sábado, 13 de septiembre de 2014

De la belleza que muere y renace. Historias de brujería.




Por enésima vez, me asomé a la biblioteca para mirar la Daga colgada en la pared con curiosidad.

Con mis nueve años cumplidos, nunca había visto un objeto semejante: era una pieza de acero pulido, con arabescos en la hoja y un mango muy trabajado de madera y algo más brillante que después se sabría era nacar. Pero a mis ojos de niña, la Daga de mi abuela era un simbolo extraordinario, un recuerdo de un pasado tan antiguo que yo no podía imaginar. Nunca había visto nada semejante en mi vida y no podía dejar de contemplarla, con los ojos muy abiertos y sorprendidos, siempre que podía.

Ya tia E. me había dicho que la Daga no era una herramienta, tampoco de un objeto de decoración. Tampoco era precisamente una "cosa", sino algo más significativo, simbólico e importante en nuestra familia. La primera vez que me había encontrado allí, escondida en la puerta entreabierta contemplándola maravillada, la había tomado de la pared con muchísima delicadeza para mostrarmela. Con el corazón latiendome muy rápido por la emoción, contemplé aquel precioso y delicado recuerdo de algo mucho más antiguo que cualquier otra cosa que conociera, entre las manos de mi tia.

- La Daga es una herramienta mágica, pero más que eso, es el símbolo de las trascendencia de nuestras creencias - me explicó. La que me mostraba tenía un aspecto venerable y muy viejo, con su hoja de metal cubierta de rasguños y el mango de madera opaco por el uso - cada bruja usa su daga no sólo para llevar a cabo sus rituales, sino también para recordar que un arma no tiene que herir para ser poderosa.

No entendí aquello. Con timidez, extendí los dedos y acaricié la hoja plateada. Mi tia me lo permitió, con una sonrisa amable, como si mi sorpresa le conmoviera. Tal vez era así. Mucho después sabría que ella también se había sentido asi de asombrada la primera vez que había visto la daga familiar y que por entonces, su madre - mi bisabuela - también le había hablado de los pequeños secretos de la Daga que representa no sólo el poder creativo de la bruja, sino convicción del poder de la voluntad.

- Pero ¿Puede herir? - pregunté. No me atreví a pasar el dedo por el filo de la hoja, que lanzaba pequeños destellos de luz. Tia tomó la Daga y la empuñó con un gesto grácil pero hermoso. La pieza pareció llenarse de una extraña vitalidad, como si el movimiento fluido de la mano de mi tia le brindara vitalidad, una rara solemnidad. Lo miré todo conteniendo la respiración, asombrada.
- Toda arma puede herir. De hecho, cualquier objeto puede hacerlo - me respondió - pero lo que evita que lo haga es tu voluntad. Somos espíritus creadores, todos somos parte de una idea más grande que nosotros mismos. Llámale de la manera que prefieras. Diosa, Dios, energía Universal, pensamiento. Cada una de nuestras decisiones crea el mundo en que vivimos y más allá, crea la belleza en la que creemos y  aspiramos comprender.

No diré que comprendí todo lo tia me dijo. Tuve la sensación que me explicaba algo muy importante y hermoso, que sin embargo, me rebasaba por completo. Desconcertada, la miré mientras devolvía la Daga a su lugar en la pared. Luego me dedicó una sus extrañas sonrisas torcidas.

- Tu también tendrás una.
- ¿Una Daga? - me asombré.
- Sí, cada bruja tiene una. Cada bruja tiene un recordatorio que el arma más fuerte puede ser una forma de crear a través de sus deseos.

Miré de nuevo la Daga de la pared. Me pregunté a quien había pertenecido, a quien pertenecía ahora. Por qué colgaba en la pared, que simbolizaban los pequeños dibujos en su hoja, los bellos simbolos del mango. De pronto, entendí el motivo por el cual nadie consideraba a una daga solo un objeto sin más. Me está contando una historia, pensé con los ojos muy abiertos y asombrados. Cada cosa en ella, me dice algo nuevo. Me imaginé como sería entenderlo, como sería sostener su peso y...

- ¿Aglaia?

La voz de mi prima M. me sobresaltó. Parpadeé y retrocedí al pasillo, un poco incómoda. Odiaba que siempre pudiera sorprenderme, con su sonrisa de pillete y su mirada burlona. Echó una ojeada a la biblioteca y luego sacudió la cabeza.

- ¿Que tanto miras?
- Los libros.
- Que tonteria.

Abrió la puerta y miró a su alrededor. La Daga, tocada por los rayos de sol que entraban por la ventana, lanzó destellos parpadeantes. Mi prima rió por lo bajo.

- Así que viniste a visitar a la Daga - comentó zalamera. Me encogí de hombros. ¡Como me irritaba ese tono juguetón de mi prima, esa ligera condescencia que siempre me dedicaba! Intenté poner una expresión muy seria o lo que yo pensaba lo era.
- Sí, me gusta mirarla.
- Todas las dagas tienen una historia.
- Eso me lo dijo tu mamá.
- Pero seguro lo que no te dijo es que la nuestra además, tiene un enorme secreto.

Era mentira, por supuesto. Pero yo me lo creí, con ese afán por la fantasía que siempre tuve y que de niña, era un radiante campo en flor. Esperé me contara el resto, con la boca entreabierta. Mi prima se detuvo junto a la pared de la Daga, con una fingida expresión de melancolía que de haber sido yo más maliciosa, habría notado de inmediato era falsa.

- ¿Y?
- Cada Daga decide si mata o crea - dijo en un susurro casi ceremonial - durante muchos siglos, la Daga de la bruja fue su compañera inseparable. Con ella cortaba las hierbas para los bebedizos y las que usaba para curar. Con ella habría el circulo de la Luna. Con ella cortaba su cabello para ofrecerselo a la Diosa...como lo hizo ella.
- ¿Ella?
- La bruja sin nombre - dijo pomposamente. Me entusiasmé. Aquella historia empezaba bien, me dije - se cuenta que la dueña de esta daga, con el corazón roto de dolor por la muerte de su amado, tomó su daga y...
- ¿Qué? - salté impaciente. Mi prima soltó una dramatica bocanada de aire.
- Nadie lo sabe. Sólo que cada Luna Llena, la Daga canta.
- No seas necia, una Daga no puede cantar.
- Esta si lo hace.
- No lo creo.
- Tu sabrás - dijo mi prima y salió de la habitación. Me dio un golpecito en la cabeza - pero así es.

Por supuesto que lo creía. O al menos, quería creerlo. ¡Me encantaba la idea! Me parecía extraordinario el hecho que la Daga, en toda su severa belleza de metal y madera pudiera contener una historia tan profunda, tan hermosa, tan dulce. Me pregunté que diría su canción, que imágenes podría imaginar al escucharla. Me pregunté si sentiría miedo o maravilla. ¡Vaya, ya quería que llegara Luna Llena! ¡Deseaba tanto escucharla!

Mi tia E. notó mi impaciencia. Mis visitas a la puerta de  la biblioteca se multiplicaron y más de una vez, me tuvo que echar de allí casi con una regañina. Finalmente cerró la puerta y me recomendó "Hacer cosas de niña".

- Pero tia, ¿Y la Daga?
- La Daga no hará tus tareas. ¡Vamos!

A pesar de eso, la noche de Luna Llena, me escabullí a la puerta del Estudio. La luna estaba muy alta y radiante. La luz blanca se colaba por las ventanas abiertas, salpicando los libros dormidos y los muebles desordenados. Aguardé, escuchando a la casa dormir y luego entré, con una sensación de portento que no podía explicarme muy bien. De pie frente a la Daga, que parecía contemplarme desde su lugar en la pared, aguardé.

No ocurrió nada. Bueno, tal vez era una Daga timida, pensé. Me senté frente a ella, mirándola con los ojos muy abiertos y expectantes. La imaginé, no colgada y distante, sino en la mano de una mujer misteriosa, de cabello largo y oscuro, recorriendo el bosque. La imaginé radiante y bruñida, lanzado destellos de luz mientras la luz se enredaba en la Tierra, en los finos filamentos de su hoja. Imaginé a la bruja que no conocía, llorando o quizás riendo, con la Daga entre las manos. La imagina mirando al cielo y de pronto, su voz que brotaba de todas partes, cálida y fuerte. La voz que envolvía a la Daga, la voz de la canción que...

- ¿Usted no debería estar dormida señorita?

Mi abuela me miraba desde la puerta, entre divertida e irritada. Llevaba su vieja pijama de paño verde y el cabello suelto, abundante y cobrizo cayendole sobre los hombros. Me levanté de un salto del suelo, señalando La Daga, queriendole explicar que...Sentí verguenza nada más comencé a componer las palabras y sentí contra mi prima M. un rencor ridículo y muy infantil. ¡Me había engañado de nuevo! ¿Cómo podía creerle semejante cosa? Por último me encogí de hombros y suspiré.

- Quería escuchar a la Daga cantar -admití sientiendome muy rídicula. Sacudí la cabeza - creí que era verdad las historias...
- La historia de M.
- Sí - pero me negué a decir nada más. No quería parecer una acuseta - pero bueno...yo me lo creí. Ella no tiene la culpa.

Mi abuela se acercó. Llevaba menos de tres meses viviendo en su casa y aún me asustaba un poco, con sus ojos chispeantes color miel, su expresión siempre muy despierta e inteligente. La sonrisa traviesa, como de niña, en un rostro hermoso surcado de arrugas. No obstante, también sabia que podía ser muy severa - la había escuchado reprender a mis tias y primas - y por eso, me pregunté si me regañaría esta vez. Quizás me lo merecía, me dije incómoda, apretando las manos sobre las rodillas.

- Creer es hermoso. Es el primer paso para volar - comentó. Tomó la Daga y la sostuvo entre las manos, con un gesto cariñoso muy distinto al severo de la tia - ¿Que te dijo M?
- Que la dueña de la Daga había sido una mujer misteriosa que había hecho no sé que por su amado y ahora, la Daga cantaba.
- La Daga es mía.
- Oh.

Me sentí más avergonzada que nunca. Había sido muy tonta, la verdad. La abuela me dedicó uno de sus guiños cariñosos, que en la oscuridad me pareció una sonrisa. Luego acarició la daga con los dedos, de una manera muy semejante a como yo lo había hecho días atrás.

- Una Daga es un instrumento mágico pero también es un símbolo - dijo mi abuela pausadamente - es la representación de muchas cosas buenas. De  las cosas que debes hacer para crear, de las decisiones que asumes para mirar el mundo. También es una herramienta muy útil y un recuerdo de alguien que amas. Toda bruja hereda su Daga y cada bruja hereda la suya. Crece, el árbol de la Magia bajo la Luna.

Aquello no lo sabía. La miré fascinada.

- ¿Alguien te heredó tu daga?
- Y yo la heredaré, sí.

No me atreví a preguntar a quien. Seguramente a mi mamá, pensé con cierto despecho. O a mi tia E. que era tan severa y culta. Sólo esperaba que no a mi prima M. o me pondría furiosa. Mi abuela suspiró, aún mirando la daga.

- Ven, mi niña.

La seguí hacia el jardin antipático. Todavía me daba un poco de miedo: no me acostumbra a las sombras del enorme árbol de Mango, ni tampoco a la sus rocas y su hierba mal cortada. Pero ya me gustaba. Era un lugar cálido, con olor a la montaña cercana.  Más allá, Caracas parecía muy lejana, inalcanzable.

Mi abuela se detuvo frente al árbol de mango. Era, con mucho, el más grande del jardín y también el más viejo. Todas las mujeres de la casa le llamaban papá árbol, y yo entendí por qué: era un árbol gentil que te permitía subirte a sus ramas por las mañanas radiantes y en las tardes, te cuidabas mientras leías en sus ramas. Era una presencia bella, genuina, a la que comenzaba a querer.

- Cada una de nosotras, escribe su propia historia. Ese es el secreto de la Brujería: La magia de heredar lo mejor de ti a alguien más - me explicó abuela - siempre hay una manera de soñar, de crear, de convertir lo cotidiano en algo muy bello. Y cada bruja lo sabe. Lo ha sabido siempre. Cada bruja es una artista, una soñadora, una idealista, un espíritu libre, muy libre que alza las manos para celebrar la vida y el amor.

Se arrodilló con dificultad frente al árbol. Me hizo una seña para que la imitara. Quedamos una frente a la otra en la Oscuridad de espejos de la Luna llena.

- Cada Bruja, mi niña, es sabia. Es una mujer que aprecia su juventud, disfruta su madurez y sonríe en la vejez. Cada bruja siente el poder de la tierra como suyo, del agua como su amor, del fuego como su voluntad, del viento como sus recuerdos. Una bruja es una mujer que aspira a la esperanza, que mira al futuro con optimismo.

No entendía todas esas cosas, pero me gustó escuchar a mi abuela diciendolas. Me gustó la sensación de estar junto a ella en ese jardin antipático y frondoso, de sentir el viento del Ávila verde calentandome las mejillas. Sonreí, aunque no sabía por qué. Una calidez exquisita me lleno el cuerpo.

- Y la Daga representa esas cosas. No la usamos para matar ni para herir, sino para crear. Para soñar, para elevarnos sobre las cosas pequeñas y grandes. Para volar en nuestra imaginación.

Tomó la Daga por la empuñadora. Suspiró. El viento se escuchó mucho más fuerte, las ramas de los árboles cantaron para nosotras.

- Somos, mi niña, las hijas del arte, de la palabra, de la poesía, de la tierra que nace y se renueva. Somos las hijas del poder, de la ternura, de la sonrisa. Somos brujas porque decidimos escuchar a nuestro espíritu y sí, volar.

Con un único movimiento, enterró la Daga en la tierra. No hizo otra cosa que dejarla caer y clavar su hoja en la Tierra grumosa del jardín, pero yo sentí que un ramalazo de calor me llenaba por completo. Me lo imaginé seguramente. Me imaginé que el sonido del viento se hacia más fuerte, ensordecedor. Me imaginé que la Daga parecía encontrar un lugar cómodo y bello en la tierra. Lo que no me imaginé fueron las lágrimas, la sensación de portento y maravilla que sentí. Extendí las manos a ciegas y sin que mi abuela me lo dijera, rodeeé las suyas que aún apretaban la empuñadura.

- Las brujas somos las hijas de la Tierra - se inclinó y apoyo su frente en la mia - somos las más firmes soñadoras. No lo olvides, mi niña. Soñar es un reto. Soñar es una audacia. Soñar es crear.

Soñar es crear. La frase me estalló en el pecho, me hizo llorar más fuerte, aunque no sabía por qué. Cuando la abuela me abrazó, sentí verguenza, me pregunté si le parecería una necedad mia ese llanto desordeando y feliz, o incluso si sabia que lo provocaba. Me pregunté si entendía más que yo, esta emoción extraordinaria que sentía. Pero la abuela no dijo nada. Me levantó en sus brazos, apretandome contra su pecho y me besó las mejillas.

- Vamos a dormir. Tienes escuela mañana.

Miré el jardín, la Luna en lo alto, la Daga escondida en la Tierra. Y de nuevo, el mundo me pareció un lugar mágico, extraordinario, digno de historias que contar, lágrimas que derramar y sonrisas que esbozar. Magia pura, de la real.

Mi prima M. miró el espacio en la pared donde había estado la Daga boquiabierta. Luego se volvió para mirarme, sentada en el escritorio de mi abuela, haciendo la tarea.

- ¿Y donde está la daga? - me preguntó. Había un tono de sorpresa mal contenida que me encantó. Seguí escribiendo las aburridas restas y sumas en mi cuaderno. Intenté no sonreír.
- Soñando y cantando - le respondí. Ella me dedicó una de sus miradas burlonas, pero por una vez...no parecía muy segura. Se encogió de hombros y salió. La escuché llamar a su madre a gritos y esta vez si sonreí.

Magia, pensé dando una mirada al jardin. Magia de la de verdad, de la que nace todos los dias.

Magia, pienso mientras escribo esto, mirando la daga colgada en mi pared, plateada y brillante, con su mango de madera cubierto de raspones e historias.

Magia de la esperanza. Magia del espíritu.
La Magia más antigua de todas.

C'est la vie.

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