gente la ha visto, porque pocos son tan valientes para bajar a media noche al sótano, pero en medio de las sombras, habita una mujer. Una muy alta, con el cabello que le roza el suelo. Cada madrugada, abandona la esquina derecha de la habitación, donde vive y baila entre los muebles, con un largo lamento. Aquí arriba no la escuchamos, porque estamos lejos. Pero si estás en la escalera.

Me froté los brazos, recorrida por escalofríos. ¡Yo tenía razón! me dije entre dientes. ¡Lo sabía! el sótano escondía algún secreto peligroso que nadie había querido decirme. Me irritó que todos en la casa hubiesen intentando ocultarme aquello. ¿No me habían insistido una y otra vez que no había nada en el sótano? ¿No había dicho mi Tia E. que el sótano solo era una habitación triste! ¡Pero yo lo sabía! Recordé esa sensación de tensión que producían la penumbra dolorosa, los sonidos inesperados. El ligero crujir de las maderas a cada paso. ¡Claro que una criatura extraña debía habitar allí!

- Esto que te cuento, no se lo digas a nadie - dijo M. con tono confidencial - pero cada noche, ella baila, a solas. A veces quisiera bajar y preguntarle por qué lo hace...pero...

No terminó la frase. Se miró de nuevo al espejo, se peinó con los dedos la rebelde melena rizada. En ese momento me pareció muy adulta, muy bella, a sus diecisiete años recién cumplidos. Con casi diez, su edad me parecía inalcanzable, toda una vida. Me quedé esperando continuará contándome, pero no lo hizo.

- ¿Entonces? - pregunté impaciente. Me dedicó una sonrisa maliciosa.
- Tu sabrás.

La vi correr por el jardín y salir a la calle, toda brillo y zalamería,. Me quedé de pie en la puerta, con el corazón latiendome en las manos y pensando en la mujer de blanco misteriosa que habitaba en nuestro sótano. ¿Quién era? ¿Por qué aparecía allí? ¿Por qué nadie me había hablado sobre ella? Me pregunté si se trataba de uno de esos secretos familiares como los de los libros, algo misterioso e inquietante de lo que todos los miembros hablaban en voz baja y con temor. Miré a mi alrededor: la casa iluminada por la luz del sol, tenía un aspecto saludable y desordenado, como el de todas las casas felices. Y sin embargo, en el sótano...

Me pasé el día obsesionada con la idea. Me paseé de un lado para otro, cabizbaja y huraña, preguntándome cual era el secreto del sótano. Miré con renovado interés las fotografías de antiguos parientes que no conocía y que abuela había colgado en las paredes de la biblioteca, preguntándome si el espíritu de alguno de ellos había quedado atrapado entre los objetos olvidados del sótano. ¿Había vuelto, de la oscuridad de la muerte, para habitar entre las sábanas sucias y los muebles mudos de la habitación? ¡Que idea tan triste! pensé, sentada en el jardín antipático de mi abuela. Pensé en la muerte, en esa franja de la vida que aún no entendía, pero sobre todo, que ocurría después. A donde iban a parar nuestros pensamientos, alegrías y temores. Que ocurría con los libros que habíamos leído, o los risas que habíamos conservado. ¿Todo se perdía? ¿Todo se iba al olvido? Mi abuela - la sabia, la bruja - me había hablado sobre la reencarnación, sobre ese ciclo infinito que te conducía a la sabiduría. Pero yo no entendía mucho aquello. La muerte seguía pareciéndome un misterio, una linea entre lo que podía comprender y lo que no. ¿Y si la mujer del sótano tampoco lo había entendido nunca? ¿Si la mujer del sótano había muerto soñando despierta con jardines radiantes, cielos azules y el olor de la montaña y había vuelto para recordarlos? La imaginé, abrumada y confusa en la oscuridad, intentando encontrar el camino a la luz de la Tierra, al olor de la vida más arriba. Y la idea me produjo miedo, pero también dolor. Como una segunda muerte, pensé. Una muy triste y angustiosa.



La casa dormía cuando me acerqué a la escalera del sótano. El reloj de la sala no había sonado aún - ese click sonoro y retumbante de la media noche - de manera que aún tenía un poco de tiempo. De pie, en la oscuridad, escuchando el vaivén del viento contra las ventanas, el miedo me explotó en el pecho. Nunca había tenido tanto miedo de hecho, mirando las escaleras oscuras, desdibujándose hasta perderse en la nada. Y más allá, la puerta entreabierta. Porque yo sabía que lo estaba, a pesar que no podía verla. Escuchaba con claridad el breve rugido de la madera, al rozar una y otra vez el suelo. Y algo más, quizás un suspiro de todas las cosas dormidas, más allá.

Bajé un escalón. La sombras parecieron despertar. Tuve la clarísima sensación que los peldaños de la escalera se desperezaban para mirarme, extrañados por encontrarme allí, con mi lámpara de vidrio y mis pantuflas de gatitos. Bajé otro y el corazón me dio un salto casi doloroso. La puerta crujió y gimió. Me detuve, los dientes apretados para no gritar. ¿Esta allí la mujer misteriosa? ¿Despertando de su dolor y su angustia? ¿Los brazos extendidos para bailar en la oscuridad? Otro peldaño. La oscuridad me lamió los pies. Otro peldaño. Las manos húmedas de sudor, apretadas contra el pecho, sosteniendo la lámpara vacilante. Otro peldaño. La puerta estaba allí, entreabierta, tal y como la había imaginado. Probé con el interruptor. Ninguna luz se encendió. Me quedé de pie, mirando la habitación vacía, las sabanas danzando sobre los muebles. ¿Y la mujer? No grites, no grites. Se me escapó un sollozo de puro terror cuando entré finalmente en el sótano, las rodillas temblandome. El click sonoro del reloj del salón llenó el silencio. La medianoche. Ella saldría ahora, vendría a bailar. A intentar encontrar el camino a la luz, a ciegas, perdida en la muerte, aterrorizada...

- ¿Aglaia?

Cuando la luz se encendió, grité. Me llevé las manos a la cara y grité a todo pulmón, con todo el temor que había intentado contener brotando libre, en un alarido tan sincero como liberador. Cuando mi abuela me pasó el brazo por los hombros, continué gritando sin reconocerla. Me levantó del suelo, apretándome contra su hombro, acariciándome el cabello.

- ¿Qué pasa? ¿Qué haces aquí? - me preguntó con ternura. La única bombilla del techo brillaba con una luz dura y amarilla que me deslumbró entre las lágrimas. Y el sótano, había perdido todo el misterio. Era solo una habitación, llena de objetos olvidados. Sólo eso. ¿Donde estaba la mujer? Moví la cabeza de un lado a otro y no encontré las sombras huidizas, el paisaje de pesadilla que minutos antes había visto o había creído ver.

A mi abuela le llevó un buen rato calmarme. Me dijo que me había escuchado deambular de un lado a otro y le preocupó pudiera hacerme daño, de manera que me buscó. Sentadas juntas en la cocina, aún temblando, le conté lo que había sucedido. Le conté lo mucho que me aterrorizaba el sótano, lo que M. me había contado, lo convencida que estaba que había algún espíritu abandonado entre las sombras. Mi abuela sonrió - y le agradecí mucho que fuera una sonrisa tierna y nada burlona - y me escucho con paciencia.

- No hay ninguna mujer en el sótano - me dijo por último - ni antes ni después. Tu prima sólo bromeaba contigo.

La miré, con los ojos muy abiertos. Y de pronto, entendí por qué cuando mi abuela encendió la lámpara que si funcionaba del sótano - no la pequeña y vieja que yo había intentando hacer funcionar - la habitación solo pareció eso...una habitación vacía y polvorienta sin rostro.  Con sus muebles rotos, y sus pedazos de tela acurrucados aquí y allá. Me sentí muy idiota y también muy confusa. No entendía por qué había tenido miedo en primer lugar.

- Le tememos a lo desconocido, a lo que no podemos controlar - me dijo, sirviéndome un poco más de té en la taza que tenía entre las manos - no está mal tener miedo, en realidad. Es una reacción natural e instintiva. El miedo es la manera como tu cerebro te previene que puedes correr peligro y te ayuda a tomar buenas decisiones para evitarlo.

- Pero el sotano me da miedo - o me daba, pensé apresuradamente - y no hay nada allí. ¿Soy tonta acaso por haberlo sentido?

- No. Tenías miedo a lo que podías imaginar habitaba en el sótano - me respondió con una sonrisa - a lo que podías ver en tu mente. En realidad no habías visto el sótano bien, así que lo  construiste en tu mente, con cosas prestadas de cuentos y leyendas. Después vino tu prima y te brindó otra razón más para temer.

- Que estúpida fui...

- Y aún así, bajaste. Con miedo y todo.

La miré sobresaltada. Mi abuela tomó un sorbo de té.

- ¿Que dices? Bajé porque soy muy necia y le creí a M. lo de la mujer.
- Bajaste porque tuviste curiosidad y miedo. Pero aún así decidiste mirar que ocurría - me corrigió. Sonrío - tener miedo es natural. Pero la decisión consciente de vencerlo se llama valor.Y tu lo tuviste hoy. Decidiste obedecer a tu instinto de intentar comprender que ocurría antes que el temor. Eso es hermoso, es fuerte. Es poderoso. Y claro, es valiente.

Vaya, eso si que era una idea nueva, me dije sin aliento. ¡Jamás lo habría visto así! Pero mi abuela tenía razón. A pesar del miedo y el terror que me hacia sentir el sótano y sus misterios, había decidido bajar para echar un vistazo, para asegurarme que la supuesta mujer fantasma, supiera que alguien conocía su existencia, que alguien sabía de su dolor y soledad. Una rara sensación de orgullo me recorrió. Y de pronto, ya no me sentía avergonzada. En realidad, quería sonreír.

- Vamos - me dijo mi abuela - echa un vistazo al sótano antes de irte a dormir.

Lo hicimos juntas. Y el sótano sólo resultó ser un habitación. Una muy pequeña, triste y cansada habitación, por cierto. Me pregunté si por ese motivo, mi tatarabuela la había escogido para ocultar las cosas rotas, a las que le faltaban trozos. Las cosas que habían perdido su rostro. Que pensamiento triste ese, me dije, apretando la mano de mi abuela. Que olvido tan duro, ese de las cosas que dejan de tener utilidad.

Seguía pensando en eso cuando abuela me cubrió con las sábanas y me recomendó dormir. Me quedé apretando su mano, atolondrada y medio dormida. Ella esperó, paciente.

- ¿Todavía tienes miedo?
- No, pero pensaba en que el sótano es como ese lugar de la mente donde se guarda el miedo. Todo esta mal puesto y las cosas que allí se guardan, están rotas - le expliqué lo mejor que pude. Ella sonrió y sacudió la cabeza. El cabello castaño rojizo, tan abundante y rizado como el mio, le rozó los hombros en un bonito gesto.
- Es más o menos así - respondió - en Brujería, al miedo se le llama "el enemigo sin rostro". Y es una idea que tiene mucho que ver con el hecho que el miedo vive en nuestra mente, en las cosas que no conocemos bien y que creemos insuperables. El miedo existe y es natural claro, pero vencerlo es parte de tu capacidad para entender lo que te rodea, para descubrir nuevas ideas y consolar la incertidumbre. El valor es conocimiento. Y la valentia, una forma de esperanza.

No entendí mucho sus palabras pero me parecieron hermosas. En ese estado frágil y dulce que precede al sueño, tuvieron una musicalidad exquisita, como si se trataran de un viejo secreto. Tal vez lo era, pensé, con los párpados tan abiertos, que apenas podía mantenerlos abiertos. Tal vez, el miedo es un enemigo antiguo, que se esconde entre las sombras, como lo imaginé de pie en la escalera. Y el valor, una dama exquisita que baila en la oscuridad, que abre puertas y ventanas. Que ilumina con su canto las sombras. Sonreí casi dormida y apreté un poco las manos de mi abuela.

- A lo mejor la Señora de blanco si existe - murmuré. En mi imaginación, una bella dama de traje blanco bailaba en el sotano. Pero ya no era un lugar triste y ruinoso, sino una habitación radiante, lleno de luz, con las paredes llenas de fotografias de rostros hermosos y olvidados. Y libros, ¡Cuantos libros hay aquí! pensé, ya casi dormida. Que habitación, tan extraordinaria, esta de la memoria que se crea...

Esa noche, soñé con la Dama de Blanco. Y también lo haría muchas noches después, hasta que escoba en mano y junto mi recalcitrante prima M. - que después sabría habían castigado por aterrorizarme - decidí que el sotano merecía una sonrisa, un mejor recuerdo. De pie, junto a la puerta entreabierta, recordé mis sueños y pensé que siempre hay algo nuevo que soñar. Una nueva historia que contar.  Un nuevo sueño que mirar entre párpados cerrados y esperanza.

Pero esa es otra historia que contaré en su oportunidad.

C'est la vie.

viernes, 27 de junio de 2014

Proyecto una película cada Viernes: Sacrificio de Andrei Tarkovski.



Al director Andrei Tarkovski se le ha llamado radical, complejo y en mayor medida, artístico. Porque a Tarkovski no parece interesado en la expresión artística de su obra filmográfica - que sin embargo, es remarcable - sino en algo más profundo, enrevesado y doloroso. Una elaborada propuesta espiritual e intelectual que parece subvertir esa insistente necesidad del cine actual de construir un discurso fácil, digerible. Incluso accesible. Pero para el director ruso, el cine no sólo es un vehículo de expresión - que lo es, en tanto y en cuanto se alimenta de sus obsesiones - sino algo más doloroso y preciso. Una propuesta simbólica donde la necesidad de reconstruir la visión del espectador y dotarla de una expresión incómoda y casi hiriente, es mucho más evidente que la del complacer la mera concepción del cine de autor.

Y es que Tarkovski comulga con la obra radical, la que se aleja y rechaza cualquier concesión al público. La filmografía del autor no se prodiga en explicaciones y se construye a base de elaboradas propuestas argumentales que facilmente puede ser acusadas de simple excentricidad estilistica. Pero lo que diferencia el cine del director de otras propuestas tan intelectuales pero mucho menos atinadas, es su sensibilidad. Porque el director encontró en el presente y en la referencia a un discurso visual que capta el tiempo real como principal motivo de inspiración, toda una nueva construcción visual. Toda su propuesta filmica avanza hacia un depurado discurso de imágenes que construyen historias mínimas, que casi podrían juzgarse como en extremo sencillas. Y no obstante, es el discurso mesurado que las sostiene - inquietante y a la vez subjetivo -  lo que alimenta esa visión desigual del Tarkoski autor, de esa búsqueda del motivo visual que sustente la argumentación del dialogo narrativo. Una pieza que calza con otra a la perfección y crea a su vez, una visión mucho más amplia e inquietante. Un dialogo interno entre el mensaje que se transmite - se elabora cuadro a cuadro - y algo más denso, que yace al fondo de la propuesta. Un misterio dentro de un misterio.

Quizás por ese motivo el film "Sacrificio" sea considerado un ejercicio discursivo ejemplar de su autor. Tarkosvski en estado puro. Precisa, profunda, desconcertante y en algunos momentos, por completo incomprensible, la película parece resumir esa visión del director sobre la realidad como un lienzo en blanco, una metáfora preciosista sobre el espíritu humano y sus entresijos. Aunque no se considera la película más personal del director, si se trata de un documento visual que refleja un momento especialmente difícil del director:  Tarkovski sería diagnosticado de una enfermedad mortal justo al finalizar su rodaje. Y es que "Sacrificio" parece sugerir esa lenta transformación de la nostalgia - reflejo del real estado anímico de Tarkovski - en algo mucho más doloroso, elemental y duro. Una progresiva reconstrucción del discurso visual en algo más simbólico y sin duda Universal que lo que parecía ser el primer planteamiento del director. Pero la transformación no es obvia, como nada lo es en el cine de Tarkovski. Hay una transformación pausada, en un ritmo silente que crea una obra cada vez más dura de comprender pero no por ello, menos poderosa.

Y es que "Sacrificio" se basa justamente en la necesidad del milagro y el sacrificio, en la donación del yo como máxima esperanza para vencer al dolor y la muerte. Pero no se trata - ni mucho menos - en una inspirada visión sobre el valor del sufrimiento, sino un análisis sobre la capacidad del espíritu humano para saberse marioneta del destino. Una pequeña ironía dentro de muchas otras. La figura del milagro - y del Sacrificio, como acto de redención absoluta - pareciera transformarse en algo más denso y turbio, en un cuestionamiento al borde del abismo de la conciencia. Esa visión inmediata de la oscuridad del hombre en medio del miedo y el desconcierto.

Porque para Tarkovski, el milagro no llegó. De hecho, su muerte podría ser el colofón de esa revisión inmediata de su obra como autoreferencial. Una visión fragmentada de esa búsqueda de respuestas hacia lo inevitable. La muerte como última visión de la fragilidad del humana. Y es que es necesario preguntarse hasta que punto Tarkovski se mira así mismo como una pieza en medio de toda esta interpretación de la vida y el sufrimiento, la cuidadosa elaboración de una reflexión sobre quienes somos y cuanto nos transforma la mera idea de la mortalidad.

La estética de Tarkovski logra además, elaborar una puesta escena expresiva que no deja resquicio para la ambigüedad, a pesar de su sutileza. Una revisión depuradísima de lo que lo que se muestra de manera inmediata. Una franqueza casi dolorosa, donde una posible interpretación puede crear una visión totalmente nueva del mismo planeamiento. Una contextualización del sentimiento y la percepción intelectual como parte esencial de lo que se cuenta, lo que se muestra y lo que incluso se sugiere. Pero además, una necesidad de contar una historia de manera tan minuciosa, que cada detalle cree un texto narrativo nuevo. Una linea de ideas que se cruzan para crear, con una exactitud que asombra, un metamensaje cada vez más profundo en la propuesta fílmica.

En "Sacrificio" el tema de la ofrenda (titulo original de la película en Ruso) obsesiona de nuevo al director, que ya había ponderado al respecto en film anterior "El ermitaño" donde el personaje central se prendía fuego para demostrar su fe inquebrantable, un sacrificio de conciencia que intentaba sublimar el poder de las ideas a un nivel casi divino. En "Sacrificio" el tema se hace central pero también, esa revisión del fuego - como metáfora de la destrucción - como la línea que abre dos etapas del ser, dos visiones de una misma perspectiva de la realidad. La incesante necesidad del personaje principal de encontrar un sentido a su existencia, parece entrecruzarse con la epifanía espiritual, transformada bajo la visión de Tarkovski en una diatriba elemental que le permite analizar esa necesidad incuestionable del hombre como parte de una visión mucho más amplia de si mismo. Porque al final, Tarkovski no parece interesado en brindar verdadero valor al sacrificio de su personaje o al concepto que pueda representar, sino que pondera - con una crudeza que lastima - esa interpretación de la donación personal como parte de una idea mínima, que subyace en lo que el hombre interpreta del mundo y las consecuencias de esa posible interpretación.

Y es que sin duda, Tarkovski utiliza el cine como un vehículo de despiadada reflexión: su cine no está construido - conceptual y visualmente - para divertir, sino para incomodar. Sus historias se remiten a una dialogo interno incesante que no parece tener en cuenta la complacencia del posible público que analiza la obra y mucho menos, algo más allá que la revelancia de lo que se cuenta. Tarkovski se toma su tiempo - y lo hace con toda intención - para plantear la tensión de la trama, con planos lentos y meditados que alcanzan su punto más alto en los amplios paisajes desolados que envuelven el metraje en un aire casi onírico. Ajeno a los sentimentalismos, el director insiste en subvertir esa idea fílmica del cine que se prodiga, en contraposición al cine que debe ser descubierto, que esconde ferozmente sus símbolos al visionado más superficial.

Tal vez por ese motivo, "Sacrificio" sea llamada obra maestra. No sólo por su capacidad para cautivar, conmover e incluso al herir al espectador que se esfuerza en comprender la película, en ocasiones sin lograrlo, pero aun así insiste en hacerlo, logrando una tensión única entre el lenguaje filmico y lo que se muestra, sino por su valor elemental. Y es que "Sacrificio" insiste en el valor de ese diálogo interno, casi siempre invisible y muchas veces enigmático de espíritu del hombre con algo más amplio, esa trascendencia que apenas se sugiere y que no obstante, parece ser un elemento concreto dentro de lo que se expresa. Esa otra visión del arte como espejo del alma humana y quizás en última instancia, ese reconocimiento de una divina superior.

Hablar con Dios.

¿Quieres ver la película "Sacrificio" online? hazlo desde aquí --> https://www.youtube.com/watch?v=EtnE-iUjMb8




jueves, 26 de junio de 2014

La tragedia Venezolana en cuatro escenas: El abismo del poder por el poder.




La primera escena de la película “El Padrino” define el ritmo y el resto el metraje: Vito Corleone, entre la oscuridad y la sombra de su estudio privado, aguarda. La cabeza medio inclinada, el rostro aparentemente apacible. Sostiene un gatito entre las manos, que acaricia con gentileza. Se le ve tranquilo al Don, quizás porque afuera, se celebra con gran pompa, el Matrimonio de su hija Connie. Y como bien agregaría Mario Puzzo al comentar sobre el libro homónimo “No hay mejor día para un Siciliano que la boda de una hija”. Pero la imagen idílica, oculta lo esencial de una historia que parece contarse a palabras entrecortadas: Frente a él, Bonasera, amigo personal de Don Vito, inclina la cabeza, tenso y angustiado. Los hombros rígidos. Habla sin apenas despegar los labios. Un lamento monocorde que a Don Vito le cuesta escuchar. El temor y la vergüenza abrumándolo. Pero Don Vito espera, con el gatito entre las manos, paciente. Es una de sus cualidades.

— Y me pides eso hoy, en la boda de mi hija — responde por último, luego de escuchar lo que Bonasera tiene que decirle. El hombre lo mira, parpadeando. La piel cetrina pálida y seca. La humillación bordeando la expresión.

— Sí, porque sé que no me lo negarás.

— Hablas de matar a un hombre — insiste — eso es algo muy grave.

— Lo sé — responde Bonasera. Y espera. El Padrino inclina la cabeza. La oscuridad de la habitación se hace dolorosa, sofocante. No obstante, la tensión parece ser una respuesta en si misma. Porque Bonasera lo sabe, nadie tiene que decírselo, que el Padrino lo escuchó y responderá. De una forma u otra, recibirá lo que exigió, entre susurros y lágrimas en los ojos. Justicia.

En el mundo del Padrino, todas las decisiones se toman de esa manera: en medio de exigencias a medio decir, sin testigos, con el poder de Vito Corleone como único limite. Porque en el Mundo de la Mafia todas las decisiones están más allá del bien y del mal. Lo legal y lo moral parecen tener muy poca importancia ante la actuación de la mano de hierro de Vito Corleone, de su retorcida visión del mundo. El Padrino es la única válida y sus ordenes incuestionables.

Ayer Diosdado Cabello, Primer vicepresidente del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) y presidente de la Asamblea Nacional, dedicó buena parte de una alocución pública a cuestionar la conocida carta de Jorge Giordani — publicada en la página web de corte oficialista aporrea.com — ,y dejó claro que en Venezuela, la preservación del poder se encuentra por encima del bien y del mal. Al referirse a las voces que exigen rectificación al Gobierno y sus personeros comentó ¿Acaso la crítica es más importante que la lealtad. La crítica es más importante que el humanismo. La crítica es más importante que el compañerismo? Bueno, yo creo que no”. Y es que para Cabello, la Revolución o mejor dicho, esa ideología abstracta y confusa a la que achaca sostener el discurso político en Venezuela, es mucho más importante que la terrible crisis económica que sufrimos. Mucho más preocupante que la violencia callejera cotidiana, que las cifras cada vez más alarmantes de inflación y escasez. Para Diosdado Cabello, sentado desde la Oscuridad del poder, mirando a cierta distancia la disputa dialéctica provocada no sólo por la carta de Giordani sino por el apoyo del El ex ministro de Educación y ex ministro de Energía Eléctrica Nestor Navarro a lo expresado en ella, no considera importante el propósito de enmienda. Tampoco aceptar la responsabilidad histórica que supone admitir que la corrupción y la política de la impunidad provocó a Venezuela como nación y proyecto. Lo realmente importante, es preservar el llamado “legado de Hugo Chavez” por encima de cualquier realidad pragmática, de cualquier interpretación sobre lo que ocurre en el país como una inmediata consecuencia a los manejos fraudulentos y la ineficacia administrativa. Y es que Diosdado Cabello, sentado a la sombra, observando, sabe, como también lo sabía Vito Corleone, que el poder real — no el de las bases, las discusiones, la intemperancia política — no necesita explicación ni justificación. Existe y se preserva a pesar de cualquier factor y requisito. Es una necesidad inmediata de ese monstruo elemental y primario que llamamos con tanta inocencia, ideología.

De manera que Cabello, deja claro que la Revolución no necesita perfeccionarse. Lo que sí necesita, como cualquier muestra de poder elemental y sobre todo fraudulento — es cohesionarse alrededor de una única idea, de esa llamada memoria “imperecedera” del Líder Carismático muerto. Eso, a pesar que la supuesta herencia histórica del “Gigante” sea cada vez más borrosa e imprecisa. Y es que su heredero, el hijo político designado para llevar adelante un proyecto irrealizable de origen, no las tienes todas consigo al momento de aglutinar esperanzas y lo que es peor, unificar criterios. El error dentro de ese cuidadoso entramado de componendas y estructuras de poder que el chavismo ha levantando durante casi quince años de encontrarse en el poder.

El Hijo torpe:

Fredo Corleone jamás fue el preferido de su Padre, Don Vito. Eso y a pesar que el gran Don siempre fue un hombre de familia y amó a todos sus hijos de la misma manera. Pero Fredo…nunca fue especialmente inteligente. Tampoco habil. Carecía de la salvaje energía de Santino y de la despiadada inteligencia de Michael. Así que Fredo siempre fue considerado un Corleone menor, un joven anónimo en una familia de hombres rudos y violentos. Una ficha poco importante en el tablero del poder, moviéndose de un lado a otro a conveniencia. Porque Fredo jamás representó una opinión a tener en cuenta para su padre ni tampoco, un apoyo confiable para sus hermanos. En el hogar Corleone, donde la verdad siempre parecía moverse bajo la superficie, deslizarse lentamente en una serie de hilos de poder que se movían quizás muy rápidos, Fredo siempre fue una especie de figura a las sombras. Una silueta marginal.

Eso, hasta que llegó a Las Vegas.

Allí, fuera de la Influencia de un padre fuerte y hermanos mucho más dotados intelectualmente para dirigir un pequeño imperio violento, Fredo Corleone brilló. Lo hizo como administrador deficiente e influencia en menos de componendas de poder mucho más complejas que la que nunca supuso. Incluso, comenzó a creer que había sido tratado injustamente durante toda su vida: ¿No era hijo de Don Corleone? ¿No había sufrido también los avatares de la violencia existencia de la familia? Con frecuencia, Fredo recordaría esos minutos que siguieron al atentado contra su padre en una calle de Nueva York. Aterrado, torpe y furioso, había intentando enfrentado a los matones de Sollozzo. Lo intentó de verdad, sacando el arma con manos temblorosas. Pero le traicionó el dolor o eso le gustaba pensar: el arma se le resbaló de las manos y fue incapaz de defender a su padre, que yacia gravemente herido en la calle. Pero no le dejo. Siempre estuvo allí, suele repetirse Fredo con frecuencia, incluso sentado a un lado de la calle, al lado de su padre inconsciente y llorando.

En Venezuela, Hugo Chavez lo fue todo para sus seguidores por quince años. Fue no sólo el lider político indiscutible, sino también el padre del proyecto ideológico que construyó con trozos prestados y mal encajados de otras propuestas. Fue también el único vocero, el símbolo, el hombre fuerte. La ley y la legalidad. Un monarca venido de las urnas electorales pero que disfrutaba de las prebendas del poder omnímodo. Egocéntrico y cada vez más seguro de su influencia absoluta, jamás pensó que tendría que fragmentar su poder, compartirlo. Asi que cuando enfermó, la posibilidad de morir y condenar también a la muerte a su proyecto, lo tomó desprevenido.

Fue entonces cuando Chavez, aterrorizado y confuso, miró a su alrededor en busca de un inmediato sucesor. Todavía no pensaba que iba a morir y de hecho, probablemente estaba convencido que su lucha contra el poder tenía algún elemento épico. Sobreviviría para demostrar que la Revolución era más fuerte que los achaques de la carne. Pero antes de eso, tendría que ocuparse de lo pragmático y lo inmediato: encontrar a quien pudiera sustituirlo, al menos durante los duros meses de lucha contra el cáncer y que no representara un riesgo para su perpetuidad en el poder. Un hombre leal, un hombre quizás, sin ambiciones propias. Un hombre que pudiera ser la hoja en blanco en la que se escribiera un nuevo capítulo de la Revolución, esa que podría enfrentarse incluso a esta eventualidad inesperada de la debilidad física de su ideologo y principal promotor.

Pero, a diferencia de Don Corleone, Hugo Chavez no comprendió que el límite del poder es humano. Y al momento de escoger a un sucesor, no pensó en las habilidades que pudiesen sostener la carga ideológica de un proyecto político basado esencialmente en lo emocional, en una conexión misteriosa y creciente del seguidor con la figura de poder. No pensó en más allá de la eventualidad y escogió, en consecuencia, al hijo menos dotado. Al silencioso, al que menos problemas podría ocasionar. Al manipulable. Y es que el líder carismático, envestido del terror de la realidad física de su muerte y en lucha contra la idea de su propia fragilidad personal, insistió hasta el último momento en mirar el poder como una perpetuación de si mismo, no de su mensaje, sino de su identidad. Escogiendo a Nicolas Maduro como su sucesor, Hugo Chavez dejó claro que en su Revolución, el poder lleva su impronta.

Pero incluso el mito, no pudo sobrevivirse así mismo. A su muerte, Nicolás Maduro, torpe, poco preparado para asumir un papel en la historia que le sobrepasó, se encontró que la principal exigencia era ser el testaferro de un legado histórico y político que no puede abarcar. No con su discurso dogmático y poco emocional. No con su necesidad de crear situaciones políticas a base de la torpeza y la presión de un poder cada vez más disminuido. No a base de decisiones basadas en un legado ideológico que sigue sin comprender. Y es que Maduro, no duda en admitirlo: Más que un político y un hombre que intenta llevar las riendas de un país con cierta habilidad y responsabilidad, es el hijo de Chavez. Es el hombre designado para llenar un lugar histórico que le viene grande y una figura deslucida que trata de usufructar — cuando puede y siempre que puede — la memoria de un criatura mediática que nació de la oportunidad y de la astucia política y que no puede imitar, aunque lo intenta. Y es que probablemente la mayor tragedia de Maduro sea ser el hijo de Chavez menos dotado, el menos capacitado para dirigir un Imperio construido a la medida de su creador.

La gran tragedia: ¿Qué ocurrirá después?

El Padrino Vito Corleone controló el crimen en los bajos fondos de Nueva York por décadas. Lo hizo con mano fuerte y audaz, pero sobre todo con inteligencia. Era respetado y sobre todo temido, por hombres tan peligrosos como él mismo, que sabían que el Don actuaría con violenta rapidez ante cualquier traición. Nadie tenía duda que Don Corleone haría lo que tuviera que hacer para preservar su Imperio privado, la tranquilidad de su pequeño feudo y de su familia. Y lo hizo, de hecho, todas las veces que alguien retó su poder, que se intentó menoscabar ese puño de hierro silencioso que representaba su durísima visión sobre sí mismo y lo que controlaba.

Tal vez por ese motivo, cuando el turco Virgil “El turco” Sollozzo le disparó y casi lo asesinó, el mundo criminal que lideraba, sufrió una importante sacudida. El turco atacó rápido: atacó a Don Corleone y luego se puso bajo la protección de las familias que sabían, querian enfrentar a los Corleone desde hacia unos cuantos años. Hubo nuevas componendas y complicidades, de inmediato el poder se reorganizó. Cuando Santino, furioso pero cauto tomó el poder, las facciones en disputa se replegaron, esperando. Y lo que ocurrió después, fue un necesario reacomodo: una búsqueda de lograr de nuevo ese precario equilibrio entre fuerzas igual de violentas y despiadas. Pero el poder de Don Corleone nunca sería el mismo. Herido y frágil, Don Vito se convirtió en una victima de su propia visión de las relaciones de poder y violencia. Desde la cama de enfermo, comprendió que acababa de perder el principal elemento que sostenía su identidad como Padrino: su cualidad invencible.

Cuando Hugo Chavez enfermó, desató una peligrosa sacudida de la noción de poder que durante quince años imperó en Venezuela. Por década y media el poder tuvo un solo rostro y un único fin: preservar a Chavez como símbolo de la revolución. Y no obstante, con su convalescencia, se demostró que ese proyecto político disparejo y errático, necesitaba de su figura para sobrevivir. O eso fue lo que concluyeron sus herededos políticos una vez que se hizo evidente su decadencia física. Para la Revolución, Chavez era indispensable, pero aún más, era insustituible. ¿Cómo lograr que el sistema ideológico creado a su imagen y semejanza sobreviviera a su debacle física? ¿Cómo lograr que la llamada “Revolución Bolivariana” sobreviviera a su único rostro?

Suele llamarse “el Legado” de Hugo Chavez a toda una serie de visiones políticas, sociales y económicas relacionadas con su pensamiento y actuación como líder único, que se intentan perpetuar aún después de su muerte. Se insiste no sólo a nivel comunicacional, sino en una visión ideológica que tiene mucho de religiosa. Porque ya sea por necesidad política, urgencia coyuntural o devoción ideológica, la Figura de Chavez continúa siendo la única noción que parece unir a quienes heredaron a medias el poder. Y es allí, donde parece existir la mayor presión, el punto de ruptura entre las diferentes visiones del Chavismo — ahora reconvertido en Madurismo — en la búsqueda de la trascendencia política. La auto preservación del poder de un sistema político basado en el carísma de un Lider que continúa siendo la única referencia a tomar en consideración.

Y es entonces cuando la crítica se considera desleal, cuando la insistencia en la rectificación se asume como la más grave de las faltas políticas. Para el Chavismo, la inmediata necesidad es enfrentarse a ese re acomodo interno de fuerzas idénticas que se disputan las cuotas de poder, que necesitan encontrar un punto crítico donde puedan subsistir, sostenerse y crear algo nuevo que sea igualmente elemental. Pero continúan sin lograrlo. A pesar de la insistencia en la defensa del legado, de todas las voces que se atribuyen liderazgo y representatividad, el Chavismo parece enfrentarse al peor enemigo de todos o al menos para una visión política unitaria: la ambición por el poder y el control de los lideres que insisten en sostener la idea “revolucionaria”. La inevitable fragmentación del poder único en cuotas de poder personal.

El último Capítulo: Aún por escribirse.

Michael y Don Corleone disfrutan de una tarde soleada entre el huerto de tomates. El Don escuchó atentamente a su hijo: sus planes son brillantes, crueles y precisos. Cuando el hombre más joven se queda callado, el anciano le apoya la mano en el brazo, casi con cariño. Pero en el gesto hay algo más duro y significativo. Un llamado a la conciencia.

— ¿Estás seguro de todo esto? — pregunta. Michael no lo mira, pero aprieta los labios. El rostro duro y pétreo.

— Debo estarlo de ahora en más.

Ninguno de los dos hombres dice nada en un rato más. Pero el Padrino Corleone, el hombre que controló el crimen en Nueva York, sabe que su lugar en la historia terminó y su hijo, frío y cerebral le sustituye. Y quizás eso sea bueno, se dice, mirando el frondoso huerto de tomatos. Otra visión del poder.

En Venezuela, vivimos una inflexión histórica imprevisible. Las finas lineas de las grietas que dividen al país entre el antes y el ahora son más claras que nunca. Sólo nos queda observar hacia donde conducen, cual es la ruptura histórica que nos espera a no tardar.

miércoles, 25 de junio de 2014

Entre la figura tradicional femenina y su evolución: ¿Quién es la mujer actual?








Hace unos días, escuché el siguiente comentario en un restaurante donde me encontraba almorzando: "Las mujeres actuales deberían agradecer ser visibles". Lo dijo un hombre de traje elegante sentado a dos mesas de distancia y acompañado por dos mujeres que no sólo sonrieron a la frase sino a quienes no pareció preocupar demasiado lo que podría implicar. Irritada e incómoda, miré al hombre el suficiente tiempo como para que notara que lo hacia. Me dedicó un gesto casi desdeñoso, como si no entendiera - y quizás era así -el motivo de mi malestar. Al final, rompí el contacto visual mientras el amigo que me acompañaba me miraba preocupado.

- No vas a poder cambiar el mundo - me comentó. Lo hizo con la buena voluntad de quien se preocupa, sin ninguna malicia. Pero sus palabras parecieron resumir esa idea amplia y desconcertante sobre esos limites invisibles de la sociedad, infranqueables y asumidos como necesarios. Quizás inevitables. Me tomó unos minutos contener mi mal humor antes de responder.

- Eso no quiere decir que deba dejar de intentar al menos un cambio beneficioso - digo - al menos quiero creer que el mundo es perfectible y no simplemente, una losa cultural que deba sobrellevar.

P. no responde, aunque le noto incómodo. Y es que nunca será sencillo ese debate sobre la igualdad y la exclusión social. No lo es, porque simplemente las piezas que conforman una idea tan compleja parecen formar parte de una serie de planteamientos culturales sutiles, que la gran mayoría toma por necesarios e incluso habituales. La insistente discusión sobre la igualdad de género y tal vez algo más profundo, como lo es esa visión sobre la mujer fuera de los limites de lo tradicional, es una que con toda probabilidad, llevará años de aceptación, de una mirada mucho más inquisitiva de lo cultural de nuestra sociedad. Eso, a pesar de los esfuerzos sostenidos, los triunfos y sobre todo, esa interpretación de la identidad de la mujer como parte de una idea mucho más amplia que sólo su rol biológico.

- La mujer y el hombre deben comprenderse en su diferencia. A pesar de todo, el hombre y la mujer son distintos y eso los hace complementarios - responde mi amigo, cauteloso - pero en nuestro país...

- En nuestro mundo - le interrumpo - entiendo lo que deseas decir y quisiera que fuera tan sencillo como un análisis sobre nuestra capacidad para comprendernos desde lo que nos hace distintos. Pero hablamos de un mundo que considera la diferencia una forma de debilidad y que insiste en mirar a la mujer como una criatura incomprensible y frágil.

P. no responde. Con un gesto rígido, toma su bebida y toma un par de tragos rápidos. Y me pregunto si esa desagradable sensación de tensión que percibo en sus gestos y que salpica lo que hasta entonces fue una tranquila conversación, es síntoma de esa actitud del mundo contemporáneo con respecto a la lucha por las reivindicaciones femeninas. Después de todo, es un tema espinoso y la mayoría de las veces lo suficientemente doloroso como para que que implique una visión complicada sobre el mundo femenino, sobre esa noción de género que parece confundirse con ideas tan esenciales como el rol tradicional de la mujer y más aún, su papel histórico primordial.

Y es que es un hecho que las mujeres han sido ciudadanas cuestionables del mundo durante siglos, en todas las culturas y en la mayoría de las sociedades donde el papel de lo femenino parece resumirse a esa visión sobre la maternidad y su rol como compañera del hombre. La individualidad femenina es de hecho, una cuestión más bien reciente en la historia y quizás por ese motivo, la idea continúa siendo parte de un interminable debate sobre que ideas conforman esa nueva identidad, ese resurgimiento de la independencia emocional y sexual de la mujer moderna. Desde el infanticidio por sexo (ese crimen silencioso y anónimo que condenó a morir a cientos de niñas en diversas culturas que brindan preferencia al varón) hasta las leyes de corte sexista y discrminatorio, la mujer parece continuar luchando contra ese insistencia de la supremacia masculina, la necesidad de la sociedad de asumirla en un papel casi infantil y elemental. Eso, a pesar de que las mujeres solemos insistir que la batalla por la igualdad ha brindado frutos, que los largos años de luchas y debates han conquistado una cuota de libertad extraordinaria en comparación a otras épocas. No obstante, aún persiste esa idea de la mujer minusvalorada, sometida a una idea masculina que la supera y la rebasa. Una sociedad de hombres construida a la medida de lo masculino, y que no duda en dejar claro que la diferencia es una visión que se castiga o se minimiza entre la noción de iguales.

Supongo, por supuesto, que todo se debe a esa insistencia sobre los planteamientos de perfectibilidad y progreso heredadas del siglo XVIIII y XIX, que nos hace creer que todo lo que vivimos es mejor que el pasado inmediato y probablemente será peor que el futuro a corto plazo. Aún así, el proceso de la mujer en la búsqueda de igualdad y sobre todo, reconocimiento y respeto, no ha sido lineal, mucho menos sostenido. En todo ese largo camino zigzagueante y la mayoría de las veces accidentado hacia el reconocimiento del valor de la identidad sexual femenina, ha habido épocas de gran libertad, de una expresión del yo de la mujer tan fuerte como sostenido. Sin embargo, le han seguido etapas de profunda represión, una especie de reacción inmediata a esa libertad apenas sugerida, la expresión de la mujer como elemento fundamental de la sociedad por derecho propio.

Y es que desde la quema de brujas en Europa ( que fue precedida por la gran libertad e iluminación del Renacimiento ) hasta la revolución Francesa (primer período histórico en que la mujer fue vista bajo el crisol de una relativa igualdad) lo femenino siempre ha sido un asunto complejo para los grandes pensadores y sobre todo, la filosofia que reflexiona sobre los derechos y principios humanistas. Porque la mujer parece ser la excepción a esa necesidad de proclamar la igualdad como valor inalienable. Eso a pesar que Condorcet, filosofo y redactor de la Constitución revolucionaria ya insistía en que "O bien ningún miembro de la raza humana posee verdaderos derechos o bien todos tenemos los mismos; aquel que vota en contra de los derechos de otro, cualesquiera que sean su religión, su color o su sexo, está abjurando de ese modo de los suyos". No obstante tan preclara declaración no fue aceptada de igual manera en todos los círculos y mucho menos bajo los mismos aspectos. Con la llegada de Terror - y sus leyes limitantes y restrictivas para la mujer - quedó bastante claro que esas primeros análisis sobre los derechos femeninos fueron insuficientes - cuando no inútiles - contra esa gran concepción histórica del rol secundario de la mujer. Una percepción desconcertante, cuando no preocupante, de la necesidad de encontrar esa interpretación del género que sea capaz de asumir la inclusión - en la diferencia y quizás gracias a ella - como indispensable.

De dolor a la barbarie: La mujer y la violencia. 

La caza de brujas en Europa fue quizás uno de los momentos más oprobiosos de la historia Universal. No sólo por el hecho que instauró el hecho del uso del poder como una forma de represión histórica hacia quienes se consideraban inferiores sino que además, dejó muy claro que la figura de la mujer para Iglesia y estado, era poco menos que insignificante. Durante el siglo XV y principios del Siglo XVI, hubo miles de ejecuciones, torturas y detenciones en Alemania, Italia, Inglaterra y Francia. Según crónicas de la época, el 85% de los reos quemados vivos eran mujeres de todas las edades, desde niñas hasta ancianas que muy probablemente sabían por qué motivo se les encarcelaba y se les torturaba. En algunas regiones alemanas y en medio del furor papal y eclesiástico en la búsqueda de la histórica, había al menos seiscientas ejecuciones anuales. La mayoría eran llevadas a cabo sin juicio previo y bajo acusaciones sin fundamento. Y aún así, la Iglesia las consideraba los suficiente válidas como para llevar al tormento a las victimas. En Toulouse, cuatrocientas mujeres fueron torturadas y asesinadas a un mismo día. Como en otras regiones de Europa, ninguna de las acusaciones buscaban demostrar la culpabilidad del acusado: el mismo hecho de sospecharse su culpabilidad era una prueba lo bastante contundente como para provocarle la muerte. Las imputaciones eran tan absurdas como improbables: desde beberse la sangre de los niños hasta volar sobre pueblos y aldeas aterrorizando a sus residentes. Y sin embargo, la mayoría parecían estar sustentadas en algunas ideas que para la época resultaban inaceptables en la mujer: independencia y poder. En la hoguera inquisitorial murieron mujeres por el pecado de poseer conocimientos médicos e incluso por el simple hecho de brindar ayuda a parturientas, cuando la predica eclesiástica insistía que la mujer debía parir con dolor y riesgo para purgar su pecado original. En medio de la ignorancia y el terror, cientos de miles de mujeres sufrieron el oprobio y la humillación de ser consideradas animales, criaturas sin alma, por un poder eclesiástico que censuraba todo tipo de expresión personal de la mujer. E incluso censuraba su capacidad para amar y sentir placer.

Es quizás de esas nociones sobre la mujer malvada - la definitiva demonización de lo femenino - sea lo que tenga como inevitable consecuencia que la identidad de la mujer, su visión cultural e incluso su rol legal sean menospreciados y desvirtuados constantemente. Hay una interpretación insistente de la mujer como parte de una idea social que disminuye su reclamo por independencia y que aún hoy, forma parte de toda esa interpretación de la mujer como frágil, débil, dependiente y subsidiaria de la figura masculina. Una especie de cárcel de principios que incluso en la actualidad es parte de la visión cultural más extendida sobre la mujer y su mundo. Una condición que eventualmente la condena a esa torpe percepción sobre género en la que se insiste construir una idea.


La violencia, la agresión y la mujer: El temor como símbolo. 



La noticia de la violación y estrangulamiento de dos niñas en la India, me encolerizó pero lamentablemente, no me sorprendió. Lo que si debió sorprenderme — pero tampoco lo hizo — fue la opinión de un legislador local que opinó en Rueda de Prensa que (y cito) “Algunas violaciones son correctas”. No me sorprendió esencialmente porque durante los últimos meses las noticias sobre violaciones y agresiones sexuales a mujeres en el país asiático, han estado salpicadas además, de lo que parece ser una visión social que menosprecia lo que ocurre y que además, lo convalida por cierta insistencia en el hecho que la mujer “pudo provocarlo”. Inquieta y sobre todo indigna, que la apreciación no sólo sea parte de una opinión social — por otra parte presumible en un país conocido por su machismo sino que e considere parte de una cultura que premia el maltrato y menosprecia la gravedad de lo que una agresión sexual significa para una mujer. No obstante, la noticia solo es una entre miles, una de las tantas que han saltado a la palestra pública desde que la situación general de la mujer en la India se hizo parte del panorama mundial.

Desde las masivas protestas que desencadenaron la violación y tortura de una joven hace casi dos años, lo que ocurre fronteras adentro de la India se hace hecho visible al resto de la comunidad internacional. Con todo, la situación no ha mejorado sino que de hecho, parece deteriorarse. Eso, a pesar de las leyes y toda una serie de presiones locales e internacionales, que insisten en impulsar reformas que aseguren la protección legal y social de la mujer victima. Aún así, el problema parece radicar que en la India — y lamentablemente en buena parte del mundo — la situación de la mujer maltratada y abusada forma parte de ese subtexto que se normaliza, se acepta y se analiza como una visión común dentro del entramado legal y social.

Una circunstancia dolorosa, aún más cuando los casos de violencia y agresión sexual contra mujeres en todas partes del mundo, están salpicados además del maltrato de las autoridades que deberían proteger no sólo a la victima sino a sus familias. En el caso de la India, la situación se torna dantesca, cuando la compleja visión social del país, parece insistir en colocar en una posición poco que menos que humillante solo al que sufre la agresión sino al que aboga por justicia. Cuando las niñas ( dos adolescentes de 14 y 15 años respectivamente ) desaparecieron, de su hogar, el padre de una de ellas se apresuró a acudir a la policía en busca de respuestas. Lo que obtuvo fue la burla de los agentes a cargo y una total negligencia en lo que se refiere a cualquier proceso legal que pudiera haber evitado lo que las niñas sufrieron a manos de sus agresores. El padre insistió y cayó de rodillas frente a los agentes suplicándoles que hicieran algo pero solo fue amenazado por el grupo de policías. Por último, el padre fue desalojado de manera violenta del edificio del edificio e incluso amenazado por varios efectivos armados ( Con información de Avaaz: Un mundo en acción)

Preocupa, que la historia anterior solo sea una de las cientos que afectan actualmente no solo a la sociedad India sino a numerosas regiones del mundo. Desde el matrimonio infantil hasta la trata de blancas, el abuso de la mujer y la indiferencia legal sobre la gravísima situación que supone, es una constante que parece repetirse en condiciones idénticas a diario. La negligencia pero sobre todo, el menoscabo de la interpretación de la violencia como un hecho legal repudiable, parece ser un elemento común en la interpretación de la situación legal de la mujer en cientos de ciudades y poblados en varios continentes.

La historia de las niñas en India parece ser un símbolo de esa perspectiva sobre la mujer primitiva e incluso directamente nociva: solo gracias a la presión internacional, cinco individuos han sido detenidos y dos oficiales de la policía destituidos. Pero aún así, las estadísticas desconcierta y abruman: cada hora, una mujer es violada en alguna de las grandes ciudades del mundo. Al menos el 60% de las mujeres que sufren agresión sexual jamás denunciará el delito. Aproximadamente la mitad de ellas, sufrirá secuelas físicas y emocionales permanentes sin disponer de ningún tipo de ayuda terapéutica o médica para lo que sufre. El 70% de las agresiones sexuales en el mundo son cometidas contra menores de edad. El 25% por miembros de la misma familia. El 21% de las victimas quedarán embarazadas de su agresor.

Y sin embargo, el mundo continúa asumiendo la existencia de la violencia contra la mujer como un mal anónimo, sin rostro. Una estadística mínima que con frecuencia, parece sometida a una opinión social que denosta a la victima y de alguna manera, la convierte no solo en rehén del estigma que una violación supone en algunos países, sino que además, brinda un preocupante velo de impunidad al atacante. No puedo dejar de preguntarme entonces, ¿Hasta que punto somos conscientes de la cultura que promueve y también acepta este tipo de interpretación distorsionada sobre la figura femenina? ¿Hasta que punto somos responsables de esa aceptación silenciosa de la agresión legal que sufre con frecuencia la mujer?

Preguntas preocupantes que demuestran que aún la cultura occidental necesita replantearse su opinión sobre a lo que la agresión sexual se refiere y sobre todo, construir una visión sobre la violencia contra la mujer mucho más consistente y menos dolorosa que la actual.


Y más allá del género: Una lucha invisible. 

Venezuela es un país machista, de eso no hay duda. Y eso aunque se insiste con frecuencia que lo es mucho menos que otros países del hemisferio, lo cual es cierto, pero no hace menos preocupante la situación de la mujer Venezolana. Cuando le explico esa mezcla de ideas y de justificación histórica a mi amiga G., antropóloga dedicada desde hace unos cuantos años a la investigación de la identidad de la mujer en Venezuela, sacude la cabeza con una sonrisa resignada.

- El Venezolano es especialista en restar importancia a problemas elementales a través de la comparación - me responde - en lo referente a la mujer no es la excepción. Para buena parte de la sociedad Venezolana, somos mucho más abiertos que otras regiones del hemisferio por ejemplo, donde el machismo está bien visto y además se normalizó. Y eso puede justificar rasgos machistas por el mero hecho de no ser "tan graves".

Me horroriza la idea. En Venezuela las cifras de analfabetismo de la mujer superan con creces las varios de países vecinos a pesar de la propaganda gubernamental que insiste en lo contrario (puedes verificar la comparativa aquí) . Otro tanto ocurre con las estadísticas rojas de maltrato y asesinato, donde Venezuela se mantiene entre los primeros lugares de feminicio del hemisferio. También somos un país donde el embarazo adolescente ha aumentado de manera exponencial en los últimos veinte años, así como el abandono escolar femenino y la consiguiente profesionalidad. También Venezuela es uno de los países donde es más frecuente el uso de acoso sexual en oficinas y aulas. Una visión general que demuestra que nuestra sociedad asume que el menosprecio a lo femenino es la mayoría de las veces inevitable.

- No solo inevitable - me responde G. cuando se lo comento - sino que es parte de lo que se asume sucede. Somos un país donde el machismo es un elemento a tener en cuenta. Te lo enseñan desde pequeña: el muchacho pa' la calle, la mujer pa' la casa. La puta y la fácil, el hombre "puto". La madre que se enorgullece porque sus hijos jamás "lavan un plato". Son todo una serie de mensajes que se insisten y se repiten, y que calan tan hondo que se consideran naturales. No es extraño, que la mayoría de las mujeres en Venezuela te digan que no hay machismo porque "pueden hacer muchas cosas que en muchos paises no es bien visto", como si el mismo hecho de tener que tomar una decisión sobre lo que se puede o no hacer no fuera un acto de agresión intelectual. Hay un buen trecho recorrido pero mucho más por recorrer.

Pienso en sus palabras mientras camino por la calle. Las mujeres de mi país, celebradas como las más bellas del mundo, son quizás también, las menos conscientes de su necesidad de liberarse de cualquier estereotipo, cualquier idea que pueda limitarla. Pienso en todas las veces en que la palabra femenista se usa como insulto, y también, en la que esa necesidad de reivindicación como una forma de rebeldía injustificada. Sí, me digo, entre esta multitud de mujeres reales, espléndidas por derecho propio, este Universo femenino en un país en esencia matriarcal pero absurdamente machista, hemos recorrido un buen trecho, pero aún necesitamos alcanzar mucho más. Quizás una simple y mucho más poderosa, percepción de identidad.



C’est la vie.


Para leer:

En India, un dirigente dice que las violaciones “a veces están bien” (Clarín)
http://www.clarin.com/mundo/India-dirigente-violaciones-veces-bien_0_1151884903.html

Una joven de 22 años, violada, obligada a beber ácido y estrangulada en India (El Mundo)
http://www.elmundo.es/internacional/2014/06/02/538c8052e2704e67098b457a.html

India se prepara para el cambio (El País)
http://internacional.elpais.com/internacional/2014/04/17/actualidad/1397755915_311897.html

Encuesta: Violaciones en India, un gran problema (Animal Político)
http://www.animalpolitico.com/el-pulso/encuesta-violaciones-en-india-un-gran-problema/#axzz33rcM0PJI

martes, 24 de junio de 2014

El debate interminable: Fotografía y postmodernismo ¿Quienes son los testigos de un mundo saturado de imágenes?




Un fotógrafo aprieta su cámara entre las manos y esquivando perdigones, trozos de metal y balas, intenta fotografiar un duro enfrentamiento callejero entre un grupo de manifestantes y efectivos militares. El corrosivo olor de las bombas lacrimogenas lo sofoca a pesar de la máscara que le cubre el rostro. En medio de la confusión que le rodea, intenta captar una imagen de lo que ocurre. Lo hace, sosteniendo la cámara a ciegas, sin mirar el resultado, confiando en la experiencia y en el instinto, en la sensación de urgencia que le sofoca. Corre entre la multitud vociferante y enardecida, resbala. Levanta la cámara de nuevo. Una nueva imagen. Escucha gritos, alguien le golpea. La cámara contra el pecho, protegida. Una bocanada de aire. Unos metros más allá, un joven levanta el brazo, con una piedra entre las manos. Un funcionario uniformado le observa. Y es ese momento, de extraña belleza y mayor significado, el que capta el fotógrafo. El que conservará como símbolo de lo que vive y sufre.  Más tarde, escondido detrás de un montón de basura, intentará decidir si continúa, si regresa a la lucha  en medio de la confusión, de enfrentarse solo armado con el poder de la cámara, al caos. Y lo hará, sin duda, quizás convencido del poder de esa imagen que puede contar historias, de la fotografía que muestra la realidad.


La mujer escucha el sonido de las balas y el miedo la recorre, la empuja hacia adelante. Se arroja al suelo, cubriéndose la cabeza y después, todo parece ocurrir muy rápido. De nuevo, el sonido de la bala, gritos. Un cristal que se rompe. Alguien vocifera, la confusión se hace cada vez mayor. "Un herido" grita una voz irreconocible por el pánico. La mujer levanta la cabeza, y se encuentra a unos cuantos metros, el cuerpo tendido de un hombre desconocido. Hay sangre en todas partes: en la lujosa alfombra llena de salpicones, las paredes veteadas de rojo, en la camisa blanca de la victima. La mujer se levanta, como en un sueño, y le toma de la mano. No sabe por qué lo hace, no lo conoce. Es un hombre rubio que nunca ha visto antes en el hotel. Esta muerto o muy cerca de morir. Le aprieta la mano helada. ¿Que ocurre? Grita pidiendo ayuda, pero en el desierto salón donde se encuentra, solo se escuchan los gritos del exterior, quizás en la calle. Entonces escucha el sonido. Un sonoro y artificial "click". Levanta la cabeza. Una pequeña multitud la mira. Y un hombre, en medio de la confusión  extiende el teléfono celular que lleva entre las manos y toma otra fotografía a la escena. Cuando la mujer levanta la mano, para cubrirse el rostro o quizás sólo para rechazar esa sensación de profunda violencia que le invade ante el ojo observador - y casi despiadado - del otro, el desconocido toma una tercera fotografía. La mujer nunca sabrá quien es ni como ha llegado al hotel. Más tarde, verá su propia imagen, pálida y desencajada, de rodillas junto a una victima agonizante, recorriendo las redes sociales del país. La fotografía pronto está en todas partes, como un reflejo de la Venezuela cruda, de la violencia diaria. Una periodista la difundirá una y otra vez, y ante las quejas del publico insistirá que sólo se trata de "la verdad". Abrumada y desconcertada, la mujer no comprenderá  a que se refiere. Sólo siente dolor, una profunda sensación de perdida que no puede explicar.


El fotógrafo Joan Fontcuberta suele insistir en que la imagen fotográfica sufre un proceso Darwiniano, que no es otra cosa que una lenta y trabajosa evolución de mensaje - en estado puro - a una construcción visual más compleja que parece abarcar no sólo la imagen que se toma, sino la manera como se difunde.  Y es que actualmente, la velocidad y cómo se transmite y se comparte la imagen, parece mucho más importante, que el instante decisivo. La rapidez sobre el ojo que observa y transmite. Lo inmediato sobre el mensaje. Resulta perturbador comprobar que la necesidad de captar en tiempo real lo que ocurre, no solo prevalece sino que además sustituye la visión de la fotografía analítica, la que es capaz de subvertir esa visión de la realidad unidimensional y brindarle un lugar y un espacio fotográfico. Y es que la accesibilidad de medios ha convertido la fotografía que documenta en una decisión sobre la imagen como producto antes que como símbolo de la realidad que representa.

Del vehículo a la forma: La fotografía como fragmento del mundo más allá del lente.

Cuenta Fontcuberta, en su estupendo artículo "Por un Manifiesto postfotográfico" que cuando National Geographic celebró sus cien años de circulación, el número de la revista dedicado a la ocasión, contó muy ufana que era uno de los pocos medios de comunicación que brindaba unas condiciones de trabajo privilegiadas a sus fotógrafos.  Desde asistentes, helicópteros, hoteles lujosos, la revista se aseguraba que los miembros de su plantel disfrutaran de los suficientes recursos como para dedicar toda su atención a la fotografía. ¿El Resultado? imágenes extraordinarias frutos de una cuidadosa planeación. Por supuesto que, se trata de una honrosa excepción: la mayoría de los fotógrafos en zonas de conflicto o de complicado acceso trabajan en condiciones limitadas o incluso, ateniéndose a sus propios medios. Pero incluso así, la idea general parece sugerir que la fotografía necesita de recursos, tiempo y esfuerzo para crear un resultado óptimo o lo que es lo mismo, una aproximación al mensaje mucho más mesurado y profundo.

O así parecía serlo, hasta que la tecnología creo nuevos límites y reconstruyó esa idea de la imagen como metáfora, como una lenta construcción de símbolos y recursos. La fotografía se convirtió ya no en un meditado proceso que necesitaba una considerable inversión de tiempo para su análisis, sino en un resultado inmediato que podía obtenerse por medios relativamente simples. Y de esa simplificación del medio, también llegó toda una nueva interpretación de la imagen. Porque si ya no se requiere de un equipo muy especializado, ni tampoco de un límite de tiempo apreciable ¿Cual es el mensaje que se transmite en la imagen que se toma? ¿Cuales fronteras se transgreden desde esa visión de la fotografía como documento a la fotografía como reflejo crudo de la realidad? ¿Qué ocurrió cuando la imagen comenzó a sustentar ideas totalmente nuevas y quizás hasta ajenas a lo que se suponía hasta entonces era su sentido único y más profundo? Y es que nos encontramos con la fotografía que se reconstruyó como elemento anecdotico para convertirse en una pieza elemental de esa sociedad del consumo inmediato, sin intermediarios y quizás incluso hasta sin mensaje. Al fin y al cabo, los cuestionamiento que se hace cualquier fotógrafo - antes o después de admitir que la herramienta y la facilidad de la transformación construyó nuevos parámetros sobre el lenguaje visual - son bastantes simples: ¿La fotografía capta la realidad o la transforma? ¿Somos ventana o espejo de lo que ocurre? ¿importa acaso cualquier reflexión sobre el tema? ¿Qué sentido tiene asumir la responsabilidad moral de lo que se muestra en un mundo donde lo inmediato parece tener mucho más valor que lo real?


La masificación de la imagen ha invadido incluso espacios totalmente nuevos donde la fotografía antes se encontró en entredicho o en debate constante. Porque la fotografía se desacralizó, se transformó ya no en el documento meditado y profundamente intelectual de décadas pasadas, sino en un visión depurada a la que sólo parece sobrevivir la intención. La fotografía que se toma, ya no es tanto el mensaje que se muestra, sino la capacidad de mostrarla. Desde los incontables selfies que se toman por minuto en todas partes del mundo hasta el uso del celular como herramienta fotográfica, la imagen perdió su cualidad única - quizás también la unificadora - para construirse así misma como una idea que se repite. Una documento del presente tan borroso como inexacto. Cientos de imágenes que saturan las redes Sociales, periódicos y revistas transforman la visión de la fotografía en una simplicidad de origen, como si el mero hecho de subvertir esa pausada consideración de las ideas, construyera una nueva plataforma de la interpretación. Surge entonces la mirada de la fotografía que explora regiones antes prohibidas para la cámaras o siempre en cuestionamiento. La cámara como intruso, la cámara como observador forzado - forzoso -, la necesidad de creación y construcción del mensaje fotográfico que rebasa lo significativo - simbólico - en favor de lo evidente. Tal pareciera que la paciencia mundial, del observador anónimo no admite esa replica del análisis de lo que se muestra, sino que exige esa interpretación del ahora, a través de lo evidente y nominal más limitado y elemental.

Quizás ya por los años sesenta, Mashall McLuhan tuvo una idea bastante clara de la influencia del Mass media sobre la imagen. Imagino el mundo - esa infinita red de interconexiones y visiones de lo relativo que llamamos cultura - como una aldea global. Una experiencia masiva, sin limites ni restricciones, donde todo material es susceptible de convertirse en producto visual. Teorizó sobre la idea que la privacidad desaparecería, que la fotografía dejaría de pertenecer al ámbito exclusivo de fotógrafos y demás profesionales de la imagen y sería un fenómeno mundial. Para McLuhan, sin duda "el medio es el mensaje" y más allá de eso, la fotografía se transforma en el reflejo de lo que ocurre, de las imágenes que producimos espontáneamente e incluso, de las que se producen por la necesidad inmediata de reflejar el entorno.

Porque la imagen se convirtió en un lenguaje que desborda incluso planteamientos elementales como la privacidad, la moral, la ética. La imagen se difunde y se muestra por el mero hecho de existir, por la necesidad de construir una nueva visión de lo que es el lenguaje que se crea a diario y más aún, del que nace como consecuencia inmediata de esa disyuntiva. Una visión de la fotografía fragmentada a partir de un nueva interpretación universal sobre la identidad individual, lo privado y lo público. Incluso lo venial.


El observador, la intepretación y el teorema de la imagen: ¿Quienes somos? 


Hace unos cuantos meses, el fotógrafo Arne Svenson reavivó la polémica sobre los casi invisibles limites entre la privacidad, lo intimo y lo que puede — o se desea mostrar — con su exposición “The Neighbors” inaugurada en una galería de Chelsea de la ciudad de Nueva York. El fotógrafo muestra una serie de imágenes tomadas a sus vecinos durante la vida cotidiana: todas ellas tomadas sin el conocimiento del o los retratados, lo que ha provocado una diatriba sobre la privacidad, el arte por el arte, y los limites que definen — y delimitan — ambas cosas. La propuesta fotográfica medita además, sobre el privilegio del fotógrafo como observador y sobre todo, cual es el limite del derecho a la intimidad, como frontera del discurso visual.

En una época donde la identidad y la privacidad se encuentran siempre en entredicho, sorprende el revuelo que ha causado el trabajo de Svenson. El fotógrafo apela al anonimato, aunque sin lograrlo: las escenas cotidianas que capta a través del lente, reflejan la intimidad de sus involuntarios modelos de una manera tan directa, que la personalidad del sujeto fotografiado parece trascender incluso a los elementos que lo invisibilizan. La propuesta investiga y profundiza acerca del prejuicio fotográfico — el voyerismo inevitable, como le llamaría Helmut Newton — y más allá, analiza una serie de ideas que desconciertan al espectador. ¿Cuales son los limites entre lo que puede ser fotografiado y lo que no? ¿Existe en realidad alguna linea que no deba cruzarse en cuanto a la visión y propuesta fotográfica? ¿La intimidad nace de lo que invade la individualidad del retratado o solo se trata de una connotación — interpretación — del lenguaje visual del fotógrafo? A juicio de los indignados vecinos del fotógrafo, lo esencial del tema desborda lo meramente artístico:

“Esto es acerca de los niños. Si está esperando ahí con su cámara durante horas, ¿quién sabe qué clase de tomas tiene? Puedo reconocer objetos del dormitorio de mi hija” reclamó uno de los residente que aparece retratado en la serie fotografías, citado en un artículo del periódico New York Post.

No obstante, al analizar el trabajo fotográfico de Svenson, la identidad humana como conglomerado — más que como individualidad — trasciende el tema de que es privado y lo que no lo es. Su discurso sobre ese transcurrir de lo rutinario, muestra lo que probablemente es la arista menos digerible de la propuesta del fotógrafo: su negativa a identificar a quien fotografía. Para Svenson, la imagen no captura la esencia ni personaliza la imagen. De hecho, el pormenorizado estudio de lo cotidiano que muestran sus fotografías, representan una visión profundamente conmovedora del hombre: la belleza del día a día como una idea compartida, general. Las ventanas de Svenson, la limpieza de sus planos, la precisa intención de mostrar sin una opinión evidente, desconcierta. El observador promedio no está acostumbrado a una imagen que solo sea un ojo que sigue y capta lo diminuto, lo invisible, lo esencial para transformarlo en mensaje.

La polémica, por supuesto, no ha hecho sino aumentar, a medida que las opiniones escandalizadas señalan al fotógrafo como transgresor de lo que se considera una linea infranqueable. Una nueva aproximación con respecto a la ambigüedad de lo que consideramos intimo, privado, público y evidente. Recuerdo haber leído en un par de ocasiones, que a Nan Goldin le pasó algo semejante: Se le acuso de cuzar esa línea sutil entre lo privado y lo pornográfico — entiéndase como directo y crudo — de lo cotidiano. Y ella respondió: “si puede ser mostrado y es una evidencia documental de un hecho silencioso, es intimo. Lo privado carece de nombre. Lo intimo posee significado”.

Como lo veo, todo trabajo fotográfico trasgrede los limites de lo que asumimos aceptable: el fotógrafo evade las lineas convencionales de lo privado y lo intimo, para construir su propia versión de lo que ve o lo que en todo caso, elabora como concepto visual. En otras palabras, el fotógrafo siempre traspondrá la frontera invisible entre lo que puede — o debiera mostrarse — o lo que no — de manera voluntaria o quizás, no tanto. ¿Que resultó inquietante del trabajo de Svenson? ¿Que las fotografías fueron tomadas sin el consentimiento expreso de los retratados? ¿Es una violación a la intimidad lo que se muestra o la manera como se muestra? ¿Es una violación a la intimidad lo que se expresa o lo que se interpreta?

La gran conclusión es que quizás no existe diferencia alguna entre ambas cosas. O quizás sí, pero como señalaba Fontcuberta, se trate de un análisis conceptual de medios y herramientas, más que de mensaje. Y es que la gran pregunta que surge es quizás la más complicada de contestar: ¿Qué es lo privado y lo intimo en un mundo que rebasó y reconstruyó los limites de lo personal? ¿Hasta donde alcanzamos a comprender la revolución de los medios sobre el lenguaje fotográfico? ¿Como se admite la rebelión de la imagen sobre su simplicidad y que elabora una nueva percepción de la fotografía como documento visual individual?  Como diría Minor White, “Siempre estamos fotografiando con nuestra mente” y ese es un ejercicio que te hace convertirte en un observador — duro y en ocasiones obstinados — de la vida de otro, de la circunstancia de otro. La cámara en las mano, solo hace objetivo y material la intención. Pero esa necesidad de analizar la vida como una serie de escenas robadas a la privacidad de alguien más siempre crea un nuevo discurso fotográfico. Y lo hace a través de los medios y herramientas que suponen la fotografía un observador implacable. ¿Hasta donde nos conduce esa nueva percepción de la fotografía como lenguaje en estado puro? ¿Como elemento sintomático de esa acelerada reconstrucción de percepciones aparentemente absolutas como la individualidad y el ideario ajeno? Son cuestionamientos cada vez más frecuentes en quien asume la fotografía no sólo como documento, sino como algo más: Un reflejo de la realidad que circunda y coexiste.

La nueva visión de la fotografía como creación inmediata, anónima y casual.

C'est la vie.


Para Leer: 

Por un Manifiesto postfotográfico de Joan Fontcuberta --> http://www.lavanguardia.com/cultura/20110511/54152218372/por-un-manifiesto-posfotografico.html