lunes, 22 de septiembre de 2014

Carta a quien seré:




No sé quien serás ahora. O si recordarás cuando escribiste esta pequeña ventana al pasado. Te imagino fuerte, con arrugas, el cabello abundante y entrecano. Rodeada de libros: quizás alguno con tu nombre y tus fotografías. Quizás en una ciudad radiante, de que esas que tanto admiras, en un lugar pequeño, acogedor, caótico. No sé cual es tu reflejo en el espejo y quizás eso ahora mismo no importa tanto. Pero sé, que lees estas palabras con una sonrisa. Empiezas a recordar ¿Verdad?

Escribiste esto en septiembre del año 2014, no sé cuantos años atrás. Un año durísimo, de transformaciones y dolores. Un año que aún no sé como culmina, pero que ha traído tantos sinsabores que cambió tu vida para siempre. Ah, mi querida Aglaia del futuro, nadie puede sobrevivir a la sacudida de la identidad moral y social sin perder una pieza de su espíritu y de su mente. Quizás de esa idea tan profunda que te define que en ocasiones te lleva esfuerzo comprender. Pues bien, el 2014 te dejó irreconocible: cansada, abrumada, herida. Perdiste la fe en tantas cosas, en las mínimas y las elementales. Derramaste lágrimas de furia y angustia por la Tierra que te vio nacer. Fue el septiembre de la Chikunguya, del virus extravagante que mató a incontables venezolanos sin que aún sepamos de qué se trata. Fue una época calurosa y triste, de cientos de despedidas. El año de la famosa diáspora Venezolana. De levantar la mano y aguantar las ganas de llorar para desearle a todos los que has perdido, una vida mejor de la que podía ofrecerles ese país roto, cada vez más depauperado que fue Venezuela alguna vez. Sentada en silencio, en alguna calle de Caracas, pensaste cientos de veces en cuando sería tu momento de decir adiós, cuando sería el día en que Venezuela te lastimara lo suficiente para tomar la decisión. ¿Fue pronto Aglaia del futuro? ¿O algún aguardaste algunos años? ¿La tomaste al final? ¿Te dolió? ¿sentiste alivio? ¿A donde fuiste con tus cámaras viejas y tus hojas llenas de párrafos a medio escribir? ¿A donde te llevaron las esperanzas rotas? ¿El sinsabor? ¿Como será tu historia? Ya ansío conocerla, a veces tengo tanta impaciencia que me pregunto si es una forma de consuelo. Aún no sé la respuesta.

Pero, Aglaia del futuro, también sé lo que seguramente tu sabes ahora. Sé que de alguna manera, el dolor, la angustia y la herida profunda del gentilicio roto dejó de doler en algún momento. Lo sé, porque ahora mismo, en el momento más silencioso de mi vida, allí, donde los fragmentos de mis pensamientos y sentimientos no calzan en ningún lado, está comenzando a suceder. De pronto, cuando creí que todo estaba perdido, cuando me asustó la posibilidad del abismo — de mirarlo, de parpadear y perder por un instante su brillo — comencé a tener esperanza. No sé que la despertó, que la hizo brotar de nuevo. Atravesaste momentos durísimos: el miedo a la muerte, la incertidumbre de lo que vendría después de un presente borroso. ¿Qué ocurrió que de pronto, la esperanza reverdeció, alzó desde la tierra fértil de la palabra, de la imagen? ¡Ojalá pudiera decirlo! Lo siento ahora, tan claro y no me lo explico. ¿Como puedo sentir esperanza, Aglaia del futuro? ¿Como puedo de vez en cuando sonreír de nuevo cuando camino por esta Caracas destartalada y rota? ¿Como aún me conmueve hasta las lágrimas la linea verde del Ávila, el amor por este gentilicio confuso, por este país sin nombre que me heredó la indiferencia? Pero la siento. La siento y me sorprende. Me irrita sentirla. Porque me hace pensar que quizás…mucho más adelante, esta Venezuela que se desplomó en tristeza, que perdió la forma en la angustia y la amargura, tiene otro rostro. Allí, al mismo borde de todas las desgracias. ¿Es posible eso Aglaia del futuro? ¿Tu lo viste suceder? ¿Como fue? ¿qué ocurrió para que esta Venezuela rota, árida, volviera a florecer? Me atemoriza preguntarte si ocurrió o si sólo se trata de tu imaginación salvaje, esa que te salvó y te consoló, creando un mundo a su medida. Pero vamos, ¿Por qué no creerlo? ¿Por qué no confiar en esto que se mueve a la distancia?

Empezaron a pasar cosas, no sé si lo recuerdas. Muy pequeñas desde mi distancia. Movimientos telúricos minimos que comenzaron a mostrar una grieta. Venezuela al borde mismo de su historia y de sus promesas. Al borde mismo de otra ruptura histórica. De pronto, el Venezolano dejó de vociferar y se miró así mismo, se cuestionó. Esta ocurriendo ahora: pequeños anuncios de algo más. Pero nadie los mira. ¿Como alguien podría hacerlo? Nos tambaleamos en medio del desastre, de un lado a otro entre extremos de odio. El resentimiento más vivo que nunca. Pero…ocurren cosas. La mirada hacia adelante, los que aún permanecemos aquí. Los que aún nos levantamos cada día para luchar, para oponernos. Aún no me resigno y sé que no lo haré más adelante. Que la furia continuará haciéndome levantar el puño, que la vida continuará teniendo el color de la furia por comprender este país que es mio y que al mismo tiempo no lo es. De lo que aspiro, de lo que sueño, de lo que deseo. De esta Tierra viva, tan vida, que me llena los dedos. A pesar de las lágrimas, del corazón roto. Del espíritu quebrantado. De las noches de mirar el pérfil de Caracas con los labios apretados. Pero hay mañana, Aglaia del futuro. Yo lo sé y sé que tu lo descubriste.

Y te imagino, Aglaia del futuro, sonriendo mientras lees esto. Quizás te pareceré lejana, niña, tan cansada. Ambivalente, tan lastimada. Pero sabes que continúo construyendome, a pesar del desastre. Del miedo paralizante, de la angustia que abruma, del terror que golpea el pecho. Estoy asustada Aglaia del futuro. Me muero de miedo por lo que ocurrirá más adelante. Perdí la confianza en el futuro. Y sin embargo, también me hice más fuerte para elaborar otro, para contarme mil historias de belleza y de alegría. Para creer que la mujer joven que está ahora mismo debatiendose en mil dudas, en cientos de pensamientos angustiosos, también se ha hecho más firme en sus convicciones y principios. Que a pesar del sinsabor, de las númerosas caídas, ha sabido levantarse, limpiarse las rodillas, mirar al frente y continuar. A ciegas, con torpeza, después con más firmeza. Siempre con ojos abiertos en la oscuridad.

¿Y quién eres tu Aglaia del Futuro? ¿Como aprendes sobre el mundo que te rodea? ¿Como has crecido en palabra y en voluntad? Porque soy tu semilla, y me estoy esforzando, estoy luchando a diario, cada hora por esa mujer que serás. Te imagino, cada vez más fuerte, convencida que la aspiración a crear es el mejor camino de todos. Te veo escribiendo, furiosamente, con los dedos encalambrados, las manos abiertas de futuro. ¡Cuanto futuro! Las imágenes nos rodean, como pequeñas escenas de un sueño a medio recordar. Y también, te veo sonreír con alegría, sin nada que deber, sin nada que temer. Con aún tanto presente por andar, con este pasado insólito que de dió un rostro y un lugar bajo el sol.

Ah, mi Aglaia del futuro, sé que ahora mismo, recuerdas estos días de dolor y quizás suspiras. ¡Como te llevó esfuerzo enfrentarte a ti misma! ¡Como costó empujar lentamente tu vida hasta donde soñabas podia elevarse! Pero lograste, no tengo dudas. Y sé, que donde sea que ahora te lleguen mis palabras, cual sea el paisaje que te sirva de inspiración, será obra del ahora, del sueño que se construye, de la esperanza que se sueña, del Fervor de quien seré y de la aspiración — furiosa, violenta — de la mujer que ahora mismo construyo. Pieza a pieza. Dolor a dolor. Herida tras herida. Pero también, lección tras lección.

¿Lo sabes verdad Aglaia del Futuro? Aún eres mi mejor obra de arte, el sueño por cumplirse, el camino por recorrer.

Esperame entonces, mientras me levanto de nuevo, con los labios apretados de furia, para recorrer el camino que me llevará a ti.

Somos, una palabra que aún no se pronuncia. La historia que aún no termino de escribir.

Desde la esperanza.

Tu misma.

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