miércoles, 25 de abril de 2012

La opinión de Dios: cuando parece que todos la saben.



Creo que a más de uno de mis apreciados lectores le debe haber ocurrido una escena parecida a la que describiré a continuación: se menciona la palabra "Dios" en cualquier contexto y de pronto, un interlocutor de inmediato protesta. No importa cual sea el tema o el tópico, la cuestión es que la opinión será virulenta si con la admonición viene incluida algún tipo de opinión personal.

Ejemplo número 1:

En la fila de un local de comida rápida. Reviso rápidamente los menús sugeridos y me decido por uno cualquiera. En realidad, no tengo mucho apetito, pero se me antoja una hamburguesa. Sin ningún motivo concreto. Para redondear la situación, diré que nos encontramos en plena celebración de la Semana Santa Cristiana.

Hago el pedido en voz alta. Y mientras el cajero cobra el importe, una mujer de cuarenta y tantos, a quien nunca he visto y que tiene algunos minutos observándome desde algún punto de la fila que aguarda, se inclina hacía mí. 

- Es pecado comer carne los viernes de Semana Santa - murmura. Me vuelvo sobresaltada. Ella me observa, con toda la seguridad que le otorga su creencia. En un principio, pienso en no responder, pero el mal humor me gana de mano.
- ¿No eran diez mandamientos? ¿O hay varios más para las cosas cotidianas? - respondo. En voz demasiado alta, me parece. La mujer frunce los labios reprobadoramente.
- Esto no es cosa de juegos. Es una cuestión de respeto.
- ¿Hacia quién?
- Hacia Dios.
- ¿Le respeto no comiendo carne?
- Eso dice la biblia.
- ¿Donde?

Silencio. La mujer me mira ofendida y luego se voltea, . A mi alrededor, varias personas observan la discusión bocabiertas, entre sorprendidas y hasta divertidas. El cajero aguarda, con mi tarjeta de crédito entre los dedos aun. Cuando me vuelvo hacia él, se sobresalta.

- ¿Aun querrá la hamburguesa? - pregunta. Sonrio, casi suelto una carcajada.
- Claro.

No responde. Inclina la cabeza y parece olvidar el extraño altercado que acaba de ocurrir. Entre tanto, la mujer sigue protestando en voz alta, murmurando con su acompañante sobre mí, supongo. Y me encuentro preguntándome que le hace suponer que puede influir en las creencias ajenas, en su manera de ver el mundo, solo porque son las suyas, solo porque forman parte de su perspectiva sobre el tema de la religiosidad. ¿Es acaso es una especie de arrogancia cultural, donde la religión, o en todo caso tu creencia sobre ella, influye positivamente sobre el comportamiento ajeno? Algo así ha de ser, pienso, mientras tomo mi bandeja y camino hacia una de las mesas. La mujer continua murmurando furiosamente. De hecho, el cajero me dedica una mirada rápida, casi preocupada. Pero yo me dejo caer en uno de los asientos de plástico, desenvuelvo mi hamburguesa y con un placer casi...pecaminoso - lo admito - le doy un gran mordisco, mientras imagino la furia de mi improvisada consejera, quién debe sin duda estar reprochandome mi poco interés por el futuro de mi alma. Porque a eso se resume todo esto, ¿verdad? Ese aparente deber de los que fervientemente religiosos por salvar el alma de todos quienes le rodean, incluso aunque estos - como yo - no estén particularmente interesados en el tema.

Ejemplo número 2:

Estoy sentada a la mesa  de un café con varias amigas. De pronto, sale a colación el tema sobre la admisión de mujeres tránsgero en los diferentes concursos de bellezas alrededor del mundo. De inmediato, el tópico causa revuelo entre nosotras. Todas comentamos - y al mismo tiempo - nuestra opinión. Y de pronto mi amiga A. ( que seguramente se irritará muchísimo porque cuente esta anécdota ) levanta la cabeza e intenta poner fin a la discusión con una sentencia que supongo, considera terminante.

- Eso va contra las leyes de la naturaleza.

Todas guardamos silencio. Imagino que estamos acostumbradas ya, después de conocernos por casi diez años, a las opiniones tajantes que A. emite de vez en cuando, amparada - como no - en su religiosidad. Mi amiga es hija de una pareja de Luteranos ingleses y de alguna manera, su visión del mundo tiene algo de ese ascetismo concreto y muy duro de la visión de sus padres. Aun así, creo que hoy no estoy para disimular la incomodidad que siento, de manera que suspiro y tomo un sorbo de café, preparándome para la discusión que ocurrirá a no tardar.

- ¿Según quién? - pregunto. En tono casi inocente, debo decir. Pero es evidente que A. entiende a la perfección mi sutil critica. Me observa.
- Ya sabes quién.
- No, no sé. ¿Quién escribe las leyes de la naturaleza?
- Dios.
- Y te las dictó directamente.

El resto de las reunidas nos observan con los ojos muy abierto, alternativamente, siguiendo el contrapunteo de palabras como si de una partida de tenis imaginario se tratase. Pero nadie comenta. De hecho, noto la incomodidad, la sensación de "Vamos Agla, no hace falta llegar a esto". Quizá es verdad: no hace falta, pero vamos a llegar. De pronto me siento un poco abrumada, y me pregunto de donde salen todas estas ideas, inconclusas y a medio construir sobre el mundo. La religión es la respuesta? Y no me refiero a la espiritualidad, a la decisión de cada quién de aceptar la idea de la divinidad como mejor le parezca, sino a esa concreción de la religión establecida, que pretende dogmatizar incluso las opiniones más minimas sobre el cotidiano, la realidad, incluso el pensamiento más personal.

- No Aglaia - estalla finalmente mi amiga - pero un tránsgenero es algo contra las leyes divinas. Dios creo al hombre y la mujer. Y ya, lo demás...sobra.

- ¿Te lo dijo directamente? - la provoco de nuevo. El rostro se le enrojece, aprieta la mandíbula en un gesto de  cólera. Una de mis amigas extiende la mano y me presiona con delicadeza el brazo. Déjalo, dice el gesto. No tiene sentido, añade, cuando me aprieta un poco más fuerte. Pero me suelto de su mano, porque para mi, si tiene un objetivo esta pequeña diatriba sin sustancia, una tarde cualquiera. Una pequeña batalla herética contra lo absoluto, la simplificación del pensamiento general, la grosería de imponer tus creencias sobre las de otro.

- No, pero es evidente!
- ¿Evidente como?
- No los creó! ellos mismos se operan. Toman esa decisión! - grita, casi. Se levanta, toma su bolso. Me dedica una dura mirada - y creo que estuvo bien de tu jueguito de preguntas y respuestas. Nos vemos entonces.

Hay un pequeño alboroto de voces. El resto de mis amigas intenta detenerla, pero A. se despide de todas con mal humor, menos de mi, por supuesto. La veo alejarse por el pasillo del Centro comercial donde nos encontramos, con una sensación de irrealidad. Tengo las mejillas ruborizadas y el corazón me late muy rápido. De vergüenza, pero también de pura irritación. ¿Que ocurre con la libertad de creer? Una de las chicas del grupo sonríe, me lanza una mirada casi maternal.

- Ella pendeja y tu que la provocas. Es su opinión.

¿Su opinión? Bueno, esta bien. S. tiene razón. Hablamos de opiniones y si así lo vemos, es como los ombligos: cada quién tiene una, como suele decir con tanto acierto mi profesora de fotografía. Ahora bien, ¿por qué la suya es más valiosa que la mía? ¿por qué su opinión es más fuerte y comprensible que la pueda tener yo, solamente enarbolando la lógica? Suspiro, cansada y tan aburrida del tema como para decidir no volverlo a tocar mientras pueda.

La siguiente vez que escucho la palabra "opinión" y "Dios" en la misma frase, es en boca de un amigo fotógrafo. Nos hemos reunido para conversar sobre mi participación en un proyecto de su autoria: fotografiar a diez y ocho mujeres distintas, quienes encarnarán distintas evocaciones de la Diosa Primigenia. Una conversación llena de puntos de vistas extraños, hermosos, llenos de vitalidad. Y de pronto, mi amigo menciona como al pasar y sin venir a cuento, que está harto de la homofobia y la xenofobia, del prejuicio, del concepto del "otro". Sonríe y me mira, con sus grandes ojos castaños llenos de amabilidad.

- Es que no lo puedo entender, ¿quién es nadie para decir algo sobre lo que Dios dice o no? - comenta - Porque pareciera están convencidos que poseen una venia para decir lo que Dios piensa. ¿No es una muestra de la opinión de Dios el hecho de que existan? Eso es justamente lo que pienso. Y así vivo.

Lo miro, fascinada por el concepto. La opinión tácita de Dios, cualquiera sea su advocación, su manera de interpretarse, incluso si positivamente no crees en una deidad concreta, o no en ninguna cosa. La existencia es la prueba viva que la Religión no es más que un requisito cultural para crear una opinión sobre lo que no entiendes, no puedes construir a la medida de las cosas normales que te rodean. Y siento de pronto una profunda conexión con esa idea de un Dios - Diosa, sin duda - tan amplio y conceptualmente complejo como para crear leyes de infinita sencillez. El pensamiento me hace sonreir. La idea me hace sentir profundamente aliviada, como si de golpe entendiera una idea que mil veces he recreado pero nunca he comprendido lo suficiente. La vida como la mayor concepción de la idea pura.

Tendida en mi cama, pienso de nuevo en esa sensación de portento diminuto de creer o simplemente, hacerte preguntas que sabes no tendrán respuestas sencillas. Y es esa sensación la que me hace preguntarme porque tenemos tanto miedo a las respuestas o al mero cuestionamiento. ¿No es hermoso la simple necesidad de la incertidumbre, de buscar nuestras propias convicciones no en libros de Leyes supuestamente divinas sino en nuestro espiritu? Quizá, el hombre moderno está encontrando un sentido más concreto a ese temor de los antiguos hacia lo que no podia comprender. Y en ese siglo solo le llamamos duda, inquietud. Yo le llamo deseo de saber.

Y sin duda, de crear mis propias ideas. Una manera de soñar.

C'est la vie. 

2 comentarios:

Chigüire dijo...

Me imaginé en el ejemplo 1 cayéndote un rayo justo después del primer mordisco X-D o que le hubieses respondido que eras musulmana. O algo así.

Miss B dijo...

Jajajajaja Lo pensé ajajaja pero me pareció que le iba a molestar más que no le dijera nada ajaja

Gracias por leer y comentar, Chiguire :)

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