lunes, 30 de abril de 2012

En soledad


En soledad, originalmente cargada por Miss Aster.

Hay un vacío en el que no se oyen las zapatillas.
Y otro más profundo: el que disuelve nuestras manos.
Y nuestro cuerpo. Y sólo flotan unos ojos
que no lo parecen. Aunque daría lo mismo
porque ya no pensamos con palabras
que todo lo confunden.

El Silencio
Julia Uceda.

Todos contra el malo: The Avengers.





Como hija de un fanático del Comic, crecí muy familiarizada con el mundo Marvel. Probablemente se trate de una cuestión generacional: imagino que si mi papá fuera un poco más joven, habría sido un gran coleccionista de Dc Comic en lugar de los tradicionales Marvel. Pero el caso es que, desde pequeña, todo este Universo de Super héroes, tan humanos como complejos, poblaron mi  imaginación. Y debo decir que siento fue una estupenda manera de crecer; imaginando estos mitos modernos, herederos de esa gran imaginaria Universal del héroe que necesita justificar su propia existencia en una eterna guerra entre el bien y el mal.

Por supuesto, he conocido la historia de Los Vengadores desde niña: no solo en la parte más práctica - que nació en el '63 como una respuesta directa a la Liga de la Justicia de Dc Comic. También conozco la historia al dedillo, no solo por haberla leído su buen par de veces, sino porque es parte fundamental de Comic actual. De hecho, es una de mis historias favoritas: la considero mucho más completa y sustancial que la endeble liga de la justicia.  De manera que cuando comenzaron los rumores de una versión cinematográfica de la primera historia, mi primera reacción fue preocuparme.

Recuerdo que el primer rumor que escuché, vino luego del estreno de la muy entretenida Iron Man ( dirigida por Jon Favreau y protagonizada por un Robert Downey Jr en estado de gracia ) allá por el año 2008. El resultado fue bastante superior a mis expectativas, pero con todo, me pregunté si se debía a la actuación de un actor capaz de dotar a Tony Stark de un mundano encanto tan creíble como inolvidable o a la calidad de la película en sí. Me preocupé un poco con su secuela, aunque me pareció que el personaje, a pesar del subito bajón de calidad del guión, conservaba algo de su fuerza. Luego vendría Un Hulk Irregular ( dirigida por Louis Leterrier y protagonizada por un deslucido Edward Norton ) y finalmente, las dos apuestas más costosas de la serie Marvel, encaminada a preparar el camino para la futura The Avengers: La muy correcta Capitán America ( dirigida por un inspirado Joe Johnston y protagonizada por Chris Evans, en un papel sorprendentemente sólido) y Thor, una obra de tintes épicos de guión muy irregular ( dirigida por Kenneth Branagh y protagonizada por un convincente Chris Hemsworth ). Servida la mesa, solo quedaba esperar al gran Plato fuerte de Marvel, su apuesta más ambiciosa y sin duda la más riesgosa: Hacer funcionar un reparto Coral de super estrellas, manteniendo un equilibrio lo suficientemente inteligente como para mostrar un espectáculo de entretenimiento convincente. Me tranquilizó un poco que el escogido para la odisea fuera Joss Whedon, viejo conocido del cine y la televisión de ciencia ficción, pero aun así, me inquietó que ocurriría al mezclar estos personajes tan disimiles como poderosos. ¿Un espectáculo vacío? ¿Un caos argumental?

Ni una cosa ni la otra. Para mi sorpresa y alivio, The Avengers resulta un espectáculo visual y narrativo de alto calibre.

Creo que lo más me sorprendió de The Avengers en su firmeza: la historia comienza sin embajes, con Samuel L. Jackson interpretando a un Nick Fury más que convicente. La historia fluye con facilidad, sin tropiezos, y en cuanto encuentra su propio ritmo no hay nada que la detenga. Me impresionó justamente el detalle que más temía pudiera fallar: el equilibrio. Whedon se las arregla para proporcionar un momento de brillante protagonismo a cada Superhéroe, dotando su propio guión ( que escribió a dos manos con Zak Penn ) de un energía trepidante. La historia no se detiene ni lo necesita: apenas toma un par de respiros, tal vez para crear una cierta tensión en la narración, pero cuando comienza a transcurrir de nuevo la acción, los grandes momentos brillan uno después de otro. Y que habilidad, tiene Whedon, para dejarnos sin aliento: ya sea con un Thor haciendo gala de sus grandes virtudes y defectos (  Chris Hemsworth borda su personaje con nuevos matices muy bien planteados ) a un Capitán América, todo bondad y corrección, pero sin perder un ápice de Carácter.  De hecho, uno de los puntos altos de la película, es la interesantisima manera en que interactuan los personajes, esa búsqueda de identidad que luego culmina con un gran Leivmotiv de magnifica elegancia.

Todos los actores encontraron una manera de dotar de vida a su personaje, creando nuevas facetas sin perder su personalidad: Mención aparte el despliegue de fuerza de Scarlett Johansson, con una Viuda Negra desconcertante. Más sorprendente aun, el Rol pequeño pero sustancioso de Jeremy Renner como Barton / Hawkeye, un personaje que se sostiene por si solo, a pesar de no poseer historia previa ni una narración concreta que pueda sustentarla. Pero mi mayor satisfacción fue sin duda la interpretación de Mark Ruffalo como Hulk: finalmente el Doctor Bruce Banner renace de sus cenizas para formar parte del equipo de superhéroes con gran dignidad. Una interpretación sensible, coherente y sobre todo que supo captar la poderosa dualidad del monstruo verde. También un alivio, que se encontrará la manera de recrear al Monstruo furioso de una manera casi realista, sin caer en caricaturas o atarlo a una historia de amor lastre. Otra decisión impecable de Whedon.

Si hay un punto bajo en la película es quizá el villano: No porque adolezca de maldad o crueldad - el actor Tom Hiddleston brinda a su personaje de una malignidad inquietante - sino que el personaje en sí, tal vez sea demasiado blando para tanto Super héroe junto. No obstante que  Loki brilla en cada una de sus escenas y enfrentamientos, sabe a poco enfrentado a la fuerza que despliega en todo momento el grupo de super héroes. Pero como digo, el personaje cumple su rol: es un Villano tan retorcido como su gemelo de tinta y sus aires de grandeza, contrastan con la mezquindad de sus motivos, herencia directa de la versión en comic. Aun así, extrañé quizá un Némesis más poderoso o probablemente, menos ambiguo que el Malicioso Loki de Asgard.

En resumen: The Avengers cumple lo que promete. Diversión de alto nivel, respeto absoluto por la mitología Marvel y sobre todo, brinda la oportunidad incluso a los que desconocen la historia de disfrutarla y paladearla con igual interés que un fanático en el tema. Tal vez no sea la película definitiva de Super Héroes - o quizá si, eso lo dirá quizá el Inminente estreno de la tercera parte de  Batman - pero si, es un gran espectáculo visual que no deja indiferente y sobre todo no decepciona a nadie.

¿La recomiendo? Sin dudarlo. Y aun más: te aseguro que cuando las luces del cine se enciendan - recuerda quedarte un poco después de los créditos para una escena extra - te sentirás con ese entusiasmo juvenil, sin edad, que solo el buen comic puede despertar.


domingo, 29 de abril de 2012

De los Domingos - que odio - y otros desvarios.





Creo haber mencionado varias veces, en este su blog de confianza, que detesto los domingos. Por ninguna razón en especifico, o tal vez por una tan general, que abarca todas las demás: me aburro. No sé realmente que ocurre con este día de descanso, que lo hace tan desabrido, intrascendente y largo. Supongo que tiene algo que ver con el tema que el día posterior hay que volver a la rutina cotidiana: hay un aire de definitivo final de la diversión en estas largas horas de nada que hacer, como no sea prepararse para el día siguiente. Con todo y a pesar del tedio, los domingos tienen su cierta belleza: una especie de brillo deslucido, una reliquia de la rutina que supongo seguirá siendo parte de nuestra historia muchos siglos más.


A veces sorprende, tal vez en mi caso porque soy en exceso impresionable, pensar que hace dos, tres siglos, los domingos, con sus lunes aparejados, ya formaban parte de su historia. Una cierta trascendencia que deambula de aquí para allá en la historia chiquita de lo cotidiano. Ya antes se había hablado del tema:  Rohmer y Salinger comentaron sobre lo inmutable, lo extraño del concepto del tiempo occidental. Y es que tiene mucho de ciclo, de historia que se repite, esa concordancia de estar viviendo una y otra vez, una historia que ya se vivió, que ya fue. ¿Lo has pensado? Salinger solía decir que el tiempo es un chiste, una perfecta ironía: no existe, pero a la vez, te define. Eres joven o viejo, niño o adulto. Duermes o despiertas, sueñas o caminas. La linea es concreta, y si la sobrepasas, entras en un extraño terreno del no - tiempo: algo tan poco real como el mismo hecho de creer que la cronología tiene consecuencias. Pero allí estamos: celebrando cumpleaños, esperando el día viernes con ansiedad, sintiendo la inevitable melancolía de los lunes. Cada día y cada hora con un significado, ir y venir. Un enorme reloj dando vueltas una y otra vez con nosotros correteando entre las manecillas.

Que bonita y rara imagen. Y me inquieta un poco que quizá sea cierta.

De manera que como hija del tiempo occidental, miro mi diario cotidiano como una colección de semanas y días: en esta en particular, estuve bañándome  en libros, en mundo exterior, en encontrar cierto equilibrio entre mi vida laboral y personal, en comenzar los viejos proyectos y construir los nuevos. Y tal vez, mientras el tiempo avanza - conmigo sentada en su interior, viendo pasar escena tras escena a través de una enorme ventana cristalera -  veo como mis decisiones para siempre se agrietan inevitablemente (pero las cosas con grietas pueden durar mucho tiempo: una vida humana incluso).

Todo es un tópico, dijo Henry Miller una vez. Sin duda, la mayoría de las cosas lo son: Tomo manhattans (sin cereza) y con un sabor tan agrio que me hacen estornudar, para estrenar que tengo una coctelera que aún no había estrenado (y que compré en un arrebato en esos diciembres inolvidables de la Caracas consumista ) y la edición de "Orgullo y Prejuicio"que venía soñando un par de años. También tengo otras cosas (nuevas, quiero decir) y ahora mismo un montón de sueño. Y unas cuantas cosas que hacer antes que este domingo sin forma, sin colores ni nombre propio acabe. ¡Maldita costumbre de procrastinar! Igualmente no me quejo: Toda mi vida he perseguido esta sensación de no entender el tiempo. Y ahora realmente llegué a ella. O probablemente jamás lo entendí y ahora lo asumo con esa entereza de la gente para quién el tiempo es una sucesión de ideas. O de párrafos. O de fotografías.

De manera que, deambulemos por este domingo medio deshilachado y borroso. Sin otra necesidad que comprender y muy probablemente, aguardar el siguiente momento a moldear en mi imaginación.

C'est la vie.

sábado, 28 de abril de 2012

En medio de los extremos: Machismo, feminismo y todos lo que sobrevivimos entre ambas cosas.



La cosa comenzó  más o menos así: estoy leyendo mi TL de twitter a altas horas de la noche - método dudoso para distraer el insomnio - y de pronto, leo esta frase: "Las feministas son las mismas que le salen telarañas en la Concha". Parpadeo, pensando que se escapó algún fanático machista en mi constante purga de locos entre quienes leo, y me sorprendo cuando compruebo que quién escribe la frase, es una chica. Y muy joven por cierto. Que extraño efecto de rebote ha tenido el feminismo extremo, pienso perpleja  y  después, no puedo menos que preocuparme: ultimamente las mujeres la tenemos complicadas en esto de buscar una definición sobre nuestra propia identidad.

No soy feminista, ni mucho menos. Mi abuela, quién era una mujer muy progresista, me educó de la misma manera que a mi madre: comprendiendo que hay una evidente, consistente y concreta diferencia entre la manera de pensar de un hombre y una mujer. Y eso es bueno. Sano, de hecho. Recuerdo que mi abuela siempre solía insistir en el hecho que esa diferencia era una manera de equilibrar la naturaleza: ambas formas de ver el mundo se completaban para crear un concepto muy sustancioso sobre eso tan complejo que llamamos realidad. De manera que crecí convencida que la mujer  - y el hombre, claro - buscan y necesitan un compañero. Un punto de equilibrio, alguien que le ayude a ver el mundo de una forma completamente distinta a la suya.

Por supuesto, después crecí y me enteré sobre la lujuria, el pasatiempo del sexo, la soledad, el temor, la alegría, el mero enamoramiento y todos esos interminables matices que forman el mundo emocional del ser humano. Pero continuó pareciéndome que el hombre y la mujer se miran uno al otro con gran curiosidad e interés. O las mujeres entre sí, o los hombres. Cualquiera sea tu preferencia, en realidad.  En la cama y fuera de ella, en la mesa y en la calle, conduciendo y solo conversando, somos un binomio que busca completarse, que intenta entenderse, que le irrita la diferencia y a la vez, intenta abarcarla con un esfuerzo de imaginación. Como sea el caso, una mujer y un hombre son identicos, solo que en extremos distintos de una amplia dimensión de ideas y conceptos a medio construir.

Entonces llegué a la Universidad y conocí el feminismo. O lo que en Venezuela se asume por feminismo, que es aun peor que el real.

Tuve muchísimas amigas "feministas" mientras estudiaba leyes en una Universidad de mi ciudad. Era muy joven entonces: terminé la secundaria siendo una adolescente y sin saber muy bien como, me encontré estudiando con un grupo de adultos jóvenes quienes me adoptaron como una especie de mascota. Lo acepté con cierta resignación y traté de acostumbrarme a la idea. Los acompañaba a sus aburridas películas de autor, intentaba leer sus libros de grandes pretensiones sin mucho interés - y nunca mencionar que tal vez era mi segunda relectura del aburrido libraco - y claro, está escuchar sus ideas sobre el mundo con un minimo de respeto. Porque si algo aprendí de ese primer choque con el mundo adulto, es que las ideas más populares son una especie de fuente inagotable de argumentos incompletos y sin sentido.  Y justamente eso me pareció el feminismo tropical de la mujer latina: esa "cuaima" insegura que vociferaba que ningún hombre podría "joderla". O la que "no necesitaba un hombre para vivir" o simplemente la que consideraba al sexo masculino "primitivo y pendejo". Lo escuché todo, entre aterrada y desconcertada, y la mayoría de las veces, preferí guardarme mis opiniones al respecto. Después de todo, era la adolescente aun con ortodoncia en los dientes, entre mujeres que ya exhibían un anillo de bodas en el dedo anular.

Pero la cosa fue tornandose cada vez más grave. El feminismo de los gritos, se contraponía al machismo tradicional de nuestro país y pronto descubri que en medio de todo eso, subsistian los sobrevivientes como yo, que no pertenencian ni a un bando ni a otro, y que mucho menos se sentian identificado con ninguno de ellos. La primera vez que sentí alivio al hablar al respecto, fue cuando me hice amiga de una chica cuya primera frase me demostró que estaba tan harta como yo del tema del hombre, la mujer, y la guerra de los sexos.

- Si no vas a hablar de películas, libros, pendejadas varias  o televisión, mejor te callas - casi me escupió a la cara. Y puede parecer muy agresivo, si no entiendes que ambas debíamos transitar en un mundo donde el pan de cada día era es especie de batalla dialéctica entre las mujeres y los hombres intentando demostrar su supremacia. De manera que casi grito aleluya con aquel comentario.

Poco a poco, las tímidas, las que no discutían a gritos con los hombres o se vanagloriaban de su "carácter", las que no teníamos grandes senos que mostrar - o quizá si, pero no a toda hora - las normales, en suma, nos reuniamos en una especie de grupo de protección mutua. Nos llamabamos a nosotras mismas: "las locas bohemias" y ese simple apelativo, esa idea tan concreta de nuestro mundo, nos permitía sobrevivir a aquella extraña manera de entender a la mujer que parecía muy propia de nuestro circulo y nuestra cultura. Siempre me sorprendía esa necesidad de la "femenista" venezolana por demostrar que podía "dominar" al hombre, que al parecer era concebido como un necio sin voluntad, y esa idea más o menos amplia, que las relaciones de pareja eran una excusa para el beneficio mutuo. Sexual, social, cultural, pero había allí un intercambio de satisfacción que distaba mucho de mi interpretación - muy idealista, lo reconozco - de la pareja y la forma de entender esa extraña dinámica entre el hombre y la mujer.


De esa época conservo mi natural temor hacia la "cuaima" gritona y sobre todo, hacia la mujer y el hombre en la "lucha de los sexos" convertida en una caricatura de estereotipos, más que un real enfrentamiento de ideas, que también es válido.

De la Cuaima al mundo femenino:

Cuando comencé a cursar mi segunda licenciatura Universitaria, conocí, de hecho a las primeras feministas reales de mi vida. A las del hecho concreto, a las que estaban convencidas que la sociedad patriarcal en que vivimos está presente en cada cosa que hacemos, en cada idea que se fomenta, en cada forma de ver el mundo que forma parte de la cotidianidad. Y por supuesto, sé muy bien que Venezuela es un país donde la figura masculina es exaltada en detrimento de la mujer, pero este femenismo de "librito" tenía el mismo rasgo histérico, primitivo y violento del machismo contra el que decía luchar. Ya por entonces, era una joven mujer con unas cuantas relaciones a cuestas, algunas buenas, otras extraordinarias, unas cuantas francamente pesimas. Y con esa pequeña experiencia, todo el discurso del "género superior"  - cual sea - me llenó de un supremo aburrimiento, y peor aun, la sensación que los hombres y las mujeres - al menos en mi país - intentaban sobrevivir al sexismo de la peor manera posible: caminando hacia los extremos sin mirarse uno al otro.

Por entonces, me encontraba en una plena toma de conciencia de mis valores más personales. Mi abuela llevaba casi cinco años de muerta, pero seguía estando muy presente en mi vida: su insistencia en la igualdad basada en el respeto de las diferencias, seguían siendo parte del caldo de cultivo de mis ideas y con el tiempo, se convirtió en un pensamiento que jamás abandonaba del todo. Además, como bruja, mis ideales sobre la feminidad tenían un lugar preponderante en mi vida. Y tal vez por ello, sentí un rechazo visceral hacia ese concepto tan irrisorio del mundo "para mujeres", de la misma manera que lo sentía por la perspectiva de "un mundo patriarcal". Ambas vertientes, ambas luchas, carecian no solo de sentido, sino de absoluta sustancia. En silencio, profundamente aburrida, me sentaba a escuchar los largos debates sin resolución de las femenistas, que con el cabello corto y sin maquilaje, ropa sucia y mucha ira, gritaban a quien quisiera escucharlas que estaban "libres" de la dominación del "macho estético". Aquellos delirantes discursos me sobresaltaban y la mayoría de las veces me hacían reír, aunque más de una vez, entré en discusión solo por el mero hecho de intentar comprender hasta donde podía llegar el extremismo como perspectiva de tu propia identidad de género. Eran discusiones universitarias, claro, a salvo del mundo real. Recuerdo una en especifico, donde una de las exaltadas oradoras, pareció ofenderse por mi evidente falta de interés por aquellos planteamientos que bordeaban la histeria.

- Allí estas, toda maquillada y peinada - me gritó - una viva muestra de la esclavitud de la estética masculina. ¿Para quién te arreglas como una puta? ¿Vendiendote como ganado?
- En realidad me maquillo para mí, tengo ciertas ideas sobre el maquillaje y el ritualismo - le expliqué, un poco atolondrada por su planteamiento. Pero a la mujer mi respuesta pareció enfurecerla aun más.
- Rituales masculinos.
- No, rituales del subconciente. Lo dice Jung - levanté el libro que llevaba entre los brazos - no creo que tenga que ver nada con una necesidad mia de combatir al "macho opresor".
- Todas lo desean - la discusión había atraído a un cierto número de espectadores, que nos observaban a ambos entre divertidos y confusos - Todas desean ser admiradas, queridas y aceptadas.
- Eso es un rasgo común en todos, no solo femenino. Todos queremos ser queridos y aceptados, no solo las mujeres.
- Pero la sociedad nos obliga!
- Tu puedes aceptar o no esa idea social sin agredir a nadie. Eres tan machista como un hombre, solo que en lugar de declarar que la mujer es inferior, insistes que es superior.

Me encontré gritando sin saber como y cuando me callé, mis últimas palabras quedaron flotando en medio de ese silencio incomodo de una discusión que llegó a un final tortuoso. La chica me miró dolida, y de hecho, yo misma me sentí profundamente angustiada por todo aquello, por esa debate sin mayor importancia que llevabamos a cabo en mitad de una Universidad, perfectamente protegidas del mundo real. Cuando el grupo de espectadores se disgregó, me disculpé con la chica, pero ella me miró con ese odio de quién se siente traicionado. Y entendí, no sin cierta preocupación, que parte de su furia provenía del pensamiento de como podía yo mujer, no entender que el mundo masculino estaba allí para agredirnos. O al menos esa era su visión de las cosas.


Tal vez, fue en ese mar de ideas que comprendí que nunca había sido feminista. Ni lo sería. De hecho, me aterraba la militante y deformada idea de feminidad que vendían este grupo - bastante numeroso por cierto - de extremistas de género. Porque si bien, siento una repugnancia insoportable hacia los machistas, esa violento intento de supremacio del macho primitivo, también siento un sentimiento muy semejante por su reacción exacta, por esa manifestación de odio del feminismo agresor, de quienes creen que disminuyendo al hombre pueden alcanzar algún tipo de superioridad conceptual.  Y es esa idea del hombre y la mujer eternamente enfrentados, uno al otro, no solo a nivel social, sino cultural y psicológico, lo que siempre me ha parecido debe debatirse, argumentarse, comprenderse. No ese odio tan primitivo como desdibujado que provoca el mero extremismo.

Por supuesto, con los años, mi opinión ha seguido evolucionando, lo cual creo que es bueno. Como mujer en los primeros años de su treintena, he aprendido a comprender mi propia identidad - la de la mujer, la profesional, mi identidad de género - como parte de una idea social que me engloba a mi misma como individuo. Claro está, sé que vivo en un país machista, y sé desde luego, que diariamente debo enfrentarme a un país donde se infravalora a la mujer, donde la feminidad es cuestionada y poco apreciada. Pero aun así, me niego a caer en el extremismo absurdo, en creer que destruyendo esa necesidad de equidad, en la diferencia, puedo obtener algo más que una ligera frustración. Y es que creo que como mujer, siempre estaré consciente que mi lucha por mis derechos tiene que ver mucho con una búsqueda de igualdad, más allá de cualquier idea de superioridad o reivindicación. Porque el tema no quién tiene mayor valor, sino cual es mi valor en el ámbito de todas las cosas.

Sonrío, ante esta nueva generación de mujeres que gritan sobre telarañas en la concha y otras menudencias y me pregunto, como serán las luchas del futuro, cual será la forma como la mujer encuentre su propia identidad en medio del legado histórico que debe manejar. Y me llena de una pequeña, pero brillante satisfacción pensar que tal vez, esa idea de mi abuela sobre la mujer y el hombre iguales, en medio de su profundo antagonismo, aun tiene mucho que crear, que construir, que avanzar.

Una forma de esperanza, quizá.

C'est la vie.



viernes, 27 de abril de 2012

Naufragio entre almohadas: delirios nocturnos sin mucho sentido





La cama es un lugar especial. Y no, no por las razones que el posible lector imagina al leer esa frase ( aunque las incluye, claro está ). Nuestra cama, o todas nuestras camas, son una parte invisible, casi extravagante pero por completo indispensable en nuestra vida: en ella sentimos placer, amor, odio. Hay camas llenas de lágrimas, de sueños y pensamientos. Hay camas que navegan en la tristeza y otras en el pleno erotismo. Las hay silenciosas, repletas de pensamientos, de dudas  e insomnios mal doblados. Y también las que rebosan de arte: Una vez leí que Frida Kahlo llamaba a su cama "el gran barco errante" y no es para menos. Luego del terrible accidente que marcó su vida para siempre, la vida de Frida transcurrió - al menos su mayor parte - en una cama: la del Hospital, en la larga y tortuosa recuperación. Y más adelante, como nido de sus angustias y ese furioso talento suyo que la plasmo en plena recuperación, en la belleza y la enfermedad, en la tristeza y el silencio, en la decadencia y en la muerte. Una historia de un barco que naufraga lentamente, a través de los años y desde el cual, Frida intentó navegar con mano firme, sin lograrlo siempre.

Quizá no todos tenemos una relación tan intensa con nuestra intimidad como la tuvo la gran artista, pero la tenemos. Porque de eso se trata justamente esa alegoria de la cama, el lecho de guerra y amor, la tristeza y la belleza. Ese silencio a dos aguas, donde yace la incertidumbre o florece la ternura. Y es intrigante, que más allá de la metáfora, nuestra cama sea una parte irresoluble de esa personal visión de nuestro rostro más privado. Tendidos en la cama, dormidos soñando. O envueltos entre piel y lentos murmullos, encontrando un sentido al dolor y al placer más profundos. Tal vez, solos en la oscuridad, perdidos entre pensamientos. Las largas noches de insomnio, bañadas de extrañas incertidumbres y brillantes cuestionamientos. Todo eso y más, envuelve esa pequeña isla rodeada de palabras nunca pronunciadas, que es nuestra cama. Esa región de sombras más allá de la memoria.

Una alegoría simple, pienso, mientras me levanto de la mía. Rodeada de libros y hojas repletas de párrafos a medio terminar,  mis fotografías y las de otros, pequeños trozos de negativo, trocitos de papel que he arrancado de alguna parte y no recuerdo porque. Mi gato duerme en una de las esquinas y levanta la cabeza, los ojos brillantes en la oscuridad y luego, simplemente vuelve a dormir, quizá un poco aburrido de mi constante deambular de un lado a otro. Sonrío,  me siento entre todas mis cosas, en la oscuridad, a mitad del insomnio y a medio camino del amanecer, disfrutando de esa tranquilidad intangible de la noche, suspendida errante sin una hora concreta. Y siento paz. Tal vez el único momento de mi vida, donde disfruto de esa tranquilidad de no esperar y no temer, de no encontrar otra cosa que simple alivio en este no ser de la madrugada, de la noche que no es noche, sino es que simple pensamiento.

Extiendo la mano y tomo cualquier libro. Al azar. Como me gustan esas cosas: como accidentes sin sentido. Levanto un viejo conocido: La primera novela de Bryce que leí, hace ya catorce años (era abril y yo tenía diez y seis). Lo sostengo entre los dedos. Y es como si el mundo ondulara a mi alrededor. Siempre me hizo sonreir el titulo del libro, aunque no supiera porqué:  No me esperen en abril. Lo compré en la vieja Librería Suma, de una Sabana Grande que ya no existe. Estaban a punto de cerrar - debían ser las seis de la tarde y algo más -  y recuerdo que cuando lo hice,  puse mi mejor cara de adolescente-lectora-que-estaba-demasiado-enganchada-a-su-libro-para-percatarse-de-la-hora que para mi sorpresa, funcionó con el librero recién contratado, que me lo vendió a pesar que el dueño se detuvo en la puerta  a esperar - con mal humor -  para cerrar la libreria. Abril es el mes en que descubrí al que fue tantísimos años mi escritor favorito. Seguramente mañana, a la luz del sol, este recuerdo perderá sustancia, incluso significado. Será uno de tantos, de esos que atesoro sin saber porque y de vez en cuando arrojo a algun lugar de la memoria, por no entender lo suficiente porque me produce una emoción casi imprecisa. Pero ahora mismo, en la hora sin nombre, en pleno insomnio junto a mi cama, siento una ternura interminable, como un valle sin fronteras. Y tiene significado, y belleza. Una profundidad inesperada. Abrazo el libro, lo acuno, me tiendo en cama, mirando la oscuridad.

Que exquisita, esta paz, sin duda.

Esta capacidad de soñar.

C'est la vie.

jueves, 26 de abril de 2012

La sutil diferencia entre el Patriota y el Patriotero: La Venezuela que vivo vrs la Venezuela irreal





Cualquiera que me conoce lo sabe: amo a Venezuela. A pesar de todo. Soy de las que se enorgullece por las glorias patrias,  la que apoya a la VinoTinto con ese espíritu torpón de quien no conoce mucho del deporte Rey pero siente pasión por la selección nacional, lee escritores nacionales con mucho placer - los buenos, al menos -, y está firmemente convencida que mi país, es hermoso. Sí, insisto, a pesar de todo. Pero no obstante de toda esta mezcla de sentimientos que van desde ternura a simple identificación con mi tierra, no soy patriotera. Y jamás lo seré.

¿Y que es ser patriotera? No disculpo a Venezuela - a su sociedad y cultura, mejor dicho -, por sus errores, no los disimulo, los minimizo o los justifico. ¿Por qué celebrar el gentilicio intentando ignorar todos los problemas que atravesamos? ¿Por qué llamarme Venezolana implica que no acepte que el país atraviesa quizá una de sus peores épocas? Nunca entendido la insistencia de los que suponen que esa nacionalidad espiritual, esa conexión con la tierra donde se nace, implica una cierta ceguera selectiva. Y actualmente Venezuela necesita, como jamás antes lo necesitó quizá, ojos bien abiertos, ideas muy claras del camino en el cual transitamos, perspectivas concretas hacia donde nos dirigimos como Venezolanos, como miembros de esta circunstancia rodeada de ideas que llamamos país.

Pero ser Patriotero parecer ser una moda actualmente. E impresiona el hecho, que toda la política Gubernamental esté basada en un falso orgullo hacia justo lo que hace nuestro país una sociedad en descomposición, una fragmentada cultura a mitad de un supuesto cambio histórico: la ausencia de conceptos propios. Porque si en algo resulta confusa esta "Venezolanidad" del siglo XXI es su increible parecido con el Chauvinismo Hitleriano del `45, o con la euforia patriotica Italiana del '43, con un Benito Mussolini gritando consignas vulgares para deleite de las masas que le apoyaban. Que preocupante, sin duda, esta necesidad de imponer ideas sobre una Venezuela irreal, creada a partir de una campaña publicitaria deficiente. Que doloroso que la Verdadera Venezuela, la que vivimos a diario, la de todos los días, la del ciudadano de a pie,  quede oculta por el discurso que insiste en lo artificial, en el discurso político de "eres más venezolanos mientras más resignados te encuentres a sobrevivir". Algo inaceptable, si eres como yo, de los que aspiran a construir tu propia historia en el suelo que te vio nacer.

Patriota o resignado, he alli el dilema:

Toda esta locura nacionalista comenzó, si mal no recuerdo, con la interminables elecciones presidenciales que este gobierno ha propiciado. Y es que es un recurso infaltable en todo régimen que desee imponer sus ideas arropado en un baño de masas y popularidad, apelar a la emocionalidad y al sentimiento patriotico de sus ciudadanos. Ese Chauvinismo tan antiguo como la lucha del poder. Porque sin duda, es un recurso que dificilmente puede ser rebatido sin entrar en una incomoda zona de grises que cuestiona la propia idea de país: ¿Como niego que mi país es el más hermoso? ¿Como debato sobre los defectos de mi gentilicio sin denigrar de mi propia identidad nacional? Tal vez sea un poco ese juego de valores y ego, lo que hace al Nacionalismo extremo un arma tan conveniente en momentos de confusión ideologica como la que vivimos. Aun así, siempre habrá un resquicio de duda, una idea que supera cualquier orgullo a ciegas: la necesidad de perfeccionar esta casa Grande que llamamos país, de encontrar una manera más concreta que la mera celebración de virtudes inexistentes para levantar el futuro.

Por supuesto que el debate se hace interminable. Ser Patriotero está de moda. Muy conveniente por supuesto, si analizamos que la idea de ese patriotismo exacerbado implica mirar a otra parte cuando hablamos de cifras de desempleo, inseguridad, mala administración pública, deterioro en los servicios públicos. Esa identificación del ciudadano común del Gobierno en ejercicio con la identidad país es sin duda alguna, la manera más eficaz de evitar criticas directas, de desviar las peticiones de ayuda, hacia esa amplia generalidad que suele llamarse con tanta libertad " ideas apatridas". El estado como personificación de la abstracción de país, del fundamental concepto de Patria al que todos somos sensibles. Y es en ese juego interminable de objeciones y acusaciones,  donde encontramos ese terreno de nadie donde "La patria es pura", "Nuestro País es lo mejor" y la justificación a todo el caos que actualmente vivimos en nuestro país.

En ocasiones camino por la calle, un tanto abrumada por la identificación de la mitología nacional que este gobierno impulsa, y me pregunto que es la Patria. ¿Este conjunto de símbolos caricaturizados? ¿Esta identidad deformada por la insistencia de creer que Venezuela es solo lo que puede representado a través de una idea política? Me niego a creerlo. Y de hecho, cada día estoy más convencida que mi mejor y más consistente manera de ser Venezolana, está en la critica, en la necesidad de cuestionar lo que ocurre y lo que creo podría mejorarse. En soñar con un país donde la identidad no esté supeditada a un pensamiento político o al gobierno de turno, o a la resignación elemental de creer que "Venezuela es así".  Y por tanto, lo hago, a diario, de todas las formas que puedo. Construir el país que creo merecemos como gentilicio y abstracción cotidiana.  Porque Venezuela es mi hogar,  mi país es el lugar donde aprendí a comprender el mundo, y por lo tanto, mi personalisima esperanza de futuro.

C' est la vie.

miércoles, 25 de abril de 2012

La opinión de Dios: cuando parece que todos la saben.



Creo que a más de uno de mis apreciados lectores le debe haber ocurrido una escena parecida a la que describiré a continuación: se menciona la palabra "Dios" en cualquier contexto y de pronto, un interlocutor de inmediato protesta. No importa cual sea el tema o el tópico, la cuestión es que la opinión será virulenta si con la admonición viene incluida algún tipo de opinión personal.

Ejemplo número 1:

En la fila de un local de comida rápida. Reviso rápidamente los menús sugeridos y me decido por uno cualquiera. En realidad, no tengo mucho apetito, pero se me antoja una hamburguesa. Sin ningún motivo concreto. Para redondear la situación, diré que nos encontramos en plena celebración de la Semana Santa Cristiana.

Hago el pedido en voz alta. Y mientras el cajero cobra el importe, una mujer de cuarenta y tantos, a quien nunca he visto y que tiene algunos minutos observándome desde algún punto de la fila que aguarda, se inclina hacía mí. 

- Es pecado comer carne los viernes de Semana Santa - murmura. Me vuelvo sobresaltada. Ella me observa, con toda la seguridad que le otorga su creencia. En un principio, pienso en no responder, pero el mal humor me gana de mano.
- ¿No eran diez mandamientos? ¿O hay varios más para las cosas cotidianas? - respondo. En voz demasiado alta, me parece. La mujer frunce los labios reprobadoramente.
- Esto no es cosa de juegos. Es una cuestión de respeto.
- ¿Hacia quién?
- Hacia Dios.
- ¿Le respeto no comiendo carne?
- Eso dice la biblia.
- ¿Donde?

Silencio. La mujer me mira ofendida y luego se voltea, . A mi alrededor, varias personas observan la discusión bocabiertas, entre sorprendidas y hasta divertidas. El cajero aguarda, con mi tarjeta de crédito entre los dedos aun. Cuando me vuelvo hacia él, se sobresalta.

- ¿Aun querrá la hamburguesa? - pregunta. Sonrio, casi suelto una carcajada.
- Claro.

No responde. Inclina la cabeza y parece olvidar el extraño altercado que acaba de ocurrir. Entre tanto, la mujer sigue protestando en voz alta, murmurando con su acompañante sobre mí, supongo. Y me encuentro preguntándome que le hace suponer que puede influir en las creencias ajenas, en su manera de ver el mundo, solo porque son las suyas, solo porque forman parte de su perspectiva sobre el tema de la religiosidad. ¿Es acaso es una especie de arrogancia cultural, donde la religión, o en todo caso tu creencia sobre ella, influye positivamente sobre el comportamiento ajeno? Algo así ha de ser, pienso, mientras tomo mi bandeja y camino hacia una de las mesas. La mujer continua murmurando furiosamente. De hecho, el cajero me dedica una mirada rápida, casi preocupada. Pero yo me dejo caer en uno de los asientos de plástico, desenvuelvo mi hamburguesa y con un placer casi...pecaminoso - lo admito - le doy un gran mordisco, mientras imagino la furia de mi improvisada consejera, quién debe sin duda estar reprochandome mi poco interés por el futuro de mi alma. Porque a eso se resume todo esto, ¿verdad? Ese aparente deber de los que fervientemente religiosos por salvar el alma de todos quienes le rodean, incluso aunque estos - como yo - no estén particularmente interesados en el tema.

Ejemplo número 2:

Estoy sentada a la mesa  de un café con varias amigas. De pronto, sale a colación el tema sobre la admisión de mujeres tránsgero en los diferentes concursos de bellezas alrededor del mundo. De inmediato, el tópico causa revuelo entre nosotras. Todas comentamos - y al mismo tiempo - nuestra opinión. Y de pronto mi amiga A. ( que seguramente se irritará muchísimo porque cuente esta anécdota ) levanta la cabeza e intenta poner fin a la discusión con una sentencia que supongo, considera terminante.

- Eso va contra las leyes de la naturaleza.

Todas guardamos silencio. Imagino que estamos acostumbradas ya, después de conocernos por casi diez años, a las opiniones tajantes que A. emite de vez en cuando, amparada - como no - en su religiosidad. Mi amiga es hija de una pareja de Luteranos ingleses y de alguna manera, su visión del mundo tiene algo de ese ascetismo concreto y muy duro de la visión de sus padres. Aun así, creo que hoy no estoy para disimular la incomodidad que siento, de manera que suspiro y tomo un sorbo de café, preparándome para la discusión que ocurrirá a no tardar.

- ¿Según quién? - pregunto. En tono casi inocente, debo decir. Pero es evidente que A. entiende a la perfección mi sutil critica. Me observa.
- Ya sabes quién.
- No, no sé. ¿Quién escribe las leyes de la naturaleza?
- Dios.
- Y te las dictó directamente.

El resto de las reunidas nos observan con los ojos muy abierto, alternativamente, siguiendo el contrapunteo de palabras como si de una partida de tenis imaginario se tratase. Pero nadie comenta. De hecho, noto la incomodidad, la sensación de "Vamos Agla, no hace falta llegar a esto". Quizá es verdad: no hace falta, pero vamos a llegar. De pronto me siento un poco abrumada, y me pregunto de donde salen todas estas ideas, inconclusas y a medio construir sobre el mundo. La religión es la respuesta? Y no me refiero a la espiritualidad, a la decisión de cada quién de aceptar la idea de la divinidad como mejor le parezca, sino a esa concreción de la religión establecida, que pretende dogmatizar incluso las opiniones más minimas sobre el cotidiano, la realidad, incluso el pensamiento más personal.

- No Aglaia - estalla finalmente mi amiga - pero un tránsgenero es algo contra las leyes divinas. Dios creo al hombre y la mujer. Y ya, lo demás...sobra.

- ¿Te lo dijo directamente? - la provoco de nuevo. El rostro se le enrojece, aprieta la mandíbula en un gesto de  cólera. Una de mis amigas extiende la mano y me presiona con delicadeza el brazo. Déjalo, dice el gesto. No tiene sentido, añade, cuando me aprieta un poco más fuerte. Pero me suelto de su mano, porque para mi, si tiene un objetivo esta pequeña diatriba sin sustancia, una tarde cualquiera. Una pequeña batalla herética contra lo absoluto, la simplificación del pensamiento general, la grosería de imponer tus creencias sobre las de otro.

- No, pero es evidente!
- ¿Evidente como?
- No los creó! ellos mismos se operan. Toman esa decisión! - grita, casi. Se levanta, toma su bolso. Me dedica una dura mirada - y creo que estuvo bien de tu jueguito de preguntas y respuestas. Nos vemos entonces.

Hay un pequeño alboroto de voces. El resto de mis amigas intenta detenerla, pero A. se despide de todas con mal humor, menos de mi, por supuesto. La veo alejarse por el pasillo del Centro comercial donde nos encontramos, con una sensación de irrealidad. Tengo las mejillas ruborizadas y el corazón me late muy rápido. De vergüenza, pero también de pura irritación. ¿Que ocurre con la libertad de creer? Una de las chicas del grupo sonríe, me lanza una mirada casi maternal.

- Ella pendeja y tu que la provocas. Es su opinión.

¿Su opinión? Bueno, esta bien. S. tiene razón. Hablamos de opiniones y si así lo vemos, es como los ombligos: cada quién tiene una, como suele decir con tanto acierto mi profesora de fotografía. Ahora bien, ¿por qué la suya es más valiosa que la mía? ¿por qué su opinión es más fuerte y comprensible que la pueda tener yo, solamente enarbolando la lógica? Suspiro, cansada y tan aburrida del tema como para decidir no volverlo a tocar mientras pueda.

La siguiente vez que escucho la palabra "opinión" y "Dios" en la misma frase, es en boca de un amigo fotógrafo. Nos hemos reunido para conversar sobre mi participación en un proyecto de su autoria: fotografiar a diez y ocho mujeres distintas, quienes encarnarán distintas evocaciones de la Diosa Primigenia. Una conversación llena de puntos de vistas extraños, hermosos, llenos de vitalidad. Y de pronto, mi amigo menciona como al pasar y sin venir a cuento, que está harto de la homofobia y la xenofobia, del prejuicio, del concepto del "otro". Sonríe y me mira, con sus grandes ojos castaños llenos de amabilidad.

- Es que no lo puedo entender, ¿quién es nadie para decir algo sobre lo que Dios dice o no? - comenta - Porque pareciera están convencidos que poseen una venia para decir lo que Dios piensa. ¿No es una muestra de la opinión de Dios el hecho de que existan? Eso es justamente lo que pienso. Y así vivo.

Lo miro, fascinada por el concepto. La opinión tácita de Dios, cualquiera sea su advocación, su manera de interpretarse, incluso si positivamente no crees en una deidad concreta, o no en ninguna cosa. La existencia es la prueba viva que la Religión no es más que un requisito cultural para crear una opinión sobre lo que no entiendes, no puedes construir a la medida de las cosas normales que te rodean. Y siento de pronto una profunda conexión con esa idea de un Dios - Diosa, sin duda - tan amplio y conceptualmente complejo como para crear leyes de infinita sencillez. El pensamiento me hace sonreir. La idea me hace sentir profundamente aliviada, como si de golpe entendiera una idea que mil veces he recreado pero nunca he comprendido lo suficiente. La vida como la mayor concepción de la idea pura.

Tendida en mi cama, pienso de nuevo en esa sensación de portento diminuto de creer o simplemente, hacerte preguntas que sabes no tendrán respuestas sencillas. Y es esa sensación la que me hace preguntarme porque tenemos tanto miedo a las respuestas o al mero cuestionamiento. ¿No es hermoso la simple necesidad de la incertidumbre, de buscar nuestras propias convicciones no en libros de Leyes supuestamente divinas sino en nuestro espiritu? Quizá, el hombre moderno está encontrando un sentido más concreto a ese temor de los antiguos hacia lo que no podia comprender. Y en ese siglo solo le llamamos duda, inquietud. Yo le llamo deseo de saber.

Y sin duda, de crear mis propias ideas. Una manera de soñar.

C'est la vie. 

martes, 24 de abril de 2012

De la trivialidad de lo cotidiano: Soy cursi, y? Pequeñas reflexiones sobre lo empalagoso.





Soy cursi. A mi manera claro. Pero lo soy. Después de todo, fui  la que escribió un poema de Eugenio Montejo - y no el que popularizó la pelicula 21 gramos - en la puerta de la habitación donde estaba recluido mi primer novio, luego de ser intervenido por apendicitis. Un gesto que me valió la enfermera me sacara a empujones, pero que igualmente disfruté. Soy la que suele obsequiar el postre favorito en los días tristes, la que crea recopilaciones de canciones en páginas web para enviar a mis amigos tristones y así, toda una serie de gestos que van desde lo cariñoso hasta lo francamente baboso. De manera que lo admito sin tapujos, soy cursi.

No obstante, creo que mi cursileria - que es la más habitual, la del gesto afectuoso, el detalle cariñoso - no sobrepasa ese limite de lo patético que creo es lo que diferencia lo cursi, lo romántico, de lo simplemente insoportable. Porque admitamoslo: aunque todos tenemos una cierto gusto por lo tierno, también tenemos el mismo nivel de rechazo por lo simplemente empalagoso. ¿Y cual es el limite entre ambas cosas? Tal vez se trate solo de un nivel de percepción o de mera tolerancia, pero el caso es que hay una linea a veces no tan difusa entre lo que te hace sentir amado y lo que te hace sentir un claro deseo de correr escapando.

De lo cursi, lo romántico y otras paradojas.

Durante toda mi vida, me he burlado un poco, siempre de manera casi inocente, de esas enormes manifestaciones de amor que suelen ser parte de la cultura popular y que son, en mi opinión, el caldo de cultivo ideal para ese fenómeno un poco inquietante de la cursileria como forma del mal gusto, lo kitsch y lo notoriamente desagradable. Como dije, la linea es muy fina, pero de alguna manera todos podemos reconocerla, y sobre todo, creo que alguna vez en nuestra vida hemos sufrido por ello. No deja de ser gracioso, que al ahondar un poco en el tema, encuentres que lo que hoy es cursi, ayer fue romántico, y antes simplemente educado. Al parecer todo se trata de una cuestión de grados, o lo que es peor de perspectiva, lo que hace el asunto aun más complicado de definir y aun más de comprender.

Claro está, todos estamos de acuerdo: el oso de felpa rosa chillón con un lazo gigantesco al cuello sosteniendo un cartelito que dice "Te amo" en mayúsculas, es cursi para todos. Una Flor fresca en un envoltorio de celofán, quizá también lo es, para algunos. Un libro del autor favorito, un gesto de amor. ¿O también es cursi? La idea parece refractarse, crear definiciones propias y tan personales, que comienza a desaparecer en esa personalisima percepción que todos tenemos en la manera de comunicar una emoción. Y mientras tanto, en el mundo de las rosas rojas, las frases rebumbantes, las declaraciones de amor a gritos, las largas elegías poéticas un poco abrumadoras, la idea de lo cursi parece abarcar más que lo simplemente amoroso.  Porque lo cursi, es también, ese hombre de traje blanco y zapatos a dos colores, con un bastón remilgado, el cabello engominado y sonrisa edulcorada. O la mujer cubierta de joyas falsas, el cabello endurecido con fijador y zapatos altísimos en un desconcertante tono dorado. O al menos eso creo yo. Y de nuevo, volvemos al tema de lo relativo, de esa perspectiva que viene y va, que es tan poco clara como la propia idea de intentar conceptualizar algo tan general como nuestra opinión sobre alguien más.

Cual sea la respuesta, continua intrigandome toda la contracultura que prolifera contra lo Romántico. Así, con mayúscula. Esa idea de rechazo hacia la expresión del simple afecto. ¿O su exceso? ¿Y que es excesivo? Para mí, quizá lo esa extravagancia de lo emocional, de lo sublime, la idealización a niveles grotescos de la figura del amor. La ternura que no es otra cosa que la imposición de la idea de lo adulcorado, la sublimación innecesaria de la idea del amor. Pero hablo de mí, claro está, una hija de la racionalidad, que entiende el amor - y su expresión -  a la manera un poco cruda de lo moderno: la idea que ese "Made in Heaven" no es otra cosa que una figura cultural sin asidero, que el amor romántico murió en el siglo XIX junto con la Reina Victoria y que las grandes epicas amorosas son cosas del pasado.

Pero...escribo - o escribí - poemas de Eugenio Montejo para un chico de anteojos y cabello en punta. De manera que hay que la idea del romanticismo es parte de mi visión de la emoción. Y supongo que lo es para todos, lo es para cada uno de nosotros, tan inocentes en la búsqueda de la ideal y paradojicamente, tan cínicos al destruirlo.

Cursi, porque soy cursi.

En una época donde la informalidad es la norma, lo cursi se vuelve, más allá de una manera de expresar lo romántico - en exceso, de manera desagradable e incluso irritante -, una mera idea sobre lo que es socialmente aceptable y que no. Y es que mientras que una educación muy cuidada se considera remilgado y sí, cursi, la familiaridad es parte de una forma de cultura joven. Más aun en un país como el nuestro: Nuestra población es mayormente adolescente - y me refiero a una actitud mental - y quizá por ello, las relaciones sociales son tan simples como llanas. Allí es donde de nuevo, el replanteamiento de lo cursi, toma otra connotación. La costumbre se impone: todos los catorce de febrero, alguien compra un animal de peluche porque "debe regalarlo". Un pensamiento triste, si aceptamos que el verdadero románticismo nace de la impulsividad. Pero si continuamos ahondado en la idea, no solamente encontramos que lo Romántico de hecho es algo tan obsoleto como manido - y es aqui donde proviene el choque cultural -. Porque lo romántico es y será siempre una idea de pura iniciativa frustrada: Romeo gritando bajo el balcón de su amada, los amantes Victorianos escapándose en jardines intrincados para besarse apresuradamente. La imagen "cursi" por excelencia. El efluvio amoroso. ¿Y que nos queda de eso? Las rosas rojas obligatorias del catorce de febrero, las frases hechas, los poemas una y mil veces recitados, las citas calcadas una de la otra. ¿Eso es cursi? Quizá de hecho, es el epítome del concepto. Lo que nos lleva a pensar que el romanticismo - el de siempre, el que nos agrade aunque poca gente lo admita - tiene mucho que ver con la sinceridad, la sencillez y sobre todo, la espontaneidad.

Mientras escribo esto sonrío. Mi vecino lloroso - de quién siempre me quejo en las redes sociales - ahora mismo escucha una selección de las canciones más adulcoradas de Sir Elton John, mientras que mi canal de cable favorito, Cinemax, retransmite, tal vez por enésima vez, Actually Love, quizá la Love-Movie emblemática de la década pasada. Y sonrío, sí, enternecida y divertida, preguntándome que es lo cursi y que no, que es lo hermoso y lo amilbarado - y potencialmente abrumador - en esta sociedad en simple evolución, transformación y construcción. Con toda probabilidad, la respuesta sea que nunca lo sabremos con certeza, porque el amor, y sus manifestaciones, estan destinados a continuar formando parte de ese tapiz irredimible de la simple capacidad humana para soñar.

C'est la vie.

lunes, 23 de abril de 2012

Delirio


Delirio, originalmente cargada por Miss Aster.

podéis negar esto?
tiene ojos y hambre
y su amor también
murió en enero; pero él es
de oro, de auténtico oro y yo soy gris
y es indecente invadir su intimidad
tan indecente como quemar melocotones
o violar niños,
y me vuelo y miro a otro lado,
pero sé que él está ahí detrás de mí,
un dorado cáliz de sangre,
una cosa sola
suspendida entre la más roja nube
del purgatorio

Pez de color
Charles Bukowski.

De pequeños rituales y otras Excentricidades: Día del Libro





Me detengo a unos metros de la mesa del café. Aguardo, con el corazón palpitándome muy rápido: el desconocido toma el libro entre sus manos, primero con cierta precaución, luego con abierta curiosidad. Lo hojea, casi al descuido y de pronto, cae la notita escrita a mano. "Leeme" Que palabra tan sencilla y tan poderosa. Que invitación tan sugerente y tan firme. Me quedo esperando, con la sensación extraña que cualquier cosa podría pasar: tal vez el extraño se burlará un poco de las buenas intenciones del libro "olvidado". O lo arrojará a la basura -Que angustia el solo pensarlo! - o sencillamente, no me dejará ser testigo de ese momento hermoso de la primera palabra. Pero el hombre - joven, con una camiseta desteñida y jeans descuidados - permanece sentado, como paralizado. Y de pronto, abre la primera página. Se inclina. Los hombros en tensión.

Y comienza a leer.

El pequeño milagro ha vuelto a suceder: he regalado un sueño.

Porque cada año y desde hace al menos siete, celebro el día del libro de la mejor manera que sé: regalando lo que leer me ha obsequiado cada dia de mi vida. La emoción de las lágrimas, el poder de la imaginación, la necesidad de cuestionarme, la ternura de la intimidad, la furia más plena, la risa más sincera. Y es que leer ha sido para mí, no solo la manera más personal de crecer sino de comprender al mundo más allá de mi misma, de viajar con la imaginación a lugares insospechados, a levantar castillos de Palabras en medio de mi mente. Leer es soñar, crear una tiempo nuevo, vivir una aventura que puedes repetir cien veces más.

¿Y como lo celebro? De una manera simple: compro una edición del libro que más me sorprendió durante el año. El que más amé quizá, el que me hizo sentir esa conexión especifica y radiante con el mundo de las palabras. Y lo dejo "olvidado" en cualquier lugar de mi ciudad, con una pequeña notita en su interior. "Leeme". Tan simple como eso. Una invitación sin mayores pretensiones, una sonrisa invisible a ese desconocido que encontrará un mundo por descubrir, un sueño por crear, una valle de palabras por recorrer. Y que regalo es para mí, imaginar a ese lector desconocido, riendo y llorando como yo lo hice en las páginas de ese libro que tanto amo! Y que sensación tan enorme, es esa de sentir plenamente, que obsequio lo que el mundo de las palabras me brinda a mi cada día: ese poder inimaginable de creer y confiar, de aprender  y soñar a través de un libro! Un privilegio, sin duda alguna. Un sueño deudor que poco a poco intento compensar.


¿Por qué lo hago? Para decir gracias, por supuesto. Porque es que es tanto lo que recibido de los Libros, es tanto lo que cada día conservo en mi mente y en mi espíritu que no hay momento de mi vida donde las palabras no tengan un lugar. No puede ser de otra manera supongo: después de enamorarme de ellas, desde siempre y para siempre. En cuentos que llegaron antes de saber leer, por fantasmas que terminaban pintando manchas de sangre verdes, mi mundo lleno de imagenes obsequiadas por Wilde, Verne, Fallaci, un llanto pequeño, donde construí palacios para soñar. Por ruiseñores que cantan toda la noche para nada. Por lagunas enamoradas de sí mismas que se miran en los ojos de Narciso. Por princesas que bailan con pies como palomas. Por sirenas abandonadas por no tener pies. Por esfinges sin secreto. Por cuadros que envejecen por sus dueños..

Regalar un libro sin duda, es el mayor acto de amor. No solamente obsequias un sueño, sino una amistad eterna. Eso lo aprendí siendo muy joven, tanto como para aventurarme en ese laberinto impreciso de encontrar en las palabras un hogar. Y lo hice. Más tarde en mi vida, abandoné todo por leer y escribir. Solo entonces fui feliz. Y desde entonces aprendí el poder de los sueños. La maravillosa capacidad en cada uno de nosotros de crear a través de mundos imaginados.

Eso es lo que obsequio hoy: el poder de crear.  Con la inocencia de la niña que fui, la mujer que hoy soy,  que aguarda y tiene esperanza, brindo un sueño. Tan discreto, el gesto: dejo un libro olvidado. En un café quizá, en el banco de un parque, entre los árboles de un jardin. Aguardo, sonriendo, los ojos llenos de lágrimas hasta que el próximo heredero de este poder, de esta fe aparece y entonces, me siente feliz. Siento que el mundo continua girando y creando, quizá un nuevo momento para soñar.

C'est la vie.






sábado, 21 de abril de 2012

De lo gótico: un castillo derruido de cualidad estética.




Se ha hecho frecuente que el término "Gótico" se use para denominar una serie de cosas que poco o nada tiene que ver con el concepto real de la palabra. De manera que, se llama "Gótico"  - o parte de la cultura Gótica - a un joven con maquillaje estrafalario vistiendo ropa con reminiscencias del siglo XIX. También se le llama "Gótico" al subgénero de peliculas relacionadas con el tema vampírico, casas embrujadas, historias de terror ambientadas en una Europa remota, lo que es levemente correcto. No obstante, el término "Gótico", en realidad define una tendencia literaria bastante concreta, que sin lugar a dudas crea todo una imaginaria propia, una mitología que se nutre de si misma, y lo que es más importante - y sustancioso - aun, una perspectiva visual y estética muy especifica. Hagamos un repaso a la idea en general.

Del Concepto a la Idea más amplia: lo Gótico como definición. 

El término gótico enmarca un estilo de literatura popular surgido en la Inglaterra de finales del siglo XVIII. El renacimiento del gótico fue la expresión emocional, estética y filosófica de la reacción contra el pensamiento dominante de la Ilustración, según el cual la humanidad podía alcanzar, mediante el razonamiento adecuado, el conocimiento verdadero y la síntesis armoniosa, obteniendo así felicidad y virtud perfectas. Los filósofos de la Ilustración trataron de eliminar los prejuicios, errores, supersticiones y miedos que, según ellos, habían sido fomentados por un clero egoísta en apoyo a los tiranos. Sin embargo, sus teorías sobre el conocimiento, la naturaleza humana y la sociedad eran terribles para aquellos que creían que el miedo podía ser sublime. El énfasis de la Ilustración en la necesidad de racionalidad, orden y cordura no podía menos que reconocer la rareza de estos fenómenos en la civilización. No todos los pensadores defendían el racionalismo tan vehementemente. La generalización de que el siglo XVIII fue la Edad de la Razón en la cual la felicidad humana dependía del dominio de la pasión y de las normas seguras descansa en la otra “media verdad”, según la cual la humanidad necesita pasión y temor.

A pesar de las ideas dominantes de orden y sobriedad, la afición por el exceso gótico pronto captaría el interés de los intelectuales británicos. Desde esta afición creció una escuela de literatura gótica, frecuentemente derivada de modelos alemanes. La sucesión de narrativas góticas que proliferaron entre 1765 y 1820, con un nuevo brote a través de la era victoriana (especialmente en la década de 1890) estableció una iconografía que todavía nos es familiar a través del cine: húmedas criptas, paisajes escarpados y castillos prohibidos habitados por heroínas perseguidas, villanos satánicos, hombres locos, mujeres fatales, vampiros, doppelgängers y hombres lobo.

El terror gótico tal y como lo conocemos hoy en día es en gran medida una invención de este periodo. Los quisquillosos árbitros de la Era de la Razón no encontraron ninguna utilidad a los fantasmas y a las atrocidades sádicas que Shakespeare y sus contemporáneos habían explotado, pero para finales de 1700, estos fantasmas, reprimidos pero no “muertos”, retornaron con fuerza en forma de novelas y poesía gótica. Dos siglos más tarde, los films de horror se mantendrían fieles a esta tradición, reinventando antiguas imágenes de locura, muerte y decadencia.

El periodo literario gótico temprano dio comienzo con la publicación en 1764 de El castillo de Otranto. Una historia gótica, de Horace Walpole. Denunciada por los críticos y devorada por los lectores, la narrativa gótica emergió como una fuerza dominante desde su inicio con Walpole hasta su cenit en 1820 con Melmoth, el errabundo de Charles Robert Maturin. Estas seis décadas son consideradas por los historiadores literarios como los años góticos en los que una multitud de autores satisfizo los insaciables ansias de terror del público.

La novela gótica (también denominada negra) es sensacionalista, melodramática, exagera los personajes y las situaciones, se mueve en un marco sobrenatural que facilita el terror, el misterio y el horror. Abundan los vastos bosques oscuros de vegetación excesiva, las ruinas, los ambientes considerados exóticos para el inglés como España o Italia, los monasterios, los personajes y paisajes melancólicos, los lugares solitarios y espantosos que subrayan así los aspectos más grotescos y macabros, reflejo de un subconsciente convulso y desasosegado. Los precursores del espíritu gótico los encontramos en los poetas de la “escuela del cementerio” (Graveyard School), quienes expresaron su desagrado hacia la razón, el orden y el sentido común en una mórbida efusión de oscuros versos. Las obras de Thomas Parnell, Edward Young, Robert Blair y Thomas Gray no sólo anticiparon los estados de ánimo y pasiones góticos, sino que reflexionando grandilocuentemente sobre la muerte en medio de las más lóbregas de las localizaciones, redescubrieron la relación escatológica entre terror y éxtasis. Esta fascinación se extendería al embellecimiento de la muerte propio de la época victoriana, además de a una atracción hacia la muerte como recargada complacencia en el dolor.

Desde sus comienzos, el gótico se impuso como una literatura de estructuras que se derrumban, de recintos horribles, de sentimientos prohibidos y caos sobrenatural. Deleitándose en lo maligno sobrenatural, el gótico trataba de subvertir las normas del racionalismo y del autocontrol apelando a la eterna necesidad humana de elementos inhumanos, una necesidad no satisfecha por el sensato y decoroso arte de la Edad de la Razón. Walpole abrió la puerta a un universo alternativo de terror, de confusión psíquica y social cuya mera existencia había sido negada por el sistema de valores neoclásico. Esplendor en ruinas, hermoso caos, atractiva decadencia, espectáculo espantoso y extravagancia sobrenatural se convirtieron en los rasgos definitorios de una nueva estética gótica que tenía en el alivio de la inanición emocional su meta artística. El recinto fatal, metáfora central de toda la ficción gótica, sirvió al objetivo implícito del gótico como una respuesta a la inseguridad política y religiosa de una época agitada.

El empleo de Walpole de la palabra “gótico” en el subtítulo de su novela fue una descripción que pretendía impresionar y excitar a su audiencia. En 1764, las connotaciones del término eran todas negativas, dado que “gótico” había sido utilizado para denigrar objetos, personas y actitudes consideradas bárbaras, grotescas, ordinarias, primitivas, sin forma, de mal gusto, salvajes e ignorantes. En un contexto artístico, “gótico” significaba todo lo que era ofensivo a la belleza clásica, algo feo por su desproporción y grotesco por su carencia de gracia unitaria. Describiendo su obra como “una historia gótica”, Walpole no sólo elevó el estatus del adjetivo, sino que proporcionó una etiqueta para el torrente de narrativa de terror que le seguiría. De ahí en adelante, las obras góticas confiarían normalmente en decorados situados en un espacio y tiempo remotos para inducir una atmósfera de delicioso terror.

La acción gótica solía producirse en localizaciones cerradas donde los lectores se podían sentir tan perdidos y desorientados como los propios personajes. El principal mecanismo de la trama gótica era un decorado sistema de artefactos arquitectónicos, efectos acústicos y accesorios sobrenaturales instalados por todo el castillo gótico, donde retratos itinerantes, armaduras peregrinas y otros objetos inorgánicos o inanimados se comportaban de modo humano.

Cada recurso estaba estratégicamente situado para intensificar la atmósfera de miedo, extrañeza, impotencia y peligro sobrenatural. Fue vital para el éxito del gótico alguna forma de entrampamiento por una arquitectura orgánica o animada, cámaras que se contraían, paredes tumefactas o amenazas por parte de otros objetos. El espacio gótico fue modificado más tarde para adaptarse a las especiales preocupaciones de los lectores victorianos, convirtiendo el secuestro en mental y social, además de la detención física, con personajes atrapados por mentes, ciudades, familias y estructuras sociales obsesionadas. Desde Walpole hasta el gótico moderno, el espacio expone una inteligencia y movilidad malignas y es mentalmente más poderoso que sus ocupantes humanos. En la novela gótica el escenario arquitectónico era esencial en el desarrollo de la trama. La importancia fundamental de la atmósfera es un elemento que se trasladará al cine de tendencia gótica y expresionista, donde los decorados construyen sombras para sugerir espacios y estados de ánimo.

Los empresarios teatrales se apropiaron rápidamente de la moda del gótico literario. Matthew Lewis, autor de El monje, horripilante novela sobre hipocresía religiosa, también fue el creador de melodramas teatrales como el éxito de 1797 The Castle Spectre. Sin embargo, la principal inspiración teatral vendría de la mano del Frankenstein de Mary Shelley y El vampiro de John Polidori. El vampiro de James Robinson Planche se estrenó en 1820 y Presumption or The Fate of Frankenstein de Richard Brinsley Peake en 1823. T.P. Cooke alcanzó la fama por interpretar al vampiro y al monstruo en la misma noche, presagiando el vínculo entre Frankenstein y Drácula durante el siglo xx. La popularidad del terror escénico británico culminó en 1888 con la llegada a Londres de una adaptación americana de El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde de R.L. Stevenson. A pesar de esta rica herencia de literatura y melodrama teatral góticos, los cineastas británicos fueron notablemente lentos a la hora de perfeccionar un cine gótico equivalente hasta la emergencia de la Hammer a mediados de 1950.

La caracterización gótica, especialmente la polarización del bien y el mal en una doncella y un villano, tiene su origen en la novela de Samuel Richardson Clarissa; The History of a Young Lady (1748-49). Los personajes góticos heredaron su naturaleza emocional de Clarissa Harlowe, la virgen atormentada, y de Robert Lovelace, el malvado violador. Lovelace se convirtió en el prototipo del satánico superhombre de la novela gótica, una criatura misteriosa que persigue sin piedad a la doncella mientras huye de sus propios impulsos oscuros. Esta figura nunca es completamente malvada, sino que es un “atormentado atormentador” hacia el cual la heroína se siente misteriosamente atraída.

El gótico fue madurando y en las décadas de 1778 y 1780 siguió dos líneas de desarrollo, una que continuaba el espíritu subversivo de Walpole y otra línea más conservadora, doméstica y didáctica. Estas tendencias se pueden apreciar en las novelas de dos de las figuras más importantes de la escuela gótica: el audaz Matthew Lewis y la más conservadora Ann Radcliffe. Las imitaciones de estos dos autores abarrotaron pronto las librerías. En contraste con la escasa validez de las populares novelas por entregas, la narrativa gótica psicológica de calidad intelectual seria mantuvo la buena salud del gótico durante la década de 1820. Frankenstein de Mary Shelley, Melmoth el errabundo de Maturin y Memorias privadas y confesiones de un pecador justificado de James Hogg demostraron el trágico potencial del gótico y dieron una pista sobre la clase de sofisticación psicológica y metafísica que marcaría las obras de Hawthorne y Le Fanu. La riqueza simbólica y filosófica de estas novelas góticas indica el papel principal que desempeñaría el goticismo durante el siglo XIX, activando los oscuros sueños de muchos grandes escritores que se volvieron hacia el gótico para realzar el carácter trágico de su arte.

Durante el periodo comprendido entre 1820 y 1896 encontramos distintos tipos de gótico:

1. La alta (o pura) novela gótica, como El monje de Lewis, trataba de aterrorizar, horrorizar, impresionar, asustar y emocionar al lector más allá de su memoria racional. Lo sobrenatural es siempre maligno e incontrolable. Los exteriores estaban caracterizados por sublimes pero terribles paisajes, frecuentemente nocturnos o subterráneos. Sus interiores se distinguían por un tono de alta agitación, ansiedades no resueltas, miedos, euforia poco natural y desesperación.

2. Las novelas por entregas: numerosísimos fascículos de horror, muy baratos, con una extensión de entre 36 y 72 páginas y que variaban enormemente en calidad artística.

3. El gótico polémico: varios escritores con conciencia social transformaron la novela gótica popular en un instrumento de protesta social, empleando los decorados y situaciones góticas para llamar la atención sobre horrores sociales o políticos tales como las leyes injustas o la lamentable situación de la mujer. El gótico polémico intentaba edificar además de horrorizar a los lectores combinando el terror gótico con una ideología radical para despertar la conciencia social y cambiar las opiniones de los lectores sobre ciertos asuntos. La confinación en de un castillo encantado se convierte en detención dentro de una sociedad que niega la libertad y la identidad individuales. Este es el caso de la novelas de Dickens y de las hermanas Brontë.

4. El drama gótico: muchas obras de teatro eran adaptaciones condensadas de novelas, especialmente de los trabajos de A. Radcliffe. Un decorado sensacionalista, tormentas falsificadas, dramaturgia espectacular, efectos melodramáticos reproducidos mecánicamente y diálogos operísticos concedieron a las piezas teatrales góticas un periodo de popularidad y de atractivo audiovisual al mismo nivel que las novelas góticas. Un ejemplo lo encontramos en la mencionada Presumption or The Fate of Frankenstein (Richard Brinsley Peake, 1823).

5. La parodia o sátira gótica: el absurdo exceso del gótico estimuló dos clases de parodia o sátira. La parodia crítica o correctiva aceptaba el gótico, pero deseaba elevar su nivel artístico. La sátira destructiva, por el contrario, intentaba erradicar el gótico y reemplazarlo con una narrativa realista y plausible. La abadía de Northanger (1818), de Jane Austen, es un buen ejemplo de parodia correctiva.

6. La novela gótica francesa (roman noir) reflejó los horrores políticos y religiosos precipitados por la Revolución francesa, como es el caso de la novela del marqués de Sade Justine (1791).

7. La novela gótica alemana (Schauerroman) o “novela de escalofrío” influenció la narrativa de terror inglesa con lo inmoderado de sus elementos sobrenaturales y sus descarados horrores. Fantasmas sangrientos, cuerpos ambulatorios y relaciones sexuales con demonios eran sucesos frecuentes en la Schauerroman. Dentro de esta línea encontramos Los elixires del Diablo de E.T.A. Hoffmann (1815).

Cada uno de estos tipos de gótico temprano florecería de nuevo en la segunda mitad del siglo XIX, cuando el goticismo fue subsumido por la historia de fantasmas, la novela histórica, la novela de detectives y las novelas por entregas. En lugar de escapar del gótico temprano, los cuentos de terror de la época victoriana demostrarían la elasticidad del gótico adaptando muchos de sus temas y rasgos formales. En los relatos de terror de 1825 a 1896 los espectros y monstruos se fueron trasladando gradualmente a la psique. El gótico posterior a 1820 retuvo los recursos, los lugares y los miedos a lo desconocido y a lo no conocible, adaptándose a las preocupaciones de su época liberando, más que los demonios exteriores, los demonios interiores.

Aunque la narración gótica se continuaría escribiendo y leyendo en forma de largas novelas en varios volúmenes, la mayoría de los escritores de la época descubrirían el valor de la brevedad inherente al cuento de terror. Novelistas como Dickens en Inglaterra y Hawthorne en Estados Unidos escogieron a menudo la narración breve como vehículo para sus cuentos de terror. Edgar Allan Poe, que añadió al lenguaje e imaginería gótica sus propias obsesiones, limitó casi toda su producción gótica a la narrativa breve al tiempo que insistía en la necesidad artística de la brevedad en sus escritos críticos. Como señala Julia Briggs, “un terror que es efectivo durante treinta páginas rara vez puede ser sostenido en trescientas.”(1)

La disponibilidad de publicaciones periódicas especializadas en el cuento de terror y las editoriales de literatura pulp saciaron la demanda de una audiencia en expansión. El gótico en forma serializada se ajustaba a los gustos de varias clases sociales, incluyendo un proletariado cada vez más numeroso. Las localizaciones góticas tradicionales (la Europa del Este durante una imaginaria Edad Media) dejaron paso a los ambientes más familiares de las granjas, las casas de campo, oscuras calles urbanas, salones, sótanos y áticos. Dado que la audiencia era predominantemente de clase media, los fantasmas operaban frecuentemente en hogares de clase media.

El gótico de este periodo tomó una dirección introspectiva en cuentos de enterramientos prematuros o del miedo a ellos, historias relacionadas con el temor a la locura, obras obsesionadas con transformaciones bestiales o la pérdida de la racionalidad y narraciones fantasmales que introducían temas sobre dudas teológicas y confusión erótica. Con la subjetivización del terror gótico se hizo más difícil identificar y afrontar la maldad, dado que ésta reside profundamente en nuestro propio interior. El tema del doble o doppelgänger se convirtió en la fórmula más popular del periodo y el encuentro con la bestia interior se puede apreciar brillantemente en relatos como Memorias privadas y confesiones de un pecador justificado de James Hogg, El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde de Stevenson y El retrato de Dorian Gray de Oscar Wilde. La confluencia de la bondad y la maldad en el mismo personaje sugiere un cambio en la naturaleza del villano gótico. A excepción del vampiro, el malvado del relato gótico de la época victoriana conserva la naturaleza de ángel caído heredada de la figura del atormentador atormentado de la novela gótica del siglo XVIII. Esta humanización convierte el malvado gótico en un personaje más vulnerable, “más como nosotros”, como el Roger Chillingworth de La letra escarlata de Hawthorne o el Heathcliff de Cumbres Borrascosas de Emily Brontë.

Las tensiones en las novelas góticas son claras reacciones a un orden conocido, expresan sentimientos constreñidos y oprimidos por las leyes y prácticas sociales y abordan imperativos psicológicos, emocionales y físicos. La liberación de estos miedos dio lugar a una rica tradición de escritoras dentro del género gótico. Mark Jankovich (2), citando a Ann Radcliffe, Mary Shelley, las hermanas Brontë, Charlote Perkins Gilman, Joyce Carol Oates, Angela Carter y Lisa Tuttle, afirma que más que alentar la pasividad, la obediencia y la ignorancia femenina, muchas novelas góticas justificaban la actividad, la desobediencia y la persecución del conocimiento en sus personajes femeninos. Las escritoras góticas se centraron en la figura de la doncella perseguida y confinada, especialmente en el encarcelamiento marital y en la persecución por un autoritario familiar masculino. Las escritoras se sintieron atraídas por el gótico no sólo porque deseaban satisfacer una fascinación sentimental hacia la muerte y la decadencia, sino también porque el gótico ofrecía una vía de dramatización de los peligros de la condición de la mujer en un mundo de hombres. Un miedo fundamental que asedió a las mujeres, el miedo a la incompetencia social y sexual, se muestra interiorizado en el gótico en general. Esta ambivalencia interiorizada hacia la mujer llevó a sentimientos de autorepugnancia y miedo hacia una misma más que a miedos hacia algo exterior. Para escritoras como Margaret Oliphant, Amelia B. Edwards, Vernon Lee, Charlotte Perkins Gilman y Luisa May Alcott, el gótico se convirtió en un texto político autorizado.

Las obras góticas americanas erigirían sus propias versiones del castillo encantado en sus imágenes de una civilización insegura. Los principales temas serían el terror a uno mismo, al desorden psíquico y social, a la desintegración de las familias, a las contradicciones y conflictos ontológicos y un vivo sentimiento de soledad y carencia de hogar.

Todas la variedades de gótico americano, tanto masculinas como femeninas, comparten un rasgo en común: la inclinación a explorar y exponer el lado oscuro de la experiencia americana y sus terribles ironías morales, especialmente la desolación acarreada por el progreso, la división racial y el temor a fracasar en una cultura que tanto enfatiza el éxito.

Uno de los maestros del género, H.P. Lovecraft introdujo el mito gótico en el siglo veinte, aunque la vitalidad del horror gótico en este siglo se debe en gran medida a su popularidad cinematográfica.

La reacción contra los valores victorianos expresados por Lytton Strachey en Victorianos eminentes (1918) desprestigió un nuevo renacimiento de la arquitectura gótica y su equivalente literario, antes incluso del impacto a finales de los años veinte del texto denigratorio de Kenneth Clark The Gothic Revival. Sin embargo, el gótico continuó ensombreciendo el progreso de la modernidad y fue admirado por autores tan distintos como D.H. Lawrence, John Buchan y Evelyn Waugh, al tiempo que encontraba en el cine un nuevo y poderoso medio de expresión.

viernes, 20 de abril de 2012

De mis pequeñas extravagancias: La obsesión por los vampiros.






Para ningun lector de este, su blog de confianza, es un secreto que soy un amante impenitente del género vampirico. Claro esta,  me refiero concretamente a los clásicos: asesinos desalmados, sugerentes, violentos, crueles, parte de la mitología universal, no a las nuevas y adulcoradas reinvenciones del mito. Lo he sido desde muy niña, cuando leí por primera vez el sobrecogedor relato "Carmilla" de Sheridan Le Fanu, el inquietante "El Vampiro" de Polidori ( que se considera el origen de la figura del vampiro, tal como lo conocemos), el original relato "Porque la Sangre es vida" de Francis Marion Crawford y otros tantos narraciones que dieron sentido en mi mente a este mito Universal tan viejo como la historia del hombre. Y es que el Vampiro, el mitologico, el temible, el que produce temor en algunas partes del mundo, es parte de toda esa imagineria del ser humano sobre la muerte y la transcedencia de la personalidad humana más allá de su propia decadencia fisica. Conjuga ese anhelo inconfesable de sobrevivir a la nada, al no ser, al simple anonimato de la muerte. Tal vez por eso resulta imperecedero, y en constante revisión: desde las sofisticadas criaturas de Anne Rice, a los monstruos destructores de Nocturna de Guillermo del Toro e incluso, esas figuras anodinas y languidas imaginadas por Stephenie Meyer. Cualquiera sea su encarnación, el vampiro sobrevive a su propia historia, a su decandencia y triunfo, al simple olvido. Y quizá ese sea parte de su encanto.

Y aprovechando que esta semana se conmemoraron los  100 años de la muerte de Bram Stoker, creador del Vampiro literarario por excelencia, deseo realizar una revisión del mito más allá de si mismo: de los libros que recordamos, de las peliculas que disfrutamos e incluso de las ideas de la leyenda que se entremezclan con la realidad en algunas culturas. Todo eso y más, forma parte de esa vasta mitología sobre el bebedor de sangre, el inmortal creado por el hombre, que recorre las pesadillas de la humanidad desde hace milenios.

El origen del Vampiro: una Historia que se retrotrae en el tiempo: 

Los vampiros han acompañado a los seres humanos desde el principio de los tiempos. Los egipcios temían a un pájaro "bebedor de sangre", al que consideraban la reencarnación de un inocente ajusticiado, que había adquirido esa forma para atacar durante las noches a los hijos de sus enemigos. También, la mitología egipcia habla de "Dioses bebedores de sangre" capaces de "mirar en el corazón" de sus creyentes y hacer justicia a través del asesinato, lo cual sugiere un culto a la sangre y a la muerte tan antiguo como la propia cultura.

No obstante, los antropólogos han localizado el origen de los vampiros en las enfermedades con pérdida de sangre, que los antiguos atribuían a seres diabólicos que atacaban durante la noche en busca del alimento que necesitaban para sobrevivir. De hecho, el rastro puede seguirse desde Egipto hasta Mesopotamia, donde padecimientos físicos relacionados con problemas sanguíneos y endémicos causaron estragos en varias poblaciones. Se han encontrado relatos fragmentados de epidemias y muertes sin explicación que fueron atribuidas a criaturas sin nombre, que bebían de la "vitalidad" de su victima, hasta asesinarlo.

Incluso el judaísmo más tradicional, encontró un lugar entre sus creencias para explicar el nacimiento del mito del bebedor de sangre: El nacimiento del primer vampiro, de acuerdo a una antigua leyenda, se debió a un sueño que tuvo Adán antes del nacimiento de Eva. En el transcurso del mismo deseó intensamente una compañía femenina y se sintió repentinamente satisfecho. Este principio de vida que no pudo generar otra similar, se mantuvo en activo con una fuerza sobrehumana de supervivencia. En el momento que este germen de desesperación encontró un cadáver, surgió el primer vampiro.


El mito se Define:

El mito, como tal, continuó formando de variadas culturas, en lugares tan dispares como el México Maya y la Australia primitiva, repitiéndose, con pequeñas variantes, la idea de un inmortal que sobrevivía gracias a la destrucción de la identidad humana. Ya fuera bebiendo de su sangre, comiendo su corazón o simplemente, apropiándose de su "alma" ( cualquiera fuera el concepto que tuviera entonces esa palabra ) el vampiro continuó avanzando en las páginas de la historia.

En el Rapaganmek Acadio es el primero en anticipar la figura clásica del vampiro literario. En la tablilla de la diosa Ishtar Descenso al país inmutable ya se condensa por completo la esencia de estas diabólicas criaturas. Los vampiros en Grecia eran llamados Vaimones Prostoxivi. Y en la Edad Media nacieron los luttins de los normandos y los voukodlaks de los eslavos.


Singularmente, en la zona de los Pirineos se daba el nombre de brucolacos a los ahorcados injustamente, que abandonaban sus tumbas durante las noches para chupar la sangre a sus verdugos, sin detener este ataque hasta que les habían arrebatado la vida.



Y el siglo de la Ilustración necesitó desesperadamente también darle sentido práctico a una vieja figura, a ese temor tan concreto que parecía sobrevivir a la historia con tanta tenacidad. La definición que redactó Collin de Plancy en su Diccionario infernal, publicado en 1803, parecía intentar incluir todo lo que se sabía hasta entonces y dice: "Se da el nombre de upiers, upires o vampiros en Occidente; de brucolacos en Medio Oriente; y de katakhanes en Ceilán, a los hombres muertos y sepultados desde hace muchos días que regresan hablando, caminando, infectando los pueblos, maltratando a los hombres y a los animales y, sobre todo, sorbiendo su sangre, debilitándolos y causándoles la muerte. Nadie puede librarse de su peligrosa visita si no es exhumándolos, cortándoles la cabeza y arrancándoles y quemándoles el corazón. Aquellos que mueren por causa del vampiro, se convierten a su vez en vampiros."

El vampiro crea su propia leyenda: 

La leyenda de los vampiros había ido desapareciendo de Europa, cuando en el siglo XVII el abad Dom Agustín Calmet, un erudito en arqueología y teología, a la vez que en los temas bíblicos publicó un librito titulado Vampiros de Hungría y los alrededores. Como se cuidó de incluir testimonios médicos sobre el desenterramiento de infinidad de cadáveres incorruptos en los países que formaban la región de Transilvania, creyó estar ante unos evidentes casos de vampiros:

Durante el presente siglo, un nuevo panorama se ofrece ante nuestros ojos en Hungría, Moravia, Silesia y Polonia. Es un fenómeno que viene produciéndose desde hace unos sesenta años. Cuentan las gentes, que han visto a muertos, que llevaban varios meses enterrados, volver, hablar, caminar e infestar pueblos enteros, maltratando a los hombres y animales, chupando la sangre de los inocentes, a los que enferman y, por último, los llevan a la muerte. De esta desgracia nadie se salva, porque es imposible evitar las visitas de tales enemigos. El remedio parece ser desenterrar a estos muertos, cortarles la cabeza, arrancarles el corazón o quemarles. Se confiere a estos resucitados el nombre de upiros o vampiros, que es como tacharlos de sanguijuelas. De ellos se describen tantas particularidades, todas ellas detalladas y revestidas de hechos tan evidentes, y de informaciones jurídicas, que uno debe creer a los habitantes de estos países cuando afirman que los resucitados salen de sus tumbas para causar tanto daño...

Ciertos sectores de la Iglesia, unidos a unos editores conscientes del peso histórico, convirtieron la obra de Calmet en una "lectura obligada" dentro de toda Europa. Se diría que contaban con el antídoto para frenar el avance tan espectacular del protestantismo. Así resurgió el mito de los vampiros con una fuerza inusitada.
Voltaire llegó a escribir: "... No se oye hablar más que de vampiros entre 1730 y 1735; se les descubre en todas partes, se les tiende emboscadas, se les arranca el corazón, se les quema...". Pero el gran pensador francés llegó a más, al considerar que se estaban dando muerte a centenares de incautos, cuando los verdaderos "vampiros" eran los poderosos que "chupaban la sangre de los más débiles" o los "religiosos que abusan de la ignorancia del pueblo".

Actualmente se ha podido comprobar que ciertas capas arcillosas, lo mismo que otras clases de tierras, son capaces de mantener una temperatura cercana a los Oº C, con lo que impiden que se corrompan los cadáveres...¿Cuántos muertos han sido considerados, al ser desenterrados, santos... o vampiros por el simple hecho de que sus cuerpos se mantuvieran intactos?. Todo se basaba en que el cementerio se encontrara en una región católica o en otra pagana.

Porque la sangre es vida: 

Puede afirmarse que desde siempre la sangre ha sido unida a la juventud, lo mismo que a las enfermedades. Los médicos babilónicos podían ser considerados "sangradores", debido a que recurrían a las sangrías para curar a sus pacientes, al creer que provocaban una regeneración del cuerpo al expulsar el mal. Todo un error, debido a que sólo lograban el debilitamiento del enfermo.

Este recurso continuó siendo utilizado, en casi todo el mundo, hasta el siglo XVIII. Mientras tanto, la idea de que la sangre era sinónimo de juventud daba pie a algunos de los crímenes más espantosos de la Humanidad. Como los perpetrados por la condesa Elizabeth de Bathory, la cual sometió a infinidad de jóvenes vírgenes a unas torturas sexuales, para extraerles la sangre que luego ella misma bebía dentro de un festín diabólico. Como lo que estamos narrando sucedió a principios del siglo XVII en Transilvania, es posible que esta historia influyera en las leyendas sobre los vampiros recogidas por el abad Dom Agustín Calmet.

También podríamos mencionar a otros grandes "bebedores de sangre" que han quedado en la Historia como auténticos monstruos, como Gilles de Rais, que en el siglo XV se dedicó a matar niños para extraerles tan preciado líquido. Conviene citar los casos actuales, aunque mucho menos dramáticos, de enfermos mentales que creen necesitar el "alimento básico de la sangre", aunque en la mayoría de los casos se conformen con las de los animales.

Otro hecho clave es la importancia que la Iglesia concede a la sangre, debido a que constituye constituyen el centro mismo de la Misa, cuando el simple vino es convertido en sangre de Jesucristo en la consagración. Toda una ceremonia que algunos autores, como Bram Stoker, utilizaron para conferir una identidad inmortal y diabólica al vampiro: la contraposición de Dios, por eso se sirve de un cáliz para recoger su propia sangre, como Manuel Yáñez Solana nos muestra en un impresionante relato titulado "La sangre del vampiro".


Dracula: Principe de los Valacos.

El irlandés Bram Stoker publicó la novela Drácula basándose en las leyendas surgidas en la Europa Central, sobre todo en Transilvania. Es posible que hubiese leído el libro del abad Dom Agustín Calmet, así como los relatos de Polidori y de otros autores. De lo que no hay duda es que tomó como referencia al caudillo válaco Vlad, "El Empalador", que mostraba un gusto exarcerbado por la sangre de sus víctimas.
Si estudiamos la biografía de Bram Stoker, nos encontramos con un hombre reservado, seguidor del esoterismo y un periodista que conocía el oficio, sin destacar por su brillantez. La mayoría de sus relatos reúnen el gancho de lo popular, al ofrecer el estilo más conveniente para la prensa, que en aquellos tiempos recurría a las llamadas "novelas por entregas" o a los cuentos más o menos sensacionalistas.

Pero Drácula resultó todo un acierto, al convertirse en lo que se ha considerado la catedral del vampirismo. La novela está redactada en forma epistolar, lo que resultaba bastante corriente entonces (en Inglaterra la alta burguesía acostumbraba a escribir su Diario). Un recurso más directo, al ahorrarse muchas gratuitas descripciones.

El argumento de su novela puede resumirse de la siguiente manera: Jonathan Harker, un joven empleado de una firma inglesa dedicada a la compra y venta de fincas, llega a Transilvania para entrevistarse con el conde Drácula, el cual desea adquirir una propiedad en Londres. Desde el primer momento que Jonathan pisa aquellas tierras, advierte que ha entrado en un mundo cargado de supersticiones y amenazas tangibles, como la muerte de mujeres y niños, lobos sanguinarios, paisajes salidos de los infiernos y un castillo que parece haber sido edificado para dar alojamiento al mismo Satanás.

Todo lo anterior sólo es la antesala de la gran presencia, del vampiro por antonomasia: Drácula. Bram Stoker le confiere esta imagen: Su rostro era firmemente aguileño, exhibía una frente alta y abombada, y sus sienes aparecían cubiertas por un cabello ralo, que se hacía bastante abundante en la cabeza. Sus cejas casi quedaban juntas en el ceño al ser tan espesas, y se hallaban compuestas por un pelo tupido que adquiría una curva pronunciada debido a su profusión. La boca resultaba cruel debido a su firmeza, en la que aparecían unos dientes blancos y afilados, que le asomaban por encima de los labios. Estos eran tan rojos que delataban una energía prodigiosa en un hombre de avanzada edad. Por otra parte, exhibía unas orejas pálidas y exageradamente puntiagudas en la zona superior. En todo su semblante dominaba una palidez extraordinaria...

Pero si la figura del vampiro impresiona, mucho más sobrecoge su comportamiento: no se refleja en los espejos, sólo recibe a su invitado durante la noche, es capaz de descender por las paredes del castillo como lo haría un gato y, cuando Jonathan se ve asediado por unas bellísimas harpías, interviene como un tirano poderoso para dejar claro que el "joven inglés" solo a él le pertenece.

Puede resumirse esta parte de la novela como un macabro preámbulo de una tragedia, que irá adquiriendo tintes de apocalipsis en un barco que atraviesa el Canal de la Mancha llevando en sus bodegas el ataúd del conde Drácula. Frente a las costas de Inglaterra, éste abandona la embarcación después de adquirir la forma de un perro gigantesco. Un suceso que va a ser encadenado con el ataque del vampiro, sobre unas bellísimas jóvenes londinenses, una de las cuales es la prometida de Jonathan Harker.

Como las jóvenes se consumen por culpa de una enfermedad misteriosa, se recurre a los servicios del doctor Van Helsing. Y este personaje se convertirá, nada más aparecer, en un incansable cazador de vampiros. Gracias a sus recursos, sobre todo el empleo de ajos y de cruces, junto a las puertas y las ventanas completamente cerradas, se logra detener los primeros ataques.

No obstante, Drácula cuenta con tantos poderes, que es capaz de influir en la mente de un loco homicida para que le permita la entrada allí donde se encuentra su víctima más preciada. Ha convertido a una de las jóvenes en una vampira. Y cuando intenta hacer lo mismo con Mina Harker, que ya es esposa de Jonathan, a la que materialmente ha dado muerte, es destruido...

¿Destruido? La literatura y el cine nos han demostrado que por muchas afiladas estacas que se claven en el corazón de Drácula, durante el día y mientras yace en el ataúd que le sirve de lecho, siempre resucita.

La Metamorfosis: 

Hemos de reconocer que Hollywood universalizó el mito de los vampiros gracias a sus películas de los años 30. El actor que dio cuerpo e interpretación a Drácula fue Bela Lugosi. Puso tanto de si mismo en sus caracterizaciones, que terminó creyéndose un vampiro, aunque no le diese por beber sangre humana.

Realmente se introdujo de tal manera en el papel, que lo vivió con una intensidad propia de una metamorfosis. No sólo interpretó en varias ocasiones a un vampiro, lo mismo en el cine que en el teatro, sino que vestían en la calle como en el escenario y adoptó gestos y hábitos propios de esos diabólicos personajes. Hasta que se le consideró loco.

Otro gran intérprete de Drácula fue Cristopher Lee. Su caracterización fue tan perfecta que somos muchos los que, al imaginar al famoso vampiro, lo vemos con la imagen brindada por este famoso actor británico. Pero Lee era tan versátil que consideró el trabajo como otro más, a pesar de realizarlo de una forma excepcional.

Mención aparte merece Terence Fisher, como la figura del Profesor Van Helsing o el cazador de vampiros. Otra de las grandes interpretaciones en el cine que no olvidaremos. Esto se lo debemos a la productora inglesa Hammer, que se encargó de reactualizar el mito de Drácula, en la década de los sesenta, de la manera más acertada.

Realidad y fantasía: 

El 2 de julio de 1931, en el patio de la prisión de Klingelpütz, en Polonia, era llevado al patíbulo Peter Küten, el cual ha quedado registrado en la historia de la criminología como El vampiro de Düsseldorf.
Los jueces le probaron nueve asesinatos, aunque quedó la sospecha de que cometió muchos más. Kürten actuó como un auténtico vampiro. Asesino maníaco-sexual, buscaba a sus víctimas entre los chicos y chicas, a los que llevaba a un bosque cercano a Düsseldorf. Allí les abría una herida en la garganta con unas tijeras y, después de chuparles la sangre, las remataba.

Como vemos Kürten fue un vampiro real. No era un "no-muerto" como Drácula, sino un ciudadano sin ataúd, que en lugar de abandonarlo para chupar la sangre de los vivos salía de su domicilio, situado en una calle de Düsseldorf, con el aspecto de un obrero normal y corriente. Para convertirse en un monstruo en el momento que se encontraba junto a sus jóvenes víctimas.



El Primer Relato de Vampiros:

Sobre lo que pudo suceder en Villa Diodati, una mansión situada en las proximidades de Ginebra, se ha hecho mucha literatura, la mayoría de la cual puede ser considerada una mitificación. Lo que ha quedado como cierto es que allí se reunieron lord Byron, el poeta que ya se veía rodeado de una estela de diabólico romanticismo, el doctor Polidori, Percy, Mary Shelley y Claire.

Como no cesaba de llover, se vieron obligados a permanecer en la casa. En sus reuniones tocaban todos los temas, especialmente los literarios. Al parecer disponían de variso libros sobre fantasmas, por lo que terminaron desafiándose a escribir un cuento de esta clase en el menor tiempo posible. Todos aceptaron el reto. Sin embargo, nada más que dos de ellos cumplieron su palabra: Mary Shelley, al crear la novela Frankenstein, y Polidori con El vampiro.

Caprichos del destino: este relato de El Vampiro fue publicado en 1819, cuando su autor lo había olvidado por completo, al considerarlo una obra menor. Al principio se creyó que lo había escrito el mismo lord Byron, porque los editores utilizaron un recurso publicitario que así invitaba a suponerlo, aunque en los ejemplares no se hubiera incluido el nombre del autor.

El vampiro es considerado por muchos como el primero de los relatos de este género, porque ofrece todas las características básicas del monstruo: la inmortalidad, el dominio en su provecho de las debilidades humanas hasta conducirlas a la autodestrucción, la fascinación diabólica sobre las mujeres y los hombres, el poder de resucitar y un desprecio absoluto por todo lo humano, aunque lo utilice como elemento de conquista, supervivencia y destrucción. Otra de las novedades del relato hemos de verlo en "que el mal no es castigado", ya que, como sucede con el Diablo, siempre escapa nada más causar las tragedias irreparables, al destruir a las criaturas más hermosas con una crueldad propia de los avernos.

Y que otras historias existen?

Las vampiras más clásicas son Carmilla, de Sheridan Le Fanu, y Clarimonda, de Gautier. No les anda a la zaga Verónica Aisworth, que es la vampira de Orgasmos de sangre, un cuento de Carter Scott.

Las vampiras no se diferencian materialmente de sus "hermanos" masculinos, excepto en que ofrecen toda la hermosura fascinantge de las grandes amantes de la historia: Cleopatra, Mesalina, Lucrecia Borgia, etc. También son dueñas de grandes riquezas y cuentan con un séquito fiel de criaturas infernales.

Pero los vampiros pueden adquirir otras formas, como las del supuesto hijo de un sultán, en un cuento que forma parte de los dos centenares largos que dan forma a Las mil y una noches. Este engendro es clarividente, puede transformarse en el ser humano que estime conveniente o en cualquier animal, se alimenta de los cuerpos y la sangre de los hombres y mujeres y su "trabajo" principal es sembrar el mal por toda la zona donde se encuentra, al actuar como una especie de demonio. Esto no impide que pueda ser combatido con astucia.

Otras formas de vampirismo son las criaturas invisibles como en ¿Qué era aquello? de O´Brien, y en El Horla, de Maupassant. Enemigos muy distintos entre sí, ya que si el primero se limita a atacar, después de sembrar el terror con sus paseos casi fantasmales en el interior de un edificio, mientras que el otro ejerce un dominio mental y físico sobre su víctima, hasta casi arrastrarla a la locura...

Podríamos enumerar otras formas, como las de la Inquisición, con su cruel sentido de convertir a los infieles, que se aprecia en La promesa, de Villiers d I´sle-Adam. Lo que nos importa es dejar claro que estamos analizando un fenómeno que va más allá de lo literario.

Como anécdota diremos que en América del Sur, sobre todo en Argentina y Uruguay, hay unos enormes murciélagos, a los que se da el nombre de vampiros por su afición a posarse sobre las vacas, los caballos y otros animales de gran tamaño para chuparles la sangre. La leyenda cuenta que también atacan a los hombres, cuando éstos duermen en el campo o han dejado abiertas imprudentemente las ventanas de sus dormitorios.


De manera que cabe preguntarse, ¿Que espera en el futuro para el mito del vampiro? Tal vez solo tengamos que echarle un vistazo a nuestra propia historia para saber la respuesta.

C'est La vie.