miércoles, 18 de abril de 2012

Sobre la Transitoriedad y los temores más primitivos: El Culto a la muerte






La muerte es un tema recurrente en toda mitología, cultura, sociedad, pensamiento humanista. Y es que tal vez, sea el uno de esos temas, tan profundamente arraigados en la memoria colectiva, que es inevitable que sea común para todos, partes de una enorme concepción sobre la naturaleza humana. Porque nos resistimos a esa idea de lo irrevocable, lo que no podemos matizar o simplemente ignorar. La muerte, como tal, es un concepto integro, tal vez uno de los pocos por completo absolutos que posee la realidad analizada como forma de comprender la realidad.  Recuerdo que cuando era una niña, la primera vez que afronté la idea de la muerte - una de las mejores amigas de mi abuela murió y acudí al funeral de mano de mi madre - no pude entender porque Margarita simplemente dejó de estar en el presente. No lo pensé tal vez con términos tan exactos o complejos, pero sin duda el pensamiento fue que la anciana que me obsequiaba galletas de avena o me cuidaba de vez en cuando, había dejado de "estar". En el Hoy, en el presente, en el tiempo de todos los días. Y fue esa elemental aceptación, lo que me aterró. El hecho que Margarita ahora solo existiría en lo que yo pudiera recordar de ella, en los pocos objetos que le pertenecían, en las fotografías donde continuaría sonriendo, estática y muda, por muchas décadas más. Fue esa sensación de lo inapelable, lo tajante de la muerte lo que me hizo llorar, lo que me dejó muda y asombrada por días enteros. La sensación de saber que en algún momento, yo también desaparecería de la misma manera, dejaría de "ser", para solo poder ser recordada.


Una idea escalofriante sin duda. Pero pensemos que nuestros ancestros, que no tenían la capacidad reflexiva que tenemos - o se supone deberíamos tener - en la actualidad: probablemente se manejaban por intuición y aceptaban este momento con naturalidad por el sólo hecho de vivir inmersos en un cosmos marcado por la transitoriedad de todas las cosas, y que los llevaba a asimilarse al resto de los seres. La vivencia de ser parte de un todo mayor era muy profunda y de eso deberíamos nosotros también aprender dado que estamos sumidos en el mismo cosmos. Hablamos de reflexión y racionalidad, eso no nos ha ayudado porque no se trata de enfocar algo que pueda ser analizado y resuelto como una fórmula matemática, de ahí que el miedo visceral no sea racional. Por esa razón perdura aun, incluso en personas sumamente inteligentes. Vamos a relatar el mito de la muerte de Hainuwele, todavía actual en la isla Ceram, que forma parte de las Islas Molucas. Dice la historia que:

La doncella divina Hainuwele nació de un árbol y se apareció a los hombres de los tiempos antiguos. Ella les ofrecía continuamente presentes invalorables, ellos estaban felices al principio pero luego comenzaron a sentirse incómodos porque sentían que eso alteraba su vida y la armonía de ésta. La gente estaba dividida en nueve familias y solían bailar una danza llamada Gran Maro. Les tomaba nueve noches llevarla a cabo, y cada noche danzaban en forma de espiral nueve veces. Hainuwele se sentó en medio de ellos y en la octava noche comenzó a darles nuevos presentes, fue allí cuando ellos tomaron la decisión de matarla. En la noche siguiente, cavaron una fosa, y cuando estaban bailando, la arrojaron en ella y la taparon con tierra.

El padre de la doncella la buscó a la mañana siguiente, la encontró y desenterró. Él desmembró su cuerpo y lo enterró pedazo a pedazo, alrededor del lugar en donde se bailaba. Las partes de su cuerpo se fueron convirtiendo en cosas que no habían existido antes sobre la tierra (ciertos frutos que constituyeron la alimentación de ese pueblo de allí en adelante). Su padre no enterró los brazos de Hainuwele, los llevó a otra divinidad llamada Satene, que en ese momento reinaba sobre los hombres. Cuando Satene vio esto, y se enteró de lo que había ocurrido, se puso furiosa, construyó un gran portal sobre el lugar en donde se realizaba la danza, y lo hizo en la forma de una espiral de nueve vueltas. Se paró al lado de un banano que estaba al lado de uno de los lados del portal, y llamó a la gente para que se parara del otro lado. Dijo: Ahora los dejaré, pero antes de irme, ustedes deben venir a mí a través de este portal. Sólo aquellos que lo atraviesen permanecerán como humanos. Aquellos que no lo hagan se transformarán en animales o espíritus del bosque. Y así fue como aparecieron por primera vez los cerdos, pájaros, ciervos, peces y toda clase de espíritus. Satene sostuvo un brazo de Hainuwele en cada mano, y a medida que cada persona atravesaba el portal, lo tocaba con uno de ellos. Desde entonces los seres humanos han tenido que morir y soportar el difícil "viaje de los muertos" para ver a Satene nuevamente. Hay un mito suplementario que dice que sólo desde ese entonces han sido los seres humanos capaces de casarse, es decir, desde que la muerte entró al mundo ha traído también la procreación y el nacimiento.

Hay interpretaciones diversas sobre este mito y la relación entre los seres humanos y la muerte: Primero, parecería que los hombres no pueden soportar la abundancia sin límites que la vida otorga, esa abundancia se viviría como un pecado, una carga, y al conducirlos al asesinato trae consigo la muerte al mundo. Segundo, aquí se revela una de las condiciones de la vida y la muerte, la vida se transforma ella misma en alimento y el alimento en vida nuevamente. La vida misma significa transformación. Tercero, y tiene que ver ya con Satene, sólo aquellos que estén preparados para atravesar el Portal de la Muerte y que puedan ser tocados por la muerte, permanecerán humanos, en un nuevo y verdadero sentido. Quiere decir que el hombre puede y debe encontrar a la muerte conscientemente y eso es lo que lo distingue de los animales. Cuarto, es de este conocimiento de donde viene la toma de conciencia de un aspecto de la existencia que está más allá, la conciencia de la muerte ilumina la otra frontera de la vida, sus comienzos, el nacimiento. Todo adquiere dimensiones más altas cuando se toma conciencia y se acepta. La Vida ofrece dos aspectos de sí misma: la cara de la muerte que genera temor y hasta horror, y la cara amigable y generosa del nacimiento. La muerte es inevitable y el hombre es tocado en su ser más íntimo por esta certeza, la pregunta es: ¿es capaz el hombre de poner en armonía este hecho con su sentimiento por la vida?

Pero vayamos a la historia de todo esto, ¿cómo pudo primero el hombre soportar el horror que la muerte le producía? ¿Cómo respondió a él? Estas dos preguntas irán siendo respondidas en cada uno de estos encuentros porque marcaremos los cambios que se fueron dando en las formas en que el ser humano encaró su temor al confrontarse con algo que era totalmente incomprensible, incluso lo veía como algo monstruoso en tanto su poder no tenía límites, un poder oscuro ante el cual estaba indefenso. Hubo muchos casos de huida, en que se prefería aferrarse a la vida y ni siquiera pensar en la muerte, y entonces surge la pregunta: ¿cómo podía el hombre aferrarse exclusivamente a la vida negando la muerte, cuando la muerte era un hecho inevitable que no podía negarse?. Pero es justo decir que hubo pueblos en los cuales la muerte y la vida eran vistas como esas dos caras de las que hablamos recién, puestas en armonía, ayudaban a trascender los límites de la existencia terrena. Sólo es posible lograrlo cuando el hombre reconoce que parte de él, su espíritu, es tan misterioso como la muerte y que puede alcanzar lo desconocido gracias a él, pero también se dará cuenta que es desde ese misterio desconocido de donde provienen el orden y el sentido de la vida misma.

Nos interesa también, tomando ejemplos de todas las culturas posibles, en un enfoque antropológico y mitológico, ver cuál fue la reacción que llevó a plasmar determinadas imágenes mitológicas y a llevar a cabo rituales específicos, colectivos, que luego fueron pasando a etapas posteriores, ya en religiones diferentes o no, pero que serían indicadores de un sentimiento superado a medias en algunos casos. La muerte en tanto arquetipo, sigue asomándose desde lo inconsciente a nuestra mente consciente y la humanidad ha seguido diversos caminos para enfrentarlo. Nos ocupa ese tema. Ese camino comienza como ya lo dijimos, con experiencias de puro horror, todavía sin nombre ni forma, luego habría llegado la noción del "encuentro" con ese "otro", y es allí donde habrían surgido las imágenes internas, propias de cada pueblo. Al principio, formas más horrorosas, pero luego de que la muerte hubo manifestado su esencia, o mejor dicho, de que la humanidad tuvo la posibilidad de aprehender algo de su esencia, habría sido "percibida" a través del sentimiento. Las formas hicieron posible una diferenciación de la esencia, y así surgieron nuevas imágenes que expresaron otros aspectos de la muerte. Los monstruos demónicos habrían cambiado para transformarse en deidades ctónicas del destino, en las que la muerte y la vida convivían en una armonía primordial.

Esas antiguas imágenes todavía aparecen en los sueños del hombre moderno, siguen siendo los mismos arquetipos que poblaron los mitos, sólo que manifestados en la psique individual. Es la forma en que el inconsciente nos permite entender la armonía original a través de figuras o actos simbólicos, y esto está en correspondencia con el desarrollo de la psique colectiva de la humanidad. Aunque hay que reconocer que está muy polarizada hacia el desarrollo del intelecto y la intuición se ha dejado un poco de lado.

¿Cuántas imágenes ha creado el ser humano para proyectar su idea de la muerte? Cientos, miles, la escena de la deglución de la persona por parte de un monstruo que en los mitos, sagas y cuentos suele ser un dragón, un animal híbrido es una de ellas. Justamente la combinación de diferentes aspectos en el animal hace referencia a que el hombre no veía clara la naturaleza de ese enemigo invisible, y lo plasmaba como una mezcla de seres a los que temía por separado, pero que al combinarlos generaban una multiplicación del temor. Ya sea en estas formas, o luego en la de los perros y lobos devoradores, los cocodrilos y las serpientes, se revela lo desconocido, lo incomprensible y también lo inaudito. Si se vive como una amenaza al hombre, es casi una certeza que se la asociará al mal, y por eso será reducida y condenada a un ámbito de realidad que se inserta en la tiniebla que devora la luz. Entre los celtas y los indios, el temor a la muerte no existía dado que era el opuesto al nacimiento y no el opuesto a la vida. Y en el caso indio, era la vida la que generaba sufrimiento, en tanto que la muerte ponía fin (momentáneo o no) al dolor de la existencia. Confundir conceptualmente nacimiento y vida, es un error y lleva a malas deducciones. En ambos casos, tenemos pueblos, que al igual que los indígenas de América o los siberianos, o aquellos pertenecientes a sociedades agrarias, veían el nacimiento, la muerte y el renacimiento insertos en un solo ciclo vital. Por eso es importante en este caso la concepción asociada a los ciclos lunares. No olvidemos que la luna ha sido considerada desde antiguo como el lugar al que los muertos se dirigen, o también como el Señor de los Muertos.

Los mitos de deglución por parte de un monstruo, o un animal, son muy comunes, casi universales y dan lugar a la imagen del "devorador" en el imaginario popular. Y ese devorador es lo absolutamente "Otro".
El "Otro" siniestro o benéfico

Es muy común, según muchos autores, entre ellos von Franz en su libro Los Sueños y la Muerte, hacer una aproximación a la imagen de la muerte bajo la figura de un "ladrón", en otros términos, como un ser extraño que irrumpe en nuestra vida para cambiar el statu quo de raíz. Ella ha centrado su trabajo como psiquiatra junguiana, en los sueños de las personas. Tema que volveremos a ver hacia el final del curso. Marca algo que se ha comprobado en muchos pacientes, y es la anticipación de la muerte por medio del sueño. Muchas veces vista en el sueño como un enviado de Dios. En la mitología de muchos pueblos, la muerte está descrita como una figura masculina o femenina. Edgar Herzog, ha reunido un material muy interesante sobre la figura de la muerte mítica personificada, y mostró que los nombres Hel (la diosa de los muertos y del Mundo Subterráneo entre los escandinavos) y Calipso derivan de una misma raíz indoeuropea: kel(n), que significa "esconder (en la tierra)". Los pueblos paleoasiáticos conocen un demonio, o demonios, Kalan, Kala (éste último con cara de perro) que personifican la muerte y la enfermedad. La diosa Hel es hermana del lobo Fenrir, aquél que se desatará hacia el fin de los tiempos, y tendrá un rol destacado en el combate entre los dioses y las fuerzas del Mal. Para empezar, devorará al sol.

Von Franz relata un sueño del mismo Jung:

Me hallaba en un bosque espeso, tenebroso;... era un paisaje heroico, primitivo. De repente oí un silbido estridente...las rodillas me temblaban de espanto. Entonces se oyó un ruido en un matorral y saltó un enorme lobo con terribles fauces... Pasó ante mí como una flecha y yo supe que el cazador le había ordenado que capturase a un hombre...a la mañana siguiente recibí la noticia de la muerte de mi madre.

Jung explica que el cazador salvaje representaba el arquetipo de Wotan, equivalente a Odín, Señor de los Muertos, especialmente de los caídos en batalla, pero de los muertos en general. El perro y el lobo aparecen como un acompañante al más allá, muchas veces, un protector. Así, Anubis con cabeza de chacal es en realidad el portador de la resurrección, y en la creencia azteca un perro amarillo o rojo, Xolotl, trae de nuevo a la vida a los muertos que están en el más allá. En India, Siva, destructor y dios de la muerte, es llamado "señor de los perros", aunque si profundizáramos en la figura de Siva veríamos que es relativa esa asociación. Virgilio dice en la Eneida que en realidad el perro de los infiernos Cerberos "es" la tierra que absorbe a los muertos.

Es común entre los cristianos ver ángeles también, además de todas las figuras amenazantes. El aspecto terrorífico y siniestro del "otro" se vuelve importante cuando la persona no espera a la muerte. A veces se la ve como el lado oscuro de la imagen Dios. En tanto más desconocemos ese lado oscuro, más siniestro se nos aparece, más negativo. Pero, muchas veces también aquél que viene a buscar al vivo aparece como una figura claramente positiva. Von Franz relata un sueño muy obvio de un paciente:

Se encontraba en una superficie gris, había niebla y estaba pesado, el cielo estaba recubierto con nubes grises. De pronto las nubes se abrieron y de ellas salió una luz, un adolescente desnudo con zapatos alados miraba hacia abajo. El soñador sintió un infinito amor hacia él y experimentó una sensación de profunda felicidad.

Dice ella que se asustó al escucharlo porque pensó inmediatamente en Hermes, el acompañante de las almas que van al más allá. Dice también que la salud de paciente desmejoró notablemente y que el análisis se convirtió en un compañero de su muerte temprana. Hermes es el intérprete y guía de los sueños, el mediador de los contenidos de lo inconsciente. Pero recuerda ella que, entre los etruscos, lo llamaban: Hermes del Hades.

Hay multitud de relatos que hablan de una luz maravillosa, esencia de paz y amor que viene por la persona y que el ser humano se funde en esa luz, no su cuerpo sino una parte que sale de él y que tiene las mismas características que la luz. Se trataría de una esencia espiritual. Los relatos del folklore y la mitología, la representan tanto como femenina o masculino, pero en todos los casos se la ve como un personaje extraño, que simboliza un aspecto todavía desconocido para la persona de su propia alma.
Cuando la muerte es negada

¿En qué pueblos encontramos un rechazo de la muerte? Los pueblos pastores nómades tienden a una concepción lineal de la vida, y ven la muerte como una alternativa a ésta, no como una alternancia. La alternancia es común entre los agricultores y al instalar la esperanza del renacimiento, libera al ser humano de incertidumbre, ansiedad y miedo. Las antiguas diosas que adoraban estas sociedades eran ambivalentes, señoras de la vida y de la muerte. Eran las mismas que vigilaban amorosamente el nacimiento, y al mismo tiempo, las que buscaban a sus hijos para llevarlos de retorno a su vientre. Es la imagen del vientre como fuente de vida y como sepulcro. Además la observancia de los ciclos naturales les permitía ver en su entorno, ya sea en el mundo vegetal como en el animal, un ciclo que se repite en el hombre. Hay una importancia crucial del entorno. La ecología de la religión, si bien no puede dar explicaciones de todos los sucesos y experiencias, al menos ha dejado claro que el ser humano puede ser condicionado en sus actitudes, y por lo tanto en el Imaginario que elaborará, así como en los mitos que surgirán de él.

Por esa razón, es importante reconocer que los imaginarios estarán sujetos a los distintos modos de vida de los pueblos. Hay una tendencia a enmascarar lo temido, a disfrazarlo en un plano consciente. Rara vez, en estos pueblos, se presenta la noción de la muerte asociada a un renacimiento o a un pasaje a otro plano mucho más pleno de existencia. La tendencia en los pastores, en general, es ver un final casi total, aunque los rituales existentes en pueblos de la estepa y las plegarias a los dioses dan cuenta de la esperanza en un más allá. Es bastante ambivalente la experiencia de los nómades. Se presenta la idea de la otra vida, del otro mundo, de eso no hay duda, pero el momento crucial se vive con mucha angustia. A diferencia de lo que ocurriría entre pueblos agrarios antiguos. El temor es algo normal, porque se trata de un pasaje a una existencia desconocida. Las distintas religiones tratarán diversamente este aspecto escatológico.

Pero ninguna época ha hecho tanto hincapié en la muerte como la Edad Media. Una Edad de crisis, de cambios, rechazos y aceptaciones, de nacimiento de órdenes religiosas, de escuelas de teología y filosofía, de grandes cambios en la idea que se tenía de Dios. Hay un capítulo imperdible en el libro de Johan Huizinga que se tradujo como El Otoño de la Edad Media que se llama "La visión de la muerte". Hay motivos claves para esto. Uno de ellos es que las órdenes religiosas hacían permanente recordatorio en sus prédicas, en especial las mendicantes, del advenimiento de la muerte y trataban de generar conductas pías, pero mayormente basadas en el miedo, esto es alrededor del siglo XII y XIII. Para el siglo XV utilizan un nuevo modo de inculcar el pensamiento de horror, además de las palabras del predicador, aparecen los famosos grabados en madera (woodcuts).

Los sermones más las imágenes, que de por sí eran crudas, se convertían en una forma tajante y dura de "preparar" a la persona para ese momento. La imagen se imprimía a la fuerza en la memoria, y eran escenas complejas, llenas de simbolismo pero que se mantenían en forma permanente a un nivel consciente y trabajaban en un nivel inconsciente. El temor era la única respuesta. Esto era algo muy primitivo porque remitía al hombre a sus primeras experiencias de miedo ante la muerte, que se remontaban a las épocas paleolíticas en que el ser humano, en medio de la oscuridad debía enfrentarse a los peligros de aquél entonces. El miedo visceral a la muerte forma parte de nuestro bagaje más arcaico, está grabado a fuego en nuestra psique inconsciente. Es posible que sin saberlo en forma consciente, pero la generación del miedo en el otro por parte de las órdenes se transforma en un modo muy efectivo de manipulación. Sobre esto volveremos en la tercera parte.
La huida y los ritos vinculados

Una de las formas de escapar de la muerte y los muertos ha sido enterrar o acomodar el cuerpo en algún tipo de construcción pequeña, y borrar los pasos de la comitiva a medida que se alejaba. Obviamente, el objetivo era que el alma del difunto no pudiera encontrar el camino de regreso a su hogar siguiendo las huellas de los parientes y conocidos. En pueblos paleocultivadores del Amazonas existe todavía la costumbre de abandonar la aldea cuando una persona fallece, se trasladan todos a otro sitio y construyen nuevamente sus moradas. En Tibet mismo, se daban largas recorridas, casi laberínticas, tratando de confundir al muerto para que no encuentre el camino de regreso. Se sabe, o se asume hoy, que la primera impresión del ser humano ante la muerte de un ser querido, y hablamos del hombre de las cavernas, tiene que haber sido la que se generaba dos o tres días después del hecho. No lo podemos saber en forma fehaciente, pero como deducción vale. Se trataría de la experiencia de rechazo y asco al ver la descomposición del cuerpo y la necesidad de abandonar el lugar, o de trasladar el cuerpo. Algunos especialistas creen que el hecho de soñar con el difunto habría dado lugar a la creencia en el doble. Veremos que esa creencia podría haber tenido algún sustento en esa experiencia, pero que más adelante encontró elementos diferentes en los que sostenerse. Esta imagen del doble que se interpretaba como el difunto que regresaba, podría haber también sentado las bases para la creencia en una vida post mortem. Pensamos que eso no descarta otras posibilidades para la elaboración de esa creencia y del imaginario que viene asociado a ella.

Los ritos son espejo de las actitudes de los hombres con respecto a lo sagrado, y en este caso, aplicamos concretamente a sagrado el sentido original de "separado", el difunto es "separado" y está "separado". Pero las actitudes cambian de acuerdo con los entornos geográficos, las migraciones, la evolución de la conciencia, los mitos y folklore que cada pueblo tenga, que a su vez reflejan el peso de lo positivo y lo negativo de las creencias y la manera en que se ponen en acto. Por todo esto, los ritos asociados a esta circunstancia concreta que estamos trabajando, variarán con el tiempo y las culturas. De todas formas, no debemos olvidar que aunque, en el plano consciente hayamos alcanzado muchos logros, en el inconsciente quedan todavía guardadas aquellas antiguas experiencias, y ellas vuelven a aparecer de una forma u otra. Lo que variará será la manera en que nosotros las interpretemos, en cómo reaccionemos ante esos vestigios.
La Madre-muerte: Sheela na Gig

¿A qué llamamos la madre-muerte? Concretamente a la imagen de la madre que devora a sus hijos, a la Diosa Madre ambivalente. La misma que da a luz y que recibe nuevamente a aquellos que alguna vez salieron de ella. La tierra-tumba, la tierra-vientre receptor, la tierra-descanso, la tierra-renacimiento.

Lejos de provocar temor, en la antigüedad, la noción de un regreso a la Gran Madre, despertaba en el devoto sentimientos de ser contenido, de esperanza futura en un renacimiento. Esto parte de la vivencia de formar parte de un todo mayor dirigido por un poder divino asimilado a la imagen de lo Femenino Materno. Lo que no despierta temor es el destino final, la Gran Diosa promete a sus hijos acunarlos en su vientre hasta el momento de volver a la vida en el marco de un ciclo mayor de nacimiento, muerte y renacimiento. Esto estará muy asociado a partir de la intuición que el hombre tiene de los símbolos, con la serpiente, con la luna, con los animales astados. La Diosa aparece muchas veces con cabeza de serpiente, y la característica de este animal de cambiar su piel estacionalmente, de salir de la piel vieja con una nueva, esconderse en lo profundo de la tierra para hibernar, trae a la mente del ser humano asociaciones que lejos de ser conscientes, son producto de una captación de orden intuitivo, al menos en los primeros tiempos. Lo mismo ocurre con la luna, el creciente semeja dos cuernos, y los cuernos también mudan y se regeneran. Pero al mismo tiempo la luna ofrece en el cielo, el espectáculo completo del nacimiento, la vida plena, la decadencia y la desaparición en la oscuridad, para volver a nacer y comenzar el ciclo nuevamente, en una recurrencia sin fin.

Todo indica la presencia de lo cíclico en estas concepciones. La Sheela na Gig, es una imagen tallada en piedra o madera, de una mujer que muestra sus genitales, También se la ha llamado "demonios de piedra". La imagen quiere mostrar al hombre que no debe ensalzarse a sí mismo, que no debe dejarse llevar por la soberbia ni el poder mundano porque detrás de todo eso, lo espera las entrañas de la Madre Devoradora. Sheela na Gig abre con sus manos una gran vagina que traga, y su rostro es cadavérico. Colocada en las iglesias en las Islas Británicas e Irlanda, anuncian al hombre que todo tiempo termina, que todo vuelve al origen y que lo único seguro es el retorno al vientre de la tierra.

Aunque el término se registró en forma tardía, recién en el siglo XIX, el significado exacto de su nombre todavía es incierto. Una posibilidad es que derive del nombre Síle ina Giob o "Sheela en cuclillas" porque casi la totalidad de las figuras están en cuclillas. La mayor parte está colocada en lo alto de las paredes de las torres de los castillos o casas medievales, en iglesias medievales, también en un molino, en pilares. Hoy en día se las puede ver en museos dado que ha habido un robo permanente por parte de traficantes de arte, otras están en manos de coleccionistas privados.

Se cree que las Sheelas forman parte de tantas otras figuras de tipo exhibicionista que se colocaban en el camino de las peregrinaciones para que los peregrinos vayan interiorizando las imágenes y profundizando el estado de entrega, así como el deseo de purificación a medida que se acercaba a su destino. También se cree que además de advertir con respecto a la caducidad de la vida, podría ser alguna advertencia con respecto al pecado de lujuria. De todas formas, habría grandes posibilidades de que las Sheelas fueran parte de un antiguo culto a la fertilidad y que podrían representar uno de los aspectos de la diosa de la fertilidad. Lo que ocurre es que no hay folklore que dé sostén a esta hipótesis. Hay otra función que suele atribuírsele, y se debe a algo clave. ¿Si las Sheelas eran colocadas para advertir al peregrino o al ciudadano común de la caducidad de la vida, por qué se las colocaba tan alto en las torres? Era muy difícil verlas bien, no son tallas muy grandes, pueden ir de 30cm a 60 ó 70 cm como mucho. Se baraja la posibilidad que tuvieran una función apotropaica, es decir que al estar en lo alto de fortalezas, pudieran ser concebidas para divisar los límites de los "tuaths" o territorios de las tribus y que de esa forma pudieran desviar simbólicamente los ataques de enemigos, e incluso los del mal.
La Diosa Velada en tanto Diosa Amortajada

Alguna vez, cuando dimos el curso sobre la Diosa del Grial, hicimos mención a la diosa velada. En ese caso apuntamos a un aspecto de sabiduría, aquello que está escondido y que hay que descubrir como si rompiéramos la cáscara de una nuez. Era la Diosa Negra, Sophia Nigrans, el lado oscuro que es tal porque es recóndito, oculto bajo miles de capas de apariencias diversas pero que cuando aparece hace un llamado a nuestro interior. La Diosa Negra aparece mayormente velada para indicar que no se muestra a cualquiera, que hay que descubrirla y que ese hecho no es gratuito. Recordemos aquí las palabras que están grabadas en la estatua de Isis en Sais. Soy todo lo que ha sido, lo que es y lo que será, y ningún mortal (hasta ahora) ha alzado mi velo.

Otro significado de la diosa velada es que anuncia la muerte. Volveremos también sobre este tema, pero es importante marcarlo ya porque ese velo corresponde a lo que el hombre no puede ver porque es inefable y misterioso, a ese "otro" extraño que se le aparece velado. La forma de la diosa alude a una figura que el hombre sí conoce y que espera confiadamente en ella como Madre, pero el velo señala la faceta oculta que espera al ser humano y que sólo descubrirá cuando esté en los brazos de la diosa y pueda con sus propias manos descorrer el velo de su rostro. Se preguntarán por qué razón hablo de Diosa y no de Dios, simplemente porque antiguamente la que cumplía esas funciones era una divinidad femenina. No hay otro enfoque aquí.

Mencionamos antes el hecho de matar y la idea relacionada de los seres sacrificados, esa idea consciente ha sido entendida como un intento de comprender la naturaleza de ese "matador" desconocido y determinar su lugar en el esquema general de las cosas. Matar y saber que uno mata sería, desde un punto de vista arcaico, una identificación de uno mismo con ese ser desconocido que trae la muerte (el Ser-Muerte). Podemos estar de acuerdo o no con esta conclusión, tal vez la razón sea más simple y sólo se relacione con la necesidad de sobrevivir en un medio hostil. Lévy-Bruhl ha mostrado que tal identificación y participación son probablemente mejor comprendidas como un modo temprano de comprensión de lo "otro", de la naturaleza del que mata y con el que se identifica, pero que al principio ese Ser permanece informe y nada más que eso. La formación de un concepto interno, puede ser una imagen de tal "personaje", debería haber sido para el hombre una especie de liberación, aterradora en cuanto que la imagen que se forma el ser humano en los inicios lo es. Cuando toma imagen en la mente entonces expresa algo de su esencia y su acción.

Es muy difícil saber cuándo y de qué modo el hombre se formó por primera vez una imagen del ser que mata o sea de la Muerte, pero parecería que desde el comienzo, esa imagen era de una extrañeza fantasmal y que sólo podría ser pensada como la imagen de un ser que actúa desde lo oculto y en lo oculto. Ocurre que nadie sabía ni sabe cuándo ese ser puede aparecer y aún, cuando aparece, permanece irreconocible, velado o amortajado a los ojos humanos. Este amortajamiento no sólo expresa el misterio y lo oculto de la muerte como una "asesina"; también refleja la real apariencia de los muertos. El muerto está aquí y no lo está al mismo tiempo, y es como si estuviera amortajado detrás de una máscara rígida. Como si alguien hubiera amortajado el ser del muerto de manera que uno que está cerca, o la familia, lo ven repentinamente como alguien distante y extraño.

Este "Ser-Muerte" es pensado como algo numinoso, y ese sentimiento habría aparecido en los primeros tiempos, en las primeras etapas de nuestro desarrollo cultural. Por eso, luego se ha hablado de la Muerte-Demonio entre los indo-europeos y se la ha llamado "el o la que se oculta". Esta característica de ocultamiento misterioso habría sido parte del poder que se le atribuía desde tiempos remotos. No olvidemos que el lenguaje está en estrecha relación con la emoción, los sentimientos y las imágenes internas de los pueblos. Damos un ejemplo: Calipso, la ninfa que se encuentra con Odiseo, tiene todas las características de una encarnación de la muerte. Su nombre que viene del griego Kaliptein, significa "ocultar", "velar" y por extensión significa "oculta en la tierra", "enterrada". Así, Calipso sería "aquella que se esconde u oculta". En el período pre-griego, aunque ya indoeuropeo, la raíz verbal indoeuropea reconstruida *kel(u) significa "cubrir con tierra", "esconder en la tierra", y las siguientes palabras, entre otras, pertenecen al mismo contexto: el latín celo, occulo = "esconder"; el irlandés antiguo celid = "encubrir", "ocultar", "esconder"; el antiguo alto alemán helan = "ocultar", "esconder". Que la raíz expresamente relaciona un ocultamiento, en o bajo tierra, se demuestra por las formas sustantivas que aparecen en las diversas lenguas indoeuropeas: latín: cella (cámara subterránea); antiguo irlandés: cuile (sótano); inglés: hole (agujero). De ahí, por derivación tenemos también el antiguo irlandés: cel (que viene de *kelo) con el significado de "muerte"; el gótico halja que significa "infierno"; antiguo islandés hel que significa "reino de los muertos"; en moderno alto alemán tenemos Hölle que designa tanto a la anciana asociada a la muerte como al lugar de los muertos.

Hay elementos en la leyenda griega de Calipso que contradicen su naturaleza aparentemente inofensiva y la relaciona con la divinidad oscura de la muerte. Aparece como hermana de las Hespérides en la Odisea (VII, 245), y éstas son consideradas hermanas de los dioses de la muerte (Hesíodo, Teogonía, 215). En el himno homérico a Demeter, Calipso es nombrada como una compañera de Perséfone. Dio Casio dice que se le rendía culto a ella en el Lago Avernus en los montes Albanos, el cual ha sido considerado en tiempos antiguos como la entrada al mundo subterráneo, el lugar donde mora la Sibila y en donde está el bosque oscuro de Hécate. En Homero, la isla de Ogygia era la morada de Calipso y tiene las características de un jardín de la muerte, hermoso, pero asociado a la muerte. Adornado con hiedra y violetas, que en la antigüedad eran plantas sepulcrales, vive en una cueva y está rodeada de los árboles del mundo subterráneo: cipreses, alisos negros, álamos oscuros. Es muy similar a la imagen que ofrecen los escandinavos cuando hablan de Hel, la Señora del Mundo de los Muertos, y se refieren al lugar con términos como "oscuros misterios de la colina de la tumba y de la casa de los muertos". Ellos creían que el demonio femenino de la tumba "ocultaba", "escondía" el cuerpo del difunto de los ojos de los vivos y la creencia germana original era que todos los que murieran caerían víctimas de Hel.

Tanto el nombre de Calipso como el de Hel, aluden por derivación a "la que esconde", "la que amortaja". De todo esto, podemos sacar una conclusión clara, kaliptein, celare, helan, aluden al fenómeno primordial del tremendum, a aquello que está oculto, amortajado, que es incomprensible en su misterio y que puede, con su poder, amenazar la vida. Más tardíamente, la palabra griega se transformó en un término técnico para el enterramiento.

Claro que hubo otros modos de disponer del cuerpo: exposición a cielo abierto, cubierto con hojas, dejado en una choza, dejado para que los animales lo devoren, en árboles, en cuevas, cremados, colocados bajo los lagos. Todo indica que la ubicación bajo tierra no fue la única ni la más antigua, pero sí muy temprana.

Habría muchos más ejemplos para ofrecer, pero se puede deducir que desde muy temprano habría cristalizado ese horror informe de la muerte (del que hablamos antes) bajo la imagen del Ser-Muerte, aunque no se pueda decir con certeza que imagen apareció antes, después o al mismo tiempo que aparecía su nombre asociado a "el o la que oculta", "el o la que esconde". El nombre es ciertamente muy antiguo dado que lo encontramos en el proto-indoeuropeo. Hay una raíz reconstruida *koljo y se cree que tanto Calipso como Hel derivarían de ella. Además, la palabra koljo, con exactamente el mismo sonido aparece entre los pueblos fino-ugrios, y hay acuerdo en afirmar que por el hecho de estar presente en todos los pueblos fino-ugrios y no sólo en los fineses, tiene una gran antigüedad y que posiblemente, si fue un préstamo de los IE a los fino-ugrios debe haber ocurrido en épocas muy tempranas. Además, Koljo es el nombre de un demonio o dios de la tierra que es representado bajo apariencia aterradora, y del que se cree, devora el cuerpo de los muertos. Para los vogules es un espíritu del mundo subterráneo que visita y mata a los hombres con enfermedades; para los votyakos es un espíritu del mal que vive en lugares ocultos y que envía enfermedades. Los koryacos lo llaman Kala, y el plural es Kalau, son demonios de la muerte que moran en el oeste. Muchas veces aparecen con cabeza de lobos o perros que devoran a las personas. Los Chukchis los llaman demonios de la muerte o Ke’ lets, los Yukaghir los llaman Ku-kul.

El devorador de los cuerpos recibe muchos nombres que lo asocian con antiguas concepciones indo-europeas de la divinidad de la muerte. En Griego, Hades mismo es llamado pantofágos: "el que come todo", o sarkofágos: "el que come carne cruda o cadáveres". El mismo nombre se le da a Hécate y aún a Demeter. Es llamada adefágos: "la voraz"; y sobre todo el nombre holofagos: "el que come todo", "carnicero", "sanguinario" es aplicado a Cerberos, el sabueso del infierno.

La misma Hel escandinava conserva antiguas reminiscencias del Koljo ya que se sabe que desciende de una tribu de lobos y su hermano es el lobo Fenrir que liderará a Skoll, Hati y Managarmr al final de los tiempos para devorar al sol y la luna. Managarmr o Garm, significa "el devorador" y es el perro que está en una cueva en las puertas del reino de Hel. En Garm se destaca lo bestial, conocido también como el "devorador de cadáveres", su gula no tiene fin. También encontramos la misma concepción detrás del perro de cuatro ojos que cita el Rig Veda X.14.11, que es uno de los himnos funerarios; podemos encontrarla detrás de los dos sabuesos de los iranios, mencionados en el Avesta así como en el griego Cerberos. A menudo se trata de un lobo en lugar de un perro, Odin tiene dos lobos como compañeros y él mismo es un Señor de los Muertos. En la poesía escáldica, posterior a la éddica, Hel es descrita como una bestia de presa que se arroja sobre los cadáveres. Hay descripciones casi demónicas de esta Señora o Diosa del Reino de los Muertos. Tampoco olvidemos que está relacionada con el lobo Fenrir (es su hermana), pero es de destacar que su propio comportamiento es vulpino. Hasta se especula si al ser concebida no habría tenido en sus orígenes forma de lobo o al menos de perro.

En el mundo griego, además de Cerberos, tenemos a Hécate, llamada también la diosa oscura, de la que se dice que devora cadáveres bajo la forma de un perro negro (Hesíodo en la Teogonía, 297 y ss). Otro perro ultramundano es Orto, un perro de las profundidades de la tierra y hay una relación con Artemis Ortia y Dionisos porque a ambos se les da epítetos similares, "depredador", "que come carne cruda". A Dionisos se lo llama también "el descuartizador de hombres", "el que encuentra placer en el hierro y la sangre vertida". Relata Walter Otto en su Dioniso que hoy sabemos que se practicaban sacrificios humanos en su culto pero que también tenía lugar el descuartizamiento de un ser humano. Este sería el aspecto oscuro de Dionisos, estamos en los ámbitos de la muerte y el miedo, la aniquilación que también pertenece a su ámbito. Dice literalmente Otto: El monstruoso cuya fantasmagórica doblez nos habla desde la máscara, vuelve una de sus caras a la noche eterna. Hay aquí también un "velamiento" y "develamiento". Sólo yendo hacia las denominaciones de los monstruos asociados al mundo de los muertos encontramos otra vez los epítetos a él dirigidos. Cita Otto a Hegel en su Lógica, en relación con uno de los capítulos que le dedica a Dionisos como "dios demente", la cita es la siguiente: El Ser de las cosas temporales es llevar en sí la semilla de lo perecedero; la hora de su nacimiento es la hora de la muerte.

Ahora volvamos al período en que el Ser-Muerte comienza a ser llamado "el que se oculta", y a los comienzos en que su cristalización en una figura o imagen se vuelve ya aparente. Tenemos ideas que sostienen que la "asesina" es la tierra misma, figurada como un enorme animal que repentinamente y con gula sin par, abre sus temidas fauces para devorar a los vivos. Psicológicamente, esta cristalización en una imagen es un paso enorme en el desarrollo de la humanidad: al principio el hombre pudo sólo matar en una auto-identificación ciega con lo desconocido, aunque un ser activo, podía ser aprehendido a través del acto de matar. La idea de "el que se oculta" (Hel/Calipso), y las imágenes más cercanamente asociadas de demonios de la Tierra, informes, gigantes, con inmensas mandíbulas, daban ya una idea de lo que el ser humano tenía que confrontar psíquicamente. Estaba enfrentado al Ser-Muerte pero ya, bajo una imagen. Indica que al mismo tiempo había surgido una imagen del mundo que tenía una naturaleza independiente y un poder autónomo para la mente humana, y la existencia de esa imagen, capacitaba al hombre para comprender su propio mundo como una realidad esencial contrastada con su medio ambiente. Esa alteridad enigmática, ese "otro" fue de alguna manera accedido a través de la imaginación. Fue un poder trascendente en cuanto a la experiencia que se proyecta como una pre-condición por el hecho de que el hombre, en contraste con los animales, se despierta a sí mismo.

Jung, en sus diversas obras, concernientes a los arquetipos y al inconsciente colectivo, ha manifestado que toda imagen interna tiene una doble vertiente o doble naturaleza. Aunque surgen de la psique del hombre, también lo confrontan en tanto representan una copia de "lo otro". Las imágenes surgen como una respuesta al mundo, y sirven como un medio de comprensión del mismo. De esta forma, lo que Jung llama arquetipo aparece como algo creativo, como una respuesta primordial y prístina del alma humana a las "condiciones básicas de la existencia", las cuales, son las mismas para todos los hombres, en otros términos, los "arquetipos" aparecen en lo individual pero son, ellos mismos, "colectivos".

Sabemos que el ser humano, en los comienzos era apenas consciente de su existencia psíquica, todavía no estaba formada y por eso no se daba cuenta. Esa es la razón por la cual es de una importancia inmensa cuando la muerte comienza a tomar forma y es articulada en una imagen de lo "otro". Es así como la "conciencia" comienza a surgir, y esa conciencia es iluminada por el encuentro con lo "Otro" con mayúsculas. Cuando esto comienza a suceder, el hombre entra en el mundo del mito. Las imágenes internas no son fijas o rígidas, cambian y se desarrollan como todo lo viviente, y ésta es una característica que siempre debemos tener en mente a medida que encontremos diferentes formas de la Muerte-Demonio, su nueva denominación, porque la raíz de todas es la misma: "el que se oculta" tras la máscara, el velo o la mortaja.

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