martes, 10 de junio de 2014

Una herencia dolorosa: El país de la tragedia.





En Venezuela, la violencia es un lenguaje cotidiano. Cada veinticuatro horas, sesenta venezolanos son asesinados en hechos que involucran el uso de un arma de fuego. Según estadísticas recientes, el 80% de los casos jamás tendrán una respuesta legal. El 75% serán cometidos contra ciudadanos menores de cuarenta años. El 92% por criminales que no rebasan la veintena. El 78% por armas no registradas o que forman parte de esa borrosa región del tráfico de armas en el país. El 56% de los asesinatos cometidos en Caracas se perpetran bajo la luz del día.

La Violencia, que es un lenguaje, que forma parte del paisaje habitual. De ese temor difuso pero persistente que nos convierte en rehenes del gentilicio, en victimas del temor de un país indiferente. Porque cada Venezolano comprendió - o comprenderá - que una bala no sabe del color de la camisa que llevas ni de la consignas que te hace alzar el puño. En este país, nadie escapa a la amenaza, al terror. Llevamos el miedo el miedo como un estigma.

Cuando pregunté a mi TimeLine de Twitter si podían contarme alguna historia de violencia privada, pedí sólo veinticuatro. Dos horas después, había recopilado casi nueva y seis. Y es que en Venezuela, cada sobreviviente se mira en el espejo del otro, de lo que vivió y sufrió, quizás para asumir su propio terror. Somos un país de sobrevivientes. Y este, es mi pequeño recordatorio de lo que cada día, cada Venezolano debe vivir.

* Juan trota con buen paso en la calle solitaria donde vive. Le gusta al amanecer para comenzar el día con una sonrisa. Lleva solo un Koala colgado a la cintura y una botella de agua entre las manos. Por ese motivo, cuando un muchacho lo amenaza, arma en mano, solo atina a mirarlo impotente. "Dame el celular" le exige. Y Juan lo hace sin resistencia, porque sabe, como todos los Venezolanos, que la alternativa es la amenaza. Pero aún así, el asaltante, a quien nunca vio la cara, levanta el arma y le dispara. Porque su celular era "barato" y eso, decidió la ruleta ruta que juega cada ciudadano de este país día a día. Mi amiga Armary me diría después que "Juan nunca tuvo un celular costoso para no ponerse en riesgo".  (Historia de @Armary)

* Ana camina por la vereda del barrio. Son las 7:00 am e intenta tomar el primer jeep para llegar a la Estación de Metro pronto. Ya va retrasada y le preocupa que probablemente llegará tarde a su trabajo, en el Centro de Caracas. Tal vez por eso, no nota al hombre que la sigue desde que salió de la puerta de su casa. No entiende bien que ocurre cuando la empuja al suelo, la patea en el rostro y le roba la cartera. Sangrando, con la nariz rota lo ve correr por las escaleras hacia el boulevard más abajo. Cierra los ojos y agradece "no haya sido peor".  (Historia de Carmen)

* El padre lleva a su hijo de la mano.  Son casi de las siete de la mañana y espera pacientemente a que se despeje el pequeño tumulto frente a la puerta abiertas del Colegio donde el niño es alumno de preescolar. El grupo de padres conversa en voz alta, ríe, esas tertulia universal sin mucho sentido que se escucha en cualquier lugar cada mañana. Solo una de las maestras nota al motorizado que se acerca con lentitud a donde se encuentran. Grita cuando nota el arma. El padre empuja al niño al suelo y levanta las manos. Entrega el teléfono, el dinero. Alguien llora de miedo. Los niños gritan. Cuando todo acaba, el Padre mira alejarse al motorizado por la calle, confundirse en el tráfico casi con normalidad. (Historia de @Aquiestalaex)

* El conductor toca la bocina por sexta vez. El tráfico de Caracas se hace cada vez más insoportable a medida que avanza la mañana. Avanza unos pocos metros, frena de nuevo. Impaciente, enciende la radio, abre las ventanas. Enciende un cigarrillo. Entonces, algo lo golpea en el rostro. Después sabrá que era la cacha de un arma. No sabe que ocurre, hasta que escucha a alguien gritarle al oído "dame el celular, huevón". Otro hombre le apunta desde la ventana derecha. Mira al que lo apunta, la pistola brilla bajo el sol. Otro frenazo. Obedece. Lo golpean de nuevo. Después, silencio. Le lleva unos minutos entender lo que ocurrió. El bullicio del tráfico habitual le rodea, como si nada sucediera (Historia de @AdalGiza48)

* Veronica canta en voz alta la canción que escucha en la radio. El tráfico avanza con fluidez y el Ávila se levanta como una linea verde radiante. Hoy la mañana comenzó con buen pie, piensa, mientras su prima sonríe desde el volante. Ahora cantas juntas, entre risas. Cuando se detienen frente al semáforo, Veronica se inclina para cambiar la emisora. No escucha el sonido del cristal cuando lo golpean, sino los gritos aterrorizados de su prima. Los golpes parecen venir de todas partes. Escucha los insultos, distingue las armas entre el borrón de realidad más allá de la ventana. Los golpes se hacen cada vez más fuertes. Veronica forcejea con el cinturón de seguridad. La música en la radio se distorsiona entre los gritos de pánico, el sonido del cristal al romperse. En medio del caos, Veronica logra abrir la puerta para huir, aunque no sabe a donde ni si eso la salvará de la violencia. Alguien grita desde la calle, en medio de los que observan aterrorizados. Entonces, kos motorizados se alejan, disparando al aire. Con el cabello lleno de vidrios rotos, a Verónica le llevará un buen rato atreverse a mirar de nuevo a la calle (Historia de @_especiosa)

* Simón mira por la ventanilla mientras el autobus avanza por la carretera con rapidez. Le gusta el paisaje, con sus desniveles y sus verdes salvajes. Apoya la cabeza en la ventanilla, está a punto de dormirse. Ha sido un día largo y Simón es de esos estudiantes tempraneros, de los que les gusta la Universidad en las primeras horas de la mañana. Despierta sobresaltado por el grito. Apoya las manos en el asiento. Distingue la pistola a medias, entre los sacudones del autobus y la confusión del miedo. Cuando le piden a gritos el bolso que lleva en las rodillas, lo entrega con manos temblorosas. El vehículo aumenta la velocidad, luego se desvía de la calle principal. Simón mira por la ventanilla de nuevo. No reconoce el lugar hacia donde avanzan. Cuando se detienen y el asaltante corre entre los matorrales, el miedo le sube a la garganta con un sabor amargo. "pudo ser más" piensa aún con la respiración agitada. Y el miedo aún, en las venas (Historia de @Riveros9)

* Marian rie a carcajadas con las muecas de su hermana. La mira mientras la muchacha baila y salta bajo la luz de la lámpara. Una noche cualquiera en la casa familiar. Cuando escucha la puerta abrirse, mira hacia el pasillo. En la oscuridad, distingue las figuras. El miedo la paraliza. Son cuatro y todos llevan el rostro cubierto. El miedo, cuando distingue las armas. El pánico insoportable, cuando la encierra junto a su hermana en una habitación. El miedo, de los gritos fuera de la puerta cerrada, los muebles que se rompen. La incertidumbre. El miedo y las lágrimas cuando llega el silencio. Abrazada con su hermana, Marian se pregunta que ocurrirá ahora, que habrá más allá del terror que abruma a ambas. Cuando finalmente abre la puerta, Marian no reconoce su propia casa: los muebles arrojados al suelo, las ventanas rotas. "Gracias a Dios no nos tocaron" me cuenta después. Y en la Venezuela de la bala, eso es algo que agradecer (Historia de @Teran_marian)

* Mariana mira a Caracas por última vez, pero no se despide de ella. Quizás nadie lo hace, piensa mientras espera el Taxi que la llevará al Aeropuerto de Maiquetia. La vida en dos maletas. El pasaporte en la mano. Parpadea, conmovida, por un instante perdida en esa sensación de nostalgia inevitable. Cuando levanta la cabeza, un hombre la apunta con un arma. Lo demás, ocurre tan rápido que apenas lo comprende: un sacudón, la amenaza. Cuando mira otra vez, le robaron las maletas y los documentos. Caracas no te deja ir tan fácil, piensa. "Como si ya no fuera difícil salir del país. Todavía estoy que no me lo creo", me cuenta, abrumada, aún desconcertada. Caracas te acecha. (Historia de @MarianaLunah)

* Marielith lo recuerda con nítidez, a pesar de que sólo tenía 9 años cuando lo vivió, como si la violencia hubiese detenido el tiempo. Recuerda con absoluto detalle la figura de los tres hombres que apuntaban a su hermana y al muchacho que era su novio por aquel entonces. Su rostro aterrorizado, la sensación de confusión. Y el miedo. Eso jamás se olvida. También recuerda cuando llegó el resto de la familia. Los golpes, los gritos "mi mamá recién operada tirada en el piso como un animal que no le importa a nadie ". Y en medio de la confusión infantil, reconocer el peligro, el terror que te hace inclinar la cabeza. La mujer adulta que hoy es Marielith aún tiembla, con el estigma del miedo aún muy visible. (Historia de Marielith)

* A Wilfrido le gusta fotografiar y a su padre también. Por ese motivo, cuando le presta su preciada cámara digital, promete cuidarla lo mejor posible. Es un martes de cielo muy claro, con ese azul despejado que Caracas obsequia de vez en cuando. El Ávila verde tiene un olor fresco, revitalizante. Fotografía las sonrisas, las muecas graciosas.  El grupo que lo acompaña a la pequeña excursión bromea, disfruta de la sensación de libertad en medio de este otro rostro de la ciudad, quizás más amable. Cuando se tropiezan con el cartel “cuidado aquí se mata gente” junto a la quebrada Chacaíto, ríen de buen humor. Pero Wilfrido lo recordará después, mudo y angustiado, cuando un grupo de desconocidos los asalta. Sostiene la cámara de su padre y la entrega con los dientes apretados. Y el Ávila observa todo, otro testigo silencioso de esta Caracas que se viste de frustración ( Historia de @Versecret)

* Olga tiene 21 años pero ya es una sobreviviente del gentilicio. Una y otra vez, Venezuela le ha demostrado que la violencia, está tan cerca de todos que es casi inevitable tropezarse con ella. Una rutina cruel. Tal vez un juego peligroso donde todos somos victimas. Lo piensa en la confusión, inclinada en el autobús de todos los días, mientras un desconocido amenaza a gritos. Me cuenta que no puede contener las lágrimas y pensar "¿mi vida vale un teléfono que no cuesta ni mil bolívares y cien bolívares en efectivo? ¿mi seguridad como ser humano se ha reducido a lo que un sujeto cualquiera decida? ¿realmente no tengo derecho a ir a la universidad sin temor a ser robada o asesinada?". Me insiste en que fue una de las experiencias más traumáticas y humillantes de su vida. Y llora de pura impotencia, aún cuando lo recuerda. Abrumada por esta Venezuela que desconoce. "¿Sabes? En este punto, realmente me cuestiono si realmente es más valioso preservar la salud mental para llegar a algún lado o destruir la psiquis para no ver cómo nos hundimos cada día en la miseria" me escribe. Yo me lo pregunto también (Historia de @__absurdus)

* Grace se considera afortunada. Sólo dos veces a sufrido la furia de Caracas, esa violencia sin nombre. Esa sensación del caraqueño de sobrevivir al día a día, de a pesar de todo. No es tan grave, insiste, en esa visión del sobreviviente que en Caracas, la vida depende de la casualidad. Como el día en que contestó una llamada en su celular, en medio del tráfico. Un gesto rápido, casi disimulado. Pero en Caracas, eso no es suficiente: me cuenta que "Ese instante bastó para que un motorizado que iba pasando entre los carros me viera y decidiera que quería mi celular. Sin ningún lugar a donde ir, observé como el motorizado se paró al lado de mi puerta, que de alguna manera logró forzar y abrir, me colocó la pistola justo en las costillas y nada amablemente me dijo que le diera el celular. Yo no entré en pánico, tenía el teléfono debajo de las piernas y lo miré fijamente, creo que no estaba segura de lo que sucedía, pues todo eso parecía bastante irreal; reaccioné cuando mi amigo me dijo que le entregara el teléfono (Creo que el motorizado ya lo había repetido) tomé el aparato y se lo entregué". Grace suspira, toma aire. "Soy afortunada" repite. Aunque tiembla de rabia, la impotencia, el sentido de vulnerabilidad y "el saber que no hay justicia en este país para esas personas, que sólo tienen en el futuro una bala con su nombre, mientras ellos llevan las balas de todos nosotros en la cintura" me dice. Otro ciudadano que sobrevivió a la bala, que no al miedo. Otro rostro anónimo de la violencia. (Historia de @Grace_Ka)

¿Quienes somos los Venezolanos que llevamos la herida abierta de la violencia en el espíritu? ¿Quienes somos los que cada día nos enfrentamos a este país donde la estadística roja es parte de la letania diaria, de las historias que construyen una memoria deformada por la angustia? No lo sé, y preguntármelo me abruma, me deja en medio de esa visión del gentilicio resquebrajado y confuso que no llego a comprender.

C'est la vie.

1 comentarios:

simonrodcarias dijo...

Excelente crónica...

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