lunes, 23 de abril de 2012

De pequeños rituales y otras Excentricidades: Día del Libro





Me detengo a unos metros de la mesa del café. Aguardo, con el corazón palpitándome muy rápido: el desconocido toma el libro entre sus manos, primero con cierta precaución, luego con abierta curiosidad. Lo hojea, casi al descuido y de pronto, cae la notita escrita a mano. "Leeme" Que palabra tan sencilla y tan poderosa. Que invitación tan sugerente y tan firme. Me quedo esperando, con la sensación extraña que cualquier cosa podría pasar: tal vez el extraño se burlará un poco de las buenas intenciones del libro "olvidado". O lo arrojará a la basura -Que angustia el solo pensarlo! - o sencillamente, no me dejará ser testigo de ese momento hermoso de la primera palabra. Pero el hombre - joven, con una camiseta desteñida y jeans descuidados - permanece sentado, como paralizado. Y de pronto, abre la primera página. Se inclina. Los hombros en tensión.

Y comienza a leer.

El pequeño milagro ha vuelto a suceder: he regalado un sueño.

Porque cada año y desde hace al menos siete, celebro el día del libro de la mejor manera que sé: regalando lo que leer me ha obsequiado cada dia de mi vida. La emoción de las lágrimas, el poder de la imaginación, la necesidad de cuestionarme, la ternura de la intimidad, la furia más plena, la risa más sincera. Y es que leer ha sido para mí, no solo la manera más personal de crecer sino de comprender al mundo más allá de mi misma, de viajar con la imaginación a lugares insospechados, a levantar castillos de Palabras en medio de mi mente. Leer es soñar, crear una tiempo nuevo, vivir una aventura que puedes repetir cien veces más.

¿Y como lo celebro? De una manera simple: compro una edición del libro que más me sorprendió durante el año. El que más amé quizá, el que me hizo sentir esa conexión especifica y radiante con el mundo de las palabras. Y lo dejo "olvidado" en cualquier lugar de mi ciudad, con una pequeña notita en su interior. "Leeme". Tan simple como eso. Una invitación sin mayores pretensiones, una sonrisa invisible a ese desconocido que encontrará un mundo por descubrir, un sueño por crear, una valle de palabras por recorrer. Y que regalo es para mí, imaginar a ese lector desconocido, riendo y llorando como yo lo hice en las páginas de ese libro que tanto amo! Y que sensación tan enorme, es esa de sentir plenamente, que obsequio lo que el mundo de las palabras me brinda a mi cada día: ese poder inimaginable de creer y confiar, de aprender  y soñar a través de un libro! Un privilegio, sin duda alguna. Un sueño deudor que poco a poco intento compensar.


¿Por qué lo hago? Para decir gracias, por supuesto. Porque es que es tanto lo que recibido de los Libros, es tanto lo que cada día conservo en mi mente y en mi espíritu que no hay momento de mi vida donde las palabras no tengan un lugar. No puede ser de otra manera supongo: después de enamorarme de ellas, desde siempre y para siempre. En cuentos que llegaron antes de saber leer, por fantasmas que terminaban pintando manchas de sangre verdes, mi mundo lleno de imagenes obsequiadas por Wilde, Verne, Fallaci, un llanto pequeño, donde construí palacios para soñar. Por ruiseñores que cantan toda la noche para nada. Por lagunas enamoradas de sí mismas que se miran en los ojos de Narciso. Por princesas que bailan con pies como palomas. Por sirenas abandonadas por no tener pies. Por esfinges sin secreto. Por cuadros que envejecen por sus dueños..

Regalar un libro sin duda, es el mayor acto de amor. No solamente obsequias un sueño, sino una amistad eterna. Eso lo aprendí siendo muy joven, tanto como para aventurarme en ese laberinto impreciso de encontrar en las palabras un hogar. Y lo hice. Más tarde en mi vida, abandoné todo por leer y escribir. Solo entonces fui feliz. Y desde entonces aprendí el poder de los sueños. La maravillosa capacidad en cada uno de nosotros de crear a través de mundos imaginados.

Eso es lo que obsequio hoy: el poder de crear.  Con la inocencia de la niña que fui, la mujer que hoy soy,  que aguarda y tiene esperanza, brindo un sueño. Tan discreto, el gesto: dejo un libro olvidado. En un café quizá, en el banco de un parque, entre los árboles de un jardin. Aguardo, sonriendo, los ojos llenos de lágrimas hasta que el próximo heredero de este poder, de esta fe aparece y entonces, me siente feliz. Siento que el mundo continua girando y creando, quizá un nuevo momento para soñar.

C'est la vie.






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